Capítulo 7.
Olenka montó a lomos de su caballo dispuesta a regresar a la hacienda.
El hombre la sorprendió saltando ágilmente tras ella.
—No pensarás que volveré corriendo otra vez.
—Enfurecerás a mi padre si te ve junto a mí.
—Seguro que habrá notado mi ausencia, szépségem
—¿Qué significa lo que has dicho?
Le susurró su significado al oído haciéndola enrojecer.
—¿Quién ha dicho que soy tuya? —preguntó la chica bromeando con desdén.
—Eres mía desde el primer momento en que puse los ojos en ti... igual que yo te pertenezco. —recalcando sus palabras, le volvió el rostro devorando sus labios en un intenso beso. —Y no tienes que provocarme para besarte, me excita más que me lo pidas.
Ella sonrió divertida pegándose más al hombre.
Demorándose en el camino, Lajos dejaba que el animal anduviera al trote sin azuzarlo. Rodeaba la cintura de su compañera apoyando las manos en su vientre, con gesto posesivo, afianzando su derecho sobre ella.
Satisfecha entre sus brazos, sentía la caricia de los cabellos del hombre sobre el rostro cuando acercaba los labios a su cuello en otro beso lascivo.
—Espero que el percance de ésta mañana no eche a perder nuestros negocios, Manfred.
—Por supuesto que no Stephan. Mi hijo necesita que le bajen los humos de vez en cuando. Pero ese insolente zíngaro debería mantener la boca cerrada y no buscar problemas, o se las verá con la ley. Y tú tampoco deberías relacionarte con la basura. —le aconsejó su socio.
—No permito que nadie se meta en mi vida por muy alcalde que seas.
—Sólo te advierto que no olvides a quienes te rodean, a tus amigos de siempre.
—Sí, los que me ofrecían la opción de abandonar a mi hija en un orfanato cuando me quedé viudo. —contestó el alemán malhumorado.
Manfred evitó propiciar una discusión dándole una palmada en el hombro, despidiéndose con cortesía y montando en el carro donde había traído las semillas, se perdió minutos después por el camino de regreso a la ciudad.
La expresión satisfecha de Stephan por el buen negocio que acababa de cerrar, cambió por completo, al ver a su hija en brazos del húngaro.
Conteniendo a duras penas su rabia, en un par de zancadas llegó junto a ella con ganas de abofetearla.
—Entra en casa si no quieres que te de la primera paliza de tu vida, y tú ¡lárgate a la siega! —les soltó entre dientes evitando que los trabajadores les escucharan.
Lajos soportó con desgana las recriminaciones de Ferenc al volver al granero.
—¡Cómo se te ocurre seguirla! ¡Nos vas a buscar la ruina, Lajos! —le empujó por el hombro.
—Stephan me descontará el tiempo perdido ¿Estás satisfecho o prefieres que me despida?
—Deja de perseguir a esa muchacha como un perro en celo. Piensa en lo que nos jugamos por tu culpa. Si estás tan caliente busca una furcia y desahógate con ella.
—No quiero a una prostituta. Padre, amo a Olenka y ella a mí ¿Por qué no podéis entender que nos hemos enamorado?
—Ese amor traerá la desgracia a nuestra gente y a la suya. —le amonestó enviándole fuera del granero.
A mediodía un sol abrasador empapaba los cuerpos de los gitanos agotados de la siega.
Anna les llamó para comer y todos acudieron excepto Lajos.
Mientras la anciana subía el almuerzo a Olenka, encerrada en su habitación desde su vuelta, Stephan se percató de que faltaba el joven.
—Ferenc ¿Dónde está tu hijo?
—Se quedó en los campos.
El campesino salió a buscarle. El húngaro recogía la cebada con ahínco, dando cortes enérgicos y vigorosos. Agachado de espaldas no sintió llegar al hombre hasta que le tocó el hombro.
—Lajos, ve a comer. —le ordenó secamente.
—Debo recuperar mi jornada. No tengo hambre, señor Müller.
—Con el ritmo que llevas y sin tomar bocado, te desplomarás antes de acabar la tarde.
—Seguiré con mi trabajo si no le importa. —respondió mirándole molesto.
Stephan se plantó ante el joven, irritado.
—¿Está enfadado señor Tisza? —preguntó irónico.
—Estoy harto de toda la mierda que siempre abunda en mi vida.
—Te juro que he tenido ganas de estrangularte ésta mañana después del espectáculo que habéis dado. Mi hija será la comidilla de la ciudad, porque tú no pudiste elegir mejor momento para acompañarla, que en presencia de los trabajadores polacos que os vieron llegar desde el granero.
—Dígame Stephan ¿Le importan las habladurías de la gente o la felicidad de Olenka?
El campesino le agarró por la camisa a punto de desgarrársela.
—¡Escucha maldito húngaro! No vuelvas a insinuar que no quiero a mi hija —vociferó soltándole de un empujón.
—¡Yo la quiero sin avergonzarme de ella ni de lo que sentimos! No me atemorizan las consecuencias que impliquen amarla, como a usted. Me iré si le incomoda mi presencia aquí sólo le pido que no tome represalias con mi gente. Ellos no han hecho méritos para ganar su odio.
—Huyes. A la primera dificultad, te acobardas ¿Ése es el amor tan grande por Olenka?
—Dejo el trabajo pero no pienso abandonarla. La veré de una manera u otra, aunque me amenace con mil prohibiciones, pasaré por encima de ellas.
—Retarme es peligroso, Lajos. No lo intentes siquiera.
El joven dejó escapar la rabia que llevaba guardada tantos años de infortunio.
—¡Ya no puedo más! ¿Qué hay en mí que inspire tanta hostilidad a todo el mundo? ¿Mi piel más oscura que la vuestra? ¿Mi idioma distinto? ¿Venir de otro país?¿Son esas diferencias las que impiden que tenga el mismo derecho que vosotros? ¡Ojalá pudiera arrancarme la carne y la lengua! Ni siquiera eso bastaría para que me aceptaran. —gritó desesperado. —No soy un animal que se apalea para echarlo de cada sitio donde molesta. Y eso es lo que he recibido desde hace 23 años. No tengo derecho a vivir, ni a amar, ni a sentir como cualquier persona.
El campesino le escuchó en silencio con la mandíbula apretada por la tensión.
—Olenka me quiere tal y como soy. No me prive del único rayo de luz que hay en mis tinieblas, se lo suplico. Me enfrentaré a todo Kalisz si es preciso para defenderla, pero no me aleje de ella Stephan. —le imploró con tristeza.
El alemán escuchaba impertérrito, sin rastro de piedad hacia el húngaro.
El chico siguió intentando conseguir una pizca de buena voluntad por su parte.
—Le demostraré que soy un hombre cabal y honesto, no su enemigo. Ella sufriría si me enfrento a usted obligándola a elegir entre los dos.
—Estás cavando tu propia tumba Lajos. Te arrancaré la piel a tiras si vuelvo a verte cerca de mi hija. —respondió cruel y obstinado en su negativa.
Lajos vio cómo se alejaba mientras lágrimas de pena y rabia vagaban por su mejilla; una alegoría de su propia existencia.
A la mañana siguiente toda la ciudad conocía que Stephan permitía a su hija relacionarse con un gitano, gracias al comentario de los campesinos que no escatimaron detalles a sus esposas.
Ellas, inflamadas lenguas viperinas, no tardaron en hacer correr los rumores más rápidos y peligrosos que la pólvora.
En respuesta, todo Kalisz criticó la decisión de Stephan ofreciéndoles trabajo. Dudaban de la virtud de la muchacha murmurando en los corrillos de señoras sobre la posibilidad de que se hubiera entregado a él.
Olenka encontró esa hostilidad al llegar al centro aquel 15 de Junio.
Se proponía comprar unos metros de tela para confeccionar unas camisas a Lajos. Su pobre enamorado sólo tenía un par sin remiendos, que utilizaba para ir decente en las pocas salidas fuera del trabajo.
Se dirigió a la tienda de Tesia Kauffman, la hermana del banquero Joseph, con la que salía a pasear y divertirse por la ciudad de vez en cuando. Era una muchacha poco agraciada; de aspecto desgarbado y ojos minúsculos tras sus lentes.
—Buenos días Tesia. Te hago un pedido de algodón y después tomamos café y pastas si te apetece. —la invitó, entrando en el establecimiento de paredes rosadas y cortinas de gasa floreada.
—Disculpa Olenka, no puedo aceptar tu invitación.
—Si estás ocupada lo dejamos para más tarde. —repuso sonriendo ante la extraña frialdad de la joven.
—De hecho, no quiero relaciones con una mujer que gusta de la compañía de un gitano mugriento... y tal vez algo más... —le escupió sorprendiéndola.
Olenka sintió enrojecer sus mejillas de pura cólera y alzó la voz ofendida: —¡Hipócrita! ¿Y tú presumes de ser cristiana? ¿No somos todos iguales ante Dios? ¿No se trata de personas igual que tú?
—La gente honrada; no unos sucios rastreros y ladrones. Ahora compruebo cuanto simpatizas con ellos... ¡Fuera de éste comercio decente! —la echó intentando avergonzarla ante las clientas que entraban en la tienda.
—¡Decente, señoras! Deberían preguntarle a Mirek porqué se obstina en ayudarte a cerrar la tienda todas las noches ¿verdad Tesia? —dejando sin habla a la chica y al resto, se marchó apartando bruscamente de su camino a las mujeres que entraban en el establecimiento.
Cuando llegó a casa, un huracán se coló en el salón dando un tremendo portazo; cayendo los tapices de la pared de la entrada. Lanzó el sombrero amarillo que llevaba puesto sobre la mesa mientras Stephan la observó contrariado.
—¿Son esos los modales de una señorita? —la reprendió.
—Papá no estoy de humor para uno de tus sermones. —respondió molesta.
—Cuéntame el motivo de ese mal genio, anda —contestó obligándola a sentarse.
—No me apetece hablar ahora. —le miró compungida.
—Está bien. Si quieres contármelo, ya sabes dónde estoy.
Preocupado se dirigió a los campos. Olenka sumida en su mutismo, comenzó a recoger el tapiz caído de una rosa roja que había sido bordado por su madre. Anna al verla tan decaída la interrogó también: —¿Has discutido con el húngaro? —ella negó con la cabeza. —¿Le abrirás tu corazón a ésta pobre vieja?
—Él no tiene nada que ver en mi enojo. —la tranquilizó.
—¿Entonces qué ha pasado?
—En la ciudad los trabajadores de mi padre han divulgado una burda mentira. Contaron que montaba a caballo junto a Lajos cuando regresamos a casa.
—Esa es toda la verdad... ¿Qué podrían decir diferente? —preguntó la anciana.
—Que volvía de revolcarme con él como una vulgar ramera. Todo el mundo lo ha creído a pies juntillas; las matronas de Kalisz se han encargado bien de ello.
—¡Dios del cielo! Si tu padre se entera rodarán cabezas... —repuso tremendamente asustada.
—No son capaces de decirlo frente a él, saben que sería capaz de matar a quien me insultara. Sólo han querido humillarme por la envidia que siempre le tuvieron a mi madre.
—No vayas a la ciudad durante un tiempo hasta que pasen los rumores, lo olvidarán pronto cuando tengan a otra persona en quien afilar sus garras.
—Todo lo que necesito está aquí, Anna. No te inquietes. —contestó pensando en Lajos.
A las 11 de la noche, el joven Barón acudió a su cita secreta como habían acordado a través de la nodriza, hacía un par de semanas. Recién bañado, con aroma a lavanda impregnando su camisa y el cabello recogido en una coleta cabalgó hasta el bosque.
Internándose en lo más profundo por el camino de la derecha que bordeaba el lago, llegó a la pequeña capilla derruida que habían decidido usar para sus clandestinos encuentros. Olenka le esperaba escondida entre los muros.
Todas las noches escapaba por la ventana de su dormitorio y cabalgaba a su encuentro mientras todos dormían, vistiendo unos pantalones de Stephan que Anna había adaptado para ella y una blusa amplia con un chal que le cubría los hombros.
Se descolgaba con mucho cuidado por el alfeizar de la ventana de su dormitorio, enganchando los pies cubiertos con botas de cuero por los travesaños de la madera, hasta llegar al suelo.
Después sacaba del establo sigilosamente a su yegua blanca, sobornándola con cebada para evitar sus relinchos y trotaba veloz a su encuentro nocturno.
Lajos al escuchar el caballo salió al amparo de las estrellas.
—Hola szépségem
—Hola, príncipe de la noche. —respondió enlazando las manos en su cuello.
Lajos enredó los dedos en la mata dorada, atrayendo el suave cuello hasta su boca, que lamió hasta el lóbulo de la oreja.
Olenka suspiró de excitación dejando que las manos recorrieran su espalda, posesivas. Poniendo una a cada lado de los glúteos, la izó sobre la cintura, fundiéndose contra ella. La joven le dejaba hacer satisfecha, habiendo olvidado sus prejuicios morales en honor a su ansiada sed de libertad y como premio a su rebeldía.
—Eres tan tentadora, amor. Ansío hacerte mía... —gimió mimoso.
—Y yo me muero por entregarme a ti. —suspiró la joven entre besos.
—No imaginas cuánto llevo soñando con poseerte, pero no puedo disfrutar de la inocencia de tu cuerpo en unas ruinas. Cuando seas mi esposa, te haré una mujer en un lecho perfumado de rosas, cariño mío.
—El único lecho que necesito es tu cuerpo, Lajos. —respondió ofreciéndole su boca generosa. También ella luchaba contra el instinto que embargaba sus sentidos, hasta casi hacerla perder la razón y olvidarse de las consecuencias que su unión ilícita traería.
—Tengo que respetarte Olenka, se lo debo a tu padre. —la apartó con pesar a duras penas. —Ya nos arriesgamos demasiado en nuestras citas nocturnas.
—Eres un hombre honesto. Ojalá lo comprendiera.
—Algún día, preciosa, algún día. No podemos quejarnos, Anna está de nuestra parte.
—Sí, endulza la tisana de Stephan con adormidera para que no se despierte. —sonrió traviesa.
—Sabe mucho esa viejecita... —rió divertido.
Sentados entre las piedras oscuras diseminadas por el suelo que les ofrecían un pequeño refugio abovedado, con Olenka entre sus brazos, pasaban las noches conociéndose mutuamente y llenando el cielo con proyectos de futuro. La irresistible atracción física que había entre ellos, poco a poco, se iba transformando en un amor más puro y duradero.
Parecía que se conocían desde siempre y se necesitaban cada vez con mayor fuerza.
—Cuéntame más cosas de tu gente. —le pidió la joven besándole el cuello donde reposaba su cabeza.
—Mi padre me ha contado que Hungría es triste y hermosa como su música. El Danubio la baña de un extremo a otro, lamiendo antiguas heridas de batallas. Algún día me gustaría verlo... Hacemos un café dulce y negro como el carácter de nuestro pueblo. Y gozamos de muchos poetas.
—¿Recuerdas algún poema?
—Uno que te describe muy bien, aún conservo el libro en uno de los baúles: «Dame tus ojos, tu azul que levemente, exalta y suaviza lo que miran. /Dame tus ojos, /Que canden, hieren y deseo expresan, Y me iluminan con su luz profunda. /Dame tus ojos, /Que yo, amándome a mí, a ti te amo Y tu mirada amo y tu mirada envidio.» -murmuró con aquella voz que la enaltecía.
—Lajos, es muy hermoso ¿Quién es el poeta? —preguntó emocionada.
—Se llama Endre Ady.
—¿Toda vuestra literatura es así?
—Aún más triste. Incluso nuestro himno es glorioso y a la vez deprimente, ¡ja,ja!
Su joven enamorado le cantó un trozo:
«Piedad del Húngaro, Señor, juguete de encontrados vientos. Tiéndele un brazo protector, haz que terminen sus tormentos. Que quede atrás su adverso hado y vea su trigo al fin maduro, este pueblo que ya ha pagado por su pasado y su futuro.»
—Parece creado para describir tu vida...
—Los descendientes de la casa de Árpad siempre han vagado en algún momento de la historia. Somos una familia antigua, anclada en el olvido.
—Tienes una voz maravillosa. Podrías ser tenor.
—Será mi nuevo empleo cuando tu padre descubra que nos vemos a escondidas y venga a cortarme las pelotas. Los castrati se cotizan muy bien. —soltó haciendo muecas de horror.
Risueños, se abrazaron entre arrullos de cariño.
—Volvamos a casa, es tarde. No quiero que te busques problemas por mi culpa, Olenka. Nuestra farsa a ojos de tu padre funciona a la perfección.
Una siniestra sombra observaba a la pareja al abrigo de unos robles. La luna brillando en el firmamento delató al gitano cuando un rayo de luz cayó sobre su rostro.
El espía sintió hervir la sangre al contemplar la inmensa felicidad de Lajos. En sus ojos se reflejaba un odio asesino; notando el amargo sabor de la muerte en sus labios.
—Disfruta de ésta noche hijo de puta, porque para ti no habrá otra. —murmuró mascando las palabras con profunda ira.
Un gran cuervo como la noche más oscura sobrevolaba un mar de sangre. En el centro flotaba el cuerpo de un hombre. De las patas del animal colgaba un hilo de oro que desembocaba en el pecho del durmiente.
Cuando el hombre abría sus ojos, pendían regueros de lágrimas y el ave se lanzaba sobre su torso, desgarrándolo con el pico y cortando el hilo a la vez.
Nadia se despertó gritando de puro pánico. Hacía una semana que tenía el mismo sueño y en su alma de antiguos gitanos reconocía el presagio de la muerte.
—Tranquila cariño, sólo es una pesadilla. —Ferenc la abrazó cariñoso.
Su frente perlada de sudor y los ojos desencajados reflejaban la tremenda angustia que la embargaba.
—No amor mío. Mi abuela tenía el don de la profecía onírica y yo también. Siempre que una tragedia se cierne sobre nosotros lo veo en mis sueños. Nunca he tenido uno tan horroroso como éste. Pero no puedo reconocer el perfil del hombre.
—No te preocupes mi vida, no va a ocurrir nada. Yo cuidaré que sea así. —la sosegó su marido.
Finalmente Stephan tuvo una excelente cosecha que dio pingües beneficios y aumentó la economía de los húngaros. Pronto comenzarían a sembrar de nuevo.
Lajos no osaba acercarse a su hija; ni tan siquiera la miraba en presencia suya. El campesino creía que su advertencia había hecho efecto en el ánimo del joven y se felicitaba de su logro.
Pero la semilla del odio ya estaba sembrada en Kalisz.