Capítulo 5
Inés y Julián subieron al dormitorio, dónde se asearon y cambiaron de ropa. Inés un tanto abochornada y Julián maldiciendo su suerte. Pero no había tiempo para juegos amorosos por más que lo deseara, la persona que esperaba en el salón, no se tomaría a bien que la hicieran esperar.
Apartó la mirada de las tentadoras curvas de su esposa y terminó de componerse.
-¿Podrías terminar de abrocharme el vestido? -preguntó tras los vanos intentos de lograrlo por sí misma.
Dio un ligero respingo al sentir los dedos cálidos y acariciadores de Julián sobre su espalda.
-Listo -anunció tras carraspear para aclararse la voz- tengo que bajar, en cuanto estés lista reúnete con nosotros.
Dijo dirigiéndose hacia la puerta. Tenía que poner distancia entre ellos o al final sus dedos volverían a los diminutos botones, pero para soltarlos y recorrer la tersa piel de la espalda de Inés.
Sacudió la cabeza a la vez que salía al pasillo y cerraba la puerta. Se estiró, irguiendo la espalda y adquiriendo el porte altivo y serio que lo caracterizaba y se encaminó a las escaleras.
En el cuarto, Inés contemplaba el lugar por donde su esposo acababa de salir.
Se sentía tremendamente confundida, nada estaba saliendo como había imaginado. Julián de pronto se le antojaba más atractivo de lo que jamás le había parecido, su carácter seco y distante ahora era casi agradable, continuaba teniendo un fuerte temperamento, pero tras vivir con Don José, los modales de Julián parecían los de una damisela.
Suspiró mientras se arreglaba el peinado. Continuaba añorando a Ginés, pero las sensaciones que experimentaba cuando el marqués la estrechaba entre sus brazos no tenían nada que ver con la ternura que le inspiraba Ginés con sus modales galantes y sus delicados y furtivos besos. Amaba a Ginés, o eso había pensado hasta esos momentos, acaso era tan superficial y sus sentimientos tan débiles que ya hasta dudaba de ellos. Pensó alicaída, de todas formas poco importaban ya sus sentimientos por Ginés, era la esposa de Julián y por ende Ginés se había marchado, abandonándola en el peor momento. Quizás después de todo fuera mejor así.
Contempló su imagen en el espejo y tras acomodar uno de los díscolos rizos, decidió que estaba perfecta para recibir visitas.
Siguió los pasos de Julián y comenzó a bajar las escaleras. Antes de alcanzar los últimos peldaños, llegó hasta ella una risa cristalina y vibrante que procedía del salón.
Frunció el ceño y se dirigió hacia allí. Julián no le había aclarado quien era la misteriosa visita, pero era evidente que se trataba de una mujer.
Intrigada entró en la amplia estancia y la escena que se encontró la hizo envararse.
Efectivamente era una mujer, una que mantenía los brazos alrededor del cuello de su esposo a la vez que continuaba riendo algo que él acababa de decir.
Un irrefrenable e irracional deseo de arrancarla de encima de su esposo se apoderó de ella. Pero se contuvo, apretó los puños con fuerza para conseguirlo y carraspeó para hacerse notar.
-¿Interrumpo algo? -preguntó a la vez que se acercaba a la pareja echando fuego por los ojos a la vez que estudiaba la esplendida silueta de la desconocida.
Sus modales no fueron del agrado de Julián, que clavó sus oscuros ojos de forma peligrosa en ella, pero prefirió ignorarlo y avanzó hacia ellos.
-¿No vas a presentarnos? -lo desafió sin apartar la mirada esmeralda de la rubia que también parecía estar estudiándola, aunque en sus ojos azules bailaba la diversión.
-Tú debes de ser Inés -dedujo- Yo soy Hortensia Alfeiran y por tu expresión imagino que tu querido esposo no te ha hablado de mí.
-Está claro que no lo ha considerado necesario, pero estoy segura de que usted estará encantada de ponerme en antecedentes -respondió con tono seco y cortante.
-Inés -siseó Julián amenazante, que continuaba junto a la mujer.
Ambas parecían ignorarlo, retándose con la mirada y observándose con detenimiento.
-Mi difunto esposo y Julián -dijo acercándose un poco más hacia él- tenían importantes negocios juntos. Ahora, mi querido marqués, me ayuda a mí a continuar con las inversiones, aconsejándome y guiándome.
-Muy loable por su parte -respondió de forma cortante- Si la señora Alfeiran está aquí para tratar asuntos de negocios, no veo necesaria mi presencia en este salón.
Dijo alzando la barbilla y dirigiéndose al final a su esposo, que parecía querer fulminarla con la mirada.
-Tan vez os resulte un poco aburrido -asintió Hortensia divertida.
-Pues entonces será mejor que no les entretenga más, ha sido un... placer conocerla. Con su permiso -sin más se dio media vuelta y abandonó el salón.
-Inés -la llamó Julián tratando de ir tras ella, pero la mano de Hortensia lo detuvo.
-Déjala, no le hará mal tener algo en lo que pensar -dijo divertida, dejando que su cantarina risa volviera a llenar la estancia.
-Eres imposible Tesi -apostillo sonriendo a su pesar- ahora me tocará a mí lidiar con su mal genio y todo por tus ganas de jugar a mujer fatal -la amonestó sin convicción.
-Ha sido interesante ver su reacción -comentó entornando la mirada- no me ha parecido que tu esposa se mostrara indiferente, yo apostaría a que estaba un tanto celosa.
-No digas tonterías -¿podría ser cierto lo que su amiga de la infancia decía?
Las dos horas que estuvieron reunidos Julián y Hortensia Inés no paró de pensar en ellos. Fingiendo indiferencia se dedicó a escribir una extensa carta a su prima Luisa que actualmente residía en Segovia y que no había podido acudir a la boda aquejada por unas inoportunas fiebres. Aunque se llevaba muy bien con su prima sus dudas, recelos y pensamientos más íntimos se los quedó para sí. Primero tenía que averiguar si la señora de Alfeiran era solo lo que decía o si aspiraba a algo más con Julián.
Incapaz de estar más tiempo sentada se dedicó a pasear por su habitación, tomando nota mental de las cosas que quería cambiar, en un acto de infantil venganza pensó en gastar cuanto quisiera para remodelar todo aquello que no le gustara. Examinando el mirador que daba a los jardines de la parte de atrás estaba cuando apareció Domingo, con cara de sorpresa por encontrarla allí, para anunciarle que la cena estaba lista.
-¿Ha avisado al marqués, Domingo? – preguntó Inés, aunque estuviera molesta con su esposo siempre había sido y sería amable con los sirvientes.
- Acabo de hacerlo señora. El marqués me ha informado que la señora Alfeiran se quedará a cenar con ustedes – Tras una inclinación de cabeza Domingo desapareció
Tras respirar hondo un par de veces, Inés se preparó para hacer de perfecta anfitriona. Con la espalda recta y paso ágil se dirigió al comedor, al entrar solo un ligero parpadeo demostró la furia que bullía en su interior al ver a Hortensia sujetando la mano de Julián mientras intercambiaban confidencias.
- Espero que en estas dos horas hayan podido resolver todos sus asuntos señora Alfeiran – comentó Inés en un tono demasiado meloso. Julián al oírla no pudo evitar fruncir el ceño y sospechar de la actitud de su esposa.
- Oh, sí, ya hemos terminado. Le confieso que no sabría que hacer sin Julián, es un hombre maravilloso, pero eso usted ya lo sabe, claro – Comentó Hortensia mientras un estupefacto Julián la ayudaba a sentarse.
-Sí, por supuesto, un hombre maravilloso – rezongó Inés mientras se sentaba con la ayuda de un lacayo. – y dígame ¿hace mucho que se conocen?
- Sí, hace mucho tiempo ¿verdad querido? – Hortensia dejó caer ese término cariñoso para ver la reacción de Inés. Su humor iba mejorando conforme más observaba a la joven. Julián habían intentado hablar con ella del asunto, que le explicara por qué creía que estaba celosa, pero Hortensia de verdad quería ayudar a Julián por eso decidió acicatear un poco más a Inés- Creo que puedo asegurar que soy la persona que mejor le conozco.
- Vaya, y yo que creía que la persona que mejor lo conocía era Ginés – comentó de forma sarcástica Inés. Esa mujer le gustaba cada vez menos, las miradas que esa mujer le estaba dedicando a Julián estaban poniendo a prueba su paciencia.
- Ginés solo se conoce bien así mismo – soltó sin pensar Hortensia. Al ver la estupefacción en el rostro de Inés y la turbación en el de Julián decidió dirigir la conversación hacía un terreno más seguro, o eso creía ella. – Ahora que recuerdo, usted era esa joven que iba siempre pegada a él, a la que le gustaba trepar a los árboles, pescar y todas esas cosas de niños.
Aunque el comentario de Hortensia en este caso era totalmente inocente Inés se sintió atacada. Cierto que no había sido una niña típica y que le entusiasmaban más los juegos con Ginés que aprender a bordar o a tocar el piano, pero a pesar de que Julián la había reprendido más de una vez por su comportamiento, esa mujer no la conocía lo suficiente para emitir un juicio como ese.
- Pues sí, era yo. Y no creo que importe lo bien que me lo pasé jugando como los niños porque al final yo – dijo señalándose a sí misma – me he casado con el marqués.
El triunfo de Inés sobre Hortensia se esfumó en cuanto las dos mujeres oyeron la voz fría y seca de Julián. El marqués había estado escuchando divertido y algo sorprendido a las dos mujeres, pero la tensión que se palpaba en el ambiente se estaba volviendo más densa. Ya le diría a Tesi que dejara tranquila a su esposa, él mejor que nadie conocía ese ingenio suyo que era como un aguijón y también le diría a Inés, bueno, a ella le diría unas cuantas cosas cuando estuvieran solos.
- Señoras, cenemos por favor - y sin mirar a ninguna de las dos empezó a tomar la sopa.
Después de despedir a Hortensia y encargar a uno de sus lacayos que la acompañara para cerciorase llegase bien al pueblo, se dirigió al salón donde lo esperaba su díscola esposa. Comprobaría por sí mismo si lo que de verdad sentía eran celos, su pecho saltaba ante esa posibilidad. Cuando se casó con ella asumió que debería tener paciencia y luchar para hacerse querer, pero si ya sentía celos querría decir que Inés no estaba de verdad enamorada de su hermano. Al entrar se la encontró sentada de forma remilgada en un sillón cercano a la chimenea. Paseando una mirada hambrienta por su cuerpo cerró la puerta y se dirigió hacia ella, pero a unos pocos pasos se detuvo al ver sus ojos velados por un brillo de enojo, furia contenida y algo más que no podía ni quería vislumbrar.
La tensión era tan palpable en el ambiente que se podía tocar con los dedos. Tan solo el débil sonido de un alto reloj de torre rompía el silencio.
Inés no apartó sus ojos de él en ningún momento, enfrentándolo silenciosamente con la barbilla levantada. Esperando una de su regañinas. ¿Con que la iba amenazar esta vez? ¿Con decírselo a su padre?
No lo había hecho antes y tampoco creía que lo fuera hacer ahora. Pero ella no se había portado de manera incorrecta en ningún momento. El marqués podría decir lo que quisiera.
Sin embargo se había quedado frente a ella observándola con atención. Su rostro era tan indescifrable que no pudo adivinar cuan enfadado podía estar. Ella sin duda lo estaba más.
-¿vamos a recibir muchas visitas de este tipo? – le preguntó con voz fría. - ¿acaso todas tus amantes vendrán a casa a saludarme?
-¿Cómo? – preguntó Julián arqueando las cejas.
-Me has escuchado perfectamente – se incorporó cuando las piernas comenzaron a temblarla y con disimulo se estiro la falda bajando por primera vez la vista.
-¿Crees que era mi amante? ¿Piensas que sería capaz de hacer una cosa así? – su voz era tan cortante como el hielo.
Inés tragó con dificultad y asintió.
-¡Por Dios! – exclamó Julián levantando la vista al techo como si esperara un milagro divino.
-Pero solo quería decirte que no me molesta – le dijo. El corazón saltaba en su pecho a una velocidad de infarto – puedes tener todas las amantes que te de la real gana, pero fuera de mi casa. Ahora te guste o no, yo soy la dueña. Creo que lo que te pido no es nada descabellado.
Julián apretó los dientes con tanta fuerza que pensó que podrían partirse en cualquier momento. ¿Había escuchado bien? ¿Le estaba dando permiso para…?
-Tesi es una buena amiga lo creas o no. En este momento me da igual lo que pienses. – debía sentirse halagado sabiendo que los celos corroían la mente de su esposa, sin embargo se sentía herido, dolido por aquellas palabras. – Me alegro que seas tan compresiva y tan abierta en cuanto a tener otra relación.
-¡Por supuesto! Con un poco de suerte te enamoras de ella y por fin Ginés y yo…
Julián la cogió con fuerza de los brazos mirándola con el rostro ligeramente desfigurado. Sus ojos negros brillaron con una dureza aplastante.
-¡Nunca! ¿Me oyes? Te prohíbo que nombres a mi hermano delante de mí – la zarandeó sin mucha energía y la tomó el mentón con una mano –No-vuelvas-a-nombrarlo.
En cuanto la soltó Inés se escabulló pasando juntó a él con rapidez. Estaba asustada.
Nunca había visto al hombre tan furioso. No pudo evitar que sus ojos se abnegaron en lágrimas sin embargo no dejó que ninguna de ellas se escapara de sus ojos. Se acarició el mentón donde él la había agarrado.
-¿Te he hecho daño, Inés? – la dijo arrepentido dando un paso hacia ella.
-¡No te me acerques! – gritó. No, no la había hecho daño pero si él sufría pensando lo contrario que lo hiciera. – No vuelvas a tocarme nunca más.
El sollozó que dejo escapar en el corredor no fue fingido.
Julián se sentó en el diván dejándose caer. ¡Cuando las cosas parecían ir bien entre ellos siempre ocurría algo!
No culpaba a Hortensia, claro que no. Ella era así, e incluso había pensado que de esa forma lo ayudaría en algún sentido. ¡Pues bien! Ahora sabía que Inés era celosa. ¿Qué iba a ganar con ello?
Y Ginés… que podía pensar de Ginés. ¿Acaso había luchado por ella en algún momento? Dudaba incluso que estuvieran enamorados alguna vez.
Si tan solo pudiera lograr que ella abriera los ojos a la realidad. Que se diera cuenta de cuánto la amaba. De cómo se le encendía la sangre cada vez que la veía sonreír. Pareciera que nada de lo que hiciera estaba nunca bien. No sabía cómo actuar frente a ella.
Inés salió de la estancia sollozando e incapaz de continuar reprimiendo el llanto. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, empapándolas. No tenía muy claro por qué estaba llorando de aquella manera. Habían sido demasiadas emociones para su primer día de matrimonio y las sensaciones que comenzaban a nacer en ella cada vez que se encontraba con Julián eran intensas y contradictorias.
Quería creer sus propias palabras, cuando le había asegurado que no le importaría que tuviera todas las amantes que deseara, pero en su fuero interno sabía que no lo aceptaría. No soportaba la idea de imaginar a Julián en brazos de otra mujer, pensó sorprendiéndose a sí misma.
Sintió ganas de gritar de frustración y con el dorso de la mano se limpió, con rabia, la humedad del rostro.
Entró en el dormitorio y cerró con un sonoro portazo.
Consiguió desprenderse del vestido sin ayuda. Aunque tendría que mandarlo a reparar, lo había desgarrado ligeramente con sus impetuosos tirones.
Cuando se metió en el lecho estaba un poco más relajada, pero su cabeza continuaba dándole vueltas a mil y una preguntas sobre sus sentimientos, sobre los de Julián, sobre su futuro...
Poco a poco sus ojos se fueron cerrando, el agotamiento, tanto físico como emocional, consiguió dormirla antes de lo que ella misma hubiera sospechado.
Julián se frotó el rostro con las manos, que después se pasó por el cabello. Expulsó el aire y contempló las titilantes llamas de las velas que iluminaban la sala.
Siempre había imaginado que su vida junto a Inés no sería fácil, pero los acontecimientos del día habían superado con creces sus expectativas. Y para terminar de rematar la jornada, con su estallido de furia había provocado el llanto de Inés.
Había pensado salir tras ella, pero desistió al pensar en que Inés lo rechazaría. Quizás lo que Hortensia había creído que eran celos no era más que una de las demostraciones de mal humor de su esposa y la pasión con la que había respondido a sus caricias y sus besos eran fingidos.
Descargó el puño con fuerza sobre el reposabrazos del sillón, la frustración y el deseo de volver a tener a su esposa entre sus brazos lo estaban volviendo loco, y las dudas que comenzaban a atormentarlo no ayudaban demasiado a mejorar su estado de ánimo.
¿Quizás después de todo Inés y Ginés sí estaban enamorados y él había sido injusto al separarlos?
Pero ya estaba hecho, ella era suya y así seguiría siendo, le gustara o no.
Era ya muy tarde cuando decidió retirarse.
Al entrar en el dormitorio contempló el cuerpo dormido de Inés y el deseo lo asaltó nuevamente de manera salvaje. Esa mujer tenía algo que hacía aflorar sus instintos más básicos y primarios. Apretó los puños durante unos instantes, tratando de dominar la lujuria que se había apoderado de él.
Pero al meterse bajo las sábanas y sentir la tibieza del cuerpo dormido de Inés las ganas de ella volvieron con más fuerza.
Suspiró, le dio la espalda y trató de ignorarla.
Julián era muy consciente del cuerpo cálido de su esposa tan próximo al suyo, que estaba tirante como una cuerda. En un esfuerzo supremo para no pensar más en ella cerró los ojos con fuerza para llamar al sueño que le era huidizo esa noche. Sin darse cuenta empezó a relajarse un poco al escuchar la respiración acompasada de Inés y allí en su cama matrimonial se dio cuenta que no podría dejar a Inés, la amaba tanto y durante demasiado tiempo que su marcha sería su ruina. Se giró despacio y mirando al techo de dosel de su cama sintió aún más cerca la presencia de su esposa.
Se había quedado medio dormido cuando un ligero movimiento le despertó, se acababa de dar cuenta que Inés gemía en sueños, observándola, con cuidado de no despertarla se acercó un poco más a ella. Inés, en medio de un placentero sueño, se giró de repente, gimió un nombre – Julián – y apoyó su blanco brazo sobre el pecho de su esposo. El suspiro de placer que exhaló a continuación llegó a lo más profundo del corazón de Julián. Si en sueños podía decir su nombre y suspirar así no podría estar realmente muy enfadada con él. La tensión y el malestar acumulado en las últimas horas se disiparon como la niebla con la llegada del amanecer.
Lentamente entrelazó sus dedos con los de Inés, sin siquiera pensarlo su pulgar empezó a acariciar suavemente con movimientos circulares el dorso de la mano de Inés. Seguía pensando en todo lo acontecido ese día cuando su esposa se acercó aun más a él y apoyó delicadamente la cabeza en su hombro. La pasión de Julián se desbocó como un caballo en plena batalla, apretando los dientes para no sucumbir a ella. En cuanto giró la cabeza para mirar a Inés supo que había cometido un error. La respiración que sentía en su cuello, junto con las mejillas arreboladas de Inés y una pequeña sonrisa que exhibía en sus labios fue demasiado para su fiera determinación de ir despacio y dejarla descansar. Sin apenas respirar para no despertarla se giró y se quedó frente a ella, el brazo de su esposa se había bajado un poco y descansaba en su cintura. Dos cuerpos, uno totalmente relajado, el otro tenso por la anticipación de un beso robado. Con toda la ternura que sentía en esos momentos besó su marfileña frente, sus párpados cerrados, bajó hasta la punta de su pequeña nariz, sus mejillas y a la vez que a Inés se le escaba un suspiro de placer besó las comisuras de su boca.
Cuando se retiró ligeramente para observarla de nuevo vio que ella abría lentamente los ojos, aun soñolientos pero turbados por la pasión que había empezado a controlar su cuerpo. Para satisfacción de Julián no se alejó ni quitó su brazo de la cintura de su esposo. Julián intuía que no tendría otra oportunidad tan buena para disculparse con ella por cómo la había tratado en el salón. Subió su mano hasta la mejilla de Inés y susurró las palabras que lo habían estado carcomiendo desde que la vio salir corriendo con lágrimas sin derramar en sus hermosos ojos.
- Por favor perdóname por cómo te traté en el salón. No debería haberte agarrado tan fuerte – un suspiro cansado se escapó de sus labios, mientras que Inés, ya despierta por completo, le escuchaba atentamente. – Además no debería haber dicho eso sobre Ginés, sé que eráis – tragó saliva con fuerza – que sois muy buenos amigos.
Inés dejó de respirar mientras escuchaba a Julián, podía ver sus ojos llenos de culpa. La humildad de su disculpa le dio fuerzas para sincerarse con él. Julián había sido sincero, podía verlo en su semblante, a ella le correspondía lo mismo, se lo debían el uno al otro. Allí, en la misma cama, susurrando como si alguien pudiera oírlos, Inés se sintió más cerca de Julián, de poder confiar en él como hombre de lo que siempre se había sentido de Ginés.
- Yo también lamento lo que dije, la verdad es que no lo pensaba, no sé porqué lo dije – susurró. Mordiéndose el labio inferior decidió confiar los pensamientos que le habían estado dando vueltas casi toda la noche. Aclarándose la garganta continuó con voz queda – y sobre lo que dije que no me importaba si tenías amantes, te mentí, no quiero saberlo si las tienes o no.
Inés cerró fuertemente los ojos, sintiendo un dolor en el corazón que no había sentido nunca antes. Un latido después notó cómo las manos de Julián le asían sus brazos, pero no con fuerza, sino con suavidad y ternura. Lentamente abrió los ojos para descubrir una tenue sonrisa en los labios de su esposo. Lo que dijo a continuación provocó que el corazón de Inés se desbocara.
- Escúchame Inés, nunca oirás que tengo una amante porque nunca tendré ninguna. He luchado demasiado para conseguirte y no voy a perderte ahora por algo que no va a suceder mientras sigas a mi lado.
Sin apartar su oscura mirada se fue acercando lentamente hacia ella hasta que sus labios se rozaron en una ligera caricia. Pero la pasión tanto tiempo retenida ganó la batalla y el beso pronto se convirtió en la representación de la pasión que los embargaba.
Inés se estiró sobre las sábanas, desperezándose, cuando la luz que se colaba por entre los cortinajes la despertó.
Se encontraba sola en el lecho y no pudo evitar sentir un ligero pinchado de desilusión, aunque no tardó en aflorar a sus labios una sonrisa traviesa y cargada de satisfacción.
Los recuerdos de la noche pasada aún permanecían frescos en su memoria y al recordarlos, un ligero rubor tiñó sus mejillas.
¿Quién le hubiera dicho a ella que el estirado, serio y estricto marqués de Manrique iba a ser un hombre tan apasionado?
Jamás lo habría sospechado, pero así era y ahora era su esposa. La sonrisa se ensanchó en su boca al pensar en todas las noches que estaban por venir, y un hormigueo de anticipación se extendió por sus entrañas.
Saltó de la cama antes de que sus pensamientos la trastornaran más de lo que ya estaba y comenzó a asearse.
No sabía que planes tendría su esposo y si cumpliría su promesa de salir a cabalgar con ella, pero por el momento necesitaba llenar el estómago que hacía un buen rato estaba protestando.
Bajó las escaleras tarareando la melodía de una cancioncilla popular mientras dirigía sus pasos hacia el comedor.
La escena que se encontró la hizo enmudecer a la vez que sus ojos se abrían, enormes, por la sorpresa.
-Mamá... ¿qué haces aquí? ¿Ha sucedido algo? -preguntó con recelo acercándose a Margarita, a la vez que lanzaba miradas preocupadas hacia Julián.
La sonrisa que mostraron ambos la descolocó un poco.
-No hija, no ha sucedido nada -la tranquilizó la mujer- tan solo he venido a pasar unos días, para hacerte compañía mientras te habitúas a tu nuevo hogar.
Elevó las cejas y miró a Julián de forma interrogante.
Él tan solo se encogió de hombros restándole importancia a la vez que decía:
-Me pediste que la invitara y lo hice.
-Sí, fue muy amable de su parte -continuó Margarita, aunque su hija no la miraba a ella, sino que continuaba observando a Julián ¿cuánto más la iba a sorprender aquel hombre?- Hubiera venido ayer como habíamos quedado, pero un problemilla de última hora me lo impidió, teniendo que retrasar mi visita hasta esta mañana.
Inés no escuchó la explicación de su madre. Había tomado asiento de forma mecánica y observaba la taza que el criado acababa de colocar ante ella, llena de humeante chocolate.
La había complacido, el día del enlace le había pedido que invitara a su madre y él lo había hecho, por darle el gusto. Seguramente eso había sido lo que había ido a hablar con Don José cuando la fue a buscar a su casa. Ella había estado dispuesta a pensar lo peor de él y estaba descubriendo que era un hombre, además de apasionado, de palabra.
Se mordió el labio inferior, después de todo parecía que se había equivocado del todo al prejuzgar al marqués. ¿Habría más sorpresas agradables sobre su esposo y su carácter? Esperaba que sí, porque aunque le costaba reconocerlo, comenzaba a gustarle lo que había descubierto hasta el momento.
-No pareces muy ilusionada con la visita de tu madre, Inés -apuntó Julián un tanto decepcionado.
-¡Oh! disculpadme -se excusó a la vez que dejaba aflorar una sonrisa estupenda que le iluminó el rostro y a Julián le calentó el pecho- Realmente me parece maravilloso que mamá pueda acompañarme durante unos días -añadió dirigiendo su mirada hacia Margarita- ¡Gracias! -dijo volviendo a mirarlo al él.
El calor que se había instalado en su pecho con la sonrisa de Inés, se extendió por el resto del cuerpo al contemplar la verde mirada de su esposa cargada de agradecimiento.
Se limitó a asentir y con dificultad apartó la mirada, carraspeó y apartando el plato que tenía ante él se puso en pie.
-Tengo asuntos que atender, si me disculpan -lo que menos le apetecía en esos momentos era irse, pero si continuaba en el salón y su esposa seguía mirándolo de aquella manera, terminaría siendo más que evidente el deseo que lo inflamaba por dentro y que ya comenzaba a manifestarse de forma demasiado evidente- nos vemos a la hora del almuerzo.
Inés asintió y casi al instante lo vio desaparecer de la estancia.
-¿Te encuentras bien? Te noto extraña -preguntó Margarita a su hija una vez se quedaron solas- ¿Va todo bien entre el marqués y tú?
-Todo lo bien que se podía esperar.
La ambigua respuesta de su hija no la sacó de dudas, pero conociéndola como la conocía, no podía significar que las cosas fueran mal, las miradas que habían cruzado entre ellos, al menos, así se lo hicieron ver.
Con una ligera sonrisa de satisfacción en los labios, se llevó la taza hasta ellos y disfrutó del suculento y sabroso brebaje.
Tenía que admitir que por una vez en la vida, las acciones de José no habían sido un error.