J. Bartroli: Pluralidad, la cara desconocida del islam.

Hace ocho siglos, un poeta afgano escribió: “No soy cristiano, ni judío, ni mago, ni musulmán. No soy de Oriente ni de Occidente, ni de la tierra ni del mar…”.

Se llamaba Jalal Al-Din Rumi y tuvo que huir de su país ante la invasión de los mongoles en el siglo XIII.

Si hubiera vivido en nuestra época, habría huido de los talibanes. Rumi acabó sus días en Konya (actual Turquía), donde lo llamaron Mevlana y donde los derviches danzantes aún giran celebrando su almor a Dios, al Universo y a todos los seres humanos, un amor por encima de las religiones: “No importa de dónde seas, ven. Incluso si eres un infiel, un pagano ó un adorador del fuego”.

Son palabras contra la intolerancia de quienes quieren dividir el mundo en buenos y malos, contra las barreras de la raza, religión y cultura.

Más ó menos por aquella época, otro poeta, musulmán y turco, Yunus Emre, escribía: “Místico me llaman. Odio es mi único enemigo; no guardo rencor contra nadie. Para mí, el mundo entero es uno”.

Tanto Rumi como Emre eran sufís, la rama mística del islam que más insiste en una concepción del amor universal. Es la antítesis del mensaje de Bin Laden, del mensaje de tantos fundamentalistas. Entre uno y otro, hay una y mil tendencias, escuelas y maneras de pensar islámicas. El desproporcionado eco que los fanáticos tienen en el mundo, lleva a pensar que representan la fe musulmana. Es como juzgar el cristianismo por las arengas de un telepredicador.

Pero es cierto que el mundo islámico está en crisis. Lo dicen muchos de sus intelectuales. Las sociedades musulmanas no han sabido aún adaptarse a los cambios históricos; y adaptarse no quiere decir adoptar el modelo occidental.

El último “informe sobre el Desarrollo Humano en el Mundo Árabe de Naciones Unidas” señala que aquél se está quedando a la cola del planeta en conocimiento, uso de las nuevas tecnologías, crecimiento económico, democracia, respecto a los derechos humanos y situación de la mujer.

Empobrecido económica y culturalmente, humillado por Israel y por Estado Unidos, y dominado por políticos corruptos, en el mundo musulmán domina el sentimiento de que “no hay futuro”.

Por eso, tanta gente se aferra a la demagogia de los que prometen que la solución está en el islam, tal como ellos predican. El crecimiento del fanatismo tiene unas causas políticas y económicas. El islam es sólo la excusa.

Su éxito se ve favorecido por la aparente parálisis del pensamiento musulmán tradicional.

El palestino Edward Said escribía con amargura poco antes de morir: “Tenemos todo un corpus de retórica laica y religiosa en nuestra tradición. Pero ningún individuo con autoridad moral parece capaz de explotarlo”.

El islam moderado calla y sólo chillan los fanáticos. “Es más apreciada la tinta de los sabios que la sangre de los mártires” dice un hadiz ó sentencia de Mahoma. Ningún integrista parece haberlo leído.

Escrito por Jaume Bartroli,

Historiador de formación, periodista de profesión y un incansable viajero de vocación.