Capítulo 7
Inés estaba sentada de espaldas a la puerta cuando escuchó la voz de Hortensia tras ella. El comedor de la posada se hallaba bastante repleto por lo que las conversaciones se elevaban unas encimas de otras en una profusión de voces desarmonizadas.
Ginés había ocupado una mesa algo alejada del centro, no era el mejor sitio pero dado las horas que eran no había mucho donde escoger.
-¡Qué casualidad encontrarnos aquí! – Exclamó Hortensia con una sonrisa fingida - ¿Cómo estas Ginés? ¿Qué tal va el brazo?
El joven se apresuró a ponerse en pie para saludar a la mujer con su brazo bueno.
Inés giró la cabeza levantando la vista ligeramente. Julián se hallaba muy cerca de ella observándola fijamente, con tanta intensidad que las pupilas parecían atravesar su alma.
-Aún estoy algo débil pero no podía dejar que Inés se acercara sola hasta aquí. ¿Cómo estas Tesi?
-Muy bien, como siempre – rió la mujer con voz cantarina – Hola Inés querida. ¿Qué te ha ocurrido en las manos? – preguntó interesada.
-Un pequeño accidente – se apresuró a explicar. Julián se inclinó sobre ella para tomar una de sus muñecas entre sus dedos y observar los pequeños cortes con el ceño fruncido. – Esta mañana se me rompió un espejo pero tan solo me ha causado unas heridas de nada. – tiró de su mano para apartarla de él. -¿y qué tal los negocios? ¿Ya han acabado?
-Hemos hecho un pequeño descanso para aprovechar a comer algo – dijo Hortensia aceptando la silla que Ginés la ofrecía. –No molestamos ¿verdad?
Julián tomó asiento entre Ginés y su esposa dejando a Hortensia frente a él y se giró hacia Inés.
-Pensé que ibas a ver a tu madre.
-Sí, nos pasaremos un poco más tarde. – asintió evitando su mirada.
-Por cierto – intercaló Ginés con la vista fija en Inés – Aún no me has dicho si ha mejorado la relación con tu padrastro.
Ella se tensó súbitamente perdiendo momentáneamente el aliento. Fulminó con la mirada al joven advirtiéndole que aquel momento no era el más indicado para sacar un tema así.
-Va todo bien – respondió fingiendo una sonrisa.
-Ah Don José – asintió Hortensia cogiendo el librillo encuadernado con pastas de cuero marrón – he oído decir que es un hombre difícil.
Inés deseó que la tierra la tragase y que a Ginés se le cayera la araña que colgaba del techo en la cabeza. ¡Seria zoquete!
-¿difícil? – Ginés miró a Hortensia arqueando las cejas sin embargo no dijo nada cuando recibió una patada de su amiga bajo la mesa. – Julián ¿Por qué no pides para todos? Estábamos a punto de hacerlo nosotros.
Inés respiró con calma cuando la conversación comenzó a girar por otros derroteros. Cada poco perdía el hilo de la conversación cuando Julián accidentalmente la rozaba con su brazo. Aún delante de tanta gente sentía su calor y la fuerza que desprendía y aquello lograba alterarla hasta el punto de dejarla sin palabras.
Con distracción Inés roció su plato con varias escamas de sal y al poco se puso a bufar como un toro encolerizado poniéndose en pie.
-¿Qué ocurre? – preguntó Julián preocupado observando cómo su esposa luchaba contra las lágrimas al tiempo que se frotaba la palma de una mano contra el vestido.
-¡escuece! – gimió resoplando y apretando los dientes.
Julián la agarró la muñeca con delicadeza y sacándose un pañuelo de lino blanco del bolsillo de su chaleco lo presionó con suavidad contra un feo corte ensangrentado.
-¡No! – ella intentó apartar la mano pero Julián no se lo permitió comenzando a soplar sobre las heridas.
El aliento cálido la relajó en cierto modo. Julián la miraba entre apenado y preocupado, una mezcla que la llenó de una ternura que jamás había sentido. ¡Como deseaba que las cosas volvieran a estar bien entre ellos! ¡Que Julián llegara amarla! Pero no era así. La educación del marqués le obligaba actuar tal y como estaba haciendo. Seguramente se habría comportado de igual manera con cualquier otra persona y ella de nuevo volvió a sentirse como una chiquilla a quien la habían pillado en una nueva travesura.
-¿se te va pasando? – la preguntó posando los labios en la sien de la joven.
Ella asintió moviendo los dedos, emocionada hasta la medula con aquella muestra de afecto.
-Ha debido ser la sal – dijo Hortensia tomando una copa de vino. - ¡Pero no creo que sea para tanto! – soltó una carcajada.
-¡Cómo no es a ti a quien la duele! – gruñó Inés agitando la cabeza.
Hortensia se encogió de hombros con una sonrisa perversa:
-Te estás comportando como una chiquilla.
Inés contó hasta cinco porque su impaciencia no la dejó más. Fue una suerte que Julián viera sus intenciones y la apartara la jarra de agua antes que Inés abochornara a todos lanzándosela a la mujer.
-Tesi, no la provoques más – murmuró Julián regalándola una mirada de advertencia.
-¡no hace falta que me defiendas! – Inés se volvió a sentar. Había perdido el apetito y tan solo deseaba salir de allí. Apartó su plato hacia un lado.
Julián sonrió y se inclinó sobre su oreja.
-¿necesitas que te dé de comer?
Ella se giró a mirarle con una extraña expresión en su rostro.
-deja de tratarme como a una niña, te lo suplico.
Julián no pudo evitar acariciarla la mejilla con dulzura.
- Solo estaba bromeando.
-pues no lo hagas. No te pega.
Inés se había sumido en un tenso silencio mientras los otros tres comensales acaban la comida. No es que se negara a comer por una rabieta, es que no podía, tenía el estómago cerrado por la furia, la impotencia y la humillación de creerse inferior a la mujer sofisticada que compartía su mesa. Inés aun no era consciente que el frío puño de los celos había oprimido su corazón. La comida llegó a su fin, Inés había intentado prestar atención un par de veces para descubrir que no paraban de hablar de los negocios en común que tenían Hortensia y Julián. Ginés también parecía aburrido, pensó Inés, como si los despreciara a ambos por dedicarse a algo más que gestionar sus tierras. En cuanto se levantaron Julián posó la mano de Inés en su brazo, apoyando suavemente su mano sobre la de su esposa, fue un gesto que habría atesorado una semana atrás, pero ahora hasta ese simple gesto la hacía dudar.
En la entrada de la posada Julián se iba a inclinar hacia Inés pero al notar la tensión en su cuerpo alzó su mano herida le dio un tierno beso y le susurró – No alargues demasiado la visita a tu madre, pareces cansada y tus manos necesitan reposo – sin más le hizo una ligera reverencia con la cabeza y se marchó calle abajo junto a Tessi.
El breve trayecto que les llevó a la antigua casa de Inés fue animado por una alegre historieta de Ginés, historia que Inés no escuchó y a la que contestaba con monosílabos. Ahora que se acercaba era consciente de lo mucho que había echado de menos a su madre.
Margarita estaba en una salita pequeña que usaba para bordar cuando anunciaron a su hija acompañada de Ginés. Nada más verla supo que a su hija le pasaba algo, decidida a averiguarlo se dirigió a Ginés.
- Ginés, que alegría verte, espero que tu brazo esté mejor, por lo que veo ya solo llevas un ligero cabestrillo.
- gracias doña Margarita por su preocupación. Ya estoy mucho mejor y todo gracias a los atentos cuidados de Inés. Aunque la verdad es que aún tengo bastantes molestias y no sé cuándo podré volver a usar el brazo – confesó Ginés, con lo que creía era una mirada triste.
- Ya – fue la escueta respuesta de la madre de Inés. Sin dejarle sentarse siquiera le habló de nuevo – Ginés, creo recordar que te encantaban los caballos de carreras. Mi esposo acaba de adquirir un gran ejemplar, es hijo y nieto de campeones y si quieres verlo está en los establos.
- Pues sí que me gustan los caballos, pero me parecería terriblemente irrespetuoso por mi parte acercarme a observar a ese ejemplar inmejorable sin antes pasar un rato con tan amable anfitriona – la adulación de Ginés hacía tiempo que no tenía efecto en doña Margarita y esta vez no era menos. Ella estaba decidida a quedarse a solas con su hija en esos momentos.
- Por mí no os preocupéis, nos conocemos lo suficiente para no ofendernos. Además no creo que tengáis muchas posibilidades de verlo ya que creo mi esposo quiere trasladarlo junto con otros caballos para su entrenamiento.
- En ese caso, será un honor visitar a semejante maravilla - con una profunda reverencia por fin se retiró de la sala.
En cuanto se hubieron quedado solas, Margarita se sentó en un sofá e hizo que Inés se sentara a su lado. Nada más asir sus manos se confirmó la sospecha que había surgido en su mente en cuanto vio entrar a su hija.
- Inés, querida ¿qué te ocurre?, ¿ha pasado algo entre Julián y tú? – preguntó suavemente Margarita, nadie mejor que ella sabía lo difícil que podía volverse un matrimonio.
- No lo sé, madre, la verdad es que no lo sé. Creía que todo iba bien y de repente su actitud cambió y empezó a tratarme con frialdad – el recuerdo de esos momentos hicieron que la furia tanto tiempo retenida a lo largo del día saliera a la luz.
- ¿No te habrá tratado con crueldad? – Margarita preguntó angustiada, eso sí que no lo podría soportar. En cuanto vio el gesto negativo de Inés suspiró algo más tranquila. Tras meditarlo unos minutos decidió exponer a su hija la idea que había pensado cuando vio a Inés entrar con Ginés. – No has pensado que a lo mejor la llegada de Ginés habrá tenido algo que ver.
- Ginés lo único que ha hecho es hacerme compañía y escucharme – se exaltó Inés, enfadada con todos por intentar achacar a Ginés todos sus problemas con Julián.
- Inés, Ginés no es el joven que tú crees y ya va siendo hora que empieces a verlo desde un punto de vista más imparcial. No te lo diría si no pensara que la estabilidad y posible felicidad de tu matrimonio depende de ello. – Margarita había visto a Inés y Julián juntos, su orgullo de madre había llegado a su cénit al pensar que su hija sí tendría un matrimonio lleno de ternura y comprensión.
Sorprendida por las palabras categóricas de su madre, mas creyendo que Ginés había sido como un hijo para ella, ahora se daba cuenta que no todo era lo que parecía. Su madre siempre había sido sincera con ella, al menos le debía pensar en sus palabras. Así se lo iba a confesar cuando Ginés volvió alegando que el joven potro ya había sido trasladado. La conversación que siguió entre los tres no pasó del tiempo, de la época de la cosecha y de la última moda de la capital.
De regreso a la casa Ginés comenzó a hacer comentarios ocurrentes y sarcásticos sobre las personas con las que se cruzaban o los lugares que veían, pero Inés apenas esbozaba una sonrisa distraída que no lograba engañarlo. Finalmente, tras casi una hora de auténtico monólogo, el joven se quedó silencioso. Parecía evidente que Inés no le prestaba apenas atención y un desagradable sentimiento de rencor y envidia comenzó a apoderarse de él.
Desde que había nacido, la sombra de Julián había estado siempre cerniéndose sobre él; Julián era responsable, Julián era valiente, Julián era honesto….había crecido escuchando a su padre alabar las prolíficas cualidades de su hermano mayor y poniéndoselo de ejemplo continuamente. Pero lo peor no había sido esta horrible comparación, no, lo peor era la actitud condescendiente de Julián hacia él. Siempre intercedía ante su padre para rebajar sus castigos, le ofrecía continuos consejos que nadie le pedía, le hacía sentir indigno de ser su hermano por provocar en él esos sentimientos encontrados de admiración y celos.
Pero había algo que Ginés había poseído y que sabía que Julián anhelaba y era el afecto profundo de Inés. Ahora parecía que Julián le estaba ganando la mano en ese aspecto también y al pensarlo Ginés apretó los labios con fuerza, afeando su atractivo rostro con una mueca de rencor. Bien, no todo estaba perdido, decidió, se aplicaría a recuperar el terreno que había cedido al marcharse y entonces demostraría a Julián que no era el alfeñique que todos habían supuesto siempre.
Por su parte, Inés iba pensando en las palabras de su madre. Aún se hallaba sorprendida por el hecho innegable de que, aunque de manera velada, su madre le había lanzado una advertencia sobre Ginés. No podía decirse que doña Margarita fuese una mujer malintencionada ni criticona, así que si le había dicho eso es porque tendría algún motivo, pero Inés no alcanzaba a imaginar cuál sería. Por otro lado, la visión de Julián y Hortensia riéndose y bromeando juntos no se apartaba de su mente, llenándola de amargura y celos. Jamás habría creído que Julián podía llegar a importarle tanto, pero era absurdo negárselo a sí misma y lo cierto es que nunca se había sentido tan feliz como las semanas pasadas en que vivieron con tanta dicha.
Una vez en la enorme propiedad de los Manrique, Inés se excusó con Ginés alegando un fuerte dolor de cabeza y se retiró a su dormitorio. Su ánimo continuaba decaído y no le apetecía aguantar la charla ociosa de su cuñado. Cuando por fin se encontró a solas se aseó, se puso el camisón y comenzó a cepillar su pelo distraída, hasta que el sonido de la puerta al abrirse hizo que diera un ligero respingo.
- ¡Julián! – su pulso se alborotó al ver frente a ella la gallarda figura de su esposo.
- Por supuesto querida ¿quién si no entraría en este dormitorio sin llamar? – aunque su voz sonó burlona sus ojos la taladraron esperando una respuesta.
- Nadie, por supuesto, es solo que me has asustado….
Julián sonrió quedamente mientras contemplaba a su esposa cepillarse el brillante cabello castaño y pensaba que era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Llevaba mucho tiempo sin tenerla entre sus brazos, desde que su hermano había vuelto a aparecer, y ya no aguantaba ni un minuto más. Inés era su esposa y él tenía todo el derecho del mundo a reclamarla. Pero cuando se acercó a ella y la tomó de los hombros para obligarla a que se levantara, toda su arrogancia se trocó en intensa adoración.
- Inés, eres tan hermosa….
- ¿Sí? ¿Tanto como tu amiga Tessi? – y el nombre sonó ominoso en sus labios.
Julián frunció el ceño y la sacudió ligeramente.
- ¿A qué viene eso? – su voz se había endurecido.
Y entonces ella experimentó un fuerte deseo de llorar porque volvió a sentirse como la chiquilla que Hortensia parecía creer que era. En lugar de eso levantó la barbilla y espetó:
- No sé, parece que disfrutas mucho de su compañía.
- Ya te lo he dicho. Hortensia es una buena amiga, tenemos negocios en común pero nada más.
E Inés deseó creerlo con todas sus fuerzas pero no podía evitar sentirse insignificante y poca cosa en comparación con la otra mujer, mucho más mundana y ocurrente. Intentando ocultar la desazón que sentía trató de desasirse de las manos de Julián pero éste se lo impidió.
- Inés, eres mi esposa y estoy cansado de andar detrás de ti como un chucho hambriento esperando a que te dignes a concederme tus favores. – Y bajando la cabeza la besó con toda la pasión que su corazón albergaba hacia ella.
Tan solo le llevó unos segundos reaccionar, y ante la sorpresa de Julián, Inés le rodeó el cuello con los brazos y se acercó a él, notando el calor de su cuerpo a través del fino camisón.
Las manos de Julián descendieron, atrapando las nalgas de su esposa y pegándola con urgencia a sus caderas.
Mientras sus lenguas se buscaban dentro de las bocas, un jadeo escapó de la de Inés. No había sido consciente de lo mucho que había añorado los besos y las caricias de su esposo y ahora que lo tenía entre sus brazos y en su boca, ansiaba tenerlo mucho más dentro de ella, necesitaba entregarse y que él se entregara a su vez. Quería olvidar todo y a todos, tan solo ellos dos y el deseo que los envolvía.
Con una caricia audaz, introdujo una de sus manos bajo la camisa, el gruñido de Julián la hizo dudar y se detuvo, la mano reposaba sobre la estrecha cintura a la espera de una señal.
Julián abandonó sus labios para saborear su cuello, mientras que sus manos recorrían insaciables la espalda, las caderas y las nalgas.
-¿Por qué te has detenido? –preguntó casi sin resuello, mientras su lengua se paseaba sobre el lóbulo de la oreja de Inés.
Un escalofrío de placer la recorrió de pies a cabeza a la vez que una sonrisa traviesa comenzaba a formarse en sus labios.
Animada por la pregunta de Julián, volvió a acariciar la tersa y firme piel del costado, para luego dirigirse hacia el vientre duro y plano.
La caricia fue más de lo que Julián podía soportar sin perder el control, saber que los dedos de Inés estaban tan cerca de su erección le provocó una nueva oleada de deseo, del todo incontrolable.
Volvió a apoderarse de sus labios a la vez que la alzaba del suelo y la llevaba hasta el lecho.
Inés se dejó hacer y esperó expectante con los ojos clavados en su esposo mientras éste, con movimientos rápidos y precisos, se desprendía de las ropas.
Con la respiración agitada lo vio desnudo ante ella. Era magnífico, pensó maravillada, mientras lo recorría con la mirada hambrienta.
Julián se acercó a ella lentamente, como un cazador a su presa, acorralándola. Aunque en esos momento no hubiera sabido decir quién era la presa y quien el cazador, porque él se sentía atrapado por su mirada, por sus labios entreabiertos… definitivamente la presa era él. Inés lo había apresado y no había forma de escapar.
Con un último paso se acercó a la cama, le tendió las manos. Una vez estuvo de pie ante él, la ayudó a librarse del camisón, que cayó al suelo con un leve y apenas audible susurro.
La contempló durante unos segundos, para luego dejar que sus dedos vagaran sin rumbo fijo sobre la pálida piel.
-¡Eres tan hermosa! –susurró a la vez que la invitaba a tumbarse sobre el mullido colchón.
-¿De verdad lo crees? –en ese instante, más que nunca, necesitaba saberse hermosa. Quería ser la más bella… para él.
-Aún lo dudas –la besó con adoración- Eres… siempre te he deseado, Inés –volvió a beber de sus labios, sediento, como si solo ella pudiera calmar sus ansias- Te necesito –claudicó con la voz ahogada, atrayéndola hacia sí y comenzando de nuevo donde lo habían dejado antes de desnudarse.
Inés se sentía embriagada por sus besos, por sus palabras y sus caricias. Dejó de pensar y se entregó a ese hombre que ahora era su esposo, al que deseaba…
Entregados a la pasión no eran conscientes de nada de lo que ocurría a su alrededor, ni de los sonidos que se producían al otro lado de la puerta.
En el pasillo, Ginés, apretaba la mandíbula tratando de contener el gemido de dolor que había estado a punto de soltar al dejarse llevar por la cólera y estrellar el puño contra la pared.
Había seguido a Julián hasta su cuarto. Había esperado que la pareja discutiera, como tantas veces les había escuchado en los últimos días. Disfrutaba con sus disputas, éstas le beneficiaban. Pero para su disgusto no había sido así. Y escuchar los gemidos de placer de Inés mientras su hermano la tomaba, le había hecho hervir la sangre.
La muy traidora.
Aquello no iba a quedar así, tarde o temprano se cobraría todos los desplantes y las humillaciones. Inspiró profundamente y se apartó de la puerta, caminando con decisión hacia el estudio de Julián.
Ya verían aquellos dos como no era el inútil que todos pensaban que era. Finalmente lo lamentarían.
El cielo había amanecido algo tormentoso aquella mañana y desdibujadas nubes oscuras se acercaban sigilosamente tras la sierra.
El aire traía consigo la esencia de los pinos y una mezcla a tierra húmeda que flotaba en el fresco ambiente de la galería.
Domingo se hallaba de rodillas sobre el suelo con la mitad superior del cuerpo introducida en la alta chimenea de piedra. Inés se hallaba a su lado ligeramente inclinada, tratando de ver en la espesa negrura que obstruía la salida del aire.
-Ilumine aquí – dijo la voz apagada del sirviente.
Inés le acercó la mecha y a los pocos segundos Domingo sacó la cabeza de allí.
-Habrá que llamar a alguien, está totalmente atorada.
Domingo se levantó pesadamente con una mueca de enfado en sus ojos.
-¿le podría preguntar algo? – Inés le miró nerviosa y el hombre asintió con la cabeza relajando su pose –Julián y Ginés ¿siempre se han llevado mal?
El hombre pareció dudar durante unos largos segundos:
- No y si – respondió. El reflejo de la llama danzó en sus ojos cuando los fijó allí – Tuvieron una infancia normal hasta que Julián creció y confesó su secreto, su pasión por la vida. Quería convertirse en oficial enrolándose en el ejército. El difunto marqués estuvo de acuerdo con sus deseos siempre y cuando su hermano Ginés tomara parte de las responsabilidades que conlleva el marquesado. Julián estaba dispuesto a cedérselo todo – Domingo se encogió de hombros y volvió la vista a ella como si acabara de regresar del pasado – Al final fue él quien se tuvo que hacer cargo de todo.
-¿no le interesaba la fortuna? – se extrañó.
-Era muy joven – terminó de decir Domingo limpiándose las manos en un paño. -Luego ya pasaron otras cosas pero yo creo que ambos se aman.
-Pues tienen una forma muy peculiar de demostrarlo. ¿Julián no volvió a decir nada del ejército?
-Que yo sepa no. Pero ya la digo que ha llovido mucho desde entonces. ¿Sabe cuál fue el consejo del difunto padre? - Inés negó con la cabeza – cuando ambos discutan entre ellos, lo mejor es no tomar partido y retirarse.
Domingo se giró para salir de la alcoba pero Inés lo detuvo apoyando la mano sobre su brazo.
-¿Y funciona?
El hombre la guiñó un ojo regalándola una sonrisa:
-A mí sí.
Ella lo vio salir y la mecha tembló en sus manos.
De modo que Julián no había podido cumplir su sueño y culpaba de ello a Ginés. ¿Por qué? ¿Tan importante era ser oficial? Quizá para él si lo había sido.-acabó pensando con un nudo en la garganta.
Trató de imaginar a un Julián joven y divertido luchando por alcanzar un sueño, por conseguir una quimera por encima de todo. No le importaba las propiedades ni las riquezas y de pronto; todo había desaparecido por ser el hermano mayor, por creerse o sentirse responsable de sacar el marquesado adelante. Si Ginés se hubiera esforzado tan solo un poco, entre ambos podía haber funcionado bien y Julián se habría marchado… y jamás se hubieran casado… e incluso pudiera que ni siquiera se hubieran conocido.
Con un suspiro tembloroso salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Nunca admitiría que agradecía que las cosas hubieran sido así.
Ya habían retirado el servicio del desayuno y el comedor se hallaba vacío.
-Inés ¿Dónde estabas? – Julián se acercó a ella en una par de zancadas. Vestía impecable, como siempre.
- ¿Por qué? ¿Ha ocurrido algo? – Se sintió atrapada entre sus brazos y lo escuchó reír - ¡Cuenta! ¿Qué ha pasado?
-¿Qué te ha pasado a ti que tienes un enorme tiznón en la mejilla? – la pasó un dedo sobre la mancha y se lo mostró con una hermosa sonrisa.
Inés lo miró perdida en el negro de sus ojos.
-La culpa es de esa chimenea de la sala. Domingo la estaba revisando… tiene que llamar a alguien. Eso me recuerda que debo hablar con la cocinera – agitó la cabeza – yo no sé dónde compra la carne esta mujer pero esta… rara. – Se apartó de él con una sonrisa - ¿querías algo?
Julián la miró arqueando las cejas.
-No –negó buscando con la vista hasta que divisó los guantes de piel que había dejado junto a una alacena con puertas de cristal - ¡Aquí están! Intentaré regresar pronto.
Mientras Inés hablaba con la cocinera y Julián cerraba unos acuerdos con unos nuevos arrendatarios, Ginés se citó en una taberna a las afueras del pueblo con un individuo nada recomendable. Vestido con ropa remendada, algo sucio, con barba de varios días y al que le faltaba más de un diente. Era un timador poco recomendable pero con muy buenos contactos en el mundo del hampa. Ginés lo necesitaba para arruinar finalmente a su hermano.
- ¿Has entendido todo lo que te he dicho? – susurró Ginés. Era muy improbable que nadie en ese tugurio le conociera, pero mejor prevenir e intentar ocultarse lo máximo posible, he ahí la razón para ese sombrero de ala más ancha y el pañuelo demasiado grande a lo largo de su garganta.
- Lo he entendido, jefe. No se preocupe, en una semana tendrá todos esos documentos sobre esas minas tan provechosas. – confirmó el esbirro tras dar un largo trago al vaso de vino que tenía delante.
- También necesitaré algún tipo de documento que respalde a esa empresa. Que se vea tienen un pasado limpio y lleno de éxitos, el marqués es muy listo y necesitará ver algún hallazgo rentable que respalde este nuevo descubrimiento. – Ginés no le había desvelado su verdadera identidad y su relación con Julián, el alías que había tomado para esa entrevista sería más que suficiente.
- Eso le costará algo más, mi socio debe retrasar otros trabajos para hacer este encargo en tan poco tiempo – rascándose la barba intentaba descubrir cuánto le podría sacar más a ese pimpollo que tenía sentado delante y aunque lleno de rabia y por lo tanto peligroso era muy fácil de engañar.
- Si todos los documentos son de mi agrado y si el marqués hace la inversión rápido le daré un tercio más. Cuando lo tenga todo listo déjeme un aviso en esta misma taberna y me pondré en contacto con usted. Hasta ese momento, usted y yo no nos conocemos. – y sin esperar respuesta, Ginés se levantó, dejó un par de monedas en la mesa y se fue.
Aurelio observó cómo se marchaba, no le gustaba que le ocultaran cosas y Aurelio quería saber porqué ese hombre, que era noble por su forma de vestir y hablar, tenía tanta inquina contra el marqués de Manrique. Haría el trabajo, por supuesto, pero también haría unas averiguaciones por su cuenta, nunca estaba de más cubrirse las espaldas y más habiendo nobles de por medio.
Un rato más tarde y en la joyería de la ciudad Julián hablaba con el dependiente. Después de la pasada noche se había dado cuenta de alguna de las inseguridades de Inés y qué mejor que ayudarla a superarlas con un regalo. Julián ni siquiera tenía pensado hacerle un regalo, había sido a raíz de una conversación con Hortensia y con un collar que le había regalado su difunto marido que Julián se había percatado su falta de atención para con Inés. Sin pensárselo dos veces se acercó a la joyería. Y ahí estaba, dudando entre comprarle un collar de rubíes con pendientes a juego o un conjunto de zafiros.
- Las dos joyas son magníficas, señor marqués – corroboró el joyero, ambas eran de importe similar y con su venta cubriría perfectamente las facturas de más de dos meses.
- Sí, son impresionantes las dos – Julián intentó imaginarse a Inés con las joyas puestas, con el conjunto de zafiros se la imaginó con el vestido de terciopelo azul que había recibido hacía unos días de la modista. Pero cuando intentó imaginársela con el conjunto de rubíes, su imaginación le jugó una mala pasada y solo se la pudo imaginar con el collar de rubíes y los pendientes, sin ropa, con la melena suelta y una pose seductora. A Julián se le secó la boca y su entrepierna respondió a tan erótica imagen. Su traicionera mente ya había decidido qué joya luciría mejor en su joven esposa. Con la mano un poco temblorosa señaló el estuche de los rubíes.
- Definitivamente me llevo los rubíes, combinarán mejor con su pelo – con un ligero carraspeo ocultó la imagen de su esposa para saborearla más tarde.
- Excelente decisión, señor marqués. Enseguida se lo preparo.
Anticipándose a la cara que pondría Inés al recibir el regalo Julián estaba exultante por llegar a casa. En el camino se sintió realmente feliz, añorando llegar al hogar junto con su esposa. Sin que pudiera evitarlo una sonrisa iluminaba su semblante.
Inés llevaba un buen rato dando vueltas sin saber qué hacer. Ya había organizado el menú semanal con la cocinera, revisado los pedidos y ordenado algunas tareas que consideraba no podían dejarse de lado. Pero ya no tenía nada más que hacer, la casa del marqués estaba muy bien organizada y apenas necesitaba supervisión, por lo que ella se sentía ociosa y aburrida.
Julián no se encontraba en la casa y no tenía ni la más remota idea del paradero de Ginés.
Suspiró resignada y cerró el libro que había estado intentando leer sin demasiado éxito.
En ese mismo instante su cuñado entró en la biblioteca.
Se le veía mucho más animado que en los últimos días y eso alegró a Inés, la compañía del joven era mucho más amena y agradable cuando se encontraba de buen humor. Tenía que reconocer que verlo sumido en la melancolía y compadeciéndose de sí mismo, estaba resultando un tanto agobiante.
-Buenas tardes, Ginés ¿cómo te encuentras? Tienes muy buen aspecto –comentó dejando definitivamente el libro de lado.
-Buenas tardes, Inés. La verdad que hoy me encuentro mucho mejor, sí –fue la escueta respuesta del joven.
-¿Dónde has estado? No te he visto en toda la tarde y ya comenzaba a aburrirme de estar sola.
-Tenía unos asuntos que atender –dijo esquivo- De todas formas debería ser tu esposo el encargado de amenizar tu vida no yo – intentó camuflar el rencor que sentía tras una sonrisa- Por cierto, ¿dónde está mi querido hermano?
-Tenía asuntos que resolver en el pueblo –dijo acercándose a Ginés. Había estado dándole vueltas a la situación que vivían los dos hermanos y estaba convencida de que había llegado el momento de enterrar el hacha de guerra- Ginés, me gustaría pedirte un favor.
-Tú dirás –dijo solícito tomando entre sus dedos uno de los tirabuzones de Inés. Siempre le había gustado el pelo de la muchacha, tan brillante y sedoso que resbalaba entre sus dedos como facilidad.
-Me gustaría que trataras de llevarte bien con Julián –soltó sin ningún reparo- Sé que tenéis vuestras diferencias, pero…
-No sabes lo que me estas pidiendo –espetó, a la vez que se separaba unos pasos de ella.
-Ginés, por favor –suplicó acercándose nuevamente a él y tomando su mano entre las suyas- Me gustaría que pudiéramos vivir todos juntos, sin tensiones innecesarias y sin malos modales. Sois hermanos, no podéis estar peleados eternamente.
-No apuestes –añadió con un deje de amargura.
-Ginés, por favor. Eres muy importante para mí –depositó una mano sobre su mejilla, mientras la otra aún apresaba su mano- te quiero y no soporto…
-¡Qué conmovedor!
La voz dura y acerada de Julián sesgó el aire como un cuchillo afilado.
-Julián, no te he oído llegar –balbuceó a la vez que dejaba caer las manos a ambos lados de su cuerpo.
-Eso es más que evidente –respondió fulminándolos con la mirada.
Toda la ilusión que había sentido mientras regresaba a casa, se había esfumado como por arte de magia. La imagen de Inés engalanada con el collar y los pendientes a juego se borró de un plumazo, dejando en su lugar otra mucho menos estimulante.
Sin esperar ni un segundo más, giró sobre sí mismo y abandonó la biblioteca con pasos decididos.