Capítulo 19
Inés posó su vista en la persona que acababa de aparecer en el hueco de la puerta, la última persona que esperaba ver luego de tener que soportar la visita del médico y las preguntas del letrado. Su corazón latió deprisa al ver esos ojos tan amados, destilando furia hacia ella. Sintió deseos de correr y refugiarse en ese pecho y dejar que esos brazos fuertes la abrazaran, pero… luego recordó, recordó todas las penurias que había pasado y como en el momento que más necesitaba consuelo y protección Julián había vuelto el rostro lejos de ella y la había repudiado. Recordó su falta de confianza y como a la primera dificultad la había abandonado. Endureció su corazón y todo su ser a ese que era su esposo, ahora no debía pensar en ella, sino en el bebe en camino. Su hijo, o hija, sería la luz que iluminara su camino de allí en adelante.
-Esa no es forma de entrar en esta casa, señor.- le dijo sin alterarse, pero imprimiendo frialdad a su voz.
Julián la miró y todo lo que había intentado olvidar se fue al caño. ¿Cómo había creído que alguna vez podría olvidarla? Aún al ver la forma en que Inés lo miró, como si fuera su peor enemigo, con rabia contenida, aún así sintió como su corazón adormecido se despertaba con sólo percibir su presencia. Pero debía saber, debía escucharlo de su boca, debía saber si lo que había dejado escapar el criado era cierto. Enmascaró todo el amor que sentía por ella en una coraza de orgullo y arrogancia.
-Buenos días, señora, siento haber entrado de improviso.- Lo dijo de un modo irónico, disfrutando la cara de incomodidad del joven que estaba junto a su esposa.
Inés percibió toda su arrogancia, y perdió la paciencia. Decidió dejar de jugar a las personas educadas y ser directa, decirle todo lo que pasaba por su mente.
- ¿Qué es lo que quieres Julián?, esta es la casa de mi madre y no puedes entrar como te dé en gana. Debes anunciar tu visita y aceptar si una persona no desea verte, tal como es el caso, así que si me disculpas…- se levantó señalándole la puerta.
Su ego masculino se revolvió en su interior al ver como Inés le decía abiertamente que no quería verlo delante de un desconocido.
-Vine a ver a mi esposa, aún seguimos casados dulzura, así que si yo quiero puedo hacerte regresar a mi casa, aún en contra de tu voluntad. Soy tu dueño.
- Pensé que querías deshacer el matrimonio.
-Eso pensaba, pero a tu criado se le ha escapado algo de un supuesto “estado” tuyo. ¿Se puede saber de qué estado estamos hablando?- le dijo con todo el cinismo del que era capaz.
Inés se sobresaltó, sintió tanto pánico como el que había sentido al estar secuestrada o aún más.
- No sé de que hablas- trató de decir eso con voz firme y segura, pero no salió más que un balbuceo.
El letrado, Francisco, se estaba cansando de la altanería de ese tipo, hacía muy poco que conocía a la joven Señora Inés, se la había presentado su amigo Juan, pero le parecía una joven que había sufrido mucho y que necesitaba un poco de paz. Sería tan sólo un par de años menor que él, tan parecida a su difunta hermana. Sentía deseos de cuidarla y de brindarle protección, tal como no había podido dársela a su querida hermanita. No iba a dejar que un hombre, por más que fuera su esposo, la alterara del modo en que lo estaba haciendo.
-Creo que no es forma de dirigirse a una dama señor- le dijo con firmeza. Julián lo miró y sintió deseos de moler a palos a ese tipo, que se levantó y se situó al lado del sillón en que estaba Inés apoyando una mano suavemente en su hombro. La mera idea de que ese hombre albergara sentimientos por ella lo volvió loco.
- Esta mujer no es una dama, es una adultera, que mientras dormía en mi lecho se revolcaba con mi hermano.
- ¡Cómo te atreves!- soltó Inés entre lágrimas y furia, levantándose de un brinco y clavando en él una mirada asesina.
-No sé dónde está Ginés, ni me importa. No me importa si te abandonó o cualquier cosa que haya pasado. Tan sólo te digo esto, puede que ese niño sea mío o de Ginés, si es de mi hermano no me importa. Pero si nace antes de tiempo, voy a saber que es mío y en ese caso, luego del nacimiento no lo volverás a ver.-
Salió del saloncito como alma que lleva el diablo, sin escuchar las palabras de odio pronunciadas por Inés.
-¡Señor Manrique! ¡Julián Manrique! – El abogado Francisco de la Serna salió tras el marqués con prisa.
Julián estaba a punto de alcanzar la puerta cuando llegó hasta él con largas zancadas.
-Discúlpeme, soy Francisco de la Serna el abogado de la señora Inés, su esposa – le tendió una mano que Julián miró con desdén. Algo reacio correspondió su saludo.- Sé que este no es el lugar ni el momento pero voy a necesitar intercambiar algunas palabras con usted.
Julián observó al hombre con el ceño fruncido. ¿Un letrado? ¿Para qué querría su esposa…?
-Últimamente estoy bastante ocupado. Concierte una cita con mi ayudante e intentaré recibirlo. –quiso marcharse.
-Este asunto es muy serio señor Manrique. Su hermano se encuentra en busca y captura por las autoridades españolas. Los cargos que se presentan contra él son de suma importancia.
Julián se pasó la mano por la cabeza introduciendo los dedos en los gruesos mechones oscuros.
-Señor de la Serna, Ginés abandonó la casa y no he vuelto a saber nada de él. Me gustaría que las cosas siguieran siendo así. – Julián se enderezó sobre los talones. Con sus ojos oscuros recorrió el vestíbulo incluido la puerta entreabierta donde sabía que se encontraba Inés, regresó su vista al abogado. – Buenos días caballero.
-¡espere! – Insistió Francisco – Creo que debe saber que su esposa también ha denunciado a la señora Alfeizan-Ahora sí que Julián entrecerró los ojos. ¿Qué le pasaba últimamente a la gente con Hortensia? Primero el supuesto hermano del difunto esposo y ahora la propia Inés, claro que esta última ¿Por qué? Hortensia y ella se habían llevado bien ¿no?
-Creo que no le entiendo señor de la Serna, y déjeme decirle que me ha dejado intrigado. ¿Qué le parece si nos vemos esta tarde? A eso de las cuatro.
-Perfecto – Francisco se inclinó levemente a modo de reverencia y observó como el marqués desaparecía hacía el exterior.
Sin volver la vista atrás Julián tomó las bridas de su montura y caminó hasta la ancha verja. Aun sentía temblar todas y cada una de sus extremidades. Volver a ver a Inés despertaba tantos recuerdos en él… momentos buenos, dulces, bellos. Podía rememorar su aroma, la suavidad de su cabello, la tersura de su piel… Se maldijo. ¿A quién pretendía engañar? No había acudido allí solo para devolver a Sansón a su dueña, no ¡que estupidez! Solo quería verla a ella. ¿Sería cierto lo de su embarazo? El mozo no tenía por qué haber mentido. ¡Mierda!
¿Y Ginés donde estaba? ¿Acaso la había abandonado a ella también? ¿Era por eso que Inés se hallaba de regreso en casa de su madre?
Llegó a su propiedad más enfadado y tenso de lo que se había marchado. Si el abogado de Inés acudía aquella tarde le presentaría las pruebas que tenía contra ella. El documento de la mina firmado por Ginés y su esposa. Sobre el tema de Hortensia… la duda anidaba ahora en su pecho. ¿Sería su amiga capaz de asesinar a alguien? A veces su carácter era demasiado fuerte, pero de ahí a matar a su amigo… Lo mejor es que tuviera una pequeña conversación con ella, al menos debía mantenerla al tanto de lo ocurrido, después de todo, Tessi siempre había estado con él apoyándolo.
Julián había estado inquieto todo el día, esperando la llegada del letrado. Estaba preocupado por el estado de Inés, puesto que si ella realmente estaba embarazada y si como le había dicho el nacía antes. No habría ninguna duda de que era suyo. Sin embargo, no estaba dispuesto a tener a una mujer adúltera como madre de su hija o hijo. Y si no era de él sino de su hermano, y éste resultaba culpable tampoco sería capaz de dejarlo como bastardo sin reconocerlo como un Manrique. Pero antes tendría que investigar si Inés estaba embarazada. Mandaría llamar al médico. ¡Dios! Todo era tan complicado. Y luego las supuestas acusaciones en contra de su mejor amiga. Como era posible que todos pensaran eso de ella.
Tal vez debería mandar a investigar al supuesto hermano del marido de Hortensia e incluso a ella. Necesitaba hablar con su letrado también. Por mientras ya tenía preparadas las pruebas en contra de Inés y su hermano. Quería olvidarse de un problema menos cuanto antes.
Unos golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos.
-Adelante Domingo
-Señor, el señor Francisco de la Sena está aquí, dice que tiene una cita con usted.
-Sí dile que pase por favor.
-Muy bien señor.
Un momento después entraba el abogado de su esposa, cargando un maletín con varios papeles.
-Marqués-dijo estrechándole la mano.
-Abogado, siéntese por favor.
-Gracias, sé de antemano que es muy precipitada esta entrevista, pero necesitaba hablar con usted con respecto a la denuncia y pruebas que usted dice poseer contra su hermano y la Señora Hortensia.
-Un momento, yo nunca dije que tenía pruebas en contra de Hortensia, sino simplemente en contra de Inés Gonzaga y mi hermano Ginés, ya que se le busca por las autoridades es justo que las culpas sean repartidas. Concluyó Julián enfadado.
El abogado se mantuvo callado un momento, pensando en esas palabras, realmente ese hombre no sabía de la misa ni la mitad. Tendría que empezar por aclararle algunas cosas, sin llegar a desvelar toda la verdad.
-Me podría mostrar esos papeles, que dice usted tener en contra de mi defendida por favor.
-Claro los tengo justo aquí a mi lado. Tome-extendió la mano con un pequeño y delgado fajo de papeles doblados y maltratados de tanto abrir y ojear.
El abogado los tomó y comenzó a leerlos, de pronto sacó unos papeles de su maletín donde llevaba unos documentos que la señora Inés le había firmado para comparar lo que dedujo se refería el señor Manrique con respecto a la prueba.
Después de haber cotejado ambos papeles frente al expectante Julián, por fin se animó a hablar.
-Señor Manrique, tengo una pregunta y espero me la pueda contestar sinceramente. ¿Está usted seguro que la firma que figura aquí es la de su esposa?
-Por supuesto que sí, no tiene más que verlo está incluso su nombre por propio puño y letra.
-De acuerdo entonces. Y otra pregunta más antes de continuar. ¿Sigue estando usted dispuesto a anular el matrimonio con mi cliente y está dispuesto a firmar la orden que traigo aquí firmada por ella?
-Claro sin duda alguna mi abogado está encargándose del asunto desde que comenzó todo este asunto. ¿Es acaso que mi esposa espera que le ruegue y perdone su infidelidad?
-Eso a mí no me corresponde decirlo ni aclararlo señor. Yo sólo vengo a recoger las pruebas que usted mencionó y a que me firme el papel.
Dijo esto último acercándole el papel que tenía junto a las pruebas para que lo firmara. Julián sin leerlo lo firmó rápidamente sin reparar en nada más. Mientras lo hacía esa opresión que sentía cada vez que se estaba precipitando en alguna decisión volvió a aparecer. Pero trató de no hacerle caso. Cuando terminó le devolvió las hojas al letrado. Este la tomó y sacó la copia que tenía adjunta y que Julián había firmado también, para entregársela. Y fue entonces cuando habló.
-Muy bien, mi cliente no estaba segura de que accedería a firmar los papeles, pero veo que se equivocó. Ahora tengo que cumplir la otra orden que me fue encomendada. Señor Manrique lamento decirle que la firma que figura en esos papeles que usted dice tener como prueba en contra de su esposa, no es la de ella. Ha sido falsificada, pensé que me iba a pedir cotejar los documentos para verlos, pero no lo hizo. Cosa que me confirma una vez más lo que me dijo su esposa. Como verá usted y si desea puede cotejarlos ahora, porque me temo que me tengo que llevar los documentos de la mina. Además de decirle y no por orden de su esposa, pues ella no quiere que lo sepa. Que su hermano Ginés junto con la señora Hortensia viuda de Alfeiran están acusados de secuestro y maltrato.
Diciendo esto último espero a que Julián terminara de verlo con cara de asombro y con un movimiento de mano le indicó que cotejara lo que decía, al ver la expresión de horror que cruzó por su rostro sintió un poco de compasión pero sin duda alguna esta desapareció después de recordar todo lo que le había gritado a su esposa en la mañana y como había sido tratada por él.
-Aquí le dejo mi tarjeta para que su abogado se ponga en contacto conmigo y terminar de solucionar todo. Cualquier asunto que quiera tratar con su esposa de ahora en adelante será a través de mí. Con los papeles que me acaba de firmar pierde casi todos los derechos en cuanto a ella. Mucho gusto y buenas tardes Señor Manrique.
Sentado sobre la cama, con los brazos rodeándole las piernas, el rostro sin rasurar y las ropas sucias y arrugadas, Ginés se mecía adelante y atrás sin descanso.
Se sentía totalmente desesperado y por primera vez en su vida, asustado.
Tras la fuga de Inés, el ventero había tardado casi un día en descubrir en qué estado lo había dejado la muy zorra. El hombre había tratado de disculparse por su torpeza y había puesto a disposición de Ginés un caballo, ya que la moza se había llevado el suyo.
Las horas que había permanecido prisionero en su propia habitación, le había servido para pensar. Era evidente que tenía que alejarse de aquel lugar, ahora no solo tenía que esconderse de Hortensia, estaba seguro de que Inés daría parte a las autoridades y no tardarían en ir en su busca.
Por eso se había dirigido hacia el norte, alejándose lo más posible de las tierras de su hermano y de los lugares donde podrían reconocerlo con facilidad.
Un ruido en el pasillo de la mugrienta pensión lo hizo dar un bote, consiguiendo detener su balanceo durante unos instantes. Agudizó el oído, atento a los sonidos que llegaban del otro lado, tenso y con los ojos desorbitados por el miedo.
El lugar era un nido de delincuentes y maleantes, pero con el dinero que le quedaba no podía pagarse nada mejor. Debería haber aceptado la oferta de Tesi, pensó volviendo a iniciar su rítmico vaivén, haber liquidado a Inés, cogido el dinero que le ofrecían y haberse ido del país.
Sin embargo ahora se encontraba atrapado en una posada de mala muerte y sin posibilidades de salir adelante por sí mismo. Quizás debería volver y terminar con todos ellos. La idea comenzó a germinar en su cabeza.
Sí, sería lo mejor. Regresaría y se desharía de su hermano, de su adorada esposa y de la víbora de Hortensia.
La sonrisa torcida y sin humor que adornaba sus labios, se borró rápidamente al sentir un nuevo ruido en el pasillo.
Inés miraba al señor de la Serna tratando con todas sus fuerzas de que la consternación que sentía no se reflejase en su rostro. El abogado acababa de decirle que Julián había firmado los papeles sin siquiera echarles un vistazo. “¿Tan poco le importo?” se preguntó dolorida. Si necesitaba una prueba más de la necesidad de apartarse para siempre de ese hombre ya la tenía. Aun así, la turbación que sentía ante la evidencia de lo deseoso que estaba Julián por deshacerse de ella le provocó un acceso de cólera: se había prometido a sí misma no volver a sufrir nunca más por él y eso es lo que iba a hacer, aunque parecía más fácil decirlo que hacerlo, sobre todo cuando el dolor por su indiferencia le estaba carcomiendo por dentro como una rata hambrienta.
Desechando sus negros pensamientos, trató de concentrarse en las palabras que en ese momento pronunciaba el abogado:
- Evidentemente, el documento que ha firmado el marqués no será definitivo hasta que un tribunal eclesiástico dé su visto bueno…, si el señor Manrique decide retractarse la ley lo apoyará sin ninguna duda, al igual que las altas instancias religiosas, pues es su acusación la que ha iniciado todo el proceso.
- ¿Me está usted diciendo que estoy sujeta al capricho de mi esposo?- por la mente de Inés pasaron las palabras amenazantes que Julián le escupiera a la cara la última vez que se vieron. Pensar que podría cumplirlas y arrebatarle a la criatura que se gestaba en su vientre la llenó de un pavor insoportable.
- Desgraciadamente así es, señora Manrique. – El señor de la Serna carraspeó incómodo.- La última palabra en todo este asunto la tiene el marqués.
La reunión con el abogado había dejado a Inés sumida en un estado cercano al pánico. Tenía que pensar en algo para impedir que Julián llevara a cabo su palabra, desprenderse de ese hijo, al que ya amaba con todas sus fuerzas, era una opción impensable. Se le ocurrió que lo idóneo sería que Julián pensara que la criatura era de Ginés, pero para eso el alumbramiento se debería producir dos meses más tarde de lo que el doctor le había indicado la tarde anterior. Quiso pensar que Julián había lanzado su amenaza llevado por el terrible odio que parecía sentir hacia ella.
De repente, la tristeza, pesada y oscura como un manto, la inundó llenándola de pesar y melancolía, ¿cómo habían llegado a ese punto? Había habido una época –la más feliz de su vida, si era sincera- en la que habría dado la vida por ese hombre. Julián la había amado, la había tratado con amabilidad y dulzura, como si ella fuese lo más preciado para él, e incluso había sido un apoyo importantísimo para su madre tras la muerte de Don José, ¿qué les había sucedido?
La explicación parecía sencilla: él siempre había estado dispuesto a creer lo peor de ella y en el momento en que su amor se había puesto a prueba, Julián había dudado y había corrido a refugiarse en los brazos de Tessi. La decepción y los celos, amargos como la hiel, la inundaron, y dejando a un lado sus nostálgicos pensamientos se reafirmó en su decisión: si era preciso mentiría y juraría que ese hijo no era de Julián, sólo esperaba no tener que llegar a ese punto pues su reputación, y lo que era aun peor, la de su propia madre, no se recuperaría jamás de algo así.