OJOS ARTIFICIALES
Un mosaico de sonido remolineó en medio de la impenetrable y opresiva oscuridad: el sonoro tictac del reloj de pared, los estridentes gritos de la chiquillería, el lejano bramido de las bocinas de los automóviles...
Curt Markson se agarró a los brazos del sillón y se inclinó hacia adelante, como si pudiera taladrar el negro palio.
—Pero, yo soy apto, ¿no es cierto?
En alguna parte, más allá de la cortina de oscuridad, la silla giratoria del director crujió significativamente.
—Sí... y no. Responde usted a todas las exigencias necesarias, Mr. Markson. Pero mucho me temo que el LITE no podrá aprobar la asignación de un animal a su caso.
—¿No he pasado satisfactoriamente todas las pruebas?
—Desde luego —admitió el doctor Wendt a regañadientes—. Sin embargo, su socio aquí presente puede describir cómo ha afectado usted a los animales del Instituto. Ha estado presente en todas las sesiones. Tal vez usted no se haya dado cuenta, pero no resultó nada agradable para los perros.
Alex Bardell le cogió amablemente del brazo.
—Es cierto, Curt.
Desalentado, Curt recordó los lastimosos gemidos de los animales, sus aullidos de dolor, sus evidentes manifestaciones de angustia.
—La empatía visual se alcanza normalmente sin que el animal afectado sienta nada —explicó el doctor Wendt—. Pero, ocasionalmente, nos encontramos con una persona con un nivel insoportablemente duro de impacto mental. Es como si alguien rascara el cerebro del animal con una lima. Desgraciadamente, usted es una de esas personas.
—¿No existe ninguna posibilidad de que pueda suavizar ese contacto?
—Hasta ahora, nadie ha conseguido modificar de un modo apreciable su índice de impacto, aunque las investigaciones más recientes han sido alentadoras.
—¡Puedo seguir intentándolo!
—No es tan sencillo como parece. Además de la cuestión humana, nos enfrentamos con el hecho de que un contacto mental demasiado brusco enloquece al animal. Y existe la posibilidad de que identifique la fuente de su sufrimiento y ataque... ferozmente.
Curt se agarró al borde del escritorio.
—Pero los perros del LITE tienen fama de ser muy resistentes al dolor. ¿No podrían cederme uno de ellos?
—No —respondió bruscamente el doctor Wendt—. Cada uno de los animales que tenemos aquí ha sido sometido a un adiestramiento especial durante años enteros. Cada uno de ellos es el resultado de generaciones enteras de cruces estimulados nucleónicamente. En todos los demás aspectos son simplemente perros, desde luego. Pero su sensibilidad es mucho más elevada que la de cualquier animal que pudiera serle asignado por el Instituto Labonitz de Empatía Telepática.
—Pero, yo he de disponer de mi vista antes de la semana próxima —insistió Curt—. ¡He de saber si puedo vivir una existencia normal con unos ojos artificiales!
—Lo sé. Su prometida está a punto de llegar. ¿Cuánto hace que sufrió usted el accidente?
—Dos meses —respondió Curt, dejándose caer hacia atrás en su asiento.
—¿Y está usted orgánicamente ciego?
- Incurablemente ciego.
—Lleva usted sesenta días en la oscuridad, con una lesión permanente del nervio óptico. —La voz de Wendt era fría e impersonal—. Yo estuve ciego durante cuarenta años antes de que el doctor Labonitz perfeccionara la técnica V. E.
Las patas de un animal se deslizaron sobre el suelo de ¡a habitación y poco después el aliento de un perro jadeó ante el rostro de Curt, al tiempo que las extremidades delanteras del animal se posaban sobre su pierna.
Wendt había enviado sus «ojos» a observarle de cerca.
Con sonido semejante al zumbido de una horda de insectos, los neumáticos giraban monótonamente sobre el cemento de la carretera, mientras Curt trataba de percibir el verde verano que se deslizaba junto al automóvil.
—No me lleves a la oficina, Alex —murmuró, en tono desalentado—. Para lo que sirvo allí...
Alex se echó a reír.
—Desde luego que sirves. Y en cuanto te readaptes, tu labor será tan útil como antes.
Curt permaneció unos instantes en silencio. Luego dijo:
—Es inútil. Voy a retirarme del negocio... para siempre.
Alex detuvo el automóvil.
—¿No te das cuenta de que yo quiero que continúes en la firma? No puedo evitar el sentirme responsable del accidente.
—Olvídalo. El único motivo de que el avión de la compañía se estrellara fue mi descuido en asegurarme de si tenía suficiente combustible.
—Pero yo te dije que me ocuparía de llenar el depósito antes de que emprendieras el vuelo.
—Pero no pudiste hacerlo: tuviste dificultades con el automóvil y te resultó imposible enviar a alguien para que me advirtiera antes de despegar.
Alex volvió a poner en marcha el vehículo, sin contestar, y Curt se entregó al apasionante juego de tratar de identificar los sonidos que llegaban hasta él en la noche eterna de sus ojos.
—Alex, no quiero que pienses que no aprecio tus esfuerzos. Has sido como un hermano para mí. Incluso en lo que respecta a Sue...
—No hubo nada de magnánimo en eso, Curt. Ella te amaba a ti, no a mí.
Curt suspiró.
—No tenemos por qué engañarnos. Cuando Sue regrese, ni siquiera podré verla. Las cosas serán muy distintas entonces..., si es que aún estás interesado.
Alex estalló.
—¿De modo que quieres que la rescate? ¡No digas más tonterías, por favor!
—No vamos hacia la ciudad, ¿verdad?
—No. No quise decirte nada hasta estar seguro de que podría arreglarlo. Pero cuando vi que en el Instituto no iban a aceptarte, me puse en contacto con el dueño de una perrera.
Detuvo el automóvil. Un perro ladró muy cerca y se oyó el rechinar de una cadena.
—Ayer estuve aquí. Esta gente se dedica a vender perros lazarillos. Es una especie de mercado negro. En realidad, los perros proceden del LITE: algunos con un deficiente índice VE, otros..., bueno, otros no son lo bastante dóciles como para que les sea confiada una persona ciega.
Curt le escuchaba ansiosamente, luego sonrió. De nuevo brillaba la esperanza en medio de la espantosa oscuridad.
Alex le ayudó a apearse del automóvil.
—Sólo insisten en una cosa: el animal debe llevar bozal... siempre.
Curt echó a andar en dirección a los ladridos del perro.
—En mi caso prescindiremos del bozal.
—Pero, los perros S-E son mestizos de mastín... ¡Éste pesa casi doscientas libras!
—Nada de bozal —repitió Curt obstinadamente—. Ése no es el modo de ganarse la confianza de un animal.
—De acuerdo, nada de bozal..., pero únicamente si no tratas de ver empáticamente a menos que yo esté contigo.
Curt pasó el resto del día y la mañana siguiente ganándose la confianza del mastín. En un momento de alegre optimismo, bautizó al animal con el nombre de Brutus.
Y el nombre era realmente apropiado, pensó Curt mientras se arrodillaba al lado del perro en el salón y pasaba los sensibles dedos por su poderoso flanco.
Brutus era enorme. Tenía el lomo ancho y el cuello poderoso. Pero en su achatada cabeza había una revelación táctil de amable y noble tolerancia.
Curt se puso en pie y el perro se incorporó sobre sus patas traseras, apoyando las delanteras en los hombros del ciego. Riendo, Curt retrocedió bajo el peso hasta caer torpemente sobre el sofá.
En aquel momento se presentó Alex.
—Mañana —dijo en tono alentador— podrás establecer un primer contacto.
Curt se irguió en el sofá. ¿Por qué no en aquel momento? No quedaba mucho tiempo... Sue llegaría la semana próxima y ya era viernes.
Dominándose, redujo su intensidad mental a un simple susurro de fuerza, recordando los puntos más favorables de la concentración receptiva.
Proyectar una conexión empática, había dicho Wendt, era como separar un oscuro pasillo en el cerebro e imaginar un rayo de fuerza perceptiva brillando en toda su longitud... hasta alcanzar la primitiva conciencia del perro.
Delicadamente, se dijo Curt a sí mismo. En su caso, el pasillo debía ser un hilo tenue, delgado y flexible. Y el rayo debía ser pálido y atenuado. Añadió un poco de intensidad al imaginario rayo de percepción.
¡Y se estableció el contacto!
Nada que pudiera ser llamado visión —todavía no—, únicamente un leve reflejo de luz externa. Pero Curt no deseaba nada más, de momento. Tenía que proceder con mucha meticulosidad, concediéndole tiempo a Brutus para que fuera adaptándose a la presencia de algo extraño en su mente.
El mastín gimió, inquieto, y Curt oyó el deslizarse de sus patas sobre la alfombra mientras Brutus andaba de un lado para otro.
El hilo perceptivo debía crear aisladas islas conceptuales en la conciencia del perro: recintos de pensamiento seudo-semántico.
De pronto, los gemidos de Brutus se convirtieron en un aullido.
—¡Curt! ¿Estás intentándolo?
Curt asintió.
—¡Cuidado! —advirtió Alex—. Recuerda: delicadamente.
Curt procedió lentamente, deteniéndose de un modo deliberado entre los superficiales esquemas mentales. Reorganizó algunas de las ideas elementales del animal, y descubrió su connotación conceptual. Allí estaban el preeminente mí-yo de auto-identificación, el ávido predicado comida, la anhelante afirmación quiero, la idea reverencial del místico hombre-cosa y su plural complementario, más-de-un-hombre-cosa.
Osadamente ahora, Curt estableció la conexión empática, hurgando en el sistema receptor visual del animal.
¡Y se hizo la luz!
Vagamente, Curt pudo ver el contorno de los muebles, a sí mismo de pie delante del perro, la luz del sol penetrando a través de la ventana.
Pero el temor del mastín era como una trepidante vibración, y los recintos conceptuales se entremezclaban peligrosamente: mí-yo... miedo... hombre-cosa... más-de-un-hombre-cosa...
Brutus retrocedió, asustado, y el contacto de Curt con el animal se interrumpió bruscamente, sumiéndole de nuevo en la oscuridad. Y Curt pudo oír al perro ladrando y ladrando salvajemente alrededor de la habitación.
—¡Cuidado! —gritó Alex—. ¡Apártate!
Curt levantó sus manos en un gesto protector. Pero de repente el enorme mastín chocó contra él, haciéndole caer hacia atrás. En alguna parte de la habitación, cayó un mueble y se rompieron unos cristales.
—¿Qué ha pasado? —gritó Curt.
—Ese estúpido animal ha derribado una mesa. Pero ahora parece que se está calmando.
Avanzando a gatas, Curt se acercó al lugar donde resonaba la agitada respiración de Brutus.
—¡No te acerques! —le advirtió Alex—. ¡Es peligroso!
Pero las manos de Curt tocaron el tembloroso cuerpo y sus dedos se deslizaron cariñosamente por la piel del animal, mientras susurraba palabras tranquilizadoras. Al cabo de un rato, Brutus dejó de temblar y lamió la mano de Curt.
—Tendremos que ponerle el bozal —dijo Alex en tono resuelto.
Curt sacudió la cabeza.
—Ni pensarlo.
Aquella noche, poco después de que Alex llamara por teléfono para decir que llegaría un poco tarde, el timbre del teletipo señaló la recepción de un telegrama mientras sus teclas imprimían el mensaje.
Curt arrancó la hoja de la máquina y la sostuvo delante de su ojos, antes de recordar que no podía ver. Amargamente arrugó el papel y se lo metió en el bolsillo.
Tanteando la pared con una mano, se acercó a la ventana. Con la brisa en su rostro, trató de distinguir la luna llena que estaría levantándose por el este.
- Brutus -llamó suavemente.
La cadena del mastín se arrastró por el suelo hasta que el animal se acercó lo bastante como para que Curt pudiera oír su amistosa y excitada respiración.
Curt pensó en la posibilidad de intentar otro contacto VE, ahora que las distracciones del día habían remitido y el perro estaba atado.
Delicadamente, envió el rayo perceptual a través del angosto pasillo hacia la mente del animal.
Y de nuevo encontró las etéreas islas conceptuales. El vago reflejo de su propia imagen, envuelto en la idea hombre-cosa. Y en simbólica proximidad, la esfera de auto-identidad del animal. Sólo que ahora había algo más que el mí-yo. La idea se había ampliado a mí-yo-Brutus.
Bruscamente, Curt se dio cuenta de que la imagen hombre-cosa se había hecho más intensa. Ahora parecía centrada en un marco rectangular, siluetada por una brillante claridad.
Luego, Curt reconoció el marco como la ventana delante de la cual se encontraba. ¡Sin complicaciones, había establecido la empatía visual y ahora estaba viéndose a sí mismo a través de los ojos del animal!
Brutus emitió un suave aullido. Pero Curt se dio cuenta de que no se trataba de un grito de dolor, sino de vigilante expectación.
¡Buen muchacho, Brutus!, pensó.
El elogio subvocal se reflejó inmediatamente en el cerebro del mastín.
Mi-yo-Brutus-bueno adquirió forma lentamente, con cierto matiz de orgullo. Luego se formó un nuevo concepto, matizado de perplejidad: ¿Muchacho?
Curt se acordó del telegrama y rompió la conexión. Apresuradamente, siguió la pared hasta la puerta trasera, salió al patio y volvió a establecer el contacto.
La visión llegó inmediatamente. Curt se vio a sí mismo descendiendo los peldaños, cautelosamente al principio, con más confianza después, a medida que comprobaba la existencia de una eficaz coordinación a pesar del deslizamiento de la perspectiva exterior.
Cruzó el patio en dirección al perro, viendo claramente y evitando el banco que se alzaba en su camino. El mastín empezó a volver la cabeza a un lado, pero Curt interrumpió el movimiento con un suave y deliberado impulso.
De pie delante del animal, alisó el telegrama contra su cadera. Luego colocó el mensaje enfrente del rostro del perro.
Brutus empezó a olisquear el papel, pero con una amable orden Curt le obligó a quedarse quieto, sentado sobre sus patas traseras, con los ojos fijos en el telegrama. A la luz de la luna, Curt leyó:
QUERIDO — LLEGARÉ LUNES MAÑANA. NO PUEDO ESPERAR. ESTOY ANSIOSA POR VERTE. TE QUIERO — SUE.
A la mañana siguiente, ausente el ama de llaves, Alex preparó el desayuno. Pero Curt mostró poco interés por la comida.
—¡Tenías que haber estado aquí, Alex! —dijo, entusiasmado—. Funcionó tal como Wendt había dicho.
—¿A qué atribuyes el éxito?
—No lo sé, a menos que se debiera a que lo intenté de un modo casi impensado. Las otras veces, me pasaba horas enteras anticipando la empatía visual, creando una tensión que luego descargaba telepáticamente en el cerebro del animal.
—Es posible —dijo Alex, pensativo—. De todos modos, me alegro de que hagamos progresos. Sue llegará pasado mañana.
Curt se inclinó hacia adelante presa de excitación.
—¿Te das cuenta? Si Sue hubiese estado aquí anoche, ni siquiera habría sospechado que estaba ciego.
—¿Resultó bien?
—Estupendo. Wendt tenía razón: la visión sustituta es mejor que la vista directa. Uno puede verse a sí mismo en relación verdaderamente objetiva a todo lo que le rodea.
En el exterior, la cadena de Brutus se deslizó silenciosamente por el suelo mientras el mastín paseaba incansablemente de uno a otro lado.
Alex se puso en pie.
—Tengo que ir a la ciudad. Estoy citado con Jackson para hablar del asunto Petersburg. Cuando regrese, veremos lo que puedes hacer.
Cuando Alex se hubo marchado, Curt paseó con impaciencia a través de la oscuridad de la casa, luchando por no anticipar la próxima tentativa de establecer la empatía visual. Ahora estaba convencido de que la causa de todas sus dificultades era el exceso de tensión acumulada mientras aguardaba la prueba.
Pero, al tiempo que iba de habitación en habitación, descubrió que sus pensamientos volvían de un modo incontrolable al mastín, que su cerebro intentaba involuntariamente de establecer el contacto VE. En el Instituto le habían advertido que sucedería así. Le habían dicho que el contacto visual se convertiría en un proceso automático, asegurándole que la volición necesaria para dominar las facultades visuales del perro no sería superior a la que había necesitado para ejercitar su propia visión.
Estaba en el vestíbulo cuando sonó el teléfono. Para no desandar el difícil camino hasta el salón, Curt entró en la habitación de Alex. Su mano extendida hizo caer algo de la mesilla de noche antes de encontrar el receptor.
—¿Mr. Markson? —inquirió una voz femenina.¿Sí?
—Aquí, Perreras Westside. Sólo queríamos preguntarle si está satisfecho con el perro.
- ¿Brutus? Es un animal excelente.
—Suponíamos que estaría usted complacido. En realidad, sólo quería asegurarme de que tiene usted al animal en las debidas condiciones. Normalmente...
Curt notó que su espalda se ponía rígida. Absorto en la conversación, su cerebro había enviado inconscientemente un hilo perceptual hacia Brutus, y ahora estaba viendo el patio.
—¿Mr. Markson? —inquirió la muchacha.
—Sí. Todo marcha bien. El perro es excelente.
Deliberadamente, interrumpió el involuntario contacto con la mente del mastín.
Después de colgar el receptor, se agachó en busca del objeto que había hecho caer de la mesilla. Casi inmediatamente lo encontró: una lima de acero, plana. Al abrir el cajón para colocarla dentro, su mano tropezó con un objeto cuya identidad no pudo reconocer, de momento. Lleno de curiosidad, deslizó sus dedos a lo largo de la herramienta: era un pequeño rastrillo de jardinero.
Aquella tarde, Brutus irrumpió alegremente en el salón, haciendo resonar sus patas sobre la alfombra como el redoble de un tambor envuelto en lana.
Alex condujo a Curt hasta una silla de respaldo recto.
—Creo que lo mejor será que empieces por relajarte —sugirió—, eliminando toda tensión.
—He esperado esta sesión con demasiada impaciencia —dijo Curt aprensivamente—. Temo que no resulte.
—Procura descansar el cerebro —aconsejó Alex—. Piensa en otra cosa. Yo te avisaré cuando tengas que establecer la VE.
Curt evocó una imagen mental de Sue tal como la había visto tres meses antes, el día que emprendió el viaje en compañía de su madre.
Brutus se detuvo delante de él y olisqueó las perneras de sus pantalones. Pero Curt trató de mantener su pensamiento alejado del perro. Recordar el accidente era un modo fácil de conseguirlo: el avión chisporroteando inmediatamente después de despegar, perdiendo altura, cayendo...
—¡Ahora, Curt! —dijo Alex suavemente.
Curt se vio a sí mismo sentado en la silla. En un espejo situado detrás de él, contempló al perro sentado sobre sus patas traseras. Los elementales pensamientos del animal llegaron hasta Curt, monótonos en su sencillez pero sinceros y tranquilizadores.
Hombre-cosa buenn muchacho... ¿Comida? Yo-Brutus sed-agua...
Curt se volvió triunfalmente hacia Alex y la cabeza del perro giró en aquella dirección, centrándose en el hombre que estaba de pie junto a la puerta.
Repentinamente, Brutus pareció enloquecer.
Decepcionado y asustado, Curt contempló los agudos espasmos de dolor que rasgaban los primitivos procesos de su mente.
A través del espejo, vio que el enorme perro se erguía sobre sus patas traseras, gruñendo de un modo salvaje. Luego, el contacto visual se interrumpió y Curt oyó al mastín que corría por la habitación, cargando contra los muebles.
Alex lanzó un grito y la puerta del salón se cerró de golpe.
Indefenso ante el enloquecido animal, Curt mantuvo su contacto con la conciencia no-preceptiva de Brutus, tratando de tranquilizarle.
Calma, muchacho, pensó desesperadamente. No pasa nada, Brutus.
¡Daño! ¡Yo-Brutus miedo! A pesar de su dolor, retazos de pensamiento seudo-racional llegaron hasta Curt. Hombre-cosa, otro-hombre-cosa, hombre-casa, otro-hombre-cosa.
¡Brutus estaba tratando de identificar la fuente de su tormento!
Curt se puso en pie y dio la vuelta a la silla, colocándola entre sí mismo y el enloquecido animal que gruñía en la impenetrable oscuridad.
Brutus cargó contra la silla y el impacto derribó a Curt. Desde el suelo oyó el sonido de unos dientes furiosos hundiéndose en la madera, astillando la silla, esparciendo los restos por la habitación.
—¡Alex! —gritó frenéticamente.
La puerta se abrió y el perro soltó la silla y cruzó gruñendo la habitación.
Alex profirió un grito de dolor. Luego se produjo un silencio, en medio del cual Curt pudo oír los pasos de Brutus sobre el bruñido suelo del vestíbulo en dirección a la puerta trasera.
—¿Qué ha sucedido? ¡Alex! ¿Estás bien?
Hubo un movimiento en el suelo junto a la puerta y Alex exclamó:
—¡Ese maldito perro me ha clavado los dientes en el brazo!
Curt se acercó a él y tocó la manga, húmeda de sangre.
—Salí en busca de mi automática —explicó Alex—. Pero no estaba cargada. Y no podía perder tiempo buscando los proyectiles.
—Llamaré a un médico.
—No vale la pena. Puedo conducir hasta la clínica. ¡Pero deja a ese maldito animal en paz!
El domingo por la tarde, Curt estaba en el umbral de la puerta con aire desconsolado mientras Alex reparaba los destrozos que el perro había hecho en el salón.
Curt seguía acústicamente los progresos de su amigo.
—¿Me llevarás mañana al aeropuerto?
Alex tardó unos segundos en contestar.
—¿De modo que has decidido ir a recibir a Sue, a pesar de todo?
—No. Voy a tomar un avión antes de que ella llegue.
—¡No puedes darte por vencido tan fácilmente!
—¿Qué otra cosa puedo hacer?
—En primer lugar, vas a tratar de establecer la empatía visual de acuerdo con mis instrucciones. Tendremos otra sesión... en el garaje. Brutus estará encadenado. Y utilizarás toda la fuerza mental que posees.
—Pero...
—Existen dos maneras de dominar a un animal testarudo. En este caso, se ha demostrado que la consideración y la amabilidad no dan resultado. Probaremos lo contrario.
Curt sacudió la cabeza.
—No. Ya tengo bastante. Debí hacerle caso a Wendt.
—Yo estoy convencido de que dará resultado. Piénsalo bien. Y cuando hayas decidido, házmelo saber. Ahora me voy a descansar. Este brazo me está fastidiando.
Curt se sentó delante de la ventana, con la cálida caricia del sol en su rostro, escuchando el rechinar de la cadena de Brutus mientras la húmeda brisa del atardecer agitaba los visillos.
Luego, repentinamente —cuando el reloj del vestíbulo daba las siete—, se decidió.
Se apartó de la ventana, localizó el teléfono y pidió comunicación con las Perreras Westside.
El propio dueño contestó a la llamada.
—El jueves me enviaron ustedes un perro —explicó Curt—. Desearía que pasaran a recogerlo mañana por la mañana.
—Lo siento, pero no acostumbramos devolver...
—Les regalo el animal —dijo Curt.
—Eso es distinto. ¿Cuál es su nombre?
—La venta se hizo a nombre de Alex Bardell.
Hubo una pausa.
—No recuerdo ese nombre.
—Se trata del perro que trajo usted mismo...
—¡Oh! ¿El mastín S-E? No había reconocido su voz, Mister Markson.
—Es muy lógico —dijo Curt, en tono irritado—. Es la primera vez que habla conmigo.
—¿Cómo dice? Hemos hablado tres veces por teléfono acerca del animal antes de que usted diera la orden de que se lo enviáramos.
Curt enarcó las cejas, intrigado. Luego oyó un clic en el receptor y recordó el aparato supletorio de la habitación de Alex.
—¿Está usted ahí, Mr. Markson?
—Sí, sí —dijo Curt—. Gracias.
Pensativamente, Curt colgó el receptor. ¿Por qué motivo había gestionado Alex la compra del perro en nombre suyo?, se preguntó. Y, lo que era más importante, ¿por qué había estado escuchando la conversación telefónica? Todo parecía indicar que Alex había tratado de crear la impresión de que no había tenido nada que ver con la compra de Brutus. ¿Por qué? ¿Porque no quería verse mezclado en una transacción con el mercado negro?
Intrigado por el clic del aparato supletorio, sus pensamientos retrocedieron a la última vez que había utilizado el teléfono en la habitación de Alex. Y recordó la lima que había hecho caer de la mesilla de noche, y el rastrillo que encontró en el cajón.
El rastrillo... Ahora que recordaba el incidente, había algo raro en aquel rastrillo. Todas las púas menos tres —¿o eran dos?— habían sido arrancadas. Y...
La puerta se cerró suavemente detrás de él. Luego oyó el chasquido del interruptor de la luz.
—¿Alex? —inquirió aprensivamente.
Alex rió.
—Por tu aspecto, diríase que acabas de descubrir algo desagradable.
—¿Por ejemplo? —inquirió Curt.
—Temí que hubieras entrado en sospechas ayer, cuando encontraste la lima sobre la mesilla de noche. Pero luego pensé que, de haber sospechado algo, hubieras vuelto a dejarla sobre la mesilla y no dentro del cajón, con el rastrillo.
Las púas que quedaban en el rastrillo, recordó ahora Curt, habían sido afiladas... ¡como los colmillos de un perro!
—Pero después de oír esa conversación telefónica —continuó Alex—, pensé que sólo a un imbécil podía escapársele el sentido de mi proceder.
—¡El rastrillo! —exclamó Curt—. ¡Brutus!
- ¿Brutus? Confiaba en que tendríamos otra sesión con el perro. Hubiera dejado que te atacara, para terminar el trabajo con el rastrillo. Pero, en vista de que has precipitado los acontecimientos, tendré que encerrarle aquí contigo y dejar que proporcione toda la evidencia que voy a necesitar.
—No creo que me ataque.
—¡Oh! Lo hará —dijo Alex—. Puedo introducir en su mente el dolor y la confusión suficientes como para que ponga toda la casa patas arriba. Verás, cuando asistí contigo a aquellas sesiones del Instituto, adquirí mucha práctica acerca de la empatía.
—¡Tú enloquecías a Brutus!
—Desde luego. En realidad, el LITE te rechazó por causa mía. Probablemente eres un contacto VE tan eficaz como el primero. Pero yo no podía permitir que las cosas siguieran adelante, porque sabía que con la ayuda de un perro S-E la ceguera no sería un obstáculo entre Sue y tú. De modo que estuve allí siempre para excitar a los perros y asegurarme de que serías rechazado. Luego arreglé lo de Brutus de modo que pareciera que habías comprado un animal peligroso en el mercado negro. Y me dediqué a enfurecer a Brutus telepáticamente...
Curt trató de acercarse al teléfono. Pero el puño de Alex estalló contra su rostro y le derribó al suelo. Luego notó que le rociaban el rostro con agua que olía a flores marchitas, y una mano le obligó a ponerse en pie.
—Aquella afortunada sesión con el perro el viernes por la noche facilitó mis planes —continuó Alex tranquilamente—. Te infundió confianza, estimulándote a proseguir con tus intentos de establecer la VE.
Curt paseó por la habitación unos ojos que no podían ver y Alex se rió de su desesperación.
—Incluso esta dentellada en mi brazo fue un golpe de suerte. Con ella puedo demostrar que el perro era tan peligroso para mí como para ti.
—Te preguntarán por qué no acudiste en mi ayuda cuando el perro me atacó —dijo Curt.
—No es probable. Verás, esta mañana anuncié a varios amigos que me marchaba a Cleveland. Muchas personas me vieron adquirir el billete y subir al tren de las dos y cuarto. Pero me aseguré de que no me vieran bajar del tren antes de su salida. Y mañana por la mañana, otras personas me verán llegar.
Curt permanecía pegado a la pared, pensando desesperadamente. Pero, ¿qué posibilidades podía tener un ciego? En el patio, Brutus bostezó en el interior de su perrera.
—Pero, ¿sabes una cosa, Curt? Creo que ni siquiera habrá una investigación. Lo sucedido aparecerá con demasiada claridad.
Curt oyó los pasos que se acercaban.
—¿Ha sido a causa de Sue? —preguntó.
Imaginó el característico encogimiento de hombros de Alex.
—Sue y el negocio, desde luego. No podía permitir que te la llevaras tan fácilmente.
—El accidente también fue obra tuya, ¿verdad?
Curt trató de que no asomara a su rostro la repentina esperanza mientras enviaba un hilo de empatía perceptiva al cerebro de Brutus. Una escena nocturna del patio se formó bruscamente en su propio cerebro, enmarcada en la ojival entrada de la caseta del perro.
—El accidente también, naturalmente —dijo Alex—. Me pareció el medio más sencillo. Pero, tras el fracaso, no podía volver a intentar nada parecido. Cuando empezaste tus sesiones en el LITE supe que había encontrado la solución.
Cautelosamente, Curt hizo que el animal se levantara y saliera de la caseta sin hacer ruido. Pero los pensamientos elementales de Brutus parecían resonar de un modo ensordecedor.
Yo-Brutus buen-muchacho. Hombre-cosa...
Curt se concentró en el pasillo de la empatía visual, dirigiendo al mastín hacia la casa. Pero, aun en el caso de que encontrara el modo de soltar al perro y hacerle saltar a través de la ventana, ¿qué ganaría con ello? Alex volvería a enloquecerle...
Curt trató de ganar un poco más de tiempo.
—Pero ¿por qué no dejaste que me quedara con mi ceguera? Yo estaba dispuesto a renunciar.
—No soy tan ingenuo —dijo Alex—. ¿Para que más tarde decidieras hacer otra tentativa en el Instituto y descubrieras que estabas capacitado para establecer un contacto VE?
Cautelosamente, Curt hizo avanzar al animal hasta que su cabeza estuvo en línea con la ventana. Con más cautela aún, le indujo a apoyar las patas delanteras en la pared. ¡Y de repente, Curt pudo ver el interior de la Habitación!
Alex estaba enfrente de él, empuñando el rastrillo con sus afiladas púas. En el momento en que Alex blandió el rastrillo, disparándolo contra su garganta, Curt se agachó para incorporarse inmediatamente con un uppercut que no hubiera resultado más demoledor de haber sido coordinado desde una auto-perspectiva.
Dejó a Alex tendido en el suelo y salió de la casa, tanteando las paredes, hasta el lugar donde se encontraba Brutus.
—Vamos, muchacho —dijo, soltando la cadena—. Alejémonos de aquí antes de que Alex recobre el conocimiento y empiece a llenarte el cerebro de ideas diabólicas.
Hombre-cosa buen-muchacho, parloteó Brutus mientras Curt le instalaba en el asiento delantero del automóvil, a su lado, y ponía el vehículo en marcha. Otro hombre-cosa malo.
En el aeropuerto, Brutus permaneció obedientemente detrás de ellos mientras Curt llevaba las maletas de Sue al automóvil. Había mantenido al perro a distancia, de modo que Sue no sospechara nada.
La madre de Sue subió al taxi que Curt había pedido para ella.
Curt apretó con más fuerza la mano de Sue.
—¡Cuidado! —advirtió—. No tropieces en esa grieta...
Sue se echó a reír y se volvió hacia él.
—Muy bien, Curt —dijo—. Estoy convencida. Puedes dar por terminada la demostración.
—Entonces, ¿lo sabías? —preguntó Curt, desconcertado.
—Desde luego. Alex me mantuvo al corriente. Aunque no se mostraba demasiado optimista. Estaba convencido de que el LITE te rechazaría. Pero yo sabía que lo conseguirías.
Curt suspiró.
—Entonces, ¿por qué no me dijiste que estabas enterada de todo?
—Porque deseaba que comprendieras que la ceguera no afectaba en absoluto mi cariño por ti.
Curt la besó en la mejilla y luego se volvió hacia Brutus.
—Ven aquí, muchacho. Tenemos que empezar a conocernos más a fondo.
Brutus se acercó.
Curt dejó que Sue condujera el automóvil de regreso a la ciudad, mientras él, en el asiento trasero, gozaba del paisaje... y de la vista de Sue.