Capítulo 26
-Julián- susurró despacio, en su oído.- Regresa mi amor. Te necesito, te necesitamos.- Inés sollozaba quedamente pero seguía hablándole, expresando todo el amor que guardaba sólo para él.
Julián navegaba en la oscuridad, de repente escuchó sonidos y una voz dulce que le hablaba, sintió dolor en todo el cuerpo. No sabía dónde estaba, ni que día ni hora era. Tan sólo sabía que quería seguir durmiendo en la paz oscura en la que se hallaba hasta hacía segundos. Pero no podía apagar esa voz, la reconoció, la voz más hermosa que había escuchado jamás, diciendo las palabras más bellas del mundo y tan sólo para él. Comenzó a hacer fuerza para despertarse, pero sus ojos le pesaban y se sentía muy cansado. Siguió recorriendo ese río de tinieblas en el que estaba, hacia esa voz luminosa que no dejaba que se fuera.
-No regresa.- dijo el médico entre furioso y resignado. Inés se apartó y comenzó a llorar cubriéndose el rostro con las manos. Sus hombros subían y bajaban a causa de los sollozos que no podía contener. Domingo se acercó a ella y le puso una mano en el hombro con delicadeza, sin saber cómo reconfortarla.- Haré las curaciones necesarias.- el doctor la miró sin saber si dirigirse a ella o no. Luego de la muerte de Ginés Julián había quedado sólo, no tenía más familia. Levantó la cabeza, suspiró despacio y se secó las lágrimas lentamente con el dorso de la mano, no iba a mostrarse débil…Julián había cometido errores, muchísimos, pero ella no iba a ser tan tonta como para no reconocer que también lo había hecho ella. Iba a cuidar a ese hombre, y formar la familia que quería junto a él, el único que había echado raíces en su corazón.
-Voy a quedarme a atenderlo. Quiero estar aquí cuando despierte – le dijo a Domingo. El hombre la miró con dulzura y asintió.
El médico limpio cuidadosamente la sangre que cubría el rostro de Julián bajo la atenta mirada de Inés, luego vendó su cabeza, aunque él continuaba inconsciente.
- Debemos instalarlo en una habitación de la planta baja, y tan sólo podemos esperar... lo que estaba en mis manos ya está hecho, tan sólo nos queda Dios.- El hombre se limpió el sudor de la frente con el antebrazo, la tensión por salvar al Marqués había hecho mella en su cuerpo y mente también.
Inés se acercó despacio y le tomó las manos, mirándolo suplicante. Las lágrimas aún corrían lentamente por su rostro y parecía que había envejecido diez años.
- Necesito que me diga la verdad doctor... ¿Se pondrá bien?-
El médico hizo una mueca de indecisión, en el estado en que se encontraba la joven no le parecía seguro decirle la verdadera situación de Julián. Sin embargo su ética no le permitía mentir, aunque fuera para evitar un sufrimiento mayor.-El golpe que sufrió fue muy fuerte, señora. Lo principal es esperar que despierte... cuidarlo para que la fiebre no suba demasiado, pero hasta que esté consciente no puedo decir más. Luego podremos ver las secuelas que le haya causado semejante caída.
Cada minuto, cada hora, cada día que pasaba Inés se desesperaba más. Julián no parecía reaccionar a ningún estímulo, ni a la radiante luz que entraba por la ventana, ni a los ruidos ensordecidos de la taberna, ni al frescor que entraba cuando Inés abría la ventana en contra de la opinión del facultativo. Su semblante no reflejaba dolor, parecía tan relajado como si estuviera inmerso en un pacífico sueño.
Sin que nadie le hubiera dicho nada unas horas después doña Margarita se presentó en la taberna con una muda y lo necesario para que Inés no se separara de su esposo. Con una buena propina consiguió que la alojaran en la habitación contigua. Habitación que solo usaba para refrescarse y tomar un frugal desayuno cada mañana mientras el médico atendía a Julián. Inés notaba crecer su angustia igual que el hijo que esperaba. Al segundo día de su estancia en la taberna, notando una amarga lágrima descendiendo por su mejilla, Inés apoyó su pequeña mano en el centro del pecho de Julián. Su corazón latía fuerte y acompasado e Inés no lograba entender por qué no despertaba, el chichón que tenía en la cabeza no había aumentado más de tamaño y había perdido parte de la rojez de los primeros momentos, todo parecía indicar que se estaba curando, ¿pero por qué no despertaba?
Acariciando ligeramente su torso se acercó y le susurró al oído.
- Julián, despierta por favor. Te necesitamos, te necesito. No sé por qué no despiertas, tú eres un luchador, seguro que puedes volver a mí – suplicó con voz rota – Julián piensa en nuestro hijo.
Los sollozos ahogaron las últimas palabras de Inés, derrotada apoyó la cabeza en su hombro. Los minutos pasaron lentamente. Ni siquiera sus súplicas parecían hacerle reaccionar. Al deslizar su mano de su cuerpo notó un ligero movimiento. Incorporándose de golpe en la silla miró con intensidad el semblante y el cuerpo de Julián. Rezaba interiormente para que fuera verdad, no un engaño de su propia ansiedad. Pero no, ahí estaba, un tenue movimiento en su mano izquierda. Con presteza Inés aferró su mano.
- Julián. Julián despierta – reteniendo el aliento observó como abría ligeramente los ojos y volvía a parpadear.
La luz era cegadora, notaba un insoportable dolor de cabeza y su cuerpo ardía debido a las llamas de la innecesaria chimenea, pero había algo fresco que agarraba su mano. Alguien le trasmitía paz a través de ese gesto y le ayudaba a no sucumbir de nuevo a la oscuridad.
Tras enfocar un momento al techo algo descuidado que había en la habitación se giró hacia la persona que le susurraba, aunque su cerebro aún no iba al ritmo normal y no había comprendido ni una palabra.
- Inés – casi no reconoció como propia esa voz ronca que se escuchó en la habitación.
- Sí Julián, soy Inés. Por fin has despertado – sin darse cuenta peinó con cariño el revuelto pelo de su esposo
- ¿qué haces aquí? – aunque había gente que no recordaba después de golpearse la cabeza, Julián lo recordaba todo, por eso estaba sorprendido de ver a Inés a su lado.
- Estaba preocupada, todos lo estábamos – la pregunta de Julián la había desconcertado un poco, ¿esperaba que no acudiera a su lado en un momento como ese? ¿o de verdad ella ya había dejado de importarle? Un frío entumecimiento se apoderó del cuerpo de Inés, inconscientemente se alejó un poco de la cama y la duda volvió a aparecer en sus ojos.
- No tienes que molestarte por mí, y más en tu estado, no creo que sea bueno – aunque por dentro estaba emocionado por haberla encontrado junto a su lecho no quería hacerse ilusiones. Lo mejor sería volver a la realidad cuanto antes. – ya estoy despierto y a parte de un terrible dolor de cabeza me encuentro perfectamente. Si Domingo está por aquí puede atenderme él y tú puedes irte a descansar.
- Puedo quedarme un rato más, si tú quieres. El doctor dejó algo de láudano por si querías – el nerviosismo de Inés era más que evidente, sus manos aferraban con fuerza la falda y su huidiza mirada se negaba a posarse en su esposo.
- No necesito láudano, eso me atontaría más, pero gracias. – giró ligeramente la cabeza mientras observaba a su esposa. No estaba seguro de cómo interpretar su comportamiento, estaba pensando en ello cuando un latigazo de dolor le atravesó el cráneo. Cerrando los ojos y llevándose una mano a la frente se dirigió a Inés.
- Dile a Domingo que venga, por favor, necesito hablar con él y con el médico, quiero salir de aquí cuanto antes. Regresa a casa y descansa.
Esa última frase pronunciada con la voz autoritaria del marqués de Manrique y no con el tono cariñoso de Julián, fue lo que sacó a Inés de su estupor. Sin más dilación se levantó y dirigió hacia la puerta. Cuando ya tenía agarrado el pomo de la puerta se giró para ver al hombre convaleciente que yacía en la cama y le dijo.
- No te esfuerces demasiado. Recibiste un golpe muy fuerte, comprendo que quieras volver a casa pero intenta hacer caso de los médicos. – al ver que no recibía respuesta exhaló un suspiro y confesó – espero que te recuperes pronto Julián. Si necesitas cualquier cosa házmelo saber, por favor.
Julián se quitó el brazo que tapaba sus ojos en cuanto oyó que se cerraba la puerta. Sí que necesitaba algo, a ella, a su esposa. Pero eso ya no dependía de él.
Aguantando las lágrimas Inés se encaminó al cuarto situado justo al lado del de Julián. El distanciamiento que había entre los dos la estaba matando poco a poco. En esos breves días que pasó junto a la cama de Julián comprendió que ambos eran culpables de esa situación. Julián por desconfiar en un principio de ella, e Inés por negarse a ver a un hombre arrepentido, por obcecarse en un orgullo que no había hecho sino alejarlos. Con una mano protectora sobre su vientre Inés se prometió a sí misma que haría lo que fuera para hacerle comprender a Julián que su matrimonio era posible, que no todo estaba perdido y que juntos, ellos dos, más la criatura que estaba en camino podían restablecer los cimientos de una sólida amistad y de una apasionada unión.
Doña Margarita se levantó precipitada del sillón, dejando a un lado la labor de costura que estaba realizando, cuando vio pasar a Inés como un rayo, en dirección a las escaleras que conducían a la planta superior.
-Inés –la llamó- ¿Qué sucede? ¿A qué vienen tantas prisas?
La preocupación era evidente en su tono de voz y en su semblante e Inés se detuvo apenas unos instantes para tranquilizar a su madre.
-Julián ha recobrado el conocimiento –aclaró sin rodeos.
-Eso es maravilloso –puntualizó la mujer, aliviada- ¿Y se encuentra bien? –preguntó con tono prudente, temiendo las posibles secuelas de un golpe como el que el marqués había recibido.
-Sí, se encuentra bien. Tanto que ha decidido que ya no me necesita a su lado –añadió con una energía que su madre no advertía en ella desde hacía demasiado tiempo- Y ahora si me disculpas tengo un poco de prisa.
En cuanto pronunció esas palabras, se dio media vuelta y continuó subiendo las escaleras en dirección a su cuarto.
Doña Margarita, que por unos segundos se había quedado anonadada por la extraña actitud de su hija, corrió escaleras arriba tras ella.
Al llegar al cuarto de ésta, se quedó aún más sorprendida al encontrarla sacando ropa de la cómoda y del armario.
-¿Qué haces? ¿Te has vuelto loca? –preguntó sin atreverse a interrumpirla en su tarea.
-No, mamá. Creo que al fin he recobrado al cordura –dijo deteniéndose un segundo para tocarse el abultado vientre, el bebé acababa de propinarle una descomunal patada, que la había dejado sin aliento por unos instantes- Los días que he pasado junto a Julián y el temor a perderlo, me han abierto los ojos –continuó diciendo a la vez que retomaba la tarea de escoger las prendas que pensaba llevarse con ella- Amo a ese hombre y no pienso quedarme de brazos cruzados, voy a recuperarlo.
Las palabras de Inés emocionaron a doña Margarita, que sin decir nada se unió a su hija en la preparación del equipaje.
Julián se recostó contra las almohadas que Domingo había colocado tras su espalda, para que pudiera permanecer medio incorporado. El trayecto desde la taberna lo había dejado exhausto, a pesar de haberlo realizado en la comodidad de su carruaje, pero se sentía tan débil y el dolor de cabeza era tan intenso, que pensó que no llegaría con vida a la mansión.
El médico acababa de irse y como había sospechado, le había ordenado guardar reposo. De todas formas, en esos momentos no se sentía con ganas, ni fuerzas, de hacer otra cosa que no fuera estar tumbado.
Al dolor de cabeza se sumaba la apatía que se había apoderado de él cuando Inés había abandonado la taberna. Saber que ella lo había estado atendiendo mientras permanecía inconsciente, había resultado embriagador. Pero la sensación no duró, ya que ella había parecido aliviada al poder alejarse de aquel lugar y de él.
El ligero ajetreo que comenzó a escuchar en el pasillo, captó toda su atención y agudizando el oído trató de averiguar qué era lo que pasaba. Su vida ya se había puesto del revés en demasiadas ocasiones en aquellos últimos tiempos, ¿qué más podría estar pasando ahora?, pensó con cansancio.
Cuando la puerta se abrió sin previo aviso, se quedó tan sorprendido que no pudo articular palabra. Ella era la última persona que esperaba ver en aquellos momentos y más a la puerta de su cuarto.
-¿Cómo te encuentras? –preguntó Inés con desparpajo, entrando en la habitación y cerrándola puerta tras de sí.
-Todo lo bien que se puede estar, supongo –respondió con tono suspicaz sin apartar la mirada de la joven.
-Bien –añadió.
Ahora que se encontraba frente a él, parecía haber perdido la decisión que la había impulsado a tomar aquella determinación.
-Vengo a quedarme –informó alzando la barbilla de manera desafiante.
Al ver que él no decía nada, que tan solo la miraba, vio cómo su arrojo comenzaba a flaquear. Había esperado que discutiera con ella, no que permaneciera impávido ante su decisión.
-Necesitas atención, y… -tragó saliva, de repente sentía la boca demasiado seca- yo estoy cercana al parto.
Julián elevó una ceja ante sus palabras, pero continuó mudo.
-Quizás, cuando el bebé nazca, aún debas guardar reposo y no quiero privarte de que lo puedas ver –sus palabras le estaban sonando absurda a ella misma, no quería pararse a pensar la impresión que le estarían causando a Julián, que permanecía impasible y sin apartar la mirada de ella.
-Además, creo que este es el mejor lugar para que le bebé venga al mundo, a fin de cuentas es su casa.
No sabía que más decir y Julián parecía no tener intención de añadir nada a sus alegaciones. Por eso, cuando se dirigió a ella, se sobresaltó ligeramente.
-Está bien –dijo- estás en tu derecho de tener a nuestro hijo en esta casa.
Lo costó un gran esfuerzo no ponerse a pegar saltos de alegría. Ella había ido allí solo para tener al bebé, pero al menos era algo, volvía a estar a su lado, al menos durante un tiempo, se dijo emocionado.
Pocos días habían pasado desde el regreso de Inés a su hogar y Julián cada día se volvía un poco más loco. La locura por recuperarla no lo dejaba en paz ni un momento… la presencia de Inés había impregnado toda su mente y su corazón. Disfrutaba cada minuto del día que compartía con ella, aún la conversación más trivial era guardada en su memoria. Sin embargo, no encontraba el modo de acercarse a ella, de limar las asperezas entre ambos para así recomenzar felizmente su matrimonio. Era como un niño temeroso de perder su tesoro más preciado. Su recuperación era lenta, pero ya empezaba a sentir deseos de salir de la cama, especialmente para poder pasar más tiempo con Inés.
Cada mañana, luego de desayunar sola en el comedor, Inés se dirigía al cuarto de Julián para ver su estado y pasar algún tiempo con él. Comenzaba a perder las esperanzas, la determinación que la había impulsado a instalarse en su casa comenzaba a abandonarla, más aún al notar que Julián no reaccionaba a su presencia.
Ambos eran orgullosos, y les costaba dejar ese orgullo de lado, ninguno se atrevía a dar el primer paso.
La primavera se acercaba trayendo consigo brisas cálidas y noches despejadas. Esa noche en particular estaba hermosa, la luna llena tenía un halo dorado a su alrededor y las estrellas brillaban en todo su esplendor. Inés las miraba desde el balcón de la biblioteca. Su ánimo no concordaba con la belleza de la noche, que inspiraba paz y alegría, cuándo ella estaba triste y preocupada. Esa había sido la primera noche en que Julián había bajado a cenar con ella en el comedor, e Inés se había preparado especialmente para la ocasión. Su desilusión había sido mayúscula al notar la frialdad de él. Apenas la había mirado, y aunque ella había intentado entablar una conversación, Julián había respondido en monosílabos, hasta finalmente hacerla desistir de su intento. Evidentemente, su intento de arreglar la vida de ambos había llegado demasiado tarde.
Julián regresaba a su habitación, luego de su primera cena en el comedor. Estaba en verdad cansado, toda la noche había estado conteniéndose para no abalanzarse a las rodillas de Inés a pedir perdón. Estaba hermosa, con un vestido de noche sencillo, bucles cayendo por su espalda y esos ojos brillantes que lo habían hechizado la primera vez que la vio. Cuando ella se retiró, había sentido deseos de detenerla, pero se contuvo al ver que ella se iba deprisa, con determinación.
Se detuvo ante la puerta de la biblioteca al ver luz bajo el resquicio de la puerta. Abrió la puerta despacio, pero no vio a nadie allí. Una suave brisa cálida golpeó su rostro al entrar, los ventanales del balcón estaban abiertos de par en par, volando los cortinados lentamente. Se adentró caminando despacio, su corazón latía deprisa, esperaba con ansias encontrarla allí. Su intuición no lo defraudó, la vio recortada contra la luz que daba la luna, apoyada en la baranda. La brisa mecía su cabello y agitaba su falda. Inés estaba absorta en sus pensamientos y no lo había escuchado entrar. Se acercó hasta quedar unos pocos pasos por detrás de ella.
- Deberías ir a tu recámara.- le dijo despacio, la voz ronca por el deseo. Inés se sobresaltó, el verlo allí la turbó lo indecible.
- ¡Julián!- exclamó, llevándose una mano a la garganta.- No te oí entrar.-
- Lo sé, no quise sacarte de tus cavilaciones, pero tampoco quería irme, tuve deseos de quedarme aquí contigo- Las palabras que había tenido amarradas a la garganta comenzaban a fluir.
Inés sonrió con dulzura, volteándose ligeramente para mirarlo a los ojos. La tensión en el aire se cortaba con un cuchillo, ambos se jugaban la felicidad del resto de sus vidas en ese encuentro.
- Quisiera que te quedes conmigo.- le respondió con valentía, atreviéndose a decir lo que tenía guardado. Julián caminó hasta posarse a su lado, del mismo modo que estaba ella.
- No sé si será bueno para tu estado que estés aquí, podrías caer enferma.-
- La noche es cálida, al bebé le vendrá bien.- Inés posó sus manos en su vientre abultado y se estremeció. Esperaba estar haciendo lo correcto para su hijo.
- La noche es cálida pero tiemblas.- Le dijo divertido, con una sonrisa en el rostro.
- No tiemblo por la noche.- Lo miró con intensidad, y la sonrisa se le desdibujó. No quería reírse con ella, en ese momento sólo deseaba besarla. Dejar de contener todo el amor y deseo que sentía por esa mujer. El tiempo se detuvo y ambos se acercaron el uno al otro, atraídos por la fuerza de un imán. Contenían el aliento, y de repente dejaron de sentir todo cuanto los rodeaba excepto su presencia.