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Orígenes de la resistencia:
fugitivos de la represión
En la lucha por construir una sociedad como esta hemos perdido muchas batallas e incluso alguna guerra. No ha de sorprender que muchos hayan creído que el triunfo era imposible y hayan abandonado el combate, sin darse cuenta de que, incluso habiendo perdido, se ha conseguido cambiar muchas cosas que ya no volverán a ser como en el pasado.
JOSEP FONTANA, La historia de los hombres, 2001
EN UN PRINCIPIO LA RESISTENCIA antifranquista no fue un fenómeno políticamente organizado, sino algo improvisado, espontáneo y forzado por las circunstancias: la huida de una represión colosal desencadenada por los vencedores en 1939. En realidad, ya antes, en 1936, la violencia inicial desatada por los golpistas originó la primera huida a los montes. Ocurrió en toda la franja occidental de España, de norte a sur, copados entre la frontera portuguesa (con un régimen dictatorial) y la retaguardia franquista, sin posibilidad de pasar a la zona republicana. Así, numerosos huidos deambularon por los campos y montes de Huelva, Badajoz, Cáceres, León y Galicia. Los fugitivos del Sur fueron aniquilados a lo largo de 1937 y se pierde su rastro al llegar a la posguerra[207]. Sin embargo, en el Norte muchos grupos de huidos en 1936 consiguieron alargar su existencia hasta el período de huidos de la inmediata posguerra y, a veces, hasta la fase de la organización guerrillera, como ocurrió en Asturias y León. Sobre todo en Galicia la masa de fugitivos fue enorme a partir del sangriento verano de 1936, ante la persecución de los golpistas[208].
Con todo, el período de huidos propiamente dicho en la historia de España hay que situarlo en 1939, en la inmediata posguerra; una especie de resistencia en la que una minoría no se resignaba a darse por vencida. Unos se negaron a entregarse; otros escaparon de las cárceles, de los campos de concentración, de los batallones de trabajo, de las torturas y de las penas de muerte. Fue una rebeldía espontánea, a la defensiva y por la simple supervivencia, con motivación política de fondo, por supuesto. Con el tiempo y con la militarización guerrillera futura, esta rebeldía se inscribía en el marco europeo de la lucha antifascista de los años cuarenta. Para empezar, la negativa a doblegarse de esta minoría por los montes de España se explica por una pervivencia del republicanismo y del obrerismo en los que habían sido educadas amplias capas populares en las dos décadas anteriores. Centros obreros, republicanos y sindicatos venían desarrollando desde mucho tiempo atrás una pedagogía emancipadora e ilustradora de la mayoría social, que después de la Primera Guerra Mundial tomó en Europa creciente protagonismo en lo social y en lo político, con el consiguiente recelo, cuando no miedo, en la burguesía. Esa alarma la recogió perfectamente Ortega y Gasset en La rebelión de las masas. Así pues, aquella masa a menudo analfabeta, pero hambrienta de cultura y de pan, aprendió a ser protagonista y a tener derechos en la década de los años treinta, aprendizaje que al menos una minoría no pudo olvidar a la hora de doblar la cerviz bajo el yugo y las flechas. El arrodillamiento de los vencidos no pudo ser unánime: los del monte se convirtieron en la nota discordante. Toda aquella pedagogía emancipadora fue lo que el régimen decidió arrancar de raíz. Arrancar el antifascismo colectivo que se había alimentado en los años de la República y más en los años de la guerra; arrancar y destruir todo el entramado social obrerista, republicano, laicista, democrático, racionalista, cultural, e incluso liberal. La victoria de Franco facilitó 40 años para llevar a cabo esta labor destructora de todo un entramado social, todo depurado de arriba abajo. El fenómeno del maquis y de la guerrilla vino a representar, en muchos casos de manera inconsciente, la resistencia y oposición a esa destrucción general de un entramado social progresista con profundas raíces en España desde finales del siglo XIX.
A partir de 1939, en gran parte de España el contingente de huidos fue bastante numeroso y creciente. Ex cargos políticos, ex oficiales o ex combatientes de la República, o simplemente ciudadanos de a pie, trataban de escapar a las represalias. Un sucinto repaso a las zonas conflictivas pone de manifiesto que al menos una minoría se resistió al mero papel de víctimas. En algunos casos descenderemos al microcosmos local de la represión, para comprobar cómo se hizo la vida imposible a los vencidos y cómo se les empujó, literalmente, al monte, en una política calculada de exclusión total de los desafectos al nuevo orden.
Si empezamos por el Centro–Sur, una de las provincias más vengativas de toda España, donde los vencedores se aplicaron con más furor contra los vencidos, fue Toledo. La violencia, las torturas y las vejaciones bajo el franquismo causan espanto en boca de los supervivientes. Por ello, los Montes de Toledo comenzaron a poblarse enseguida de una turbamulta fugitiva, en torno a varios líderes. Al oeste de la provincia destacó Jesús Gómez Recio «Quincoces», ex alcalde socialista de Aldeanueva de S. Bartolomé. A pesar de que había evitado las violencias revolucionarias en 1936, no le sirvió de nada: los falangistas despojaron de todo a la familia, los dejaron con lo puesto y apresaron a «Quincoces». Durante semanas, la diversión de los falangistas y afectos al régimen consistía en acudir de noche a la cárcel local y apalear a los presos. Aquel calvario se hizo intolerable para un hombre recto como era Jesús Gómez y planearon la fuga, la cual se hizo efectiva el 30 de junio de 1939, en compañía de tres más: su hermano Saturio, Quintín García y «El Soli»[209]. Se situaron en las sierras que limitan con Cáceres. Durante meses recibían víveres de la familia, a la que visitaban de noche con cierta frecuencia. Pero la represión cayó sobre los familiares, los huidos quedaron sin sustento y fue la represión misma la que los obligó a la práctica de atracos y golpes económicos.
En la zona toledana de Navahermosa tenían protagonismo: «El Rubio de Navahermosa» (Eugenio Sánchez Esteban), que no se entregó en 1939, y «El Chato de la Puebla» (Valentín Gil Valiente), que había sido teniente de guerrilleros y se evadió de la cárcel de Navahermosa el 24 de septiembre de 1939[210]. Corta fue la aventura de ambos por el monte. «El Chato» acabó capturado el dos de abril de 1941 y ejecutado cinco días después, casi al mismo tiempo que «El Rubio», al que acribilló una patrulla del Ejército al anochecer del cinco de abril, cuando se acercaba a visitar a su familia. Junto a ellos, destacaron también los «Cuatro de Menasalbas» (Domingo «Mariblancas», Saturnino Gómez Muñoz «Margallo», Benigno Gutiérrez «Trascanta» y Modesto Sánchez «Sargento»). Por último, estuvo en relación con todos ellos José Manzanero, de la Villa de Don Fadrique, evadido de la prisión de Quintanar el diez de noviembre de 1939, cuando ya estaba en «capilla» para ser fusilado. No pudo evadirse antes a causa de las gravísimas lesiones de las torturas, sobre todo porque le habían machacado los pies y tardó cuatro meses en curar. Este indomable comunista, burlando el acoso de todos los falangistas de La Mancha que salieron a su caza y captura, logró internarse en los Montes de Toledo y participó luego en la organización guerrillera de 1944–1945.
Sin embargo, el mayor fenómeno de rebeldía autóctona en este grupo toledano lo representa «El Lobo» (Antolín Fernández Alonso, de Carmena). Su final reviste rasgos novelescos. Comenzó el desastre el 17 de abril de 1941 en el molino Rincón de los Llanos, de Menasalbas. Se hallaba escondido detrás de una pared, cuando lo vieron unos niños. El dueño, Agustín Rodríguez García, salió a toda prisa a dar cuenta en el cuartel. Se vinieron con él un teniente, un sargento y dos guardias, al anochecer. La patrulla fue sorprendida por «El Lobo» desde un trigal y a sus disparos cayeron muertos dos guardias (Ángel Martín y Sergio del Río). Desapareció en la noche, mientras el teniente y el sargento no salían de su asombro. Sonó la voz de alarma en todos los cuarteles colindantes. A los dos días, un cabo hacía pesquisas en la Estación de Santa Olalla, donde quedó herido por «El Lobo», al intentar identificarlo. El huido continuó su carrera hacia Maqueda y Hormigos. En este término se cobijó en la huerta El Soto, de Emilio Rioja Ruiz, donde había tres obreros más. Aparentaron ser «amigos» y de izquierdas, le prometieron un salvoconducto para dirigirse a Francia, pero no tardó el dueño en ponerse en complot con la Guardia Civil del pueblo. A los dos días lo convencieron para que se viniera a dormir al pueblo, pero «debía dejar las armas escondidas en la huerta para no levantar sospechas», con objeto de salir hacia Francia al día siguiente. Al anochecer del 24 de abril «El Lobo» marchó a Hormigos a la casa de uno de los obreros (calle San Bartolomé, 7) y allí lo sorprendió la Guardia Civil de madrugada cuando dormía. Su ingenuidad final no acertó a percibir la traición de los hortelanos[211].
Finalmente, en el extremo oriental de los Montes de Toledo, en torno a Ventas con Peña Aguilera y Los Yébenes, empezó a actuar desde 1940 el joven extremeño «Comandante Honorio» (Honorio Molina Merino), de Villarta de los Montes (Badajoz), evadido de la cárcel de Herrera del Duque el 12 de marzo de 1940, junto con «Chaquetalarga» y «Patato».
Contamos con nuevos datos sobre la personalidad del «Comandante», así como las motivaciones de su huida a la sierra, a partir de testimonios orales[212]. Tenía 21 años al acabar la guerra, no militaba en ningún partido, había sido movilizado en las últimas quintas y no llegó a intervenir en combate. Lo recluyeron en el campo de concentración de Cíjara (Badajoz) y luego en Castuera, de donde salió sin cargos. Pero en Villarta de los Montes no le perdonaban que fuera hijo del alcalde socialista del Frente Popular, Julián Molina Acedo. A la cabeza de las insidias se hallaba el nuevo alcalde franquista Carlos de Rivas Molina, que ya había sido alcalde en el bienio negro republicano. Nada más sonar la victoria, se subió al balcón del Ayuntamiento y arengó de esta guisa: «Hemos tenido cojones de ganar la guerra, y ahora los tendremos para hacer una limpia en el pueblo». Y hablaba en serio, porque el 16 de mayo de 1939, sin esperar a consejos de guerra ni trámites legales, se perpetró un «paseo» contra 23 personas en el lugar Hoya de Fernando[213], sacadas de madrugada en dos tandas de la cochera–prisión donde se hallaban los vencidos. La primera víctima fue el ex alcalde Julián Molina, al que amputaron los órganos genitales antes de la ejecución. Crueldad y crimen gratuitos, porque el ex alcalde, un modesto ganadero de cabras, había evitado en Villarta hechos de sangre en 1936. Con él mataron también a sus hermanos Aurelio y Lisardo. Cuando su hijo Honorio —nuestro guerrillero— salió libre de Castuera y llegó al pueblo, los vencedores no estaban dispuestos a dejarlo en paz, ni a él ni a su familia. La madre, Marciana Merino Gómez, murió en la prisión de Mérida por desatención médica. La hermana de Honorio, Eleonor, murió en su domicilio, pero a consecuencia de malos tratos. Y a Honorio le preparó tres denuncias falsas su antiguo patrón, el herrador del pueblo, con objeto de eliminar a un posible competidor en el oficio. Honorio fue a parar al convento–prisión de Herrera del Duque, hasta que alguien le avisó que a la mañana siguiente lo iban a fusilar. Entonces, junto con «Chaquetalarga», se evadió por las cloacas del convento y huyó al monte. Era la huida forzosa para los que no tenían sitio ni cabida en el nuevo orden. El testimonio oral insiste en que los crímenes de Villarta de los Montes, más que a la iniciativa militar, se debieron a la inquina del elemento civil afecto, caciquil o falangista (rasgo típico del fascismo rural). Cuando algún hijo de las víctimas pasaba por la plaza, se podía escuchar en boca del asesino de su padre: «Estos tallos ya están demasiado altos; vamos a tener que hacer una poda y pronto»[214]. De la participación del elemento civil en la represión ofrece una prueba más el hecho de que en las contrapartidas participaban también derechistas del pueblo. Tres de estos, yendo en contrapartida, abordaron a un pastor llamado Apolonio y le quitaron el macuto con la comida. Poco después, el pastor reconoció al ladrón en un baile de Villana y le pidió el macuto. Como respuesta, al día siguiente Apolonio apareció muerto a tiros.
De las andanzas del «Comandante» por Toledo se poseen pocos datos. No fue un hombre cruel ni vengativo, a pesar de las terribles represalias de las que fue objeto su familia en el pueblo de Villarta. Ya en la sierra, mató a un guarda de Cabañeros, pero en defensa propia. Se le achacó la muerte del alcalde de Horcajo de los Montes en 1943, pero era falso, ya que el muerto lo había sido por disparo fortuito de su propia arma en el transcurso de un tiroteo. Sin embargo, para enardecer el odio, el atestado falseó el hecho. Con ese pretexto, dos hermanos de Horcajo (Crisóstomo y Ricardo Moraleda Fernández) fueron conducidos amarrados al pueblo de Villarta, donde se apresó además a Amadeo Sánchez Ruiz «El Perdigón». A los tres los llevaron al cementerio y los mataron (el 23 de enero de 1942).
Otros dos huidos de Villarta de los Montes acompañaron al «Comandante» por tierras de Toledo, «Gabino» y «Chavito». Este último (Casimiro Chaves Romero, pastor, ex teniente de milicias) tuvo que huir al monte para no acabar en la ya citada Hoya de Fernando. En represalia, el capitán Federico Chacón Cuesta ejecutó públicamente a su hermano Manuel (el cuatro de octubre de 1941, a las dos de la tarde). Somatenes y guardias formaron el pelotón y le dijeron: «Echa a andar, que te vas para Rusia», y lo liquidaron.
En Badajoz se dio el rasgo curioso de que sus huidos y guerrilleros prefirieron luchar en las provincias vecinas (Cáceres, Toledo, Ciudad Real, Córdoba) y usaban su tierra como zona de paso. Los del rincón Noreste o Siberia extremeña (Villarta de los Montes, Fuenlabrada de los Montes, Herrera del Duque, Puebla de Alcocer, Navalvillar, Talarrubias) se mezclaban con los huidos colindantes de Cáceres, Toledo y Ciudad Real. Entre los primeros líderes de Badajoz cabe mencionar al joven «Chaquetalarga», Joaquín Ventas Cita, de Fuenlabrada de los Montes. No se entregó al acabar la contienda, sino que permaneció unos meses escondido en su casa, «emparedado» tras unos tabiques falsos; pero fue descubierto y recluido en Herrera del Duque. Antes de que se consumara la pena de muerte, se evadió por las cloacas el 12 de marzo de 1940, junto con el «Comandante». Pronto pasó a Porzuna (C. Real), donde su primo Juan Cita cultivaba una huerta. Este punto de apoyo quedó al descubierto en 1942, cuando el seis de septiembre los represores le aplicaron la «ley de fugas» a Feliciano Ventas, padre de «Chaquetalarga», que se acercó a Porzuna a ver a su hijo. Este, al mismo tiempo visitaba la zona cacereña de Guadalupe y Las Villuercas. En Alia conquistó en enero de 1941 una compañera sentimental: la campesina María Rodríguez «La Goyoría». Fue un huido valeroso, astuto y escurridizo ante los represores. Militaba en las JSU y al llegar la organización guerrillera en 1944 tomó el sobrenombre de «Carrillo».
De Navalvillar de Pela era Valentín Jiménez Gallardo. Quiso rehacer su vida al verse libre en 1940, pero los falangistas de su pueblo no lo permitieron y no le quedó más opción que el monte, como a tantos otros. En marzo de 1940 Valentín y siete paisanos salieron libres de la cárcel de Trujillo. Al llegar a Navalvillar, los apresaron de nuevo, los apalearon y los llevaron a la cárcel de Puebla de Alcocer. Viéndose abocados a la muerte, el 23 de junio de 1940 formaron parte de una fuga de doce presos, de donde surgieron dos grupos de huidos: el de Valentín y el de «El Colorao» o «Barbero de Pela» (Aquilino Calvo Sánchez). Gabino González, de Villarta de los Montes, fue otro de los obligados por los vencedores a echarse al monte: salió libre en 1 942 de la cárcel de Mérida, pero cuando se dirigía a su pueblo, se enteró de que lo estaban esperando para apalearlo y encausarlo de nuevo. No tuvo más salida que refugiarse en las sierras. En represalia, a su hermana Porfiria la tuvieron dando tumbos por las cárceles de Villarta, Talarrubias y Mérida. A su hermana Blasa la obligaron, durante dos años, a recorrer los montes, dando voces a Gabino, para que se entregara. Luego acabó en la cárcel, lo mismo que los padres. A un tío de Gabino, Emiliano, la contrapartida le arrasó los cultivos y le incendió el granero, dejándolo en la ruina.
Al sur de Badajoz se encuentra el pueblo de Malcocinado. Aquí surgió hacia 1940 otro joven y célebre huido: «El Chato de Malcocinado» (Juan Manuel García Martínez). Fue otro caso de rebeldía y miedo ante los métodos del nuevo orden. Este joven apolítico se enredó un día en una pendencia en la taberna. Lo apresaron, lo apalearon y lo amenazaron con pegarle cuatro tiros. Se asustó, huyó del arresto municipal y se echó al monte. Poco después se le unió su novia (Josefa Bermejo Grueso) y se puso al frente de un grupo de huidos extremeños que actuaron en el triángulo limítrofe de Córdoba, Badajoz y Sevilla, en la sierra de Guadalcanal y Alanís. Aquí acabó «El Chato» su vida en fecha imprecisa de finales de 1944. Su compañera se salvó y se camufló en Sevilla. Casi todos sus seguidores fueron cayendo antes que el jefe, menos «El Chato de Huelva» y su compañera Sagrario Vera, que cayeron a mediados de 1945.
Uno de los grupos del «Chato de Malcocinado» lo mandaba «El Tripas» (José Martínez Campos), con tres de Calalla de la Sierra (Sevilla): Carmelo Romero «Pinche», José Salvador González «Cañazo» y el cuñado de este, José Jiménez. Acabaron envenenados con leche por un pastor en el barranco Los Torneros (El Pedroso, Sevilla), el 20 de octubre de 1944. Cuando llegó la Guardia Civil, se limitó a tirotear los cadáveres para simular un «encuentro»[215]. El veneno lo habían preparado en una farmacia de Cazalla, y fue una estratagema del capitán Ramón Martínez Jiménez y del entonces cabo de contrapartida José Ruano. La versión oficial sobre el supuesto cerco y tiroteo parece que no es cierta.
Por último, en la zona de Cabeza del Buey también fue tomando cuerpo un grupo de huidos, como «El Yamba», «Larcte», «El Mera», Emilio Cabrera «El Chispa», Adelardo Tena «Timochenko» y otros. De Guareña eran Eusebio Liborio «Lavija» y Fernando Maraña «El Joven». De Castilblanco, «El Cuquillo» (Eugenio Herrera, fundador de la Casa del Pueblo en su pueblo, evadido de la prisión de Chillón). Todos estos pasaron luego a la 2.ª Agrupación de Ciudad Real en 1945. Otros muchos huidos de Badajoz habían ido cayendo en los primeros meses de la posguerra, evadidos de cárceles (Don Benito y otras) o del célebre campo de concentración de Castuera. Muchos de ellos perecieron pronto, en su vano intento de alcanzar las vecinas sierras de Cáceres.
El fenómeno de los huidos en Cáceres presenta rasgos más atípicos aún. La provincia, zona franquista durante la guerra, ya había sido sometida a la consiguiente operación de «limpieza». Por tanto, en 1939 no se produjo aquí movimiento de huidos, sino a finales de 1940, de procedencia foránea. El seis de diciembre entraron hacia Las Villuercas, desde Casas de Don Pedro, unos 40 huidos, la mayoría de Córdoba y Badajoz, que venían muy perseguidos en sus zonas de origen. Esta simple noticia desató las iras del teniente coronel Gómez Cantos, jefe de la Comandancia de Cáceres, y decidió aplicar el «paseo» a 30 vecinos de Cañamero y Logrosán, el ocho de diciembre de 1940, con el objetivo de poner un dique de terror a la llegada de los citados 40 huidos forasteros, entre los que enseguida destacó «El Francés», evadido de Hinojosa del Duque (Córdoba). Otro de los huidos foráneos que aterrizó por Cáceres fue el toledano «Quincoces» (Jesús Gómez Recio, ex alcalde socialista de Aldeanueva), en unión de su hermano «Quijote» y «El Soli», los tres evadidos de la cárcel de su pueblo. Pronto se les unieron dos hijos, un sobrino y otros vecinos del mismo pueblo. Actuaron entre Cáceres y Toledo.
La presencia de estos grupos foráneos originó pronto la incorporación de huidos autóctonos, a partir de las redes de enlaces que iban siendo descubiertas. A menudo, familias enteras tuvieron que huir al monte, como los hermanos María, Paula y Aurelio Rodríguez Juárez (los «Coyorías»), de Alia, que se incorporaron en 1941. Familias enteras se negaban a caer en las garras del régimen. En 1943 se incorporó la familia de «Los Jopos», de Navatrasierra. Y en el mismo año, los cinco hermanos Barroso Escudero, de Bohonal de Ibor. En 1944, tres mujeres de Bohonal de Ibor huyeron al monte al amparo de sus novios. Por las mismas fechas se echó al monte otra mujer, Eugenia Monje Ocampo, de Carrascalejo, que fue compañera de «Patato» o «Bienvenido». Entre los maquis autóctonos de Cáceres destacaron dos de Carrascalejo, huidos juntos en 1940: «El Jabato» (Timoteo Rodríguez) y «El Madroño» (Pedro Sebastián), además de «Durruti» (Eusebio Moreno Marcos, de Navalmoral de la Mata, huido en 1944), entre otros. A finales de octubre de 1944 llegaron a la zona de Castañar de Ibor tres importantes huidos, evadidos de la Colonia Penitenciaria de Talavera: «Veneno» (Francisco Blancas Pino), «Tito» (Gerardo Donato) y «Romero» (Ambrosio Fernández); este último, de Castañar de Ibor, donde un tío suyo era enlace de los del monte.
En Córdoba, bastantes grupos de huidos empezaron a poblar las sierras desde 1939. En Adamuz surgió el grupo socialista de «Romera» y «Perico el Manco». En Villanueva de Córdoba, los comunistas Julián Caballero (ex alcalde del Frente Popular en su pueblo. Contó con la presencia de M.ª Josefa López Garrido «La Mojea»), «Los Parrilleros» (donde actuó Manuela Díaz Cabezas), el grupo de «El Ratón» y «Marcelina», «El Perica» y otros. De Villafranca huyó «El Álvarez», que había escapado del «tren de la muerte», cuando lo traían a fusilar desde Burgos a Córdoba. De Bujalance no se entregaron los hermanos «Jubiles» (Francisco, Juan y Sebastián Rodríguez Muñoz, de la CNT), que habían sido oficiales en el Ejército republicano. Junto a ellos reunieron unos 25 huidos, que fueron cayendo poco a poco víctimas de la persecución, hasta el desastre final en el cortijo Mojapiés (Montoro), el seis de enero de 1944.
Bastantes anarquistas se convirtieron en huidos en su feudo de Villaviciosa y en algunas aldeas de Fuenteovejuna, como los tres hermanos de «La Porrada»: Bernabé, Domingo y Cornelio Caballero Calvo. En Santa Eufemia, destacó el anarquista «Teniente Veneno» (Norberto Castillejo) y algún anarquista más. En El Viso surgió «Lazarete», un evadido de Hinojosa del Duque con pena de muerte, rebelde innato, inadaptado al nuevo orden, pero con poca formación ideológica, el cual organizó un grupo pintoresco, con su esposa, sobrinos y algunos convecinos, como José Murillo «Ríos».
En la parte occidental del norte de Córdoba llama la atención el nutrido contingente de huidos de Hinojosa del Duque y de Belalcázar, la mayoría procedentes de sendas evasiones de las cárceles locales. El cuatro de agosto de 1939 ocurrió la evasión de Belalcázar, con 15 condenados a muerte, que se ocultaron en la sierra, entre ellos algunos dirigentes importantes, como Dionisio Castellanos «Palomo», Antero Paredes «El Fiscal», Manuel García Peco «Quivicán» y Ángel Torrico «Largo de la Carmela» o «Gitano» (futuro ejecutor del sargento Ruano). La otra gran evasión se produjo en las primeras horas del primero de septiembre de 1940, con unos veinte evadidos, y algunos serían líderes importantes, como Pedro José Marquino Monje «El Francés», Manuel Hidalgo Medina «Bellota», Francisco Vigara Mesa «El León», Francisco Corchado «Lazarete» y otros. Existió otra evasión en Pueblonuevo del Terrible, que aportó huidos a la zona de Fuenteovejuna y cuenca de Peñarroya. De todo ello se deduce que las estribaciones cordobesas de Sierra Morena contemplaron en su seno un considerable bullicio de huidos desde 1939[216].
Tres sucesos represivos llaman especialmente la atención en Córdoba durante el período de huidos. Primero, la matanza de Cerro Coscojo (Los Blázquez), cerca del río Zújar, en el límite con Badajoz. El once de mayo de 1942 se hallaba el grueso de la partida del toledano «Corruco» (Eugenio Collado Rodríguez) en ese cerro, cuando un joven pastor, Manuel Villaseca, se percató del hecho y, con disimulo, se alejó y dio cuenta a la Guardia Civil de Los Blázquez. Sólo había allí cuatro números, que no dudaron en lanzarse a la aventura. Trabaron tiroteo con los huidos desprevenidos, que se hallaban almorzando, mientras el centinela (Fernando Maraña «El Joven», de Guareña) disparaba contra los guardias. Como balance, nueve cadáveres: tres guardias y seis huidos («Corruco», «El Cachizo», «El Ciato», «El Bizco» y dos desconocidos). El cuarto guardia, herido. De los huidos se salvaron: «El Joven», «Palomo» y «El Fiscal».
No menos impresionante fue la matanza de «Los Jubiles» (de Bujalance), el seis de enero de 1944, en el cortijo Mojapiés (Montoro). Delatados por Juan Olmo «El Abisinio» (infiltrado por la Guardia Civil en la partida) y cercados por numerosa fuerza, fueron abatidos conforme salían disparando para romper el cerco. Entre la casa y los olivos quedaron seis cadáveres: dos hermanos «Jubiles» (Francisco y Sebastián Rodríguez), Tomás Martínez, Antonio Castilla «Bigotín», Miguel Morales «Payaso» y Manuel Jiménez. «Gato». Como prisionero: el joven José Moreno Salazar. Con este desastre cayó el santo y seña de la CNT de la campiña cordobesa.
Por último, a finales de 1944, el 20 de diciembre, fueron capturados en el cortijo Los Herraderos (Fuencaliente, Ciudad Real) los componentes del grupo «Los Parrilleros»: Alfonso Díaz Cabezas, su hermana Manuela y José A. Cepas Silva, los tres de Villanueva de Córdoba. El que hacía de jefe, Inocencio Bernabé Díaz, logró escabullirse en el tiroteo y acabó alcanzando la frontera francesa. Otro miembro de la partida, Miguel López Cabezas, había perecido en febrero del mismo año, al llegar al cortijo del Tibio (Fuencaliente), donde se ocultaba un destacamento de la Guardia Civil. Los tres capturados pasaron a consejo de guerra en Madrid, con resultado de pena de muerte. A Manuela le fue conmutada. Alfonso y José A. Cepas acabaron fusilados en circunstancias tristemente célebres: al lado de Cristino García, el 21 de febrero de 1946. Doce resistentes contra la dictadura, cuya muerte desató protestas internacionales y el cierre de la frontera francesa.
No menos agitado aparecía el corazón de Sierra Morena en Jaén, cuyo núcleo de huidos también procedía de evasiones de las cárceles. De Alcalá la Real se escapó en 1940 el célebre «Cencerro» (Tomás Villén Roldan, de Castillo Locubín, comunista). De la prisión de Santa Úrsula (Jaén capital) se fugó en agosto de 1940 el comandante republicano José Zarco y sus doce compañeros, cuya vida en la sierra fue efímera. De la prisión de Santa Clara, en la misma capital, se fugaron en 1942 los socialistas Catena y «Pajuelas», que formaron pareja en la sierra. En la prisión provincial se produjo en 1941 un intento frustrado de evasión, que terminó con cinco fusilados en el patio de la prisión, En la de Úbeda se fugaron Marcelino Ojeda y Antonio Cano[217]. El maquis más representativo de Jaén fue el citado «Cencerro», que actuó en la sierra Sur de la provincia. Después destacó el socialista «Vidrio» (Francisco Osuna, vecino de Marmolejo) y el grupo de Marmolejo, donde se encontraba también Baldomero «Buengusto», Manuel «El Portugués» y los cordobeses de Cárdena, Juan Cachinero «El Obispo» y sus primos «Los Cerrinegros» (Juan y José Cachinero). Casi todos fueron empujados a la sierra por la furia de los falangistas locales, que se dedicaron a torturar a los presos y a dar palizas a diestro y siniestro. «El Vidrio» se había entregado al acabar la guerra, pero recibió tal paliza por la Guardia Civil en la cárcel de Marmolejo que estuvo al borde de la muerte, y en cuanto pudo se echó al monte[218]. Juan «Cerrinegro» había sido torturado y apresado al final de la guerra. Quedó en libertad en noviembre de 1941, volvió a su pueblo (Cárdena, Córdoba) y empezó a trabajar en el campo. No lo dejaron, como a tantos, rehacer su vida. En vísperas de Navidad lo llamaron al cuartel de la Guardia Civil, y entonces, temiendo el calvario habitual, decidió huir a la sierra. Al día siguiente se le unió su hermano José, por simple solidaridad, el cual había pertenecido a los «Niños de la noche» durante la guerra. A los tres meses (el cuatro de marzo de 1942) los cercó la Guardia Civil junto al río Yeguas (linde entre Córdoba y Jaén). En el tiroteo, Juan quedó muy mal herido y decidió suicidarse. Se arrojó al río Yeguas, pero como no se ahogaba, se cortó el cuello con una navaja. Fin demasiado trágico para un humilde jornalero del campo. Su hermano José perecería en 1944. Antes, en el verano de 1942, recibió en la sierra a su primo Juan «El Obispo», recién salido en libertad condicional, y al que empezaron a molestar de nuevo, por lo que también huyó al monte[219].
Por el occidente de Jaén actuaron también los cordobeses «Jubiles». Con todo, la chispa del maquis al sur de Jaén la encendieron los huidos granadinos, inedia docena, al mando de «Salsipuedes» (Manuel Castillo Capilla, de Benalúa de las Villas), un gran luchador republicano, que había sido capitán durante la guerra. Acabó sus días el diez de febrero de 1943, cuando guardias y somatenes cercaron su escondite en término de Valdepeñas de Jaén. Resistieron todo el día. Pudieron escapar tres compañeros, mientras él se quedó el último y pereció, pero llevándose por delante a un cabo. Su trayectoria había sido la de tantos otros: estuvo preso en Granada, lo soltaron en 1940, intentó rehacer su vida en el pueblo, pero le hicieron la vida imposible, sufriendo continuos registros y palizas, hasta que no le dejaron otra opción que echarse al monte. Entre sus compañeros granadinos destacaba Juan Garrido «Ollafría», de Colomera, pero desde 1942 se ausentaba de Jaén y prefería su tierra granadina. Los restos de estos grupos en el Sur de Jaén los recogió «Cencerro» en 1944 y dio forma a su numerosa y belicosa guerrilla.
En la parte suroriental, en Sierra Mágina, destacó el grupo de «Los Chaparros» (los hermanos Tomás, Francisco y Manuel García Fuentes, comunistas de Huelma). Se echaron a la sierra en 1939, temerosos de las represalias de los vencedores. Su vida fugitiva se limitó al período de huidos. Lo más llamativo del grupo fue el final truculento de Tomás, el 20 de agosto de 1944, en su escondite del cortijo Nicolasa (Huelma), donde lo protegía su amante Magdalena Aranda. Se ocultaba en un subterráneo perfectamente disimulado, hasta que una mañana salió creyéndose libre. Lo tirotearon y acabaron con él junto a una acequia. Cuando Magdalena salió llorando en ayuda de su amante, la ejecutaron sin contemplaciones[220]. De Bailen era Miguel Villarejo «El Perdiz», conocido cazador furtivo. Al ver que a sus amigos, sin haber cometido ningún desmán en la guerra, los fusilaban a todos, huyó a las sierras del río Jándula. Sobrevivió hasta 1950, año en el que decidió esconderse en su casa como un topo, y así permaneció hasta 1969, en que salió a la luz del día[221].
Se conocía poco la importancia de los huidos o resistencia pasiva en Ciudad Real. Sin embargo, toda Castilla–La Mancha estuvo marcada por este fenómeno. En Ciudad Real proliferaron los grupos de huidos procedentes de evasiones de cárceles y de campos de concentración. En la parte oriental deambuló hasta 1942 el grupo de «Los Chuchas», con algunos evadidos de la cárcel de Alhambra. Fueron cayendo pronto, pero no a manos de la Guardia Civil, sino por obra de adictos al régimen: guardas rurales y labradores derechistas o somatenes, lo que revela la implicación civil y del elemento paramilitar en la represión, reflejo de lo que Tuñón de Lara ha denominado «fascismo rural y católico» en España.
Otro grupo de evadidos de un campo de concentración hacía sus correrías por el sur de Ciudad Real, mandados por Víctor Cerezo Romero «El Víctor», pero acabaron pronto capturados, en junio de 1941. Por el Valle de Alcudia también anduvo «El Lastras» (Ángel Jiménez Santos, de Guadálmez), con algunos seguidores, y sobrevivieron hasta el verano de 1946. Gran importancia tuvo la evasión del Campo de Trabajo de Hato Blanco (Valle de Alcudia, junto al puerto de Niefla), el 29 de junio de 1943, de donde escaparon casi todos los presos del destacamento penal, unos 40, de los cuales unos pasaron a ocultarse como topos en sus domicilios y otros engrosaron las partidas de la sierra. De ahí escapó «El Lechuga», de Alamillo; «El Chepa», de Manzanares; Adelardo Tena, de Cabeza del Buey; Bienvenido Rubio, de Fuente el Fresno; etc. Por último, falta mencionar otros dos grupos de huidos en el occidente de Ciudad Real. El de «Manco de Agudo» (José Méndez Jaramago, de 24 años, vecino de Agudo), con su hermano Manuel «Parrala» o «Manolín» y otros. Por la zona de Porzuna y Piedrabuena actuó breve tiempo el pequeño grupo de «El Mera» (Claudio Jiménez Nieto, de Porzuna), evadido en 1942 de la prisión de Ciudad Real. Perecieron en mayo de 1944, cuando la contrapartida logró infiltrar en el grupo a un confidente, que los delató.
Por las tierras manchegas de Albacete el fenómeno de los huidos tuvo menos importancia, hasta que se propagó la consigna guerrillera en 1945. El fenómeno inicial de huidos se dio, sobre todo, en el sur de la provincia, en la sierra de Alcaraz. En 1940 empezó a vagar por los alrededores de Agramón, de donde era natural, Andrés Lara Duro «Larica», evadido de un Campo de Trabajo de Madrid. Logró sobrevivir hasta 1950. En 1943 se conocieron las andanzas de «El Granaíno» (Antonio Martínez Ortiz, de Baeza), con su novia Ramona Cuenca y dos más, vecinos de Santiago de la Espada (Jaén). Los capturaron, menos a «Granaíno», a mediados de 1944 en Elche de la Sierra y otros en Yeste. En el verano de 1942 fueron descubiertos en Villarrobledo varios topos, que llevaban tres años ocultos en sus domicilios: Santiago Cuesta García en la calle Flor (su esposa fingía que se hallaba en Francia) y Francisco Sahuquillo Rueda en la calle del Torno. Suponemos que acabarían fusilados. La represión franquista en Villarrobledo fue can sanguinaria que el maquis superviviente Antonio Esteban me asegura actualmente: «La guerrilla en Albacete no se puede explicar sin las matanzas de Villarrobledo en Los Barreros»[222], unos pozos de donde se extraía el barro para las tinajas del vino. Allí, en 1939, se aplicó el «paseo» a decenas y decenas de personas. Se les colocaba al borde de los pozos y recibían las descargas. Caían unos muertos y otros con vida, una tragedia represiva todavía sin investigar.
Una de las víctimas de Los Barreros fue el padre del célebre guerrillero «Chichango». Era un hombre de avanzada edad, Juan Moya Valero, lo sacaron con un grupo en la madrugada del 17 de abril de 1939 y desapareció en los trágicos pozos. Estas represalias marcaron fatalmente al hijo, como ya hemos visto en el caso similar del «Comandante Honorio». Sebastián Moya Moya «Chichango» fue llamado al servicio militar franquista. Como era norma al tratarse del hijo de un «rojo», lo clasificaron como «desafecto» y lo enviaron de recluta al peor destino: un Batallón Disciplinario de Trabajadores en Santoña, con un trato y condiciones infrahumanas (trabajos forzados como forma de represión, método que aplicó el nazi–fascismo en Europa). Acabó fugándose en 1941. Colocó su escondite en una casilla abandonada, a un kilómetro de Villarrobledo, donde excavó una galería. Mientras tanto, los represores se cebaban propinando palizas a su madre y a su novia. Otro evadido de campos de castigo franquistas (Batallón de Trabajadores en Reus) fue Juan Jiménez Hervás. Lo capturaron en Elche de la Sierra en agosto de 1943. En abril del mismo año había capturado cerca de Villatoya a dos evadidos del Campo de Trabajo de Belchite (Zaragoza), que regresaron al calor de su tierra en Albacete. Era Emilio Pérez Talavera «Escobero», de Alborea, y un compañero de Cáceres. Tiempo más tarde, en 1945, sería el pueblo castigado de Villarrobledo donde surgiría la guerrilla albaceteña.
En la cordillera Penibética (Granada–Málaga) el fenómeno de los huidos alcanzó gran importancia. Apenas se conoce que en 1937 surgieron grupos de huidos en Málaga, a raíz de la caída de la ciudad en febrero de ese año y a consecuencia de la oleada represiva que desencadenaron los franquistas. Por Ronda empezó a actuar en junio de 1937 el grupo de «El Tabarrito», que realizaron acciones contundentes y llegaron a eliminar a un teniente de la Guardia Civil. En 1939 se les unieron varios evadidos de la cárcel de Alora. Fueron cayendo poco a poco, hasta que en marzo de 1942 sucumbió «Tabarrito» en Yunquera (Málaga). También en 1937 surgió la partida de «Casares», en torno a Sierra Bermeja, y llegó a contar con una veintena de huidos. En abril de 1939 mataron a un cabo musulmán de Regulares[223]. Se movían entre Cádiz y Málaga, con frecuentes acciones de represalia, sobre todo entre Casares y Estepona. El jefe efectivo era «El Tejerina». No se sumaron nunca a la organización guerrillera.
Más significativo fue el grupo de «Manolo el Rubio» (Pablo Pérez Hidalgo, de Bobadilla, Málaga, 27 años, huido en 1939, comunista), con gran protagonismo en el maquis malagueño–gaditano, y después, como célebre topo durante 27 años[224]. En 1941 estuvo unido a «Los Morenos de Cortes». Fue madrugador en la organización guerrillera, porque en 1944 ya tenía a punto su «Agrupación Stalingrado» y recibía refuerzos por la playa de Paredones desde el Norte de África. En cuanto a «Los Morenos de Cortes» (los hermanos Francisco, Diego y Julián Moreno Barragán) aparecieron en mayo de 1940 en torno a Jimena de la Frontera (Cádiz). Una parte fueron capturados en Jerez en 1941. El resto actuó por Alcalá de los Gazules, Algeciras y Arcos de la Frontera.
Por Antequera surgió en 1939 el grupo de «El Narbo», con los hermanos «Chicón». En 1941 quedaron eliminados. En Marbella apareció en 1940 el grupo de «Marcelino» y «Palmero». Se entregaron al año siguiente. «El Pellejero» también surgió en 1940 en Marbella, media docena que sobrevivió cuatro o cinco años. En Teba y Árdales (Málaga) se echó al monte en 1940 el quinteto de «Diego el de la Justa», bien armados y violentos, con abundantes represalias y grandes golpes económicos. Lograron sobrevivir hasta mayo de 1949, en que sucumbieron en la Sierra Artijicas (Mollina, Málaga). Por las mismas fechas surgió en Coín el grupo de «El Rubio de Brecia». Se unieron un tiempo a «El Mandamás», de Cártama y Alhaurín de la Torre. En 1944 se separaron. «El Rubio» acabaría sus días a finales de 1946, en el Valle de Abdalajís, pero llevándose tres guardias por delante. «Mandamás» sucumbió en 1947 y tomaron el mando «Los Cazalleros». Acabaron eliminados en 1948 en la Sierra de Mijas, después de haber matado a un brigada. Ninguno de estos grupos, ni «Diego» ni «Brecia» ni «Mandamás» se sumaron a la organización guerrillera de 1945, a pesar de los intentos de Ramón Vías.
En 1941 surgió entre Coín y Alhaurín el Grande la nutrida partida de «El Perejil», con unos veinte miembros. En 1945 se les unieron «Los Manosfrías» (padre e hijo), y en ese año cayó «Perejil». Tomó el mando «Carasucia», el cual sí entró en la órbita guerrillera en 1946, protegiendo los desembarcos en Río de la Miel. Pereció en octubre de 1949 en Coín. En 1942 se echó al monte «El Sevilla» en Antequera, pero lo eliminaron enseguida. Y en 1943 surgió el grupo de «El Calderilla», por Archidona, Antequera y Casabermeja. Los represores acabaron con ellos en 1945.
Una partida interesante de Málaga fue la de «El Centurión», surgida en 1941 entre Nerja y Torre del Mar. Tras un tiempo de vida anodina, al llegar 1944 se convirtieron en pieza fundamental para los desembarcos y contactos con las infiltraciones guerrilleras desde el norte de África a Río de la Miel.
Otra incorporación importante en Málaga fue en 1944 la de Bernabé López Calle «Bernabé» o «Comandante Abril», de Montejaque, que estaba en libertad condicional desde 1942. Ex guardia civil anarquista, se hallaba destinado en 1936 en Antequera, se sumó a la defensa del gobierno constitucional de la República y llegó a ser comandante en la batalla de Teruel. Tras su huida, empezó a actuar en la Serranía de Ronda y pasó luego a Cádiz, al Campo de Gibraltar. Se le unieron dos hijos («Joseíto» y «Pedro el de Alcalá»). Llegó a tener gran importancia en la organización guerrillera.
En cuanto a Granada, un crecido número de huidos salpicó sus sierras, no sólo en las cercanías de la capital, sino también en la Alpujarra profunda, hasta Almería, y también en la comarca de Baza. Esta última zona no se sumó a las guerrillas. En general, se trataba de gran número de evadidos de cárceles y de campos de concentración que, como viene siendo habitual, acudían a la querencia de sus pueblos de origen y al amparo de familiares y conocidos. Destacó pronto el grupo de «El Yatero» (Francisco Medina García, 29 años, de Quéntar, comunista, ex capitán de la República, evadido del campo de concentración de Benalúa de Guadix). A él se unió «El Capitán Salcedo» (Jesús Salcedo, de Carayaca, Murcia, evadido de esa cárcel, también ex capitán republicano). En junio de 1940 se les unieron dos de los célebres hermanos Quero (Antonio y José Quero Robles, de la CNT), evadidos de la prisión de La Campana, en la capital. Otro evadido de la prisión provincial era «Tito». En 1941 se separaron «Los Queros». «Yatero» siguió próximo a la capital, y en ese año, tan tempranamente —algo apenas analizado por los historiadores—, ya entró en contacto con un activista del PCE, Francisco Rodríguez «El Sevilla», que se ocultaba en la capital, con la misión de organizar a los huidos del monte. No hubo frutos de momento. «Yatero» siguió una vida discreta, y en 1943–1944 mantuvo contactos con «Clares», «Los Queros» y «Ollafría», sin resultados. Su fama empezó en marzo de 1945, cuando en Tocón de Quemar acorralaron y dieron muerte a tres guardias civiles. Las incorporaciones se le multiplicaron. Después, en la guerrilla su estrella se eclipsó.
El grupo de huidos más legendario fue el de «Los Queros», un ignorado caso de guerrilla urbana en Granada capital, muy poco comentado. Durante años jugaron al escondite con la policía y la Guardia Civil en los barrios del Sacromonte y el Alhaicín. Además de los hermanos Antonio y José, en 1943 se les unió el tercer hermano, Francisco, evadido de un campo de concentración en Córdoba. También, «Antonio el de Güéjar» y «Mecánico», evadidos de un Batallón de Trabajadores en Punta Umbría (Huelva). La leyenda del grupo subió de tono cuando en ese año secuestraron al general Estrada, de Intendencia, mataron a un policía y a un confidente. El primero en caer fue José Quero, en noviembre de 1944, a manos de un paisano (el hijo de un industrial al que pretendían secuestrar). Su baja fue cubierta por el cuarto de los hermanos, Pedro, que llegó desde Francia. En la etapa guerrillera los veremos actuar como guerrilla urbana anarquista en la capital, bajo las directrices del «Comandante Villa», teórico de la CNT en este tipo de lucha, oculto en la capital. El movimiento de huidos en la Penibética y Costa del Sol fue extraordinario, por tanto. En toda la década —huidos y guerrilla—, no menos de 600 hombres inadaptados al nuevo orden corretearon estas sierras del extremo sur. Y ello, sin contar los de Sierra Morena ni los más de 500 abatidos en las sierras de Huelva en 1937. Estos últimos, estudiados por Francisco Espinosa[225], casi nunca han sido tenidos en cuenta en la historia de este fenómeno.
El norte de España fue otro foco importantísimo de huidos, fugitivos de la incipiente dictadura fascistizada. En Asturias, a la caída de las posiciones republicanas en 1937, las montañas se poblaron de unos 2000 huidos, la mayoría, luchadores de los batallones de Milicias de la República. Ya entonces los franquistas se lanzaron a su represión, aunque con poco éxito, mediante 15 Tabores de Regulares, ocho Batallones de Infantería y un grupo de obuses[226]. Una de las primeras partidas fue la de «Los Cepedales» (los cuatro hermanos Cepedal Fernández), del batallón «Silvino Moran», huidos en octubre de 1937 a los montes de Aller.
En 1937 surgió otro grupo de mucha relevancia: los hermanos Moran (Mario y Guillermo Moran García, de Olloniego), con un largo historial hasta 1948. Mario, socialista, y Guillermo, comunista, habían luchado en el batallón «Sangre de Octubre». También de Olloniego fue otro célebre huido y guerrillero, Marcelino Fernández Villanueva «El Gafas», socialista. Como represalia por su huida, los falangistas mataron en la noche del siete de noviembre de 1937 a seis personas, familiares y amigos de «El Gafas» (había perdido el ojo izquierdo a consecuencia de las torturas que sufrió por la represión de octubre de 1934). En el verano de 1939, los falangistas le fusilaron a su padrino. Otro grupo fue el de los hermanos Ríos (Arcadio Ríos, comunista, y César, socialista), a los que les fusilaron dos hermanos en abril de 1938, Manuel y Silvio[227].
Entre los socialistas del monte más nombrados, citemos al más conocido: José Mata, ex comandante del Batallón 64 en la batalla de Oviedo. Le ofrecieron escapar cuando la caída del frente, pero se negó, si no era con toda su gente. Todos huyeron al monte, por la zona de Tuilla. Sobrevivían mediante el recurso de las cartas «impositivas» a gente adinerada. Otro de los primeros huidos socialistas fue «Llaneza» (Arístides Llaneza Jove), ex jefe de un batallón de Milicias en el asedio de Oviedo. Se ocultó en la zona de Mieres y fue el primero que mantuvo contactos con la dirección del PSOE en el exilio. También participaba en la forma de supervivencia, no mediante atracos, sino a través de cartas y anónimos a los burgueses. Otro de los históricos del socialismo echado al monte fue «El Comandante Flórez», con «Romería» y otros, que actuaron por Pola de Laviana, a partir de 1941. En resumen, los socialistas más destacados en la montaña (según el que fue enlace de información, Nicanor Rozada) eran: José Mata, Manuel Flórez, «Lele», Arístides Llaneza, Urso Arguelles, «Faelón», Marcelino Fernández Villanueva, César Ríos y Mario Moran. Estos tres últimos se pasaron a la zona Orense–León, donde organizaron la conocida Federación de Guerrillas[228].
En cuanto a los comunistas, desde el primer momento se hallaban en el monte «Los Castiellos» (los hermanos Octavio, Eduardo y Corsino Castiello García, naturales de Peón). Los dos últimos tuvieron una larga trayectoria, hasta la tragedia de enero 1948. Por otra parte, estaban «Los Caxigales» (hermanos Manuel, ex sargento, más político, y Aurelio Díaz González, más impulsivo). Naturales de Caxigal, fueron protagonistas de la guerrilla. En Sotrondio nació otro conocido guerrillero, Onofre García Uribelarrea. De Soto Lorio era el no menos conocido Lisardo García (ex teniente de la guerra), que llevó una vida independiente e indisciplinada. Más comedido era su hermano Antonio, que murió de accidente, al disparársele fortuitamente su arma. Un comunista moderado fue «Feria» (Baldomero Fernández Ladreda), ex mayor de Milicias. Algunos quisieron ponerlo de jefe, pero carecía de cualidades y ejerció tal cometido Constante Zapico «Bóger».
En la ría de Pravia surgió el grupo de «Pin de Dimas» (José Fernández). Lo habían detenido en abril de 1939, pero se fugó del Campo de Trabajo de Regiones Devastadas en San Esteban de Pravia. Tras unos años de vida discreta, reapareció en el verano de 1946. En 1941 se echó al monte «El Sacatripas» (Benjamín Cuéllar), pero lo eliminaron en noviembre. En 1944 cayó el grupo de «El Alegría», surgido en Cangas de Onís en 1941. Por último, citemos a «Santeiro» (Serafín Fernández Ramón), que actuó al occidente de Asturias, cerca de Lugo y también visitante de León, donde captó a algunos evadidos del Destacamento Penal de Fabero.
A finales de 1942 se atisban ya en Asturias las primeras iniciativas de organización guerrillera, cuando el PSOE da los primeros pasos para controlar políticamente a las partidas asturianas. Ya que al mismo tiempo soplan los aires frentistas de Unión Nacional, el estado de ánimo era propicio para la creación inicial de un organismo unitario: el Comité de Milicias Antifascistas (CMA), que Heine sitúa en 1942[229] y Aguado en 1943, el 15 de agosto, en una reunión en Soto de Ribera[230]. A continuación inició el PCE las tareas de captación para su política de UNE. De ello se encargó Antonio García Buendía «Madriles», creador y presidente de la junta provincial de UNE en Asturias en 1943–1944. El CMA tuvo vida efímera. Los socialistas crearon en 1945 otro organismo propio: el Comité del Monte, con José Mata, «Llaneza», «Elórez» y Manuel Fernández Casas «Lele», pero ya con un matiz cada vez más político y menos guerrillero[231].
En Santander hubo otro foco de resistencia pasiva en el monte, a raíz del hundimiento del frente republicano en agosto de 1937. Entre los primeros huidos estaba «Joselón» (José López Ruiz), fugado del campo de concentración de Pontejos. Se le unieron los hermanos José Luis y Josefa Quintana Llamosa. Sobrevivieron hasta 1947, cuando en agosto los cercaron en su cueva y los eliminaron, pero antes acabaron con la vida de un sargento y un guardia, dejando herido a un capitán. Otro de los primeros huidos fue «El Hijo del Practicante de Los Carabeos» (Juan Gil del Amo, de Izquierda Republicana), que anduvo por Reinosa, al frente de una veintena de soldados republicanos. Sufrieron una encerrona el dos de julio de 1941 en Ahedo de Las Pueblas (Burgos), donde pereció Gil del Amo y otros cuatro, más cuatro detenidos, a los que ejecutaron en Burgos seis días después[232].
Del grupo de Potes era Mauro Roiz Sánchez, ex comandante republicano, con una docena de huidos. Lo capturaron en 1941. Destacado entre los huidos y guerrilleros santanderinos fue Ceferino Roiz «Machado», nacido en La Hermida–Peñarrubia, de la CNT, evadido del campo de concentración de Potes, eme tuvo como lugar de actuación los Picos de Europa (occidente de la provincia). Más tarde se le unió el célebre «Juanín» (Juan Fernández Avala), también evadido de Potes, de donde era natural. En 1943 se denominaron: Brigada «Picos de Europa». Uno de los enlaces de «Machado» en Rábago, desde 1939, fue Jesús de Cos Borbolla y toda su familia. Delatado este cuando hacía el servicio militar en El Ferrol (1945), fue enviado al calabozo y torturado, a raíz de la caída entonces de la organización comunista de Santander, pero logró escapar del hospital militar y se hizo guerrillero a las órdenes de Santiago Rey, en septiembre de aquel año (a «Machado» lo habían eliminado en abril de 1945)[233]. Como en tantos casos, la decisión del joven Jesús de Cos iba precedida de un espantoso calvario familiar: su padre Donato había sido liquidado a palos en el campo nazi de Gussen en 1941. Su tío José había sido ejecutado a garrote vil en Santander en 1938. Su tío Eulogio, encarcelado y torturado en Torrelavega, murió al salir de la cárcel por las secuelas de la tortura. Siempre el escenario de fondo de miles de familias perseguidas y acosadas por la dictadura.
Otro de los cántabros carismáticos fue «Pin el Cariñoso» (José Lavín Cobo), de la CNT, ex sargento del Batallón «Libertad». Anduvo por el Valle del Pas. Se le unieron sus hermanos Belisario y Pedro, y su prima Dolores Lavín. En octubre 1941, delatado por un tal Escalante, «El Cariñoso» fue cercado y eliminado en su escondite en la calle Santa Lucía, 44, de Santander, casa de su compañera María Solano, la cual fue detenida y torturada. A la madre de ella la fusilaron en el cementerio de Santander. A continuación, cayeron otros tres del grupo (su hermano Pedro, su prima Dolores y Marcos Lavín «Melena») en el barrio Campogiro (Santander). Escapó Rafael «El Ferroviario», que reconstruyó la partida en 1943. Después tomó el mando Raimundo «El lampa», que bautizó al grupo como «Guerrilleros del Norte», luego Agrupación Asturias–Santander.
En Galicia, nada más producirse el golpe militar de 1936, se desencadenó una represión demoledora, apenas estudiada y desconocida, pero de la que se poseen indicios escandalosos. La consecuencia fue una oleada de huidos a los montes, tal vez la mayor de toda España. Heine ofrece una cita del periódico de las Brigadas internacionales, según la cual, unos 3000 huidos (quizá excesivo) actuaban por Viana del Bollo en el otoño de 1937[234]. En el verano del mismo año, el comandante militar de Orense insistía en telegramas al jefe del Ejército del Norte franquista, para que le devolvieran los 180 guardias civiles que se habían llevado, a fin de hacer frente al incordio de los huidos.
En Pontevedra menudean los grupos de huidos ya desde 1936, sobre todo en la zona de cierta implantación comunista de Vigo y Tuy. En esta última, nada más estallar el golpe, surgió el grupo de «El maestro armero», un tal Azulmendi, con «Santiaguiño», los hermanos «Platilleros» y alguno más, que a las pocas semanas fueron eliminados. Y en las cercanías de Vigo aparecieron en el verano trágico al menos tres grupos: «El Petrillas» (con media docena más, sobrevivieron hasta 1939, año en que fueron capturados y ejecutados), «El Farrapillas» (eliminados en julio de 1937, al descubrirse la cueva en que se refugiaban) y «El Cachopas» (acabaron entregándose, pero al jefe lo fusilaron)[235].
En 1937 siguieron apareciendo nuevos fugitivos de la represión en Pontevedra, como el grupo de «Lolito» (Manuel Pintado). En noviembre de 1938 fueron capturados. También de 1937 era «El Grupo de Puenteáreas», que acabó eliminado en un «encuentro» con la Guardia Civil en marzo de 1938, después de dar muerte a un brigada. Más significativo fue el grupo de «El Maletas» (Rogelio García Morales, su hermano José y otros), que actuó desde 1938 entre Redondela y Vigo. En octubre de 1939 pereció Rogelio en Vila–Redondela, a manos de un tal Constante Casas, destacado en los «paseos» contra personas de izquierdas y al que los huidos pretendieron dar su merecido, pero el sanguinario falangista, que estaba prevenido, se adelantó y mató al «Maletas». Su hermano José reorganizó la partida en 1940, y luego tomó el mando «Xanote» (Manuel Simón). A punto ya de integrarse en la guerrilla comunista de 1945, sucumbieron José «Maletas» y otro en un tiroteo en el monte Sarmogoso, a mediados de agosto, más dos capturados, que fueron ejecutados a garrote vil. Por último, en la zona de Lalín se echó al monte en 1939 «El Largo», al que mataron a finales del mismo año. Sus últimos seguidores sucumbieron en 1941, cercados en su escondite de Pedroso–Rodeiro.
En Orense destacó primeramente entre los huidos, a finales de 1936, el célebre «Bailarín» (Manuel Álvarez Arias, de Casayo, cartero, comunista). Buscó amparo en la sierra del Eje (entre Orense y León) y se hizo acompañar enseguida de un nutrido grupo de unos 30 huidos, como «El Ánimas» (José Vega Seoane, de Jares), Alfredo Yáñez «Aguirre» y Domingo Rodríguez «Xirolo», de Soulecín, con sus cinco hermanos: Rogelio, Sebastián, Alfonso, Antonia y Consuelo. A raíz de la huida de los tres varones primeros, los falangistas de Soulecín empezaron a hacer la vida imposible a la familia, motivando que otro hermano, Alfonso, tuviera que huir al monte. Entonces los falangistas fueron a lo derecho y asesinaron a sus padres, dejando huérfanas a Antonia y Consuelo. Los hermanos bajaron del monte y se las llevaron consigo[236]. Aguado Sánchez las injuria y difama en su libro, diciendo que se dedicaban a «animar» la cama de todo el grupo[237], agravio que repite en todo el libro siempre que alude a alguna mujer en la sierra.
El final de «El Bailarín» no pudo ser más deshonroso. En el verano de 1940, cuando gran número de huidos de la zona de Casayo se hallaban en un segundo intento de evasión al extranjero por Portugal, tramó traicionarlos y se puso a disposición de los represores. Pero no pudo cumplir sus promesas, porque perdió el contacto con los compañeros. Lo detuvieron, lo llevaron a consejo de guerra a Orense y lo fusilaron.
En 1940 surgió la partida de «Aguirre» (Alfredo Yáñez, comunista), con «El Ánimas» y los restos dispersos que dejó «El Bailarín». Procedían casi todos de Jares (Orense) y se movían entre el extremo oriental de Orense (Barco de Valdeorras, Viana del Bollo, La Gudiña) y la vecina León (Cabrera, Ponferrada). Luego, se desintegraron, y algunos se ocultaron en Portugal, donde acabó eliminado «Aguirre» en 1947.
En 1940 hizo acto de presencia el «Grupo de los Enmascarados»: cinco hombres y una mujer apodada «La Rubia». Actuaron a menudo en conexión con «Aguirre», al sur de Barco de Valdeorras (Correjanes, Santa Eulalia). Sucumbieron en 1942. Otro grupo, el de Mario Rodríguez Losada «Langullo» o «Pinche» (de Langullo–Manzaneda, comunista, pero independiente), anduvo con «El Puerco» y otros por la sierra de San Mames. Se echó al monte en julio de 1936, cuando tenía 22 años. En represalia, los falangistas de Langullo, azuzados por el párroco, dieron el «paseo» a su padre, Juan Rodríguez, un hombre bondadoso, socialista, que había sido alcalde del Frente Popular. «El Pinche» tomó renombre en marzo de 1941, cuando consumó la venganza y muerte del párroco de Cesures–Manzaneda, don Manuel Fernández, cuya cabeza pasearon por toda la comarca. De su libro de memorias traducimos sus palabras: «tomé la decisión de castigar a los asesinos de mi padre y sobre todo al párroco de Cesures, en el concejo de Manzaneda, principal responsable del asesinato cometido el 10 de abril de 1937, que fue el instigador del crimen y que no paró hasta conseguir su propósito»[238]. Llegaron cinco a su casa y le pidieron dinero. El cura se negó en redondo. Entonces «El Pinche» lo mató a tiros. Luego, otro de la partida le cortó la cabeza y se la llevaron (no murió degollado como afirma Aguado). El que pagó los platos rotos de aquello fue Manuel García Rodríguez «El Puerco», detenido en 1958 y ejecutado a garrote vil. Sin embargo, «El Pinche» logró mantener en secreto su escondite hasta 1968, en que pudo escapar a Francia. Regresó en 1979 y pasó en su tierra los últimos siete años de su vida. Todo un personaje, como tantos otros casi ignotos, al que acabamos de conocer gracias a su libro de memorias.
Como caso significativo conviene señalar, actuando entre Orense y Portugal, dos partidas de huidos portugueses en su mayoría, inadaptados a la dictadura «hermana», la de Salazar, surgidas en 1940, con la ayuda de la ADP (Alianza Democrática de Portugal). Una era la partida de «Manolo Diente de Oro», asturiano, con unos doce seguidores, entre ellos cuatro contrabandistas y su madre (Rosa Alves «La Africana», de Riveiro de Abajo, Portugal), a la que Aguado tacha, como no podía ser menos, de «querida» del jefe. Otro componente era Ramón Yáñez «El Médico», ex policía de la Generalitat en Barcelona. Sucumbió en 1943 cerca de Celanova (Orense). «Diente de Oro» fue abatido antes (en Villa de Castro, Portugal). En segundo lugar, al Sur de Verín (Orense) hizo incursiones desde Portugal la partida de «Los Cucos», que en los límites zamoranos mataron a un guardia civil. Fueron cayendo en el país vecino, los últimos en 1945. Otro de los grupos orensanos (comarca de Muiños) fue el de Albino Gómez Rodríguez «El Moreiras», que también contaba con represaliados políticos portugueses en sus filas. Con todo, el grupo más combativo y politizado del sur de Orense fue el de Manuel Álvarez Silva, en contacto con el comité provincial del PCE. Realizaron acciones de sabotaje y eliminaron a adictos del régimen, como varios jefes de FET y al párroco de Maizará en 1945. Finalmente, a comienzos de este mismo año surgió en la comarca de Verín el grupo de Demetrio García Álvarez, donde estuvo Jesús Girón, hermano menor del célebre leonés. Estas tres últimas partidas fueron las únicas con que pudo contar el PCE para fundar la II Agrupación[239].
En cuanto a Lugo, su panorama fugitivo y guerrillero mantuvo muchas interferencias con las limítrofes Asturias y León. Como en las demás provincias gallegas, su caterva de huidos se inició en los días del golpe militar, por ejemplo en la fuga masiva de la prisión de Becerrea en 1936, entre los que sobresalía como cabecilla «El Torallo» (Antonio Ulloa Regueiro), que sucumbió en septiembre de 1942 en los montes de su aldea, Torallo. En el verano de 1937 se echó al monte por la zona de Castroverde un alférez provisional que desertó de la Legión y formó grupo con huidos del frente asturiano. Pronto fueron abatidos, pero antes acabaron con la vida de un guardia y un brigada. El teniente Castro Lebón cayó en otro tiroteo con huidos no identificados en 1939.
Con frecuencia huyeron al monte familias enteras, de las que hemos citado bastantes casos. En San Miguel de Cervantes (Lugo) huyó la familia Gutiérrez Alba: cuatro hermanos (Jovino, Abelardo, Baldomero y Domitila), además de la madre de estos, llamada Consuelo. A partir de 1940 se detectan por Mondoñedo las andanzas del huido Luis Trigo «Guardarríos», socialista. Sobrevivió hasta 1948, en que lo abatió la Guardia Civil. Entre sus acciones de venganza estuvo la liquidación (1939 o 1940) del falangista Eladio Teijeiro que, junto con su hermano médico, dirigieron la represión que atormentó la comarca de Eoz en el verano de 1936. En 1942 reorganizó su partida «El Abelardo» y merodeaba por Monforte de Lemos y Piedrafita del Cebrero. Entre sus represalias, el 23 de octubre ocuparon la aldea de Seoane y mataron a tiros al párroco don Benigno García, por su complicidad con el régimen. En 1944, su partida quedó casi desarticulada en varios tiroteos, en los que perecieron también dos cabos, pero «Abelardo» consiguió escapar a Francia en 1948 con «El Gafas».
Por otra parte, la provincia de Lugo se vio muy frecuentada por dos partidas de León: la de «Velasco» (a partir de 1940, por Cervantes, Piedrafita y Becerrea, con predilección por asaltar a los feriantes y a los viajeros de coches de línea), y la del «Santeiro», desde 1941, por la misma zona de Cervantes, actuando a menudo en unión de «Velasco». También solía refugiarse en Íbias (Asturias). Por último, desde La Coruña y desde 1938 ejercía influencia en Lugo (por Chantada y Monforte de Lemos) el célebre José Neira Fernández, de Ortigueira. También actuó por Viveiro «El Curuxas», de Toques (La Coruña). A mediados de 1938 estuvieron a punto de ser capturados en un pequeño bosque. Los represores les incendiaron el bosque, pero se salvaron sumergiéndose en el agua de un arroyo, hasta que pasaron las llamas.
La Coruña estuvo correteada también por un gran plantel de huidos, con una curiosa tendencia a ocultarse en refugios subterráneos a manera de campamentos, habilidad en la que ya destacó uno de sus primeros huidos: José Neira Fernández «El Neira», de profesión herrero, de la CNT. En 1940 su partida era la mejor organizada. Al año siguiente mandaba quince seguidores, entre los que se contaban hombres que después tendrían gran relieve, como Marcelino Rodríguez Fernández «Asturiano» o «Chispa», apodado luego «Marrofer», comunista, importante jefe guerrillero, que acabó desplazando a Neira, y se cree, además, que lo eliminó físicamente. En el grupo había campesinos y marineros de la zona de Viveiro, electricistas de El Ferrol, labradores, dos catalanes ex marineros del Almirante Cervera. A los colaboradores y enlaces, los falangistas los castigaban arrebatándoles una vaca u otro objeto de valor. Entonces, los huidos indemnizaban a sus enlaces, mediante una organización «de socorro», precisamente puesta en marcha por «Marrofer», antes de huir al monte[240].
Por la cuenca del río Eume anduvo «El Patitas» (José Vázquez Mauriz, de Mugardos, comunista), apodado así por la herida en una pierna que le causó su propia arma. A su lado estaban: Ramiro Carbón, Ramiro Martínez «El Zapatero», antiguo concejal de Cabanas, y otros escapados en el último momento de los exterminadores de Falange que azotaban estas tierras desde el verano de 1936. En tercer lugar, estaba el grupo de Manuel Freiré «El Cagallo», que se movía por Ortigueira. A continuación, el pequeño grupo del luego célebre «Foucellas» (Benigno Andrade García, de la CNT), al que acompañaban «El Emilio» («Claudio Beas»), «El Flores», Jesús Lavandeira, secretario de la CNT de Betanzos, y «El Teniente Freijo» (Lisardo Freijo, que había ostentado esa graduación en el frente asturiano). Finalmente, «El Curuxas» (Ramón Rodríguez Varela, de Toques, La Coruña, labrador de Palas de Rei) actuaba desde el comienzo de la guerra por los términos de Arzúa y Melide. La potente organización guerrillera gallega llevaría a cabo la militarización y encuadramiento de este gran número de partidas dispersas.
El también considerable número de huidos en León, desbandada iniciada ya en 1936, estuvo muy influido y dirigido por los huidos gallegos y asturianos. La provincia tuvo dos grandes zonas de huidos: la occidental (Ponferrada), en conexión con Galicia, y la oriental (Boñar), influida por Asturias. Una de las primeras partidas fue la Abelardo Macías «El Liebre», de Lago de Carucedo, donde en julio de 1939 llevó a cabo una venganza sangrienta, dando muerte a ocho personas. Luego entraron en contacto con los orensanos, asturianos y otros leoneses en los montes de Casayo. En 1941 «El Liebre» formó grupo con Abel Ares y César Ríos, estableciéndose en El Bierzo.
Mayor importancia tuvo el grupo de «Velasco» (David Fuentes Álvarez, de Vega de Valcarce, socialista), huido desde 1936. En 1940 hacía frecuentes incursiones a la provincia de Lugo, por los términos de Cervantes, Piedrafita y Becerrea, hasta que en 1941 fue eliminado en Valverde de Balboa. Otro grupo fue el de César Terrón, formado en 1938 en torno a Fabero y Valle de Aneares. El 30 de agosto de ese año «ajusticiaron» al párroco de Fresnedo, al que acusaban de inducir a los falangistas de Toreno, para que acabaran con el maestro de Finolledo, don Manuel Pérez Abad, al que dieron el «paseo» en septiembre de 1936[241]. Terrón cayó abatido tempranamente, en julio de 1940, en Villar de Acero. Tomó el mando «El Maestro», pero sucumbió con la mayoría de la partida en febrero de 1941, cerca de Cañedo. Otro grupo de huidos era el de los hermanos «Pitaciegas» (Salvador, Demetrio y Pedro Voces Canóniga), jornaleros de Villafranca del Bierzo. En 1943 se unieron a Serafín Fernández «El Santeiro».
La figura más sobresaliente del maquis leonés fue Manuel Girón, de Los Barrios de Salas, nacido en 1919, de una gran inteligencia natural, pero analfabeto (aprendió a leer en la sierra). Conocido en su pueblo como un diestro cazador, se echó al monte con su hermano José en el trágico verano de 1936. Marchó al frente de Asturias, donde luchó en la División Recalde, y actuó —muy significativo— como «Niño de la noche», realizando sabotajes en la retaguardia enemiga. Una vez derrumbado el frente asturiano regresó a su tierra, acompañado de su inseparable Marcelino de la Parra (de León capital, cenetista, también de la División Recalde). Otro de sus amigos sería Abel Ares, socialista de Toral de los Vados, conocido por su altura y corpulencia. Su lugar de merodeo fueron los montes de Casayo (Orense) y la comarca del Bierzo (León). A comienzos de 1940 conoció a otro de sus inseparables, el asturiano de Olloniego Marcelino Fernández Villanueva «El Gafas», a raíz de la primera expedición asturiana a Portugal a finales de 1939 («la expedición de Olloniego», porque de aquí eran sus componentes: «El Gafas», «El Capitán Fantasma», «El Pollón»). La falta de apoyos les obligó a salir de Portugal y regresar al punto de partida. Cuando pasaban por los montes de Casayo se encontraron con los del «Bailarín», que mostraron desconfianza, más pronto llegó Girón y recibió a los asturianos con los brazos abiertos, porque se conocían desde la lucha en el frente. Al reanudar estos asturianos su regreso, sufrieron tiroteo y «El Gafas» fue herido. Se quedó con Girón para su restablecimiento y los demás partieron, hasta que se organizó la segunda expedición de asturianos a Portugal («expedición de cueva La Osa», en La Nava, ribera del Nalón, iniciada el 16 de mayo de 1940, guiados por «El Joven»), en la cual venían: los hermanos Arcadio y César Ríos, y los hermanos Guillermo y Mario Moran García. Fracasado y lleno de desgracias este segundo intento de evasión, recalaron otra vez en los montes de Casayo y aquí se establecieron definitivamente, formando una pintoresca masa de huidos (gallegos, leoneses y asturianos). Eran los comienzos de 1941. A Girón se le dio la misión de formar una dirección ambulante (con «El Gafas», Parra y «Tameirón»), y se dedicaban a mantener la conexión entre los diferentes grupos, en continuo recorrido entre Casayo, La Cabrera y El Bierzo. Era ya el precedente de la inminente Federación de Guerrillas León–Galicia, de 1942.
En la parte oriental de León existió también otro foco de huidos por la zona de Boñar, con tres partidas principales surgidas antes de acabar la guerra: la de «Ramirón» (Ramiro de Cabo Arenas, de Vozmediano, minero socialista), la de «Los Arias» (los hermanos Casimiro y Amable Fernández Arias, mineros anarquistas, que habían luchado en el frente de Asturias) y el «Grupo de Orzonaga», de filiación socialista, que tomaban el nombre de este pueblo minero. En cuanto al grupo de «Ramirón», desde finales de 1942 tomó el mando el minero anarquista Calixto López Abad «Zara» o «Calixto», partidario de una lucha más enérgica. En cuanto a «Los Arias», en 1943 se les incorporaron varios asturianos (Lisardo García «Lisardo», Etelvino Fernández «Etelvino», Manuel Álvarez «Pelao»), que fortalecieron la línea socialista. A comienzos de 1945 aterrizó en esta zona la propaganda comunista, a través del enviado de Francia Manuel Ramos Rueda «Pelotas». Se hizo de una imprentilla, editó algún número de Lucha, reunió a las tres partidas citadas, pero no aceptaron su jefatura. Fracasado en tierras leonesas, «Pelotas» regresó a Francia. En cambio, en casi todo el resto de España, las partidas de huidos se hallaban ya encuadradas en la organización guerrillera del PCE, debiendo tener en cuenta que la guerrilla del Este y Levante fue una creación ex novo, porque ahí el fenómeno previo de los huidos apenas existió, de manera incomprensible.
En síntesis, una parte de los vencidos, aunque minoritaria, no se amoldó a la rendición incondicional ni quisieron adaptarse al «nuevo orden» y buscaron el «sálvese quien pueda» y una resistencia pasiva, con el monte como aliado. Fue una primera etapa desordenada, individualista, de mera supervivencia, a la espera de la «pronta» caída del régimen, con la ayuda de las democracias aliadas. Ilusos resistentes españoles, cuyo holocausto no contó nunca nada en las cancillerías europeas.