Capítulo 15

 

Ginés sostenía en alto una de sus pistolas. No había otra manera de detener a Inés. Sin pensárselo dos veces sacó una pistolas y la golpeó con la culata, no le dio demasiado fuerte, pero sí lo necesario para dejarla inconsciente. Evitó que cayera al suelo cuando se deslizó por un lado de la vieja mula. Tras guardar el arma, agarró su cintura con las dos manos y la puso delante de él. Tras darle una fuerte palmada en la grupa a la mula y ver cómo esta salía al trote del camino y se internaba por el campo, dio media vuelta y se dirigió con rapidez al pueblo. En menos de una hora Inés estaba bien atada y amordazada en el interior de un carruaje que recorría los caminos con dirección al sur. Ginés le había dado al cochero la dirección de una pequeña finca que estaba lo suficientemente lejos para que la influencia del marqués de Manrique fuera inexistente, pero a una distancia relativamente cómoda como para llegar en un día.

 

Inés despertó confusa. Miró a su alrededor. Se encontraba en un cuartucho sin ventanas. Cuando sus ojos enfocaron correctamente, alumbrados con ayuda de la pequeña vela de encima de una desvencijada mesilla de noche, trató de reconocer, sin éxito, el lugar en el que se hallaba. Intentó levantarse, y descubrió que se encontraba atada. Entonces recordó, y un profundo dolor en la parte trasera de la cabeza le confirmó sus recuerdos: Ginés la había secuestrado.

 

Tres días después de la huída de Inés, Julián seguía sin saber cómo afrontar su vida. Tessi finalmente se había quedado en la mansión de los Manrique, y estaba resultando un gran consuelo para él. Incluso en algún momento se planteó ir más allá con ella, pues le pareció que su amiga se mostraría receptiva. Pero no era el momento de abusar de su amistad. Quizá, en un futuro no muy lejano…

Salió a dar un paseo  a caballo, más allá de los límites de su finca. Necesitaba sentir la velocidad del aire contra su rostro a lomos de su castrado. Se detuvo en una pequeña casona a lo lejos, y a uno de los animales de sus caballerizas  a un lado. Su intuición le dijo que su hermano estaba allí. Y probablemente acompañado de su traidora esposa.

 

Ginés vio a Julián a caballo, y reaccionó a toda velocidad. Entró a la habitación donde la tenía aprisionada, con una pistola en una mano, y con la otra comenzó a soltar sus ataduras, al tiempo que le advertía.

- Julián viene hacia aquí. Si quieres que tu maridito viva más allá de hoy, hazle creer que estás conmigo por voluntad propia.

Ella se levantó, movió sus muñecas, buscando desentumecerlas tras tres días inmovilizada. Se acercó a la puerta al tiempo que unos golpes atronadores la aporreaban. Abrió, temblorosa, pero segura de la necesidad de convencerle de que se marchara. Haría lo que fuera, incluso perder para siempre su amor y su respeto, para salvarle la vida.

- ¿Qué haces aquí, Julián?

 

A pesar de la tensión que dominaba su cuerpo, logró que su voz sonara serena, aunque en su interior estaba gritando para que Julián diera media vuelta y se alejara de toda aquella locura. Sentía la presencia de Ginés tras ella, y con él la pistola que la apuntaba y que en cualquier momento podría volverse contra su esposo.

-¿Qué hago aquí? -repitió la pregunta con amargura mientras sus ojos destilaban todo el desprecio que sentía por la mujer que tenía ante sí- Esa pregunta debería hacerla yo ¿no crees?

-Julián, por favor –la súplica se reflejó en su mirada.

Se sentía morir por dentro, ya que era más que evidente que Julián se había creído las patrañas que Ginés le había contado. Aquello le dolía más que la humillación por la que Ginés le estaba haciendo pasar y el dolor de los músculos ateridos por las ligaduras que la habían mantenido inmovilizada. Era duro darse cuenta de que su esposo daba crédito a las falacias de un hermano tramposo, traidor y maquinador sin ni tan siquiera pedirle una explicación a ella o darle la oportunidad de defenderse. No, él ya la había juzgado y declarado culpable.

-Márchate –dijo con la voz entrecortada, haciendo un esfuerzo sobre humano para no derrumbarse ante él.

Julián apretó las mandíbulas con fuerza, la muy… desvergonzada aún tenía el valor de mandarlo irse, así, sin explicaciones, ni excusas, simplemente que se largara.

-¿Dónde está Ginés? –preguntó tratando de entrar en la casa.

Inés sintió como el corazón golpeaba con brutalidad contra sus costillas, de forma casi dolorosa. Entornó más la puerta y le bloqueó la entrada con su cuerpo. No podía dejarlo pasar, si ponía un pie en la casa, estaba segura de que Ginés detonaría el arma y entonces el mundo se habría terminado también para ella.

-No se encuentra en estos momentos –mantenía la mirada clavada en los fieros y oscuros ojos de Julián, tratando de hacerle comprender el peligro que corría si insistía en continuar allí. Se mordisqueó el labio inferior, a modo de mudo ruego para que cediera y se alejara.

Pero el mohín no tuvo el efecto deseado, y Julián a pesar de todo el odio que le envenenaba la sangre sintió como esta le hervía al contemplar el carnoso labio de Inés, apresado entre sus blancos dientes, de una manera tan sensual y arrebatadoramente provocativa. Hubo de poner todo su empeño para no atrapar él mismo aquella boca tentadora y devorarla hasta dejarla sin aliento. A pesar de su traición, seguía deseándola.

Durante unos segundos Inés pudo ver ese deseo reflejado en los endrinos ojos del hombre al que amaba. El pánico se apoderó de ella y comprendió que tenía que hacerlo alejarse cuanto antes.

Su cabeza se puso a funcionar a toda velocidad, tenía que haber algo con lo que poder alejarlo del peligro… y de ella, pensó desanimada.

-Deberías tener un poco más de orgullo –exclamó al fin tratando de mostrarse lo más desenfadada posible, a pesar de que con cada palabra su corazón se resquebrajaba un poquito más- En el fondo sabías que lo nuestro nunca funcionaría… que yo siempre he estado enamorada de Ginés.

Pudo ver en el momento preciso que el corazón de Julián se rompió en mil pedazos, y tuvo que reprimir el impulso de arrojarse a sus brazos y gritarle que era mentira que solo lo amaba a él, pero en su lugar se obligó a continuar, a pesar del nudo que atenazaba su garganta, provocando que su voz saliera más ronca de lo normal.

-Acéptalo Julián, no te quiero y nunca te he querido. Ginés y yo queremos comenzar una nueva vida lejos de aquí…

No tuvo que continuar. Julián se había dado media vuelta subiéndose con un ágil salto sobre la grupa del caballo y espoleándolo con furia, obligándolo a alejarse de aquel lugar y de aquella mujer que acababa de destrozarle la vida.

 

Aunque apenas podía verlo ya, sí que pudo oír el grito desgarrador, similar al alarido de un animal herido,  que dejó escapar mientras se entregaba a una desenfrenada y peligrosa carrera.

Inés se dejó caer al suelo, incapaz de continuar en pie. Por fin pudo dar rienda suelta a su dolor y las lágrimas que había estado conteniendo inundaron sus ojos.

-Eres buena actriz querida cuñada, por un momento hasta yo mismo me he creído tus palabras.

Ginés se sentía pletórico, y una pérfida sonrisa curvaba sus labios mientras levantaba a Inés del suelo para volver a conducirla sin dificultad hasta el lugar dónde la había mantenido atada.

Ahora debía tener cuidado y pensar con detenimiento cuál sería su siguiente paso, estaba cerca, muy cerca. Pensó disfrutando de su pequeño triunfo.

 

Julián regresó a casa hecho una furia. Maldita fuera su esposa, por engañarle, y maldito él, por confiar en ella. La amaba tanto que había preferido creer sus perfidias a hacer frente a la realidad: Inés se había casado con él obligada por don José, pero siempre había amado a Ginés. ¡Qué estúpido había sido! Pero no cometería el mismo error dos veces. Aquellos dos traidores se merecían el uno al otro. ¡Pues que se pudrieran juntos, en lo que a él se refería! Trataría de anular en matrimonio, y comenzaría de nuevo.

- Julián, querido, ¿eres tú?

La voz de Tesi interrumpió sus pensamientos. Ojalá hubiera sido diferente. Si se hubiera enamorado de Tesi… aunque claro, Tesi debía seguir enamorada del recuerdo de su esposo, a tenor de cómo se manejaba, y de las proposiciones de matrimonio que había rechazado. Pero aún así, si la hubiera elegido a ella, sino por amor al menos sí por conveniencia, su enlace hubiera tenido una cara más amable.

El rostro de Inés se cruzó en su mente, y supo que jamás podría olvidarla, que no podría aspirar de nuevo a un matrimonio feliz, como sintió que era el suyo en las primeras semanas. Pero tendría que aprender a reconstruirse a partir de la traición de ella. Con el tiempo quizá volviera a confiar en una mujer. Y en sí mismo.

- ¿Julián?

- Sí, Tesi, soy yo. –Dijo mientras entraba en la salita donde ella, fiel como siempre, le esperaba.

Dentro, se sirvió un jerez y le contó lo ocurrido, así como sus planes para solicitar la nulidad y buscar una nueva esposa.

 

Horas después Inés seguía llorando. Había visto el dolor en la cara de su amado, y sabía que estaba sufriendo tanto como ella. Le había roto el corazón, y si salían de aquello, sería difícil superar algo así. Sabía que Julián debería haber confiado en ella, pero era consciente también de que ella no le había dado ningún margen para confiar. Los reproches serían duros. Pero lo superarían, se juraba. Necesitaba creer que habría justicia, y que Julián y ella seguirían con sus vidas, mientras Ginés se pudría en un calabozo. Tenía que creer en algo para seguir luchando.

Su captor había dejado de gritarle que se callara hacía más de una hora, resignado a las lágrimas de ella, y se había largado, dejándola amordazada y atada a una silla.

Oyó pasos fuera, los pasos de una mujer, y se llenó de esperanzas, esperanzas que se vieron confirmadas cuando entró en la casita Hortensia. Gracias a Dios, pensó con alivio, estaba salvada. Pero cuando la mujer se acercó y posó su fría mirada en ella, un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Aquella no era la Tesi de mirada afable y sonrisa perenne. Aquella mujer inspiraba temor.

- Vaya, vaya –incluso su voz era distinta, más cínica-¿A quién tenemos por aquí? La marquesita. O mejor diré ex marquesita, pues tu esposo está a punto de anular vuestro matrimonio. ¡Un maldito matrimonio que jamás debió celebrarse! Julián era mío ¡¡mío!! Y lo será en breve, maldita zorra.

Ella estaba muda de terror, incapaz de asumir lo que acababa de descubrir. Hortensia era una traidora, estaba compinchada con Ginés. Y Julián la dejaba.

En aquel momento entró Ginés. Quedó estupefacto al ver a Tesi allí.

- ¿Qué demonios haces aquí, Tesi? ¿Acaso quieres que se sepa de nuestra sociedad?

- ¿Así saludas a la futura marquesa de Manrique, Ginés? –Había triunfo en su voz.

Inés escuchó, ávida, como Hortensia explicaba a Ginés los planes de nulidad de Julián, y su seguridad en que el marqués terminaría por pedirle la mano a ella.

- Pero me temo que el tema de la mina acabó mal, y que no tendrás todo el dinero que deseabas. Tal vez me precipité al decirte que pusieras su nombre en la escritura. Julián no nos creyó, y ahora Inés no nos sirve –Señaló a Inés. –Julián ya no quiere saber de ella, y por tanto ella es ahora más una molestia que un triunfo.

Ginés la miró, temeroso de lo que fuera a sentenciar aquella mujer.

- Huye a Sudamérica, Ginés. Aquí no tienes nada que hacer. No puedes volver a la casa, o Julián te matará. Lo hará si te encuentra dondequiera que sea, de hecho. Así que deberás huir si quieres conservar tu vida. En dos noches acude a mi casa. Te daré dinero, y un pasaje para Argentina. Empieza allí de nuevo.

Él asintió. No iba a negarle nada a Hortensia hasta que no supiera qué papel jugaba don M en aquel asunto, ni cuánta influencia tenía la viuda sobre él. Pero no le gustaba lo que decía. Quizá la engañara, pensó más animado, cogiera el dinero e hiciera nuevos planes. ¿Por qué tenía que quedarse ella con todo, el marquesado y Julián, mientras él debía empezar de cero, y dependiendo de la caridad de ella? Tal vez pudiera sacar tajada de aquello, y chantajearla cuando fuera la nueva marquesa de Manrique.

Hortensia salía ya de la casa, cuando se giró y señaló a Inés.

- Y deshazte de ella. Podría complicarnos las cosas, cuando estamos tan cerca de nuestra victoria.

 

Ginés aún se quedó un rato en la puerta observando como el carruaje de Hortensia se alejaba por el camino arbolado.

Inés lo miró acongojada, temerosa de que Ginés acabara con ella. Gimió débilmente con miedo a enfadarlo. ¿Qué posibilidades habría de salir ilesa de dos secuestros? Del primero lo hizo, pero ahora no estaba tan segura, Ginés se asemejaba al diablo.

Gritó con toda su fuerza al verlo entrar de nuevo, la mordaza no dejaba traspasar más que débiles chillidos pero no podía rendirse tan pronto. Lloró con desesperación observando con ansiedad cada uno de los movimientos del joven.

- calla Inés, déjame pensar.

Ella golpeó la silla contra el suelo queriendo saltar hacia atrás. No podía huir y lo sabía pero necesitaba alejarse lo más posible, otra vez gritó de frustración incapaz de conseguir nada.

-¡Cállate, maldita seas! – se acercó a ella con paso firme y la apretó de los hombros con fuerza. Inés no podía dejar de retorcerse con terror. –No voy hacerte daño pero no tientes a la suerte Inés. Estas a un paso de reunirte con tu padrastro, solo a uno. Agota mi paciencia y te juro que no tendré ningún miramiento contigo. ¿De acuerdo? ¿Me has entendido? – Inés se calmó y asintió con la cabeza sin dejar de gimotear, al menos no iba acabar con ella inmediatamente – si te portas bien te quito el trapo de la boca, ¿vale? – La dijo con suavidad – No quiero escucharte Inés, si abres la boca una sola vez te pondré la mordaza de nuevo – la zarandeó - Asiente con la cabeza si lo has entendido.

Ella obedeció,  estaría dispuesta a dar su alma al mismísimo diablo si con ello pudiera escapar de allí. En cuanto tuvo la boca libre respiró con fuerza moviendo los labios y rompiendo a llorar de nuevo.

-¿Por qué haces esto, Ginés? – le preguntó sollozante – Yo nunca  te… - se calló cuando el hombre se giró de nuevo a ella dispuesto a cubrir la boca otra vez – ¡no digo nada! – Gimió – No digo nada pero no me hagas daño, por favor.

Quiso apartarse cuando Ginés la acarició una mejilla, solo consiguió que él se echara a reír.

-Sé que está asustada ¿sabes? Yo también tendría miedo de estar en tu lugar – se agachó frente a ella para mirarla a la cara e hizo una dura mueca antes de chasquear la lengua – la verdad es que todo esto no debía haber pasado. Tú nunca debiste casarte con mi hermano y de haber sabido lo que tramaba tu padrastro y él, yo podría haber intervenido de alguna manera. Lástima que fuera tarde cuando me enteré pero confié en ti Inés. Creí que te negarías a casarte con Julián – se encogió de hombros – fue por eso que abandoné la casa el día de vuestra boda.

-¿Qué vas hacer conmigo? – se atrevió a preguntarle sin dejar de mirarle a los ojos.

-Es que no lo sé – respondió Ginés levantándose para caminar hasta la diminuta y ennegrecida chimenea – La verdad que no los sé. Todos mis planes se han ido a la mierda – se detuvo cruzándose de brazos y la miró con ojos entrecerrados - ¿tú qué harías Inés? Sabes que no puedo dejarte marchar.

-por favor Ginés, no me mates – le suplicó entre lágrimas – Ella te culpara de mi asesinato antes que puedas marchar…

-Te he dicho que no quiero oírte – atajó. Caminó hacia la puerta y la miro sobre el hombro para hablar – voy a estar aquí cerca, no hagas ruido Inés. No me des motivos para hacer lo que no deseo.

-¡pues no lo hagas Ginés! Y tampoco tienes porque obedecer a Hortensia – él cerró la puerta al salir pero ella continuó hablando sabiendo que podía escucharla – Se convertirá en Marquesa y se quedará con todo lo que te pertenece y mientras tanto, tú estarás solo en algún sitio al otro lado del océano, solo - repitió.- ¡Ginés! ¡Ginés!

 

El joven se alejó unos pasos de la casa, lo suficiente para no seguir escuchando la estridente voz de su cuñada. La conversación con Hortensia le había descolocado ¿y si por un casual Inés llevaba razón y le estaban tendiendo una trampa?  Debía andarse con pies de plomos si no quería quedarse sin nada.

No se desharía de Inés por el momento, tampoco huiría hasta no estar seguro de sus próximos pasos pero no podía quedarse allí. Ni Hortensia ni nadie debían saber dónde se escondían.

 

-Buenas tardes, señora Alfeiran –exclamó sorprendido Don M. al ver a la mujer que estaba del otro lado de la puerta.

-Déjate de monsergas, Mamertino –espetó enojada Hortensia, apartándolo para entrar y arrojando los guantes sobre la cama.

-No pareces estar de muy buen humor, querida hermana –apuntó el hombre con una sonrisa divertida en el rostro.

-Te he dicho un millar de veces que no te dirijas a mí en esos términos –masculló entre dientes, visiblemente irritada- además, no somos más que medio hermanos, no lo olvides.

-No lo olvido, tú no me dejas –repuso con fastidio, dejándose caer en el único sillón que había en el cuarto- vas a decirme a que debo tu ilustre visita ¿o tendré que adivinarlo?

Hortensia lo fulminó con la mirada, ciertamente no estaba de humor y menos para soportar los mordaces comentarios de su medio hermano.

Todavía no sabía por qué se había decidido, años atrás, a ayudar al hijo bastardo de su padre. Era cierto que resultaba muy útil para ciertos asuntos, aunque le costaba sus buenas monedas, el muy condenado sabía cómo extorsionarla a cambio de mantener el pico cerrado. Evidentemente nadie, en su círculo social, sabía de la existencia de su hermano. Y por el momento pretendía que las cosas continuaran así.

-Necesito que me hagas un favor –respondió al fin paseándose por la habitación.

-Tú dirás –dijo haciendo un gesto con la mano, invitándola a hablar.

-Quiero que elimines a Ginés Manrique y a la marquesita –espetó observando atentamente la reacción de su hermano.

-¿Eso es todo? -respondió sin inmutarse.

Los ojos de Hortensia brillaron emocionados y una gran sonrisa se dibujó en sus bellos labios.

Sintió le impulso de abrazarlo, pero lo reprimió la instante. No quería darle demasiadas confianzas, a fin de cuentas y por muy medio hermano suyo que fuera, no dejaba de ser un delincuente, muy provechoso en aquellos momentos, pero un delincuente a fin de cuentas.

-Buenas noches, Domingo –saludó con dulzura al mayordomo al entregarle la capa y los guantes- Julián continua en su despacho.

-Sí, señora –asintió con pesar el servicial criado- Todo esto lo está destrozando –se atrevió a declarar.

-Lo sé. Ahora lo único que podemos hacer es permanecer a su lado, apoyándolo.

Domingo asintió agradecido de que su señor al menos contara con la ayuda de Hortensia, era una buena amiga y le haría bien tenerla a su lado.

-¿Ha comido algo? –preguntó dirigiéndose ya hacia el despacho del marqués.

-Me temo que no.

-Gracias Domingo, eso es todo.

Dándole la espalda al mayordomo, elevó los ojos al techo. Odiaba el paternalismo de aquel hombre para con Julián, más que su mayordomo parecía su niñera, pensó con fastidio.

Dio un suave golpecito en la puerta y entró sin esperar respuesta.

-¿Cómo estás? –preguntó acercándose hasta el sillón en el que Julián se hallaba sentado, apoyando sus delicadas manos sobre sus hombros desde detrás del asiento.

-No le sé. Me siento vacío, Tesi. Esa mujer me ha destrozado la vida.

Por su tono de voz, era evidente que había estado bebiendo, aunque no en exceso.

-No te tortures, Julián. No tiene caso –dejó que su mano resbalara sobre su pecho de forma lenta, inclinándose ligeramente sobre su espalda al hacerlo. Aspiró el aroma que desprendía su cuerpo, observó su maravilloso perfil y sintió como el deseo crecía en su interior.

Julián suspiró a la vez que apresaba la mano de su amiga y se la llevaba a los labios, depositando un delicado y casto beso sobre sus finos dedos.

Un agradable cosquilleo invadió el estómago de Hortensia.

-Tú eres la única que no me ha fallado –masculló Julián sin soltarle la mano. Si lo hubiera visto venir tan solo unos meses atrás… pensó abatido.

Los dedos de Tesi se enredaron entre los suyos mientras su otra mano acariciaba sutilmente su cuello.

¿Había perdido el juicio por completo? Pensó sobresaltado al darse cuenta que derroteros comenzaban a tomar sus pensamientos ante las caricias de su amiga. Tesi le estaba ofreciendo su apoyo y su cariño y él, por unos instantes, había confundido las señales, imaginando… no, era una locura pensarlo tan siquiera.

Ahora sus gráciles dedos se hundían entre sus cabellos, propiciándole un agradable y relajante masaje.

Cerró los ojos y se dejó hacer. Era lo que necesitaba en aquellos momentos, relajarse y olvidar.

 

Con una sonrisa triunfal en los labios, Hortensia continuó acariciando los oscuros cabellos de Julián. Liberó la mano que él aún sostenía y dejó que se uniera a la otra.

No pudo resistir la tentación y depositó un beso en su sien. Casi contuvo el aliento a la espera de su reacción. El leve gemido de deleite que escapó de los labios de Julián resultó ser más potente que el mejor de los afrodisíacos. Animada por la respuesta, continuó depositando pequeños y delicados besos sobre su rostro, mientras sus manos volvían a bajar hasta sus hombros sin demorarse en ellos, para alcanzar la dureza de su torso.

Julián, a pesar de sentirse medio abotargado por los efectos del alcohol, supo reconocer el tono de las caricias y los besos de su amiga. Sin duda ya no era cosa de su imaginación, ni una muestra de cariño simplemente. Hortensia le estaba ofreciendo mucho más que eso, ¿iba a despreciarlo?

Con un rápido movimiento atrapó sus brazos y tirando de ellos la arrastró hasta tenerla sentada sobre su regazo. No dijo nada, no la dejó hablar, tan solo se apoderó de su boca y se perdió dentro de ella, exigente y necesitado.

Llena de júbilo, ella se entregó sin reservas y le devolvió el beso, dándole todo lo que él le pedía y más. Al fin iba a ver sus sueños cumplidos, al fin iba a ser la marquesa de Manrique.

Algo inesperado
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