VI
La resplandeciente esfera plateada abultaba muy poco debajo de sus ropas cuando Greg abandonó el desierto edificio y salió a la calle. La escena era desoladora. La ciudad, tan cercana, parecía remota, solitaria. Además, el oculto obstructor no sólo perturbaba sus propios procesos mentales, sino que cerraba también el paso a los pensamientos del populacho, aumentando su sensación de completo aislamiento.
Tuvo que andar por espacio de una milla antes de encontrar una plataforma con un conductor y un vehículo que no habían sido alquilados aún por alguien deseoso de trasladarse apresuradamente a la Plaza de la Administración. En el cielo, el éxodo había asumido la forma de los radios de una rueda convergiendo sobre el lugar de la ejecución.
El conductor se volvió con un gesto de sorpresa cuando Greg le tocó en el hombro.
—¡Oiga! —exclamó el hombre en tono suspicaz—. ¿Cómo ha podido llegar hasta aquí sin que yo haya leído...?
Greg deslizó la mano en su bolsillo y empuñó el cilindro-E de Thorman. Lo empujó hacia adelante hasta que la tela de su túnica se tensó bajo la presión.
—Le estoy apuntando con un desintegrador —advirtió—. Soy Blake.
—¡El... asesino!.
Greg le obligó a entrar en el vehículo.
—A Spaceport. Y permanezca cerca de la superficie.
El vehículo recorrió rápidamente el trayecto.
Mientras se apeaba y corría hacia su nave, Greg imaginó el frenesí de noticias emitidas por la mente del conductor.
Subió a la nave, cerró cuidadosamente la compuerta y entró en la sala de mandos. Por un instante, mientras los circuitos motrices se calentaban, Greg se preguntó vagamente hasta dónde tendría que ir para encontrar algún mundo no-telepático, única posibilidad de salvación que se le ofrecía, ya que si se dirigía a un sistema cuyos habitantes poseyeran también la facultad de leer en las mentes ajenas, saldría del fuego para caer en las brasas.
Impacientemente, se inclinó sobre el depósito de combustible y comprobó su contenido.
—¡Maldición! —exclamó.
¡Estaba casi vacío! Ni siquiera había el combustible suficiente para sacar a la nave fuera de la atmósfera.
Greg conectó el visor: millares de vehículos manchaban el cielo en su carrera desde la ciudad a Spaceport.
Desalentado, fue en busca de otro desintegrador y lo colocó debajo de su cinturón. Mientras los obstructores funcionaran —Greg ignoraba la cantidad de energía que podían almacenar—, mantendría a la gente a raya y evitaría que le obligaran a suicidarse. Después...
Se acercó al periscopio de la nave y lo hizo girar, trazando un amplio círculo. Toda la zona de aterrizaje de Spaceport rebosaba de gente que esperaba el excitante momento en que el asesino sería arrancado de su refugio y entregado a la justicia.
Habían transcurrido varias horas cuando Greg volvió a encontrar el cilindro-E de Thorman en su bolsillo. En aquellos momentos, la furiosa horda arremolinada en el exterior había empezado a desahogar su impaciencia apedreando la nave con todo lo que tenía a mano.
Greg se disponía a devolver el cilindro al compartimiento situado debajo del asiento de Thorman cuando vio otro cilindro caído en el suelo, medio oculto por el cable de alta tensión. Indudablemente, el propio Greg lo había dejado caer inadvertidamente al sacar los cilindros que Virgil le había pedido.
Lo recogió y comprobó la fecha de la grabación: Día Vigésimo tercero, Mes Séptimo. Es decir, una semana antes de que Thorman grabara su último cilindro. Greg recordó la ocasión: estaban empaquetando las cosas en Colmillos de Sabueso, disponiéndose a emprender el viaje de regreso.
Colocó el cilindro en el reproductor y esperó hasta que quedó listo para el interrogatorio.
—Art, soy Greg. Quería preguntarte algo más acerca de aquella discusión que sostuvimos en Colmillos de Sabueso.
—¿Discusión? ¿Qué discusión?
—Cuando tú querías venir a mi base y yo te dije que le quedaras donde estabas.
Hubo una pausa. Luego:
—Estás bromeando, claro.
—Cuando te amenacé de muerte.
Una carcajada.
—No recuerdo absolutamente nada de eso.
—¿Estás seguro? —insistió Greg.
—¡Desde luego que estoy seguro!
Sin embargo, en el cilindro que Thorman había grabarlo una semana después, recordaba claramente aquella discusión... A pesar de su desconcierto, Greg se dio cuenta de que aquello sólo podía significar una cosa: el último cilindro había sido también adulterado.
Y, en consecuencia, era evidente que alguien más estaba complicado en el asesinato de Thorman. Y eso significaba... ¿Qué significaba?
Por ejemplo, que tal vez Greg no había instalado la trampa mortal para sí mismo como una expresión de su complejo de culpabilidad...
Las posibilidades que llevaba implícito aquel hecho inundaron desordenadamente su cerebro. Greg se acercó de nuevo al asiento de Thorman y contempló con el ceño fruncido el cable que podía haberle electrocutado.
Si hubiera instalado inconscientemente la trampa mortal, se preguntó a sí mismo, ¿por qué instalarla precisamente en el asiento de Thorman? Las probabilidades de quedar atrapado en ella hubieran sido muy escasas. Y su subconsciente hubiese escogido un lugar más práctico: su litera, por ejemplo, o su propio asiento...
En la Oficina de Administración de Spaceport la pantalla del visor adquirió repentina vida, mostrando a Greg Blake ante los mandos de la nave.
¡Ahí está!, pensó en su excitación el director de la oficina.
¡Se encuentra en el aire!, añadió el Jefe Ronsted, que había permanecido de vigilancia allí.
¡Salga de esa nave, Blake!, ordenó el Monitor Irwan, olvidando que Virgil acababa de facilitar la información de que la mente de Gregoy Blake estaba bloqueada por un obstructor robado.
El amplificador auditivo de la pantalla zumbó significativamente mientras Greg escudriñaba la habitación y localizaba a Irwan.
—Deseo hablar con usted y con el Jefe —dijo Greg.
—¡Salga de ahí, Blake! —repitió el Monitor.
Ronsted añadió:
—¡Desconecte el obstructor!
—¿Para que me ejecuten por algo que no he hecho?
—Tarde o temprano nos haremos con usted —prometió Irwan.
El delgado rostro de Ronsted dejó asomar una sonrisa todavía más delgada.
—Acabamos de ordenar al Departamento de Artefactos Antiguos que nos envíen un arma capaz de hacer volar esa nave.
Greg extendió sus manos con aire impaciente.
—Lo único que deseo es hablar unos instantes con usted y con el Monitor.
—Bueno, salga fuera y hable —replicó Irwan.
—No cruzaré la compuerta. Tienen que venir ustedes aquí.
—¿A su nave? —protestó Irwan.
—Desde luego que iremos allí —admitió el Jefe Ronsted sin reflejar en su rostro lo divertida que le resultaba la idea—. Dejaremos que crea que estamos dispuestos a ir allí y hablar con él.
—¿Qué quiere usted decir? —preguntó el Monitor.
—En estos momentos, con el obstructor funcionando, Blake no puede leer en nosotros. Dirigiéndonos allí conseguiremos que abra la compuerta. Luego entraremos todos a la vez y nos apoderaremos del obstructor.
Greg esperó, muy tenso, junto a la compuerta. El repentino silencio indicaba la proximidad de un acontecimiento. Por primera vez en varias horas, la nave había dejado de ser apedreada.
Al cabo de un rato, sonó una llamada vacilante.
Greg descorrió el cerrojo y, con un rápido movimiento, abrió la compuerta de par en par y proyectó delante de él el desintegrador. El arma cubrió al Jefe Ronsted y al Monitor, en cuyos rostros se reflejó una enorme sorpresa.
Los individuos que se habían acercado detrás de ellos, dispuestos a saltar, retrocedieron a la vista del desintegrador.
—Imaginé que no jugarían ustedes limpio —declaró Greg—. Aceptaron mi propuesta con demasiada facilidad.
Les hizo seña de que se adentraran en el pasillo, cerró la compuerta detrás de él y les obligó a entrar en la sala de mandos.
—¿Qué espera conseguir con esto? —preguntó Ronsted.
—¿Es que no se da cuenta? —replicó el Monitor secamente—. Deseaba tener un par de rehenes.
—Se equivoca —dijo Greg, señalando el reproductor—. Ahí tengo uno de los cilindros-E de Thorman. Fue grabado una semana antes que el que me acusa de haber sostenido una acalorada discusión con él.
—Pierde el tiempo, Blake —dijo el Monitor en tono impaciente—. Si no hubiese usted estado protegido por ese obstructor durante estas últimas horas, sabría que su hermano estableció contacto con millares de nosotros. No pudo ocultar la verdad. A través de él nos enteramos de toda la información retenida por el subconsciente de usted: sabemos cómo asesinó a Thorman, cómo...
—Este cilindro —continuó Greg implacablemente— no alude para nada a la supuesta discusión que Thorman y yo sostuvimos en Colmillos de Sabueso. Eso significa que el cilindro más reciente, que alude a la discusión, fue alterado.
—¿Espera que nos traguemos eso? —inquirió Ronsted.
Irwan se inclinó hacia adelante.
—Si ese cilindro no habla de la discusión, es porque usted lo ha alterado.
—¡Mentira! —exclamó Greg.
Ronsted hizo un gesto como si fuera a ponerse en pie, miró la negra boca del desintegrador y pareció cambiar de idea.
—Entonces, ¿cómo es posible que los cilindros que usted le llevó a su hermano esta mañana contengan recuerdos de la misma discusión?
Greg sonrió con amargura.
—Lo suponía. Virgil ha tenido tiempo de alterarlos, del mismo modo que alteró el cilindro más reciente.
—¡Está usted loco, Blake! —exclamó el Jefe.
—Virgil no disponía de ningún obstructor cuando establecimos contacto con él, hace unos minutos —objetó Irwan—. ¡Si hubiera hecho lo que usted dice, lo habríamos leído!
—Sin embargo, están dispuestos a creer que yo lo hice, sin que nadie haya podido leerlo...
Ronsted se puso en pie.
—Su caso es distinto. Usted dispuso de semanas enteras de completo aislamiento en Colmillos de Sabueso para idear un modo de burlar la conciencia colectiva.
—Virgil disponía también de todo el tiempo que quería. Verán: cuando éramos más jóvenes, siempre me tuvo envidia. Y ahora deseaba la fortuna que llegó a mis manos con aquel yacimiento de kitarium.
»Para conseguirla, la noche del crimen se presentó aquí, llevando un obstructor. Se quedó pegado a la nave hasta que Thorman o yo le permitimos entrar. Utilizó una somnibatería portátil para sumirme en un trance receptivo. Asesinó a Thorman. Luego, por medios psicoterápicos, enterró en mi subconsciente el recuerdo de haberle visto en la nave. También dejó allí una sugerencia posthipnótica para que cerrara la compuerta cuando él se hubiera marchado y me olvidara de aquel acto.
—¡Eso es ridículo! —exclamó el Jefe Ronsted.
—Virgil podía haberse ahorrado complicaciones. Por ejemplo, sembrando un falso recuerdo del asesinato en mi mente consciente. Pero, si hubiese hecho eso, no hubiera tenido ninguna posibilidad de fingir que se ponía de mi parte, de ganarse mi confianza... y de que le cediera legalmente la fortuna que pretendía obtener después de mi muerte.
»Ése fue el objetivo de mi primera sesión de psicoanálisis: sembrar en mi mente el impulso de simpatía hacia él y la predisposición a legarle mi fortuna. Durante aquella sesión, sembró también la sugerencia subconsciente de que dejara abierta la compuerta de la nave aquella noche.
—Eso —empezó a decir el Monitor Irwan— es lo más absurdo...
Pero Greg continuó:
—Cuando hube efectuado la transferencia legal, Virgil utilizó otro obstructor para volver a entrar en la nave abierta e instalar la trampa mortal. Al mismo tiempo, utilizó el procedimiento hipnótico oral para añadir una impresión falsa al cilindro-E de Thorman, acerca de una supuesta discusión en Colmillos de Sabueso, por si la trampa no daba resultado. Borró del cilindro todo recuerdo consciente de aquel procedimiento oral. Pero se olvidó de borrar la impresión de alguien moviéndose por la sala de mandos.
»Debí imaginar que la trampa mortal era obra suya... ¿Acaso no fue él quien me dijo que recogiera los cilindros-E de Thorman y los llevara a su oficina?
—Desde luego —admitió el Jefe—, pero eso no demuestra...
—Cuando me presenté en su oficina, le ofrecí la oportunidad de sembrar un falso recuerdo del crimen en mi subconsciente... o al menos de pretender que lo había encontrado allí. Al mismo tiempo, Virgil tenía que inventar un pretexto para el hecho de haberme pedido que le llevara los cilindros-E de Thorman.
Greg se inclinó hacia adelante, sonriendo sin la menor alegría.
—Virgil quería revisar los cilindros, por si había en ellos algo que pudiera exonerarme de la acusación que pesaba sobre mí. Cuando manipuló con ellos aquí, se vio obligado a actuar con demasiada rapidez, y quería convencerse...
—¡Greg, muchacho..., basta ya! Estás empeorando tu situación.
Greg se volvió hacia la pantalla del visor, la cual llevaba ya encendida algún tiempo. Mostraba el interior de la Oficina de Administración de Spaceport. Virgil aparecía en primer plano.
—¿No te das cuenta de que todo el lío que estás armando no es más que el conflicto complejo de culpabilidad-instinto de conservación en tu subconsciente? —inquirió Virgil.
—¿Por qué no vienes a la nave? —preguntó Greg a su vez.
—No veo por qué tendría que hacerlo. Lo único que haría sería poner en peligro mi vida.
Greg se volvió hacia el Jefe Ronsted y el Monitor.
—No creo que venga. Algo le está advirtiendo que no haga nada que pueda traicionarle.
—¡Está usted complicando las cosas, Blake! —exclamó Ronsted.
—De acuerdo —dijo Virgil finalmente—. Iré, si crees que puede servirte de algo. Pero recuerda que he oído todas tus acusaciones. Y que no estoy protegido por ningún obstructor. En Spaceport City, todo el mundo ha leído esas insinuaciones a través de mí. Todo el mundo ha observado mis reacciones. Todo el mundo sabe que mis negativas mentales a ellas son sinceras. Si hubiese tratado de mentir, en este momento no estaría vivo.
Greg desconectó el visor.
—Va a venir —dijo—, porque subconscientemente teme que el hecho de no presentarse pueda arrojar alguna duda sobre su inocencia. Probablemente se propone también otra cosa: encontrar una oportunidad de matarme en defensa propia.
El Jefe Ronsted se pasó una mano por el rostro.
—No voy a quedarme aquí sentado y...
—Sí, lo hará usted —dijo Greg secamente.
Greg abrió bruscamente la compuerta, extendió la mano y agarró la muñeca de su hermano, tirando de él hacia adentro al tiempo que varias personas, aplastadas furtivamente contra el costado de la nave, trataban infructuosamente de aferrar el brazo de Greg.
Mientras disparaba al aire para asustar a los intrusos, se apartó a tiempo de evitar la embestida de su hermano, que había cargado contra él con todas sus fuerzas por detrás. Luego cerró la compuerta.
Virgil se levantó trabajosamente y murmuró:
—Sólo quería quitarte el desintegrador.
Greg sonrió.
—Desde luego. El desintegrador... y el obstructor. Entonces, el Consenso se hubiera encargado del resto.
Estudió el rostro de su hermano. Y lo que había imaginado estaba allí, asomando a sus ojos. Al alcance ahora del obstructor, Virgil había experimentado un cambio sutil. No parecía tan seguro de sí mismo como antes. Y en su mirada se reflejaba una visible preocupación.
Greg empujó a Virgil hacia la sala de mandos. Por respeto al desintegrador, Ronsted e Irwan no se habían movido de sus asientos.
—Aquí tenemos a Virgil Blake —anunció Greg—, el cual ha tratado ya de librarse de mí... en defensa propia, desde luego.
Virgil empezó a decir algo, pero Greg le redujo al silencio con un movimiento del desintegrador.
—Cuando mi hermano apareció en la pantalla del visor, yo estaba diciendo...
—Pero, ¿es que no se da cuenta? —le interrumpió el Monitor—. Su hermano no puede haber hecho ninguna de esas cosas sin traicionarse a sí mismo en el momento en que alguien estableció contacto con él.
—Eso es lo que trataba de decirle a Greg —añadió Virgil. Pero su rostro estaba empapado en sudor.
—Hace unos instantes, en la oficina de Spaceport —explicó Greg—, Virgil estaba diciendo la verdad al insistir en que no había ningún rastro de culpabilidad en su mente para que alguien pudiera leerla. Pero ahora sabe que todo lo que he dicho es cierto. Si mis suposiciones son correctas —y tienen que serlo, puesto que no existe otra explicación—, Virgil planeó el asesinato de Thorman para atribuírmelo a mí, protegido por un obstructor. Luego se hipnotizó a sí mismo y se dio la orden de olvidarse de todo. Pero la orden no tiene validez cuando se encuentra, como ahora, dentro del alcance de un obstructor.
El mofletudo rostro del Monitor Irwan estaba descompuesto por la sorpresa.
El Jefe Ronsted contemplaba a Virgil con una mirada calculadora.
Virgil, con la boca muy abierta, miraba fijamente el desintegrador. De pronto, salió disparado hacia adelante, con los brazos extendidos, tratando de derribar a Greg. Pero éste no había descuidado la vigilancia: dio un rápido salto de costado al tiempo que descargaba la culata del arma sobre la cabeza de su hermano.
El golpe aturdió a Virgil, pero sólo momentáneamente. Al cabo de unos instantes se sentó en el suelo y enterró el rostro en sus manos.
—Momentos después de que Greg y Thorman regresaran de Colmillos de Sabueso-sollozó—, hube de atender a un paciente. El trasfondo psíquico estaba lleno de historias acerca del fabuloso yacimiento que habían encontrado. Mientras mi enfermo estaba inconsciente y el obstructor funcionando, pensé en apoderarme de la fortuna de Greg. Inmediatamente descubrí el modo de hacerlo.
»Tuve que seguir adelante con el plan. Si hubiere retrocedido entonces, mis pensamientos envidiosos hubieran sido leídos al desconectar el obstructor, y me hubiesen enviado a una institución para ser readaptado.
»Grabé un cilindro-E y lo coloqué en el reproductor. Todo esto mientras mi paciente continuaba sumido en la inconsciencia. Valiéndome de aquel cilindro me hipnoticé a mí mismo, obligándome a olvidar en un plano consciente que había concebido la idea de asesinar a mi hermano. Al mismo tiempo me ordené a mí mismo seguir adelante con el plan a un nivel consciente sólo cuando me encontrara protegido por un obstructor. Era un plan perfecto. Dado que sólo una mente consciente puede ser leída telepáticamente, mis manos estaban siempre limpias.
»El cilindro-E me ordenó también pensar y obrar amablemente en lo que respecta a Greg, en el plano consciente. A veces cumplí aquellas órdenes demasiado bien... como al advertirle que podían atentar contra su vida. En otras palabras, todo el planeamiento y buena parte de la ejecución fueron realizados sin que nadie, ni siquiera yo mismo, lo supiera.
»Incluso cuando pedí a Greg que me llevara los cilindros de Thorman, creía sinceramente que estaba tratando de ayudarle. Pero cuando llegó a mi oficina yo había puesto ya en marcha un obstructor y estaba dispuesto a seguir adelante con mi plan.
Greg entregó el desintegrador al Jefe Ronsted.
El Monitor se puso en pie, sacudiendo la cabeza con aire de incredulidad.
—Quédese usted aquí y mantenga en funcionamiento ese obstructor —le dijo a Greg, señalando el bulto del aparato debajo de la túnica de Blake— hasta que yo salga y permita a la gente leer lo que ha sucedido.
Greg le contempló mientras se alejaba por el pasillo en compañía del Jefe.
Luego se arrodilló al lado de Virgil, colocó un brazo alrededor de los hombros de su hermano y esperó.