Capítulo 2.

Una vez vestido se acercó con suavidad. La arrogancia de la joven le gustaba. Aquella mujer no parecía temerle, al contrario, constantemente le desafiaba. Eso constituía un misterioso enigma que trataría de resolver a su favor.

—Te pido disculpas por mi comportamiento del otro día. Fui demasiado... impulsivo contigo —se sinceró.

—No eres el primer hombre que me ha besado —contestó quitándole importancia, aunque aquel beso no desaparecía de su pensamiento.

—Pero sí el único que has visto desnudo ¿me equivoco? —la risa que acompañó a aquel comentario desarmó a la chica.

—¿Qué sabrás tú lo que han visto mis ojos?

—Si tan acostumbrada estás a la anatomía de un varón ¿Por qué temblabas como una hoja?

- Porque ningún hombre me ha excitado como tú, maldito gitano. —pensó— Me sobresaltaste nada más —contestó disimulando.

Los claros ojos de la joven se posaron en él un instante dando pie a que Lajos acortara distancias lentamente. El gitano se agachó rozándole el cabello con los labios.

—Mentirosa, me estabas admirando...

—No me causas ninguna emoción. —dijo apartándose y fingiendo hastío.

Pero él la aprisionó contra su cuerpo para evitar que huyera, acarició el hoyuelo de su barbilla recorriendo con el dedo su profundo contorno, mientras levantaba el rostro hacia él.

—Te ha gustado mi cuerpo, te gustó mi beso y estás deseando muchos más —susurró travieso.

Olenka ruborizándose le gritó:

—¿Faltarás a tu palabra de no tocarme?

—¿Deseas que lo haga? —insinuó suave como un gatito.

—¡Ni lo intentes! —Aprovechando la cercanía la joven le propinó una bofetada que esquivó a duras penas.

—¡Quieta tigresa! No saques la uñas todavía. Haré un pacto contigo.

—¿Qué clase de pacto? —respondió a la defensiva.

—No pelearnos —propuso el hombre ciñéndole la cintura en un férreo abrazo.

Apresada por su cuerpo no tenía elección, pero ella nunca había sido fácil de someter.

—Si no me quitas tus manazas de encima, no volverás vivo a casa —le advirtió con cara de pocos amigos.

Al tener las manos junto a sus caderas, rebuscó a tientas en un pliegue secreto del vestido insertado en la cintura de su ropa interior.

—Nunca amenaces si no puedes cumplirlo. —le retó él.

De improviso, la punta de una daga se clavó a la altura del corazón lo suficiente para que un hilo de sangre manchara la camisa blanca del gitano.

—¡Ahhh! —el dolor le hizo soltarla con rudeza.

—Te lo advertí, no soy una frágil damisela. No volverás a cogerme desprevenida.

—¡Y yo soy el bárbaro! Herirme ha sido una traición.

Abriendo los botones descubrió una herida en el pezón derecho que quemaba como el mismo infierno. Tomó un paño de los que ya estaban secos tendidos sobre las ramas de un árbol y lo apretó sobre la herida.

—Guarda esa arma antes de que te cortes tú misma... por favor —le rogó, gimiendo dolorido y sorprendido a la vez por su bravura.

Escondiéndola de nuevo se acercó a Lajos con elegantes aires de gacela.

Con el paño fue secando la sangre muy despacio mientras su corazón se aceleraba al contacto de la piel. Cuando los dedos de la joven rozaron el vello de su pecho, saltaron chispas entre los dos, olvidando el mundo y sus miserias.

Lajos se perdió en la inmensidad azul de largas y doradas pestañas, en su fina nariz, los pómulos prominentes que delataban su sangre eslava y aquélla boca en forma de corazón que deseaba morder sin descanso.

La muchacha no necesitó otra visión que la mirada dorada del hombre, tan sensual que la recorría despojándola de la ropa y del pudor; su nariz larga y recta de dios griego; sus mejillas coronadas por simpáticos hoyuelos; la boca grande, de labios llenos y sensuales.

—¿Tienes un nombre tan hermoso como tú? —preguntó su enemigo rompiendo el silencio.

—Me llamo Olenka. Espero que tengas uno mejor que tus modales —replicó divertida.

—Soy el próximo barón Tisza Lajos

[2]. —tomando su fina mano la besó apenas— Y por mi salud os solicito una tregua, señorita.

—Un noble húngaro... ¿Qué hacéis aquí tan lejos de vuestra patria? —preguntó apartándose de él para sentarse a la orilla.

—Mi país estuvo en guerra mucho tiempo, al terminar, los austriacos lo dejaron en la ruina. Mi familia desciende de los hunos y como buenos guerreros también participaron en la batalla. Esa fue su destrucción, lo perdieron todo: tierras, posesiones, riquezas, familia. Yo no conocí a mis abuelos maternos —le contó sentándose a su lado.

—Riquezas unos gitanos... —interrumpió Olenka sin creerlo del todo.

—Tengo apariencia de gitano pero corazón de aristócrata —le guiñó un ojo—. Pertenezco a uno de los linajes nobles más antiguos de mi país.

Ella le recorrió el rostro con la mirada en un mohín de desdén.

—Durante mucho tiempo mis padres intentaron reconstruir su vida pasada sirviendo a la nueva nobleza —continuó sin inmutarse. —Pero la hambruna llegó y tomaron la decisión de marcharse de Hungría y buscar prosperidad en otros lugares. Hemos recorrido media Europa y casi toda Polonia en balde. Aquí no queréis errantes. —concluyó muy serio.

—Mi pueblo ha sufrido mucho para conservar sus tierras, pagamos altos impuestos por cada cosecha buena y hemos pasado hambre, con lo que sobraba no nos llegaba ni para alimentarnos.

—Si sabéis lo que es pasar hambre ¿Por qué sois tan injustos con nosotros? No os quitaríamos nada, sólo pedimos un poco de caridad.

—Esas tierras son heredadas durante generaciones. Nos dejamos la piel en ellas, nos pertenecen y tenemos legítimo derecho. ¡Es nuestro país! —respondió tozuda.

Levantándose furiosa se dispuso a huir de la maldita discusión. Lajos la siguió ayudándola a doblar la ropa seca.

—Podríamos trabajar una pequeña parte de los campos, no nos asusta el trabajo de sol a sol. Incluso teníamos una pequeña granja a la afueras de Berlín que explotaba mi familia cuando yo era pequeño... hasta que alguien la quemó. Vivimos con poco, un gesto de ayuda después de tantos kilómetros recorridos sería una bendición. —suspiró sosteniendo la que ella le daba.

—¿Esa ayuda no lastimaría vuestro orgullo de antiguos ricos?

—Mi apellido noble no llena un plato en la mesa, ni compra medicinas.

Mi gente sucumbirá en los caminos el próximo invierno, sobre todo los niños. —objetó preocupado pensando en alguien extremadamente importante para él.

—¿De qué vivís ahora? —Olenka comenzaba a idear un plan y empezaba a sentir verdadera lástima por ellos.

—La pesca es lo único que no tenemos prohibido. Todavía no han venido tus vecinos a perseguirnos como conejos... —le recriminó obtuso.

Harta de escuchar sus quejas le contradijo: —Pides una mano amiga y no dejas de atacar a mi gente.

—No la ataco, te muestro la verdad que te rodea y que no quieres admitir: los polacos nos odian sin motivo.

—Nunca nos entenderemos Lajos. —no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer, se sentía muy orgullosa de su tierra.

—No volveré a molestarte con mi presencia entonces. —contestó al fin— Es una pena, mi nombre resuena tan dulce en tus labios. -pensó entristecido.

Recogió sus utensilios de pesca escondidos tras una mata de grosellas y emprendió el regreso al campamento.

—¡Espera! —Olenka corrió tras él que andaba a grandes pasos y se plantó delante cerrándole el camino.

—Eres un gitano con soberbia de príncipe.

—Y tú tienes la lengua tan afilada como tu daga.

—Tal vez mi padre os ayude, veré si necesita más jornaleros para la cosecha. Es un hombre muy generoso.

Disimulando su alegría bajo una máscara de indiferencia, sentenció irónico:

—Generosidad con los gitanos. Lo creeré cuando lo vea, normalmente nos tratan como esclavos apestados.

—Obviaré tu venenoso comentario. —le fulminó con sus claros ojos— Sería un capataz honesto con vosotros si dejas de seguir con tus lamentaciones y no empiezas a sacarme de quicio otra vez.

—¿Por qué razón en particular iba a molestarse en ayudarnos? —la provocó curioso.

—Porque él también fue un extranjero. Sabe lo que es ser diferente y estar lejos de tu hogar. —contestó sonriendo.

—¿No hay ningún otro motivo? —preguntó meloso. —Tal vez empiezas a estimarme un poquito...

—No sueñes, lo haré por tu gente. —le cortó la chica en seco, intentando que no notara el rubor de sus mejillas. —Dentro de tres días conocerás mi respuesta. Nos reuniremos aquí mismo.

—¿Y qué tributo deberé pagarte a cambio? —le insinuó riendo.

—Serás un caballero y mantendrás las manitas quietas en los bolsillos.

—De acuerdo. Pero si me encuentras desnudo, te comportarás como una dama y no me robarás la ropa de nuevo.

—¡Te obstinas en ser desagradable! —gritó mientras se alejaba de él.

—¡En el fondo te gusta! —argumentó divertido— Y tú a mí cada día más... —meditó con un escalofrío de puro placer.