III
Greg pasó una noche tranquila. Al principio había temido que las acechantes voces de los espectadores, engrosadas sus filas en las horas nocturnas de ociosidad, le impedirían descansar.
Y en realidad, durante más de una hora le inmovilizaron inquiriendo detalles del asesinato. Pero su sincera introspección resultó inútil. Entre el momento culminante de su celebración la noche anterior y su despertar aquella mañana, había un espacio cronológico en planeo.
Ablandándose, los espectadores le permitieron eventualmente regresar a la nave. Y no formularon ninguna objeción cuando preparó una ligera carga soporífera y se colocó los electrodos.
Después de aquello, el sueño llegó rápidamente. Con su actividad mental reducida a un plano subconsciente, encontró alivio completo a las presiones telepáticas que le habían acosado todo el día.
A la mañana siguiente, antes de salir, efectuó una rápida inspección al interior de la nave, consciente de la presencia de numerosos espectadores ávidos por establecer contacto con él mientras volvía a visitar el escenario del crimen.
Pasó junto al desintegrador, tirado aún en el pasillo, y entró en el compartimiento delantero. Contemplando el asiento vacío de Thorman, se dio cuenta por primera vez de la grave pérdida que representaba la muerte de Art. Pasaría mucho tiempo antes de que consiguiera restablecer el equilibrio en su hasta entonces ordenada existencia..., suponiendo que le dieran la oportunidad de intentarlo.
Unos cuantos comentarios silenciosos llegaron hasta él.
¡Hipócrita!
¿Qué es lo que tratas de conseguir?
¡Eso no te hará ganar ninguna simpatía!
¡Asesino!
¡Criminal!
Pero lo que predominaba era un respetuoso silencio.
Lo cual no significa que vayamos a arrojar flores a tu paso, puntualizó alguien.
Greg abrió el armario individual situado debajo del asiento de Thorman. No encontró nada de valor, a excepción de una batería de cilindros-E.
Distraídamente, sacó uno de los cilindros y comprobó la fecha anotada en él. Había sido grabado hacía poco más de una semana. Evidentemente, Thorman registró la estructura de su ego el día que aterrizaron. No cabía duda de que deseaba tener un doble exacto suyo, tal como era en aquella fecha, para referencia e interrogación.
Greg colocó el cilindro en el reproductor y pulsó el interruptor. Luego esperó mientras las impresiones almacenadas, el conocimiento y los rasgos de la personalidad pasaban a los circuitos y células retentivas del cerebro artificial.
—Habla Arthur Cervan Thorman —siseó el altavoz—, tal como era el día trece, del mes séptimo, del año cuatro mil trescientos treinta y seis.
—Art, soy Greg.
Los circuitos del reproductor recogieron las palabras de Blake, combinándolas con las referencias asociativas del cilindro.
- ¿Tú, reproduciendo mi grabación personal? Resulta un poco raro, ¿no?
No había el menor resentimiento en la pregunta; sólo curiosidad.
—Sí, supongo que sí.
—¿Sucede algo malo?
Y, cuando no hubo respuesta:
—¿Estoy ahí contigo?
—No, no lo estás.
—Creí que sólo se podía reproducir una grabación personal en presencia del interesado —recordó Art en tono de broma.
—Estás... muerto, Art.
Se produjo una brusca interrupción en el zumbido del altavoz.
—¿Qué ha pasado?
—Has sido... asesinado.
—¡Imposible! Esas cosas no ocurren.
—Es cierto.
—¿Cómo?
—Una descarga con un desintegrador. En la sala de mandos de la nave.
—¿Quién lo hizo?
—Dicen que fui yo.
Risa.
—Ahora sí que veo que estás bromeando.
Y luego:
—¿Hablas en serio?
—Muy en serio, Art. Lo siento. No debí venir aquí con mis preocupaciones.
—No. Has hecho bien. Después de todo, esto no es más que una grabación. No hay ninguna apreciación subjetiva. Si parece otra cosa, se debe a que me tomé la molestia de grabar un doble auténtico. El asesinato... ¿cómo ocurrió?
—No lo sé. Encontré tu cadáver en la sala de mandos. Habíamos salido a dar una vuelta.
—¿Cuándo fue eso?
—Anteanoche. Fuimos a divertirnos un poco.
—Tal como nos habíamos prometido a nosotros mismos que lo haríamos.
—En el transcurso de la noche me emborraché y perdí el conocimiento. Por la mañana me encontré en la nave, con la compuerta cerrada por dentro. No había nadie más a bordo. Y tú estabas muerto.
—Cuéntame todo lo que ha ocurrido desde entonces.
Greg habló largo rato, extendiéndose en detalles. Cuando hubo terminado, el altavoz dijo:
—Estás en un grave aprieto.
—Es mucho peor de lo que parece. Yo...
Gregory Blake. Abra en nombre del código moral. ¡Es la Policía!
La compuerta se abrió para dar paso a un hombre bajito y delgado, de aspecto muy distinto al que Greg había imaginado a través de su contacto telepático con el Jefe Ronsted.
Cada hombre tiene derecho a un concepto personalizado de sí mismo, afirmó Ronsted. Luego disparó un pulgar por encima de su hombro. Éste es el Detective Wawerly.
La boca del Detective estaba distendida en una sonrisa característica en él, según leyó Greg en su mente. Era un hombre muy flaco, con una nariz afilada debajo de un par de cejas muy pobladas.
¿Dónde está el cadáver?, preguntó ansiosamente. Me gustaría examinarlo... ¡El crematorio! ¿Ya? Eso tiene el aspecto de una destrucción de pruebas...
El Jefe le aseguró que no podía ser considerado así, ya que bajo el sistema de detección telepática el contenido de la memoria se estimaba prueba suficiente. Sin embargo, no sabía a ciencia cierta qué supuestos específicos debían aplicarse a este caso.
Wawerly asintió y siguió al Jefe por el pasillo hasta la sala de mandos.
El Detective sonrió más ampliamente, sacó una barra de tiza de su bolsillo, se arrodilló y empezó a dibujar en el suelo los contornos de una forma humana extendida.
Tendrá usted que concentrarse. Mr. Blake, advirtió, a fin de que pueda dibujar la silueta exactamente.
¿Está usted seguro de que ése es el procedimiento a seguir?, preguntó el Jefe Ronsted.
Luego, en un aparte oral a Greg:
—Nos hemos pasado media noche en la biblioteca, empapándonos del perdido arte de la detección. Como dijo el Monitor, este caso debe ser objeto de un tratamiento anacrónico.
Asumiendo un aire de misterio, sacó de su bolsillo una lupa redonda, evidentemente una pieza de museo. A falta de un objeto mejor para utilizarla, la proyectó sobre una mancha de grasa que había en el suelo.
Cuando la reflexión prevocal de Greg identificó la mancha como lo que era, Ronsted volvió a meterse la lupa en el bolsillo con evidente turbación.
—El objeto de mi visita, Mr. Blake —dijo, muy serio—, es el de comprobar si la víctima había grabado recientemente algún cilindro-E, y... ¿El día trece? ¡Bien! ¿Dónde dice usted...? ¡Oh! Se encuentra ya en el reproductor...
La barra de tiza de Wawerly se rompió y el Detective se puso en pie y miró a Greg con las cejas fruncidas.
Ese cilindro, Mr. Blake, es una prueba material. Espero que no habrá usted alterado su contenido...
Cuando leyó que Greg no lo había hecho, añadió una exclamación de alivio:
¡Espléndido!
El medio ambiente psíquico era ahora muy denso con la ávida atención de los millares de espectadores que se habían apresurado a sintonizar con la escena sin precedentes de criminología aplicada. Muchos de ellos, también, se habían "empapado" de metodología antigua.
Hay que mirar debajo de las uñas de Blake, aconsejó alguien.
¿No sería conveniente detener a todos los habitantes de Spaceport e interrogarles uno a uno?
Hay que tenderle una trampa al sospechoso.
Preguntadle dónde estaba la noche del crimen.
Ronsted abombó el pecho.
¡Silencio! En caso contrario me veré obligado a ordenar el bloqueo de la zona y nadie podrá leer nada.
Se produjo un siseo obediente, y Greg preguntó:
—¿Para qué quiere usted el cilindro-E de Thorman?
- Podría demostrar que las relaciones entre usted y la víctima no eran cordiales.
—De ser así, lo hubiera usted leído fácilmente en mí.
—Hagamos un pequeño razonamiento deductivo, Mr. Blake. La premisa básica es que asesinó usted a Arthur Thorman. Lo cual es algo que tenemos que probar. Suposición número dos —alzó un segundo dedo—: encontró usted algún medio para..., ejem..., esquivar el bulto, como solía decirse.
»Eso supondría el descubrimiento, por parte de usted, de un modo de aislar un segmento de sus procesos mentales. Si es usted capaz de arrojar mentalmente una manta sobre su recuerdo de la experiencia de asesinato, se deduce lógicamente que puede usted hurtar al escrutinio telepático cualquier recuerdo de dificultades entre usted y Thorman que pudieran haberle proporcionado el motivo...
Wawerly, que había salido al pasillo, regresó con el desintegrador de Blake. Lo sostenía cuidadosamente entre el pulgar y el índice.
¡El arma asesina!
¡Muy bien!, aprobó Ronsted. Tome las huellas digitales.
El Detective frunció el ceño.
¿Cómo "tomaría" usted una huella digital, Jefe?
Que me aspen si lo sé.
La oficina de Virgil Blake se encontraba en el distrito de los servicios personales.
Greg fue acogido por una delgada pelirroja. Al leer su identidad, la joven no consiguió dominar su reacción.
¡Blake en persona! ¡El asesino! ¡Sensa...!
Se interrumpió bruscamente.
Lo siento, Mr. Blake. No me di cuenta...
¡Granuja!, observó alguien.
Ella ignoró el comentario y señaló una puerta.
El doctor Blake le está esperando.
¿Greg?, inquirió la ansiosa voz de Virgil. Pasa.
De no haber sido por el inconfundible parecido familiar, Greg no habría reconocido a su hermano. Sus cabellos eran todavía abundantes, pero empezaban a grisear. Y su labio superior aparecía cubierto con un bigote grisáceo.
Desde luego que he cambiado, muchacho. Quince años son mucho tiempo.
Greg agarró los hombros de Virgil.
—Me alegra mucho volver a verte.
Demasiado tiempo para dos hermanos. Cuando este embrollo quede desenredado, arreglaremos eso.
—Querrás decir si se desenreda.
Virgil se echó a reír y dijo, adaptándose a la forma oral utilizada por Greg:
—Tú no lo hiciste. Confío plenamente en ello. Y si lo hiciste, existen circunstancias atenuantes. No eres el tipo inclinado a la violencia.
Greg se reclinó en el butacón de cuero.
—¿Qué vamos a hacer ahora?
—Podríamos recordar los viejos tiempos. Pero es más importante empezar a trabajar.
Colocó el sillón en una posición más cómoda.
En primer lugar, vamos a identificar esas circunstancias atenuantes, para eliminar el deseo general de ejecutarte.
¡Déjate de sentimentalismos!, observó alguien, sardónicamente.
Limitémonos al asesinato, propuso otro.
Dadles una oportunidad. Es la primera vez que se encuentran en quince años.
Virgil colocó una esfera de metal de dos pulgadas de diámetro sobre un pequeño pedestal encima del escritorio. Luego pulsó un interruptor que sobresalía de la superficie de la esfera.
Las voces de los espectadores se apagaron bruscamente. Para Greg, fue como si volviera a encontrarse en la vasta soledad de la Nébula Colmillos de Sabueso, sin tener a nadie, ni siquiera a Art Thorman, a su alcance telepático.
—¿Por qué utilizas el obstructor?
—Es un procedimiento normal en esta clase de trabajo.
—¿Para qué sirve?
—Como protección contra el público. Cuando ahondamos en el subconsciente, a veces extraemos cosas que no resultan demasiado agradables para la recepción telepática.
Greg se retrepó en el butacón, satisfecho por aquel repentino aislamiento de la apremiante curiosidad de las masas.
Virgil sacó un electrodo de una ranura situada en el brazo del butacón.
—¿Preparado?
Adaptó el electrodo a la frente de Greg y la inconsciencia llegó inmediatamente.
Cuando Greg volvió a abrir los ojos, Virgil estaba de pie junto a la ventana, con las manos unidas rígidamente detrás de su espalda.
—¿Cómo ha ido eso? —inquirió Greg.
Virgil frunció el ceño.
—No sabría decírtelo. Y no sé si me gusta o no.
—¿Qué has descubierto?
—Si en realidad estás reprimiendo una desagradable experiencia, lo haces muy bien.
—¿Por qué tendría que desear ocultar algo?
—Podría tratarse de la impulsión de un complejo de culpabilidad.
—Entonces, las apariencias son de que lo hice yo...
—Yo no diría eso. Existen otros aspectos.
—¿Por ejemplo?
Virgil se instaló de nuevo detrás de su escritorio.
—Tienes una vaga impresión de la descarga de un desintegrador. No está claro si apretaste el botón, pero la respuesta parece ser afirmativa.
Con un gesto negligente, desconectó el obstructor.
—Entonces, eso aclara la cuestión —Greg se puso en pie—. Yo disparé contra él.
Los pensamientos proyectados de los espectadores volvieron a presentarse inmediatamente, descendiendo como una nube tormentosa.
¿Blake disparó contra él?
¿Lo hizo él?
¿Es culpable?
¡Un momento! -La emisión subvocal de Virgil, más cercana, dominó a todas las demás—. Ésta es una conversación puramente especulativa. Esperad a oír lo que sigue. Luego dejaremos que el Consenso decida.
—No, Greg —continuó—. Puedes haber disparado aquel desintegrador contra otra persona... después de que ella asesinara a Thorman.
General sorpresa psíquica procedente de todas las direcciones.
—Descubrí también otra cosa en tu subconsciente: una impresión de la compuerta abriéndose y cerrándose después de que Thorman y tú regresasteis a la nave aquella noche. Puede tratarse de un recuerdo válido... o de una alucinación. Tendremos que dedicar más sesiones a descubrirlo. ¿Volverás mañana?
—Si estoy todavía en condiciones de hacerlo...
Pero Greg se dio cuenta de que en el transfondo telepático sólo había confusión e incertidumbre. El Consenso no tomaba aún ninguna dirección definida.
Distraídamente, tocó la esfera del obstructor.
—¿Quiénes están autorizados para utilizar esas cosas? —inquirió.
—El Monitor. Las instituciones médicas, en casos especiales, tales como el aislamiento psíquico de la víctima de un accidente. Y los psicoanalistas.
Greg quedó pensativo.
No, temo que no, respondió Virgil a la reflexión de su hermano. Nadie puede haber utilizado un obstructor para ocultar sus actos durante el asesinato de Thorman. A menos que desde que cometió el crimen se haya mantenido en el refugio que le brinda el obstructor para que nadie pueda leer su culpabilidad.
Greg no se había dado cuenta de que uno de los espectadores, y no de los menos interesados, era Ronsted. Se enteró cuando el Jefe emitía:
Tome nota de eso, Wawerly, y haga una lista de todos los que disponen de un obstructor.
Greg se encaminó pensativamente hacia la puerta.
Pero Virgil dijo, detrás de él:
—Estoy preocupado, muchacho. Si eres inocente, alguna otra persona es el culpable.
—¿De veras? —inquirió Greg en tono casi sarcástico.
—Y en tal caso, alguien confía en tu pronta ejecución para quedar libre al respecto. ¿No es eso?
—Supongo que sí.
—Y si continúa utilizando un obstructor para ocultar sus pensamientos, en este mismo instante puede estar planeando tu muerte "accidental"..., que zanjaría definitivamente el caso para el público.
En cuanto Greg salió de la oficina, los espectadores escudriñaron su mente hasta dejarla limpia. Luego, satisfechos por disponer de todos los detalles de la sesión de psicoanálisis, le dejaron en paz. Una paz relativa.
Todo eso hace más confuso el asunto, comentó un desalentado espectador.
Tendríamos que ejecutarle.
Pero, supongamos que no ha sido él...
Disparó el desintegrador, ¿no?
Sí, pero el doctor Blake dijo que podía haberlo disparado contra el verdadero asesino.
¡Absurdo! ¡Es culpable!
Tal vez no...
De modo que el Consenso se encontraba ante un verdadero dilema.
Sin embargo, a Greg no le proporcionaba ningún consuelo el hecho de hallarse en libertad provisional, ya que se veía acompañada de la ominosa presencia de un obstinado sector de opinión cuyos pensamientos flotaban en el medio ambiente psíquico. Y aquel sector estaba convencido ya de su culpabilidad.
Lo malo era que había muchos que estaban dispuestos a dejar que los descontentos se tomaran la justicia por su mano y les libraran de toda responsabilidad. El sentimiento general podía ser expresado así: ¡Qué diablos! En los tiempos antiguos, ¿no se delegaba acaso la representación de toda una comunidad en un jurado compuesto únicamente por doce personas?
Greg llegó al distrito central, hormigueante de gente, y trató de ocultar sus pensamientos. Pero, debido a lo familiar que había hecho su figura, provocaba un aluvión de miradas curiosas y de improperios subvocales.
Greg procuró ignorarlos y se detuvo delante de un edificio cuyo emisor psíquico recitaba monótonamente:
Subestación del Departamento de Transferencias Legales.
Antes de entrar vaciló unos instantes, tratando de convencerse a sí mismo de que siempre había estado equivocado respecto a Virgil.
¡Desde luego que estabas equivocado acerca del doctor Blake!, exclamó un transeúnte, enfrentándose belicosamente con él.
Otro añadió:
Es más que un hermano para ti. ¡Es el mejor amigo que has tenido nunca!
Tres o cuatro personas más se agruparon a su alrededor.
¡Que me aspen si yo haría otro tanto por ti!
El doctor Blake tiene derecho a lavarse las manos.
Greg entró en la subestación.
Deseo transferir todos mis intereses en la Nébula Colmillos de Sabueso a mi hermano, le dijo al empleado, por si no estoy con vida para disfrutar de ellos.
El hombre sonrió cordialmente.
Ahora está usted haciendo lo que debe por Virgil.