Capítulo 17

 

Doña Margarita no podía creer lo que estaba sucediendo. Julián pidiendo la nulidad e Inés seguía sin aparecer. Había ido a comprobar por sus propios ojos que su hija en verdad se hubiera fugado con Ginés. ¡No podía creerlo! Para colmo, cuando llegó a la casa que su yerno le había indicado no halló a nadie. Ni siquiera parecía un sitio habitable, el polvo, las telarañas y la falta de muebles la hizo sospechar. ¿Y si Inés estaba en peligro? Mil demonios se apoderaron de ella. Debía encontrar a su hija y asegurarse que todo estaba bien. Escucharía las explicaciones que la tuvieran que dar pero  mientras Inés no apareciera se encontraba de manos atadas.

Julián no parecía querer hablar con ella y Margarita ya no tenía más sitios donde buscar excepto en casa de Doña Hortensia. Miró el reloj del vestíbulo. Las agujas marcaban pasada medianoche. No era hora de hacer visitas pero el miedo superaba su enojo.

Ordenó que la preparara el vehículo y acompañada de uno de los mozos se acercó hasta la ciudad. A esas horas todo estaba desierto.

En la fachada de la casa del alguacil débiles luces iluminaban el lugar.

Saludó a los dos hombres uniformados que guardaban la entrada y entró decidida a poner la denuncia sobre la desaparición de Inés. Una vez que la hallaran sabría si había escapado involuntariamente, cosa que dudaba muchísimo, pero si no había sido así y su hija estaba en peligro, el marqués pagaría con creces lo que hubiera hecho.

Su corazón de madre se ahogaba por la preocupación.

La hicieron  pasar a una sala pequeña y suavemente iluminada. Todo se hallaba en completo silencio a excepción de la ronca respiración del teniente.

-¿Cuándo dice que fue la última vez que vio a su hija?

-Hace unas semanas ya.

-¿y no se ha puesto en contacto con usted?

-No lo ha hecho y temo que esté en peligro.

-Esta noche no podemos hacer mucho – la explicó el teniente con rostro amable – a primera hora nos acercaremos hablar con el Marques y le sonsacaremos todo lo que podamos. ¿Sospecha de él tanto como para informar a las cortes?

Margarita se mordió el labio inferior dudosa.  Julián era el marido de Inés y por lo tanto él debía saber exactamente que estaba ocurriendo con su hija.

-No estoy muy segura, yo solo quiero ver a Inés y comprobar que está bien. Si a su marido no le importa su paradero me da igual, pero soy su madre y exijo saber con exactitud dónde está mi hija. Creo que están cometiendo un atropelló con ella y no voy a parar hasta saber a ciencia cierta qué es lo que ocurre.

 

Alzó los brazos y ladeó la cabeza, primero hacia un lado y después hacia el otro. Estirándose y tratando de liberar la presión que sentía en el cuello y los hombros. Llevaba horas sentado ante la mesa de su estudio intentando poner al día los asuntos del marquesado.

Con todo lo que había sucedido en los últimos días, había descuidado sus obligaciones, y ahora pagaba las consecuencias, pensó malhumorado.

Recuperó la postura y bajó la vista de nuevo hacia la pila de documentos que tenía ante sí, pero un torbellino de recuerdos y acontecimientos se instaló en su cabeza, impidiéndole concentrarse en el trabajo.

Desde el día que había presentado la propuesta de nulidad matrimonial a las autoridades eclesiásticas, alegando adulterio, tenía una sensación en el estómago realmente molesta. No era la primera vez que sentía ese malestar, ya en otras ocasiones lo había padecido y siempre cuando barruntaba que algo no iba bien o que se había precipitado al tomar una decisión.

Pero esta vez no era el caso, había tomado la decisión adecuada. Si Inés prefería estar con su hermano, él se encargaría de concederle la libertad para que se fueran juntos al infierno si querían.

Ese pensamiento lo enojó más de lo que le gustaba reconocer e irritado consigo mismo, deshizo el nudo del pañuelo que cerraba su camisa y lo arrojó sobre la mesa.

¿De verdad quería concederles ese favor? No estaba del todo seguro.

El dolor y la furia que lo habían machacado por dentro en un principio, habían ido perdiendo fuerza y ahora, con la mente algo más fría, trataba de buscar una explicación, una justificación para la traición de Inés.

Sabía que su hermano lo había traicionado y tenía la prueba de que Inés había participado en la traición. Pero se le hacía sumamente extraño que doña Margarita no conociera el paradero de su hija. Realmente aquel asunto comenzaba a ser una locura.

Se mesó los cabellos en un vano intento por liberarse de sus dudas, las hechos estaban claros y las decisiones tomadas, se dijo dando el tema por zanjado.

En suave golpe en la puerta atrajo su atención, distrayéndolo de sus erráticos pensamientos. Domingo entró en el estudio entornando la puerta tras de sí al entrar.

-Disculpe, señor. Hay unos hombres que desean hablar con usted.

-Domingo, ahora estoy muy ocupado…

-Se lo he dicho, excelencia, pero insisten en que es un asunto de suma importancia.

-¿Quiénes son esos hombres? –preguntó entrecerrando ligeramente los ojos, intrigado por el empeño que mostraban.

-No han dejado tarjeta señor, tan solo me han asegurado que le interesará saber lo que tienen que decirle.

Se frotó la frente exhalando con fuerza a la vez.

-Está bien, hazlos pasar –esperaba que realmente fuera algo importante o él mismo los pondría de patitas en la calle, no estaba del mejor humor en esos momentos para aguantar tonterías.

Tan solo unos segundos después, Domingo regresó acompañado de dos caballeros.

Ambos eran altos y con porte distinguido, sus ropas eran elegantes y de buen corte, era evidente que no carecían de medios, o eso trataban de aparentar.

-Ustedes dirán, caballeros. Dispongo de poco tiempo, así que espero que no se ande con rodeos –fue el cortante saludo que les dedicó, a la vez que señalaba el par de butacas que había frente a su mesa.

-Está bien –dijo uno de ellos acomodándose en los asientos indicados- El asunto que nos trae aquí es su… amiga Hortensia.

-¿Hortensia? -frunció el ceño confundido- ¿Le ha sucedido algo?

-No, por el momento –fue la escueta respuesta.

-Déjese de rodeos, señor –se inclinó sobre la mesa con gesto amenazante.

-Lo primero, creo, sería presentarme debidamente.

Julián enarcó una ceja ante el comentario, ciertamente sería interesante saber de una buena vez quien era aquel hombre y que sabía sobre Hortensia.

-Soy Ignacio Alfeiran –hizo una pequeña pausa para que su interlocutor digiriera la noticia- el hermano del difunto esposo de su “querida amiga” Tesi.

-¿Hermano? -exclamó confundido- Eso es imposible…

 

- ¿Qué?- fue la única palabra que pudo pronunciar.- ¡¡¡¡ ¿Cómo, qué hermano?!!!!No sabía que nada..... ¿y qué demonios tiene que ver Tessi? ¡ya está explicándose!

 

Ignacio se quedó observando un instante a Julián... en verdad ese hombre vivía en la ignorancia absoluta, no pudo evitar reírse en su foro interno... y prosiguió hablando...

 

- ¿Acaso "su amiga" nunca le dijo nada?

- No

- Bueno pues en ese caso, tenemos muchas cosas de las que hablar,...

Julián se estaba comenzando a impacientar... ¿qué le tenía que decir de Tessi y su amigo? ¿Por qué no le dijeron nunca que tenía un hermano su amigo?

Por suerte, sus preguntas iban a tener respuestas,... a esas y a otras de las cuales no se sentía para nada preparado para todo lo que Ignacio le contó... solo tenía una cosa clara... que había sido engañado y por todo juró vengarse...

Julián había escuchado la historia de aquel hombre con cierta incredulidad. No lograba entender como durante todos aquellos años jamás había salido a relucir, ni por error, la existencia de aquel hermano.

Cierto era que lo que el joven acababa de confesarle era motivo suficiente para que Alfeiran lo hubiera mantenido alejado de él… pero de ahí a renegar…

-Todo esto que me acaba de contar me resulta…

-Abrumador –dijo el joven con una sonrisa burlona en los labios- puedo entenderlo. Mi condición… sexual, es un tema que la gente prefiere ignorar, incluso mi hermano lo hizo, aunque él llegó más lejos al repudiarme y obligarme a abandonar el país.

Julián notó cierto grado de amargura en su tono.

-¿Y por qué ha vuelto? ¿Pretende reclamar su herencia? ¿Por eso quiere hablarme de Tesi?

-No, nada de lo que imagina es lo que me ha traído de vuelta.

-Explíquese –estaba comenzando a perder la paciencia. No entendía que tenía que ver con él todo aquello y si ese muchacho buscaba algún tipo de remuneración por ser quien decía ser, ciertamente no era con él con quien debía hablar.

-A pesar de que mi hermano renegó de mí en el mismo instante que descubrió mis… gustos -inspiró con fuerza como si necesitara coraje para continuar. El hombre que se hallaba a su lado en completo silencio, alargó la mano y la apretó el hombro en señal de apoyo.

Julián no pasó por alto el gesto, pero no quiso especular con la relación que unía a aquellos dos.

-… y de que se avergonzaba por ello, yo jamás lo culpé. Entiendo que vivimos en una sociedad cerrada y plagada de prejuicios que condena lo que desconoce y mi hermano no era diferente a los demás –se encogió de hombros- por ello jamás dejé de amarlo como lo que era, mi hermano, sangre de mi sangre. Periódicamente recibía información sobre él, su vida y su salud.

-Sigo sin entender por qué me cuenta todo esto y que tiene que ver la viuda de su hermano en esta historia –la paciencia de Julián estaba alcanzando su límite, tenía suficiente con sus problemas para estar aguantando los gimoteos de un desconocido.

-De acuerdo, iré al grano. Tengo evidencias suficientes para asegurar que mi hermano fue asesinado, y pretendo hacer justicia.

-¡Asesinado! Usted ha perdido la cabeza, no sabe lo que está diciendo –dijo poniéndose bruscamente en pie- Su hermano, si es que era su hermano, murió en su cama tras una dura y brutal enfermedad.

-¡Murió envenenado! –exclamó Ricardo poniéndose en pie y enfrentando a Julián desde el otro lado de la mesa que los separaba- Y no fue otra que su amante, su querida Tesi, la que se encargó de suministrar el veneno.

-Una mentira más y lo arrojaré de mi casa como a un perro sarnoso –bramó encendido.

Era lo que le quedaba por oír. Ahora, resultaba que Hortensia era una asesina. Casi sintió ganas de reír ante aquella absurda acusación, pero era demasiado grave para tomárselo a la ligera.

-Defiende a su amante, quizás usted mismo la ayudó a terminar con su esposo…

Julián no soportó ni una palabra más y saltando sobre el escritorio, se abalanzó sobre él difamador que osaba entrar en su casa a insultarlo de aquella manera.

Tan solo acertó a asestar un primer golpe, al momento el otro hombre lo había cogido por detrás inmovilizándolo e impidiéndole continuar con su ataque.

-Suélteme ahora mismo- gritó enfurecido.

-No antes de que se tranquilice –fue la suave respuesta, con un marcado acento francés, del sujeto.

-¿Por qué no se lo pregunta? –inquirió Ricardo llevándose los dedos hacia la comisura de los labios, dónde el golpe de Julián había hecho brotar la sangre.

-¡Fuera de mi casa! –bramó tratando de desasirse de la sujeción a la que lo sometía el francés.

-¿Existe algún problema señor? –preguntó Domingo desde la puerta, que atraído por los gritos no dudó en entrar.

-Los caballeros ya se van –escupió Julián.

-Es una lástima que no me crea –manifestó a la vez que hacía un gesto para que su amigo soltara al marqués- Tal vez usted sea el siguiente. Piénselo.

Sin decir ni una sola palabra más, la pareja abandonó el despacho acompañados por un confundido Domingo.

-¿Se encuentra bien, excelencia? –preguntó desde la entrada, unos segundos después.

-Sí, Domingo, gracias.

Se disponía a retirarse discretamente, como siempre, cuando la voz de Julián lo detuvo.

-Dice que es hermano de Alfeiran y que Hortensia asesinó a su esposo –parecía hablar para sí mismo, pero el mayordomo, que lo conocía bien, sabía que estaba dirigiéndose a él, confiando en él como tantas otras veces en el pasado cuando los problemas lo había agobiado y no contaba con nadie más que lo apoyara.

-¿Hermano, dice?

-Sí, una locura ¿verdad?

Como no recibió respuesta, se giró y buscó la mirada de su fiel servidor. Las pobladas cejas aparecían fruncidas y un brillo reflexivo iluminaba sus ojos.

-¿En qué piensas, Domingo?

-En que quizás el joven no haya mentido respecto a su identidad.

El caballo aminoró la marcha al entrar en el camino. Comenzaba anochecer e Inés ya no podía más con su cuerpo. Llevaba dos días cabalgando, o tres, ya ni lo recordaba. Tenía los músculos agarrotados y doloridos. No sentía los dedos de la mano de sostener las riendas con fuerza y todavía quedaba mucho viaje por delante. Sin comida, sin una sola moneda con que pagar una habitación para descansar. No lo lograría nunca.

Con paso lento llegó hasta el puente de piedra. Desde allí pudo ver las primeras luces de la ciudad que comenzaban a emerger a medida que el sol se escondía tras la montaña.

Cruzó el Ebro escuchando los cascos del caballo sobre la piedra. Cuando atravesaba una ciudad no podía evitar sentirse nerviosa. ¿Y si Ginés la atrapaba antes de llegar a casa?

Nada más cruzar el puente tuvo que hacerse a un lado para dejar pasar a un vehículo oscuro que parecía llevar prisa.

Inés miró al coche con anhelo. ¡Cuánto hubiera dado…!

Dio un respingo cuando los caballos se detuvieron orillándose en el camino.

Un hombre joven sacó la cabeza por la ventanilla y la miró fijamente.

-¿se encuentra usted bien?

Inés trató de asentir pero inesperadamente, el caballo la tiró elevando sus patas delanteras al cielo. Alcanzó a ver la pequeña liebre que había asustado al animal.

El caballero descendió con velocidad y corrió a ella tomándola en brazos.

-Estoy bien – dijo Inés tratando de apartar las manos del hombre de su cuerpo – no tengo nada, deje de sacudirme por favor.

-Lo lamento, pensé que quizá necesitara ayuda. Parecía estar a punto de caer de la montura de un momento a otro.

-Pues estaba confundido. ¿Y ahora donde está mi caballo?

El hombre se encogió de hombros alzando las cejas.

-Pues me temo que se ha marchado. Ha sido culpa mía, no he debido detenerme. ¿Puedo compensárselo? – el hombre sacó un pesado monedero de piel pero Inés negó con la cabeza.

-No es necesario señor. Pero si podría ayudarme de otra manera. Necesito regresar a mi casa. Mi esposo – le dijo con voz nítida para que luego no hubiera errores – creo que está en peligro y debo advertirle.

  -Yo voy para Segovia.

-Perfecto – Inés le dedicó una sonrisa cansada - ¿le importa si le acompaño?

-Solo si me cuenta que le ha sucedido – no podía dejar de advertir las ropas rotas y sucias de la joven – Soy el Sargento Juan de Dios. Recién me traslado a Segovia como representante de las cortes de Madrid.

-Inés Gonzaga, marquesa de Manrique. Con mucho gusto le contaré todo, de hecho, es usted a la primera persona a la que hubiera acudido. Pero por favor, necesito descansar.

-Por supuesto – el sargento la ayudó a subir al vehículo.

Algo inesperado
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