Capítulo 6
Al amanecer los hombres se encaminaron hacia la casa de su patrón.
Lajos y su padre les precedían sin conversar entre ellos como hacían los demás.
Ferenc presentía que los planes del joven tendrían un trágico desenlace.
El impetuoso Lajos no sopesaba las consecuencias de su amistad con la muchacha.
Aunque él mismo había sido en su juventud igual de rebelde, el amor que su esposa le había inspirado estaba fuera de todo peligro al ser ambos de la misma posición social, ya que Nadia era hija de un conde rumano Pero la pasión que nacía entre la ingenua pareja les haría desgraciados y podría destruir todo su entorno. Su obligación como padre era advertirle aunque Lajos se empeñara en no escucharle. Ferenc sería capaz de matar a quien intentara dañar a su hijo.
Mirando al horizonte el joven fantaseaba obnubilado: las sensaciones que su cuerpo experimentó al contacto de los labios de Olenka; la fuerza del deseo recorriendo cada centímetro de su piel abrazado a su cintura; la lujuria apoderándose de ella, nublando su mente al contacto del cuerpo del hombre...
Será mi esposa contra viento y marea. Es mi destino aunque ella todavía no lo sepa. -pensó con determinación al divisar la hacienda ante sus ojos.
Stephan les esperaba. Los 5 hombres de confianza que trabajaban con él todos los años miraron con reprobación a la nueva comitiva. No osaron criticar a los gitanos pero el resentimiento comenzaba a fraguarse en sus mentes.
Justo por detrás del bosquecillo que rodeaba la granja se encontraban las prósperas tierras que les proporcionarían su sustento. Los gitanos quedaron maravillados al contemplar la gran extensión que se elevaba a sus pies.
Empezaron la siega en grupos separados por expreso deseo de Stephan.
Quería comprobar la fama de buen recolector de Ferenc y evitar posibles encontronazos con los polacos, liderando su grupo.
Olenka despierta desde muy temprano no pudo conciliar el sueño en toda la noche. Daba vueltas en la cama mientras el sabor del pecho de Lajos llenaba su boca desde aquel día.
El placer reflejado en el rostro del hombre y sus gemidos de gozo la sorprendieron. Nunca había tenido esa intimidad con nadie salvo algún beso furtivo en un baile. Pero su cuerpo, su sexo, rebosaban de hambre masculina por vez primera.
Atesoraba aquellos nuevos sentimientos sin contárselos ni a su nodriza, maravillada de lo que despertaba en ella el brillo de unos ojos dorados y en parte asustada por lo que podía significar.
Si Lajos hubiese insistido se habría entregado sin reservas allí mismo. Le hacía perder la cordura... la vergüenza... la virtud...
—¿Se estaba enamorando de él? —Un escalofrío recorrió su espalda ante la afirmación de ese fugaz pensamiento.
Saber que le vería a diario, lo confirmó, mientras corría escaleras abajo para ayudar a su aya a preparar la comida de los trabajadores.
Las voces entonando canciones húngaras se escucharon toda la mañana mientras se afanaba en sus quehaceres diarios.
Horas después se asomó a la ventana de la cocina que daba a los campos, intentando encontrar a Lajos. Su búsqueda fue estéril así que salió de la casa dispuesta a llamarles.
Vio a su padre dirigiendo la siega y se acercó: —Padre la comida ya está lista.
—¡Parad el trabajo, vamos a almorzar! —les gritó el gigante.
Mientras el resto se dirigía a la casa Olenka esperaba.
—Vienen los últimos —dijo el campesino llevándola hacia el hogar.
Los hombres se asearon en la pila dispuesta fuera y entraron saludando cortésmente a la dueña y su nodriza.
La muchacha servía el suculento ágape con mucha dulzura, ansiosa por verle entrar, esparciendo el olor del guiso de cerdo con verduras por toda la estancia.
El joven apareció al fin con el pelo húmedo recogido en una coleta y una sonrisa en su atractivo rostro. Olenka le invitó a sentarse.
Los ojos de Lajos la contemplaban mientras le servía y al ofrecerle pan sus manos se rozaron, haciendo estremecer a ambos. La muchacha imaginó cómo sentiría aquellas grandes manos en sus pechos y a punto estuvo de derramar su plato sobre el mantel.
Una vez servido todo el mundo se retiró a la cocina para desilusión del joven. Durante todo el día no había soñado otra cosa que tenerla cerca.
La gente de Lajos advirtió su relación más que amistosa y sonreían divertidos con las bromas que más tarde le harían sufrir.
Ferenc y Stephan entablaron animada conversación sobre la excelente calidad de la cosecha y el buen hacer de los trabajadores. El almuerzo transcurrió relajado y se dispusieron a volver a su trabajo.
Olenka desde la cocina espiaba los movimientos de Lajos, quien se sabía observado. Sus respectivos padres habían dejado el salón con los hombres y el gitano recogió una pila de platos y entró con ellos a la cocina para horror de Anna.
—No, no, muchacho ¡Eso es cosa de mujeres! —le reprendió azorada.
—Anna permítame hacerlo, siempre ayudo a mi madre.
—Está bien pero yo traeré el resto.
En cuanto la anciana salió por la puerta Lajos se abalanzó sobre una sorprendida Olenka y le estampó un apretado beso en los labios cogiéndola entre sus brazos.
Antes de que les pillaran le susurró al oído: —Eres lo más bonito que he visto en mucho tiempo. —Aún no se atrevía a decirle que la amaba, tenía tanto miedo de asustarla... Dejando a la joven en una nube salió corriendo tras los hombres.
Anna acarició la mejilla de su niña con ternura y preguntó:
—Te gusta mucho ese chico ¿verdad pequeña mía? Desde luego es muy apuesto.
Abrazadas rieron felices. Lajos le parecía un hombre ideal para Olenka; él sabría domarla, amenazaba divertida a la muchacha.
Stephan entró en la cocina unos minutos después. Su expresión seria siguió a su severa amonestación:
—¿Tenías que espiar a los hombres desde la cocina? ¿No había cosas más importantes que hacer?
—Ya terminé mis labores. —respondió resuelta preparándose para la tempestad de la cólera de su padre.
—Pues no lo parecía. Lo único que conseguiste fue no apartar los ojos del hijo de Ferenc. Hoy... anoche ¡Todos se han dado cuenta Olenka!
—¿Y qué tiene de malo mirarle? Es mi amigo padre ¿También eso es reprobable?
Se acercó a su hija advirtiéndola:
—No quiero que se lleven una impresión equivocada de ti.
—¿Cómo cuál? —contestó a la defensiva con los brazos en jarras.
—De una chica desvergonzada que persigue a los hombres. —le reprendió ofendido por su actitud.
—Si persigo a un hombre es asunto mío. No me acuses de lo que no soy. Sabes perfectamente que nunca consiento libertades a ninguno. —Pero su pensamiento distaba mucho de sus palabras. Excepto a él, afirmó en su cabecita.
—A Lajos te lo comes con los ojos Olenka, si tu presa es ese gitano será asunto mío ¿Por qué no haces lo mismo con las atenciones de Klaus?
—Aborrezco a ese desgraciado. Es arrogante y trata a las mujeres como si no tuviéramos cerebro.
—Contigo es educado y cortés.
—Porque soy un trofeo que quiere ganar y que no conseguirá ni en sueños.
—Y tu no lograrás a quien tienes en mente ¡No te encapricharás de un extranjero! —gritó exacerbado.
—¿Como le ocurrió a mamá? Tú lo eras al llegar aquí. —respondió alzando también la voz encarando a su padre.
—Pero venía de un hogar estable.
—¿Y Lajos no? Olvidas que bajo sus harapos se esconde un antiguo linaje de nobles.
—Es mi última palabra Olenka. —repuso saliendo de la cocina.
—Pero no será la mía, padre. De eso puedes estar seguro. —susurró decidida. Podía ser la más testaruda de las mujeres si le prohibían lo que deseaba con ahínco.
El ocaso desplegaba sus alas deslizándose con rojo fuego por las llanuras, cuando finalizaron la labor del día.
El viento cálido que acompañó al ocaso trajo a Ferenc recuerdos amargos de otras épocas. La noche berlinesa empezó de igual modo...
La siega había terminado y sus compañeros se retiraron a la casa de labradores cercana a la mansión de los Tisza donde vivían.
La cena estaba dispuesta sobre la mesa y Nadia lucía un aspecto hermoso y lleno de vida en el apogeo de la juventud, con su hijo dormido en los brazos.
El abuelo Béla con 80 cansados años, yacía acurrucado en su sillón favorito, donde pasaba las horas rememorando la vieja gloria de su añorado país. Ciego por la diabetes y con las manos convertidas en garras de dedos dolorosamente plegados sobre sus palmas por la artritis, era tan vulnerable como el nieto que acurrucaba su nuera.
Nadia se acostó temprano y Ferenc acompañó a su padre al dormitorio de la parte trasera de la mansión, la más acogedora de la casa.
Dormían tranquilos hasta que un gran resplandor dorado en el pasillo despertó a Ferenc.
Las llamas devoraban la mansión de madera, ávidas de destrucción.
Cogiendo a su esposa y al niño en brazos, profundamente dormido, corrió cuanto pudo hasta la puerta de salida entre el humo que ya les asfixiaba.
Los hombres cargaban con cubos de agua de las caballerizas laterales donde habían puesto a buen recaudo los animales.
Ferenc dio la vuelta a la mansión para romper la ventana del dormitorio de Béla. Quemándose las manos, arrancando a jirones las tablas, contempló sin poder ayudarle como el fuego había convertido en una masa negra el cuerpo del anciano, arrodillado con los brazos alzados hacia la ventana en una plegaria en busca de auxilio.
El aristócrata nunca olvidaría la última imagen de su padre y rezaba para que Lajos jamás tuviera que enfrentarse a algo tan terrible.
Después de almacenar la cosecha en el granero se reunieron en la casa para cobrar el dinero que les correspondía.
Lajos ansiaba encontrarse de nuevo con Olenka y hacía grandes esfuerzos para calmar su impaciencia. Al recibir la paga de manos de Stephan el joven sintió su fría mirada de cautela.
Regresando con su gente, descubrió en una de las ventanas del piso superior, la silueta de la muchacha. Le contemplaba resignada y anhelante.
Ni siquiera podía abrazarla para despedirse, Stephan vigilaba todos sus movimientos desde la puerta.
En silencio regresó al campamento pensando si sería capaz de tenerla tan cerca y no poder tocarla.
Los hombres tomaron una frugal cena al calor del fuego que les protegía de la bruma nocturna, mientras relataban a sus mujeres los pormenores del trabajo. Ferenc recogió una pequeña parte del dinero para comprar víveres en la ciudad al día siguiente.
Se retiraron temprano con una pizca de esperanza vibrando en el pecho.
Aún no había amanecido camino de Kalisz.
Notaba a su hijo preocupado y conocía el motivo. Deseaba que Lajos le confiara sus pesares pero evitaba un nuevo conflicto entre ellos.
El trayecto comenzaba a hacerse insoportable en aquel silencio. Ferenc optó por detener el carro e interrogarle.
—Desde ayer no has dicho una sola palabra y eso no es propio de ti ¿Por qué no me cuentas qué te pasa de una vez?
—No te inquietes apa.
—¿Estás así por Stephan?
—Tenías toda la razón. No permitirá que me acerque a Olenka. —contestó con tristeza.
—¿Te lo ha advertido?
—Lo ha insinuado su tierna mirada taladrándome. La guarda como un lobo.
—Sólo tiene una hija y debe protegerla. Yo tampoco te lo pondría fácil si estuviera en su lugar.
—Te pones de su parte cómo no.
—Apoyo el sentido común, Lajos, eso es todo.
—¡Estupendo, muchas gracias por tu apoyo!
—¡Calma ese genio! Tendrás que demostrarle que la mereces.
Afronta tus decisiones como un hombre si asumes un reto que os hará sufrir a ambos. Ansías lo que ese hombre más quiere.
—¡Yo también la quiero! Hasta anoche no me he dado cuenta de cuánto.
—Cuando seas padre sentirás el dolor de tu propia sangre quemarte las entrañas defendiendo a tus hijos. Ahora no alcanzas a comprender el sentimiento de Stephan.
—Y tú no me comprendes a mí —respondió espoleando al caballo.
—Cuando te obcecas en tus posturas desde luego que no. —siguió al muchacho al trote.
Atravesando llanuras de un verde luminoso llegaron a la entrada de la ciudad una hora después.
Kalisz era un hervidero de gente. Las calles adoquinadas rebosaban de carros repletos de productos en los que sus dueños fustigaban a los caballos para entregar la mercancía requerida por las tiendas. La carne que traían del matadero, dejaba una penetrante estela del característico olor metálico de la sangre derramada, por el borde de los carros.
Al fondo de la calle resaltaba el edificio del banco con el capitel ovalado de la fachada y los numerosos arcos en las ventanas.
Cruzaron la calle hasta la plaza donde se levantaba el ayuntamiento, un edificio con dos cuerpos y arcos que cruzaban su entrada, cuando el reloj del campanario daba las 7 de la mañana y los comercios abrían sus puertas al trajín diario.
Los gitanos llamaron la atención del grupo que conversaba a la puerta de la droguería en la que se habían detenido: vestidos con amplias casacas húngaras de color azul y botas altas, destacaban entre las ropas oscuras de los polacos. Las miradas de los ciudadanos se posaron en ellos con rencor y sintieron el desprecio de los comentarios susurrados a sus espaldas.
—No te pongas furioso. Compramos y nos vamos —le advirtió Ferenc precavido.
El dependiente les observó. Enjuto, de cabello cobrizo y ojos azules saltones les preguntó con gesto hosco:
—¿Qué buscáis en mi tienda?
—Provisiones. —respondió Ferenc.
—Id al mercado. El judío Porawski venderá a su gente. Aquí los precios son altos, el género es de gran calidad. —les soltó mirándoles de reojo.
—Tenemos suficiente dinero para pagar su calidad —increpó Lajos perdiendo la paciencia.
—No vendo a gitanos apestosos ¡Largaos! —les echó despiadado.
Lajos iba a darle su merecido pero su padre le detuvo cogiéndole del brazo y sacándole de la tienda. El muchacho hervía de ira obligado a tragarse su orgullo.
—No nos busquemos problemas hijo. —le susurró acariciándole la melena.
Condujeron hasta el mercado donde el anciano rabino les atendió amablemente en una tienda llena de enseres a muy buen precio. Compraron pan, mantequilla, carne, huevos y leche, dejando unas monedas de propina al chiquillo que ayudaba al viejo.
—Los desfavorecidos debemos ayudarnos, ellos no lo harán. —aconsejó el hombre al despedirles, con ojos negros repletos de melancolía en un rostro casi libre de arrugas y enmarcado por una esponjosa barba blanca.
Cerca de la tienda se encontraba una taberna donde los campesinos tomaban un trago antes del trabajo.
Padre e hijo cargaron las vituallas en el carro dándole un poco de pienso al caballo y se dispusieron a entrar.
Una veintena de ojos les acosaron al cruzar la puerta. Si la gente de la ciudad mostraba su desprecio al verlos, aquí la hostilidad aumentaba.
Sentados en una mesa del rincón dos individuos pidieron un par de vasos de miód pitny
—¿Habéis notado que el aire huele a cabra? —soltó un tipo alto con cara de pocos amigos.
—Lo han traído esos visitantes. —contestó su compañero pelirrojo con una sonrisa de sorna en su cara con marcas antiguas de viruela.
Lajos se acercó a la barra y pidió vodka sin responder a la provocación.
—No tenemos vodka. —respondió el tabernero mostrando una larga cicatriz en la mejilla derecha.
—¿Y el que están tomando ellos de donde ha salido? —señaló Lajos a los del rincón.
—Ese es para trabajadores, no sucios vagabundos como vosotros —masculló alguien desde la entrada de la taberna.
El hombre se paró frente a Lajos al llegar a la barra, midiéndole de pies a cabeza. De buena estatura, corpulento y con la piel curtida por el sol que contrastaba con su cabello rubio, no pasaría de los 25 años. Los ojos celestes destilaban un odio acérrimo cuando escupió al gitano: —No queremos basura en nuestra ciudad.
—Entonces deberías salir por esa puerta —respondió Lajos desafiante.
Un potente puñetazo salió disparado hacia su cara pero antes del impacto, se paró en seco. Estaba aprisionado por una mano que le agarraba con decisión. Stephan se interponía en medio de los dos jóvenes y detenía al agresor.
—¿Quién ha empezado? —interrogó al joven polaco.
—¿Y lo preguntas? Esos sucios gitanos buscaban gresca; éste me insultó y tuve que defenderme.
—Klaus ¿Crees que soy tan estúpido como los que te siguen? Siempre has sido un pendenciero ¡Deja en paz a mis hombres!
—¿Stephan no nos has contratado por esos bastardos? —preguntó el aludido con gesto de asco.
Ferenc contenía a Lajos que al escuchar sus palabras se había lanzado contra él dispuesto a destrozarle. Su padre hacía un esfuerzo titánico para evitar que se escapara de sus manos.
Finalmente Stephan acabó con la situación:
—¡Escucha imbécil! Contrato a quien quiero, son mis tierras y nadie va a decirme cómo debo trabajarlas. Si vuelvo a ver que alguno de vosotros maltrata a mis jornaleros se enfrentará conmigo y ya sabéis cómo las gasto. Vámonos —pidió a los gitanos.
Los polacos les dejaron salir con una mirada de desprecio y desdén.
Montado en su caballo y los húngaros en el carro se dirigieron al campamento zíngaro.
Los niños necesitaban alimentos variados, su delgadez y desnutrición eran evidentes. El campesino sintió lástima de los chavales harapientos obsequiándoles con dos sabrosos bizcochos; además de las bolsas con comida que había traído.
Disfrutando de sus caras de felicidad, se unió a sus juegos persiguiéndoles como si fuera un oso feroz. Media hora después, recuperado el gesto grave, regresaron al trabajo donde los hombres se afanaban.
En la hacienda, tomó al joven aparte en la entrada y le llevó a un lado del porche sentándose sobre la baranda de madera.
—Procurad no acercaros demasiado a la ciudad. Respecto a Klaus, ten cuidado Lajos, te lo advierto. Su familia tiene mucho poder en Kalisz.
—No me da ningún miedo. —se opuso el muchacho.
—Guárdate tu orgullo, no quiero complicaciones. Corteja a mi hija así que no te metas entre ellos. —le advirtió con sequedad.
Lajos se puso rígido al oírlo y le espetó: —Por supuesto, no debo estorbar sus planes.
—Eso espero. Él no me gusta y tú tampoco. Pero al menos le conozco desde niño. Su padre es el alcalde.
—En cambio yo soy un simple vagabundo ¿Verdad Stephan?
—Klaus es un joven con un futuro prometedor. Está estudiando derecho en la capital. ¿Qué futuro te espera a ti?
—Ojalá lo supiera. Pero tengo manos fuertes para trabajar donde sea y conseguir un buen porvenir para los dos.
—Me he dado cuenta de cómo os miráis Olenka y tú. No pienso entregarla a un hombre sin patria ni hogar; a un hombre que sólo puede traerle desdichas.
—Eso lo decidirá ella, no usted. —le cortó el húngaro con gesto hosco— Ya es una mujer.
—Jamás te daré su mano si es lo que pretendes, no te la llevarás lejos de mí. —contestó el granjero decidido a intimidarle al acercar su fiero rostro al del joven. —Tendrías que demostrarme que eres un hombre de honor como tu padre y ni de ese modo estaría satisfecho.
—¿Qué debo hacer entonces para obtener su aprobación? —preguntó el chico con terquedad.
—Nunca te convertirás en alguien de aquí. Siempre serás un errante; lo llevas en la sangre.
—Le recuerdo que mi sangre es noble, señor ¿Puede usted decir lo mismo? —le desafió Lajos sin miramientos.
—¿De qué sirve tu nobleza si no tienes donde caerte muerto? No puedes ofrecerle nada.
—Le daré el amor más grande que sea capaz de imaginar. Lucharé por su bienestar con uñas y dientes.
—No es suficiente. Sólo con amor no se come ni se crían hijos.
—Es lo más valioso. Mis padres me lo han demostrado. —se acercó el húngaro, interponiéndose en su camino cuando iba a marcharse.
—Me cansa ésta conversación. —le apartó impaciente. —Vuelve al trabajo.
—No dejaré de intentar que me acepte, señor. Le demostraré que soy bueno para ella.
—Y yo no dejaré de impedírtelo, muchacho. —le señaló el alemán con el índice y la furia brillando en sus ojos.
Lajos regresó cabizbajo con los hombres pero un pensamiento bullía en su mente: —Aún no conoces el tesón de un descendiente de Attila.
La anciana Anna salió de la cocina con leche caliente que puso frente a Stephan. Su cara de preocupación la conmovió; hablaron sentados con las manos enlazadas.
—¿Te preocupas mi gigante?
—A ti no consigo engañarte, aya. Empiezo a creer que ayudar a ésta gente me traerá demasiados problemas. Esta mañana en la ciudad Ferenc y su hijo han tenido un tropiezo con el grupo de Klaus. Ese mozo engreído quería echarles de la taberna de Polgar. Y el joven gitano le plantó cara con bravura.
—Son dos gallitos de pelea. —contestó la anciana sonriendo.
—Enterarse de que trabajan para mí les ha puesto furiosos. Creían que contraté campesinos de Ostrów, ahora saben que son mis nuevos jornaleros. Temo que hagan una barbaridad. Recuerda el linchamiento de la caravana en el norte hace unos meses.
—Los jóvenes siempre tienen ansia de lucha. Pero una razón más poderosa turba tu alma ¿Quieres contármelo hijo mío? —se ofreció con ternura.
El hombre contempló los ojos verdes de la anciana, besando las arrugas de su frente y acariciando los delicados y blancos rizos.
Hacía tanto tiempo que formaba parte de su vida...
Anna era una muchacha tímida, sin familia, que entró a servir a sus padres siendo una adolescente. Fritz y Helga la acogieron como a una hija convirtiéndose en la nodriza de su hijo años más tarde. Vivió con ellos cuidándoles hasta su muerte.
Al casarse, Stephan se la llevó con él. Soportaron hambre y miseria para sacar adelante a Olenka, siendo para la niña la madre que nunca tuvo.
A los 70 años estaba demasiado vieja y cansada para afrontar nuevas desgracias. Y sin embargo el destino le deparaba un sufrimiento inmenso.
—Olenka es mi tormento. No imagina la angustia que me oprime al pensar en perderla. —se sinceró el hombre.
—Estar enamorada no es una pérdida. —le animó Anna.
—Si le atrajese alguien de la ciudad sería una bendición. ¡Pero encapricharse de un gitano como Lajos! —gritó colérico golpeando la mesa con el puño.
—¡Stephan Müller eres un miserable hipócrita! —le amonestó enfadada, regañándole como a un niño. —Te comportas como un alma caritativa por trabajo pero cuando uno de ellos conquista a tu hija ¡Te vuelves tan rastrero como los demás!
—¿Cómo puedes estar de acuerdo Anna? —se defendió sorprendido.
—Olenka se ha convertido en una mujer y amará a quien elija; con o sin tu consentimiento.
—No dejaré que se vea envuelta en esa locura. En toda Europa desprecian a los gitanos y en Polonia aún más. Si se uniera a uno de ellos la tratarían como una ramera. Y ahogaré con mis propias manos a quien ose insultarla. —se levantó nervioso.
—Si su destino es el joven húngaro no impedirás que se vaya con él. Lo sabes Stephan. Nada la detendrá... ni siquiera tú.
—¡Antes muerto que verla en sus brazos! —sentenció apretando los puños con ganas de destrozar los muebles de la casa.
Una voz resonó por encima de los gritos del hombre: —¡Tendrás que matarme para evitar que caiga en ellos!
La muchacha había oído todo desde la puerta, venía de remover la colada en el patio trasero. Echando a correr hacia el granero, montó una de sus yeguas y galopó hacia el bosque ante los atónitos ojos de su padre. Iba a seguirla iracundo pero Anna le detuvo tomándole del brazo.
—Deja que desahogue su frustración.
Lajos había presenciado la escena desde el granero. Soltó la cesta de cebada y corrió en la misma dirección que la muchacha haciendo caso omiso de los gritos de Ferenc.
Sus fuertes piernas, acostumbradas a correr por terreno abrupto, alcanzaron el linde del bosque poco después. Sudoroso por la carrera, se sentó en la orilla del lago, sabiendo que ella aparecería tarde o temprano.
Al cabo de media hora, la vio andando furiosa con las riendas del caballo en una mano. El moño se había deshecho dejando la melena desbordarse sobre su espalda. Sus ojos brillaban de pura cólera cuando preguntó: —¿Por qué has venido?
—Siento curiosidad por saber el motivo que te ha hecho escapar como una loca de la casa. —insinuó ya de pie junto a ella.
—No te incumbe. —respondió enfadada consigo misma y con el mundo por haberse enamorado de un hombre que le traería un millón de quebraderos de cabeza.
—Más de lo que quieres admitir, Olenka.
—¡Déjame en paz Lajos! —se volvió dándole la espalda.
Posicionándose tozudo frente a ella, comenzó a desarmarla.
—Stephan no quiere que me acerque a ti. Me lo advirtió ésta mañana. —susurró en voz baja acariciándola con su aliento— ¿Y tú qué quieres?
—Que nadie controle mi vida. —respondió rotunda mirándole.
—Atrévete a ser libre entonces. Sé valiente y ámame... aún no me has dicho sinceramente lo que sientes por mí.
—¿Y qué ocurrirá cuando te vayas? ¿Seré una aventura más?
Lajos la tomó entre sus brazos. Ella forcejeó deseando librarse de ellos.
—Él sólo me tiene a mí. Le arruinaría la vida —argumentó pensando en Stephan. —Para ti es muy fácil... eres un hombre. Me convertirías en la puta de un gitano y luego te marcharías. —repuso confundida sin saber qué hacer.
—¡No vuelvas a insultarte! Te convertiré en mi esposa, mi mujer, mi compañera. En la única que amaré en ésta condenada tierra. —le tomó el rostro entre sus grandes manos. —Dime que me quieres Olenka... Déjame luchar por ti y no habrá nada que se interponga entre nosotros.
—¡Qué Dios me perdone por herir a mi propia sangre! Te amo Lajos como jamás podré hacerlo con otro hombre; aunque el fuego del infierno me abrase... por traicionar a mi padre... —contestó al fin con los ojos arrasados en lágrimas.
—Ningún infierno te hará arder como yo, preciosa mía.
Desesperados se fundieron en un profundo beso, con el corazón angustiado del miedo al futuro y los problemas que tendrían que afrontar juntos.