Capítulo 9.
Anna preparó un caldo delicioso que levantó el ánimo de todos. Casi anochecía cuando se sentaron a descansar.
La expresión sombría de Olenka reflejaba la vorágine de sus embrollados pensamientos. Aquella paliza sería el comienzo de graves consecuencias para los gitanos; conocía la crueldad de su propia gente.
La posibilidad de que Lajos hubiera muerto la oprimía. Esa certeza le hacía preguntarse si no era mejor que regresara a su país ¿Sería capaz de abandonarlo todo por él?
Vivir juntos sin tener que luchar contra los convencionalismos de su pueblo era sólo una quimera.
En su corazón empezó a fraguarse una dolorosa decisión: llegada la hora, cuando las cosas se pusieran demasiado difíciles para ambos, le obligaría a marcharse con su familia sin retenerle.
Aunque destrozara su corazón, aunque la odiara, le convencería. Se contentaría con saber que estaba a salvo; transformándose a cambio en una mujer sin alma.
Nadia al verla preocupada cuando bajaba a tomar un bocado, la invitó a dar un paseo.
El cielo presentaba un aspecto majestuoso, gracias a la magnífica alfombra de estrellas que se esparcían por el cielo como una miríada de brillantes.
Las dos mujeres caminaron un trecho hasta alcanzar un promontorio que se elevaba al este. Sobre él divisaron el valle y las impresionantes montañas, sentadas frente a frente en la hierba.
—Debió llevarse una gran impresión al ver a Lajos herido. —susurró la muchacha.
—No es la primera vez que observo algo horrible y no será la última, pequeña. En la guerra perdí a mis padres y a mis dos hermanos. En tierras de tu país faltó poco para perder a mi marido también... pero no sobreviviría a la muerte de mi hijo. —se estremeció con un escalofrío de miedo.
Los ojos negros de la gitana querían ahondar en el semblante de su interlocutora. La sabiduría que proporciona la edad, le ayudó a adivinar las ideas que cruzaban por su mente.
—Sé leer en el corazón de las personas, Olenka. El tuyo naufraga entre dos mundos: el que te crio, que no llega a comprender que el alma humana no distingue el color de la piel... Y el de Lajos. Cada uno de ellos te divide y una parte de ti, al final, acabará destruida; hagas lo que hagas. Esa elección está en tu mano y tarde o temprano deberás decidir en qué lado vivirás para ser dichosa.
Olenka tomó la mano amiga que Nadia le ofrecía y volcó sus penas en ella: —Represento un peligro para su hijo. Estoy segura de que alguien nos descubrió en la ermita derruida donde nos encontrábamos todas las noches en secreto.
—Lo sé. Le he visto salir del campamento y he cuidado que Ferenc no se despertara, atrapándole.
—Esto sólo ha sido una advertencia. Mi gente destruiría sin piedad al gitano que pretendiera casarse con una mujer polaca. Deben regresar a Hungría y llevarle con ustedes.
—No será fácil arrancarle de tu lado ¿Abandonarías el cobijo de tu casa por él? Siempre he querido tener una hija. —se sinceró acariciándole la mejilla con dulzura.
—Y yo una madre. —le besó el dorso de la mano. —Si me fuera mataría a mi padre y me arrepentiría siempre.
—Juntos sois muy felices; tenéis que encontrar la manera de hacer entender a vuestros padres que os amáis de verdad. Renunciar a su amor, por cumplir tu deber de hija, te matará a ti Olenka —Entonces viviré con esa pena. —murmuró dejando escapar un reguero de lágrimas.
Nadia la abrazó, deseando que el mundo no fuera tan difícil para los dos amantes. Viendo a Lajos tan feliz, sentía que aquella muchacha era lo mejor para él.
La fiebre que había desaparecido horas antes aumentó en la madrugada. El cuerpo del hombre se cubrió de un sudor frio; delirando agitado entre bruscos temblores.
Las zonas que recibieron mayor daño le producían agudos pinchazos, que acallaba con sus gemidos, para no asustar a Olenka.
Con un paño mojado en agua la muchacha intentaba aliviar el calor abrasador que le recorría.
Antes del amanecer, Lajos empeoró ante la desesperación de su madre.
Las convulsiones hacían saltar su cuerpo sobre la cama y las sabanas acababan empapadas.
Stephan se devanaba los sesos sin saber qué hacer. Pero un inesperado recuerdo le asaltó:
Ewa se afanó una tarde cocinando los platos más sabrosos que su reciente esposo adoraba.
Stephan la dejó plantada con la comida fría y un humor de perros. El desertor estuvo celebrando con sus amigos la excelencia de la cosecha entre ríos de vodka. La fiesta se prolongó durante horas hasta que su estómago reclamó pitanza.
Al volver a casa encontró la puerta cerrada y a su esposa en la ventana gritándole maldiciones.
Decidida a castigar al despistado marido, sin cena ni cama caliente, le dejó bajo el frio invernal hasta la medianoche.
Al verle sentado en el jardín le rogó que subiera unas horas después.
Stephan, cabezota como su futura hija, se negó a entrar con el orgullo herido.
Por la mañana temprano, Ewa le encontró muerto de frio y con una peligrosa pulmonía encima.
Cuando fue sacudido por la fiebre, su esposa le llevó en la carreta hasta el lago y le obligó a meterse desnudo en él. Su rápida actuación logró curarle.
Mirando a su hija desvelarse por Lajos, sintió una profunda añoranza.
Aún seguía abierta la herida.
Su futuro estaría marcado por una inmensa soledad, presentía que Olenka no permanecería mucho tiempo con él.
Se resistía a reconocerlo, pero odiaba profundamente al muchacho que le había arrebatado una parte del amor de su hija. Pero el inmenso afecto y la lealtad hacia ella, no le permitían seguir luchando contra los sentimientos de la muchacha.
Sin perder tiempo bajó al establo. Enganchó el caballo al carromato, colocando en su interior unas mantas para tender a Lajos.
En la habitación el hombre se debatía entre la altísima fiebre y el dolor de las heridas.
Stephan le reanimó ayudándole a levantarse. Sosteniéndole, cubrió su cuerpo desnudo con otra manta mientras le llevaba escaleras abajo acompañado por Ferenc. Prácticamente era arrastrado al carro.
Antes de marchar dejó instrucciones precisas a las mujeres: —Sacad varios cubos de agua del pozo y algunas sábanas. La fiebre disminuirá en el lago pero puede subir de nuevo al llegar aquí. Le envolveremos en sábanas empapadas y dejaré que tirite hasta que sus dientes rechinen. No se te ocurra abrigarle aunque lo pida a gritos. —amonestó a la chica.
Stephan azuzó a los caballos poniéndose en camino con el enfermo gimiendo tras él. El trayecto se hizo eterno cuando por fin divisó el lago.
Le despojó de las mantas, portándole en sus brazos hasta la orilla. El agua estaba helada como contrapunto al calor de los días.
Lo introdujo hasta el pecho metiéndose él mismo en el lago y sumergió sus cabellos, refrescándole.
—Me duele... tengo mucho... frío... —gimió el joven removiéndose contra el agua.
—Aguanta un poco y relájate. —le calmó.
Lajos sentía cientos de finísimas agujas taladrar su piel; lamiendo sus heridas. Stephan se mantuvo implacable aunque el muchacho forcejeaba intentando salir del agua.
Cuando su frente dejó de arder, media hora después, el hombre le sacó echándole en la hierba mientras le arropaba con una toalla grande.
Lajos, recuperado un poco de su aturdimiento, meditaba la situación en que había colocado a su gente. Como su jefe debía velar por la seguridad de todos y el ataque que había sufrido les dejaba pocas alternativas.
Mirando al campesino se sinceró: —Buscaré al culpable de esto sin ayuda de la policía.
—No puedes tomarte la justicia por tu mano. Ni siquiera viste quien lo hizo.
—El líder llevaba un anillo con forma de águila en la mano, lo observé cuando me desgarró la mejilla. Encontraré a su dueño tarde o temprano.
—O él te rematará primero, Lajos. Si acusas a alguien, la ciudad se lanzará sobre vosotros como perros en un festín. Lleváis las de perder. —le aconsejó.
—Y usted no moverá ni un dedo para apoyarnos. —le recriminó el gitano enfadado.
—Hoy te he salvado la vida para que puedas regresar a Hungría con tu gente.
—Está deseando que me marche, Stephan. —contestó sentándose contra el árbol a su lado.
Frente al húngaro el campesino explotó: —Te odio con toda mi alma Lajos Tisza. Para mi desgracia has arrebatado el tesoro de mi casa ¡Ojalá nunca te hubiera conocido porque eres la ruina de mi vejez! —Stephan desahogó su frustración, sin contenerla.
Lajos escuchaba impasible aparentando frialdad. Se había encariñado de aquel hombre rudo y vigoroso. Cada reproche pesaba en su ánimo como una losa.
—No puedo dejar de quererla por mucho que te duela Stephan. No puedo luchar contra mi corazón. —se sinceró turbado.
—Yo también he amado con el mismo ímpetu que tú. También fui un extranjero al llegar aquí.
—¿Qué nos diferencia entonces? ¿Por qué se opone con tanto ahínco a nuestra relación?
—He trabajado duro para hacerla una mujer honesta. Si te la llevas de mi lado perderé las ganas de vivir, Lajos. Mi hija es el pilar que me ha sostenido todos estos años. Me derrumbaría sin ella. No soporto la idea de no verla más... —se le quebró la voz.
El miedo y la incertidumbre se apoderaron del campesino. Sin avergonzarse dejó que el joven contemplara las lágrimas que se derramaban por sus mejillas.
—Stephan, los dos la amamos. No quiero que Olenka sufra por mi culpa, ni colocarla en medio de una guerra contra usted.
—Aunque me pese, sé que es cierto. Y no me servirá de nada luchar contra ti porque le haría más daño a ella.
—Usted ha hecho muchos sacrificios por Olenka. Ahora es mi turno.
—¿Qué pretendes húngaro? —se sorprendió por su respuesta.
—¿Lleva su navaja? Démela.
El hombre se acercó ofreciéndosela con dudas. El gitano se hizo un corte en la palma de la mano izquierda. Realizó la misma operación en la derecha de Stephan que agarró con firmeza. Juntándolas sentenció: —Juro por mi sangre que no la arrebataré de tus brazos. Si mi gente quiere partir, no iré con ellos. Mi sitio está junto a ella. Lo promete el último descendiente de la casa de Árpád.
—Gracias Lajos. —se conmovió el alemán. —Demuéstrame tu honor cumpliendo tu palabra y tendrás a mi hija.
El húngaro bajó la cabeza en señal de respeto. Había tomado la decisión más importante de su joven vida.
Stephan por su parte, pensó que si no podía evitar que ambos se amaran, al menos Olenka no se marcharía muy lejos de él.
Afortunadamente la idea del alemán surtió efecto.
Envuelto en las sábanas húmedas de su habitación, su cuerpo luchó tenaz contra la fiebre, mejorando en las horas siguientes. En el delirio, llamaba a Olenka quien le tomaba la mano sin que descubriera los regueros amargos que caían por su rostro, sabiendo en secreto, que esos serían sus últimos momentos juntos.
Si Lajos hubiera conocido el verdadero alcance de sus planes, habría evitado la agonía que caería sobre la mujer que amaba.
Pero el futuro les deparaba duras lecciones.
Un par de días después, el alemán condujo su caballo a la entrada de la ciudad; extrañado de la ruidosa algarabía de los hombres reunidos bajo los arcos del ayuntamiento. Desmontó acercándose al corrillo.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó.
—Han asesinado al archiduque Francisco en Sarajevo. Fue un serbio.
—contestó un conocido.
Stephan leyó contrariado el periódico que su compañero le tendía. Pensó en la familia Tisza y lo que eso significaba. Aquel magnicidio podía desatar una guerra.
Compró un ejemplar y se dirigió a la hacienda. Su rostro preocupado no pasó desapercibido a Ferenc cuando entró en el salón.
Ofreciéndole el periódico, le observó. El húngaro ensombrecía el semblante ante cada nueva línea. Cuando acabó de leer sus ojos reflejaban tristeza.
—Pensaba que si ahorrábamos un poco de dinero en unos años, podríamos volver a mi país sin la pobreza con la que nos fuimos. Después del incidente de Lajos, regresar cuanto antes con lo poco que tenemos, es la única opción.
—¿Cree que podría desatarse un conflicto?
—Ya lo ha hecho, Stephan. Prepárese para tiempos de muerte; no quiero vivir una guerra lejos de mi hogar.
Lajos se quedaría unos días en la hacienda hasta que se recuperara del todo. Estaba despierto cuando recibió la noticia.
—Padre ¿Deseas volver a casa? —preguntó preocupado por contarle su decisión.
—¿No te gustaría regresar a tus orígenes? Tu sangre es magiar, perteneces a Hungría tanto como yo mismo.
—Ya no soy de ningún lugar, ni recuerdo cómo era mi patria.
—Sólo tenías apenas 1 año cuando abandonamos Budapest y me gustaría enseñarte sus maravillas de nuevo: la ciudadela, el Gran Bulevar con la plaza de los héroes... —rememoró ilusionado.
Lajos le escuchaba en silencio.
—Mi corazón me dice que moriré sin volver a contemplar el Puente de las Cadenas si me quedo aquí —repuso su padre soñando despierto con la belleza de su patria.
—¿Te alegra lo ocurrido al Rey austríaco? Al fin ha caído un Habsburgo —repuso el muchacho solemne.
—No. Su muerte traerá la destrucción a Europa. Quiero defender la tierra que me vio nacer y recuperar el patrimonio que arrebataron a la nuestra. Si empieza la guerra no conseguiremos atravesar un continente arrasado. Nos marcharemos en menos de un mes.
—Yo me quedo padre. —contestó decidido a no dar marcha atrás aunque la decisión le doliera.
—Eres el jefe de nuestra gente, el último descendiente de mi casa y tu deber es seguirnos Lajos. —observó su padre contrariado, al borde de la ira.
—Mi deber ahora es Olenka.
—Ni siquiera es tu esposa.
—Pero lo será muy pronto. La amo más que a nadie en este mundo.
—¿Nos abandonarías por una mujer que apenas conoces? ¿Por un capricho enfermizo? —le escupió Ferenc con la cara pegada a la suya, tomándole por la barbilla.
—Quiero pasar el resto de mi vida con ella, no me importa el lugar, mientras sea juntos. Te debo obediencia padre, pero he hecho un juramento de sangre a Stephan: no me llevaré a Olenka de su lado.
—Y te quedarás a cambio. —murmuró Ferenc con gesto grave, soltándole asqueado.
—La palabra de un Tisza es sagrada; he empeñado mi honor al darla —se reafirmó con más fuerza que nunca.
—Has arruinado tu vida, Lajos. Y la nuestra. Si te quedas deshonras mi nombre y mi legado ¡Incumples el deber hacia tu familia! —sentenció el aristócrata con patente desprecio hacia su hijo.
—Entonces esto ya no me pertenece. —respondió el joven quitándose el anillo con un nudo en la garganta y depositándolo en la mesilla junto a la cama.
—Me avergüenzo de que seas mi hijo. Tenía puestas todas mis esperanzas en ti, Lajos. —aquellas fueron las últimas palabras que Ferenc le dedicó al recoger el sello de los Tisza y marcharse.
Con el transcurso de los días el joven se recuperó de sus heridas, a excepción de una leve cojera que aún persistía, mientras su familia se quedaba en el campamento. Olenka paseaba con él al atardecer intentando sacarle de su tristeza.
—¿Estás seguro de tu elección? ¿No podéis olvidar vuestro enfado antes de que se vayan?
—Mi padre es muy duro conmigo pero le comprendo Olenka. Soy su único heredero y esperaba que siguiera con su legado. Le he dado el disgusto más grande de su vida, sin embargo, no me arrepiento. No necesito ser barón. Sólo quiero ser tu marido —contestó mirándola enamorado.
—No merezco ese sacrificio Lajos, vuelve con tu familia. —la muchacha se alejó del gitano, ocultando sus lágrimas. El hombre la envolvió en sus brazos acariciando su nuca con los labios.
—¿Por qué ese desánimo, tesoro? ¿Tienes miedo de que estalle la guerra?
—Llegarás a odiarme con el tiempo, no soy tan valiente como crees.
—Conmigo no tienes nada que temer; nadie se atreverá a hacerte daño porque acabaría muerto entre mis manos —constató con gesto grave.
Olenka estaba sumergida en un mar de dudas: un futuro incierto al lado de Lajos y el fantasma de la guerra sobre ellos; la responsabilidad de enfrentarle a su familia, quizá para siempre y con el temor de que un día se arrepintiera de haberla elegido a ella... eran demasiadas presiones. ¿Amaba a ese hombre con la misma fuerza que él lo hacía? Se sentía miserable y egoísta ante la renuncia de Lajos a todo su mundo.
Los ánimos estaban caldeados, el clamor de la guerra resurgía en los corazones de la juventud polaca.
A principios de Julio, Gran Bretaña, Francia y Rusia apoyaban a Serbia en contra del imperio austrohúngaro. Alemania e Italia defendían a éste último.
Ferenc Tisza había congregado a su gente para comunicarles que regresarían a su país en el menor tiempo posible. Les dio libertad para decidir si se quedarían a su lado o seguirían en Polonia.
La mayoría temía atravesar líneas enemigas si el conflicto se agravaba y aconsejaron al aristócrata que se quedara.
Pero la decepción que había sufrido le endureció el corazón. Nada le impediría partir a finales de Julio.
El joven visitaba a su madre a menudo. Stephan les enviaba provisiones para el viaje.
—¿No cambiarás de idea, hijo? —preguntó abrazándole con fuerza, queriendo conservar la sensación de los fuertes brazos de su primogénito en torno a ella.
—La amo demasiado. No puedo marcharme sin ella. Perdóname por el daño que os causo, madre. —susurró emocionado.
—Es una buena muchacha, sé que te hará feliz. Prométeme que cuando la situación se calme, vendrás a verme. Es un largo viaje, pero tú eres joven y fuerte. No quiero morirme sin contemplar tus ojos de nuevo, cariño mío —sollozó sin poder contenerse.
Adoraba a Lajos pero debía dejarle elegir como vivir su vida libremente.
Él la abrazó con fuerza maldiciendo las trampas del destino.
Cuando se acercó a su padre para darle todo el dinero que había ganado en la cosecha, Ferenc le empujó con violencia.
—¡No necesitamos nada de un desgraciado como tú! —gritó furioso alejándose sin un gesto de ternura.
Dejó la bolsa sobre la escalera del carromato tragándose las lágrimas.
Escondido en el granero de Stephan, lloró en silencio horas después, lejos de miradas indiscretas.
Sentía que traicionaba la lealtad hacia la familia, que su padre le había inculcado desde pequeño. El gesto de Ferenc desterrándolo de su lado, le desgarró; la pena amenazaba hacer estallar su corazón con amargura. Los sollozos se hicieron más fuertes mientras pensaba que sacrificaba la parte más importante de su vida por amor, sintiéndose tremendamente desgraciado por no poder conservar ambas y atrapado sin fuerzas para renunciar a la mujer que amaba.
¿Cuántas veces la vida iba a derrumbar sus pocas esperanzas de alcanzar la felicidad completa? Sabía que todo había ocurrido muy deprisa, que la pasión salvaje se había convertido en un sentimiento mucho más sagrado que un simple enamoramiento. Ella era la compañera que anhelaba, lo había percibido desde el primer momento en que la vio, como si su alma reconociera a la mujer que lo complementaba.
Lajos sólo esperaba que el tiempo alejado de su familia, hiciera recapacitar a su padre y pudiera conservar su cariño cuando la guerra se calmara. Volvería a casa pasados unos meses, cuando todo se hubiera acabado y el ánimo encendido de su padre no amenazara con quemarle.
La guerra ni el enfado de Ferenc durarían eternamente -se dijo convencido.
Olenka le había visto llegar, siguiéndole sin que él se percatara, y había contemplado su sufrimiento. Culpándose por apartarle de su familia y sin valor para dejar a la suya, supo qué debía hacer.
El 23 de Julio, el imperio austro-húngaro había enviado un ultimátum a Serbia con multitud de condiciones que debía atajar, si no quería una declaración de guerra.
En unos días sus padres emprenderían el viaje. Lajos intentaba relajarse paseando por la orilla del lago a media tarde. Tenía los nervios a flor de piel.
La fresca brisa le aclaraba las ideas. Estaba asustado, muy asustado ¿Cómo les iría en Hungría sin él? ¿Y si les atacaban durante el camino? Al menos tardarían cinco meses en llegar a Budapest en circunstancias normales ¿Cuánto más atravesando fronteras enemigas?
Los polacos serían aliados de los rusos, los húngaros de los alemanes y ellos estarían en medio. Una maravillosa visión le hizo olvidar sus pesares: Olenka caminaba descalza hacia él, con el pelo suelto hasta la cintura y un vaporoso vestido blanco que resaltaba sus formas.
El húngaro se acercó a ella tomando sus labios dulcemente.
—Ésta noche eres la estrella más hermosa. —susurró antes de besarla.
La muchacha no correspondió al beso, apartando su rostro.
—Lajos, debes partir con tu gente. —le pidió mirándole muy seria.
—Sabes que no pienso hacerlo.
—Lo harás porque ya me he cansado de ti. —contestó fríamente.
—¿Qué demonios estás diciendo? —no podía creer lo que escuchaba de los labios de Olenka.
—Has sido una bonita diversión. Pero tengo que volver a la realidad y tú no formarás parte de ella. Se acerca una guerra y yo necesito la estabilidad de una posición acomodada. He recibido una propuesta de matrimonio a través de mi padre, que voy a aceptar. —respondió ofreciéndole una carta.
Lajos recordó que esa misma mañana, el hombre con el que había discutido en la taberna, le había llevado semillas a Stephan. No tuvo que atar demasiados cabos para saber de quién era la proposición.
El húngaro tradujo las pocas líneas con dificultad, pero entendió con claridad las más importantes:
Sabes que estoy enamorado de ti desde la adolescencia. Tengo suficiente riqueza para hacerte la gran señora de ésta ciudad.
Antes de alistarme en el ejército, quiero que seas mi esposa y la envidia de todo Kalisz.
¿Aceptas mi proposición Olenka?
Klaus Kinard.
Devolviéndole el papel, que quemaba en sus manos, la miró furioso.
—Dime que esto es una broma ¿Has estado jugando con él y conmigo? —declaró confuso.
—Ya te he dicho que has sido un estupendo pasatiempo. Pero Klaus no es ningún juego, será mi futuro marido. —repuso impasible con el rostro convertido en una máscara desairada.
—¿Alguna vez me has querido Olenka o sólo lo fingiste? —preguntó terriblemente decepcionado.
—¿Realmente creías que llegaría a casarme contigo?
No te amo, Lajos, sólo deseaba la novedad que me ofrecías. La única diferencia entre Klaus y tú, es su dinero. Él es la mejor opción ahora que la guerra nos traerá más pobreza. —contestó con avaricia en la mirada.
—¡Te venderás al mejor postor como una furcia! Debí tomar tu cuerpo sin contemplaciones. —le soltó a la cara, con la cólera rebosándole el alma.
—Mi cuerpo será de Klaus dentro de poco. Ya no eres nadie para pretender disfrutarlo. Vuelve a Hungría y olvida que me has conocido. Yo no tardaré en hacerlo en brazos de otro hombre. —se volvió, dispuesta a marcharse con aquella despedida.
Lajos se abalanzó sobre ella clavando los dedos como garras en sus brazos. Tenía ganas de estrangularla para no escuchar las palabras que desgarraban sus entrañas, pero jamás podría hacerle daño.
—Has sido la única mujer que he querido. Estaba dispuesto a abandonar a mi familia a su suerte, por ti. Espero que seas desgraciada hasta el fin de tus días... que sientas destrozarse tu corazón como está hecho pedazos el mío... que nunca seas feliz con ningún hombre...
—No creo en tus maldiciones. —contestó la muchacha riendo impasible.
—Deberías hacerlo, porque te odiaré más de lo que te he amado. —respondió dándole la espalda.
Lajos corrió atravesando el bosque hasta que las piernas no pudieron sostenerle y se desplomó en la hierba. Pegando puñetazos en la tierra, desató su furia contenida en un grito agónico: —¡Maldita seas Olenka!
Cuando Ferenc le vio aparecer con el rostro descompuesto y los puños ensangrentados, no se atrevió a reprocharle nada.
Con un leve susurro, Lajos se arrodilló ante su padre: —Perdóname. Me marcho con vosotros, uram
—¿Qué ha ocurrido hijo? —se apiadó de sus ojos hinchados de llorar, tomándole contra su pecho.
—Ya no importa, padre. Tú nunca me has engañado.
Olenka se echó en la hierba dejando que el llanto la inundara, esparciendo la pena y el dolor que recorría cada fibra de su ser.
La tentación de huir tras él, abrazarle hasta fundirse con sus huesos y pedirle perdón por aquella mentira, le taladraba las sienes.
El orgullo de Lajos al sentirse despreciado, ni siquiera le había hecho pensar en la posibilidad de que le estuviera mintiendo para alejarle de ella.
Nunca más volvería a rozar sus labios llenos de hermosas promesas, ni contemplaría el ámbar de sus ojos que tanto la adoraban.
Pero debía hacerlo, casi le mataron en aquella paliza. Estar junto a Lajos representaba un peligro constante... quedarse sin él era morir en vida...
En la hacienda, Stephan interrogó a su hija al ver que entraba en la casa hecha un mar de lágrimas, derrotada y hundida.
—¿Dónde está Lajos? ¿Os habéis peleado?
—No volverás a verle, he alejado de mi vida al único hombre que he amado. —confesó con un hilo de voz.
—¿De qué estás hablando? —la obligó a sentarse en sus rodillas preocupado.
—Le he visto llorar y sufrir profundamente por dejar a su familia. Y yo no puedo marcharme de tu lado, papá. He representado una farsa con una estúpida carta que yo misma escribí... el pobre ingenuo ni siquiera ha imaginado que lo inventé todo. —le explicó entre sollozos. —Le he tratado como la basura que todo el mundo le ha hecho creer que era ¡Y le quiero como nunca amaré a ningún otro hombre!
—Lo siento cariño, he sido un egoísta. Le pedí que no te llevara con él, forzándole a quedarse. Mañana le hablaré, se lo contaremos juntos. La veneración que contemplo en sus ojos cuando te mira, es la misma que yo sentía por tu madre y no tienes que renunciar a él para que me dé cuenta.
—Prométeme que no le dirás la verdad, padre. —le suplicó compungida.
—Es injusto que renuncie a su gente y yo a la mía. Su sacrificio con el tiempo le llevaría a aborrecerme.
—Sabía que los dos saldríais malheridos con ésta locura, pero te arrepentirás de haberle engañado toda tu vida. —la besó en las mejillas consolándola.
—Le mantendré en mis recuerdos y será feliz en Hungría. Me olvidará fácilmente en brazos de otra mujer; una que no le pague con traición.