Capítulo 2
El día apenas comenzaba a despuntar cuando Margarita, la madre de Inés, entró en el aposento descorriendo las tupidas cortinas, permitiendo que la mortecina luz del alba inundara la habitación.
-Inés, cariño -susurró junto al lecho- es hora de comenzar a prepararte.
Inés escondió la cabeza bajo las mantas, en un vano intento de olvidar lo que las palabras de su madre significaban.
-Arriba, no seas remolona -la regañó haciendo a un lado las cobijas.
-Diles que estoy enferma -farfulló tratando de cubrirse nuevamente con las ropas de la cama.
-No seas chiquilla.
El tono cansado de su madre la hizo desistir de su intento por permanecer en el lecho, alzó la mirada hacia el rostro pálido de su madre, que aún presentaba los rastros de la golpiza recibida por su causa.
El sentimiento de culpa volvió a instalarse en su pecho y un nudo de angustia atenazó su garganta.
-No te disgustes -dijo Margarita al ver la humedad que comenzaba a bañar sus ojos- Estaré bien -forzó una sonrisa- Ahora debes prepararte.
-Sí, madre -dijo suspirando resignada.
El agua caliente y perfumada con esencia de rosas tuvo un efecto relajante en sus tensos músculos. Aunque no así en su estado de ánimo, que continuaba decaído. Aún esperaba que un milagro la librara de aquel horrible enlace. La sola idea de imaginarse desposada con Julián la hacía estremecer. Si al menos Ginés tuviera el coraje de enfrentarse por una vez a su hermano... pero no, sabía que eso jamás sucedería.
Así y todo en su interior continuaba revelándose ante la idea de aquella unión concertada por su padrastro.
Se contempló ante el espejo y apenas sí se reconoció. Deslizó la mano sobre el suave encaje que se abría en la parte delantera, dejando entrever la delicada seda que conformaba la falda de su vestido de novia. Observó las estrechas mangas y el precioso escote en "v", que de forma discreta hacía resaltar su busto. Sin duda Don José no había escatimado en gastos. Jamás había sido tan espléndido en sus regalos, pero claro, la ocasión lo merecía, pensó Inés con sorna.
-Estas bellísima, hija -exclamó Margarita emocionada al contemplar la imagen de la joven en el espejo.
-Sí -se limitó a contestar. No tenía sentido acongojar a su madre más de lo que ya estaba. Aunque no lo expresara en voz alta, ella sabía que tampoco aprobaba aquel enlace, pero su palabra tenía tanto valor como la de la misma Inés en ese asunto. Así que dibujó una sonrisa en su cara y alzando la barbilla se dispuso a enfrentar su destino.
El sol había escalado hasta situarse tras las altas montañas de la sierra donde la nieve aun coronaba los picos más altos. Una ligera brisa jugueteaba con las rosas en una danza silenciosa produciendo un suave siseo unas con otras, envolviendo el ancho portal con su fragancia.
Julián descendió las escaleras con prisa, saltando los escalones de dos en dos para frenarse en el vestíbulo con un movimiento seco.
-¿Dónde está? – rugió con voz grave recorriendo la sala con ansiedad. Aún no se había terminado de vestir cuando su ayudante de cámara le había informado que Ginés se marchaba de la casa. ¿Acaso su hermano estaba loco? ¿Dónde pensaba ir?
El bueno de Domingo llegó tras él jadeando con resuello pero Julián no lo esperó y siguió recorriendo la propiedad.
¿Por qué ahora? ¿Por qué justo ese día?
-Los invitados comienzan a llegar señor marqués. No es la primera vez que Ginés se marcha así y luego ya sabe que no tarda en regresar.
Julián fulminó con la mirada a Domingo.
-¡Debieron avisarme antes! – le apuntó con el dedo índice. Bastante nervioso estaba ya con el tema de la ceremonia como para que su hermano se comportara de manera tan infantil.
-¿quiere que avise al reverendo para que retrase la boda?
-¡no! Seguiremos adelante. No pienso cambiar mis planes por Ginés. – dijo agitando la cabeza como un toro enfurecido. Sus ojos brillaban tan peligrosamente que Domingo se apartó de él con precaución. – ¡Maldita sea! ¿Es que nunca piensa antes de actuar?
Domingo abrió la boca para hablar pero después de pensarlo mejor se encogió de hombros.
-¿Qué? – Le preguntó viéndole titubear -¿tú también opinas que debí hablarlo antes con él? ¡Por Dios es un crio! Al menor problema que aparece en su camino se esfuma. Ni siquiera está preparado para hacerse cargo de nada. ¿Cómo voy a confiar en él? – soltó un fuerte suspiro. Conocía a Domingo desde siempre y sabía que no le respondería.
Furioso y con paso firme regresó a su dormitorio a terminar de vestirse. Sus dedos nerviosos fueron incapaces de ajustar el ancho pañuelo de seda sobre el cuello.
En ese momento le dieron ganas de mandar todo al diablo, pero no lo haría. No por un capricho de Ginés. No cuando por fin se uniría a la hermosa joven con la que todas las noches soñaba.
¡Mierda! Era su hermano pequeño y el mejor amigo de Inés. ¡Amigo! Ginés no podía estar enamorado de ella, aún era muy joven y todavía no sabía lo que quería. No había sido responsable en toda su vida y ahora se lo demostraba así, huyendo como un cobarde.
-Debemos llegar antes que la novia a la ermita – le dijo Domingo apartándole las manos para afianzar el pañuelo, luego le tendió la chaqueta de brocado oscuro. –Intente calmarse un poco.
-¿será posible? – Preguntó a su vez arqueando las cejas –Si tuviera a Ginés aquí le cogería por el cuello…
-¡No diga tonterías señor marqués! Ama a su hermano y jamás le haría daño – Domingo asintió – Es cierto que le vendría bien una buena reprimenda, de hecho se la tiene bien merecida. Espere a que las aguas vuelvan a su cauce y vera como todo se soluciona. Seguro que cuando se le pase esta rabieta volverá con el rabo entre las piernas.
Si, Ginés siempre volvía aunque esta vez Julián no estaba tan seguro.
Quizá había consentido demasiado al joven. Debió haberlo obligado a retomar sus estudios cuando los dejó, sin embargo siempre lograba convencerlo de todo con sus argucias. Hubo un tiempo que llegó a pensar que Ginés se alegraría por la decisión tomada respecto a Inés pero por lo visto no era así.
Una duda cruzó su mente como un relámpago. ¿Y si era cierto que Ginés se creía enamorado de la joven?
-Señor marqués el vehículo está preparado ¿me ha oído?
-¿Qué? – Julián levantó la vista terminándose de abrochar la chaqueta.
Domingo se hallaba observando el exterior a través de la ventana.
-Le esperan – repitió.
-Bien, bueno – tomó una bocanada de aire como si se tratara de algún sedante que no surtió efecto y asintió con la cabeza – vamos allá.
Muy lejos de allí un caballo galopaba frenético por los ricos pastos cubiertos de verde musgo. El jinete parecía estar muy cabreado, instigaba al animal a hacer más rápido el galope.
Ginés se había marchado encolerizado de su casa, ¿qué podía hacer? Su querida Inés se casaba y nada menos que con su hermano mayor.
¿Cómo podía competir con él? Lo tenía todo; la apostura de un lord, el encanto de un seductor y la fuerza e inteligencia de un rufián. Mientras que él no había conseguido nada, no había terminado los estudios y no sabía que iba a hacer con su vida.
Sus escasos 22 años le pesaban como si llevara una cadena de plomo alrededor de su cuello.
Podría irse a Londres, hacía un año que Napoleón había caído y las fronteras estaban abiertas a los viajeros. A lo mejor un cambio de ciudad le sentaba bien.
Pero, ¿podría olvidarse de Inés? Había vivido momentos preciosos con ella, pero contra su hermano no podía hacer nada.
Lo único que le corroía las venas era el preguntarse porque no le había hablado de sus intereses.
¿Por qué se quería casar con ella? Acaso la amaba o era un matrimonio de pura conveniencia. Compadecía a Inés, tendría que aprender a vivir con su hermano.
Un hombre que levantaba pasiones allá donde iba, un hombre que había seguido con los negocios de su padre de una manera fructífera, un hombre que había conseguido todo lo que se había propuesto.
Y si…su mente bullía más allá de la razón.
Se iría todavía más lejos… surcaría los mares y conocería otras tierras y otras culturas. Y se olvidaría de su cómoda vida.
Antes de salir de su habitación tuvo un pensamiento, se imaginaba a Ginés a lomos de un caballo. Venía a salvarla de las garras de su hermano y la llevaba con él.
- Inés, cariño vamos a llegar tarde.-la voz de su madre la sacó del sueño de golpe.
No podía ser, Ginés era un hombre tranquilo que no se arriesgaba. Vivía el día a día sin pensar en el futuro.
Se resignó a admitir que tenía que intentar soportar el día como pudiera y seguir su vida al lado de ese hombre. En sus recuerdos lo veía reprendiéndola por sus travesuras y más tarde lo veía levantando pasiones en torno a las mujeres de los alrededores. Suspiró largamente antes de salir de su alcoba.
Instalada en el carruaje que la llevaría hasta la ermita dónde tendría lugar la ceremonia, Inés contempló el rostro complacido de Don José y prefirió apartar la mirada. Aún no lograba entender como su madre se había casado con semejante monstruo. Era cierto que tras la repentina muerte de su padre, no habían quedado en muy buena posición, las deudas contraídas por su progenitor las habían dejado a merced de los acreedores. En momentos tan delicados, la aparición de Don José y su propuesta matrimonial fueron casi providenciales y Margarita no había dudado en aceptar. Más pensando en el bienestar de su hija que en el suyo propio. Lo que jamás hubiera podido imaginar, era que el hombre con el que se desposaba era un tirano, déspota y avaro que las tendría sometidas bajo castigos y amenazas.
¿Qué sería de su madre ahora que ella se casaba? El simple hecho de imaginarla sola en aquella casa con ese hombre le erizaba la piel y la angustiaba. Lanzó una rápida mirada hacia la mujer que la había traído al mundo, su rostro se veía serio y su mirada permanecía perdida en algún punto del paisaje. Se suponía que para una madre ese día tenía que ser tan especial como para ella misma, pero ninguna de las dos se sentía feliz, ambas sabían las consecuencias que el enlace acarrearía.
Sumida como estaba en sus pensamientos y preocupaciones, no se había dado cuenta de que el carruaje se había detenido ante la iglesia. Fue la voz desagradable y atronadora de Don José la que la hizo reaccionar.
-Muévete muchacha, no te quedes ahí pasmada -la agarró del brazo y le dio un fuerte meneo- A veces pienso que lo único que posees es belleza y que esa cabeza tuya está más hueca que una calabaza.
Inés se mordió la lengua para no responder al insulto, a la vez que tiraba del brazo para liberarlo de la garra que comenzaba a clavarse en su carne.
Descendió sin ayuda alzando el primoroso vestido de una manera muy poco ortodoxa a la vez que fulminaba con la mirada la espalda de su padrastro, que ya se dirigía a la puerta del templo.
-No se lo tengas en cuenta cariño -susurró Margarita tras ella.
-No sé como aún lo puedes defender, después de...
La hizo callar antes de que continuara hablando y de que su mal genio terminara de florecer. Sabía que José no montaría una escena en público, pero las represalias podrían ser terribles si Inés se dejaba llevar por la cólera.
-Por favor -suplicó- Dejemos las cosas como están.
Movió la cabeza de forma negativa, sin lograr comprender el porqué de la sumisión de su madre, pero no quería disgustarla y tras darle un beso en la mejilla dijo:
-Está bien, terminemos con esto cuanto antes.
Sin esperar más se encaminó hacia el portón, donde Don José la esperaba para entregarla a novio.
Las reducidas dimensiones de la ermita le permitieron ver a la perfección al hombre que la esperaba ante el altar. Un estremecimiento la recorrió de arriba abajo, en el instante que sus miradas se encontraron.
¿Por qué cada vez que lo tenía ante ella sentía aquel desasosiego? Algo que emanaba de él le hacía aparecer amenazante y peligroso ante sus ojos. No acertaba a discernir si era su gran estatura, su poderoso cuerpo o la penetrante mirada de aquellos ojos oscuros como la noche.
Agitada, desvió la mirada, momento que aprovechó para observar a los presentes, tratando de localizar a su amor, a Ginés.
No estaba, Ginés no estaba en la iglesia.
Mil ideas comenzaron a rondar su cabeza, a cada cual más disparatada. Finalmente volvió la vista hacia su futuro esposo y como si él pudiera leer sus pensamientos esbozó una sonrisa torcida que le heló la sangre en las venas.
Inés alzó la barbilla negándose a exteriorizar el temor que el gesto arrogante de Julián provocaba en ella. Trató de mantener la mirada firme en el rostro de su prometido para evitar mostrar la inquietud que la invadía. El cabello de éste, negro como una noche sin luna y sus profundos ojos oscuros, parecían refulgir y a su pesar Inés tuvo que admitir que su futuro esposo poseía un atractivo difícil de ignorar. “Su futuro esposo”, y al pensar que ese hombre imponente e implacable en breve tendría su vida en sus manos sintió un escalofrío. En ese momento Julián tendió su mano hacia ella e Inés, sabiendo que no podía hacer otra cosa, subió los tres escalones que la separaban del altar.
Como en un sueño, repitió las palabras que el cura iba diciendo y que la unían irremediablemente a Julián para el resto de su vida. Éste permanecía serio y tranquilo a su lado y su voz, profunda y ronca, parecía reverberar entre las paredes de piedra de la vieja ermita. Justo antes de pronunciar el “si quiero”, Inés buscó con la mirada entre la multitud, deseando ver aparecer a Ginés y que éste la rescatara como sucedía en las historias que tanto le gustaba leer. Pero Ginés seguía sin aparecer y, sin poder reprimir un suspiro, Inés se entregó a un destino que otros habían marcado para ella.
Tras finalizar las palabras rituales, Julián se volvió hacia ella con un brillo de triunfo en la mirada y al agarrarla con firmeza del brazo para ayudarla a bajar los escalones que separaban el altar del pasillo que debían recorrer, Inés no pudo evitar un leve gesto tratando de desasirse, pues justo en ese mismo lugar Don José la había agarrado con ferocidad, haciendo que un feo hematoma coloreara la suave piel de su brazo.
Julián se envaró al notar el gesto y agachándose hasta tocar con su cálido aliento la oreja de la joven, murmuró:
- Ahora eres mía y cuanto antes lo aceptes será mejor para ti.
Tras oír estas palabras Inés ahogó un jadeo y entonces Julián, apretando los labios la instó a caminar a su lado mientras la joven luchaba por reprimir las amargas lágrimas que deseaba derramar.
El resto de la celebración pasó como en un sueño; su padrastro bebía y reía, sin ninguna duda se sentía feliz por haberse salido con la suya.
Por su parte Julián permanecía serio junto a ella, presidiendo la enorme mesa de caoba en la que los criados servían un manjar tras otro, aunque cada vez que algún invitado se acercaba a felicitarlos respondía con una sonrisa y estrechaba la mano de Inés, como si realmente se sintiera muy satisfecho con esa boda.
Inés por su parte no podía fingir ningún tipo de alegría. Permanecía con semblante circunspecto y apenas había probado bocado, sólo sus ojos se movían frenéticamente por la sala, tratando de toparse con los ojos marrones de Ginés, pero parecía que a éste se lo hubiese tragado la tierra.
En ese momento Julián se inclinó hacia ella y murmuró, con la voz teñida por la cólera:
- Al menos trata de fingir que este matrimonio te alegra.
- ¡Es que no me alegra!- contestó Inés indignada - ¡Y tú lo sabes!
- Lo único que sé es que ya está hecho y si piensas que voy a permitir ser el hazmerreir de todo el mundo es que no me conoces.- Agarrándola con fuerza de la mano añadió: - ahora sonríe y deja de vigilar el regreso de mi hermano.
- ¡¡Te odio!! - exclamó ella con vehemencia, notando con un sentimiento de humillación como sus ojos se humedecían.
- Tú limítate a serme fiel y a darme hijos, lo que sienta tu corazón me es indiferente - e Inés, sumida en su propia desesperación, no pudo captar los celos y el dolor que la voz de Julián dejaban traslucir.
-¿Y dónde está Ginés? ¿Lo tienes encerrado? – preguntó Inés fingiendo una enorme sonrisa a nadie en particular.
Los invitados parecían estar disfrutando con mucho entusiasmo de la suntuosa cena. El barullo de voces era incesante y entre todas ellas la de Don José que se estaba pasando de tragos.
Julián se tensó sin ser consciente que la copa de vidrio estallaba en su mano y que el vino caía entre sus dedos hasta la mesa.
Instintivamente Inés se echó hacia atrás en su silla. De refilón pudo ver el duro rostro de granito, la fuerte mandíbula, pero sobre todos los ojos negros como el pecado que la observaban con el deseo de asesinarla.
Domingo llegó en un santiamén acompañado de un sirviente. Entre los dos intentaron arreglar el estropicio.
-Esposo mío, te has manchado la camisa – se atrevió hacerle notar Inés con una voz tan dulce que pecaba de empalagosa.
Por respuesta obtuvo un gruñido junto a su oreja cuando Julián se levantó excusándose con los invitados.
Inés sintió con pesar que abandonara el comedor y no supo porque. En realidad debía admitir lo poco que conocía al marqués. Claro que tampoco tenía muchas ganas de hacerlo, Julián la caía mal. Era frio, serio y enseguida parecía atacarla con cualquier cosa. Siempre con la misma cantaleta –“eso no lo hacen las damas” “qué clase de educación la han dado a usted” Ahora que viviría con él ni quería pensar lo que la esperaba.
¿Tendría la mano tan suelta como su padrastro? Si eso llegaba a ser así no dudaría en huir. Se llevaría a su madre consigo. Quizá el marqués no se daría cuenta si cogía un poco de allí, otro de aquí. Siempre con la firme proposición de devolverlo. Inés podría ser muchas cosas pero no una ladrona. ¡Dios la librara de eso!
Domingo regresó a coger el pañuelo del marqués que lo había dejado sobre la silla e Inés lo detuvo sujetándole de la manga.
-Domingo ¿Dónde está Ginés? ¿Por qué no ha venido?
El hombre la regaló una mirada algo triste y se inclinó hacia ella fingiendo limpiar algo que hubiera quedado de la mesa.
-El señor se fue esta mañana. No sabemos dónde ha ido.
-¿se fue? – repitió con sorpresa – pero va a volver ¿verdad?
-Se llevó ropa como para estar un largo tiempo ausente. ¿A usted no la comentó nada?
Inés negó preocupada. No sabía que pensar. Nunca se había encontrado tan sola como en aquel momento.
Domingo se marchó y a los pocos minutos reapareció el marqués con su aire orgulloso y altivo.
-Me gustaría pedirte algo si no es mucha molestia – dijo Inés clavando sus ojos verdes en aquellos que la miraron con desfachatez.
-Tú dirás – la contestó frunciendo el ceño con desconfianza.
-¿sería posible que mi madre me acompañara durante unos días? Solo unos pocos mientras me voy acostumbrando.
-Si te respondo que no… - dejó la frase en el aire y entonces Inés elevó el mentón desafiante y sus ojos adquirieron un brillo peligroso.
-Iré todos los días a visitarla. Desde que salga el sol hasta que se ponga. ¿O piensas encerrarme aquí? Como no hemos hablado no sé qué es lo que esperas de mi ni que intenciones tienes…
- Este no es el mejor momento para esta conversación – la interrumpió tajante.
-¿pero sobre mi madre…?
-Lo pensaré. – Julián movió la mano hacía el sirviente y este corrió a servirle más vino.
¡Lo pensará! ¡Ja! ¡Cuando! ¿Cuándo Don José se marchara arrastrando a Margarita tras de sí?
Su madre cuanto había tenido que sufrir soportando a su padrastro. ¿Es que la vida tenía que ser tan injusta? Perder primero a su padre y ahora su libertad junto al amor de su vida, Ginés. ¿Sería que alguna vez pudiera sentir algo por el "marqués”? Y para colmo enfrentarse a esa noche de bodas. Eso era lo que más le aterrorizaba. Él sin duda sería experto y ella, ella le temía tanto, que quería salir huyendo.
A su lado Julián también pensaba en su situación.
Se sentía desesperado, su hermano había desaparecido y no creía que fuera a volver en un largo tiempo. Y su espléndida esposa lo odiaba. Tal vez se equivocó al llevar a cabo ese matrimonio, pero la verdad es que no podía permitir que nadie más se le adelantara. Si al menos hubiera hablado de sus intenciones con ella mucho antes, no, no, eso ya lo había intentado y le dio miedo.
Miedo al pensar que tal vez ella pudiera rechazarlo, burlarse de sus sentimientos. Y eso es algo que no podría tolerar. Aun la veía jugando como si fuera un chiquillo y no una señorita. Amaba esa naricilla respingona que levantaba cuando estaba enojada y ese ceño que hacía cuando algo no le parecía.
Tal vez ya no podía hacer nada para conquistarla pero empezaría con su lenta seducción esa misma noche entre las cuatro paredes de su alcoba. Sí, ella tendría que rendirse a sus caricias, y a ese amor silencioso que le demostraría. Se entregaría en cuerpo y alma y de alguna u otra forma ella también lo haría. Con esa resolución una sonrisa se pintó en su rostro.
Sin embargo sus pensamientos fueron interrumpidos por su esposa nuevamente.
-¿Lo has pensado?
-Pensar ¿qué?
-Lo que te he pedido
-Si supongo que sí puedo permitir que tu madre viva unos días con nosotros. Hablaré con tu padrastro mañana.
-Pero, tienes que hablar con él ahora, para avisarle, sino después se negará- contradijo ella, con una mirada suplicante.
-Pero no ves que tu padrastro está muy borracho ya- si supiera ella que todo lo que le pidiera se lo daría, aun su propia vida. Pero esa era un arma muy peligrosa que no podría darle aún. Tiempo al tiempo se dijo. Lo primero era ganarse su confianza y su cariño después ya vería.
Julián colocó su mano en la cintura de Inés y acercándose a su oído le dijo – ven conmigo- mientras acariciando su cintura y sorteando a los invitados, la instaba a salir del salón.
Si quería ganarse su confianza debía empezar cuanto antes. No había podido resistirse a tocarla, había estado todo el día con ganas de acariciarla, probarla, el beso que le había dado en la ermita solo había hecho que aumentaran sus ganas por ella.
-Adonde me llevas, los invitados aun no se han ido y tenemos que despedirlos – Sabía lo que ocurriría en la noche de bodas, lo había visto en el campo, a los animales en varias ocasiones y su madre la noche anterior le había medio intentado explicárselo, sin mucho éxito,
Pero no estaba preparada, creía que tendría más tiempo para ir haciéndose a la idea, su mano en la cintura y su pecho apoyado en su espalda, no estaban ayudando en nada a calmar la sensación extraña que sentía en el estomago.
Y el beso, en la ermita, recordó como Julián le levantaba el velo mientras oía un puedes besar a la novia y como el brillo de unos ojos negros la inmovilizaban mientras unos brazos fuertes y decididos la rodeaban, la sensación que tuvo con el primer contacto de sus labios fue devastadora.
Salieron del salón, dejando el bullicio de la boda atrás y pasando de largo por escaleras que conducían a las habitaciones del piso de arriba, salieron de la casa.
-Donde vamos- Inés paro de golpe y se negó a continuar andando sin saber donde la llevaba, llevaba todo el día, conteniendo su carácter por miedo a lo que le podía ocurrir a su madre, pero tenía los nervios a flor de piel
- Relájate y confía en mí, voy a darte mi regalo de bodas, la volvió a coger, esta vez de la mano y tiro de ella como de un niño, hasta que llegaron a las cuadras
En el establo, el animal piafaba inquieto en su nueva cuadra.
Inés corrió el cerrojo y entró
- Sansón- chilló, el animal levantó la cabeza y buscó a su dueña con la mirada, los ojos almendra de la bestia se tranquilizaron y acerco su cabeza.
Inés acarició su musculoso cuello mientras le susurraba palabras tranquilizadoras