Capítulo 16

 

 

Julián nunca sabría cuán lejos hubiera llegado con Hortensia, pues un discreto toque en la puerta les interrumpió.

- Señor –se oyó la voz de Domingo. –Ha llegado el señor Ramírez.

Era el especialista en materia eclesiástica que había contratado para solicitar la nulidad de su matrimonio ante la iglesia. Miró a los ojos a Hortensia, quien le sonrió con ternura, y se despidió sin decir nada.

Mientras seguía a su mayordomo hacia la biblioteca, trataba de poner en orden sus pensamientos. Acababa de besar a Hortensia, a su amiga del alma. Y si bien no había sentido la pasión desbordada que sentía cada vez que estaba cerca de Inés, tenía que reconocer que había sido agradable. Quizá, con el tiempo, lograra superar todo aquello.

El aire fresco le sentó bien, y alejarse de Inés y su incansable parloteo le vino aún mejor. Allí dentro no podía pensar, no con ella lloriqueando y hablando sin parar.

La inesperada visita de Hortensia lo había alterado, ahora ella tenía la sartén por el mango y estaba claro que pretendía quedarse con todo. En ese punto tenía que estar de acuerdo con Inés.

Se sentía nervioso, pero tenía que relajarse e idear un plan. No dejaría que Tesi se saliera con la suya, no se iba a librar de él con tanta facilidad. Estaba muy equivocada si creía que iba a aceptar su dinero y a salir corriendo. No, no lo haría. Evidentemente no por escrúpulos o por remordimientos, no, simplemente no se conformaría con una porción del pastel, cuando se podía quedar con la tarta entera. Una tarta a la que tenía derecho.

Había nacido para llevar una vida disoluta y plagada de comodidades. Podía apoderarse del dinero que le ofrecía y huir del país como ella le había indicado muy amablemente, pero que pasaría cuando el dinero se terminara, evidentemente no iba a aponerse a trabajar, ni soñarlo.

Decidido regresó al interior de la casa, dónde, gracias al cielo, Inés había dejado de lamentarse. Tenía que alejarse de allí, no se fiaba de Hortensia, no era tan tonto como ella suponía.

-¡Nos vamos! –dijo acercándose a Inés para liberarla de las ataduras.

-¿A dónde? –preguntó recelosa.

-Aún no lo sé, no comiences a aburrirme con tus preguntas –le advirtió nervioso.

Cuando se vio libre, frotó las doloridas muñecas y observó a Ginés que iba de un lado a otro de la casa recogiendo las pocas pertenencias que había llevado consigo.

-¡Muévete! –le gritó desde la puerta.

Con el corazón en un puño, Inés obedeció y salió tras él.

Aquello era una locura, pensar que su única posibilidad de sobrevivir estaba en las manos de Ginés le provocó un escalofrío que la sacudió de pies a cabeza.

Vio cómo su cuñado le tendía la mano desde lo alto del caballo.

Como si hubiera presentido sus miedos y dudas la apremió con un gesto de la mano al tiempo que un bufido frustrado escapaba por entre sus crispados labios.

Que otra opción le quedaba, pensó angustiada. Alzó la mano y asiendo con fuerza la del hombre se izó hasta la grupa del caballo.

Sin perder ni un segundo más, Ginés espoleó al animal y abandonó el lugar sin rumbo fijo.

La casa estaba sumida en sombras y extrañamente silenciosa.

Atisbó el interior desde una de las ventanas, pero estaba tan oscuro que no vio nada. Tendría que arriesgarse a entrar.

Elevó una de sus pobladas cejas al comprobar que la puerta principal estaba abierta, la empujó con tiento, esperando que las bisagras no chirriaran y delataran su presencia.

De nuevo tuvo suerte y en un segundo estaba en medio del pasillo. Avanzando despacio y con el arma en alto fue comprobando cada una de  las estancias que se abrían a ambos lados del pasillo.

-¡Mierda! -exclamó a la vez que descargaba el puño contra el panel de madera de una de las puertas- Se han ido.

A Hortensia no le iba a hacer ninguna gracias cuando se enterara. Su hermana, medio hermana, se rectificó a sí mismo mentalmente, parecía un ángel dulce y encantador, pero era como un demonio rabioso, capaz de desatar su ira contra el infeliz que osara contradecirla.

Y ahora él tenía que regresar para decirle que había fracasado, que los pichones habían volado

del nido antes de que él llegara.

Malhumorado, abandonó la casa. Decidió dar una batida por el lugar antes de enfrentar a Hortensia.

 

Julián se sentía desesperado. Como diablos pensaba rehacer su vida si el abogado le había dado muy pocas sino es que casi nulas esperanzas de que su matrimonio se disolviera. ¡Maldita Inés! Como la odiaba, pero ya vería la forma de deshacer el matrimonio, por lo pronto le había pedido al abogado que hiciera unos cuantos trámites y que cobrara algunos favores para poder llevar a cabo la disolución. ¿Por qué no se había enamorado de Hortensia? Hortensia, su amiga leal, compañera de la infancia y cómplice de sus secretos. Tal vez debería pagarle a su aún esposa con la misma moneda.

Julián sumido en sus pensamientos no se percató de un par de ojos que lo observaban mientras subía por las escaleras hacia su recámara.

Mientras tanto lejos de ahí Ginés espoleaba su caballo con toda la furia que era capaz de sentir, había descubierto a Don Mamertino por los alrededores, cuando en un descuido había parado para que Inés hiciera sus necesidades. Se habían escondido tras unos arbustos que cubrían perfectamente al caballo y a ellos, y él sabía perfectamente él porqué estaba ahí. Creer en las casualidades sería de idiotas si Inés no le hubiera dicho una gran verdad. Su plan lo estaba acorralando y era seguro que la bruja de Hortensia no le estuviera hablando bien de él a su hermano. ¡Desgraciada zorra! Pero si el caía, ella lo haría con él. Y tenía que conocer el secreto que ella guardaba con respecto a la relación que había entre ella y Don Mamertino.

La voz de Inés lo sacó de sus cavilaciones:

-   Ginés, ¿falta mucho?- preguntó Inés con voz rasposa por el llanto

-   No, Inés pero si sigues preguntándome cada dos minutos estoy tentado a arrojarte en la primera zanja que encuentre- respondió este con furia.

-   Solo quería saber a hacia donde nos dirigimos Ginés, hace mucho que dejamos la ciudad atrás y perdí la ruta.

-   Y es mejor que la hayas perdido, así no tendrás oportunidad alguna de huir

Inés guardó silencio. Intentando no dormirse para saber cuál era su destino y poder buscar una ruta de escape. Pero los párpados se le cerraban. Habían sido unos días muy moviditos y más en su estado. Qué triste que Julián ya no fuera a creerle. En ese momento se sentía derrotada y sin una esperanza de salir del hoyo en el que estaba. Si tan solo fuera como una de esas heroínas de las novelas todo sería diferente. Una lágrima resbaló por su mejilla, sin darse cuenta.

No muy lejos de ahí, en una taberna, dos hombre reunidos charlaban apartados del bullicio de la gente y de cualquier mirada curiosa que pudiera levantar sospechas. Aunque la simple presencia de ellos la levantara, tan opuestos como el día y la noche buscaban

-   ¿La has encontrado?

-   Sí jefe, me he enterado de que ahora es una viuda respetable y que es “amiga” del Marqués Manrique.

-   Muy bien, entonces mañana partiremos cuanto antes y le haremos una visita al Marqués.

-   ¿Pero que ganamos con visitarlo a él y no a ella?

-   Fácil, asegurarnos de un as bajo la manga. No podemos seguir permitiendo que se salga con la suya. Mi hermano merece ser vengado por lo que esa zorra le hizo.

-   ¿Pero el marqués que pinta en todo esto?

-   Si es su amante como supongo que lo es, entonces no le convendrá que nadie se entere, menos su esposa.

-   Cierto jefe, muy cierto. Como siempre tiene la razón.

 

Julián terminó de revisar las facturas. Aquellos días se había acumulado el trabajo debido a su despreocupación. Durante la última semana había asistido a diferentes actos, entre ellos el famoso baile de la villa patronal donde los nobles festejaban las buenas cosechas. Realmente no habían sido muy productivas ese año sin embargo ese día se había apuntado en el calendario como una futura tradición y nadie había faltado al evento. Esa última noche había coincidido con Doña Margarita que animada por las damas que habían colaborado en el rastrillo la habían arrastrado a la casa de la Condesa de Soria.

Julián no había sentido ningún deseo de hablar con ella y la había evitado hasta que finalmente se marchó alegando tener negocios. Además, ¿Qué podía decir Margarita sobre  su hija? Desde luego el encuentro podía haber sido muy bochornoso para ambos ya que era imposible explicar porque Hortensia se había pasado toda la noche pegada a él como una lapa por muy amigos que fueran.

La culpa había sido de él. ¿Por qué se le habría ocurrido besarla? ¡No podía ser! No podía hacer aquello a Tessi. Puede que en un momento candente la hubiera hecho el amor, con seguridad ambos habrían disfrutado, pero luego ¿Cómo volvería a mirar a su amiga a la cara?

Había hecho una balanza, su amistad sincera o por el contrario aprovecharse de Tessi tan solo para borrar el recuerdo de Inés. ¡Se había vuelto loco si pensaba que la sacaría tan fácilmente de su corazón!

Se había encerrado esa mañana en el estudio dispuesto a liquidar todos los asuntos que tuviera pendiente, las horas habían pasado con velocidad y cuando se quiso dar cuenta estaban dando el aviso para comer. Cerró el cajón dando una vuelta de llave en el momento que golpeaban la puerta.

-Señor, Doña Margarita quiere hablar con usted. –Dijo Domingo asomando la cabeza por la puerta.

-Dila que no estoy, que he salido.

-Ya sabe que está aquí, ejem… me temo que se lo dije yo cuando se recuperó un poco – como Julián arqueó las cejas, Domingo entró en la sala explicándose – Doña Margarita ha venido a ver a su hija porque dice que hace mucho que no la ve ni sabe de ella. Al decirla yo que la señora Inés se había fugado de la casa con el señorito… al principio creímos que la daría un ataque, la doncella estaba por allí limpiando y menos mal que corrió hacia ella, si no le juro que esa mujer se habría partido la crisma con el aparador.

-Pero ¿está bien? – preguntó Julián rodeando el escritorio para salir al corredor.

-Está en la sala y exige verlo. Creo que la pobre mujer no sabía nada.

-¿en la sala? De acuerdo voy  a verla.

En cuanto ingresó en la cámara, Doña Margarita se incorporó caminando hacia él con los ojos empañados de haber llorado.

-¿es eso cierto, Julián? ¿No está mi hija aquí? – le puso la mano en el brazo y el hombre la palmeó con suavidad. El dolor reflejado en aquellos ojos no eran fingido, le dio lastima tener que contarla la verdad.

Doña Margarita escuchó con atención cada una de las palabras de Julián intentando no perder el hilo.

-¡pero tú y mi hija ya sospechabais de Ginés! ¿Tratas de decirme que Inés siempre estuvo al tanto de todo? – La mujer le miró estupefacta y al cabo de unos segundos de digerir la noticia negó con fuerza - ¡Eso no es posible! ¡Inés me hubiera dicho algo! – caminó hacia la puerta con disgusto y allí le miró con frialdad -¡No te creo! Ella nunca…

-Puede comprobarlo Doña Margarita – la contestó con una sonrisa rallando en el cinismo – acérquese a la casa y compruébelo usted misma. De paso puede decirla que dentro de poco no tendrá que esconderse. La nulidad ya no puede demorarse mucho.

-¿nulidad? – gritó la mujer aterrada. – Julián déjame que vaya hablar con ella. No creo en nada de lo que me has contado, mi hija podrá tener muchas cosas pero te aseguro que la última vez que la vi estaba muy enamorada de ti.

-Usted es su madre Doña Margarita y la respetaré siempre que nos veamos, pero por favor, no quiero que Inés se acerque por aquí.  No es bienvenida en mi casa.

La mujer se agarró el ruedo del vestido y le dedicó una mirada glacial que Julián ignoró.

-Hasta que no obtenga esa nulidad, mi hija sigue siendo la marquesa, no lo olvides Julián. – salió de allí en un revuelo de faldas.

 

- ¿Qué diablos significa que se te han escapado? –Hortensia miró a su medio hermano furibunda. Levantó la mano y le dio una sonora bofetada. –Explícate, maldito imbécil.

Don M. hubo de hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no devolver el golpe. Aquella mujer estaba a punto de rebasar sus límites. Pero todavía no podía vengarse de sus afrentas. Habría de esperar a que fuera marquesa, para exprimirla al máximo antes de poder matarla con sus propias manos. Se juró a sí mismo que lo haría.

Evitando que viera el odio en sus ojos, bajó la vista, simulando sumisión, y procedió a explicarle la desaparición de aquellos dos.

 

Sola, Hortensia temía por su situación. Su medio hermano, aquel inepto, planeaba algo contra ella, estaba convencida. Lo había visto en su mirada por un momento. Ella era capaz de oler la traición a kilómetros, pues nadie mejor que ella sabía de traiciones. Y alguien estaba fraguando una contra ella.

Tal vez Ginés estuviera planeando algo similar. Quizá había descubierto que ella pensaba abandonarlo a su suerte, y se había escapado a tiempo, llevándose a Inés con él. A pesar de la precaria situación de ella en su matrimonio, seguía siendo un rehén valioso.

Y para colmo ya no estaba segura de poder ganarse los favores de Julián. Desde el beso que compartieran, él se mostraba huidizo.

Maldita fuera su estampa. Acariciaba ya con los dedos su victoria. Por aquel marquesado, por aquel marqués, había matado a su primer esposo, un bandolero que había hecho fortuna en los escarpados pasos de Sierra Morena, y se había llevado el botín mientras el resto de su banda tendía una emboscada a un grupo de soldados franceses. Su familia la había creído en un convento, donde la enviaron para que finalizara sus estudios, alejándola así del amor de su vida, su vecino el marqués. Pero durante aquel período se había escapado y había logrado convertirse en una mujer rica. Había vuelto a casa después, jurando haber sido secuestrada, y bien dispuesta a conquistar a Julián, pero sus padres la habían casado con el conde de Soria. Así que había planificado también su muerte. Fingió ser una amante esposa durante dos años, y le envenenó poco a poco. Nadie supo nunca de su perfidia.

Solo tenía que conquistar a Julián. Mandaría matar a Ginés y a la marquesita a alguien de su confianza, y ella personalmente se encargaría de su insurgente hermano.

Cuando fuera marquesa, no pensaba compartir su fortuna y posición con nadie.

 

Habían cabalgado toda la noche y gran parte de la mañana. Y por fin, a Ginés, le parecía que habían puesto tierra suficiente de por medio. No estaba huyendo, tan solo estaba guardando una prudencial distancia, hasta que sus ideas se aclararan y supiera cómo atajar a Hortensia y sus retorcidos planes.

Sentía a Inés tras él, medio desfallecida, por un momento casi sintió lástima por ella. En realidad ella era la única víctima inocente en todo aquel asunto. Si su querido hermano no se hubiera encaprichado con ella, la joven estaría tan a gusto en su casa, ajena a las intrigas de Hortensia y su infinito rencor hacia Julián.

Alzó la vista y alcanzó a ver, a no demasiada distancia, su destino.

En alguna de sus habituales escapadas a Almanza, había descubierto aquella venta, dónde la discreción estaba garantizada por un módico precio.

Durante las últimas horas, se había devanado los sesos tratando de pensar en el lugar ideal para ocultarse durante, al menos, unos días y ese lugar sin duda era este.

Nadie haría preguntas y estaba lo suficientemente alejado, como para que nadie descubriera su paradero.

-Ya hemos llegado –masculló sobre su hombro, informando a Inés, que se ceñía, de forma precaria, a su cintura.

-¿Y dónde estamos si se puede saber? –aunque su voz sonó apagada por el cansancio, Ginés no pudo ignorar la nota de enfado en su tono.

Enarcó una ceja, ligeramente sorprendido, pero se negó a responder.

-Maldito seas –farfulló Inés tras él, desando poder descender de una buena vez de aquel maldito animal y alejarse de Ginés cuanto antes.

Estaba comenzando a sentirse cansada de aquel drama, de verse arrastrada de un lado a otro sin que nadie reparara en sus sentimientos o deseos. No era un harapo al que poder desechar cuando ya no era útil, pensó cada vez más frustrada y de peor humor. Se negó a pensar en Julián, porque temía que entonces, su genio, explotara y ya no hubiera manera de controlarlo. Tras las primeras horas de dolor y llanto, su corazón se había revelado, ofendido y decepcionado por la falta de confianza y de fe de su esposo. Por eso, en esos momentos, prefería mantenerlo alejado de su cabeza. Ya llegaría su turno, ahora tenía que bregar con Ginés, que ya era bastante.

 

Vista de frente, la venta asemejaba un pequeño castillo. Las dos torres que se alzaban a ambos lados de la fachada, le conferían un aspecto seguro y distinguido. Guió al rocín a través del portalón de entrada, hacia la parte trasera, donde un gran patio hacía las veces de recibidor para los viajeros y sus animales, así como lugar de almacenaje para el grano y las barricas de vino.

Un mozo, se acercó raudo a atender a los recién llegados, y Ginés ayudó a Inés a descender del caballo, apeándose él mismo tras ella y entregando las riendas al muchacho.

-Dale una buena ración de heno –ordenó mientras tomaba Inés del brazo y la conducía a una puerta lateral que daba acceso al interior de edificio.

Inés, a pesar del agotamiento, contemplaba con interés todo lo que la rodeaba, poniendo especial atención en las puertas, escaleras y ventanas. Tenía muy claro que a la menor oportunidad se iría de aquel lugar, se alejaría del demente de Ginés.

Ginés parecía moverse con soltura por el lugar, pensó para sí, era evidente que conocía el sitio y por el saludo del ventero, parecía un cliente asiduo.

-Estáis de suerte, vuestra habitación favorita está disponible –anunció excesivamente complacido.

-Gracias, Germán –se limitó a decir Ginés, arrastrando tras de sí, escaleras arriba, a Inés.

-Necesitaré agua caliente para el baño, Germán –pidió ya desde lo alto de la escalera.

-Inmediatamente señor –el servilismo de aquel hombre era exasperante, pensó Inés, asqueada.

-Puedo caminar sola –exclamó tirando del brazo por el que Ginés la sostenía, cuando llegaron a lo alto de la escalera.

-Está bien. Pero nada de tonterías –le advirtió dejándola libre- Recuerda que no solo Hortensia es una amenaza para ti.

Inés ignoró el estremecimiento que sus palabras le produjeron y lo retó con la mirada.

-¿Estas recuperando el genio, cuñada? –preguntó divertido.

-¡Vete al infierno! –espetó con rabia, pasando ante él.

La mano de Ginés volvió a asirla, interrumpiendo su avance.

-Es aquí –señaló sonriendo de forma burlona.

Inspirando con fuerza, se contuvo para no volver a enviarlo a diablo, no tenía intención de divertirlo, todo lo contrario.

 

Ahora tras una semana en la venta, no se hallaba más cerca de encontrar una solución a sus problemas. El tiempo pasaba y tenía que decidir qué hacer, cómo actuar. E Inés no estaba resultando precisamente una compañera demasiado agradable, por momentos sentía la tentación de seguir la recomendación de Hortensia y deshacerse de ella de una vez por todas y para siempre. Tan solo la idea de que aún podía tener una baza con ella, le permitía soportar el insoportable mal carácter que la joven estaba adquiriendo en los últimos días. Viéndola en esos momentos, cualquiera llegaría a la conclusión de que siempre había sido una pequeña arpía, mal humorada y respondona. Cualquiera en su situación estaría suplicando, pero ella no, ella le discutía y enfrentaba a cada momento, la muy víbora.

 

Encerrada en el  cuarto los días se hicieron eternos, Inés poco a poco fue recapacitando sobre lo sucedido y una mezcla de ira e incredulidad fue fraguándose en su interior.

Empezaba a estar muy cansada, cansada de estar encerrada, cansada de tener que aguantar al lerdo de Ginés. Como podía haber estado tan ciega tanto tiempo, como podía ni tan siquiera haber se creído  enamorada de un hombre como ese, un hombre que a pesar de haber confesado estar enamorado de ella, no había sido capaz de mover ni tan siquiera un dedo el día de su boda cuando la obligaron a casarse con Julián, un hombre que huyó como un cobarde, para luego regresar de nuevo con la idea de una absurda venganza por no se sabe que, contra su hermano.

Ja -rio para sí misma-, mientras sentada en una silla, en aquella asfixiante habitación, se miraba distraídamente las manos. Julián.

Apretó los puños hasta que las uñas se clavaron en sus palmas,  su marido,  El Marques, que la obligó a casarse con él, sin tener en cuenta sus sentimientos  y  ante la primera adversidad pone en duda su matrimonio y tramita la nulidad para poder casarse de nuevo con su amiga del alma… pues por ella, podía quedárselo, se lo regalaba.

Durante todos estos días había repasado una y otra vez la última vez que se habían visto en la cabaña, ¿cómo pudo creerse algo así? ¿Cómo pudo marcharse sin más?  Después de todo el amor que habían tenido juntos, después de todos los engaños y embustes que sabían de Ginés,  Julián había dado crédito a unos papeles y a unas palabras, no a sus ojos.

Pero bueno,- la desilusión se pintó en su rostro- eran hombres, que se podía esperar de ellos, todos los que se habían cruzado en su vida la habían decepcionado, su padre por morir tan joven y dejarlas solas, su padrastro y ahora los hermanos Manrique

_ bueno basta ya de autocompasión- se dijo a si misma levantándose   de la silla y paseando de un lado a otro de la habitación- tenemos que salir de aquí, nenita  –dijo, mientras se acariciaba distraídamente el vientre, no tenía  la absoluta certeza de estar embarazada, pero algo en su interior le hacía sospechar que así era- no necesitamos ningún hombre en nuestras vidas, verdad cielo?

Paso el resto de la tarde sopesando la mejor manera de intentar huir, por la ventana, imposible. Estaba en el piso de arriba y aunque todavía se acordaba de las incontables veces que se había escapado al anochecer por la ventana de su habitación cuando era niña  para ir a cazar grillos, no podía arriesgarse.

Había anochecido

Sus pensamientos se vieron interrumpidos de repente, la puerta se abrió y un nervioso y demacrado Ginés entró, había estado bebiendo, dejo la botella en la mesa.

-problemas Ginés?-  Ginés se meso el cabello, el tono irónico con el que últimamente Inés se dirigía a él lo irritaba, le había perdido el respeto, tenía que hacer algo, la situación era insostenible, no sabía qué hacer, se le había ido de las manos

- vamos Ginés esto no puede continuar así, has perdido, no tienes nada, Hortensia te ha traicionado y tu nunca conseguirás el marquesado, tu hermano ha ganado

_ no digas eso me oyes, maldita zorra- cruzo la habitación y la agarro de los brazos, su rostro se trasformo en una grotesca  mascara- no digas  eso… te tengo a ti

-Suéltame me haces daño – intentaba zafarse de él pero estaba enloquecido- o si, me tienes a mí  y? crees que a Julián le importo, o quien realmente te hizo la jugada fue él al quitarte a la heredera

-bueno lo continuas siendo no? Quizás podríamos intentarlo de nuevo, nos lo pasábamos bien juntos, hasta dejaste que te robase algún que otro beso – rodeo con sus brazos la cintura de Inés inmovilizado a su vez los brazos y empezó a darle pegajosos besos por el cuello

_Vamos Inés no te resistas podemos pasarlo muy bien, podríamos pedirle la dote  tu madre y con el dinero que nos dé, marcharnos de aquí para siempre

Las arcadas que le estaba produciendo el manoseo al que la  estaba sometiendo no la permitían pensar con mucha claridad, poco a poco fue bajando su mano derecha por el abdomen de Ginés hasta llegar a la entrepierna, Ginés gimió y por un instante dejo de respirar

-Sabes una cosa dijo Inés acercando sus labios a escasos milímetros de los de Ginés, con esto no creo que estés a la altura, hasta en esto tu hermano es mejor.

No tuvo tiempo de reaccionar, de repente el dorso de una mano estampo contra su cara y cayo contra el canto de la mesa, sintió como una gota de líquido espeso y caliente resbalaba por su sien y un escozor horrible se instalaba en su mejilla.

Esto no podía estar ocurriéndole a ella, ya había vivido varios episodios de estos con su madre y juro que nunca permitiría que la maltratasen, que podría recibir un primer golpe pero que no permitiría un segundo, se levanto como una furia, con los ojos encendidos, agarro lo primero que vio, la  botella que había dejado Ginés en la mesa y la estampo contra la cabeza, lo dejo aturdido

-Y no se te ocurra  volver a ponerme  la mano encina-

Aprovecho el aturdimiento para amordazarlo, lo dejo arrodillado atado de pies y manos.

Se disponía a salir, cuando en el umbral de la puerta se giro, se acerco de nuevo a Ginés y le dio  una patada con todas sus fuerzas en las partes nobles, nada propio de una dama – y esto por haberme llevado interminables horas a caballo, estero que te duela la mitad de lo que me dolió  a mí, adiós Ginés

Salió de la habitación y cerró la puerta sin ningún plan preconcebido, en las escaleras se encontró con Germán que les subía la cena

-Germán

-Señora que hace fuera, el señor, me pidió que les subiese la cena

-veras Germán- dijo Inés acercándose con un contorneo impropio de lo mas insinuante y descendiendo un dedo por los labios del muchacho- el señor- dijo guiñando un ojo, ya ha cenado por hoy entiendes? Y me ha dicho que quiere descansar, que hasta mañana no se le moleste, ¿comprendes?

-descuide señora, ¿y usted?

- Bueno yo ya he terminado mis servicios, necesitas tu alguna cosa – mientras iba haciendo círculos por todo el pecho del muchacho…

- No señora no, estoy comprometido

-Una lástima, en ese caso será mejor que me vaya, prepárame el caballo

-pero señora es ya entrada la noche…

-no te preocupes, con un poco de suerte, la noche aun no ha terminado para mí y encuentro algún viajero al que hacerle compañía, apúrate

Cabalgaba en mitad de la noche, azuzando al caballo, temblaba por todo lo acontecido, pero si Dios quería mañana por la mañana estaría sana y salva en casa de su madre, y empezaría a zanjar temas  pendientes, Julián era el siguiente.

Algo inesperado
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