Capítulo 5.

Transcurrido el plazo para su encuentro Olenka buscó la alta figura del gitano entre la espesura que cobijaba el lago.

Se había puesto un vestido de sencillo algodón del color de sus ojos y recogía su melena en dos largas trenzas.

Hacía varias noches desde su primer encuentro que se había despertado de madrugada, ruborizada y culpable de los sueños que dejaban húmeda su ropa interior. En ellos el gitano la acariciaba donde ningún hombre había osado poner sus manos. Veía su cuerpo desnudo como en el lago, pidiéndole que lo tocara mientras la montaba como un fogoso semental, gozando de su cuerpo virgen.

La joven estaba sorprendida ante la pasión de aquellas imágenes que su mente imaginaba y su cuerpo deseaba y temía a la vez.

Jamás había anhelado el contacto de un hombre... hasta que encontró a Lajos. En su interior libraba una batalla entre el deseo y la educación que le habían dado. Pero esa batalla hacía días que su cuerpo la había ganado sin ella saberlo.

Cerrando los párpados se arrodilló en el prado disfrutando de la cálida brisa. Un olor a hierba fresca y juventud le llenó los sentidos quedándose quieta, esperando excitada.

Manos de hombre le pasaron los dedos suaves por las sienes recorriendo su nuca hasta erizarle el vello.

—¿Me has echado de menos? —Unos labios de dulce aliento reposaron en su cuello bajando hasta el límite del hombro cubierto por el vestido.

Ella se mantenía a duras penas precavida, con la profunda voz recorriéndola, regalándole deliciosos y sensuales susurros al oído.

—¡Oh no he podido vivir sin ti! —respondió irónica mirándole de reojo.

—He soñado con tus besos Olenka... —le confesó sentándose enfrente.

Lajos también había sucumbido a noches de sensual languidez, fantaseando con envolverla en el fuego que lo consumía como ninguna mujer lo había hecho.

—Yo ni siquiera me acuerdo de ellos. —contestó descarada.

—Tu boca miente pero tus pezones se han endurecido tanto con mis caricias que amenazan romper el corpiño. —se burló el gitano insolente.

Disimulando el sonrojo de sus mejillas se levantó respondiendo: —No llevo corpiño ni esa prenda nueva de París ¿cómo se llama?... ¡Ah sí! sujetador.

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—Lo comprobaré. —la provocó.

—Hazlo y la insignificante herida del otro día no será nada comparada con la de hoy. —Con rapidez la chica le puso la punta de la daga en el cuello, sacándola de su bolsillo en un movimiento veloz.

—Te excita el peligro tanto como a mí Olenka.

Rodeando la muñeca derecha de la joven con su mano, bajó la daga poco a poco, sin dejar de mirarla, poniéndole el brazo en la espalda lejos de su cuello. El arma cayó a la hierba mientras Lajos la atraía muy cerca de sus labios.

—Eres muy diestro en desarmar a una mujer —le encaró con la respiración entrecortada.

—Cuando quiera besarte no habrá arma que se interponga entre tú y yo... sólo la que está entre mis piernas...

Tomándola por la nuca la aferró contra su cuerpo, mordisqueándole el labio inferior con delicadeza. El hombre lamió con ternura aquel manjar carnoso temiendo que la joven le mordiera en respuesta.

Sus gemidos de protesta acabaron pronto, porque Olenka no se apartó de su boca como él creía que haría. Fue su lengua la que le abrió los labios, para sorpresa del húngaro, que comenzaba a endurecerse; la que jugó con sus dientes y se enlazó con la suya hasta perder la respiración abrazada a su pecho.

El calor de sus cuerpos hizo el beso más intenso haciéndoles perder la noción del tiempo. La muchacha se olvidó de sus prejuicios, de su educación de señorita reprimida, aplastándole contra la hierba y abriéndole la camisa con presteza.

Lajos contempló ardiendo y complacido el furor de la chica, que se perdió en el olor del hombre, lamiendo sus pezones y el vello de su pecho con hambre; ansiosa de acariciar los duros botones con la lengua impregnándolos de saliva.

Chupó, mordisqueó y devoró cada centímetro de su torso acariciando con los dedos el montículo que apretaba sus pantalones, a punto de estallar.

Se perdió lasciva y voluptuosa en el sabor de su piel, haciéndole jadear como un potro en celo agarrado a su cintura, hasta que eyaculó en los pantalones sin poder contenerse.

—Jamás había sentido un placer tan intenso... Ni había tenido estos accidentes. —se disculpó mordiéndose los labios al ver la mancha que empapaba su ropa.

La muchacha le miró sofocada.

—Pensarás que soy una cualquiera —musitó dándose cuenta de pronto de su comportamiento.

—No te avergüences de tu pasión Olenka, nunca lo hagas conmigo.

Eres una mujer que desea, algo muy natural. En éste arrebato hemos participado los dos. Pero yo soy el mayor culpable por despertar los secretos dormidos de una joven virgen. —Sonriéndole la envolvió en sus brazos besándole la mejilla. —Te devolveré el placer que me has dado cuando me lo pidas sin asustarte de lo que sientes.

Enredando sus manos en los dorados cabellos, Lajos notó que una inmensa ternura le embargaba. Estaba atrapado por una indomable mujer de hermosos ojos y perdidamente enamorado de ella desde la primera vez que la contempló.

Echados sobre la hierba; viendo las nubes jugar a perseguirse en el cielo de verano, se miraron en silencio felices.

Olenka se levantó al poco rato sin ganas de marcharse.

—Tengo que irme. —le dio un papel con la dirección de la hacienda— Mañana a las 8 estás invitado con tu padre a cenar. Así hablaréis de las condiciones del trabajo con Stephan.

—Gracias... por todo. —le sonrió cogiendo la daga que aún seguía sobre la hierba.

Devolviéndole el arma la acompañó hasta el árbol donde había amarrado a su yegua.

—No me gusta que vengas sola al bosque, queda muy lejos de donde vives.

—Siempre lo he hecho y sé protegerme como pudiste comprobar —contestó poniéndole una mano sobre el pecho— ¿Te duele el corte todavía?

—Ya no. Tú sabes curarme perfectamente. —contestó acariciándole la mano entre las suyas y besándola dulcemente, mientras devoraba a su dueña al mismo tiempo con sus ojos de miel.

Montando en el caballo se despidió con la sonrisa más bonita que había visto en su vida; derritiendo el corazón del hombre.

Ferenc reunió a todos hombres del campamento a mediodía para ponerles al corriente de sus futuros planes. En torno a él se encontraban: Janos, fiel seguidor de sus decisiones; Maximilian, Gregory, Sandor y Friedrich.

Con gesto amable les habló:

—Desde que abandonamos nuestra amada Hungría habéis seguido a mi familia por toda Europa. La guerra y la servidumbre nos convirtió en mendigos. Una vez llegamos aquí fuimos humillados y apaleados por doquier. Pero siempre me habéis sido fieles, aun cuando no os hubiera reprochado abandonarme después de tantos problemas.

Vuestra fidelidad será recompensada con un poco de suerte: Lajos ha encontrado a un hombre que nos ofrecerá trabajar sus tierras a cambio de una renta. —les anunció contento.

La reacción de algunos hombres fue de inmensa alegría, otros en cambio se mostraron preocupados y se interrogaban sobre cuál sería la razón que tenía aquel terrateniente para congraciarse con ellos.

—Debo pediros perdón por mi terquedad, mi orgullo os ha puesto en peligro a veces. Por eso ya no seré más vuestro señor. —un murmullo de sorpresa en los hombres acompañó sus palabras.

—¿Por qué dices eso Ferenc? —preguntó el pelirrojo Sandor consternado.

—Tranquilo, no voy a pegarme un tiro en señal de redención. —Empujando a su vástago hacia el centro del círculo exclamó: —Mi anillo es ahora suyo y también mi pobre legado. Llenar vuestras insaciables barrigas será su cruz a partir de ahora.

El joven les miraba tímido a pesar de ser un sinvergüenza de cuidado a juicio de su padre. Los hombres le hicieron una profunda reverencia, besando su blasón y repitiendo su leyenda.

—Sin lucha no hay destino. —musitaban uno tras otro con adoración.

—La decisión también es vuestra hermanos ¿Me seguiréis en ésta aventura? —preguntó Lajos expectante.

Todos se miraron dejando que el corpulento Janos diera la respuesta.

—Aceptamos uram.

[8]-contestó con gesto respetuoso.

—Janos, soy el mismo de siempre, sólo que ahora tengo más responsabilidad. Y un anillo enorme que empeñar si tenemos mucha hambre.

—¡Si lo haces te cortaré las pelotas y las colgaré de mi caravana!

Todos rieron la amenaza de Ferenc, menos Lajos, que sabía que era muy capaz de hacerlo.

Por fin llegó la noche de la cita, padre e hijo vistieron las mejores ropas que aun guardaban en un viejo baúl: blusas de suave algodón negro, pantalones de cuero marrón y sus largas casacas oscuras de gala con adornos de hilo dorado en las mangas y el borde.

Montando en los caballos recorrieron los cuatro kilómetros que les separaban de su destino; la hacienda se encontraba a esa distancia del lago construida sobre una loma.

Alumbrando el sendero que conducía al edificio se disponía un largo pasillo de teas encendidas clavadas en la tierra. Amplia, de madera proveniente de los grandes robles de la región, se sustentaba en dos plantas con espaciosos ventanales adornados con flores silvestres.

Lajos supuso que Olenka las habría recogido para la ocasión. Una alta valla blanca le confería un singular encanto femenino con los tallos de grandes margaritas celestes pintadas a mano sobre ella.

Llegaron a la puerta de madera oscura llamando suavemente con el aldabón circular de hierro forjado. Al momento la imponente presencia de su anfitrión les recibió.

Vestido con una típica blusa blanca polaca, descubierta en el cuello, que dejaba entrever los rizos del pecho por la abertura de cordones cruzados y pantalones oscuros, el alemán tenía un aspecto que infundía respeto.

—Buenas noches. Somos Ferenc y Lajos. —se presentaron.

—Buenas noches, les esperábamos. Mi nombre es Stephan —repuso tendiéndoles la mano que ambos estrecharon.

El dueño de la casa les hizo pasar a una cómoda estancia de paredes de madera como el resto de la casa, con una larga mesa cubierta de un vistoso mantel rojo y varias sillas robustas de madera oscura.

Un par de ventanales de amplias hojas de madera, que preservaban acogedoras el calor del hogar al ser cerrados en invierno, ofrecían una preciosa vista del prado colindante a la casa iluminado por el cielo cuajado de estrellas.

Un antiguo aparador barnizado con un suave tono dorado, de puertas ribeteadas con un relieve trenzado en el borde, era el único mueble valioso.

Dos amplios sillones de piel marrón junto a la chimenea apagada completaban el sencillo salón. El campesino les ofreció asiento en ellos, mientras buscaba en un cofre encima de la chimenea de piedra gris su juego de pipa.

—No esperaba verle en ésta situación, Ferenc. Mi padre se sentiría apenado de saber que la vida le ha tratado injustamente. —manifestó fumando de pie frente a ellos.

—¿Me conoce? —preguntó intrigado rehusando el tabaco que le ofrecía su anfitrión.

—Hace muchos años en Berlín; ambos éramos jóvenes como su hijo.

—Mi padre era el sastre que vestía a su familia en las épocas de prosperidad en Budapest ¿Recuerda la pequeña tienda de Müller?

—¿Tú eres el hijo de Fritz? ¿Aquel chiquillo de 14 años que siempre detestaba ser sastre y discutía con su padre en la trastienda?

—El mismo. —respondió el alemán con una carcajada. Había reconocido al húngaro nada más verlo.

—¡Qué agradable sorpresa! Fueron buenos tiempos. Pero la guerra en Hungría destruyó demasiadas vidas, entre ellas las de los Tisza. —confesó Ferenc con nostalgia.

—Usted y su familia siguieron dando trabajo a mi padre en la tienda de Berlín muchos años después. Gracias a sus pedidos de telas y ropa, nosotros salimos adelante mientras otros pasaban hambre en la ciudad.

—Por favor Stephan, no me llames de usted. Tengo pocos años más que tú y mis ropas dejaron de ser opulentas hace décadas. También mi gente ha pasado por calamidades interminables. Nuestros vasallos, como dirían los nobles estúpidos, emigraron acompañando a mi familia y no hemos dejado de vagar de un lado a otro.

—Los Müller tenemos una deuda pendiente con la tuya, Ferenc. Ha llegado el momento de saldarla ¿Cuántos hombres sois?

—7 contando con nosotros 2. —respondió enumerando mentalmente.

—Bien, he contratado a 5 jornaleros de la ciudad. Los jóvenes están emigrando cada vez más pronto. Con vosotros creo que podré sacar la cosecha. Os pagaré 150 grozly a cada uno por jornada trabajada.

—¿Y cuánto nos costará la renta de la tierra? —preguntó Lajos tomando la palabra.

—¿De qué renta hablas muchacho?

—En otros lugares nos pedían una renta asfixiante por dejar que trabajáramos una parte de la tierra y era milagroso que nos lo propusieran.

La mayoría de las veces no querían que pusiéramos las manos en sus cosechas. —repuso Ferenc.

—No pienso cobraros por ayudarme, eso lo hacen los polacos, yo soy berlinés. Tendréis vuestro sueldo libre para que ahorréis y podáis compraros un pedazo de tierra. La gente ya no quiere trabajar con sus manos y hay mucho terreno virgen que explotar.

—Perdóname Stephan, no puedo creer lo que escucho. Ya no sé lo que es tener mi propia casa, mis cultivos. Llevamos deambulando 20 años. —repuso confundido.

—Ferenc es hora de reposar nuestros viejos huesos en un sitio como dice tu hijo. La juventud se va evaporando de nuestras almas como un suspiro...

—Nunca podré agradecerte suficientemente lo que estás haciendo por nosotros... —respondió emocionado el aristócrata.

—Si eres tan testarudo como antaño trabajando hasta el ocaso ¡Comprarás una casa más grande que la mía! —Los tres rieron a carcajadas de muy buen humor.

—¿Cielo ya es hora de cenar? —preguntó el campesino metiendo la cabeza por la puerta del fondo de la estancia.

Invitándoles a sentarse a la mesa, sacó los cubiertos y la vajilla del aparador tras ellos, preparando cuatro servicios.

Lajos no dejaba de mirar por el rabillo del ojo hacia la cocina, hasta que la esbelta figura de Olenka apareció por la puerta. El joven gitano enmudeció sintiendo que un cosquilleo de excitación le subía por el estómago.

Vestida con una sencilla blusa púrpura dejando al descubierto sus hombros, el escote de sus pechos y una falda larga del mismo color, estaba más hermosa que nunca con la melena recogida en una gruesa trenza alrededor de su cabeza.

—Bienvenidos. —murmuró tímida sin mirar al joven.

Ferenc correspondió al saludo mientras que el hijo no podía articular palabra. Por detrás de la muchacha llegó su padre abrazándola.

—Os presento a mi Olenka.Tú ya la conoces Lajos.

—Tiene una hija encantadora señor. —respondió evitando contemplar la curva de sus pechos.

—Perdonen a Anna, mi nodriza está un poco resfriada y la he obligado a acostarse temprano —les invitó a sentarse.

La cena fue ociosa: Pierogi

[9], cerdo a la brasa y col; y un pastel de queso cocinado por la propia Olenka, todo ello regado con buen vino del báltico.

Los dos jóvenes no dejaron de devorarse con los ojos durante toda la noche. Para ambos padres aquellas miradas no pasaron inadvertidas.

Acabada la cena se despidieron.

—Gracias de nuevo por darnos ésta oportunidad Stephan.

—Sé que no me defraudarás Ferenc.

—Lo juro —prometió solemne.

—Mañana comenzaremos el trabajo, entonces. —les despidió el alemán satisfecho de la velada.

En el campamento encontraron a su gente expectante. Nadia corrió al lado de su esposo abrazándole satisfecha. Él dibujó una amplia sonrisa depositando un dulce beso en los labios de la mujer.

Contemplando a sus hombres les gritó feliz:

—¡Ya somos labradores!

La escena que se sucedió fue un derroche de risas y llanto. Los gitanos se abrazaban y besaban con vivas muestras de afecto una vez que Lajos les contó su buena suerte. Entre todos izaron a padre e hijo paseándolos por todo el campamento.

Encendieron una gran hoguera en el centro de las carretas, desempolvando el violín y el ukelele, guardados hacía una eternidad. Las canciones de su tierra discurrieron una tras otra sin descanso durante 2 horas.

Sentado frente a la hoguera Lajos no podía olvidar la imagen de Olenka.

La deseaba como nunca había deseado a otra mujer en su vida. Algún encuentro fugaz con una prostituta en ciudades de su camino, le dio experiencia como hombre.

Pero lo que sentía significaba mucho más que deleitarse con un instante de placer. La joven polaca se estaba anclando en lo más profundo de su corazón y Lajos sentía el vértigo de amar verdaderamente a una mujer.

Deseaba poseer no sólo su cuerpo que le volvía loco, sino también su alma.

La quería por entero.

Absorto en sus pensamientos no se dio cuenta de que todos se habían retirado.

—Hijo ¿aun no duermes?

—Pensaba en alguien papá.

—En la hija de Stephan —constató muy serio Ferenc.

—Me estoy enamorando de Olenka.

—Olvídala Lajos y tus estúpidas ensoñaciones con ella ¿No pretenderás cortejarla?

—¿Dices eso porque su sangre no es noble? ¿o porque no tiene antepasados romaníes como yo? —rezongó levantándose enfadado.

—La gente de aquí no aceptaría que se convirtiera en la mujer de un gitano si es lo que pretendes. Para ellos sólo somos sucios mendigos no aristócratas. Lo sabes muy bien.

—Su padre lo entendería; aprecia a nuestra familia.

—¡No seas imbécil Lajos! ¿Crees que el ofrecerte trabajo también incluirá a su hija? Aunque ella te amara no desearía la vida que llevas y aún no sabemos si éste será nuestro hogar definitivo.

—¿Sabes acaso lo que ella querría? —respondió su hijo.

—¿Y tú se lo has preguntado, estúpido insensato? No piensas con la cabeza sino con la entrepierna.

—Empiezo a quererla padre, no me arrebates esa ilusión. No me obligues a elegir.

—¿Nos abandonarías por ella? ¿Por una desconocida?

—Evita ponerme en esa encrucijada. —Dejando a su padre preocupado se marchó a descansar.