Capítulo 36
Gwenn se detuvo en la mitad del puente para tomar aliento. Había corrido sin parar desde el palacio bajo aquella lluvia de pesadilla que ella misma había desatado y que hacía crecer plantas imposibles a su alrededor, pero nunca en su camino. Solo quería parar aquel desastre, encontrar la forma de remediar todo el daño que había causado. Ni siquiera entendía cómo había ocurrido. Pero no importaba. Lo único que importaba era arreglarlo, arreglarlo cuanto antes.
Miró hacia la isla, que se alzaba ante ella como una masa oscura contra el cielo nuboso. Todavía le faltaba por recorrer un buen tramo hasta llegar. Reparó entonces en que el puente tenía exactamente el mismo aspecto que en sus mejores tiempos, con sus anchos pretiles de piedra y sus arcos intactos. Eso significaba que lo que les había contado Geoffrey era cierto. Había entrado en una versión primitiva de Britannia, la primera.
En cuanto su respiración se calmó un poco, volvió a correr. La envolvía el rumor del mar, cuyas olas se estrellaban contra los pilares de piedra del puente con un estallido de espumas. Se levantó un viento que se oponía a su avance, y que arrastró las últimas gotas de la lluvia mágica.
Alcanzó, por fin, la playa. A la derecha, más allá de las rocas, divisó la majestuosa torre de Vortigern. Estaba más cerca del mar de lo que ella recordaba, o eso le pareció. Bordeando las marismas, encontró al pie de los acantilados la carretera empedrada que conducía hasta ella.
Llegó antes de lo que había previsto. En realidad, ni siquiera recordaba haber recorrido la carretera. Era como si la distancia entre la playa y la torre se hubiese acortado mágicamente, hasta desaparecer. El caso era que se encontraba ante la puerta principal, flanqueada por dos filas de guerreros con armaduras doradas. Buscó instintivamente un lugar donde ocultarse antes de que aquellos guardias la vieran, pero no lo halló. Se encontraba prácticamente frente a ellos, jadeante, agotada.
Se dio cuenta de que no la veían. Pensándolo bien, era bastante lógico. A fin de cuentas, ella no tenía un avatar en aquella versión primitiva del velo. No podían verla.
Tranquilizada por aquel descubrimiento, pasó por entre las dos filas de soldados y penetró en la torre. Una alfombra de terciopelo rojo cubría el suelo de mármol y la escalinata que subía al salón de recepciones. Hasta abajo llegaban los ecos de la orquesta que tocaba ya para los invitados. Algunos de ellos charlaban animadamente en el vestíbulo o en las escaleras. Con un estremecimiento, Gwenn reconoció a sir Erwen, el ayuda de cámara de su madre. Tenía el mismo rostro pecoso e inexpresivo que conocía desde siempre, pero se le veía mucho más joven.
Resultaba extraño deslizarse entre todos aquellos cortesanos sin que nadie advirtiese su presencia. Gwenn subió por la escalinata con el corazón encogido. No sabía cómo iba a encontrar las respuestas que necesitaba, si no podía preguntar a nadie. Tendría que observar, quizá ocurriese algo que le diese la clave para descubrir lo que había sucedido. O quizá no. Quizá no hubiese nada que descubrir allí. Quizá quedase atrapada para siempre en aquella versión primitiva de Britannia y no pudiese regresar nunca a su mundo. ¿Sería eso lo que buscaba Dyenu? Había sido una estúpida cayendo en su trampa.
Fuese como fuese, ya no podía volverse atrás. Y ya que estaba allí, asistiría a aquella fiesta en la que había empezado todo.
Un rumor de instrumentos de cuerda que estaban siendo afinados la guio hasta el salón donde se había presentado Britannia. Entró justo cuando una explosión de violines interrumpía las conversaciones, dando comienzo al baile.
El salón resplandecía gracias a millares de velas que lo iluminaban desde las lámparas de cristal del techo, y las parejas en movimiento formaban un torbellino de colores salvajes que se reflejaba en los espejos de las paredes. Era tan hermoso que te cortaba la respiración. Gwenn contempló maravillada el dibujo cambiante que formaban las parejas al deslizarse por el suelo de baldosas negras y blancas, hasta que sus ojos se detuvieron en una que le puso un nudo en la garganta. Reconoció enseguida a Igraine, aunque en ninguno de sus retratos se la veía tan joven. Era desconcertante distinguir sus rasgos en aquel rostro que la vida aún no había endurecido. Los labios, tan finos como siempre pero sin la rigidez nerviosa que los fruncía casi de continuo, formaban una boca prácticamente perfecta. Los ojos, tan claros como lagos de montaña, reflejaban el resplandor de las lámparas con una alegría infantil. Y lo más extraño para Gwenn era reconocer en las facciones de aquella mujer joven y atractiva tantos reflejos de sí misma. Hasta entonces, cuando le decían que se parecía a su madre, siempre lo había interpretado como un halago sin fundamento o como un insulto encubierto, según de quién viniera la observación. Ahora se daba cuenta, sin embargo, de que realmente se parecía. La que ya no se parecía a Igraine era la propia Igraine. Su rencor y su ambición habían transformado para siempre su aspecto.
El hombre que bailaba con ella era su padre, el duque Gorlois. ¡Cómo sonreía mirando a su mujer! Gwenn solo lo conocía a través de los retratos que había visto de él, pero en ninguno de ellos parecía tan vigoroso y apuesto como en aquella escena. Se recordó a sí misma que lo que estaba viendo eran tan solo avatares. Quizá en la primitiva versión de Britannia estuviese permitido mejorar en aquellos reflejos de los hombres y mujeres reales el verdadero aspecto que tenían. Quizá Igraine no fuese tan hermosa en la realidad, ni Gorlois transmitiese aquella sensación de poder. No podía saberlo.
Cuando la música cesó, estallaron algunos aplausos y se reanudaron las conversaciones. Gwenn observó que sus padres se dirigían a un rincón del salón donde charlaban animadamente dos jóvenes a los que no distinguió al principio. Solo al acercarse y oír el acento pausado del más moreno se dio cuenta de que se trataba de Merlín. Y el otro…, el otro era Uther, no había duda. Había visto aquella cara apasionada y llena de vida en muchos cuadros y esculturas. Y algunas veces, cuando era pequeña, lo había visto también en persona, aunque él nunca había hecho el menor esfuerzo por acercarse a ella, ni mucho menos había actuado como un padre.
Pero lo que no recordaba haber visto nunca en su rostro era la expresión que tenía en ese momento, mientras contemplaba a Igraine. Era tan intensa, que casi resultaba inapropiada. Resultaba imposible que los demás no se diesen cuenta de la atracción que sentía por ella, porque no se esforzaba lo más mínimo por disimularla.
Gorlois, desde luego, sí se daba cuenta. Aunque no perdió la calma en todo el tiempo que estuvieron charlando, Gwenn podía notar cómo la tensión crecía en su interior hasta convertir su sonrisa en un rictus vacío.
Justo cuando Gwenn logró situarse junto al pequeño grupo, oyó que Gorlois invitaba a Uther y a Merlín a seguirlo a su despacho. Igraine protestó en tono de broma, aunque una expresión de alarma alteró por un instante sus ojos claros. Quizá era consciente de la violencia larvada que latía entre su esposo y Uther. Quizá se daba cuenta de que ella era la causa.
Cuando los tres hombres abandonaron el salón a través de una puerta lateral, Gwenn los siguió. Le sorprendió que guardasen silencio mientras cruzaban varias salas vacías, en dirección al despacho del duque. Solo al llegar a él, Gorlois reanudó la conversación, aunque lo hizo en un tono autoritario e incisivo que no se parecía en nada al que había empleado delante de su mujer.
—Es un éxito —dijo—. Lo habéis visto. Ni un fallo, ni un solo fallo de importancia en toda la noche. Britannia funciona. Debo daros las gracias. No lo habría conseguido sin vosotros.
Merlín y Uther asintieron, el primero con gesto serio, el segundo con una sonrisa llena de orgullo.
—Habéis sido un visionario apostando por esto, Gorlois —dijo Uther en un tono condescendiente que sorprendió a Gwenn—. No os arrepentiréis. Os vamos a hacer ganar mucho dinero. Esto no ha hecho más que empezar. Nos queda un largo camino por recorrer.
—Sobre eso… Justamente quería anunciaros algo —dijo el duque sonriendo con frialdad—. Es cierto que nos queda un largo camino por recorrer, pero no lo recorreremos juntos. Creo que habéis recibido una compensación económica más que generosa por vuestro trabajo en Britannia. A partir de aquí empieza otra etapa. He cerrado contratos con varios inversores para poner en marcha una versión del velo a gran escala. Abarcaría prácticamente todo el territorio de la Britannia de los Antiguos. Puede hacerse, y lo haremos.
—Sí, ¡lo haremos! —afirmó Uther, entusiasmado—. Y podemos conseguirlo en un tiempo relativamente corto, os lo aseguro. No sabéis cómo me alegra que queráis dar ese paso.
—Uther —dijo Merlín con los ojos fijos en Gorlois—. No lo has entendido. Quiere hacerlo sin nosotros. Es lo que nos está diciendo.
La sonrisa se borró instantáneamente del rostro de Uther. Miró al duque con gesto de incomprensión.
—No es cierto, ¿verdad? No podéis hacernos eso. Además, ¿qué sentido tendría? Nadie puede hacer este trabajo mejor que nosotros.
—Tal vez no. Pero lo harán de todas formas. A partir de ahora se trata de una labor mecánica, lo esencial está terminado. Tengo un equipo magnífico de alquimistas trabajando ya en el código.
—Eso es un robo —le acusó Merlín en tono sereno—. Ese código lo hemos escrito nosotros.
—Solo habéis reparado lo que encontrasteis y no lo habríais encontrado sin mi dinero. Nada de esto habría podido hacerse sin mí. Os he pagado bien; no tenéis ningún motivo de queja. Y en cuanto a tu acusación, puedes hacer revisar vuestros contratos por cualquier abogado del país. No tenéis ningún resquicio para reclamarme nada. La propiedad legal del código es mía, y puedo hacer con él lo que quiera.
—Incluso si es cierto lo que dices, no te conviene nada hacerlo sin nosotros, Gorlois —dijo Uther, desafiante—. Tus alquimistas no tienen ni idea de lo delicado que es ese código. No se parece en nada a lo que ellos escriben normalmente. Meterán la pata, cometerán errores que a gran escala podrían ser fatales.
—Estoy dispuesto a correr el riesgo —contestó Gorlois sin dignarse a mirarlo—. Después de todo, Britannia es mía. Puedo hacer con ella lo que quiera.
Gwenn vio cómo los puños de Uther se cerraban, tan crispados que todas sus venas, de pronto, resultaban visibles.
—Por encima de mi cadáver —gruñó—. ¿Crees que voy a dejar que lo hagas? ¿Que arruines la obra maestra de mi vida? No voy a permitirlo.
—Eres muy joven, Uther —replicó Gorlois—. Ya crearás otras obras maestras. Eso sí, con cuidado de no plagiarte a ti mismo. Me estarías robando a mí, y tendría que llevarte a los tribunales. Te lo digo por si se te ocurre la genial idea de escribir tu propia Britannia.
Uther se lanzó contra él, pero Merlín se interpuso.
—Por favor, todo esto es absurdo —dijo, empujando a Uther para separarlo de Gorlois—. Hemos creado algo maravilloso entre los tres. Hoy debería ser una noche de celebración. ¿Por qué estamos discutiendo?
—Sería distinto si él no se dedicase a provocarme en público y en privado —estalló Gorlois mirando con odio a Uther—. ¿Has visto cómo intenta seducir a mi mujer delante de mis narices? La avergüenza a ella y me pone en evidencia a mí. No estoy dispuesto a tolerarlo ni un día más.
Uther sonrió, desafiante.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Cómo vas a impedir que la seduzca? Soy más joven que tú, más inteligente… Y puedo hacerla más feliz dentro y fuera de la cama.
Gorlois dio una patada a una silla, volcándola. Después, cayó sobre Uther, lo derribó y comenzó a descargar sobre él una lluvia de puñetazos.
Gwenn chilló aterrorizada. Sin darse cuenta de lo que hacía, se lanzó sobre su padre e intentó separarlo de Uther, pero aunque ella podía sentir el contacto de Gorlois, él no notaba el suyo. En aquel mundo de la simulación, ella no existía.
Uther rodó sobre la alfombra, zafándose con habilidad de los golpes del duque, y se puso en pie. Gorlois también se incorporó y, rugiendo como un león furioso, volvió a arrojarse sobre él. Uther utilizó el propio ímpetu del duque para rechazarlo, y este cayó con tal violencia hacia atrás, que se golpeó la cabeza en la esquina de la chimenea.
Gwenn lo vio caer al suelo como un pelele sin fuerzas. Su mejilla se estrelló contra las baldosas blancas, más allá de la alfombra. Sus ojos permanecían abiertos, fijos en algún punto delante de él. Estaba muerto.
Uther se dejó caer de rodillas junto al cadáver, anonadado. Él y Merlín contemplaron con estupor el avatar que se desprendía del cuerpo sin vida. La imagen del duque, como un fantasma, se quedó flotando sobre ellos, todavía con la mueca de dolor que había sido su último gesto antes de morir.
—Qué he hecho. Dios mío, qué he hecho.
Merlín también se arrodilló junto al cuerpo de Gorlois para examinarlo.
—Lo has matado —murmuró, visiblemente nervioso—. Has matado al duque de Cornualles.
—Es el final de todo. —La voz de Uther sonó casi como un sollozo.
Merlín le puso una mano en el hombro.
—No. Si lo hacemos bien, no. Estamos dentro de una simulación. El avatar. Podemos reescribir rápidamente el código. Introducirte a ti en él.
—¿En el avatar de Gorlois? Eso incumple los principios que habíamos fijado. Nadie cambia de apariencia en la simulación.
—No hay ninguna barrera técnica que lo impida. Es solo un principio moral, algo que dijimos que respetaríamos. Pero, por una vez, nos lo saltaremos. Es cuestión de un momento. Vamos.
Gwenn vio que Merlín se sentaba en el escritorio del duque y sacaba un pergamino de agua del bolsillo. Con un estilete de metal, comenzó a escribir sobre él a toda velocidad. A medida que escribía, el avatar del duque iba transformándose, cambiando de expresión.
Hasta que de pronto, con extraordinaria rapidez, descendió sobre Uther y se adhirió a él como una segunda piel. Uther Pendragón dejó de existir, transformado en el duque de Cornualles.
Todo fue muy rápido. En pocos minutos, los dos hombres estaban de vuelta en el salón donde se celebraba la fiesta. Solo que ahora, Uther se había transformado en Gorlois, al menos en apariencia.
Gwenn los siguió como pudo hasta el lugar donde Igraine aguardaba, conversando con otra dama. Las piernas le temblaban tanto que apenas podía andar.
Gritó cuando Uther se abalanzó sobre su madre y la envolvió en un abrazo tan lleno de pasión, que todos los que conversaban a su alrededor se quedaron callados, mirando.
Parecía que aquel beso no iba a terminar nunca.
Pero terminó. Y no solo el beso. Las luces, las figuras de los cortesanos, la música… Todo, de un instante a otro, se desvaneció sin dejar rastro. Fue como si no hubiesen existido jamás.
Gwenn miró a su alrededor. Se encontraba en medio de una ruina circular cuyos muros ennegrecidos por la lluvia se alzaban contra un cielo cubierto de nubes. Distinguió algunos arcos todavía en pie, con relieves de plantas finamente grabados en sus sillares de mármol.
Era lo que quedaba de la torre de Vortigern. Los cortesanos, la orquesta, las escaleras y las alfombras, las lámparas de cristal, todo lo que formaba parte del velo había desaparecido.