Capítulo 14
-¡Dios mío, Julián! ¿Cómo te encuentras? Acabo de llegar y me entero de que has sufrido un accidente.
-Me caí del caballo –aclaró Julián tratando de imprimir a su voz un tono de debilidad del que carecía- algo asustó al caballo y no pude controlarlo. Pero estoy bien. Por cierto, has localizado a Inés –preguntó reflejando toda la angustia que sentía por su esposa, aunque los motivos no eran precisamente los que Ginés imaginaría.
-Lo siento, pero no he podido encontrarla –respondió, actuando como si realmente sintiera la desaparición de su cuñada. Lástima que no se hubiera ido para siempre, pensó tratando de mantener la expresión compungida que mostraba su rostro- el hombre de la taberna con el que he ido a hablar… -hizo una pausa, dándole un toque dramático a su actuación- no supo decirme dónde se había ido ella después de … bueno, ya sabes… de estar con él.
-Entiendo –murmuró Julián apretando las mandíbulas a la vez que se recostaba contra las almohadas y cerraba los ojos.
Ginés sintió un regocijo interno mayor del que jamás hubiera soñado, ver a su hermano postrado en el lecho y sufriendo por la traición de su esposa, comenzaba a ser un buen pago por todos los años que había tenido que permanecer a su sombra, viendo como todos lo adoraban, mientras él era ignorado. Mentalmente se frotó las manos.
-Gracias por tu ayuda, hermano –agradeció Julián, devolviéndolo al presente- Deberías quitarte esas ropas empapadas o pillarás un resfriado, por hoy ya has hecho más que suficiente.
-Era lo menos que podía hacer, sois mi familia –respondió sin percibir el tono de ironía que teñía la voz de Julián- pero tienes razón, será mejor que me cambie y te deje descansar.
Julián asintió sin añadir nada más y dedicó a Domingo una mirada, que el criado interpretó al instante.
-Señorito Ginés –llamó el sirviente- ordenaré que le preparen un baño de inmediato, seguro que le sentará bien para desentumecer el cuerpo.
Ginés se volvió y observó durante unos instantes al hombre. Domingo casi contuvo la respiración, deseando no haber levantado las sospechas del joven con su solícita propuesta.
-Sí, gracias Domingo, creo que me vendrá de perlas.
En cuanto el joven abandonó el cuarto, Domingo exhaló un sonoro suspiro. Y Julián no pudo evitar la leve sonrisa que curvó sus labios.
-Buen truco, ahora asegúrate de que se mete en esa bañera y no sale en un buen rato.
Necesito tiempo para alejarme de la casa sin que él lo advierta -estaba apartando las mantas para incorporarse y Domingo ya estaba junto a la puerta dispuesto a salir para cumplir con sus órdenes- Domingo –lo llamó.
-Sí, señor.
-¿Hortensia aún está en la casa? –preguntó recordando a su amiga, a la que horas antes había dejado, allí mismo, en su casa, angustiada por la desaparición de su esposa.
-Sí, señor. Y se encuentra muy afectada por todo lo que está sucediendo –aclaró el criado.
-¿Le has dicho que mi esposa se encuentra a salvo? –interrogó mientras comenzaba a vestirse, no sin cierta dificultad, ya que el incesante dolor de su cabeza le dificultaba la tarea de forma considerable.
-No, señor. No me pareció correcto…
-Has hecho bien. No me agrada que Tesi esté tan preocupada, pero por el momento prefiero que continúe ignorando lo que sucede. Es capaz de encarar a Ginés y solo dios sabe lo que podrían suceder entonces…
Ahora sí, Domingo dejó solo a su señor y se apresuró por ir a atender el más joven de los hermanos.
Como un ladrón en su propia casa, Julián se escabulló escaleras abajo colándose en la cocina para salir por la puerta trasera de la mansión y alcanzar los establos sin ser detectado por nadie desde el interior.
Aunque Domingo le había asegurado que Inés se encontraba sana y salva, no podía evitar el ritmo desaforado con que su corazón latía, ni la asfixiante sensación de angustia que le oprimía el pecho. Necesitaba comprobar con sus propios ojos que era cierto, que estaba ilesa. Necesitaba estrecharla con fuerza entre sus brazos y que el calor de su cuerpo le calentara el alma, y que el dulce sabor de su boca le entibiara la sangre que se le había congelado en las venas al pensar que podría haberla perdido para siempre.
Unos minutos después de que Julián saliera a caballo un hombre llegó a la hacienda. Domingo acababa de llegar al vestíbulo tras comprobar que Ginés seguía en su dormitorio y que Julián había salido sin ser visto, sin más dilación se dirigió a abrir la puerta. El hombre que había frente a la puerta era un desconocido para el mayordomo, aunque vestido con corrección se veía que sus ropas eran de calidad media y bastante corrientes, pero se notaba que era una persona que cuidaba mucho su aseo personal ya que sus ropas estaban impolutas y desprendía olor a jabón, como si se hubiera bañado hacía poco tiempo.
- Buenos días. Me gustaría hablar con el señor marqués
- El marqués no está en estos momentos, si me deja su tarjeta le comunicaré que ha venido – le cortó Domingo
- Vengo de parte del abogado de su señoría, acabo de llegar de visitar unas fábricas por orden del señor marqués. Es urgente que hable con él – contestó con firmeza el desconocido. Tras poner al corriente a su jefe de lo que había descubierto, éste le indicó que se dirigiera de inmediato a la hacienda del marqués de Manrique.
Domingo, recordando al momento las noticias que esperaba Julián de su abogado en referencia a la supuesta inversión de Ginés, condujo con premura al hombre al despacho del marqués. Tras cerrar suavemente la puerta se dirigió de nuevo al desconocido.
- El marqués no está. Llegará a lo largo de la tarde, pero no puedo asegurarle una hora en concreto. Si lo desea puede dejarle una nota o lo que crea conveniente. Me aseguraré que nadie más lo vea.
- No, prefiero esperarle hasta que regrese. Tengo órdenes de solo hablar directamente con el señor marqués.
Ante la negativa del hombre y consciente de la presencia de Ginés en la casa a Domingo solo se le ocurrió una manera de no retrasar la visita de ese hombre.
- En ese caso y si no le molesta esperar, puede permanecer aquí hasta que regrese don Julián. Ordenaré que le traigan un refrigerio mientras espera.
- Es muy amable de su parte. Esperaré - y tras una indicación del mayordomo tomó asiento en una cómoda butaca frente a la ventana. Domingo se disponía a salir de la instancia cuando decidió avisar al visitante.
- Solo le pido que si necesite algo llame utilizando el cordón – con un ligero movimiento de cabeza señaló el cordón que avisaba en la cocina de la hacienda – ya que el señorito Ginés está en casa y necesita descansar.
Con una mirada cómplice el desconocido accedió a la petición del mayordomo con un movimiento de cabeza. Este hombre es demasiado perspicaz, pensó. Ahora sabía que tendría que evitar salir de esa sala ya que no podía encontrarse con el hombre que había ido a investigar. Por si acaso su mente se lanzó a prever una situación plausible para su visita en caso que ese miserable le diera por entrar en el despacho del marqués.
A unas pocas millas de allí, Julián llegó a la casa que le había indicado Domingo. Era una construcción pequeña, apenas dos plantas, pero estaba recién encalada y un lustroso huerto crecía en uno de los lados de la casa. Nada más desmontar, ató al caballo en un árbol cercano y se dirigió a la puerta. Antes si quiera de llegar a la puerta, ésta se abrió y una sonriente Inés salió con los brazos abiertos. Lo había visto por el camino y el frío de la tormenta desapareció de su cuerpo al ver a su esposo. Aunque confiaba en Domingo ansiaba ver a Julián cuanto antes, necesitaba de su consuelo para olvidar el horrible secuestro del que había sido víctima.
Se fundieron en un intenso abrazo. Julián dio gracias al cielo por tener a su esposa de nuevo en sus brazos. Antes de darse cuenta había hundido la cabeza en el cuello de Inés y aspiraba su aroma. Ese que se había hecho imprescindible en su vida, igual que los pequeños brazos que lo rodeaban. Sin decirse aún nada, Julián agachó la cabeza y posó sus labios sobre los de su esposa. El miedo a perderla, la angustia por no saber dónde estaba hicieron que el casto beso se trasformara en un beso que reflejaba toda la pasión y el amor que sentían el uno por el otro. Momentos más tarde, o quizá solo fueron unos segundos, Inés rompió el silencio que los rodeaba.
- Julián, tenía tantas ganas de verte – sin darse cuenta apretó aun más los brazos en torno a la espalda de su esposo. Esa espalda fuerte que nunca se cansaría de acariciar. Cerró los ojos con fuerza para evitar las lágrimas de alivio que inundaban sus ojos.
- Y yo Inés, y yo. Nunca había pasado tanto miedo – mirándola fijamente, posó sus manos a ambos lados de la cara de Inés, comprobando que no había ninguna huella de dolor o angustia en el dulce rostro de la persona más importante de su vida. Finalmente apoyó su frente en la de Inés y dejó escapar un hondo suspiro a la vez que el nudo de angustia que apretaba su estómago se deshacía por fin. – Vamos dentro Inés. Tienes que contarme lo que ha pasado.
Y así, con un brazo sobre los hombros de Inés entró en la pequeña casa de la hermana de Domingo, donde Inés había estado a salvo de las garras de su hermano.
Tras escuchar lo sucedido de los labios de su esposa, Julián ya no tuvo ninguna duda sobre la implicación de Ginés en todo aquello. Lo que no lograba comprender eran sus motivos, el porqué de ese odio desmedido hacia él. Siempre se había sacrificado por su hermano, siempre le había consentido en todo y ahora le pagaba de la peor manera… traicionándolo.
Muy a su pesar regresaba a casa solo. Había entendido que no podía exponer nuevamente a Inés y que la idea del fiel Domingo había sido estupenda. Nadie la buscaría en aquel lugar, estaría a salvo mientras él trataba de solucionar aquel embrollo.
Inés había protestado ante la imposibilidad de regresar a casa, y Julián se había visto obligado a hacerle entrar en razón. Finalmente, a regañadientes, aceptó permanecer oculta hasta que Domingo o el propio Julián fueran en su busca.
Se introdujo en la mansión con la misma discreción con que había salido y antes de que nadie se percatara de su presencia, corrió en dirección a su cuarto, elevando una pequeña oración al cielo, para no cruzarse en el pasillo con su hermano.
Los hados se pusieron de su lado y logró alcanzar la alcoba sin toparse con ninguno de los habitantes de la casa.
Una vez dentro se despojó de las ropas de montar y se atavió con el ligero batín de seda que Domingo había dejado sobre la otomana que había a los pies de la cama.
Tirando del cordón que colgaba junto a la puerta, esperó a que el criado se personara en el cuarto. Mientras tanto, paseaba inquieto de un lado a otro. Tenía que encontrar la manera de desenmascarar a su hermano, pero por el momento no tenía pruebas fehacientes que lo relacionaran con el secuestro de Inés.
Sus pensamientos se interrumpieron en el instante que Domingo entro tras haber dado un ligero golpe de advertencia en la puerta.
-Mi señor… ¿todo en orden? –preguntó intranquilo.
-Sí, Domingo. Todo en orden –respondió sin dar más detalles, había llegado a un punto tal de desconfianza que no quería hablar más de la cuenta. En ocasiones las paredes tenían oídos.
El criado se relajó visiblemente durante unos instantes, para luego volver a adoptar una expresión solemne antes de decir:
-Señor, hay alguien en el despacho que desea verle… es urgente.
Julián frunció el ceño ante las palabras del hombre.
-No es momento para vis…
-Es el hombre que estaba esperando, señor –insistió elevando las cejas para dar más énfasis a sus palabras.
Lo observó sin comprender durante unos segundos, tras los cuales su mirada se iluminó. Ahí podía estar las pruebas que necesitaba contra su hermano, o al menos algo tangible a lo que asirse.
-¿Dónde está Ginés? –preguntó mientras se ponía nuevamente los pantalones y cerraba el batín sobre ellos.
-En su habitación, señor.
-Bien. ¿Y Hortensia? –ya tenía el picaporte en la mano.
-La he instalado en la habitación de invitados y la cocinera le ha preparado una tisana relajante. Todo lo sucedido le tiene los nervios a flor de piel.
-Gracias Domingo, estas en todo –dijo posando una mano sobre el hombro del hombre.
Ante el gesto de agradecimiento por parte de su patrón, el criado alzó la barbilla e hinchó el pecho satisfecho.
-Voy a reunirme con ese hombre, procura que nadie nos moleste –dijo ya en el pasillo.
-Por supuesto, señor.
Una hora después un Julián cambiado y con una copa de coñac en la mano escuchaba atento el relato de su abogado. Ambos departían en la biblioteca, a puerta cerrada, para evitar que su hermano les descubriera. Domingo hacía guardia fuera. Según el informe, la mina en la que Ginés pretendía invertir había sido ya explotada. Mantenía todas las estructuras en pie a la espera de algún imprudente que la comprara, creyendo que todavía había plata en sus entrañas. Situada cerca de Badajoz, donde el preciado metal había sido abundante siglos antes, pretendían hacer creer al incauto que estaba recién descubierta, y que faltaba solo capital nuevo para pagar a los mineros.
Según le explicó el abogado, la mina estaba a nombre de dos personas. Una era su hermano Ginés. A Julián le ardió la sangre. El bastardo pretendía estafarle y quedarse los beneficios. Si no hubiera sido tan cuidadoso y hubiera, en cambio, confiado en su hermano, habría arruinado el marquesado. Hubo de hacer un esfuerzo enorme por no levantarse y buscarle para descargar sobre su maldito cuerpo toda la furia que sentía. Pero la venganza era un plato que se servía frío. Primero debía saber quién era el otro malnacido, y planificar bien su siguiente movimiento.
Nadie traicionaba a Julián Manrique. Nadie.
- ¿Quién es el otro maleante, el socio de mi hermano?
El empleado bajó la vista y se removió en su sillón, incómodo. Sin atreverse a contestar directamente, le pasó la escritura de propiedad a Julián, y se levantó, retirándose hacia la ventana, dejándole intimidad.
Cuando leyó el nombre, escrito en pulcra letra, por un momento todo se volvió borroso. ¿Qué hacía el nombre de ella allí? ¿Cómo era posible que precisamente ella estuviera involucrada en el complot contra su persona y su patrimonio? ¿Acaso siempre le había engañado, abusando de su confianza?
Pero no cabía otra explicación. ¿Por qué, si no, iba a aparecer la mina a nombre de Ginés Manrique y de Inés Gonzaga?
Su esposa se había casado con él por obligación, le había dicho que el amaba, se le había entregado, y todo era mentira. Había planeado con su hermano destruirle. Maldita fuera.
Pero lo iba a pagar caro. Ginés moriría pronto, pensó, pero para Inés tenía pensada una venganza mucho más lenta.
Mientras, Ginés se relamía en su alcoba. Había visto al abogado de la familia entrar, y Domingo había hecho lo imposible porque no se cruzara con él. Pero no pensaba interrumpir aquella reunión. Su hermano ya sabría de su traición, sí, pero también sabría de la de Inés. Había sido un golpe de ingenio por parte de don M. poner a la nueva marquesa en la escritura falsa, de tal modo que su hermano sufriera al máximo.
A pesar de que el sentido común le dictaba que desapareciera, prefería quedarse en casa. Seguía teniendo un as en la manga, pues como juez de paz Julián había mentido en la investigación de la muerte de Don José. Ahora era Ginés quien tenía a Julián exactamente donde quería, y no pensaba alejarse y perderse la desesperación del marqués de Manrique.
Inés paseaba intranquila de un lado a otro de la humilde pero acogedora casa de la hermana de Domingo. Ya había anochecido y Julián llevaba dos días sin hacer acto de presencia a pesar de haberle prometido que la visitaría todos los días hasta que todo el turbio asunto de su intento de secuestro se resolviera y la implicación de Ginés se aclarara. No era propio de Julián romper una promesa, de hecho no recordaba que lo hubiese hecho nunca, así que la preocupación se fue apoderando cada vez más de ella….sin duda alguna le había ocurrido algo y la inquietud y el temor que sentía por él amenazaron con paralizarla. Debía acudir a la hacienda, la posibilidad de que Julián estuviese herido o en peligro se le antojaba insoportable.
Dirigiéndose hacia la señora que tan amablemente la había acogido en su hogar, Inés le pidió que le prestara la vieja mula que poseía.
- Pero señora el marqués ha dejado instrucciones muy claras respecto a que no debía salir usted hasta que él lo autorice….
- Lo sé pero debo marcharme; ha ocurrido algo, estoy convencida, y debo estar allí para ayudarlo.
- Señora, no es seguro.
- Si no me dejas la mula me iré a pie.
La asombrada mujer miró el rostro resuelto y asustado de la joven marquesa y supo que haría lo que decía, así que, asintiendo con resignación, salió de la casa y se dirigió a la cuadra, a fin de prepararle a la vieja mula.
Tras conocer la visita del ayudante del abogado, el temor y la aprensión habían hecho que Ginés permaneciese encerrado en su habitación fingiendo una indisposición. Cuando el hombre se había marchado, Ginés escuchó asombrado el ruido de lo que parecía un huracán y una de las doncellas le había informado de que el marqués de Manrique parecía haber enloquecido ya que estaba destrozando todo lo que encontraba a su paso. Enseguida empezó a temer la reacción de su hermano y de repente la idea de quedarse en la casa a saborear la venganza ya no le pareció tan buena. En un golpe de inspiración llamó a un criado y le pidió pluma y papel. Apresuradamente redactó una breve nota en la que le pedía perdón por engañarlo y le confesaba que Inés y él habían huido juntos. Una desagradable sonrisita tironeó de la comisura de sus labios; cuando Inés apareciera se descubriría el engaño pero mientras tanto….mientras tanto su hermano, enamorado hasta las trancas como estaba de su esposa, podía llegar a autodestruirse.
Para evitar que Julián despertara de su borrachera, Ginés apenas cogió nada de equipaje, sólo todo el dinero que pudo encontrar en la casa y algunos objetos de plata que pertenecían a los Manrique desde varias generaciones antes, pero claro, él también tenía derecho a disfrutarlas, ¿acaso no era tan Manrique como su hermano?
Espoleaba a su caballo deseando alejarse lo máximo posible de la hacienda cuando divisó una figura a lo lejos que le resultó familiar. A pesar de la patética montura que llevaba, Ginés la reconoció y tuvo que reprimir un grito de triunfo. Hacia donde él se encontraba se dirigía Inés y esta vez se proponía atraparla y no soltarla jamás. Julián no volvería a ver a su querida esposa y pasaría el resto de su vida pensando que ésta lo había traicionado con su propio hermano.
Julián volvió a levantar la botella y después de verificar que se hallaba vacía la lanzó contra el cristal de la vitrina. Un demonio le corroía las entrañas al pensar en la traición de Inés y su hermano.
La rabia lo cegaba. El odio llenaba la sangre de sus venas. ¡Maldita sea! Inés no era para él. ¿Por qué Demonios se había empeñado en cambiar el destino cuando este ya estaba escrito?
Zarandeó el mueble con tanta fuerza que rebotó contra el muro sin llegar a caer.
Observó cómo alguien desde el exterior trataba de hacer girar el picaporte.
-¡Marcharte ya, Domingo! – bramó con voz ronca.
-Soy yo Julián. Soy Tessi. Por favor déjame entrar. Puedo ayudarte. Déjame que comparta esto contigo – la voz de la joven llegaba apagada tras la puerta.
Julián no contestó. Luchó contra el deseo de hacerlo y desahogarse con ella. Golpeó furioso la puerta y se alejó hacia la ventana.
-¡Julián! ¡Julián! – lo siguió llamando una y otra vez. Finalmente desistió y el hombre se dejó caer sobre el colchón.
No pensaba dejar las cosas así. No volvería aceptar la presencia de su hermano pero Inés era otro cantar. Ella era su esposa ante Dios lo quisiera o no. Y si él era infeliz ella también lo seria.
Que buena actriz era. Después de lo que él había hecho por su madre cuando mató a Don José. ¡Ja! ¡Qué ilusa si se pensaba que iba a salir de todo esto airosa! ¡Aunque fuera por la fuerza la obligaría a quedarse a su lado!
Se incorporó medio asustado. ¿En que lo estaban convirtiendo? Doña Margarita no tenía la culpa de lo que hiciera su hija.
Solucionaría las cosas ese mismo día. Traería a su esposa de vuelta y la dejaría las cosas tan claras que… que…
Esta vez los golpes de la puerta lo sacaron de sus casillas. Con largas zancadas abrió y Domingo le entregó un papel sin dejarle siquiera hablar.
-Lo dejó su hermano.
-¿todavía más? – preguntó encrespado. Tomó la misiva con fuerza y regresó a su cuarto.
Releyó aquel tumulto de letras por segunda vez. “¡huido juntos!”
-Y una mierda – aplastó el papel en el puño y lo lanzó al suelo. Cogió su chaqueta que colgaba del respaldo de una silla.
-¿Qué ocurre Julián? – Le interceptó Tessi en el corredor - ¿es verdad lo que dice la nota?
Julián se detuvo un segundo para observarla.
-¿de modo que la has leído? ¡Y quien más la ha leído! – preguntó en un grito esperando que todos los habitantes de la casa le escucharan. Sabía que los sirvientes se hallaban tras las puertas expectantes, intentando enterarse de cuáles serían los problemas de los marqueses. -¡pónganse todos a trabajar!
-¿Qué te sucede Julián? Tú no eres así.
El hombre clavó sus ojos negros en ella pero Tessi no se amilanó.
-Te agradezco todo, pero creo que lo mejor es que regreses a tu casa. A partir de…
-¡así de fácil! – La mujer chasqueó los dedos y se colocó las manos en las caderas - ¿crees que me voy a marchar ahora? ¡Estás muy equivocado! Si dejaras que yo te ayudara en lo que fuera…
- ¿puedes hacer que el tiempo vuelva atrás? ¿Sabes lo que haría? – ella negó y Julián respiró tratando de calmarse, después de todo su amiga no era Inés, ella no era desleal ni falsa. - ¡jamás me hubiera casado con ella! ¡Me habría marchado al ejército…!
-¿y quién te lo impide ahora? – le retó con ojos entrecerrados.
Julián se quedó dubitativo por unos segundos, cuando levantó la mirada hacia ella sus ojos brillaban peligrosamente.
-supongo que nada.
En esta ocasión la sonrisa de Ginés era auténtica cuando su cuñada Inés llegó a su lado. Ahora tenía que conseguir que accediera a irse con él. Pero Ginés estaba demasiado envalentonado y le daba igual si ella consentía o no. Eso era lo de menos. Inés al ver a Ginés dudó durante un segundo, Julián le había dicho que estaba convencido que su hermano tenía algo que ver con su secuestro, pero los nervios de la joven estaban demasiado crispados, presentía que Julián la necesitaba. Estaba decidida a llegar a la hacienda y Ginés no iba a detenerla.
Parándose justo a su lado Ginés se inclinó un poco sobre su montura y trató de mostrar un semblante preocupado.
- Inés, ¿dónde estabas? Te hemos buscado por todas partes. Creíamos que algo grave te había sucedido – y para confirmar sus palabras colocó su mano enguatada sobre la mano de su cuñada.
Inés solo se lo pensó un momento antes de enfrentarse definitivamente al hombre que había sido su mejor amigo. – Sí que me pasó, me secuestraron Ginés.
La sorpresa que mostró el rostro del hombre se debía más a la inesperada confesión de Inés, que se hubiera atrevido a confesárselo a él, que al hecho en sí, al fin y al cabo él ya estaba enterado. Su cerebro empezó a elucubrar la mejor manera de tratar a Inés en esos momentos. Pero Ginés necesitaba trazar sus planes con tiempo, no le gustaba improvisar, siempre había algo que podría salir mal.
- ¿Te secuestraron?, ¿dónde?, ¿quién? – aunque su tono parecía alarmado sus ojos no reflejaban nada, aún estaba a la esperando las reacciones
- Eso ya no importa. Lo único que quiero es volver a casa. – sin darse cuenta agarró con tanta fuerza las riendas de la vieja mula que los nudillos se le pusieron blancos. Ginés notaba algo distinto en Inés. Siempre había sido afable y lo más importante, no sabía mentir. Tenía que impedir que viera a Julián, sino todo su plan se echaría a perder.
- Sí, claro, por supuesto. Estarás agotada y habrás pasado mucho miedo. Pero no puedo permitir que vayas sola, déjame acompañarte…
- No será necesario Ginés, ya estoy muy cerca. Puedes continuar camino, no quisiera entretenerte.
- Insisto Inés, te acompañaré, así me quedaré más tranquilo. – y sin dejarle más opción agarró las riendas de la mula y le dio la vuelta junto con su caballo. Inés estaba ahora más inquieta, podía notarlo en la rigidez de su espalda, pero estaba equivocada si pensaba que iban a llegar a la casa. Ginés había asumido que no podría volver a la hacienda hasta que Julián ya no estuviera en este mundo y un nuevo marqués de Manrique se hiciera cargo de todo.
- Gracias Ginés, te lo agradezco – contestó fríamente. Dio un brusco tirón para liberar sus riendas y se adelantó un poco, no quería retrasarse más. No había dado ni dos pasos con la vieja mula cuando su cabeza pareció estallar y todo se volvió negro mientras caía hacia un lado.