Capítulo 28
Gwenn respiró hondo antes de entrar en el salón del trono. No tenía por qué ponerse nerviosa: estaba en casa. Tintagel era su hogar, lo había sido toda su vida. E Igraine, bueno, quizá no fuese la mejor madre del mundo, pero era su madre, y ella sabía que, a su modo retorcido y un tanto enfermizo, la quería.
¿Por qué, entonces, sentía de pronto aquella opresión que le atenazaba el pecho y hacía que le costase trabajo respirar? Tenía la sensación de estar entrando por su propio pie en una jaula de la que más tarde no podría salir.
Quizá se debía a lo que le había ocurrido a Gawain al desembarcar. Seguía sin entender lo que había sucedido. Les había preguntado a sus damas, pero ninguna parecía saber con exactitud cuáles eran las faltas por las que la reina había decidido encarcelar a su sobrino, o, si lo sabían, preferían no revelárselo a la princesa.
Que Gawain hubiese caído en desgracia ante la reina hacía que todo pareciese inestable. Desde que ambos eran pequeños, muchos en la corte daban por sentado que algún día se casarían, y la propia reina había dado alas a aquellos rumores en más de una ocasión. Gwenn nunca había visto a su primo como el hombre al que uniría su vida, pero se había acostumbrado a la idea de que siempre estaría allí para ella. Y ahora, de pronto, lo metían en una mazmorra como si fuese un enemigo de la Corona. Estaba deseando preguntarle a su madre qué había detrás de aquella decisión.
La moda había cambiado de un modo sutil durante los meses que había permanecido ausente de la corte; Gwenn se había dado cuenta nada más desembarcar. Los escotes eran un poco menos pronunciados, las mangas se adornaban con cintas y predominaban los colores verdes y azules. Gwenn se pasó la mano por la parte delantera de su vestido al tiempo que invocaba la magia del velo para transformarlo y adaptarlo a los nuevos gustos. Una cinta de plata en cada muñeca, un escote más alto, un bordado de hiedra en un costado… Cuando entró en el salón, lo hizo con la seguridad de ser una de las mujeres mejor vestidas de todo el castillo.
Se le hizo interminable el camino hasta el trono. ¿Cuántas reverencias le salieron al encuentro, cuántos besos en la mano tuvo que soportar? Cada uno de los hombres y mujeres reunidos allí parecía reclamar su momento de atención por parte de la heredera. Estaba acostumbrada a aquello, y maquinalmente saludaba a todos por su nombre, les hacía una rápida pregunta o les dedicaba una observación breve y halagadora. Pero todo el rato, sus ojos vigilaban de soslayo a la mujer pelirroja que no se había movido del trono y que contemplaba la escena con una gélida sonrisa.
Igraine solo se levantó a saludar a su hija cuando la tuvo delante. Se hizo un silencio respetuoso mientras la reina estrechaba en sus brazos a su única heredera.
—Gwenn…, querida, has perdido peso desde que saliste de Tintagel. —Fue su comentario de bienvenida—. Tendremos que hacer algo para que lo recuperes. Estar tan delgada no te sienta bien.
La única forma de responder a una afirmación semejante era sonreír. Gwenn lo sabía, y eso fue lo que hizo. Su madre desplegó a su vez la sonrisa helada que la volvía reconocible en cualquier retrato y, apartándose de Gwenn, se giró dramáticamente hacia los cortesanos.
—He querido esperar a que la princesa llegase de Londres para hacer pública una noticia que llenará vuestros corazones de júbilo: nuestro ejército se ha enfrentado con los sajones en el monte Badón y ha salido victorioso. El enemigo, derrotado y diezmado, se ha refugiado en Witancester. Britannia ha ganado. Celebrémoslo, amigos. No todos los días se derrota a un adversario tan bárbaro y salvaje como el sajón.
Hombres y mujeres estallaron en aplausos y vítores, pero a Gwenn le dio la impresión de que los rostros no reflejaban genuina alegría. Quizá los cortesanos se daban cuenta de lo que implicaban realmente las palabras de la reina: Witancester era la ciudad más importante del sector oriental del reino, y si Aellas y sus hombres la mantenían ocupada, significaba que aún quedaba guerra para rato.
No obstante, todos eran conscientes de que debían seguirle el juego a Igraine en aquella pantomima. Las damas se abrazaban, los caballeros se estrechaban la mano con calor, y varios nobles de la corte se acercaron a felicitar a la propia Gwenn, como si fuese la artífice de la victoria.
Igraine, de nuevo sentada en el trono, observaba la escena con atención, estudiando las reacciones de cada uno de los presentes.
Cuando consideró que les había dado tiempo suficiente para digerir la noticia, se levantó de nuevo.
—Amigos míos, agradezco en el alma vuestra alegría y vuestras muestras de afecto a nuestros hombres, que son también expresiones de lealtad a vuestra reina. He querido compartir la noticia con vosotros en esta hora tan feliz para mí, por la llegada de la princesa. Pero ahora debéis perdonarnos, porque ella y yo tenemos asuntos urgentes que despachar, como sin duda comprenderéis. El reencuentro de una madre con su hija es asunto privado, por lo que os pido que nos dejéis a solas.
Los cortesanos aceptaron la orden con sonrisas y obsequiosos asentimientos de cabeza. En grupos más o menos nutridos fueron abandonando el salón, vigilados de cerca por los dos guardianes que custodiaban la puerta.
En cuanto la última de las damas abandonó el salón, la sonrisa de Igraine se transformó en una mueca de evidente fastidio.
—Al menos podrían aprender a fingir bien, ya que es lo único que se les pide —comentó, sin dejar de mirar a la puerta—. Cada vez lo llevo peor. Pero ahora los necesitamos más que nunca.
Gwenn la miró sin acabar de entender.
—No es una victoria completa si los sajones conservan Witancester, pero sigue siendo una victoria, ¿no? —preguntó.
Su madre la miró con una sonrisa divertida.
—Debes de ser la única de los que estaban presentes en la sala que se ha creído mis palabras. Una victoria, sí, una victoria que bien podríamos llamar una derrota. Los sajones se retiraron y tuvieron muchas bajas, pero nosotros no salimos mejor parados. Y lo peor… Pelinor está tan mal, que ya no puede asumir el mando de nuestro ejército. Y hemos perdido a Lot. Nos traicionó. Se puso a las órdenes de Aellas. Viejo estúpido. Ha pagado bien cara su ceguera, y me aseguraré de que su hijo pague también.
Gwenn comprendió por fin el motivo de la detención de Gawain y reaccionó con viveza.
—Él no sabía nada, madre, estoy segura. Tienes que creerme; si Lot nos traicionó, fue al margen de su hijo. Claro, ahora entiendo por qué tenía tanto interés en alejarlo de Aquae Sulis cuanto antes.
—No seas ingenua. Una traición como esa no se improvisa. Tuvo que haber muchas reuniones secretas, muchas idas y venidas. Gawain debió de darse cuenta de algo, aunque prefiriese hacer como que no se enteraba.
Gwenn sostuvo la mirada de hielo de Igraine.
—Es tu sobrino. El hijo de tu hermana Morgause. Y sabes que no tuvo nada que ver, porque lo conoces. ¿Qué pretendes?
Igraine se encogió de hombros.
—De momento, nada; no sufras por tu querido primo. Lo mantendré encarcelado hasta que se aclare la situación y sepa con exactitud qué papel ha representado en todo esto. En cualquier caso, la traición de su padre lo ha condenado a una vida de oscuridad. El linaje de Lot tiene que ser castigado. De todos modos, tampoco era la mejor opción para ti. Veremos cuál es la mejor cuando llegue el momento.
Gwenn se estremeció. Siempre había sabido que su matrimonio sería un asunto de Estado, pero era algo que prefería no pensar.
—¿Pelinor cayó herido en la batalla? —preguntó, ansiosa por cambiar de tema.
—Así es. Aún no sabemos si sobrevivirá. Y si no hubiese sido por las mujeres guerreras de Broceliande, probablemente el resultado habría sido aún peor. No me gusta nada deberle un favor a esa chusma. Parece ser que el hijo de Uriens, Yvain, también se distinguió en el combate. Él y ese joven que te escoltó desde Londres, Lance. Muy brillante, por lo que he oído decir. Al menos ellos salieron vivos de esa carnicería; y cuando se presenten en Tintagel se les recompensará como merecen.
Gwenn asintió, incapaz de decir nada. No quería que su madre notase el torbellino de sentimientos que aquel nombre desataba en su interior. No quería que aquel torbellino existiera. ¿Por qué la aliviaba tanto saber que Lance estaba vivo? No habría debido importarle. Lance era historia. Él había elegido abandonarla para participar en aquella absurda batalla. Y ella había elegido olvidar.
—Todo ha sido un desastre por culpa de ese mal nacido de Lot. La estupidez de tu tío nos ha puesto en una situación muy difícil, Gwenn. Sin Lot y sin Pelinor, no tenemos apoyos suficientes para defendernos de los sajones. Y además, está lo de Merlín. Nadie sabe nada de él desde el asedio de Londres.
—¿Crees que ha muerto?
—No, no lo creo. Si hubiese muerto, los sajones se habrían apresurado a hacer correr la noticia. Sería un golpe muy duro para la moral de Britannia, y ellos lo saben. No, yo creo que está vivo. Pero algo debe de pasarle para que no haya enviado ningún mensaje. Me preocupa. Merlín es crucial para mantener el equilibrio entre la Corona y los nobles. Su prestigio nos ha ayudado mucho en los últimos años y ha acallado muchas protestas. No obstante, sin el mago, algunos de los que hasta ahora no se atrevían a alzar la voz empezarán a hacerlo. Habrá quien quiera rebelarse. Necesitamos nuevas alianzas, y las necesitamos rápido. Ese muchacho, Arturo.
—El hijo de sir Héctor.
—Tal vez. O tal vez el hijo de Uther. —Igraine torció el gesto, como si no pudiese pronunciar el nombre de su esposo muerto sin exhibir su rencor—. El caso es que parece un joven prometedor. Y muchos nobles apoyan su causa. Quizá nos sea útil.
Gwenn arqueó las cejas.
—¿Útil? Tú lo desterraste. Creía que lo veías como un enemigo.
—Merlín me hizo verlo de otra manera. Es verdad que podría disputarte el trono, pero de momento no tiene tantos partidarios como para suponer un problema. Y además, poco importa que el pueblo cante su nombre y le ofrezca la corona si logramos controlarlo.
La princesa sonrió.
—Se nota que no lo conoces. Arturo no es alguien que se deje controlar.
Igraine le clavó sus penetrantes ojos azules.
—Todos los hombres se dejan controlar, Gwenn. Solo hay que saber cómo hacerlo. Espero no tener que enseñarte eso también. Mírate al espejo, por los dioses. Eres una belleza, tienes todo lo necesario para hechizar a un joven como él. Utilízalo. Y además tienes otras cosas. Tienes poder; tienes un don con el velo, y quizá haya llegado el momento de que lo uses.
—No sé cómo usarlo —murmuró Gwenn, aturdida por las palabras de su madre.
—Sí sabes. ¿Crees que no me han contado lo que hiciste con Mark, ese viejo pirata? Espero que haya valido la pena, porque es peligroso tenerlo como enemigo. Aún no he decidido qué hacer con Dyenu. Pero a lo que íbamos. Usaste tu belleza en aquella playa. Usaste la magia, todos se dieron cuenta. Úsala también con Arturo.
—Él no es un campesino que apenas sabe lo que puede brindar una buena conexión al velo. Ha viajado, ha visto el mundo, ha vivido con los alquimistas. No se le puede engañar así como así.
—Con los alquimistas, ¿eh? Esa es una información interesante. Muy bien; si no le puedes engañar, no le engañes. En realidad, no necesitas la magia para seducir a ningún hombre. El rostro, la figura, quizá delgada en exceso, pero atractiva para ellos, te lo puedo asegurar. Usa todo eso, si no quieres usar la magia. No me importa cómo lo hagas, pero tienes que atraerlo, ganarte su confianza. Intenta averiguar cómo es; lo que le preocupa, lo que quiere, lo que le inspira. Si sueña con sentarse en el trono pero no es un hombre de acción, no tendremos que preocuparnos. Y si de verdad está dispuesto a actuar, quiero que descubras cuándo y cómo.
—No es tan iluso como para caer en una trampa tan burda. No funcionará, madre.
—¿Me estás diciendo que no te ves capaz de seducirle? —Igraine se encogió de hombros y sonrió burlonamente—. De acuerdo, si fracasas, entonces tú decidirás qué hacemos con él. De ti dependerá que viva o muera porque es a ti a quien quiere arrebatárselo todo, querida. A ti, no a mí.