Capítulo 9
A pesar de las quejas de Inés, Julián estaba decidido a llegar hasta el final con aquello.
Inés, que había vuelto a arrimarse a su esposo en busca de un poco de su calor, sopesaba las palabras que Julián acaba de pronunciar. ¿Qué había querido decir? Se sentía tan agotada y aterida por el frío que no era capaz de pensar con normalidad.
Con un suspiro liberó a su agotada mente de la infructuosa tarea de intentar entenderlo y cerró los ojos a la vez que su cabeza reposaba sobre el hombro de Julián. No tardó más que unos minutos en dejarse arrastrar por el sueño. No se sentía con fuerzas para continuar discutiendo, que la llevara dónde él quisiera, mientras continuara abrazándola y la dejara dormir, poco le importaba.
Julián esbozó una sonrisa al sentir el cuerpo relajado de Inés contra el suyo y su respiración lenta y regular. Ni su endemoniado carácter era capaz de soportar una jornada como aquella.
Escudriñó el camino que se extendía ante ellos y redujo la velocidad de la calesa, no tenía intención de sufrir un accidente en mitad de la noche y en aquel inhóspito paraje.
Gracias a la luna, que brillaba plena en el firmamento, pudo sortear sin problemas los baches y continuar sin incidentes el trayecto.
Las cosas se complicaron un poco al entrar en el bosquecillo que daba cobijo al pabellón de caza, pero su destreza con las riendas y su conocimiento del terreno los llevaron sin problemas ante la puerta de la sólida estructura.
El edificio, construido por su abuelo, había sido en más de una ocasión refugio de los marqueses de Manrique. No solo su amor por la caza les llevaba a pasar temporadas en el pabellón, también les había servido como retiro en aquellos momentos de su vida que habían necesitado estar solos, alejándose de todo para encontrar un poco de paz y aliviar la tensión que su posición les provocaba en ocasiones.
Que él recordara ni su madre, ni su abuela había estado nunca allí, era curioso que la primera vez que él acudía al lugar sin intención de dedicarse a la caza, fuera en compañía de su esposa.
No quiso despertar a Inés, por lo que se las compuso para descender de la calesa con ella en brazos. Al llegar ante la puerta maldijo para sus adentro al comprobar que estaba cerrada.
Mientras hacía lo imposible por alcanzar el lugar dónde se escondía la llave, Inés se removió en sus brazos.
-¿Ya hemos llegado? –preguntó con la voz somnolienta y los ojos medio cerrados aún.
-Sí, ya hemos llegado –susurró.
-Déjame en el suelo –articuló incómoda al darse cuenta de la posición en la que se hallaba.
Obedeció, más por poder alcanzar la maldita llave que porque la posición le molestase.
Se apresuró a abrir la puerta y con una pequeña reverencia la invitó a entrar.
-Adelante.
Inés se frotó los ojos y lo observó, antes de dirigir una mirada a su alrededor.
-¿Dónde estamos?
-En el pabellón de caza de la familia –no quería perder el tiempo en explicaciones y la tomó del brazo incitándola a entrar.
Inés entró en la oscura sala y se quedó parada a escasa distancia de la puerta, mientras Julián se movía por la estancia con seguridad.
En unos instantes unas velas iluminaron el lugar, mostrando todo su esplendor.
-Voy a ocuparme de los caballos, no tardaré –por la expresión de su esposa podría jurar que no le había escuchado, movió la cabeza divertido y salió para desenganchar a los jamelgos.
Los ojos de Inés, ahora, estaba muy abiertos. El sitio era increíble. La gran chimenea de piedra fue lo que primero acaparó su atención, estaba flanqueada por varios sillones de cuero, con aspecto de ser muy cómodos, sobre ella había varias cabezas de animales disecados e incontables cornamentas, de diferentes tamaños, adornaban el resto de la pared.
Giró sobre sí misma para contemplar el resto de la estancia.
Una gran mesa de madera de roble, con bancos a ambos lados, llenaba el lado opuesto de la habitación.
Armas antiguas y no tan antiguas decoraban otra de las paredes. Sin duda era un lugar puramente masculino y a pesar del escaso mobiliario, el ambiente era agradable y acogedor.
Unas escaleras al fondo de la sala llamaron su atención, se dirigía hacia ellas cuando Julián regresó.
-Espera, cogeré una luz.
Lo vio cerrar la puerta tras él y trancarla desde dentro. Tomó una de las velas que había encendido y apagó la otra.
-Subamos –propuso alzando la luz para iluminarle el camino.
-¿Por qué me has traído aquí, Julián?
En su voz no había rastro de desafío.
-Creo que nos merecemos una oportunidad –respondió con sinceridad- pero es tarde y será mejor que descansemos, ha sido un día muy largo.
Hizo un gesto con la cabeza invitándola a subir ante él. Obedeció sin protestar.
Ya en lo alto de la escalera, se detuvo para que él fuera delante alumbrando el camino.
En el estrecho pasillo había tres puertas y Julián se dirigió hacia la del fondo sin demora.
-¿De verdad lo crees? –exclamó tras él, haciéndolo detenerse antes de entrar en el dormitorio.
La miró, allí de pie, tan pálida y ojerosa, con su vestido negro, le parecía tan frágil y a la vez tan hermosa que sintió deseos de estrecharla entre sus brazos y no soltarla nunca más.
-Sí, lo creo.
La seria expresión de Julián y el tono, ligeramente ronco de su voz, la emocionaron. Asintió sin añadir nada y pasó ante él, entrando en el cuarto.
Al entrar en el dormitorio Inés se sorprendió una vez más por la sobria elegancia de la estancia. Una chimenea frente a una gran cama cubierta por una colcha de color claro, a un lado de la estancia había una pequeña mesa con una otomana y al otro lado un aguamanil con una jarra a juego. Aunque se notaba que hacía tiempo no se usaba todo estaba escrupulosamente limpio, como si lo limpiaran con regularidad. La chimenea era lo suficientemente grande para caldear la habitación, si hubiera estado encendida. Con un suspiro de resignación y una última mirada a la única fuente de calor de la habitación Inés se dirigió hacia la cama. Julián hipnotizado no era capaz de apartar la mirada de su esposa, mas cuando la vio sentarse con lentitud en la cama y disimular un escalofrío su mente reaccionó.
- Encenderé el fuego enseguida, los leños se guardan aquí al lado. – le indicó Julián mientras se dirigía de nuevo a la puerta y salía con rápidas zancadas de la habitación.
Unos pocos minutos después lo vio aparecer con cuatro gruesos troncos, y la yesca necesaria para encender el fuego con rapidez. Cuando las danzarinas llamas inundaron la habitación a Inés se le escapó un trémulo suspiro de placer. Julián estaba decidido a hablar con Inés, pero al ver su aspecto tan cansado, la palidez de su rostro, los hombros hundidos, las marcas oscuras bajos sus dulces ojos, la flacidez de sus brazos, se compadeció de ella, estaba demasiado agotada para hablar con él. Despacio se acercó al lado de la cama donde estaba sentada Inés, se sentó a su lado y cogiéndole una de sus manos le preguntó.
- ¿Por qué no te echas un rato? Dormir un poco te vendrá bien.
- Sí, creo que es una buena idea, si no te importa me echaré una pequeña siesta. – y sin más se tumbó de lado en la cama. Con una mano bajo su mejilla se adormeció casi al instante.
Sin articular palabra Julián procedió a desatarle las botas, con ternura le quitó primero la izquierda, para en seguida deshacerse de su bota derecha. A continuación Julián empezó a desabrocharle el vestido, si le aflojaba el corsé estaría mucho más cómoda. Inés se removió un poco y Julián la chistó dulcemente. Inés estaba tan agotada que no notó que Julián finalmente la desprendió de su vestido, dejándola con la camisola y las enaguas. Tras haberla metido entre las sábanas Julián procedió a desvestirse él y tratar de descansar un poco. Ambos iban a necesitar reponer fuerzas. Tumbado boca arriba, con las manos apoyadas tras la cabeza mirando hacia el techo de la habitación Julián volvió a pensar, una vez más, en todos los acontecimientos que habían pasado en tan poco tiempo. Enseguida descartó la idea de dormir, con un cuerpo tan tenso y una mente tan activa era imposible tratar de relajarse. Necesitaba hacerle ver a Inés que ella lo era todo para él, ambos debían superar las dudas y los miedos que los alejaban. Inés no tenía porqué mostrarse celosa de Tessi, era solo una buena amiga, pero Inés tendría que confesarle lo que de verdad sentía por su hermano, por mucho que le doliera escucharlo a Julián.
A pesar del cansancio que intentaba arrastrar a Inés, se negó a dormirse del todo, tras cerrar los ojos solo unos minutos la importancia de los acontecimientos de esos últimos días le trajeron las fuerzas que necesitaba. Su estómago había desaparecido para convertirse en un conjunto de nudos que se iban apretando cada vez que respiraba. Con una honda inspiración se arrebujó más entre las sábanas y se giró para enfrentarse a su esposo. Su esposo, ese del que se había ido enamorando sin darse cuenta. Si se lo hubieran preguntado hace unos meses lo habría negado, casi temía al marqués de Manrique mientras que a su hermano lo apreciaba mucho. Ahora, al experimentar la pasión con Julián entendía que lo que sentía por Ginés no era más que un amor fraterno, no podía imaginarse yaciendo con su cuñado, mientras que solo la idea de hacerlo con Julián era suficiente para hacer hervir su sangre. Inés veía ahora la compleja persona que era Julián, un hombre responsable, que se preocupa por sus trabajadores, serio, formal, pero también con sueños y anhelos. Las primeras semanas de matrimonios habían sido casi mágicas e Inés había ido encariñándose con él, sin saberlo, sin darse cuenta, sin querer. Lo que sentía por Julián era más profundo que cualquier sentimiento que hubiera conocido antes. La sola idea de estar separada de él le dañaba el corazón, estos últimos días habían sido una dura prueba. Inés solo era consciente de una cosa, esa brecha que la separaba de Julián le hacía daño, cada día le sangraba un poco más el corazón. Gracias a la conversación con Domingo, Inés sabía cuál había sido su sueño de juventud, el ejército, pero ahora, casi sentía vergüenza por no saberlo todo de su marido. Estaba segura de que él la apreciaba, había sido él el que había querido casarse, pero aún no se permitía pensar en amor.
Sin dudar más se enfrentó al apuesto y formidable hombre que tenía a su lado.
- Y bien Julián… ¿por qué me has traído aquí?
Julián miró a su esposa ligeramente sorprendido; ensimismado en sus pensamientos no había notado que ésta lo observaba con sus hermosos ojos verdes fijos en él. Había llegado el momento y él debía olvidar su aprensión si quería tener una oportunidad de ser feliz junto a la mujer que había llegado a convertirse en lo más importante de su vida.
Incorporándose hasta quedar apoyado de espaldas en el dosel, apartó un rebelde mechón de pelo castaño que resbalaba por el hombro de Inés y se dio ánimos mentalmente. Debería afrontar con dignidad cualquier cosa que ella le dijera, aunque luego fuese aullando por los rincones como un perro apaleado.
- Inés, en el momento en que juramos nuestros votos en la capilla de los Manrique prometimos amarnos y respetarnos hasta que la muerte nos separe…
Inés se había incorporado también, ligeramente aturdida por las palabras de Julián.
- ¿Y?
- Yo necesito saber si eso fueron sólo palabras vacías para ti o significan algo más.
- Julián, no entiendo por qué me preguntas esto – Inés habló con cautela; su corazón había empezado a latir con una rapidez inusitada temiendo escuchar algo que no quería oír. Tal vez Julián pensaba liberarla de su promesa. Quizá se había cansado de la distancia interpuesta entre ambos y pensaba continuar como si ella jamás hubiese tenido nada que ver en su vida. Puede incluso que quisiera mantener una relación con Tessi sin tener que preocuparse por lo que ella pudiese decir ¡Dios mío! Si esto era así ella no podría soportarlo.
- Lo pregunto Inés porque yo no puedo continuar así.
Su corazón dio un vuelco doloroso e hizo que el temor se adueñara de sus entrañas como si se tratase de un enorme puño de hielo.
- Pero Julián…
- No Inés, déjame continuar. Me casé contigo sabiendo que tu afecto pertenecía a mi hermano y quizá ahora esté pagando por mi arrogancia y egoísmo; lo cierto es que casi desde el primer momento que te conocí te deseé y no vacilé cuando vi la oportunidad de hacerte mía. Durante las primeras semanas me sentí como en una nube y me permití creer que tú sentías lo mismo que yo pero ya no sé qué pensar….- Julián tragó saliva y continuó con la mirada fija al frente. Se resistía a mirar a Inés, no quería que ésta lo viese flaquear por si acaso le confirmaba sus peores temores. –La otra tarde tú y Ginés…- el recuerdo volvió a llenarle de hiel la garganta. – Inés, te lo voy a preguntar sólo una vez y espero que seas franca. No me des explicaciones, no trates de matizar tu respuesta, sólo un sí o un no – y ahora sí que la miró directamente a los ojos antes de lanzar la pregunta que lo martirizaba día y noche: - Inés, ¿estás enamorada de mi hermano?
- No.
“No” ¿Era eso lo que había salido de sus labios o lo había escuchado mal?
El corazón latía enloquecido dentro de su pecho. No quería precipitarse, ni llegar a conclusiones erróneas, por lo que insistió una vez más.
-¿Me estás diciendo que no estás enamorada de Ginés? –ahora mantenía la mirada clavada en aquellos preciosos ojos verdes que lo tenían hechizado desde hacía tanto tiempo.
-Es lo que me has preguntado –respondió Inés sosteniéndole la mirada.
-Sí, pero… yo creía que… ¿No me mientes? –sentía como le costaba respirar, frunció el ceño a la vez que reprimió el impulso de apresarle el rostro entre las manos. Se moría por tocarla, pero antes necesitaba saber a qué atenerse.
-Nunca te he mentido, Julián.
¿Era tristeza lo que reflejaban sus ojos?
-Sin embargo la otra tarde…
-La otra tarde no sucedió nada, tan solo escuchaste parte de mis palabras, que por desgracia fuera de contexto te llevaron a imaginar lo peor –le aclaró.
-Sí, pero tú siempre has querido a Ginés.
-Es cierto, siempre lo he querido. Y nada ha cambiado, continuo queriéndolo…
-Maldita sea Inés, me estas volviendo loco –dijo saltando de la cama y mesándose desesperado los cabellos. Quería gritar y liberar toda la frustración que sentía acumulada dentro del pecho y que cada vez le dificultaba más la tarea de respirar con normalidad- Acabas de decirme que no le amas y ahora sostienes lo contrario.
Los ojos de Inés reflejaban la sorpresa que la actitud de Julián le estaba causando, se le veía realmente afectado por aquella situación. La idea de que él la amara empezó a florecer dentro de su pecho.
Una tímida sonrisa asomó a sus labios a la vez que se hacía la promesa de solucionar aquel entuerto sin demora.
-Julián –lo llamó a la vez que tendía la mano invitándolo a acercarse.
Durante unos instantes que le parecieron eternos, Julián mantuvo su mirada clavada en la de ella, inspiró profundamente y soltó el aire poco a poco. Lo vio acercarse con pasos lentos y se diría que cansados, se sentó junto a ella, pero no tomó la mano que ella le ofrecía.
-Ginés no significa nada para mí, lo quiero, sí, pero como a un hermano –posó los dedos sobre los labios de Julián impidiéndole de esta manera que la interrumpiera- es cierto que antes de ser tu esposa creía estar enamorada de él, pero convivir contigo me ha demostrado que lo que sentía por tu hermano no era verdadero amor –le dedicó una cálida sonrisa- te estás preguntando cómo he llegado a esta conclusión… –aún sellaba la boca de su esposo con sus dedos, pero su mirada ansiosa le dijo más que si hubiera hablado-… porque lo que siento por Ginés no es ni la mitad de fuerte, intenso y maravilloso que lo que siento por ti. Julián, te quiero –se le quebró ligeramente la voz al expresar, por primera vez, sus sentimientos en voz alta- Estos últimos días sin ti a mi lado han sido un verdadero infierno, te necesito cerca, te quiero a mi lado, siempre.
La confesión de Inés lo había dejado totalmente petrificado. Lo amaba a él y no a su hermano, pero se sentía incapaz de reaccionar. Tanto tiempo esperando escuchar aquellas palabras de sus labios y cuando por fin las oía no podía responder.
-¿Julián? –la sonrisa se le había borrado del rostro y en su lugar el ceño fruncido y su mirada expresaban a la perfección la confusión que la invadía.
-Me quieres –dijo por fin, con la voz totalmente tomada por la emoción.
Inés se limitó a asentir, temiendo su reacción, después de todo quizás no había sido tan buena idea confesarle abiertamente sus sentimientos.
Las estruendosas carcajadas llenaron la habitación e hicieron que Inés diera un bote, asustada, sobre el colchón.
-¡¡Me quieres!! –repitió sin dejar de reír como un demente, a la vez que le tomaba el rostro entre las manos- Acabas de hacerme el hombre más feliz sobre la faz de la tierra –dijo algo más sosegado, pero sin dejar de sonreír y muy cerca de su boca- Te amo, Inés.
Tras esas palabras se apoderó de sus labios con el ansia del que tiene hambre de siempre, saboreando el maná de su boca y disfrutando de cada roce de sus lenguas como si fuera la primera vez.
Una vez superada la impresión, Inés se entregó con el mismo frenesí a aquel beso. El cansancio del día quedó relegado al olvido, mientras que sus cuerpos reclamaban, con urgencia, satisfacción.
No hicieron falta más palabras, un nuevo entendimiento había surgido entre ellos, dónde los sentidos y el deseo llevaban las riendas.
Era tarde cuando Ginés regresó a casa. Todo estaba en silencio, señal de que todos estaban acostados.
Se dirigió a la biblioteca, dónde se sirvió una buena dosis del mejor brandi de su hermano. Dio un sorbo, lo paladeó y alzando la copa hizo un brindis.
-Por ti hermano, porque porto obtengas lo que te mereces –sonrió divertido y volvió a beber.
Sus planes estaban en marcha y su contacto le había asegurado que en unos días dispondría de toda la documentación sobre la supuesta inversión que le presentaría a Julián.
-Muy pronto todo será mío, querido Julián, incluida tu encantadora esposa.
Un brillo maléfico iluminó sus ojos y una sonrisa no menos diabólica torció sus labios de una forma casi grotesca.
Cuando la pasión remitió Julián estaba demasiado confortable entre los brazos de Inés. El fuego que ardía en la chimenea había caldeado la habitación y el calor que emanaba de sus cuerpos era la mejor vacuna contra el frío. Tras pensarlo un momento decidió que pasarían la noche en pabellón de caza antes que arriesgarse a coger la calesa y cruzar la distancia que los separaba de la casa en medio de la oscuridad. Julián se dedicó a observar un rato a Inés que se había dormido después de su apasionado encuentro. La ligera sonrisa que esbozaban sus labios era un reflejo de la suya propia. Aún no podía creerse todo lo que le había confesado su esposa, le amaba a él y nunca había amado a su hermano. Con la dicha de esa afirmación Julián durmió como no lo hacía en semanas.
Apenas despuntaba el alba cuando Ginés llegó a su habitación. Qué mejor que celebrar su cercana victoria que con una de las rameras de la taberna del pueblo. Aun estaba disfrutando del buen rato que había pasado cuando divisó una calesa que llegaba muy lentamente hacia la casa. Le pareció ver que iba una persona en la calesa y hasta que no estuvo más cerca no comprobó que eran Julián e Inés, demasiado cerca de su esposo, quienes llegaban a la hacienda. Apretando con fuerza el vaso que tenía en la mano Ginés se prometió a sí mismo que adelantaría sus planes todo lo que pudiera. Chispas de odio saltaban de sus ojos cuando vio cómo Julián asía a Inés por la cintura y apretándola junto a su cuerpo la ayudaba a bajar. En cuanto entraron en la casa Ginés se acercó a la puerta de su habitación, con sigilo la abrió muy lentamente y observó parte de la escalera y lo que sucedía en el pasillo. Su cuerpo se tensó cuando escuchó la risa ahogada de Inés.
- Shh, calla Julián o despertarás a toda la casa.
- Yo no soy el que está alborotando riéndome.
- No me reiría si dejaras de hacerme cosquillas. ¡Para ya! – se quejó Inés dándole un manotazo cariñoso en el brazo que rodeaba su cintura.
Con una sonrisa en los labios Julián cogió a Inés de la cintura, se la echó al hombro como si fuera un saco y se metieron en el dormitorio. Nada más soltarla en la cama Inés no tuvo tiempo ni de moverse ya que al momento siguiente tenía otra vez a Julián entre sus brazos. Nunca se había sentido tan exultante, tan llena de felicidad, por fin lo había aclarado todo con su esposo, pero en el fondo de su alma había algo, un pequeño aviso que le anunciaba problemas, como si su propia mente no la dejara disfrutar de todo. Ignorando esa vocecilla insidiosa se centró en el momento, en su felicidad junto a Julián. Reposando la cabeza en su hombro, Inés apretó los brazos alrededor de su cintura a la vez que Julián la estrechaba en un fuerte abrazo, aspirando el aroma de su cabello y deleitándose de las curvas de su cuerpo.
En otra habitación de ese mismo pasillo Ginés paseaba lleno de furia, con pasos largos estaba decidiendo sus pasos a seguir. Ese mismo día le presentaría a Julián su plan maestro y con un poco de suerte en solo una semana podría liberarse de su odioso y perfecto hermano. Una vez que Inés fuera viuda le costaría poco volver a conquistarla, así todo lo que Julián pudiera haberle dejado en herencia pasaría a él. El cariño que había sentido alguna vez por Inés era suficiente para mantenerla en su cama al principio de su matrimonio, ella era lo suficientemente hermosa para tentarlo. Mentiría si dijera que no había soñado más de una vez con tenerla en su lecho. Quién sabe, lo mismo se complacían mutuamente lo suficiente para tener un matrimonio llevadero. Con una libidinosa sonrisa se estiró sobre su cama pensando en el futuro que tenía por delante.
Ya bien entrada la mañana, Inés descendió la ancha escalinata sosteniendo las faldas con una mano.
Volvía a vestir de negro y aunque no sintiera que debiera el respeto pertinente a su difunto padrastro, debía cumplir con las normas de sociedad y llevar el luto según mandaba la tradición, sobre todo ahora que era marquesa. Por nada del mundo querría dejar a Julián en ridículo.
¡Julián! – no pudo evitar sonreír emocionada al pensar en él. Tan solo hacia un momento habían tenido un pequeño encuentro en la alcoba. Un juego que había acabado en apuesta y con tan mala suerte que ella había perdido, de modo que tenía que servir al marques la comida en la cama. La próxima vez sería más hábil a la hora de intentar hacer trampas a su esposo.
Llegando a la galería observó a Domingo hablando con alguien cuando Ginés bajó los escalones de dos en dos para pasar a su lado empujándola ligeramente.
-Perdona cuñada – le dijo el muchacho con voz jovial y alegre al tiempo que la miraba guiñando un ojo divertido.
Inés también sonrió, la encantaba ver a su amigo feliz y desde luego Ginés parecía haber recibido alguna buena noticia.
-¡fantástico! – exclamó Ginés con un sobre rectangular y abultado en sus manos. Se giró hacía Inés con ojos brillantes mientras Domingo terminaba de despedir al hombre que había traído aquello.
-¿Qué es? – preguntó la muchacha contagiada por la sonrisa de Ginés. Hacia tanto tiempo que no lo veía disfrutar de esa manera que se sintió feliz. Ella era feliz, Julián era feliz y todos eran felices.
-Esto es lo mejor que nos ha pasado en nuestra vida, Inés. Es un negocio redondo que no puede fallar y que duplicara la fortuna de la familia.
Ella arqueó una ceja frunciendo los labios.
-¿y para qué queremos duplicarla? Además mira quien lo dice, alguien a quien nunca le ha interesado hablar del tema monetario. ¿No recuerdas cuando éramos pequeños que decías que ojala el dinero no existiese?
-Eso fue cuando éramos unos críos – Ginés se encogió de hombros y agitó el sobre frente a las narices de Inés - ¡claro que importa! Yo algún día me casare…
-¿Ya has echado el ojo a alguien? – trató de sonsacarle con broma.
-Mejor que eso – Los ojos del hombre brillaron – voy a estudiar estos documentos y ya te contaré.
Antes de que el hombre comenzara a ascender las escaleras Inés lo llamó con una sonrisa.
-No quiero meterme donde no me llaman Ginés, pero sabes que eres mi amigo y que te aprecio mucho – distraídamente Inés se rascó tras la oreja con la uña del dedo índice – Podrías decir a Julián que te eche un vistazo a esos papeles. Quizá él pueda aconsejarte.
Ginés la miró fijamente con una amplia sonrisa.
-¡Tienes razón! ¿Crees que me ayudaría?
-¡claro que sí! – hizo ademan de darle con el puño en el hombro a modo de chanza – Seguro que estará encantado de ayudarte pero si quieres se lo digo yo.
-Toma – la entregó la documentación – a ver si consigues que lo mire. Veras que buena inversión.
Inés le vio marcharse y agitó el sobre que tenía en la mano. Se acordó de repente que había prometido a su esposo que no se entretendría por el camino. Corrió presurosa hacia las cocinas.
Quien lo iba a pensar, su querida cuñada le había puesto las cosas en bandeja de plata, ni que negarse que su plan continuara viento en popa y Julián por fin pasaría a segundo plano. El se quedaría con todo incluida Inés. Ah que deliciosa era la venganza.