Capítulo 1.
El ejército del general Samsonov planeaba invadir Prusia por el sur, a la vez que Rennenkampf, lo hacía por el norte con 200.000 hombres.
El regimiento de Lajos sería repartido a lo largo de Lodz, Sieraz, Konin y varias ciudades de la línea fronteriza.
Llevando de las riendas a Áttila, que los soldados contemplaban con admiración por el brillo azabache de su piel y la majestuosidad del animal, lo introdujo diligente en el compartimento destinado a la caballería. Poniendo una generosa cantidad de pienso en su alforja y agua limpia en el bebedero le dejó descansar.
Con el petate, se dirigió al vagón que empezaba a llenarse de jóvenes polacos. Un poco apartado del grupo que acababa de subir, se sentó en el rincón más alejado de ellos.
El oscuro cabello de Lajos y el porte aristocrático que mostraba con el uniforme; destacaban entre los chicos rubios como el maíz, delgados y con la piel rojiza de trabajar en el campo; se notaba a la legua que eran campesinos.
Un par de ellos decidieron sentarse junto a él. Distraído mirando por la ventana como el tren se ponía en marcha, no notó su presencia hasta que le ofrecieron una callosa mano delante del rostro.
—Hola compañero, soy Pietro Keller. —repuso el muchacho saludándole.
El húngaro recorrió el rostro aniñado, de formas suaves y pecas en la nariz del muchacho y la inocencia de sus brillantes ojos marrones hizo que le cayera simpático al instante.
Por un segundo, dudó en presentarse con su nombre real, pero las palabras de su padre recordándole su estirpe, le hicieron pronunciar su saludo con orgullo. A fin de cuentas era lo único que le quedaba de su familia.
—Lajos Tisza. —dijo estrechando la mano.
—¿Un húngaro lucha con nosotros? —preguntó sorprendido el pelirrojo de pronunciados hoyuelos que se sentó frente a él. —¿No apoyas a los alemanes?
—Mi familia está aquí. —contestó muy serio.
—Perdona si te he molestado. Soy Basili Midovich. —contestó el joven en tono conciliador.
Lajos asintió, haciendo caso omiso al joven cuando vio por la ventana a Olenka montada en el carro diciéndole adiós con la mano. Levantándose de un salto se asomó por el hueco abierto, despidiéndose de ella con el mismo gesto y un nudo en la garganta.
Cuando los muchachos silbaron ante la belleza de Olenka, Lajos fulminó con la mirada a la pandilla de rondadores que babeaban ante el cristal, haciendo que se sentarán rápido ante su cara de pocos amigos.
Los chicos mantuvieron las distancias precavidos durante el resto de la noche, hasta que los nervios por las nuevas aventuras que les esperaban les hicieron caer rendidos al sueño.
Lajos también dejó que el agotamiento de las últimas horas diera un merecido descanso a su cansado cuerpo.
Llegaron a Lodz por la mañana. El teniente Smolev, el oficial que había hablado con Lajos en Kalisz, quiso probar a los soldados de su regimiento, ya que la mayoría no habían cogido un arma en su vida, sino una azada.
Les hizo formar una línea a 50 metros de los primeros árboles del bosque frente a ellos. Con los machetes en alto, los 40 hombres seleccionados entre los que se encontraba Lajos, lanzaron las armas a la voz de su oficial.
Uno tras otro fueron cayendo, clavándose en la tierra la mayoría. Sólo un arma llegó a la última hilera de árboles que alcanzaba la vista, atravesando la mitad del roble.
Smolev se acercó a recogerlo, sabiendo a quien pertenecía.
—Si eres capaz de lanzar granadas a esa distancia, podríamos acabar con los alemanes con sólo 10 hombres como tú, Tisza.
—Una granada pesa menos que un machete; llegaría mucho más lejos, mi teniente.
Por esa respuesta contundente, Smolev le alistó como granadero en la 3º división de la Guardia y en el selecto regimiento Vladimir de caballería.
Sentirse útil, le animó, pero también le alejó de Kalisz más de lo que esperaba. Su destino era Stalluponen, donde el 2º ejército ruso atacaría al 8º ejército alemán.
En camiones, a caballo y a pie, el viaje duró 2 interminables semanas.
El paisaje se transformó en largas hileras de túneles, las trincheras, que surcaban como inmensos gusanos el terreno que pisaban.
Superando la altura de un hombre; sus paredes de barro con sacos puestos contra ellas amortiguando la pared, protegían a los soldados permitiendo que caminaran en su interior por un estrecho pasillo. A cada lado por encima de sus cabezas, alambre de espino cerraba el paso al enemigo.
El ejército de Samsonov y Rennenkampf contaban con 9 cuerpos y 7
divisiones de caballería. Lajos como experto jinete, se exponía al peligro más que el resto de los hombres cabalgando al frente para defender los flancos amenazados en la lucha a campo abierto.
Sus compañeros le contemplaban extasiados: con el M1915 cargado con la bayoneta enganchada a la mochila; la guerrera Gymnastiorka rusa y la bolsa en la cintura con las granadas, arrasaba junto a Atila campo a través disparando como un antiguo húsar.
Los alemanes comenzaron a temer a aquel fiero soldado que al levantar el brazo sembraba la muerte a su alrededor.
Cuando se arrastraba sobre el barro que las tormentas de verano dejaban correr, era capaz de acercarse al límite de los alambres de espino, y de pie ante el fuego de las máusers enemigas, tiraba granadas sobre las trincheras germanas haciendo estragos en ellas.
Alexei y Mihail, dos chicos rubios y espigados de apenas 18 años, le seguían admirados de su pericia. Lajos encontraba la paz que la muerte de su padre le había robado, en la adrenalina que corría por sus venas cuando aniquilaba al enemigo.
En cada alemán herido veía a los asesinos de Ferenc.
Si tenían que atravesar el Angerapp a través de pasos abiertos, los 2 ejércitos rusos estarían aislados uno del otro y sin posibilidad de ayudarse.
El general Zhilinky, del frente Noroccidental, previno a Rennenkamf y Samsonov que dejaran tropas para proteger sus flancos cercanos a la frontera. Uno de ellos era Kalisz.
Pero ellos abastecieron la frontera con menos hombres de los que necesitaban, sin hacerle caso.
Ese error les costó muy caro.
Las bajas rusas perdieron 3 divisiones. La aviación alemana informaba al general alemán Max von Prittwitz de los movimientos de las tropas del bando contrario. Además de unirse a las tropas Ersatz y Landwerh formada por soldados curtidos de la Prusia Oriental.
Conociendo por sus informes que Rennenkamf estaba a varios días de distancia de Samsonov, el general alemán desplegó al 8º ejército al Norte de los lagos Mansurianos el 17 de Agosto, como un movimiento perfecto de ajedrez. A los 3 días derrotaron el núcleo del 1º ejército ruso en Gumbinnen, que se retiró a la frontera.
Lajos miró a sus compañeros cansados del combate. Cubiertos de sangre y suciedad como él se desperdigaban por las trincheras echados sobre el suelo. Con el ánimo decaído, hambrientos y los lamentos de los heridos resonando a su alrededor; el húngaro se afanaba en ayudar al médico de la tropa, remendando heridas y amputando los miembros destrozados que no podían recuperarse.
El miedo en los ojos de los muchachos que habían perdido alguna extremidad destrozada por la metralla, que rogaban a Lajos entre temblores y espasmos que no les dejara morir, sembró su corazón de una pena infinita. Aquellos pobres chicos deberían estar divirtiéndose al calor de los besos de una joven y no desangrándose en una rudimentaria mesa de operaciones, pensaba el húngaro.
En el camino de regreso el teniente Smolev informó a Lajos de una noticia nefasta.
—Tisza, he oído que algunas ciudades han caído frente a los alemanes.
—¿Cuáles? —preguntó temiendo lo peor.
—Kalisz ha sido destruida.
—Tengo que volver con mi familia. —repuso con el corazón encogido de angustia por lo que pudiera encontrar de vuelta.
—No puedes desertar, te necesitamos aquí —le advirtió su oficial.
—Mi esposa también. Debo ponerles a salvo primero. —contestó con determinación. —Regresaré al frente cuando sepa que están bien.
Montando a su corcel, Lajos voló sin descanso, sorteando el fuego enemigo a través de terrenos arrasados para recuperar a los suyos.
Stephan adquirió un par de rifles para proteger a su familia.
Los rusos defendían la frontera como podían, puesto que pocos hombres quedaban en la retaguardia, pero intentaban repeler las fuerzas germanas como auténticos leones.
Los hombres de la ciudad que no se habían alistado por ser muy mayores, se atrincheraban en sus casas, provistos de armas y toda la comida que pudieron almacenar.
Olenka aprendía a disparar junto a su padre en el granero, mientras Nadia y Anna hacían acopio de ropa y enseres que pudieran necesitar en caso de tener que huir hacia las montañas.
El hombre se sorprendió de la puntería de la muchacha, que alcanzaba las botellas vacías dispuestas a varios metros, dando justo en el centro.
Estaba bellísima con el cabello suelto sobre los hombros y el ceño fruncido en gesto de concentración. El hombre había oído rumores de las atrocidades cometidas por los alemanes que habían entrado en Lodz y temía por Olenka.
El 8 de Agosto hacía una semana que Lajos había partido y para la muchacha parecía una eternidad.
Sin noticias de él, rezaba junto a su madre para que siguiera a salvo.
Los partes del periódico hablaban de batallas al norte de Polonia, donde los soldados rusos que eran superiores en número a los enemigos, habían fracasado frente a los germanos.
Al atardecer del día 9 el ejército de Hermann Preusker entró en Kalisz con un contingente enorme de soldados.
Casa por casa, sacaron a las familias de sus hogares.
En la pared principal del ayuntamiento, los ancianos y los niños menores dispuestos en fila, fueron fusilados en venganza contra los rusos que les habían ayudado.
Manfred Kinard fue amarrado por el cuello a la soga anudada a un caballo y arrastrado hasta morir, a la vista de su mujer y sus hijos que se habían refugiado con él.
Klaus pasó a formar parte del resto de los hombres jóvenes que aún quedaban con vida; 800 prisioneros fueron tomados durante las semanas siguientes.
Los soldados recluyeron a las mujeres en el mercado, degollando a las ancianas y violando a madres e hijas hasta hacerlas desfallecer.
Como bestias inhumanas, quemaron y aniquilaron durante semanas a la población, destruyendo los edificios sin piedad.
El 16 de Agosto, llegaron a las afueras de Kalisz, donde Stephan les esperaba junto al resto de los hombres que aún no habían atrapado.
En los campos que tanto trabajaron, la batalla fue cruenta para los 15 hombres. Los alemanes disparaban ráfagas con sus M.Gewehr 98, aniquilando a aquellos tiradores inexpertos en su mayoría.
Tan sólo 4 hombres sobrevivieron al ataque, Stephan entre ellos.
Amarrándoles a los árboles, el mismísimo Preusker, se dedicó a pegarles un tiro en la cabeza después de dejar que sus hombres les apalearan.
Cuando llegó a Stephan preguntó en polaco: —¿Tienes miedo a morir?
—Un alemán nunca teme morir. —contestó el campesino en perfecto alemán.
Sorprendido, el oficial le preguntó su nombre: —Stephan Müller —contestó.
—¿Qué hace un compatriota luchando contra sus hermanos? ¿Defiendes a éstos estúpidos animales?
—Defiendo mi hogar.
—Entonces quiero ver por lo que luchas.
Los soldados le llevaron con los prisioneros que les acompañaban, arrastrándolos por el camino. Algunos eran auténticos despojos vivientes.
Stephan intentó engañarles tomando otro camino, pero una jugada de Klaus Kinard quien sabía el odio que Manfred le tenía y que se contaba en el grupo de los jóvenes que aún no habían matado, les indicó el lugar de la hacienda como última venganza por el odio de su padre.
—Le lleva lejos de su casa, oficial. —sonrió con el encanto de una víbora— Este cerdo es un mentiroso que protege a gitanos y la zorra de su hija es la amante de uno. —repuso eufórico.
—Si sabes el camino, dímelo. Ya haré justicia con él.
Media hora después, Olenka divisaba desde su ventana la hilera de hombres que se acercaban.
La noche antes se había despedido de su padre, entre lágrimas, prometiéndole que si él no regresaba al amanecer se marcharía con las dos ancianas a las montañas.
Apremiando a Nadia y Anna para recoger las bolsas y las armas del granero, preparaba a Ares y la carreta con Celeste la otra yegua, cuando divisó la figura de Stephan seguida de los soldados.
No podía dejar a su padre.
—Escondeos arriba del granero, subid por la escalera, la retiraré y la ocultaré de los soldados.
—¿Qué vas a hacer pequeña? —preguntó Anna asustada.
—Matar a todos los que pueda. He contado 20 alemanes en éste destacamento. El resto se habrá quedado en la ciudad.
—Yo te acompañaré, también se disparar. —repuso Nadia decidida.
Las dos mujeres dispusieron los rifles sobre las hileras de paja que días antes habían colocado a modo de parapeto a unos metros de la casa y el granero. Esperando a su presa.
Stephan se irguió frente a la casa, buscando con la mirada algún rastro de su familia. En su interior, esperaba que Olenka ya se hubiera marchado.
Empujándole hasta el umbral de la casa los soldados entraron dispuestos al saqueo. El maletín quirúrgico y los enseres de mayor valor, estaban a buen recaudo con Anna en el granero. Las joyas de su madre y el dinero lo habían enterrado bajo el viejo roble de la entrada a la hacienda.
Al no encontrar gran cosa, los alemanes rompieron los muebles, las camas y todo lo que pudiera recordar la comodidad de su hogar.
El campesino suspiró aliviado, creyendo que su familia estaba a salvo.
Llevando a Stephan fuera entre dos soldados, Preusker se acercó escupiéndole a la cara:
—Eres sólo un maldito bastardo sin honor. Incendiaré tu casa hasta que no quede rastro de ella.
Cuando se disponía a ejecutarle del mismo modo que a sus otros compañeros, un disparo directo a los pies del oficial, le detuvo en seco.
—¡Libérale o seré yo quien te vuele la tapa de los sesos! —la voz de Olenka resonó firme.
—No. —susurró Stephan temeroso.
Por orden del oficial, el soldado más cercano al campesino sacó su rifle para acuchillar con la bayoneta al prisionero. El silbido de una bala sacudió el aire, impactando en la frente del soldado que murió en el acto.
—¡Tienes agallas para ser una mujer! Pero no serás tan valiente cuando mis soldados gocen de ti. —gritó el oficial al aire.
Al escuchar esas palabras, Stephan se abalanzó sobre él dispuesto a estrangularle. Los soldados le redujeron con un tiro en la pierna.
Mientras caía, vio como Olenka disparaba una violenta ráfaga, hiriendo a 5 soldados más. Nadia con el miedo en el cuerpo, clamando al cielo para que un milagro hiciera aparecer a Lajos junto a ellas, disparó matando a otros dos.
Un mal revés de la fortuna, hizo que Anna gritara asustada en el granero y un grupo de soldados fue a por ella.
Nadia se escabulló antes de que Olenka pudiera detenerla; corrió agachada sin que la vieran entrando por la puerta de atrás, escondiéndose tras los aperos de labranza.
Los soldados con los rifles en alto, oyeron el gemido de la anciana al verles entrar desde arriba. Los disparos que uno de ellos dirigió hacia la segunda planta hicieron que la mujer cayera desde lo alto sin vida.
La gitana apuntó al ejecutor, matándolo, pero no con la suficiente rapidez para acabar con los demás. Rodeándola, le arrebataron el arma, llevándola fuera junto con Anna.
Olenka no pudo reprimir el grito de rabia cuando los hombres arrastraban el cuerpo de su vieja nodriza como si fuera basura. Con toda la furia que llevaba en sus venas, disparó sobre Preusker hiriéndole en el brazo.
Los alemanes se abalanzaron sobre ella en un abrir y cerrar de ojos, quitándole el rifle antes de que pudiera recargar las balas.
Llevándola junto a su padre y Nadia, el oficial quedó extasiado ante su belleza, mientras se vendaba el brazo con un trozo de su camisa. La joven se deshizo de las manos que la apresaban, acariciando el rostro de la anciana nodriza con cariño y depositando un beso en sus cabellos.
—Lo siento... —musitó entre lágrimas.
—Ella es lo que protegías. Tu hija ¿Y esta es tu esposa?
—Soy la madre de su marido. —respondió altiva.
—Eres buena tiradora, pero ya me he cansado de jugar.
Con un ademán de su cabeza, un soldado tiró de su trenza hacia atrás, degollándola con la bayoneta.
Aún no habían asimilado la muerte de la gitana, cuando Stephan fue amarrado contra un árbol y Olenka arrastrada al suelo a la vista de su padre, agarrada por las manos de los soldados.
Despojándola de su vestido a tirones, quedó completamente desnuda a merced de los hombres. Stephan gritaba, forcejeando con sus ataduras.
Pegando a la muchacha para obligarla a quedarse quieta, le abrieron las piernas mientras los demás manoseaban su cuerpo.
El oficial disfrutó del terror de aquel padre que contemplaba como su hija era violada, sin poder evitarlo.
Mordieron sus pechos hasta hacerlos sangrar, entre los chillidos de Olenka, cuando el primer soldado desgarró su virginidad brutalmente. Fuego líquido recorrió sus entrañas y ya no dejó de sentir el dolor lacerante que la recorría, mientras cada soldado se vertía en ella uno tras otro; ultrajando su cuerpo y su alma. Sólo tuvo consuelo cuando cerró los ojos pensando en el hermoso rostro de su marido.
Cada uno de los 5 hombres disfrutó de ella salvajemente. Deseaba perder la conciencia, pero ver a su padre sufriendo, evitó que se desmayara.
—Dejadla, por favor. —suplicaba el campesino entre lamentos.
—Te libraremos de éste espectáculo, si tanto lo deseas. —contestó el oficial sin un rastro de piedad en la mirada.
El soldado que llevaba el lanzallamas colgado a su espalda, se colocó frente a Stephan, encendiéndolo. El fuego rodeó su cuerpo lamiendo la carne hasta convertir al imponente hombre en una figura ennegrecida.
Los gritos de Olenka suplicando piedad, se unieron a los de su padre, hasta que dejó de oír la dulce voz de Stephan para siempre.
Terminando con ella, el oficial le habló regocijándose.
—Espero que alguno de mis chicos te haya preñado de un bastardo alemán, zorra polaca.
Con un puñetazo en el rostro, la dejaron tirada en el suelo con la sangre de su tortura entre las piernas.
Después prendieron fuego al granero y a la hacienda, destruyendo todos los recuerdos de su vida. El carro y la yegua fueron requisados con su contenido como botín de guerra.
Maria Bochkareva caminaba con el regimiento como uno más de los soldados. Con 19 años, su rubio cabello al cero; los rasgos suaves y redondeados, de ojos claros con largas pestañas y una férrea determinación en su semblante, superaba con creces a cualquier hombre.
Minar el ego masculino de sus compañeros con su altiva actitud provocó que sufriera abusos y vejaciones por parte de algunos, en su lejana Rusia años atrás, pero su fuerza y coraje en la batalla también le granjeó la simpatía de otros.
No temía el fuego alemán, presentándose voluntaria a las peores misiones. Las cicatrices de su cuerpo lo atestiguaban.
Su regimiento había defendido la frontera de Kalisz con destreza, sin embargo, tuvieron que replegarse ante el avance alemán. Entraron en la ciudad persiguiendo al ejército germano.
Como un drama apocalíptico, los edificios incendiados por doquier y las calles repletas de los muertos que no habían sido hechos prisioneros, les sorprendió.
—No han dejado con vida a los débiles —comentó al capitán Ivanov.
—Deberíamos quemar los cuerpos de los niños y sus madres, no hay tiempo para enterrarlos. —contestó éste.
- Las mujeres siempre son víctimas... —pensó María indignada.
El capitán le asignó un destacamento para recorrer las afueras en busca de supervivientes. El resto de la tropa dispuso los cadáveres en piras que ardieron rápido debido al calor. Muchos de los hombres aguantaron las lágrimas, pues sus hijos tenían la misma edad que aquellas inocentes criaturas.
Olenka recuperó la conciencia a un mundo oscuro y tenebroso. La hacienda era sólo escombros y del granero no había quedado ni rastro.
Se levantó como pudo, notando la sangre pegajosa entre sus piernas y el fuego candente en su vagina destrozada.
Acercándose lentamente hasta el cadáver de su padre lo cubrió con los restos de su vestido caído en el suelo. Quería recordar su cara bondadosa, no la masa infecta en que se había convertido.
A su lado, Nadia y Anna reposaban para la eternidad.
Cerró los ojos de la gitana, pero no pudo rezar. Ahora sabía que no había un Dios para las mujeres y que ella misma era la única que podía salvarse. Ni siquiera surgían lágrimas que brotaran de sus ojos; le habían robado su pureza y su espíritu.
Limpiándose la sangre con un trozo de uniforme de uno de los alemanes muertos, desnudó a otro de los compañeros y se vistió con él.
Con el cuchillo, atrapó los largos mechones dorados que enamoraban a su marido y los cortó al máximo con un brusco ademán. Ahora cualquiera podría confundirla con un hombre al ponerse la gorra.
Sin mirar atrás, caminó hasta la entrada a las tierras de su padre desenterrando el poco dinero que tenía y las joyas.
Cuando llegó al lugar donde los amigos de Stephan yacían muertos, cambió el uniforme alemán por las ropas polacas y salió rumbo a Kalisz.
Planeaba encontrar al ejército ruso, uniéndose a él para buscar a Lajos.
Su marido era lo único que le quedaba en el mundo. Si lo perdía a él, la vida ya no tendría sentido.
Aún quedaba esperanza.
A lo lejos divisaron la figura de un hombre que caminaba hacia ellos.
Dándole el alto, María se acercó apuntándole con el rifle.
—¿Eres de Kalisz? —preguntó.
—Soy el único superviviente de los últimos campesinos que nos enfrentamos a los alemanes en las afueras.
—También eres una mujer. —descubrió con astucia la rusa. Los pequeños pechos de Olenka no habían pasado desapercibidos para ella.
—Entonces somos iguales. Quiero unirme a vosotros, no me queda nada aquí.
—Para ser soldado hay que ser valiente, no quiero el lastre de damiselas histéricas que hagan que nos maten. —contestó con desprecio.
—He acabado con la vida de 5 alemanes yo sola ¿Son buenas referencias? —le devolvió orgullosa la muchacha sin dejar que la humillara.
—No está mal. Por cierto, cambiaremos tu ropa, tienes una mancha de sangre en la entrepierna. La maldita menstruación siempre nos delata ante los hombres.
—Me han violado los soldados. Era virgen —afirmó intentando esconder el dolor en sus ojos.
—Lo siento. —repuso María estremeciéndose imperceptiblemente al recordar lo que aquello significaba. —Me llamo María Bochkareva. Te daré algo para evitar un embarazo. —rebuscó en su mochila.
—Olenka Polska. —respondió utilizando el apellido de su madre. El de Stephan sería peligroso al oído de los rusos.
—Nuestro campamento está al límite de la ciudad. Traga éste polvo de ortiga blanca e hibisco; hará que abortes a tu bastardo en pocos días, si tienes la mala suerte de haberlo concebido. —respondió ofreciéndole agua y una diminuta bolsita.
Junto a su nueva compañera Olenka empezaría la dura vida en el frente.