Capítulo 6

No había soldados ante el portón de la muralla, que se encontraba abierto. Sus dos hojas de madera y hierro, intactas, oscilaban en el viento, que hacía chirriar los goznes.

La luna, que acababa de salir, bañaba la calzada de piedra que se adentraba en Caleva más allá de sus muros. No se veía a nadie en ella, ni se oía otro ruido que el del aire filtrándose entre las casas. Nada más; ni voces humanas ni los ladridos de los perros.

—Qué raro —observó Gwenn—. ¿Por qué habrán abandonado las puertas? No parece que hayan sido forzadas.

—¿De qué os extrañáis? La ciudad entera está bajo los efectos de un hechizo —contestó Lance examinando de cerca los pesados cerrojos incrustados en la madera—. ¿Cómo se explica si no que no la viésemos? Britannia no permite un ocultamiento así, es imposible.

—Eso creía yo también, pero ahora no sé qué pensar.

Gwenn vaciló un momento antes de proseguir.

—Antes de salir de Londres, ayer por la mañana, ocurrió algo —continuó, decidiéndose por fin a hablar—. Nimúe, mi dama de compañía, intentó matarme. Y lo hizo con un cuchillo invisible. Todavía no consigo comprender cómo lo consiguió. El velo de Britannia no permite borrar un objeto de nuestra percepción.

—Pero vos, cuando nos encontramos con los hombres de Dyenu, hicisteis que no nos vieran…

—Sí, pero solo alteré su interpretación de lo que veían; no borré nuestras imágenes —explicó Gwenn con cierta impaciencia—. Lo del cuchillo fue diferente. No estaba. En Britannia no estaba. En la realidad, sí. ¿Veis adónde quiero ir a parar? Lo que nos ha sucedido con Caleva podría ser algo semejante.

Se había prometido a sí misma no contarle nada a Lance acerca del episodio del cuchillo, pero de pronto había sentido la necesidad de hacerlo. Quizá no fuera casualidad que en tan poco tiempo hubiese presenciado dos encantamientos tan parecidos. Si existía una relación entre el cuchillo de Nimúe y el ocultamiento de Caleva, iba a necesitar que Lance la ayudase a descubrir cuál era.

—¿Vuestra dama de compañía intentó mataros? —Lance parecía asombrado—. ¿Por qué? ¿Fue por iniciativa propia o le pagaron para ello?

Gwenn se encogió levemente de hombros.

—No lo sé. Creo que fue por iniciativa propia. Pero quizá alguien la ayudara.

—¿No sabéis quién?

—Podría ser cualquiera. No me faltan enemigos, precisamente. Pero ella… ¿Por qué iba a querer hacerme daño? No es una mujer ambiciosa. ¡Es una dama de Ávalon!

—¿Ha intentado mataros una dama de Ávalon? —Lance parecía asombrado—. La gente admira a las mujeres mágicas. Se supone que ayudan a la gente, que curan a los enfermos… No me imagino a una de ellas como una asesina.

—Nimúe llevaba años cuidándome, desde que yo era pequeña. Me ha enseñado muchas cosas, es la persona que me ha educado. Yo confiaba en ella.

Sintió el peso de una lágrima a punto de resbalar sobre sus pestañas. Lance la estaba mirando a los ojos. E hizo algo que ella no esperaba: alargó la mano y, suavemente, detuvo la lágrima con su dedo índice antes de que llegase a caer.

Siguieron mirándose unos instantes sin decir nada. En los ojos de Lance, Gwenn descubrió una calidez aterciopelada que hasta entonces no había percibido.

Fue él quien volvió primero a la realidad. Desvió la mirada hacia las siluetas oscuras de las casas que se distinguían más allá del portón.

—Es una ciudad grande —dijo—. Raro sería que no encontrásemos a alguien dispuesto a ofrecernos comida y cama esta noche. Y mañana, en cuanto amanezca, buscaré quien me venda un par de caballos o unas mulas. Nos quedan seis o siete jornadas hasta Witancester, no podemos seguir a pie.

Atravesaron el portón. Lo hicieron caminando despacio, procurando que sus pasos no resonasen con excesiva fuerza sobre las desgastadas piedras de la calzada. Se trataba de evitar que los oyesen.

Pero desde el primer momento, Gwenn supo que era una precaución inútil.

Allí no había nadie. Allí no había nadie que pudiese oírlos. La ciudad estaba desierta.

No dijo nada, porque no habría sido capaz de explicarle a Lance por qué estaba tan segura de que todos los habitantes de Caleva habían desaparecido. No tenía ninguna evidencia de que fuese así salvo su propia convicción.

Avanzaron sin hablar por la calzada principal hasta una plaza rodeada de galerías que se sostenían sobre pilares de madera. Si no hubiera sido por la luna, les habría costado trabajo distinguir por dónde iban. Ninguna luz se filtraba a través de las puertas y las ventanas de los edificios. Ningún signo de vida brotaba de su interior.

Pasaron bajo un arco que comunicaba la plaza con una ancha calle empedrada. Los edificios a ambos lados de la calle sorprendieron a Gwenn por su arquitectura. Algunos eran muy altos, y parecían hechos de cristal. Otros exhibían hileras simétricas de ventanas rectangulares, sin relieves ni decoraciones de ningún tipo.

—Parecen construcciones del Mundo Antiguo —murmuró Lance, impresionado—. Nunca había oído hablar de ellas.

—Seguramente Britannia las cubre con una apariencia más moderna. Pero Britannia ha desaparecido de Caleva. El velo no protege la ciudad, ¿os habéis dado cuenta?

—Sí. Faltan todos esos detalles que estamos acostumbrados a ver en las fachadas. Y falta la luz. Britannia hace que las ciudades brillen por la noche con un resplandor muy diferente al de la luna.

Siguieron caminando un rato por aquella calle que parecía un vestigio de otro tiempo, congelada en la inmovilidad de un sueño o quizá de una pesadilla. Los dos sabían que aquella búsqueda no tenía objeto: en Caleva no quedaba ni un solo habitante. Todos habían desaparecido.

Lance se detuvo frente a una puerta sencilla, de acero y cristal. En la parte de arriba, justo en el centro, colgaba un medallón de esmalte azul con un pájaro blanco.

Al empujarla, la puerta cedió sin ningún esfuerzo.

Cuando Lance cruzó el umbral, una luz pálida iluminó de golpe el interior del recinto. Gwenn nunca había visto una luz así: brotaba de un par de tubos blancos anclados al techo.

En un largo mostrador contra la pared vio una especie de instrumentos musicales de forma rectangular, compuestos por diminutas teclas cuadradas.

Se acercó a mirar. Cada tecla tenía dibujada una letra. Algunos de los instrumentos eran blancos, otros negros o grises.

—Son teclados —murmuró Lance—. Teclados antiguos. Esto es un taller de alquimistas.

—¿Como el de vuestro amigo de Londres?

—Sí. Pero mi amigo no habría podido pagar estos materiales. La luz del techo, esas placas cableadas…, y fijaos en los espejos negros. Monitores, así los llaman. Eoghan habría vendido a su madre para conseguir uno.

Gwenn cogió con cuidado un círculo plateado que vio en el mostrador, junto a uno de los monitores. Le sorprendió lo poco que pesaba. Aquello no era metal, aunque lo parecía. Se trataba de otro material mucho más ligero.

—¿Qué le habrá pasado a esta gente? —se preguntó en voz alta—. No pueden haberse esfumado. En algún lugar tienen que estar.

—¿Podría Britannia hacer que desaparecieran?

Gwenn miró a Lance pensativa.

—No, no creo —dijo—. Una cosa es que oculte cosas como el cuchillo de Nimúe, incluso la ciudad entera. Pero ¿seres humanos? Todo el mundo sabe que los protocolos de Britannia no permiten ni tan siquiera modificar la apariencia de un rostro si el cambio lo deja irreconocible.

Acarició distraída las teclas de uno de aquellos instrumentos que Lance llamaba teclados.

—¿Para qué servirían?

—Para escribir. Había que ir pulsando una letra tras otra para componer las palabras. Las palabras iban saliendo dibujadas en los monitores, y luego se podían imprimir en papel. Se lo oí contar a un amigo del Gremio.

—¿Tienes muchos amigos alquimistas? —preguntó Gwenn.

—Más que amigos, conocidos. Gente con la que he tenido que tratar.

—¿Para conseguir gemas de contrabando?

Lance vaciló antes de asentir.

—Entre otras cosas —dijo.

Gwenn lo observó con curiosidad.

—¿Por qué no se las pediste a Merlín? Os habría dado todas las que le hubieseis pedido. Estáis escoltando a la heredera del trono de camino a la corte. Es una misión importante, Merlín os habría facilitado la mejor versión posible del velo de Britannia.

Lance hizo un gesto vago con la cabeza.

—Tenemos que decidir qué hacemos ahora —dijo, con evidentes deseos de cambiar de tema—. Una opción es volver al camino de Witancester y seguir avanzando a pie, pero se trata de una ruta importante y antes o después alguien podría identificaros. Eso, sin contar con que los sajones probablemente se dirigirán hacia allí también. Después de todo sería lo más lógico, una vez que han controlado Londres.

—Entonces, ¿qué propones?

—Al norte de Caleva empieza el bosque de Broceliande. Atravesándolo en diagonal también podríamos llegar a Witancester, aunque la ruta sea más larga. Creo que es la mejor opción. Ya hemos comprobado que algo está empujando a los viajeros a ignorar Caleva, y sin pasar por Caleva no se puede llegar al bosque. Eso nos evitaría encuentros peligrosos y nos protegería de los sajones.

Gwenn lo miró indecisa.

—Ese bosque… Dicen que es el más espeso de toda Britannia. En algunos libros lo llaman «el bosque oscuro». Corren muchas leyendas.

—Todo eso juega a nuestro favor. Incluso si llegaran a encontrar Caleva, pocos se animarían a internarse en el bosque. Lo temen.

—¿Y vos no? ¿Por qué?

Por primera vez, Lance esbozó una sonrisa.

—Los bosques y yo nos entendemos —dijo—. Me siento cómodo en ellos. Supongo que son mi lugar natural. Creedme, me imponen más respeto los salones de la corte con todas sus intrigas que los paisajes más agrestes y salvajes.