Capítulo trece
Despertó antes que ella.
A la tenue y temprana luz, estudió su rostro. Dormida parecía más joven; su habitual expresión cautelosa le tensaba los rasgos y la dotaba de una falsa madurez. Sin embargo, ahora…
¿Cuántos años tendría? Su hijo contaba siete y ella había dicho tener dieciséis al concebirlo, de modo que ahora tenía veintitrés. Pero, dormida, no aparentaba más de dieciocho.
Dormía con la cabeza sobre el brazo de Josse, apoyada en su hombro y el cuerpo pegado al suyo, traspasándole la calidez de los pechos. Sintió la tentación de acariciarlos, de despertarla con suavidad, excitarla…
No. Mejor que durmiera. Ésta era probablemente la primera noche que se había dado el lujo de relajarse y conciliar un sueño reparador. Su presencia, y esperaba no estar siendo presuntuoso, le había permitido bajar la guardia y procurarse el descanso que a todas luces necesitaba.
Para ocupar la mente y el cuerpo en algo que no fuera hacerle el amor, inspeccionó la cámara. Casi no se había fijado en nada la noche anterior, excepto en la ancha cama de madera con el grueso dosel de lana y el montón de mantas. Se incorporó ligeramente a fin de captarlo todo.
Sin duda era la cámara de los ancianos, la de los tíos abuelos de Joana, pues tenía el aspecto de haber sido muy usada. No es que estuviera sucia, ni mucho menos. Joana seguramente cumplía con las exigentes normas de Mag Hobson, porque la casa entera despedía un aire de frescura; daba al visitante la impresión de que la paja en el suelo estaba recién colocada; los oscuros rincones, barridos y despojados de telarañas, y la ropa de cama, sacada al sol, tendida y apaleada.
Josse, en duermevela, tuvo la impresión de ver a Mag como debía de haber sido en vida, una mujer robusta y vigorosa, siempre moviéndose, captando cada detalle, por nimio que fuera, con sus penetrantes ojos. En el sueño de Josse subía por la estrecha escalera, entraba en la cámara con una escoba en la mano y exclamaba: «¡Joana! ¡Vamos, moza! No hay tiempo para permanecer ociosa. Muévete y barre esta cámara. ¡No querrás que tu visita crea que no sabes mantener la casa limpia!».
La vio de pie junto a la cama y vio que sus severos rasgos se suavizaban al contemplar a Joana acostada en brazos de Josse. «Sí, eso está bien —decía—. Duerme, mi niña. Duerme, y, cuando despiertes, deja que él te ayude con tu carga».
Abrió los ojos, sobresaltado. Era un sueño tan vivido que le sorprendió que él y Joana fueran los únicos ocupantes de la habitación.
Joana despertó a media mañana. Josse se había levantado sin molestarla, había recogido su ropa y bajado de puntillas al salón y, de allí a la cocina, para preparar el fuego y asearse aunque fuera someramente. Una vez vestido regresó a la cámara y la halló despierta, apoyada en un codo y parpadeando para protegerse de la suave luz solar que se filtraba a través de la estrecha ventana. Lo recibió con un deje de ligero reproche:
—¡Me habéis dejado dormir!
—Sí. Necesitabais descansar.
Ella le ofreció una sonrisa ancha y dichosa.
—Es cierto. Me habéis cabalgado mucho, noble caballero, y me habéis agotado.
Él se sentó en el borde de la cama, asió sus manos tendidas y le dio un beso en cada palma. Desprendía un excitante aroma a sexo…
Con gran esfuerzo desechó las imágenes de su noche de amor y dijo:
—No me refería a eso. Quería decir que, por una vez, no había menester que durmierais aguzando el oído. —No, eso sonaba demasiado presuntuoso—. O sea, que éramos dos los que estábamos atentos por si se oía un ruido inoportuno y…
Joana se rió; Josse se unió a sus risas pese a estar seguro de que se burlaba de él.
—Oh, sí. Ya lo imagino. Los dos inmersos en apasionados abrazos y de repente exclamáis: «¡Escuchad! ¿Qué es eso? ¿La puerta de las cuadras golpeteando? ¿Un resoplido de advertencia de uno de los caballos?».
—Muy bien —admitió Josse, y la miró avergonzado—. Sólo pretendía ayudaros.
—¡Oh, Josse, lo sé! —Joana se sentó y lo abrazó. El violento ademán hizo que las mantas resbalaran, dejando su cuerpo descubierto de cintura para arriba. Apretó la cara contra la mejilla de Josse—. ¿Vais a regresar a la cama?
—Joana, deberíamos pensar en…
Pero ella ya había deslizado la mano muslo arriba hasta su entrepierna y con las puntas de los dedos le acariciaba la erección. Fuera lo que fuese lo que debían pensar en hacer se desvaneció de la cabeza de Josse, que se arrancó la ropa, se metió en la cama y cedió a la deliciosa tentación que le brindó Joana.
Poco después del mediodía ya se encontraban en la cocina, vestidos y con Joana preparando el almuerzo.
Josse pensaba en la sugerencia que le había hecho la abadesa Helewise de ocultar a la joven en Nuevo Winnowlands hasta que Denys de Courtenay dejara de suponer un peligro. Buscaba el mejor modo de proponérselo cuando ella le dijo:
—Os habéis quedado muy callado, Josse. ¿Qué pasa?
La observó y decidió que para alguien como ella el mejor enfoque sería el directo.
—Tengo una casa, Joana. No está lejos de aquí… a una mañana a caballo, no más… y tengo dos criados, Will y su esposa, Ela. Ambos son personas discretas y de fiar y cada uno posee habilidades propias. Acabo de renovar la casa y es cómoda. Si lo aceptáis, no se me ocurre lugar más seguro para vos. Para empezar, nunca os hallaríais sola, pues, aunque yo tuviera que salir, Will y Ela están allí. Además, a nadie se le ocurriría buscaros en mi casa, porque nadie, aparte de la abadesa, sabe que me conocéis, y vuestra relación con Mag Hobson… y con esta casa… es más conocida. Me temo que es cuestión de tiempo que Denys deduzca que os encontráis aquí. Si estáis de acuerdo, Nuevo Winnowlands está a vuestra disposición durante todo el tiempo que necesitéis refugio.
Ella lo escuchó sin interrumpirlo y siguió guardando silencio. Josse empezaba a pensar que la había ofendido cuando comentó:
—Josse, os doy las gracias. Lo habéis planeado bien.
Una mueca de concentración apareció en su semblante, diríase que sopesaba las ventajas de aceptar la oferta. El caballero se preparó para un par de preguntas, como, por ejemplo, qué clase de aposentos le ofrecía o si la casa era caliente y no entraba el viento, mas la pregunta que le planteó fue una sorpresa para él.
—¿A una mañana de aquí a caballo?
—Sí —respondió, aunque no entendía qué importancia podía tener.
—Y… vuestra casa… Nuevo Winnowlands… ¿es fácil de hallar? ¿No está en una zona tan aislada que nadie conoce su existencia?
¿Adónde quería ir a parar? Incapaz de comprenderlo, respondió con toda sinceridad.
—Nuevo Winnowlands está, como os he dicho, a poca distancia a caballo. Se encuentra bastante cerca de un camino bastante transitado y algunas personas se detienen allí. De hecho, recuerdo que un calderero entró con su carreta hace un par de semanas. Pero, Joana, ¿qué importa que no estemos ocultos y aislados, si nadie sabe que estáis allí?
—Pero alguien muy resuelto podría encontrar vuestra propiedad si se empeñara en ello, ¿no?
Semejante insistencia lo desconcertó.
—Sí, desde luego, pero…
Joana se acercó a él, le posó las manos en los brazos y lo hizo callar con un beso, al término del cual declaró:
—Acepto, y con la mayor gratitud. Por favor, Josse, llevadme a vuestra casa.
La ayudó a sujetar su fardo a lomos del poni de Ninian; al parecer, no pretendía llevar muchas cosas, aunque tal vez no poseyera mucho.
A primeras horas de la tarde emprendieron el camino. Josse iba delante, guiando al poni, y ella los seguía. La miró por encima del hombro un par de veces mientras salían de la casa secreta, que se había empeñado en dejar ordenada, limpia y bien cerrada, y, cada vez, la vio girada en la silla, con los ojos fijos en el edificio, como si quisiera imprimir cada detalle en su memoria.
—Regresaremos —le aseguró cuando perdieron de vista la casona, y ella puso su yegua al trote y lo alcanzó—. Cuando terminen los problemas, podréis regresar si lo deseáis.
—Regresaré. Esa casa y la casita en el bosque son los lugares donde mejor percibo a Mag.
Josse recordó el sueño que había tenido esa mañana.
—Sí, lo entiendo.
¡Había tantas cosas que quería saber de Joana, tantas preguntas que surgían con insistencia en su mente!
—Cuando erais joven…
Ella lo interrumpió, como si ni siquiera se hubiese percatado de que hablaba, e hizo su propia pregunta.
—¿Sabéis qué han hecho con el cuerpo de Mag?
Josse evocó las palabras del sheriff Pelham: «Tenemos que ver cómo disponemos de esto en la aldea». ¿Cómo decírselo a Joana?
—Eh… los hombres del sheriff se la llevaron a Tonbridge. Supongo que la habrán enterrado allí, al menos eso parecía tener en mente el sheriff. —Se preguntó si, al igual que él, Joana se imaginaba una apresurada sepultura en una tumba sin lápida—. Podemos preguntar, si lo deseáis. Podemos…
Pero ella meneó la cabeza.
—No, da igual. —Y añadió—: Gracias.
De nuevo Josse se sintió desconcertado. ¡Había tanto en ella que lo desconcertaba!
—Joana, seguro que podemos hacer que cambien su cuerpo de lugar. —No tenía la menor idea de cómo hacerlo, pero, a juzgar por su experiencia, casi todo es posible si uno está dispuesto a untar unas cuantas manos—. Si es eso en lo que pensabais…
Ella volvió la cabeza hacia él, con los ojos abiertos como platos y desenfocados, como si buscara algo muy lejano.
—No, Josse. Sois muy amable al sugerirlo, pero, como os he dicho, da igual. No me importa dónde hayan enterrado el cuerpo de Mag.
A Josse se le antojó extrañamente desalmado y no creía que Joana fuese desalmada, y mucho menos cuando se trataba de Mag Hobson.
—Entonces, ¿por qué lo preguntáis?
—Oh… —Se tomó un momento para reflexionar—. Sólo quería asegurarme de que la habían enterrado.
—¿En lugar de qué? —inquirió Josse riendo a medias.
Pero ella se le había adelantado, al parecer, sin oírlo.
Nuevo Winnowlands tenía el mismo aspecto limpio y cuidado que la casa que acababan de abandonar. Josse tomó nota mental de dar gracias a Will y Ela, y precedió a Joana por el patio en dirección a las cuadras. Will los oyó, y corrió a ayudarlos.
Siguiendo el principio de que lo que se ignora no se puede contar, Josse dijo:
—Will, esta dama es amiga mía. Está de visita por la zona y se hospedará aquí unos días. ¿Podrías pedirle a Ela que le prepare aposentos?
El criado había estudiado a Joana con abierta curiosidad.
—Lo haré, mi señor. Dejadme poner cómodos a los caballos y hablaré en seguida con Ela.
Josse entró en la casa con Joana, muy consciente, tanto como la propia Joana sin duda, del interés que por ella había mostrado Will. ¿Qué diablos iría a decirle a Ela? Se imaginaba algo como:
«El amo ha encontrado una mujer, una muy guapa. Ha ordenado que le prepares una cámara, pero, a juzgar por cómo se miran, no creo que la vaya a usar. Tal vez podrías ahorrarte la molestia».
Lo cierto era que nada podía hacer al respecto. Le indicó a Joana un asiento junto a la chimenea y se arriesgó a echarle una ojeada. La joven sonreía ligeramente. Más que sentirse ofendida o torpe, parecía divertida.
—Vuestra llegada sin duda causará cierto alboroto —dijo Josse en voz baja, ya que Ela podía andar cerca: caminaba sin hacer ruido y nunca se sabía dónde estaba—. No suelo traer mujeres hermosas a mi casa.
—Me alegra oírlo, noble caballero. No me gustaría que tuvierais por costumbre entretener a mujeres jóvenes.
—Oh, no.
Joana se acomodó. Obviamente, se sentía a gusto.
—Me agrada vuestra casa. ¿Me decíais que está recién renovada?
Por fortuna ahora tocaban un tema perfectamente apto para el aguzado oído de Ela. Uno sobre el que podía explayarse sin el sonrojo de vergüenza que solía subírsele cuando se hallaba en presencia de Joana.
—Hubo menester mucho trabajo cuando vine a vivir aquí. Era la casa de la madre viuda del antiguo propietario, a un cuarto de legua del edificio principal, pero se encontraba en un estado lamentable. Nadie la habitó en muchos años, por lo que había una larga lista de cosas que reparar. Para empezar, tuvimos que…
Llevaba un buen rato conversando, enumerando todo lo que había tenido que hacer para que la casa fuese habitable, cuando se dio cuenta de que Joana reprimía la risa.
—¿Qué pasa?
—Ay, Josse, no pasa nada. —Joana puso cara seria—. Hay pocas cosas que me diviertan tanto como un largo sermón sobre los arreglos de mampostería y la sustitución de la madera interior.
—Me lo habéis preguntado —dijo Josse, ofendido.
—Es cierto. —La mujer se puso en pie y se le acercó—. Los criados, ¿viven en esta casa?
—No exactamente. Tienen una casita, más bien una choza, adosada a las dependencias. Les agrada vivir a unos palmos de aquí, al menos eso me figuro, porque fue el propio Will quien me lo pidió y…
—Un simple «no» habría bastado —susurró Joana y le colocó un dedo en los labios—. Y habría sido mucho mejor que un «sí».
Josse se hizo una idea de lo que pensaba.
—¿Preferís que estemos solos de noche? —susurró, excitado con sólo pensarlo—. ¿Para que los cotilleos de los criados mancillen vuestra reputación?
Joana sonrió.
—Mi reputación se mancilló hace siete años. —Le rodeó el cuello con los brazos, tiró de él y lo besó—. Ahora hago lo que me place.
—¿Y os place estar aquí?, ¿conmigo? —El deseo enronquecía la voz de Josse por momentos.
—Oh, sí. —Ella volvió a besarlo—. Me complace mucho.
—Os cuidaré —le susurró a la oreja—. Os lo juro, os ayudaré, os cuidaré…
—Lo sé y os lo agradezco.
Josse tuvo la fuerte impresión de que Joana se había retirado ligeramente de él, como si hubiese hecho o dicho algo que la había sorprendido.
Se preguntó qué podía ser, pero entonces ella se apretó contra él de nuevo y, con el corazón bombeándole sangre a toda prisa, perdió toda capacidad de raciocinio.