Capítulo 7.

Vientos de Paz.

La lluvia de aquella fría madrugada del 18 de Noviembre limpiaría la sangre, el dolor y la muerte de tantos hombres y mujeres caídos en una odiosa e interminable guerra; la más cruenta que el hombre había conocido hasta entonces.

Países enteros habían perdido a varias generaciones de hombres, entre ellos a gran parte de la juventud; los adolescentes que habían sido enviados a defender su tierra dejando el futuro enterrado en un campo de batalla.

La noticia de la firma del armisticio, corrió como la pólvora entre los soldados, que gritaron entre vítores por la libertad.

Los ejércitos aliados en numerosas y diferentes lenguas: inglés, francés, belga... rezaban por la paz duradera que tanto esperaban con afán.

Olenka había vuelto con parte del equipo médico del hospital, un par de días antes. Su regimiento estaba acampado a las afueras de París.

Sonrió con pesar al recordar a Laurent que le había pedido aquella última muestra de cariño y por la que aún le temblaban las manos.

Los rostros de sus amigos desfilaron por su mente: María, Marta, Lena... y el amado resplandor de los ojos de su padre.

La joven abrió los suyos antes de que las lágrimas cayeran y no pudiera controlarlas. No quería romper la fría coraza que se había impuesto desde que abandonó a Lajos.

Se sentía culpable y tremendamente idiota por no haber comprendido que era natural que su esposo la cuidara tanto. Por el orgullo de convertirse en un soldado sin dejar que los sentimientos nublaran su razón; por haber despreciado la ternura de Lajos... y sobre todo por haberle dejado sin ni siquiera tener la oportunidad de arreglar su enfado.

Todos esos meses, miles de dudas la acosaban preguntándose si lo merecía a su lado, si estaban hecho el uno para el otro y si aun la seguiría queriendo. Aquel pesar le quemaba las entrañas porque había comprendido al estar lejos de él por segunda vez, cuánto lo amaba en realidad.

Un convoy de hombres a caballo saludaron a sus compañeros, que salieron a recibirles al recodo del camino que se bifurcaba a la derecha.

Animando a la chica, Antoine su inseparable amigo, la besó en la cara con gesto paternal.

—¡Vamos Olenka! Celebremos la victoria. —la incitó acariciándole el cabello mientras se adelantaba en el camino.

La muchacha le acompañó despacio y sin ganas. Él volvería a casa, pero Olenka ya no tenía ningún hogar al que regresar, ni familia que la recibiera a excepción de Lajos.

Hacía más de 6 meses que no le veía, después de aquella estúpida discusión que les volvió a separar sin que pudieran evitarlo.

¿Y si en el fondo no era buena mujer para él? la misma pregunta que la torturaba durante meses volvía a oprimir su alma.

Distraída, con la cabeza baja, se detuvo de nuevo. Ni siquiera se dio cuenta de que el sol había salido y una larga sombra lo tapaba.

Cuando miró hacia arriba, los dorados ojos de Lajos la contemplaban.

—Espero que ya te hayas cansado de huir de mí. —musitó muy bajito con la voz grave y agitada.

Olenka no pudo aguantar la angustia que la embargaba, comprimiéndole el pecho entre hipidos y sollozos, temblando. Lajos la abrazó muy fuerte, tomándola por la cintura y elevándola entre sus brazos.

—Lo siento amor mío... no pude ir contigo... me apuntaron... con una pistola... me obligaron a... —intentó contarle sin poder respirar.

—¡Shhh! Se acabó cariño. Ya estoy aquí.

Su marido la besó despacio, saboreando aquellos dulces labios que tanto echaba de menos, sintiendo que las lágrimas escapaban también de sus ojos.

—No soy una buena esposa para ti... debí quedarme a tu lado y dejar que me cuidaras. —confesó dubitativa. —Te fallé otra vez...

—No dejaré que vuelvas a escaparte de mis brazos nunca más. —la miró con ojos soñadores. —Eres lo mejor de mi vida y voy a demostrártelo.

Llevándola en sus brazos, anduvo hasta donde le esperaba un caballo tan oscuro como lo fue Attila y montó con ella firmemente agarrada contra su pecho para darle calor a su aterido cuerpo.

—¿A dónde vamos? —preguntó tímida, pegándose más a él. Se sentía extraña sin el peligro de bombardeos a campo abierto.

—Voy a darte tu noche de bodas con 4 años de retraso. —contestó divertido.

Olenka se puso tan ruborizada que Lajos tronó de risa comiéndosela a besos.

En pocos minutos llegaron a una pequeña granja en lo alto de una colina. Abandonada por sus habitantes, de madera oscura y podrida en las esquinas de las ventanas desvencijadas, había servido de refugio al regimiento de Lajos dos noches antes mientras los franceses protegían la capital.

Bajándola del caballo, la condujo al interior del granero, atrancando la puerta para tener intimidad.

La lluvia volvía a caer en el exterior mientras subían por la escalera hacia el piso superior.

Algunas mantas limpias estaban dispuestas sobre la paja que hacía las veces de mullido colchón.

De súbito ante lo que iba a ocurrir, la tristeza y la vergüenza nublaron el rostro de la joven al recordar lo que le robaron en su propia granja.

—Yo... quería entregarme sólo a ti... que fueras mi primer hombre... —se sinceró sin atreverse a mirarle. Estaba tan apenada con aquellas horribles imágenes en su cabeza.

—Soy tu primer hombre. Ellos sólo fueron bestias inmundas que se atrevieron a humillarte. Nunca fuiste suya porque siempre me has pertenecido, mi joven y bella esposa. El tesoro más preciado que tendré en nuestro hogar.

El suspiro de la muchacha al oír sus palabras se cortó en seco cuando vio que empezaba a desabotonarle la chaqueta.

—Haré que te sientas limpia y cómoda.

La sentó sobre el taburete para ordeñar que había en una esquina y cogió una toalla con el logotipo de la cruz roja, del petate enganchado sobre una de las vigas del techo.

—Espérame aquí y ve desnudándote, por favor. —le pidió mientras bajaba al piso inferior dejándola expectante.

El calor acogedor del granero la envolvió mientras se despojaba de su ropa sucia. Envuelta en la toalla recibió a su marido que volvió al poco rato con una enorme olla entre las manos.

Subiendo con cuidado sonrió con malicia al descubrirla.

—¡Ummm! Eres un bocado muy apetitoso con tan poca ropa, señora Tisza.

—¿Qué traes ahí? —preguntó curiosa y ruborizada.

—He calentado agua antes de ir a recogerte, no quiero que te resfríes.

Ya sabía dónde encontrarte porque te tenía vigilada desde la noche anterior.

—¿Por qué no viniste entonces? —se enfadó.

—Porque no podía escaparme hasta vuestro campamento y preparar un sitio acogedor para los dos al mismo tiempo. —respondió de brazos cruzados tras depositar la olla a su lado. —Y no empieces a llevarme la contraria. Sólo hace media hora que estamos juntos. —la reprendió riendo.

—Está bien. Pero vuélvete, no pienso dejar que me espíes mientras me lavo. Necesito un poco de intimidad Lajos. —le instó con seriedad.

—Ni lo sueñes tesoro. Llevo más de 4 años deseando contemplar lo que es mío y no pienso renunciar a ti ni un instante más. —respondió tenaz quitándose él también la ropa.

Olenka no pudo apartar los ojos de aquel cuerpo tan amado que casi no recordaba en todo su esplendor. Con el cabello por los hombros, que liberó de la coleta que llevaba, parecía que volvía a verle en el lago como la mañana de su encuentro.

Cuando el hombre descubrió su sexo con una prominente erección entre sus estrechas caderas y el nido de rizos oscuros que la coronaba, Olenka volvió a sonrojarse tapándose la cara.

—Antes no te avergonzabas de tocarme, cariño. —se arrodilló frente a ella.

Sus dedos recorrieron lentamente los muslos de la joven, arrebatándole la toalla de improviso. Ella intentó taparse los pechos y el pubis pero Lajos se lo impidió.

—Eres la belleza hecha mujer, amor mío. —susurró tomándola delicado por los hombros.

Con el paño impregnado de oloroso jabón que flotaba en la cacerola, esparció chorros de agua caliente sobre su espalda, su vientre, su sexo que rozó extasiado...

Cogiéndola por la cintura, la elevó poniéndola en pie frente a él.

Volcando la cacerola sobre sus cabezas, dejo caer la cascada que empapó sus cuerpos.

Los dos se miraron a los ojos con la satisfacción de ser uno sólo, uniendo sus labios en un dulce beso que poco a poco se hizo más salvaje, con las lenguas atándose en una irónica pelea a ver quien devoraba con más intensidad al otro.

Lajos la subió sobre sus caderas, lamiéndole el lóbulo de la oreja mientras bajaba lentamente por su cuello. El aroma de la joven lo exaltó y cuando llegó a la curva del seno, reverenció aquellos suaves y generosos pechos envolviendo el rosado pezón con su lengua.

Por la mente de Olenka pasó el fugaz recuerdo de los mordiscos de los violadores, llenándola de angustia. Lajos al mirarla notó el gesto de miedo que nubló su rostro. Acariciándole la mejilla le habló con emoción: —Piensa en mí... en el placer que te doy... ellos no están aquí, sólo tú y yo. —la cubrió de besos hasta beber las lágrimas que caían de sus ojos azules.

Olenka se concentró en el amor de su esposo, en la ternura con que succionó sus pechos arrancándole gemidos de gozo.

Sin dejar de abrazarla, se dejó caer sobre las mantas con ella sobre su pecho, pasando los dedos por su espalda hasta los glúteos mientras seguía alimentándose ansioso de sus senos.

Colocándola a su lado, le acarició el vientre dejando que sus manos volaran incesantes por la leve curva hasta el vello dorado entre sus piernas.

Cuando el pulgar de Lajos rozó su clítoris, el gemido de su esposa aumentó, frotándose solícita contra él. El movimiento erótico se hizo más rápido, masturbándola mientras enlazaba sus ojos con ella para que no pudiera recordar el pasado.

Los gemidos de Olenka se convirtieron en jadeos, el fuego líquido del orgasmo, su primer orgasmo, la envolvió con ardor cegador. Su vientre se tensó y su útero explotó de placer preparándose para acogerle.

Lajos tocó el líquido de su sexo, empapando sus dedos mientras los introducía despacio.

Su propia erección era dolorosa, conteniéndose ante el rostro de placer de la joven, para no finalizar con ella en aquel mismo momento.

Se colocó sobre Olenka, cogiendo su bella cara para tenerla frente a él.

—No dejes de mirarme, quiero que tus ojos se prendan de los míos cuando entre en ti, preciosa. —le pidió enamorado hasta la médula.

Impulsándose con mucho cuidado, su miembro penetró lentamente en ella, despacio, con mimo, hasta que estuvo enterrado profundamente en su interior. La cálida estrechez de la chica, a punto estuvo de llevarle al límite, pero logró contenerse de nuevo a duras penas.

Quería que fuera especial, hacerla olvidar el sufrimiento de lo que le hicieron y darle nuevos y hermosos recuerdos.

Perdido en sus ojos de cielo comenzó a moverse, relajándola con el dulce compás de sus caderas.

Olenka se mordió los labios para no gritar ante la excitación que recorría su cuerpo; aquella maravillosa sensación de plenitud sosteniendo la cintura de Lajos sobre ella.

—No te contengas mi vida, demuéstrame tu placer... —le dijo con aquella voz que le hacía arder el alma.

Los jadeos de Olenka se liberaron al aumentar el ritmo, siendo ella la que ahora impulsaba su cuerpo para unirse por entero al hombre que amaba.

El volcán que llameaba entre sus piernas se hizo aún más ardiente, derramándose en su interior el placer más exquisito que había sentido nunca.

El segundo orgasmo la golpeó con fuerza, haciendo que gritara, al tiempo que lágrimas de felicidad corrían por sus mejillas entre los besos de Lajos.

El calor de sus entrañas oprimió el miembro del hombre, envolviendo su cuerpo en deliciosas oleadas. Antes de lo inminente, intentó retirarse para no eyacular en su interior.

—Debo tener cuidado... podría dejarte embarazada...

Olenka le retuvo con las manos apretando su redondo trasero, sin soltar las piernas de su cintura.

—Conozco métodos para evitarlo, quiero sentirte por completo. —le susurró lasciva al oído.

La poca cordura que le quedaba a Lajos, se esfumó ante el envite de su esposa que lo introdujo profundamente en ella, cortándole la respiración.

Siguió penetrándola con fuertes embestidas que ella recibía con la misma pasión.

Su cuerpo se cubrió de sudor, haciéndole cosquillas en los senos con el oscuro vello de su pecho.

Olenka le tomó el rostro entre sus manos para ver la explosión de miles de estrellas en la mirada de su esposo, mientras se estremecía gimiendo ante su intenso orgasmo.

Una lágrima solitaria cayó por la cara del hombre, al sentir que estaba hecho para aquella mujer, cuando sintió el calor de su semen llenándola.

Todo lo que esperaba del futuro estaba entre sus brazos. Todo el sufrimiento había valido la pena. Todo lo que amaba era Olenka.

Reposando su rostro en el pecho de la joven mientras se recuperaba con calma, cerró los ojos sintiéndose dichoso y feliz.

Para ella las dudas se habían esfumado, al sentir que su marido la quería aún más que antes a pesar de sus malentendidos.

Apretándole mimosa contra ella, le acarició los negros rizos, murmurando somnolienta:

—Eres mi vida Lajos.

Tras un merecido descanso, Lajos se despertó con una sonrisa al verla entre sus brazos. Rozó con los dedos el mechón dorado que tapaba el rostro de Olenka, sumida en un profundo sueño sobre su pecho.

—Tengo el mundo en mis manos. —le susurró al oído para despertarla.

El azul de sus ojos le iluminó al abrirlos, dejándole hipnotizado como la primera vez que los contempló.

—Buenos días, apuesto soldado. —le saludó con un suave beso en los labios.

—Hola hermosa dama. Creo que después de nuestro pequeño escarceo amoroso estarás muerta de hambre.

Ella asintió desperezándose satisfecha. Al estirar los brazos, la manta que la cubría se bajó dejando sus pechos al descubierto.

Olenka se tapó con un respingo, con las mejillas arreboladas de vergüenza.

—¡Ja, ja,ja! Haces bien en taparte, esposa mía... o tus senos serán mi desayuno hoy. —la abrazó dichoso.

Tras unos minutos de cosquillas, carcajadas y dulces arrumacos, salieron de la granja rumbo al campamento de Olenka.

Al llegar se encontraron una impresionante algarabía de gritos, soldados abrazados entre lágrimas y estrambóticos bailes. Aliados y victoriosos estaban celebrando la firma definitiva del armisticio.

Los oficiales ingleses estaban reunidos con el resto de los otros jefes, intentando entenderse en varios idiomas, con la mímica por lengua oficial cuando fallaban las palabras.

O´Hara llamó a Lajos en cuanto le vio bajar por el camino entre los árboles, llevando de la mano a Olenka.

—¡Ven aquí Tisza! Brindemos por la paz, soldado. —le invitó ofreciéndole un vaso de vino. Al descubrir a la joven que le acompañaba comentó: —Bienvenida entre nosotros de nuevo, señora Tisza. —la reconoció ofreciéndole otro vaso.

Olenka aceptó agradecida el vino y un trozo de pan que remojó en el líquido carmesí. El borgoña le calentó el cuerpo nada más tragar un sorbo.

—Me alegro de que por fin te haya encontrado, Olenka ¡No sabes cómo ha estado de insoportable sin ti! —bromeó dándole una sonora palmada a Lajos en la espalda.

Ella rio la ocurrencia ante la cara de circunstancias de su marido.

Dejando al oficial con sus asuntos, recorrieron el campamento para tomar tranquilos su desayuno.

Sentados bajo el refugio de una gran roble, Lajos le preguntó embobado: —¿Has estado todo el tiempo en París desde que nos separaron?

—No. Después del gran bombardeo en Mayo, me llevaron a un hospital en el campo para soldados desfigurados. Allí estuve ayudando como enfermera hasta hace un par de días que regresé con mi equipo.

—Cuando me enteré del ataque a la capital, pedí al teniente que consiguiera información sobre ti. Me dijeron que tu unidad seguía en la ciudad y sus alrededores, defendiendo a los civiles de la masacre que harían los alemanes si querían acabar con la ciudad. —la miró conmovido —. He rezado noches enteras rogando a la Virgen que tanto veneran los franceses, para que siguieras viva.

—Tienes suerte, te ha escuchado. —le besó la mano que acariciaba su cara—. Yo sabía que estarías bien, eres un guerrero. Por algo la sangre de Attila corre por tus venas...

—Serías un maravilloso consuelo para los soldados del hospital. —la tomó entre sus brazos, acurrucándola del frio.

—He visto mucho sufrimiento, Lajos. Aquellos hombres sentían insoportables dolores y luego eran despreciados por sus propias familias al volver a casa... a veces la muerte era el mejor consuelo para ellos. —susurró pensando en Laurent—. Yo sólo deseaba que te mantuvieras vivo y, regresaras a mi lado, aunque lo hicieras desfigurado como ellos; jamás te hubiera rechazado —repuso sin poder contener un sollozo.

Lajos cogió su cara entre las manos, bebiéndose aquellas amargas lágrimas; protegiéndola estrechamente contra él.

—Ya se acabó, Olenka. No volveré a separarme de ti mientras viva.

—Les echo mucho de menos, Lajos. Ojalá estuvieran aquí... —recordó a sus familias de nuevo.

—Estoy seguro de que nos han protegido todo éste tiempo, han velado por nosotros. Y seguirán haciéndolo, cariño. —le besó la frente mirando agradecido el cielo sobre sus cabezas.

Los días que siguieron fueron una continua fiesta en París. Los ciudadanos dieron la bienvenida a los soldados que habían salvado Europa del horror alemán.

Con banderines confeccionados por las propias francesas, con restos de telas que aún conservaban; que evocaban la bandera de su país y del resto de aliados, los ejércitos desfilaron por los campos elíseos entre vítores de alegría.

Lajos y Olenka, cogidos de la mano iban al frente de sus secciones, maravillados por tan grata acogida.

Los soldados más jóvenes eran abrazados por las chicas parisinas, que repartían tiernos besos a los hombres que encontraban.

El dolor, la muerte y el miedo quedaron olvidados en las malditas trincheras para siempre. Ahora eran tiempos de reconstrucción; una nueva era para retomar el futuro del viejo continente.

Esa noche, la joven pareja tuvo que decidir qué harían con su vida a partir de entonces.

—En Hungría no me espera nadie y ahora estará sumida en la miseria.

—comentó Lajos al calor del fuego, en la única sala no derruida de la biblioteca del barrio bohemio, que habían habilitado como dormitorio para los soldados.

—Polonia ya no tiene nada para mí tampoco. —suspiró Olenka sonriéndole.

—De acuerdo entonces. Echémoslo a suerte. —decidió sacando un franco del interior de su bota—. Cara: nos quedamos en París. Cruz: nos vamos a Londres.

Lanzando la moneda al aire, la cogió al vuelo un segundo después, manteniéndola encerrada en su mano derecha.

Con ojos expectantes, se asomaron los dos por encima de la mano que Lajos fue descubriendo lentamente.

Mirándose ilusionados, Olenka constató: —Espero que empieces a ser puntual para el té de las 5.

—Ahora sólo nos queda juntar el dinero suficiente para comprar dos billetes...

Olenka se sacó la bota del pie izquierdo, introduciendo los dedos en ella para enseñar su secreto a Lajos. En un bolsillo de gruesa tela impermeable que había cosido en el interior del forro, estaban las joyas de su madre.

—¡Por esto no querías deshacerte de tus viejas botas! Ahora entiendo porque siempre rechazabas las nuevas que te traía... —soltó su marido con una estruendosa carcajada.

—Creo que tendremos suficiente para empezar una nueva vida. —repuso satisfecha.

—¿Preparada para un futuro de aventuras? —preguntó el húngaro divertido.

—Después de pelearme decenas de veces contigo, soy capaz de enfrentarme al mundo entero... —respondió ella provocándole.

El barco navegaba con mar en calma a pesar de la fría brisa que traspasaba la cubierta. Tras un mes de preparativos y enseres que necesitaron para la travesía, Lajos y Olenka pusieron rumbo a Gran Bretaña.

Con gruesos abrigos de lana, abrazados reposando sobre la barandilla, contemplaban el cielo cuajado de brillantes estrellas. Esa noche era Navidad, la primera que pasaban en paz después de 4 años en guerra.

—Toma esto como regalo de Papá Noel. —le dijo su esposa, entregándole el sello de los Tisza que había llevado al cuello. —Ahora debes llevarlo en el dedo, eres el único heredero de tu estirpe.

Lajos hizo que ella misma se lo colocara en el índice. A su vez, le colgó la cruz de plata que le había acompañado en su soledad.

—Vuelve a su legítima dueña. Pero falta un último regalo.

La joven le miró sorprendida mientras la cogía de la cintura, acompañándola al pequeño camarote que había conseguido para los dos.

Cuando abrió la puerta, una sonrisa de complicidad se dibujó en su rostro al rememorar aquellas palabras de amor, que Lajos le susurró una lejana noche de primavera.

—¿Recuerdas qué te dije en nuestra primera cita nocturna? —le preguntó meloso.

—¿Qué mi padre te convertiría en un eunuco si nos cogía? —se burló de él riendo.

—Muy graciosa. —Como castigo la levantó en sus brazos lanzándola con cuidado en el camastro— ¿Qué te prometí? —insistió quitándose el abrigo a toda velocidad.

—Que me harías una mujer en un lecho de rosas. —contestó al fin, embriagándose del penetrante perfume de los pétalos que cubrían por completo las sábanas del lecho.

—Siempre cumplo mis promesas. —le aseguró, dejando que Olenka descubriera su pecho al abrir la camisa. En un abrir y cerrar de ojos la había desnudado también.

Piel contra piel se fundieron en un cálido abrazo que llenó de suspiros el compartimento, otra promesa que se cumpliría durante todo el viaje.

FIN

Nota de la autora.

Los personajes históricos que aparecen en esta novela son reales.

Incluirlos con los que yo misma he creado, ha sido una manera de hacer mucho más verdadera esta novela.

La historia de Lajos y Olenka es un sincero homenaje a tantos hombres y mujeres que dieron su vida por la causa en la que creían. Y a los supervivientes de la Gran Guerra, cuyos testimonios me han servido para documentarme y admirarles a partes iguales.

El Mayor Hermann Preusker ordenó quemar la ciudad de Kalisz, destruyendo el 95% de la misma. La mayoría de la población fue quemada o fusilada incluyendo mujeres y niños, pasando de 65000 habitantes antes de la guerra a 5000 en Agosto de 1914.

El ministro de guerra ruso Karenin, formó el batallón de la mujeres con Maria Bochkareva al mando. Eran una 2500 mujeres entre 13 y 25 años.

Serían profundamente temidas tanto por los alemanes como por los aliados, siendo famosas por su bravura.

María moriría en Rusia defendiendo al Zar.

Los Gueules Cassées sentirían el desprecio de la gente a pesar de volver como héroes de guerra a Francia. Estos soldados desfigurados sufrirían humillaciones, miseria y abandono en asilos para dementes a lo largo de los años.

Más allá de las trincheras

Editora Digital

Derechos ebook

De Verónica Valenzuela

Reservados para Editora Digital

@2012-12-05

Portada: Del Autor

[1] Fedelejem: Rey en el idioma húngaro. Romaní: gitano. Guerra de la Independencia: tras la revolución de Pest el 15 de Marzo de 1848 surgieron Las leyes de Abril en las que se abolió la nobleza húngara y el final de la servidumbre y su igualdad ante la ley. En septiembre de 1848 los ejércitos austríaco y ruso opusieron sus armas contra los húngaros quienes perdieron la batalla al año siguiente. Hungría fue anexionada al Imperio Habsburgo.

[2] La tradición húngara antepone el apellido al nombre. En español sería Lajos Tisza.

[3] Mamá, te quiero

[4] Mi vida.

[5] Significa zíngaro. Es como solían llamar a los gitanos en Europa.

[6] Padre, como tú desees.

[7] El primer sujetador se creó en 1914. Pero no se generalizó su uso hasta la década de los 50.

[8] Mi señor, en húngaro.

[9] Pierogi: Bolas de masa hervida con patatas y requesón.

[10] Miód pitny: Es hidromiel, la bebida eslava más antigua. De sabor dulce y característico.

[11] Mi hermosura

[12] Mi belleza.

[13] El 28 de junio de 1914 Gavrilo Princip, un nacionalista serbio, asesinó al Rey del imperio austrohúngaro. Aquel suceso fragmentaría el imperio, desatando una guerra mundial.

[14] Mi señor.

[15] Austria declaró la guerra a Serbia el 28 de julio. Querían acabar con el movimiento nacionalista serbio, creyendo que Rusia no se uniría a Serbia. Los rusos desplegaron sus fuerzas contra Austria. Al negarse a retirarlas, Alemania les declaró la guerra el 1 de Agosto de 1914. Francia y Gran Bretaña declararon la guerra a Alemania durante ese mes, por romper la neutralidad de Bélgica, queriendo desplegar sus tropas a través de este país para atacar a Francia.

[16] Alto o disparo.

[17] No soy aliado

[18] Morirás como un perro

[19] ¿Eres un espía?

[20] No soy un espía. Su soldado ya estaría muerto si lo fuera.

[21] La fórmula del gas mostaza es Cl-CH2-CH2-S-CH2-CH2-Cl. Se compone de un líquido incoloro cuando es puro y de color ámbar oscuro con un suave aroma a mostaza del cual viene su nombre. Alcanza el punto de fusión entre 13 y 14 grados. El punto de ebullición es entre 215 y 217 grados.

[22] Gracias en francés.

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28/02/2014