QUIENQUIERA QUE SEAS
Esta historia es una historia de amor. Es decir, es una historia que versa sobre la mayor necesidad y el mayor temor conocidos por los hombres. Es también una historia de conquista y de derrota, de valor y de cobardía y del heroísmo que es producto de ambos. Empieza en seguridad y aislamiento; termina en victoria y profanación.
Quienquiera que seas, esta historia te ha sucedido ya, y volverá a sucederte. Quienquiera que seas, vivas donde vivas, estás escribiendo la historia con cada soplo de aire que expulsas de tus pulmones, con cada uno de los movimientos que haces.
En la cabina del cohete de servicio, Scanliter Seis, el sargento Bolster y su nuevo tripulante, soldado Joe Fromm, estaban jugando al ajedrez. Era el tercer día de la aburrida semana que tenían que pasar dando vueltas alrededor de la Tela, comprobando el funcionamiento de los satélites que formaban una esfera protectora en torno al Sistema.
Fromm estudió el tablero con expresión seria, suspiró y movió un peón. Bolster sonrió, y los dos hombres alzaron repentinamente la mirada al oír el chasquido de las llaves del receptor.
El sargento volvió su atención al tablero e hizo avanzar una ficha antes de molestarse en mirar el visor. Vio una raya de luz moviéndose hacia adelante y a través de la pantalla en una amplia curva, de derecha a izquierda; alargó la mano para comprobar la cinta recién impresa y gruñó de modo aprobatorio.
—BB-3, llegando a 26 grados, 13 minutos, 37 segundos, todo exacto —dijo—. Esto es nueve, treinta y ocho y uno siete en el punto de entrada. Todo correlativo. Transmisión clara. Tú mueves.
Fromm cogió el tablero con el mapa de los satélites de vigilancia, y marcó tres pequeños cuadrados con sus iniciales, casi sin mirar. Seguía mirando la pantalla, ahora completamente vacía, a excepción de las lejanas manchas de luz que eran las estrellas.
—¡Eh! —dijo Bolster—. Te toca mover.
Joe Fromm no le oyó. El explorador exterior completó su vuelta alrededor de la pequeña nave, y... allí estaba de nuevo. El llameante rastro de cohetes pasó a través de la pantalla, independientemente del movimiento giratorio del explorador.
El sargento gruñó de nuevo.
—¿Qué pasa? ¿No has visto nunca una señal?
—Ésta es la primera —dijo Fromm, sin volverse—. ¿No vamos a registrar la llamada?
—Todavía no. —Bolster contempló tristemente el tablero; en su próximo movimiento hubiera coronado una dama... si Fromm hubiese jugado—. Esto no ha sido más que el contacto por radar previo. Después..., ahí está —señaló con la cabeza hacia las llaves, que estaban funcionando otra vez—. Ésta es la llamada en clave. Cuando termine le daremos el enterado, antes de enviar el mensaje al Puesto.
Siempre ocurría lo mismo cuando le enviaban un nuevo tripulante: tenía que explicárselo todo, hasta que adquiría la necesaria práctica.
—Bueno, ¿vas a mover o no? Disponemos de un año entero para estar aquí sentados viendo cómo llaman.
Con un suspiro, Fromm apartó los ojos de la pantalla, volvió su atención al tablero y empujó un peón hacia adelante, dejando a Bolster ante la alternativa de comerle tres peones, o comerle un solo peón y coronar dama. El soldado se inclinó hacia adelante para coger la cinta a medida que salía del receptor, leyendo las equivalencias de las señales en clave con una especie de reverente tensión.
—¿Ha presenciado usted alguna entrada ilegal? —preguntó—. Quiero decir una tentativa, claro. Alguien me dijo que hubo una en este sec...
En aquel instante, el BB-3 chocó contra el campo detector situado en el punto de entrada de la Tela, provocando una reacción en toda una serie de instrumentos de alarma. Las vibraciones sincronizadas de las tres estaciones de vigilancia que rodeaban el punto de entrada se hicieron frenéticas. Los timbres de alarma empezaron a sonar: primero en la pequeña cabina de Scanliter Seis, exactamente sobre la cabeza del sargento; luego en cabinas similares pertenecientes a los otros cuatro cohetes de vigilancia en aquel sector; finalmente, un par de minutos después, en la Oficina Ejecutiva del Puesto de Phobos, la base de Defensa Solar más próxima al punto de entrada.
El soldado Joe Fromm se interrumpió bruscamente en lo que estaba preguntando, sintiéndose vagamente culpable por haber sacado a colación el tema. El sargento Bolster volcó el tablero al levantarse precipitadamente. Cogió la cinta que salía del receptor, la leyó, palideció visiblemente, se la entregó al soldado y empezó a transmitir al Puesto casi al mismo tiempo.
En Phobos, un técnico en señales soltó tres palancas de su cuadro de distribución antes de preguntarse qué era lo que no marchaba debidamente. La alarma verde significaba llamadas de urgencia al O. D. Psicooficial y al P. R. Jefe. El técnico estableció el contacto y luego se detuvo a leer la cinta.
INFORM CAMP DETECT: BB-3 EM SEÑALA VIDA FORAST. REPITO: VIDA FORAST A BORDO. REPITO: INFORM CAMP DETETC VÍA SCANLITER 9-38-107 A SCANLITER 6 NING VIDA HUM A BORDO BB-3.
Cuando el Comandante del Puesto de Phobos se levantó de la mesa del comedor, el Psicooficial dejó en el suelo el gatito con el que estaba jugando, y la delegada de Relaciones Públicas empujó hacia atrás la banqueta de su tocador; las tripulaciones de las cinco naves de vigilancia alrededor del punto de entrada, así como el técnico de señales de Phobos sabían todos los detalles acerca de lo ocurrido:
El Baby Byrd III (BB-3), una nave exploradora tripulada por cinco hombres, al mando del capitán James Malcolm, de regreso después de pasar casi un año fuera del Sistema, se había acercado a un punto de entrada de la Tela electro-magneto-gravítica que rodea el Sistema Solar, coincidente con la órbita de Saturno. Había dado correctamente las señales previas por radar, y había contestado a las llamadas de las estaciones de vigilancia que rodeaban el punto de entrada con las respuestas en clave previstas. En consecuencia, el punto había sido abierto lo suficiente para permitir la entrada de una nave; la abertura quedó rodeada por un detector.
Hasta aquí todo había sido completamente normal. Pero, cuando el BB-3 penetró en el campo del detector, los instrumentos de alarma de las estaciones de vigilancia empezaron a sonar. El detector no registraba ninguna emanación humana a bordo del BB-3. Los que conducían la nave eran seres vivos, indudablemente, pero no seres humanos.
Por tercera vez había tenido lugar una tentativa de entrada en la Tela por parte de seres no humanos; y, al parecer, aquellos seres estaban en posesión de una nave exploradora Solar. La tercera tentativa... y el tercer fracaso: el BB-3 estaba ya atrapado en una esfera de la misma red E-M-G de que estaba formada la Tela, suspendida en el centro de las tres estaciones de vigilancia.
La vigilancia continua era el precio de la paz del Sistema. La membrana de fuerza que lo protegía contra la intrusión tenía que ser protegida, a su vez, por los hombres que vivían dentro de ella. Los satélites de vigilancia eran tan infalibles como puede serlo una máquina: podían funcionar eficazmente durante siglos sin la intervención humana, ya que su sistema de autoalimentación tenía una pérdida muy leve. Pero la seguridad del hombre era algo demasiado valioso para confiarla por entero a los productos del ingenio del hombre. Cada año, un nuevo grupo de la juventud del Sistema era llamado a filas y, una vez transcurrido éste, algunos de ellos eran escogidos en calidad de voluntarios para tripular las naves de vigilancia que servían a las estaciones satélite que componían la Tela.
Incluso para los jóvenes de espíritu aventurero más desarrollado, un año de servicio en una nave de vigilancia solía ser suficiente; regresaban de sus cincuenta vueltas al Exterior preparados para mantener los pies sobre el sólido suelo y dispuestos a olvidar su breve experiencia de enfrentamiento con lo desconocido. Pero cada año, también, unos cuantos de aquellos jóvenes quedaban intoxicados por la emoción del peligro, hasta el punto de que no se resignaban a regresar a la insípida seguridad del Sistema. Y esos veteranos de la Tela, más tarde, se convertían en Exploradores.
Seguros en el interior de la Tela, cinco mil millones de ciudadanos Solares se agitaban y bullían sobre sus pequeños mundos, alimentando a todas las castas y categorías del Sistema.
En el Exterior, los emisarios del género humano viajaban en sus carros de fuego a través de los cielos, esparciendo la cultura Solar a través del espacio galáctico, sembrando las semillas de los hombres entre las estrellas. Primero, salían los Baby Byrds a explorar nuevas tierras más allá de las más lejanas avanzadillas; luego, los Byrds, con sus complementos de científicos y de laboratorios, para comprobar las posibilidades que ofrecían los nuevos planetas; detrás de ellos, los gigantescos transportes interestelares.
Siempre había almas lo bastante desesperadas, ávidas de peligro y dispuestas a morir por un sueño, para llenar los transportes que llevaban su cargamento humano a las nuevas colonias: los Mayflowers, Livinstones y Colones que abandonaban para siempre la seguridad de la Tela para llevar nuevos gérmenes humanos a los más remotos planetas.
En el interior de la Tela, en cuatro planetas habitados y en medio centenar de asteroides habitables, los hombres vivían a la luz del sol durante el día, y aprovechaban su calor y su energía. Por la noche, descansaban en paz; cada uno bajo su propio sector del abovedado cielo, la esfera de fuerza a través de la cual no podía penetrar ninguna fuente de luz ajena.
La Tela resplandecía siempre con la mezclada y difractada energía de todo el universo Exterior; ningún fotón pasaba a través de sus puertas, ninguna partícula de energía la atravesaba sin detenerse a dar la contraseña que mantenía la tranquila seguridad del Sistema.
El Scanliter Seis se estaba dirigiendo ya a toda velocidad hacia el atrapado BB, obrando de acuerdo con los normales procedimientos de urgencia, cuando el receptor les llevó la orden del Comandante Horston, de Phobos, para que lo hicieran. En la pantalla no se veía ninguna estrella en aquel momento; habían interrumpido la rotación de la nave, y la pantalla no reflejaba más que las tres estaciones de vigilancia, con una depresión en el centro que era demasiado brillante para que resultara tranquilizadora. Los rayos luminosos de los satélites no podían traspasar la espesa membrana que mantenía al BB-3 suspendido en la Tela.
—Bueno —dijo Bolster sarcásticamente—. Aquí tienes la oportunidad de convertirte en un héroe, muchacho.
Joe Fromm sabía que mostrar excitación hubiera resultado infantil. Trató de aparentar una absoluta indiferencia.
—¿Sí? —dijo.
—Sí. Ahora nos acercaremos para confirmar que la situación corresponde a los informes anteriores. A continuación, los jefazos celebrarán una conferencia y decidirán que alguien tiene que ir a investigar, de modo que pedirán voluntarios. Nosotros somos los que estamos más cerca. Por tanto los otros muchachos nos cederán la prioridad...
—¿Y no podemos eludirlo? —inquirió Fromm.
—Desde luego. El hecho de que estemos más cerca no significa la obligatoriedad de ofrecerse como voluntario para la investigación, cuando los jefes lo soliciten. Aunque no creo que desaproveches la oportunidad que se te presenta de convertirte en un héroe...
—Es posible —dijo Fromm, en tono indiferente—. Aunque, después de todo, usted es más viejo, y el privilegio le corresponde a usted...
Se sintió muy satisfecho de sí mismo por haber conseguido mantener "cara de póquer" mientras pronunciaba aquellas palabras.
Joe Fromm salió de la cámara reguladora de la presión y se mantuvo flotando en el espacio libremente, orientándose, mientras contaba hasta cinco. Lo había hecho más de un centenar de veces durante el período de instrucción, pero entonces era muy distinto. Tal como hacía en los ejercicios de adiestramiento, dio un rutinario repaso a su equipo: tanque, impulsor, hacha, soldador, cuchillo, pistola, espejo de señales, medicamentos, magnetofón (en el traje espacial no podía llevar un transmisor). Todo en orden.
Ajustó el impulsor de modo que le hiciera avanzar suavemente hacia la resplandeciente bola de energía que mantenía sujeta a la nave exploradora. No tardó en llegar al punto más cercano que podía alcanzar. Antes de pasar a través de la abertura de la esfera, agitó dos veces el espejo en dirección a Bolster, en el Scanliter Seis. Aquél sería su último contacto hasta que saliera. Si es que...
Si es que salía...; pensó toda la frase deliberadamente, y quedó sorprendido por la facilidad con que su mente aceptó la posibilidad, y la rechazó. Se sintió plenamente vivo, como si cada una de sus células se moviera con un rigor especial. Y en el fondo, en alguna oculta parte de sí mismo, estaba tranquilo, casi divertido. ¿Era esto lo que llamaban valor?
Agitó de nuevo el espejo. Bolster lo tomaba con calma, desde luego. Lo único que tenía que hacer era pulsar un interruptor y aún no lo había hecho. Fromm intensificó sus señales con el espejo, sabiendo que Bolster no podría contestar, hasta que vio aparecer la abertura en la bola de fuerza, y ésta empezó a ensancharse.
Entonces se dio cuenta de que no se trataba simplemente de pulsar un interruptor. Una vez puesto en marcha el mecanismo que producía la abertura, ésta tenía que ser mantenida en condiciones adecuadas, abriéndola y cerrándola a intervalos para permitirle el acceso y la salida a él, sin dar paso a la nave. Esto significaba un cálculo poco complicado... pero al mismo tiempo una minuciosa comprobación de los relés, para asegurarse de que los automáticos no fallaban.
Fromm tuvo que hacer un esfuerzo para no introducirse en la abertura en cuanto fue lo suficientemente amplia. Esperó, tal como le habían enseñado a hacer, hasta que dejó de agrandarse. El calculador sabía mejor que él cuánto espacio necesitaba.
Entonces se dio impulso hacia adelante. El BB tenía un aspecto muy raro, inmovilizado allí, con un aire de cortés impaciencia, esperando terminar su paso hacia el interior del Sistema.
Joe sonrió, y expresó sus pensamientos en voz alta para el magnetofón. "Todo lo que pase por tu cerebro, incluso lo más insignificante —le habían dicho una y otra vez en la escuela—. Cuando estás operando solo, tienes que dar a conocer a los que han de controlar tus movimientos todo lo que haces, por descabellado que te parezca. Una idea que no tenga sentido para ti, puede tenerlo para ellos."
De modo que Joe Fromm le dijo al magnetofón adherido a su traje espacial que la nave exploradora parecía estar impaciente. Siguió hablando, describiendo sus actos, sus pensamientos y sus sensaciones, mientras se acercaba cautelosamente a la nave y abría la cerradura de la puerta exterior. Otra espera, e informó al magnetofón que la cámara reguladora de la presión estaba en perfectas condiciones.
Luego se introdujo en la nave, olvidándose de mencionar en su comentario que estaba muy asustado. Pasillo adelante..., abrir de golpe la puerta de la cabina... Vacía..., vacía..., no vacía. Adelante, Joe; está completamente frío; no podría hacer daño a una mosca.
"Uno de los extranjeros está en esta cabina. Es la tercera puerta que he abierto, la segunda cabina a la derecha avanzando por el pasillo desde el puesto de control... Está muerto o inconsciente... Espero que todos estén como él... Es enorme... Espero que no todos sean iguales. Tal vez diez pies de estatura, encogido sobre el camastro, como si estuviera durmiendo..."
Podía estar durmiendo, podía despertar... Tragó saliva y decidió que sería mejor dejar constancia de aquel pensamiento en el magnetofón. "Puede estar..."
No, era una estupidez. Aquellos personajes habían registrado radiaciones E.M. en los instrumentos de las estaciones. No podían permanecer conscientes dentro del campo E.M.G. sin llevar trajes espaciales. Lo que era bastante fuerte para detener a un BB en su camino detendría también a un hombre.
Pero, esto no es un hombre; es...
"Es decididamente humanoide... Resulta difícil creer que unos seres extraños tengan tanto parecido a los humanos. No tienen tentáculos ni nada que se le parezca. Brazos y manos como los nuestros..., con dedos, también. Lleva una especie de túnica... No puedo ver las piernas, pero los brazos son completamente humanos. El rostro es distinto, la boca es algo rara, tiene aspecto de buche..., creo que podría tratar de abrirla... No, más tarde, tal vez. Será mejor que eche una ojeada por aquí. De todos modos, este tipo es muy parecido a cualquiera de nosotros, sólo que dos veces mayor. No es muy velludo, tiene la piel morena, grandes ojos negros... ¿Cómo podría alguien que no fuese humano tener unos ojos que miren así, incluso cuando su dueño está muerto? No lo sé... Ahora voy a salir... Voy a ir a la próxima cabina, segunda puerta a la izquierda...
"Aquí hay otro... Éste está en el suelo, como encogido... Estaría en pie cuando la nave chocó contra el campo, y se cayó... Nada nuevo aquí... Un momento: este individuo debió de cortarse la mano con algo cuando se cayó... Sí, aquí hay la puerta de un armario abierta, con un filo... La sangre está seca; parece un poco más oscura que la nuestra, pero de todos modos parece humana... Voy a salir... Estoy en el pasillo, no hay más puertas aquí..."
En la sala de control había otros dos: uno atado al asiento del piloto, aplastado contra él, en realidad. El otro estaba caído sobre el calculador solar.
"Parece como si estuviera comprobando los datos para el aterrizaje —informó Fromm—. Estos individuos iban muy confiados. Lo tenían todo preparado para un aterrizaje normal. No es posible que creyeran que no iban a tropezar con ninguna dificultad. Tenían que haberse dado cuenta de que no podían presentarse así, por las buenas, en uno de nuestros planetas. Desde luego, estaban enterados de la existencia de la Tela; conocían la clave, disminuyeron la velocidad al acercarse, y tenían el ángulo exacto... No lo entiendo... Voy a echar una ojeada por aquí. Comprobaré todos los instrumentos.
"Empezando desde la puerta, y volviendo a la derecha: el microvisor con el mapa estelar intacto y funcionando, con las películas adecuadamente colocadas, creo. No puedo entretenerme en comprobarlas todas, pero parecen estar bien. La mesa de radio está en condiciones de funcionar, al parecer; no puedo comprobarlo..."
Continuó su recorrido por la cilíndrica cabina, hasta que se encontró de nuevo en la puerta. Todo estaba, o parecía estar, en condiciones de funcionar. Habían sido introducidas algunas modificaciones en palancas y manijas, para adaptarlas a las enormes manos de los forasteros; aparte de esto, nada había sido tocado, excepto para su uso normal.
Joe se sintió repentinamente cansado. Ya no tenía miedo... Sabía que estaba seguro, y que en la nave no había ninguna trampa ni nada que pudiera inspirarle temor. Pero estaba cansado. Bolster también tenía que hacer algo, pensó, y casi lo dijo en alta voz. Luego comprobó que su repentino mal humor no era más que hambre... y una necesidad fisiológica más apremiante. Había llegado el momento de marcharse. Si quieres seguir siendo popular, márchate temprano de la fiesta...
No se decidió a tocar a ninguno de aquellos seres: eran demasiado humanos..., y contemplar su anatomía le pareció una especie de profanación.
¡Diablos! ¡Qué lo hiciera Bolster!
Joe Fromm abandonó la nave.
Solo en el Scanliter, Joe Fromm puso en marcha el magnetofón para oír su propia grabación y asegurarse de que no omitía nada en su informe a Phobos. Algunas de las frases parecían descabelladas, pero él podía distinguir lo real de los productos de su imaginación. Masticaba el extremo de un lápiz, y de cuando en cuando anotaba algo para asegurarse de que lo recordaría.
Redactar el informe resultaba más enojoso que visitar la nave. Se disponía a poner en marcha el transmisor, cuando vio que se encendía el indicador de la puerta exterior. ¡Bolster no había permanecido mucho tiempo en la nave!
El sargento entró despojándose de su traje espacial y ardiendo de excitación.
—¡Tenías que haber mirado en aquel cajón, muchacho! —exclamó, en tono de triunfo—. Aunque quizás haya sido mejor que no miraras. Tal vez así podré ganarme un ascenso...
Sacó un sobre del bolsillo exterior de su traje espacial.
—¿No has terminado aún con tu informe? ¡Quiero transmitir esto inmediatamente!
—Había empezado hace un momento... —dijo Fromm.
—Bueno, transmitiremos esto, y terminarás con tu informe después.
Tendió el sobre al joven, y empezó a desprenderse de las piernas del traje.
—¡Adelante! ¡Léelo, hombre!
Fromm abrió el sobre y desplegó un folio de papel de los que se utilizaban en el Servicio. Llevaba el siguiente encabezamiento:
"A los Oficiales de la Defensa Solar."
Y debajo:
"Los otros tripulantes me han pedido que escriba este mensaje y creo que puedo hacerlo, aunque temo que mi estilo no será demasiado correcto. Trataré de redactarlo como si fuera un informe militar, aunque supongo que va a resultarme bastante difícil.
"En primer lugar, no sé cómo empezar el informe, ya que ignoro el lugar en que nos encontramos. El único que conocía las órdenes era el capitán, y ahora está muerto, y no hemos podido encontrar su diario de navegación, ni ninguno de sus papeles, en la nave.
"Hemos marcado una ruta para los individuos grandes, haciendo que el contador gire al revés. Esto significa que invertirán el mismo tiempo en regresar que nosotros invertimos en llegar aquí. Llegarán más o menos cuando nuestra vuelta tendría que estar completada, y tal vez esto les hará más fácil la entrada.
"Hemos hecho todo lo que hemos podido para explicarles los peligros que existían: no estar seguros de la ruta, y estar completamente seguros de que no les dejarían pasar. Pero no podemos hablar con ellos con tanta facilidad como ellos hablan con nosotros. Podemos expresar perfectamente ideas generales, y cualquier clase de pensamiento acerca de un objeto sólido que tengamos cerca, pero la idea de la gente, es decir, de seres humanos que no les desean a ellos en el Sistema..., bueno, aunque habláramos el mismo idioma..., es decir, si ellos hablaran un idioma que nosotros pudiésemos aprender..., no creo que pudieran comprender esa idea.
"No voy a tratar de contarles nada acerca de ellos, porque si consiguen llevar este documento hasta ustedes, ellos mismos podrán explicárselo todo. Este mensaje sólo tiene por objeto hacerles saber que estamos aquí los cuatro, sanos y salvos, y por nuestra propia voluntad. Desde que el capitán Malcolm se suicidó, no hay nadie que nos dé órdenes, y nos gusta estar aquí. Además, en el BB no hay espacio más que para cinco personas —humanas quiero decir—, o cuatro de ellos (ellos necesitan más provisiones). Y ellos desean enviar a cuatro en el viaje; creo que han escogido a sus científicos más eminentes en los diversos campos, de modo que puedan obtener el máximo de información posible, y al mismo tiempo puedan contestar satisfactoriamente a todas las preguntas que les sean formuladas.
"No sé. Probablemente un Psicooficial o alguno de nuestros científicos podrá comunicarse mejor con ellos sobre esa clase de cosas. Lo único de lo que estamos seguros, los otros y yo, es de que pueden ustedes confiar de un modo absoluto en ellos. Nos han tratado muy bien, y les..., bueno, es algo difícil de expresar, ya que "gusta" no es la palabra adecuada... Lo cierto es que quieren a todo el mundo, a los humanos tanto como a los de su propia raza.
"Estamos aquí esperando futuras órdenes. Probablemente podrán calcular dónde nos encontramos a través del registro del contador.
"Respetuosamente,
—En cierta ocasión hice un recorrido con Jim Malcolm —dijo lentamente el Comandante—. Era un individuo excelente. Me gustaba. Resultaba difícil imaginar que pudiera suicidarse. Me agradaría que ese Gentile hubiera sido un poco más explícito.
Lucille Ardin, Delegada de Relaciones Públicas del Puesto de Phobos, leyó el mensaje rápidamente y se lo entregó al Psicooficial. Frunció cínicamente sus finas cejas.
—Lo que dicen esos muchachos no tiene sentido —dijo—. No lo veo claro.
El Comandante sacudió la cabeza esperando que el doctor Schwartz terminara de leer.
—Bueno, Bob —dijo, en cuanto el Psicooficial alzó la mirada—. ¿Qué opina usted?
—Me gustaría ver ese diario de navegación —dijo Schwartz pensativamente.
—¡También a mí!
El comandante William Hartson se había ganado a pulso el cargo de Jefe-Adjunto de la Defensa Solar. Era un caso raro: un oficial admirado igualmente por el público en general y por los hombres que trabajaban a sus órdenes. A sus sesenta años, estaba aún lleno de salud y de vitalidad..., pero era lo bastante viejo como para estar saturado de violencia, de peligro y de muerte. Era decidido en el momento de actuar; pero una decisión que afectara a la vida de otros sería sopesada cuidadosamente.
Bob Schwartz había trabajado con Hartson el tiempo suficiente para comprender esas cosas.
—¿Y dice usted que ese capitán... Malcolm..., era..., bueno, un buen oficial? —preguntó.
El Comandante se permitió una débil sonrisa.
—¿Trata de imaginar de nuevo la "mente militar", Bob? En realidad, creo que Jim Malcolm es..., era uno de los pocos oficiales que encajaba perfectamente con su descripción. Valor, devoción, precisión..., un obstinado S.O.B., que se regía por el reglamento y que imaginaba que todo el mundo podía hacer al menos tanto como él... Era el oficial que daría la vida por su Servicio sin pensarlo dos veces. Lo que no tiene sentido es el suicidio.
La voz de Harston se apagó, y durante unos momentos no se oyó en la habitación más ruido que el roce del papel. Schwartz sostenía aún en sus manos el mensaje, recorriéndolo con sus dedos como si a través del tacto pudiera encontrar algo que le ayudara a comprender mejor su significado. Lucy Ardin apartó a un lado el cuaderno de notas en el cual había estado garabateando la explicación de Harston acerca de la esfera de fuerza que mantenía cautivo al BB-3 e inconsciente a su tripulación.
—¡Dios mío, vaya una historia! —susurró con expresión reverente en medio del silencio.
Aplastó el cigarrillo que estaba fumando en el cenicero del Comandante, y se puso en pie; el plateado vestido de noche en el cual le había sorprendido la alarma brilló a la intensa luz. Era propio de Lucy el hecho de que, al sonar el timbre en su dormitorio, hubiera empujado hacia atrás la banqueta de su tocador sin tomarse siquiera los segundos necesarios para acabar de pintarse los labios. Había recogido la carpeta que siempre tenía preparada, y había llegado a la Oficina Ejecutiva unos segundos después de que lo hicieran los dos hombres que vivían el Puesto. Y por el camino había terminado de retocarse los labios.
—¿Qué haremos ahora? —inquirió Lucy—. ¿Sacar a esos seres de la nave? ¿Dónde los meteremos? ¿Y qué haremos con ellos después? ¿Quién va a interrogarles?
El Psicooficial levantó bruscamente la mirada y Hartson se apresuró a decir:
—Calma, Bob... —Y, dirigiéndose a Lucy, añadió—: Los extranjeros, Miss Ardin, son humanoides. Tal vez le gustaría ver de nuevo el mensaje. Creo que allí hay una descripción detallada..., ¿no es así, Bob? Ha terminado usted con él, ¿no es cierto?
—Lo siento. —Schwartz le entregó el mensaje a la muchacha y pareció salir de su abstracción—. ¿No sería conveniente dejarles un poco más en la inconsciencia, Bill? —preguntó.
—No lo sé. A los humanos, doce horas no les producen ningún daño. Pero esos seres pueden estar ya muertos. En el mejor de los casos, podemos suponer que reaccionan como nosotros.
—Creo que el diario de navegación debe de encontrarse en algún lugar de la nave —dijo el Psicooficial—. Si hay tiempo, opino que sería una buena idea tratar de encontrarlo... antes de decidir nada. Un hombre como Malcolm debió de asegurarse de que la documentación quedaba a salvo, si dispuso de tiempo para ello.
—Tiene usted razón —Hartson pareció despertar también de sus reflexiones para dar paso al hombre de acción—. ¡Tiene usted razón! —repitió—. Si está en la nave, podremos encontrarlo. Y si no lo encontramos..., bueno, eso será también una respuesta.
Joe Fromm regresó al BB-3 con otros dos hombres de la estación de vigilancia que habían sido nombrados para ayudarle. Entre los tres registraron la nave de punta a punta y detrás de un entrepaño de la cabina de reparaciones eléctricas encontraron la documentación de la nave: mapas, órdenes, y el diario de navegación.
Fromm abrió el diario y leyó la última página: apenas tuvo que luchar con su conciencia para permitirse aquella libertad. Debajo de la fecha, con una caligrafía clara, decía:
"Carlsen debió regresar hace una hora. Dadas las circunstancias, esto significa que lo han cogido también a él. Mi error fue no emprender el regreso después de hablar con Tsin la semana pasada. Con la ayuda de dos tripulantes podía haber gobernado la nave. Solo, no creo poder nacerlo.
"He pensado en la posibilidad de destruirlo todo, para que los indígenas no adquieran más conocimientos sobre la nave. Mis únicas alternativas son las de convertirme en un traidor o destruirme a mí mismo, y la elección no es dudosa para mí. Por lo tanto, debo escoger el medio más eficaz para suicidarme, y después de pensarlo cuidadosamente he llegado a la conclusión de que una sistemática destrucción de la sala de control será un procedimiento más juicioso que el sacar a la nave del planeta.
"Obrando de este modo, puedo esperar al menos que una futura expedición, o quizás una nave de rescate, encuentre este diario y comprenda el peligro que existe aquí.
"Esta noche cenaré por última vez a bordo. Mañana terminaré de desmontar los mandos, y ocultaré este diario, junto con la documentación más importante de la nave..., ¡y que Dios tenga piedad de mi alma!"
Debajo de esto, en una caligrafía igualmente clara y legible, había otros dos párrafos.
"Una vez más, me he retrasado demasiado. Gentile, uno de los tripulantes, está ahora en la cámara exterior, acompañado de tres indígenas. Al parecer, le tienen dominado hasta el punto de que hará por ellos lo que ellos no se atreverían a hacer por sí mismos. Ahora están entrando en la nave.
"Supongo que vienen en mi busca, y no puedo arriesgarme a caer bajo su control. Sé de lo que son capaces. La tarea de desmantelar los mandos apenas está empezada; temo que los tripulantes puedan repararlos fácilmente, pero ninguno de ellos, después de todo, sabe dónde estamos. Los mapas y las órdenes quedarán ocultas con este diario. Sólo puedo esperar que los documentos permanezcan ocultos hasta que sean encontrados por alguien del Sistema."
Debajo, había una cuidadosa firma: "James Malcolm, Capitán, Servicio Solar, al mando del Baby Byrd III", y entre paréntesis, una palabra de macabro humor: ("difunto").
Ordenaron al Scanliter Seis que regresara al Puesto de Phobos, para llevar los documentos del BB-3. Había demasiado material para ser transmitido por radio.
Bolster sonrió y palmeó la espalda de su tripulante.
—Somos un par de héroes —dijo—. Precisamente la clase de héroe que a mí me gusta ser. Cuando decidan volar el Baby enviarán a otros muchachos, y tú yo podremos contemplar el espectáculo desde el Puesto.
—¿Volarlo? —Joe alzó la mirada del diario de navegación, apoyando el dedo índice en la página que estaba leyendo—. No lo dirá usted en serio. ¿Por qué tendrían que...?
—Amigo, tienes el motivo debajo del dedo. En cuanto vean eso, harán estallar la nave y a los que hay dentro. Se puede correr un riesgo con un individuo que lucha lealmente, pero esos tipos...
—¿Cómo sabe usted que lucharían contra nosotros? —inquirió Fromm—. Ha visto usted la nota de aquel tripulante, la que transmitimos al Puesto... El Capitán Malcolm debió de perder la cabeza.
—Bueno, es una opinión respetable, aunque no creo que la compartan en el Puesto. La nota a que te refieres no es un argumento convincente: resulta fácil obligar a un individuo a escribir lo que uno quiere, si se le tiene hipnotizado o se le supera en tamaño... y además se le retiene en un planeta hostil. Tengo suficiente experiencia para saber cómo reaccionarán en el Puesto. La Defensa Solar no corre riesgos.
—¿Ha leído usted lo que dice aquí? —insistió Fromm—. La parte en la que Malcolm cuenta que habló con Tsin... No tiene sentido que tomara las cosas de aquel modo. Estoy seguro de que sufrió un ataque de neurosis espacial. El Mando no va a tragarse esta bola.
—Espera y verás —dijo el sargento—. Y cuando lo veas, te alegrarás de estar allí, en vez de continuar aquí.
—Yo..., verá, ya sé que va a parecerle una locura... —Fromm soltó el diario de navegación y continuó apresuradamente—: Me gustaría quedarme aquí... Si alguien tiene que ir a esa nave, desearía tener la oportunidad de echar otra mirada a aquellos seres. ¿Cree usted que podría encontrar a alguien de las otras naves que quisiera marcharse con usted, y dejarme a mí aquí?
—No es que me parezca una locura —dijo Bolster—. Es una locura. Pero, se trata de tu vida, hijo mío. Tú quieres quedarte aquí, y puedes apostar a que todos los demás estarán deseando marcharse...
Sacudió la cabeza, como si no acabara de comprender el deseo de su tripulante, y empezó a transmitir un mensaje al Scanliter Doce, donde Chan Lai saltaría de gozo ante la oportunidad de cambiarse con su compañero Fromm.
"Le ordené que regresara inmediatamente a la nave. Se negó. Sus palabras exactas, tal como las recuerdo, fueron: "Capitán, me gustaría poder hacer lo que usted desea..., mejor aún, me gustaría convencerle para que viniera conmigo a visitar a nuestros amigos. Son nuestros amigos. Si les diera una oportunidad de hablar con usted, creo que podría usted comprenderlo mejor. Resulta difícil de explicar con palabras. Pero, sencillamente, no puedo regresar ahora. (El subrayado es mío... JM). Usted es un hombre casado, señor. Quizás yo pensaría también de un modo distinto si hubiera alguien que me esperase en casa. Pero soy joven, y no estoy casado, y..."
"Al llegar aquí le interrumpí, pensando que podría utilizar la persuasión donde había fracasado la autoridad. Le dije que existían muy pocas posibilidades de que llegara a casarse si yo decidía marcharme con la nave, abandonándoles a él y a Gentile en el planeta..., como tenía derecho a hacer, desde luego, en vista de su evidente insubordinación. Los indígenas, a pesar de su aspecto humanoide, son de un tamaño dos veces mayor que el nuestro, y es casi seguro que no son aptos para la procreación, desde un punto de vista puramente biológico.
"Replicó ansiosamente que esperaba que yo no tomaría aquella drástica medida..., que él no deseaba quedarse para siempre entre los indígenas, pero que tenía la sensación de que "debía" quedarse con ellos el tiempo suficiente para llegar a conocerlos a fondo, así como su modo de vivir, y de este modo "curarse de todas las heridas y arañazos que había recibido mientras vivió en el Sistema".
"La conversación continuó en los mismos términos por algún tiempo, y creo haber anotado ya sus líneas esenciales. Sin embargo, tengo la sensación de que una de las cosas que Tsin dijo debo incluirla aquí, ya que si nos sucediera algo a la nave o a mí, supongo que sería relacionada de algún modo con mi incapacidad de situarme en el plano emotivo al cual parecía querer llevarme.
"Tsin me recordó en el curso de esta charla una anécdota que siempre he considerado ridícula: la de la huerfanita que, en los días que preceden a las Navidades, tira una nota por encima de la tapia del orfelinato, diciendo: "Quienquiera que seas, te amo."
"Esta anécdota, supongo, estaba destinada a hacerme comprender la naturaleza de la curación emotiva que estaba recibiendo de manos —aunque supongo que debería decir de los cerebros— de los indígenas.
"La historieta me era fastidiosa desde hacía años. Me la habían contado por lo menos tres veces ya, y siempre para ilustrar algún punto emotivo igualmente oscuro. Y cada vez me pregunté, después de haberla oído, cuál podría haber sido el final de la historia.
"Ahora parece muy importante poder conocer los resultados del acto de la chiquilla. ¿Qué ocurrió cuando la nota fue recogida y leída? ¿Y por qué la escribió la chiquilla?
"Esta última pregunta es la que más me preocupa. Un sentimental podría contestar que la niña quiso decir lo que decía, sencillamente, pero a mí me parece muy improbable. En el mejor de los casos, creo que la niña quiso decir que esperaba que quienquiera que encontrara la nota la amara a ella; y ésta es la mejor interpretación que he podido encontrarle. Es probable, incluso, que su motivo fuera más específico: si tiraba aquel billet doux por encima de la tapia con regularidad, eventualmente podría ser encontrada por algún sentimental que trataría de conocerla y de sacarla del orfelinato.
"Los indígenas de este planeta tienen una tecnología altamente desarrollada, y es evidente que poseen también una ciencia mental o psicológica igualmente desarrollada. Son telépatas, desde luego. Y no se han molestado en disimular su interés en adquirir un medio de viajar por el espacio.
"No hay ningún medio de cerciorarse de su verdadera actitud hacia nosotros. Nos han acogido calurosamente, y no han hecho nada que indique hostilidad... Se han limitado a pasear con dos de mis tripulantes de un modo aparentemente amistoso.
"Tal vez lo más prudente que podría hacer sería marcharme ahora, con los dos tripulantes que tengo a bordo. Pero es una decisión difícil de tomar: abandonar a dos de mis hombres en una planeta desconocido.
"Si creyera por un solo instante que Gentile y Tsin son responsables de sus propios actos, no vacilaría en tomar esa decisión. Pero su comportamiento es tan descabellado, que no le encuentro otra explicación que la de que están obrando bajo la influencia de alguna clase de hipnosis. Y, en tales circunstancias, tengo la obligación de hacer todos los esfuerzos, incluido el uso de la fuerza, para obligarles a regresar a la nave antes de marcharme."
Hartson leyó el documento por cuarta vez antes de dejarlo sobre el escritorio.
—Yo..., bueno, Jim Malcolm era amigo mío. ¿Cómo podría decirlo? Desde luego, lo ha escrito él. Es el mismo estilo de todos sus informes, no cabe duda... —Se sentó y miró al Psicooficial con expresión desconcertada—. Bueno, ¿qué dice usted? No puedo decidir esto por mí mismo.
Recobró la compostura al volverse hacia la Jefe de Relaciones Públicas, sentada al otro extremo de la mesa. La compostura y el sentido común. Oficialmente, el trabajo de Lucy consistía sólo en enterarse de las noticias. Pero, en la práctica, ejercía una especie de fiscalización sobre todas las actividades del Puesto; y el hecho de ser una funcionaría civil la convertía en la única autoridad de Phobos que era independiente del Servicio.
En los seis meses que llevaba en el Puesto, Lucy no había tenido ocasión de quitarse el guante de terciopelo. A veces resultaba fácil olvidar el hierro que había dejado de él; y casi podía creerse que la propia Lucy lo había olvidado.
—El doctor Schwartz tiene la palabra —dijo amablemente Lucy.
Schwartz se esforzó en sonreír.
—¿Quiere hacer el favor de dejar de ser cortés? —dijo—. Usted tiene una opinión. Deje que nos enteremos de ella. —Lucy vaciló, y el doctor Schwartz añadió—: Lo que estoy pensando no me gusta nada. Será mejor que lo rumie un poco más antes de soltarlo.
—De acuerdo. —La voz de Lucy era tranquila, pero sus ojos brillaban de excitación. Se estaba dirigiendo a Schwartz, casi sin prestar atención al Comandante—. Creo que esos desconocidos poseen algo superior a la E-M-G. Es lo único que no hemos sido capaces de destruir; y ustedes lo saben tan bien como yo. Han conseguido el arma invencible: el arma psicológica. Uno no puede luchar contra ellos, porque no desea hacerlo. La gente dice que las modernas Relaciones Públicas son un hipnotismo de masas, pero nuestras técnicas son infantiles comparadas con las de esos desconocidos. Poseen el verdadero secreto. El problema consiste en saber si podemos arrancárselo. ¿Cuenta la Sección Psicológica con algún medio para manejar este asunto?
—¿Debo creer —inquirió secamente Hartson— que está usted convencida de la exactitud de la interpretación de los acontecimientos del capitán Malcolm?
Lucy pareció sorprendida.
—¿Cómo? Desde luego... ¿Acaso cabe otra explicación? ¿Se había producido anteriormente algún caso de deserción como éste?
—Nunca —admitió Hartson, y se volvió de nuevo hacia el Psicooficial—. Bueno, Bob, creo que se ha tomado usted suficiente tiempo. Hable de una vez.
—Hasta cierto punto —dijo Schwartz en tono vacilante—, creo que Lucy tiene razón en una cosa: en que esos desconocidos poseen un arma irresistible. Si es que se trata de un arma. Pero, para aceptar esta idea, hemos de suponer que existe una guerra, o al menos una hostilidad entre ellos y nosotros. Hay unos versos que han estado dando vueltas por mi cerebro durante la última hora. Lamento dar tantos rodeos, Bill. Concédame unos minutos, ¿quiere? No puedo recordarlo exactamente, pero es algo acerca de un "enemigo" que "traza un círculo para mantenerme alejado de él". Luego hay una línea que recuerdo claramente: "Pero el amor y yo sabemos más. Nosotros trazamos un círculo para mantenerle dentro." ¿Comprende usted adonde quiero ir a parar? Evidentemente nuestra actitud básica ante cualquier desconocido es potencialmente hostil. Son culpables hasta que demuestran su inocencia.
—Ya hemos discutido eso otras veces, Bob —le interrumpió Hartson—. Conozco su opinión, y usted conoce la mía. Tampoco a mí me gusta esa actitud, pero gracias a ella hemos tenido éxito en tales contactos.
—Hemos salido victoriosos de ellos, diría yo. De acuerdo, debo confesar que me siento más inclinado a aceptar la actitud de Gentile que la de Malcolm. No veo nada que demuestre la tesis de que esa gente está utilizando un arma hipnótica; existen las mismas probabilidades de que los sentimientos que proyectaron hacia nuestros hombres fuesen sinceros y sin doblez. ¿Por qué no podemos suponer que los ocupantes de aquella nave son realmente cuatro de sus más eminentes científicos, enviados aquí para intercambiar conocimientos con nosotros?
—Permítame un inciso —dijo Lucy Ardin inesperadamente—. Un acto de agresión contra esos cuatro desconocidos podría resultar un error. ¿Dispone la Sección Psicológica de medios para manejar a esos muchachos si los traemos aquí, doctor?
Schwartz reflexión unos instantes.
—Depende. Disponemos de anti-hipnóticos, y tenemos personal especialmente adiestrado contra la sensibilidad a la hipnosis. Pero el BB-3 tenía las mismas drogas, y disponía también de personal adiestrado. Hay una cosa que me gustaría ver, Bill: las fichas psicológicas de los cinco tripulantes, si puede usted obtenerlas. Especialmente la de Malcolm. Puedo obtener las fichas por mis propios medios —añadió, con una leve sonrisa—. Por conducto reglamentario, no tardarán mis de cuatro o cinco semanas en llegar. ¿Puede usted obtenerlas antes?
—Lo intentaré.
Hartson se agarró como a un clavo ardiendo a la posibilidad de entrar en acción. Pulsó un timbre para que viniera un ayudante, y escribió una orden para Archivos de su puño y letra.
—Cursen esto inmediatamente. Creo que sé lo que está buscando. Bill —dijo, mientras la puerta se cerraba detrás de la muchacha uniformada—. Recuerdo que quedé sorprendido cuando me enteré de que Jim había ingresado en el servicio de vuelos. No podía imaginarle yendo al Exterior voluntariamente. Era un terrestre en toda la extensión de la palabra. Ni siquiera creía que los marcianos fueran realmente humanos. ¿Es eso lo que deseaba usted saber?
—En parte. Esto se desprende claramente de su informe. Deseo conocer la resistencia de los miembros de la tripulación a la hipnosis, y su actitud en lo que respecta a la vida en los otros planetas..., cosas de este tipo.
—Creí que todos los miembros del servicio de vuelos estaban obligados a someterse a esa clase de tests —dijo la Jefe de Relaciones Públicas, con cierta acritud.
—En efecto. Al menos, por lo que respecta a los reclutas. Pero siempre hay un grado de variación individual. Y en cuanto a los oficiales..., bueno, hay que reconocer que existen muchas dificultades para encontrar hombres capaces de mandar los BB. Creo que cualquier oficial del ejército que se presente voluntario no encontrará pegas a la hora de pasar el test...
Se volvió hacia Hartson, como buscando una confirmación a sus palabras; el Comandante asintió de mala gana; y Schwartz continuó:
—Incluso para los tripulantes, depende del lugar donde se efectúan los tests. En algunas zonas, la Sección Psicológica no es demasiado... eficiente.
—No cabe duda —dijo Lucy sarcásticamente—. Pero me gustaría saber hasta qué punto es "eficiente" la Sección Psicológica de este Puesto. Dice usted que dispone de las drogas y del personal, doctor. De modo que, si el Comandante trae aquí a esos desconocidos, vivos, ¿podrá usted manejarlos? Si no puede...
Se encogió de hombros.
—Depende. —El Psicooficial fingió no darse cuenta del tono de reto con que había hablado Lucy, y continuó—: Podemos manejarlos perfectamente, si se trata de algo tan simple como la hipnosis. Lo que ocurre es que no creo que el capitán Malcolm estuviera en lo cierto acerca de esto. Podré decirlo con más conocimiento de causa después de haber estudiado su ficha psicológica.
—¡De acuerdo! Entonces tendré que permanecer aquí sentada unas cuantas horas, hasta que usted haya estudiado los tests, ¿no es eso? Esto le dará a usted un poco más de tiempo para aclarar sus ideas. Bueno, si he de pasar la noche aquí, me gustaría ponerme un poco más cómoda. ¿Le importaría que me acercara a casa para cambiarme de ropa mientras esperamos, Comandante?
Hartson contempló el vestido de noche de Lucy con expresión desolada.
—Lo siento, Miss Ardin. Espero que lo comprenda. Se trata de llegar a una decisión acerca de un asunto de vital importancia, y temo que tendré que rogarle que no se marche hasta que lleguemos a una conclusión.
Lucy volvió a encogerse de hombros.
—En tal caso, ¿puede facilitarme una máquina de escribir? Puedo entretenerme redactando mi informe...
Schwartz se echó a reír.
—Bill, ¿no puede usted ordenar a Intendencia que traigan algo para la señorita? Aunque sea un mono de trabajo... El que Miss Ardin se encuentre cómoda puede influir en nuestra decisión.
—Desde luego —se apresuró a decir Hartson—. Y puede pedir cualquier elemento de trabajo que desee, Miss Ardin.
—Gracias, Comandante —dijo Lucy, con demasiada dulzura—. Estoy segura de que eso facilitará las cosas. Me pregunto si podríamos facilitarlas todavía más enviando a buscar también el uniforme del doctor... Si se supone que yo voy a ser más flexible, creo que si el doctor se quita el smoking y se pone el uniforme se mostrará más decidido.
Hartson sonrió.
—Ha puesto el dedo en la llaga, Bob —dijo jocosamente.
—¡De acuerdo! —El Psicooficial se puso en pie bruscamente, dio unos pasos por la pequeña oficina y se volvió en redondo para enfrentarse con ellos—. De acuerdo, les diré lo que pienso. Pienso que la raza humana está demasiado asustada y demasiado hambrienta para ser capaz de enfrentarse con esto. Hambrienta de seguridad, de tranquilidad..., de amor. ¡Y asustada! Asustada de cualquier cosa que sea distinta, de cualquier cosa que proceda del Exterior, de cualquier cosa un grado más intensa de lo que las normas permiten.
"Pienso, también —y perdone mi brusquedad, Bill—, que la reacción de Malcolm fue típica de todo lo que está más enfermo en nuestro Sistema. El solo hecho de que estemos aquí sentados, considerando hasta qué punto esos cuatro seres representan una amenaza —¡cuatro seres humanoides, que llegan armados únicamente con un mensaje de amor!—, les convierte en peligrosos.
"¿Quieren saber lo que pienso? Pienso que lo que esos seres han conseguido, sea un arma o un modo de vivir natural, sea hipnotismo o sinceridad de corazón, sea lo que sea. no es invencible, ni definitivo, ni ninguno de los otros adjetivos que se han pronunciado aquí esta noche, sino específicamente irresistible.
"Pienso que todos nosotros... usted, Bill, deseando hacer algo vergonzoso, y usted, Miss Ardin, soportando durante horas enteras el tormento de un vestido ridículo por el solo hecho de que cree que con él está más "atractiva", y tal vez yo más que nadie, resistiéndome a expresar mi pensamiento porque es "brutal"..., todos nosotros y el resto del Sistema tenemos una apremiante necesidad que la miserable civilización que nos hemos fabricado para nosotros mismos no puede satisfacer.
"Queremos amor. Necesitamos amor. Incluso la más mísera de las almas que viven entre nosotros. ¡Y lo necesitamos tanto, que puede ser utilizado como un arma contra nosotros!
"Comprendan, por favor, porque para mí es muy importante lo que voy a decir, que ni por un momento creí que lo que están utilizando sea hipnotismo. Creo que sé lo que es. Pero...
—¡Bueno, por fin! —Lucy Ardin suspiró y movió un rígido dedo por primera vez desde que Schwartz había empezado a hablar—. Entonces, ¿cree usted que podrá manejarlo?
Schwartz la miró con expresión de asombro.
—¿Ha oído usted algo de lo que he dicho? No. No, no creo poder manejarlo, como usted dice, ni que haya nadie capaz de hacerlo. No creo que sea hipnosis, aunque esto es lo de menos. Mejor dicho, estaría mucho más tranquilo si pudiera creer que se trata de eso.
"Si le repugna lo que voy a decir, Bill. Quiero que comprenda claramente que el consejo que voy a darle va en contra de mis inclinaciones y de mis instintos. Ahora, mire: si tiene que ser considerado como un arma —y no veo de qué otro modo podría ser considerado desde el punto de vista de la Defensa Solar—, se trata de un arma irresistible. No existe ningún medio para atar o anular los cerebros de aquellos... seres, excepto manteniéndoles inconscientes, lo cual impediría automáticamente cualquier tarea investigadora.
Cogió su copia del resumen de los datos del diario de navegación, la contempló tristemente y volvió a dejarla sobre la mesa.
—Bill, daría diez años de mi vida por tener la oportunidad de hablar personalmente con esos seres, y descubrir... Pero mi consejo como oficial de la Defensa Solar es que no nos queda otra alternativa que la de destruir a los desconocidos antes de que recobren la conciencia.
El Comandante y Lucy se pusieron bruscamente en pie.
—¡Santo cielo, Bob! —gritó Harston—. No puede usted...
—¿Se da usted cuenta? —exclamó a su vez Lucy Ardin—. Lo único que ha dicho es que no sabe de qué se trata. Ninguno de nosotros lo sabe, ¡y yo quiero descubrirlo! No me asusta. Tal vez usted necesite amor, Psicooficial, pero yo no...
Volvió a sentarse, triunfante y sin aliento.
El Comandante se dirigió a Schwartz:
—¿Es ésa su última palabra, Bob? ¿Debo tomarla como su decisión?
—Temo que sí, Bill. Ya ha oído lo que Lucy acaba de decir. ¿Recuerda lo que se preguntaba Malcolm acerca del final de la historia de la huerfanita? Ésta es una respuesta. Desde el punto de vista de la niña, significa que quienquiera que encontró la nota se presentó con ella a las autoridades del orfelinato, diciendo que una de las pensionistas se dedicaba a escribir notas indecentes... Éste es uno de los finales. Hay otros muchos, pero no olvide el que imaginara Malcolm. No olvide a todos los sentimentales... como yo, por ejemplo. Si olvidara mis obligaciones como oficial del Servicio, lo único que desearía sería sacar a la niña del orfelinato.
"Y no olvide, tampoco, que hay otras muchas respuestas posibles. Tiene usted que elegir, Comandante. Puede usted destruirles en nombre de la Seguridad... o arriesgarse a que el Sistema sea "conquistado" por una raza extranjera. ¿Qué es lo que decide?
El Comandante Harston sonrió forzadamente.
—En seguida lo sabrá —dijo, y pulsó el timbre llamando a un ayudante. La muchacha uniformada apareció en el umbral de la puerta—. Jenny —le ordenó—, ocúpese de que transmitan instrucciones para que el Baby Byrd III sea trasladado inmediatamente al Puesto de Aislamiento de Deimos. La nave será pilotada por el soldado Joseph Fromm, que se encuentra a bordo del Scanliter Doce. Necesitaremos un informe continuo por radio a partir del momento en que el piloto entre en la nave.
"Instrucciones aparte para el Scanliter Diecisiete y el Scanliter Veintidós, los cuales seguirán al BB-3 con la artillería preparada para hacer fuego. No establecerán contacto por radio con nosotros, pero se mantendrán a la escucha. El soldado Fromm no tiene que saber nada acerca de las órdenes dadas a las otras naves. La palabra "manzana" será la señal para disparar, si estimo necesario destruir la nave. ¿Está claro?
—Sí, mi Comandante.
La puerta se cerró silenciosamente detrás de la muchacha, y Bob Schwartz se puso en pie y dio la vuelta a la mesa para estrechar la mano del Comandante.
—Dicen que es usted un gran hombre, Bill —murmuró—. Y empiezo a creer que es verdad. Ahora, me gustaría pedirle un favor, al cual no tengo derecho, desde luego. He cumplido con mi obligación, como ha visto, y le he dado mi opinión en mi calidad de oficial de la Defensa Solar. Ahora voy a pedirle un privilegio, en mi calidad de viejo amigo. Si va usted a tratar de traer esa nave hasta aquí, me gustaría hacer el viaje en ella. Soy un buen observador, y no tardaría más de una hora en llegar allí. No creo que fuera mucho retraso...
La voz del Comandante era ahora de hielo.
—Ya sabe usted que eso es imposible, Bob. Desde luego, es usted un buen observador..., demasiado bueno. Hemos de tener a un hombre en aquella nave, pero sólo necesitamos a un hombre, y que no sea un especialista. Lo único que tiene que saber es pilotar la nave y ser capaz de hablar ininterrumpidamente. Tenemos ya un voluntario para la tarea, y es aceptable. Si desea usted darle instrucciones acerca de algún punto determinado, dispone de cinco minutos para prepararlas. Inmediatamente después comenzará la operación. Compréndalo, Bob; estoy siguiendo su consejo, pero antes tengo que demostrarme a mí mismo que sus premisas son exactas. Quiero comprobar hasta qué punto son irresistibles.
Se volvió hacia la Jefe de Relaciones Públicas y añadió, con la misma frialdad:
—Puede marcharse ahora, si lo desea, Miss Ardin. Supongo que querrá oír los informes a medida que lleguen. Pero pasarán veinte minutos antes de que la nave esté en camino.
El soldado Joe Fromm entró en la cámara reguladora de la presión del BB-3, se despojó de su traje espacial e hizo un rápido examen de las cabinas. Tres de los desconocidos, todavía inconscientes, estaban atados cadera con cadera y muñeca con muñeca en el suelo de una cabina. Aquella puerta tenía que estar cerrada. La otra cabina estaba vacía, como tenía que estar.
—Sin novedad en las cabinas —murmuró a través del micrófono portátil—. El pasillo está despejado. —Entró en la sala de mandos, y comprobó las ligaduras del desconocido que había ocupado el asiento del piloto y que ahora estaba atado a una silla construida especialmente—. El desconocido de la sala de mandos sigue inconsciente. Comprobación de instrumentos: controles electrónicos, correctos; radar, correcto; controles de...
Siguió con la lista, alegre, con la rutina familiar, hablando fácilmente, sin verse importunado por la necesidad de tomar aliento entre palabra y palabra, como había sentido al examinar a los desconocidos.
—Ahora me estoy atando al asiento del piloto, y preparándome para el despegue. Preparado para despegar en cuanto reciba la señal... Señal recibida; despego... utilizando aceleración mínima, volando en línea recta hacia Deimos... El desconocido de la sala de control parece mover los dedos de los pies... ¿quién había de decir que tenían los dedos de los pies como nosotros?... Está recobrando el conocimiento... Vuelo en línea recta hacia Deimos... Creo que todo irá bien...
Tenía que vigilar los instrumentos con un ojo y al desconocido con el otro. El... lo que fuera... no parecía tener interés en soltarse.
—Ahora está moviendo la cabeza y mirando a su alrededor..., mirando sus ataduras, y la silla, tratando de volver la cabeza, pero sin luchar ni forcejear... Ahora me está mirando... He captado su mirada por un breve instante, o él ha captado la mía. Creo que desea que vuelva a mirarle, pero yo trato de no hacerlo. Es capaz de atraer mi atención e hipnotizarme, ¿verdad? Estoy moviendo los ojos a mi alrededor, comprobando los instrumentos, y procurando distraer mi pensamiento...
"Ahora estamos acercándonos a una órbita alrededor de Marte, decelerando. Mi pantalla de radar refleja a dos naves que nos están siguiendo... ¿Nos siguen tan de cerca por si es necesario disparar contra nosotros?... Por favor, no... ¡Esto no es mi pensamiento!
"Es... él; está pensando en mi cerebro... Son telépatas, desde luego. El primer pensamiento inducido en mi cerebro, de que fui consciente: "por favor, no disparen contra nosotros, somos amigos". Me pareció completamente natural empezar a decirlo. Sus pensamientos no me llegan ahora en palabras claras... Tal vez me esfuerzo demasiado... No. Estoy demasiado tenso... Éste era su pensamiento, no el mío, me estaba diciendo que no estuviera tan tenso y comprendería...
"Dice..., aunque sin palabras, pero es un modo de decirlo..., dice que son amigos, que nos quieren. Desean ser amigos nuestros. Lo dice de distintos modos, pero la sensación siempre es la misma, con diferentes... cuadros...
¡Cuadros! ¡Eh! ¡Fuera de aquí!
—Desea que yo... le quiera. Esto es lo que dice. Él..., los hombres no sienten de este modo unos hacia otros..., ¡no!... Me ama a mí, lo ama todo..., a todos los seres vivientes..., a todos los hombres.
"Ahora dice que los cuadros que yo veo me los creo yo mismo, de modo que a veces puedo confundir su significado. Él traza un cuadro en su mente, tal como visualiza un pensamiento en su mundo, pero yo lo veo del modo que sería en el mío...
"Oigan, el capitán Malcolm no comprendió. Esto es importante... Al decir "amor" no dan a la palabra el mismo significado que nosotros. En ellos significa agrado, y compenetración, y... nosotros no tenemos las palabras adecuadas para describirlo. No se trata de apoderarse de algo o de herir a alguien. Es un sentimiento del que no hay nada que temer. La única cosa que el capitán entendió fue aquella historia acerca de la huérfana...
En la Base de Phobos, la máquina de escribir de Lucy Ardin interrumpió bruscamente su tecleo, mientras Bill Harston y Bob Schwartz apartaban la mirada de la pantalla al mismo tiempo. Harston era un soldado; su rostro se mantuvo inexpresivo cuando alargó la mano hacia el micrófono. Por el rostro de Schwartz, en cambio, se deslizaban unas lágrimas de frustración.
—...la que tiró la nota por encima de la tapia. Eso es lo que sienten ellos. Dice que ahora comprendo, que es como aman los seres humanos cuando son niños, como escribió la huérfana en la nota: "Quienquiera que seas...
El Comandante pronunció una palabra:
—Manzana.
—...te amo."