Capítulo 14
—¿Lance y Gawain se han batido? No puede ser.
Gwenn miró incrédula a la muchacha que Pelinor había puesto a su servicio como doncella personal mientras durase su estancia en Aquae Sulis. Tenía un rostro pecoso y levemente rollizo que parecía hecho para sonreír, pero en ese momento se la veía más bien asustada.
—Alteza, perdonadme —contestó, ejecutando una torpe reverencia—. Vos me habéis preguntado.
—Es que esto no tiene ningún sentido. Llevo toda la mañana esperando a que me comuniquen el plan de ruta. Suponía que estaban haciendo preparativos, buscando monturas y hombres adecuados para la misión. ¿Y ahora vienes y me dices que han estado luchando entre ellos? ¿Quién ganó, por cierto?
—Vuestro hombre, Alteza. Dicen que derribó a sir Gawain y que habría podido matarlo si hubiese querido. No se habla de otra cosa por aquí. Luego se fueron todos al barrio de la Muralla, donde están, ya sabéis, los burdeles y las tabernas.
Gwenn notó que las mejillas se le encendían, y se alegró secretamente de que su conexión a Britannia corrigiese el rubor de manera automática. ¿Por qué le estremecía que aquella chica se refiriese a Lance como «su hombre»? Era absurdo.
Se recordó a sí misma que debía estar furiosa con él, y no solo por lo que la doncella le estaba contando.
—¿Por qué nadie me ha avisado antes de esto? Esperaba las instrucciones de sir Pelinor. Llevo aguardándolas todo el día.
—Alteza, yo no sé nada. Solo que sir Pelinor os invita a reuniros con él y con su hijo en el salón de recepciones, donde os están esperando para comer. Si queréis que os ayude a vestiros…
La muchacha se interrumpió al notar que el vestido de la princesa se transformaba. La fina lana verde se volvió más sedosa y brillante, y una lluvia de delicadas perlas cubrió las mangas y el escote. Gwenn sonrió ante la expresión maravillada de la chica. ¡Cuánto se habría enfadado Nimúe con ella si hubiese visto lo que acababa de hacer! Pero Nimúe no estaba allí para regañarla. No volvería a estar nunca.
—Estoy vestida —anunció con voz serena—. Guíame hasta Pelinor, te lo ruego. Espero que él me aclare cuándo va a estar preparada la escolta. Quiero partir hacia Tintagel lo antes posible.
La muchacha asintió sin decir palabra. No volvió a abrir la boca durante todo el recorrido hasta el salón de recepciones del dux. Avanzaba con pasos cortos y presurosos sin volverse a mirar si Gwenn era o no capaz de seguirla. Era como si la transformación que se había operado en su vestido la hubiese dejado muda.
Un fuego alto y alegre ardía en la chimenea del salón, tan grande que hasta el más alto de los caballeros de la corte habría podido meterse en ella sin inclinar la cabeza. Sir Pelinor se encontraba sentado a la mesa junto con otras damas y caballeros que Gwenn no había visto antes. El dux no se levantó para recibirla; ni siquiera soltó la pata de cordero que estaba devorando, pero la acogió con una cálida sonrisa.
—Llegáis a tiempo para probar esta delicia, Alteza —dijo, sin dejar de masticar, y con un gesto le indicó a Gwenn un asiento vacío a su derecha—. Los he hecho matar en vuestro honor esta misma mañana. Ya que vais a permanecer poco tiempo entre nosotros, quiero que al menos os sintáis agasajada como es debido.
Cuando Gwenn fue a sentarse, la mujer que ocupaba el asiento situado a la izquierda de Pelinor se levantó un instante para saludarla con una reverencia perfectamente ejecutada. El caballero que se sentaba a su lado imitó su gesto, que pronto se extendió al resto de ocupantes de la mesa.
Pelinor los miraba a todos perplejo. Era evidente que ni siquiera se le había ocurrido que aquella muestra de respeto cortesano fuese necesaria.
Gwenn sonrió a la muchacha que tenía enfrente y ella le devolvió la sonrisa. Tenía una piel bellísima, clara y fina como la porcelana, sin la más mínima imperfección. Sus ojos, tan oscuros como los brillantes cabellos que le caían en ondas sobre los hombros, parecían acariciar cuanto tenían delante con su aterciopelada calidez.
—¿Quién sois? —preguntó.
—Es Elaine, mi sobrina —contestó Pelinor, anticipándose a la muchacha—. Y el caballero que se sienta a vuestro lado es mi querido hijo Lamorak, que algún día heredará mis títulos. En cuanto a los demás… Ahí tenéis a sir Walder, sir Iraon y sir Hendrack. Y ellas son Beatrix y Fiorina, las damas de Elaine.
—Se os ha olvidado presentarme a mí —dijo el joven que se sentaba junto a Elaine con una sonrisa—. Alteza, soy Arturo, hijo de sir Héctor. Supongo que no habréis oído hablar de mí.
Gwenn lo miró extrañada.
—Sir Héctor —repitió—. Por supuesto, lo conozco de la corte, y conozco a su hijo Kay. Pero vos no sois Kay.
—Soy su hermano menor. Me he criado desde niño lejos de la corte, por eso no nos habíamos visto hasta hoy. Pero yo estaba deseando que llegase este momento, Alteza.
Gwenn no pudo evitar devolverle la sonrisa. En los ambientes cortesanos no era habitual encontrar a alguien capaz de expresarse delante de una princesa con tanta naturalidad. Cortesía sin afectación. Una combinación más que rara, en Tintagel y en todas partes.
—Me alegro de conoceros, Arturo. ¿Lleváis mucho tiempo con sir Pelinor?
—No mucho. Desde que regresé de Bizancio, a finales del otoño. Sir Pelinor ha tenido la bondad de acogerme en su casa y de aceptarme como uno de sus caballeros.
—No es bondad, sino puro interés —manifestó el dux alzando su copa en la dirección del muchacho—. Arturo nos entretiene mucho con el relato de sus viajes y aventuras por todas las regiones del Imperio. A pesar de su juventud, ha visto más mundo del que veremos entre todos los que ahora nos sentamos a esta mesa. Es mejor que un bardo. Hasta a Lamorak le divierte escucharle, aunque finja indiferencia.
—También me divierten los bufones y no por eso los siento a mi mesa —dijo el aludido sin mirar a Arturo.
Era una respuesta ofensiva, pero Arturo ni siquiera se inmutó.
—Sobrestimáis mis cualidades, Lamorak —dijo mirando al hijo de Pelinor con una tranquilidad que rozaba la insolencia—. Ya quisiera yo saber entretener con mis historias como sé hacerlo con la espada. Lástima que nunca me hayáis permitido mostraros esa faceta mía. Nada me gustaría más que demostraros lo superior que puedo ser a un bufón en algunos aspectos.
Se hizo un silencio sepulcral en la mesa durante unos segundos hasta que Pelinor lo rompió con una carcajada.
—Siempre tan ocurrente —dijo cuando por fin logró dominarse—. Y lo mejor es que dice la verdad Lamorak, apostaré por ti las tres esmeraldas que me correspondieron en el saqueo del palacio de Vortigern el día que aceptes el desafío de Arturo.
—Lo aceptaré el día que sea armado caballero —replicó Lamorak con la voz destemplada de alguien que solo a duras penas consigue reprimir su ira—. Y para eso me temo que falta mucho todavía.
—No tanto, no tanto. Si no estuviésemos en medio de esta guerra contra los sajones, ya habríamos puesto remedio a ese pequeño problema. —Pelinor miró hacia Arturo con una amplia sonrisa—. Anda, hijo, sigue con lo que estabas contándonos cuando llegó la princesa. Decías que esos guerreros de la frontera oriental del Imperio son los más feroces que has conocido. ¿Más que los sajones?
—Más, sir Pelinor. Los khanes del Danubio parecen nacidos para la guerra. Siempre combaten a caballo, y cuando atacan rompen al galope las filas del enemigo. Después, una vez que ya lo han sobrepasado, disparan hacia atrás con sus pequeños arcos de hueso. Están tan unidos a sus caballos, que pueden dormir sobre ellos sin caerse. Y no solo los hombres, las mujeres también lo hacen. Van todos juntos a la batalla: hombres, mujeres y niños. Familias enteras.
Gwenn escuchaba fascinada al hijo de sir Héctor. ¿Cómo era posible que nunca antes hubiese oído hablar de él? No era un joven corriente, saltaba a la vista. Lo normal habría sido que su padre presumiese de él ante la corte. Y sin embargo, siempre hablaba de su primogénito, de Kay. Ni una sola vez en toda su vida le había oído mencionar a Arturo.
—¿Vos habéis visto todo eso que contáis? —preguntó sin disimular su admiración—. ¿Es cierto?
Arturo le sonrió.
—Tan cierto como que ahora mismo nos encontramos en Aquae Sulis. Y aún podría contaros más cosas sobre ellos Por ejemplo, que desfiguran sus rostros con cicatrices que se hacen a propósito para aterrorizar a sus enemigos.
—Y lo de las tiendas de sus reyes —observó Pelinor—. Se sostienen sobre colmillos de elefantes. Cuéntaselo, hijo. O mejor, cuéntale lo de ese puente de barcas que atraviesa el mar en Bizancio.
—¿Por qué no le contáis a la princesa lo de ese templo con la cúpula de oro que visteis en Roma? —sugirió Elaine—. El otro día, cuando nos lo describisteis, casi me parecía estar viéndolo.
—Y lo de esa biblioteca donde se guarda toda la sabiduría de la Tierra, en una ciudad junto al mar —apuntó la dama que respondía al nombre de Beatrix con timidez—. Y esos jardines que bajaban en forma de terrazas hasta una playa blanca.
—Yo prefiero la historia de la montaña que escupía fuego —dijo la otra dama, Fiorina—. Lo de los ríos de piedra ardiente que devoraban el bosque y la lluvia de ceniza negra sobre la ciudad.
Los ojos de Gwenn se encontraron con los de Arturo.
—Son tantas historias que no va a dar tiempo a que me las contéis todas hoy —dijo con una sonrisa—. Pero no importa, así tendré una excusa para veros cuando vayáis a Tintagel a visitar a vuestro padre.
—Arturo no puede ir a Tintagel —saltó Lamorak—. ¿No lo sabíais? Vuestra madre, Alteza, lo desterró el mismo día que llegó al trono.
Gwenn se volvió hacia Lamorak, desconcertada.
—De eso hace quince años —dijo—. Arturo era un niño. ¿Por qué iba mi madre a desterrar a un niño? ¡Qué disparate!
Pensó que los demás se echarían a reír, pero nadie lo hizo. De nuevo se abatió un silencio de hielo sobre la mesa, y esta vez incluso sir Pelinor parecía haber quedado atrapado en él.
Únicamente Arturo seguía sonriendo.
—Sir Lamorak dice la verdad, pero no está al corriente de las últimas noticias —explicó en tono sereno—. Ni siquiera he tenido tiempo de comunicároslas a vos, sir Pelinor, pero este es un momento inmejorable para hacerlo. La reina ha revocado su orden de destierro, y cuando lo desee puedo volver a Tintagel. Estoy deseando abrazar a mi padre y a mi hermano, hace años que no los veo. Así que, si me lo permitís, me uniré a la comitiva de la princesa y la acompañaré a la corte como un miembro más de su escolta. ¡Estoy seguro de que podré seros de utilidad durante el viaje, Alteza, a vos y a mi amigo Gawain!