Capítulo 2.

Lajos espoleó a su caballo hasta que la espuma surgió de la boca del pobre animal. Se había detenido lo imprescindible para que Áttila descansara y recuperara fuerzas.

El viaje que duraba 2 semanas lo había hecho en 3 días. Sólo al divisar en el promontorio las tierras de Stephan le dio un respiro.

Al trote, entraron por el límite oriental atravesando los campos que había trabajado con su padre. Cuando se acercaba, la imagen de la hacienda abrasada se recortó en el horizonte. El húngaro se tiró del caballo corriendo con el corazón en la boca.

Cruzando junto al granero hecho trizas la imagen de su familia le impactó.

Arrodillado ante el cuerpo sin vida de Nadia, la desesperación le inundó volviéndole loco. Acunándola, aulló entre lamentos; injuriando en su idioma natal.

La realidad se impuso a su desgracia. Gritando como un poseso llamó a gritos a Olenka pero nadie respondió.

Cogiendo las ropas de su esposa, descubrió la sangre que manchaba el suelo, recordando lo que su teniente le había hablado sobre las mujeres hechas prisioneras.

- Las que no mueren durante las violaciones, son fusiladas tras ellas.

Desató el desgraciado cuerpo de Stephan. Sacando una pala de las ruinas del granero que aún podía utilizar, cavó 3 fosas donde les enterró.

Cuando llegó el turno de su madre cantó una ofrenda gitana, dándole el honor de una princesa:

Madre tierra, te ofrezco su espíritu, los bosques celebren su vuelta, las nubes recojan su alma, Llevadla hasta su patria, Llevadla hasta su casa,

Que los Cárpatos la acojan, Y den la bienvenida en su último viaje, A la Reina de los Nómadas.

Con cada línea las lágrimas caían sobre la tierra, despidiéndose de la mujer que siempre le había apoyado. Llegó hasta la ciudad donde la pila de cadáveres esperaba humeante y su pensamiento se imaginó que era muy probable que Olenka estuviera entre ellos, puesto que su cuerpo no apareció en la granja.

Un par de soldados con pañuelos tapándose la nariz del olor de la carne quemada, le informaron que no había supervivientes exceptuando los hombres jóvenes que apresaron los alemanes.

—Tenemos un destacamento de los nuestros en el campamento a las afueras de Kalisz. Ve con ellos y descansa. —Sugirió el muchacho más joven con el rostro surcado de pecas.

—Prometí que volvería con mi regimiento. Es la única promesa que podré cumplir. —murmuró Lajos con el rostro tan muerto como los cadáveres que yacían en la plaza.

Le vieron partir como un fantasma perdido en la creciente oscuridad que cubría la ciudad.

Desde ese instante, Lajos se convirtió en un demonio errante cuya sed de sangre asolaría los campos de batalla. Los alemanes llegarían a temblar ante su presencia y sus propios compañeros a temer su ira.

Arrasaba el campo de batalla con la furia y el odio salvaje quemándole las entrañas; cabalgando con Áttila como el antepasado que llevaba su nombre.

Mantenía el equilibrio sobre el corcel, apuntando y disparando contra el enemigo sin errar el tiro. Cuando tenían que atacar una trinchera, se bajaba del caballo usando la bayoneta como ágil espada y el cuchillo de trinchera con el fervor de un loco.

Atravesaba el cuerpo de su contrincante con saña. Empapado de sangre y sudor; degollaba al adversario o le atravesaba el corazón con una finta y la rabia brillando peligrosamente en sus ojos de tigre.

La bolsa donde llevaba las granadas, quedaba vacía muy rápido; sus lanzamientos hacían estragos en las trincheras donde caían.

El remordimiento por la muerte de sus padres y no salvar a su esposa, también le volvió un hombre violento e irascible. Las peleas con hombres del regimiento serían continuas y los castigos de sus superiores.

Estando de guardia con el cabo Breznev, un ruso imponente de barba rizada y fieros ojos marrones, la broma que le gastó acabó a puñetazos: —Si llega la hambruna, esa cruz que llevas al cuello podría alimentar a media tropa. —le dijo burlándose de él.

—Mataré al que osé tocarla. —le advirtió Lajos.

—Guarda tus cojones para los alemanes, húngaro. O yo te los cortaré.

—se embraveció el ruso.

—¡Atrévete y te haré pedazos!

Provocándole, el gigante intentó agarrar la cadena con una mano. Lajos le dobló la muñeca, propinándole un enorme puñetazo que hizo chocar su cabeza contra el suelo.

El crujido del hueso de la nariz al romperse atrajo al resto de los hombres, que sujetaron a su contrincante quien estaba dispuesto a destrozarle el cráneo contra el suelo; llevándose al herido para salvarle la vida, gritando enfurecido.

Frente al teniente Smolev, sentado junto a la mesa donde se esparcían órdenes y mapas, guardó silencio.

—En menos de 2 semanas has tenido 3 peleas, Tisza. Por tu culpa tengo más bajas que por los ataques del enemigo: Alexei con un brazo roto por coger prestada tu petaca de vodka; Mihail con una patada en las pelotas que casi le revientas... y ahora esto. Antes de ir a Kalisz no eras violento con tus hombres ¿Qué demonios te pasó allí? —le preguntó muy preocupado. Lajos le había caído simpático desde el principio y cada vez lo apreciaba más.

—No es asunto suyo. Arrésteme y déjeme en paz —cortó con gesto seco.

—Contigo no sirven los castigos. Dame tus armas y el licor.

Lajos lo hizo mirándole muy serio.

—Si alguno de mis compañeros quiere tomarse la revancha, no tendré protección.

—Tus manos ya son bastante peligrosas por sí mismas. El mejor castigo que puedo darte es obligarte a que me cuentes lo que te ocurre, por eso no saldrás a luchar hasta que lo hagas.

—Usted perderá más que yo, sabe que necesita mis habilidades —respondió indiferente. Ya no le importaba nada.

—Necesito aún más que recuperes la cordura, Tisza —sentenció el oficial decidido.

Olenka se sentía como uno más en la tropa después de 3 semanas con ellos. Los hombres se amedrentaban ante María, pero un incidente con la joven nueva les mantuvo lejos de intentar sobrepasarse con ella.

Vestida con el uniforme proporcionado por Bochkareva, el cabo Dimitri silbó ante las rotundas formas de Olenka, aprisionadas por los pantalones ajustados; dándole una palmada en el trasero como gesto de bienvenida.

Ante la sorpresa del resto de los hombres, la muchacha en un rápido movimiento con el cuchillo de campaña, saltó sobre el soldado lanzándole al suelo para atravesarle la yugular.

—¡No vuelvas a tocarme o acabaré contigo! —bramó con ojos asesinos.

María consiguió levantarla, divirtiéndose al verla subida a horcajas sobre Dimitri que era el doble de grande que ella y se la llevó al otro extremo de la trinchera. Lena y Marta, sus compañeras en el regimiento la acogieron orgullosas.

—Ningún animal volverá a violarme. —sentenció con profundo asco.

Los ojos verdes de Lena llamearon como el rojo de su flequillo, ante las palabras de Olenka. Marta, una joven tímida de rasgos dulces que escondían una tigresa, asintió conmovida.

Olenka y María se habían hecho inseparables desde su primer encuentro.

Gracias a sus hierbas y a la cápsula de sulfato de quinina untada en manteca de coco, que la rusa le había dado para insertarla en su vagina durante unos días, estaba a salvo de un embarazo.

A mediados de agosto viajaban adentrándose en Prusia Oriental, consiguiendo invadir Galitzia con la fuerza de su artillería y sus carros de combate. Órdenes provenientes del general ruso Rennenkampf, les obligaba a mantener sus posiciones en aquel lugar.

Olenka se convirtió en una experta tiradora con los infalibles consejos de María.

La rusa no imaginaba que cada vez que la joven apuntaba, volvía a contemplar el rostro de sus violadores y la furia de sentirse sometida hacía que nunca fallara el tiro.

Se exponía corriendo junto a sus compañeros en la primera línea ofensiva; apuntando en ráfagas para despejar el camino a los siguientes y con las balas volando alrededor de su cabeza sin miedo el peligro.

Le salvó la vida a varios de sus compañeros, entre los que se encontraba Dimitri, quien se disculpó ante ella frente a todo el regimiento. El ruso se convertiría en su fiel amigo.

Cuando se encontraba con tropas rusas Olenka preguntaba insistente si conocían a su marido pero nunca recibía una respuesta positiva.

El ejército ruso estaba dividido por cientos de kilómetros, 2 partes en Austria y el resto en Polonia.

Una noche a finales de Agosto, cenando un par de patatas hervidas, María le preguntó si había algún hombre en su vida.

—Éste anillo es suyo— respondió mostrándole el sello que llevaba colgado al cuello con un cordón de cuero escondido entre sus pechos.

—Bonito regalo —silbó María— ¿Es rico?

—No lo era cuando le conocí. Pero su linaje es de la aristocracia húngara.

—¿Un húngaro luchando con polacos? —se Asombró la rusa.

—Su familia hace 20 años que salió del país. Trabajaba en las tierras de mi padre. —El recuerdo de Stephan le hizo añorarle.

—¿Es guapo? Los húngaros tienen fama de serlo. —preguntó curiosa su amiga.

—Tenía el pelo largo antes de cortárselo al alistarse, negro como ala de cuervo y unos impresionantes ojos color miel. Es muy alto, con un cuerpo de ensueño que no pude disfrutar como quería. Partió al frente 1 hora después de nuestra boda —suspiró la joven con pesar.

—¿Cómo os conocisteis?

Las carcajadas retumbaron en la trinchera, cuando Olenka le relató sus aventuras. Sus compañeras aplaudieron la osadía de la joven polaca.

—Siempre supe que nuestra relación sería difícil pero no imaginaba cuánto. Ni siquiera puedo ponerme en contacto con él antes de partir.

Cuando vuelva a casa se encontrará con la muerte y no conmigo, como él espera.

—Volverás a verle, estoy segura ¿En qué regimiento se encuentra?

—Le alistaron en el ejército de Samsonov.

—Perdieron en Stalluponen. Los oficiales dicen que también han sido derrotados en Gumbinnen. —le informo María con pesar— Nos enviarán como refuerzo.

—Ojalá. Así estaré más cerca de Lajos —Repuso Olenka con un rastro de esperanza.

La mañana del 1 de Septiembre recibieron la noticia de que Rennenkampf iba a crear con ellos el 16º Cuerpo. Los enviarían a Königsberg, desplegando las tropas al sur en los lagos Masurianos, cerca de Angerburg en el rio Omer.

Fue un auténtico desastre. Unido al cansancio de las tropas, el avance de Hindemburg con un ejército más numeroso provenientes incluso de Francia, arrasó a los rusos.

Rennenkampf en el Norte, opuso resistencia a los alemanes, hasta que el 8 de Septiembre tuvieron que retirarse sucumbiendo.

Samsonov se enfrentó con éxito al ejército enemigo, pero el día 9 los refuerzos alemanes les hicieron retroceder. En cambio Rennenkampf, con un contraataque sublime ganó al 20º cuerpo alemán dando un respiro a los rusos.

Desgraciadamente las águilas germanas eran imparables y cercaron a las tropas victoriosas, aislándolas; pero estas consiguieron llegar a sus propias líneas.

Atrapados desde Insterburg a Angerburg, llegaron a la frontera rusa ayudados por la retaguardia del regimiento de Olenka, evitando que los cercaran y acabaran con ellos.

Preocupada por sobrevivir y salvar a sus compañeros, no tuvo tiempo de encontrar a Lajos entre la locura de la batalla.

Sus conocimientos médicos fueron muy útiles.

Los hombres la contemplaban arrobados mientras cosía con ternura sus heridas y las hacía cicatrizar con hierba de San Juan si se agotaban los suministros.

En la retirada, María fue herida en el brazo. Un disparo le abrió un enorme agujero en el bíceps derecho que sangraba profusamente.

Olenka utilizó sus dedos de niña, para rebuscar en el músculo hasta encontrar la bala, cauterizándola con un trozo de tea encendida. Colocando el brazo en cabestrillo, obligó a la rusa a descansar ofreciéndole un poco de té caliente.

—Cuando encuentres un marido que te quiera, podrá entretenerse contando tus cicatrices en las noches de invierno. —la picó divertida para hacerle olvidar el dolor.

—Los hombres no se enamoran de mí... me tienen miedo. —contestó Maria con un rastro de tristeza en el rostro.

—Será que tienes más pelotas que ellos. —murmuró Olenka en su oído.

Las dos estallaron en risas.

La tropa de Lajos estaba exhausta después de intensos combates. Si no hubieran recibido el apoyo del ejército enviado por Rennenkampf, hubieran acabado en las manos del enemigo.

Sucios, con los uniformes desgarrados y el hambre arañando sus estómagos, se dejaron caer unos sobre otros en la tierra de la trinchera.

Lajos siempre estaba solo, se aislaba del resto comiendo su ración de gachas de avena en un rincón, absorto en sus pensamientos.

No quería sentir, no quería sufrir... Pero lo hacía.

Contemplaba como los soldados besaban las fotos de sus novias y esposas, los sencillos regalos de sus hijos y el alma se le hacía añicos.

De noche, cuando la mayoría roncaba y sólo los vigías permanecían despiertos, permitía que la pena le desbordara.

Aferrado a la cruz de Olenka que aún llevaba al cuello, dejaba que lágrimas ardientes le cubrieran el rostro en silencio; sólo el cálido consuelo que ellas le proporcionaban. Con los ojos cerrados recordaba la belleza inocente de su esposa, sus encuentros y desvelos por él.

Esos momentos de desesperación se volvían tan tentadores que a veces rozaba la pistola que llevaba al cinto, acariciando la posibilidad de pegarse un tiro allí mismo.

Polonia había sido la ruina de su gente.

Deseaba caer en combate. Si no moría en la guerra, su vida sería un infierno sin la única mujer que amaba por encima de todo.

No notó la presencia de Smolev hasta que el maduro soldado apareció a su lado y le acarició la cabeza como antaño hacía Ferenc. Llevaba vigilándole varios días y había descubierto su escondite nocturno en la esquina más apartada de la trinchera.

Eran demasiadas jornadas en silencio hundido en la depresión. El simple gesto de cariño, rasgó el muro de frialdad que se había creado y lloró en amargos e incontenibles sollozos. El teniente le pasó un brazo por los hombros, ocultando el rostro del joven contra su pecho como si fuera su propio hijo.

Las palabras brotaron al mismo tiempo que las lágrimas: —Degollaron a mi madre... mi suegro fue quemado... y su nodriza... cosida a balazos.

—¿Y tu esposa? —le preguntó con dulzura.

—Encontré los jirones de su vestido entre las manchas de sangre del suelo, pero ni rastro de ella.

—Tal vez huyó.

—En la ciudad nuestros soldados quemaron una pila de cadáveres. Eran mujeres y niños. Sólo sobrevivieron los pocos hombres sanos, hechos prisioneros por los alemanes.

—¿Viste el cuerpo de tu mujer entre ellas?

—No. Era imposible distinguir algo.

—Mantén la esperanza de encontrarla entonces. Me pareció una chica decidida.

—Tiene tanto coraje como yo. —sonrió el húngaro secándose las lágrimas con la manga de la chaqueta.

—Las mujeres luchadoras siempre salen adelante. —le animó el oficial.

—He oído que hay soldados femeninos en el ejército de Rennenkampf. Dime su nombre.

—Olenka Müller. Su padre era un inmigrante alemán.

—Intentaré conseguir información. ¿Lajos cuántos años tienes? —preguntó levantándole el rostro entre sus manos.

—En Octubre cumpliré 24. —susurró.

—Eres muy joven para haber sufrido tanto. Los hombres de la tropa te aprecian. Apóyate en ellos, no quiero que te aísles. Aquí todos formamos una familia, acéptales como la tuya ahora.

—Mañana les pediré disculpas. —asintió agradecido. —He sido un cabrón.

—Ve a descansar, yo te relevaré —le obligó a levantarse, dándole una palmada en la espalda.

—Gracias por todo, señor. —le ofreció la mano.

—Si necesitas hablar ya sabes dónde estoy. —sugirió sonriendo, estrechándola con fuerza.

Lajos volvió a ser el de siempre tras su charla, aunque su corazón estaba destrozado sin noticias de Olenka.

Avergonzado, pidió perdón a los compañeros que había herido, recibiendo las muestras de afecto de todos. El teniente había reunido a los hombres mientras el húngaro descansaba esa mañana temprano, contándoles el motivo de su desesperación. Bajo pena de consejo de guerra les ordenó guardar silencio ante su confidencia.

Muchos tenían hijos de la misma edad y comprendieron la reacción de aquel muchacho convertido en un loco ante el horror de la muerte.

El día de su cumpleaños, los hombres improvisaron un pastel de calabaza que habían robado de un campo donde yacían abandonadas, con cerillas encendidas en lugar de velas.

El único deseo que Lajos deseaba ver cumplido, estaba esperándole en la retaguardia del ejército cerca de Bolimov, soñando con sus ojos.

La navidad de 1915 llegó con un frio helado que arrasó a los dos ejércitos rusos.

La ración especial de comida y vodka que los altos mandos ofrecieron para levantar la moral de la tropa, surtió efecto.

Lajos no estaba habituado al clima, nunca conseguía dejar de temblar envuelto en su abrigo. Voluntario en las misiones de rastreo para comprobar la artillería y las posiciones de las trincheras alemanas, sólo conseguía entrar en calor corriendo entre el tiroteo.

Descubrió que los alemanes disponían de la ametralladora MG 08, con potentes ráfagas que aniquilaban a los hombres por decenas cuando se enfrentaban a ellas.

Colocaban una en cada lateral de las trincheras, montadas sobre un soporte fijo que les proporcionaba una movilidad de 180 grados, haciendo fuego cruzado sobre los rusos.

Aún recordaban la visión de las piernas y brazos saltando hechos pedazos ante las miles de balas; los torsos agujereados con hemorragias que los pobres heridos eran incapaces de detener. Ni siquiera los cascos les libraban de los proyectiles que perforaban sus cráneos, destrozando la única defensa contra ellos.

Los 4 ejércitos eslavos se unieron por fin en el Norte de los Lagos Masurianos, junto con los camiones y los tanques. Olenka no imaginaba que estaba más cerca de Lajos que nunca.

El teniente trajo la lista con el nombre de las mujeres del otro ejército, mostrándosela con sus ojos verdes brillantes de emoción.

El húngaro recorrió la lista con el dedo tembloroso, deteniéndose asombrado ante el nombre de Olenka.

—Aquí hay una chica con su mismo nombre pero no coincide el apellido.

—Mi esposa no se llama Polska.

—Lo siento, Lajos.

—Si al menos supiera de que región proceden, tal vez la hubieran visto.

—Recopilar esa información me llevaría mucho tiempo.

—Ha hecho más que suficiente, Sergey.

Los meses siguientes fueron una pesadilla.

Hindemburg quería arrasar a los rusos retirándoles más allá del Vístula, eliminándoles de la guerra.

Su plan era atacar al ejército enemigo por el norte y el sur de los lagos.

El 7 de febrero se desató una impresionante tempestad de nieve en plena batalla. El 8º ejército germano atacó el ala sur de los rusos avanzando 70 km sobre ellos.

Al día siguiente fueron acorralados por el 10º ejército y las sucesivas semanas tuvieron que retirarse al bosque de Augustow, donde parte de las tropas no tuvieron más remedio que rendirse.

Sólo 2 ejércitos escaparon a su destino. Lajos y Olenka pertenecían a ellos.

Los alemanes hicieron 10.000 prisioneros, aniquilando a 56.000 soldados enemigos.

La carnicería fue atroz.

Las águilas habían creado la Unidad de Lanzallamas Reddemann en Enero, con antiguos bomberos que portaban largas mangueras unidas a tanques de 100 litros, proyectando el fuego a 45 metros de distancia. Poco a poco, unieron pelotones de esa unidad a sus ejércitos que causaban pavor.

Los hombres demostraban con creces su bravura ante las balas y las bombas, pero cuando las lenguas de fuego recorrían sus posiciones, los que no huían despavoridos sufrían una muerte horrible.

El paisaje desolador del bosque calcinado entre miles de cuerpos abrasados era imposible de olvidar.

Los gritos de sus compañeros chillando de dolor mientras el fuego penetraba por cada célula de su piel, derritiendo sus pulmones, se mantuvo en la memoria de los supervivientes hasta el fin de sus días.

La retirada hacia el interior les daría un respiro, puesto que los alemanes dirigieron sus fuerzas a invadir Francia.

Los rusos mantuvieron sus posiciones en el frente oriental durante el resto de 1915. Pero otro país esperaba a la pareja de amantes.