¿Quién es V. Olberg[723]?
20 de agosto de 1936
Según la acusación, V. Olberg declaró que entró a la Unión Soviética, cumpliendo órdenes de Trotsky, para realizar actividad contrarrevolucionaria, específicamente para asesinar a Stalin. Una persona que acepte una misión tan especial no sólo debe conocer a Trotsky, sino que inclusive debe gozar de toda su confianza (si aceptamos por un momento la hipótesis de que Trotsky busca gente para cometer atentados terroristas). ¡Sin embargo, el testimonio del propio Olberg revela que jamas conoció a Trotsky! Y no porque no lo quisiera.
Por una feliz casualidad encontré en mis archivos dos cartas que tienen que ver con Olberg; y entonces recordé un incidente que en su momento fue absolutamente insignificante, pero que ahora adquiere la mayor importancia política.
A principios de 1930 yo buscaba un secretario que supiera ruso. Mis amigos alemanes Franz Pfemfert (conocido editor de izquierda) y su esposa (traductora de mi autobiografía) recibieron una carta del ciudadano letón V. Olberg, que se proponía venir a Prinkipo para trabajar conmigo como secretario[724]. Los Pfemfert invitaron a Olberg a su casa para descubrir de qué clase de persona se trataba. El 1° de abril de 1930 recibí una carta de Franz Pfemfert: «Olberg produce una pésima impresión, es un sujeto que no merece la menor confianza». La carta explica que Olberg, ex stalinista, afirmaba haber cambiado de posición del día a la noche para hacerse partidario de la Oposición, y que inmediatamente había hecho una serie de preguntas muy indiscretas sobre la Oposición Rusa, sobre Trotsky y su forma de vida, etcétera. «No debemos subestimar a la camarilla stalinista —continúa Pfemfert—. Hará cualquier cosa con tal de infiltrar espías en nuestras filas… Es posible que Olberg sea un simple periodista, no un agente directo de Stalin. Pero es… un individuo histérico, arrogante, sin tacto… No debe admitir a Olberg en su hogar porque en veinticuatro horas se convertirá en una carga insoportable. Posible: más aún, es seguro. Aprovechará la visita para sus ‘escritos’… si no para sus informes a la GPU».
El 2 de abril de 1930 la señora Pfemfert me escribió: «Cuando supimos que existía la posibilidad de que Olberg le visitara, quedamos horrorizados». La carta caracteriza a Olberg como un tipo degenerado y corrompido.
Ante semejantes «recomendaciones» ya ni cabía hablar de contratarlo como secretario. No supe nada más sobre él. Ahora el hombre afirma —mejor dicho, sus maestros le obligan a afirmar— que yo lo envié a la Unión Soviética para asesinar a Stalin.
Repito: no conocí a Olberg y él no se atreve a decir lo contrario. Sólo sé de él lo que dicen las dos cartas arriba citadas, enviadas por amigos que merecen mi plena confianza. El hecho de que la GPU no pueda encontrar mejores testigos en mi contra arroja una gran luz sobre el juicio. No me cabe duda de que los demás testigos son de la misma calaña. Espero demostrarlo en un par de días.
Posdata. El señor Franz Pfemfert reside en el exilio en Carlsbad, Checoslovaquia, donde trabaja como fotógrafo. Seguramente confirmará lo dicho.