Las intrigas centristas y la táctica marxista[206]

Carta al camarada polaco V.

28 de febrero de l935

Leí con gran interés y provecho su carta sobre la conferencia de las organizaciones de la IAG, ya que su informe resultó realmente revelador. Pero debo decirle desde el vamos que las conclusiones que usted saca de los hechos que tan correctamente observó me parecen unilaterales e incluso falsas. De pronto, usted está en contra de la entrada de la sección francesa a la SFIO y propone que la ICL entre a la IAG. Se equivoca en ambas cosas.

De sus propias descripciones se concluye que en las sesiones de la IAG sólo se reunieron los representantes diplomáticos de diversos grupos y tendencias centristas orientados en diversas direcciones, y cada uno de estos representantes diplomáticos estaba muy interesado en no pronunciarse sobre nada, y por lo tanto en ser muy liberal con los demás. En otras palabras, el principio dominante era vivir y dejar vivir, o crear confusión y dejar que la confusión se cree.

La vida de la IAG consiste en publicar de vez en cuando algunos documentos, lo que no significa mucho, y en hacer conferencias más o menos cada año y medio para demostrar que no son sectarios, es decir que, a diferencia de los malditos bolcheviques leninistas, no tienen el menor deseo de molestarse los unos a los otros. Así la IAG se convierte en el refugio de los conservadores diplomáticos centristas que no quieren arriesgar nada y prefieren dejar que el omnisciente «proceso» histórico se ocupe de los problemas más candentes de nuestra época. Si por casualidad el mencionado «proceso» lograra crear una nueva, buena, Cuarta Internacional, con puestos estables para los señores diplomáticos, entonces éstos amablemente condescenderían a reconocer el hecho consumado. Pero hasta ese momento prefieren dejar la puerta abierta. A lo mejor después de todo la Segunda y la Tercera se fusionan y surge una nueva y floreciente empresa de estas dos bancarrotas complementarias. De nada servirá arruinarse esta posibilidad. Hay que evitar especialmente adherirse a principios definidos porque nuestra época es demasiado incierta y el principio demasiado inflexible, y además ahí están esos aguijones leninistas siempre dispuestos a refregarle a uno en las narices la contradicción entre principio y acción.

Usted observó muy bien que la gente del SAP, que dominó la conferencia, pronunció discursos bastante radicales en los que planteé pasablemente nuestros principios para olvidarse de ellos cuando llegó el momento de adoptar resoluciones. Usted señala adecuadamente que esto es propio del centrismo clásico. Cuando se trata de un honesto e ingenuo estado de ánimo centrista de las masas, se puede, en circunstancias favorables y con una política correcta, tomarse de ese sentimiento para hacerlas avanzar. Pero cuando nos enfrentamos con dirigentes, y cuando estos dirigentes son centristas «clásicos», es decir complacientes especuladores centristas, se puede esperar muy poco de esa comunidad de trabajo que no es ni trabajadora ni comunista. Ganar para las ideas marxistas a cinco obreros jóvenes de la SFIO es cien veces más importante que votar resoluciones inocuas, y por lo tanto engañosas, o incluso hacer constar el voto en contra de ellas, dentro de las cuatro paredes de esas conferencias.

Tales reuniones de sólidos burócratas, particularmente cuando vienen de distintos países, a menudo causan una impresión muy imponente. Lo mejor es «estar ahí». No se está «aislado» y, con la ayuda de Dios, se puede ganar influencia y prestigio. ¡Qué ilusión ingenua! Sólo se puede poseer la fuerza que se conquista, es decir la fuerza de los revolucionarios unidos por ideas claras.

¿Cuál es su objeción al giro que hemos dado en Francia? Usted cita una carta de un representante del Bund de Izquierda (Polonia[207]) en la que se afirma muy correctamente que un grupo cuantitativamente pequeño pero con claridad ideológica puede ejercer gran influencia. Pero de este hecho indiscutible usted extrae la inesperada conclusión de que el último giro de la ICL perjudica y que sus desgraciadas consecuencias se extienden tanto que llegan a afectar incluso al Bund de Izquierda. ¿Cómo entender esto?

Usted sostiene junto con el representante del Bund de Izquierda que la fuerza de los bolcheviques leninistas consiste en la claridad de sus ideas. Dado que afirma que desde el giro nuestra influencia disminuyó (lo que es una mentira traída de los cabellos), hay que suponer que en el ínterin nuestras ideas perdieron su claridad. Ese es el punto en discusión. ¿Se volvió nuestra sección francesa menos decidida, más confusa, más oportunista desde que entró a la SFIO? ¿O mantuvo una actitud absolutamente irreductible respecto a sus posiciones fundamentales? Eso es lo que usted tiene que decidir, mi estimado amigo, pues de otro modo su juicio se apoya sobre una base lógica totalmente falsa.

Dice usted que, puesto que la firmeza de principios y la claridad ideológica determinan la influencia de los bolcheviques leninistas, el cambio de nuestros métodos organizativos fue fatal para la influencia de la organización. Eso no encaja, mi amigo. Por supuesto, usted puede aventurar la opinión de que el cambio en los métodos organizativos (la entrada a la SFIO) significó un alejamiento de la claridad ideológica. No es imposible. El único interrogante que cabe es: ¿es ése realmente el caso?

Sostengo que ninguna de nuestras secciones tuvo todavía la oportunidad de formular tan nítidamente sus ideas y de plantearlas tan directamente ante las masas como lo ha hecho la sección francesa desde que se convirtió en una tendencia del Partido Socialista. Y si se sabe observar hay que llegar a la conclusión de que toda la vida de los partidos socialista y comunista está ahora determinada, o por lo menos influida, directa o indirectamente, positiva o negativamente, por las ideas y consignas de nuestra pequeña sección francesa.

Entiendo muy bien que los camaradas de Polonia o de cualquier otro lugar que no leen francés ni pueden seguir los acontecimientos franceses se vean desfavorablemente impresionados por el simple hecho del ingreso a la Segunda Internacional. Pero en política revolucionaria lo que cuenta no es la impresión inmediata sino los efectos a largo plazo. Si la entrada a la SFIO demuestra favorecer la extensión de nuestra influencia, los polacos y otros camaradas tendrán que revisar su caracterización del giro efectuado. De hecho ya lo hizo la mayoría de los camaradas. Es correcto que un grupo pequeño con ideas claras es más importante que uno tal vez numeroso pero heterogéneo. Pero no tenemos que hacer un fetiche de esta frase. El grupo pequeño tiene que tratar de crearse el público necesario para sus ideas correctas. Y al hacerlo tiene que adaptarse organizativamente a las circunstancias dadas.

Usted presenta las cosas como si Vidal[208], asustado por el aislamiento de la sección francesa, hubiera inventado e impuesto artificialmente el giro en detrimento del conjunto del movimiento.

En 1929 Vidal escribió lo siguiente a un francés que acusaba de sectarismo a la Oposición de Izquierda:

Usted señala grupos individuales de la Oposición de Izquierda y los llama ‘sectarios’. Tendríamos que llegar a un acuerdo sobre el contenido de este término. Entre nosotros hay elementos que se sienten muy satisfechos de sentarse en su casa y criticar al partido oficial, sin plantearse ningún objetivo más amplio, sin asumir ninguna obligación revolucionaria práctica, haciendo así de la oposición revolucionaria un título, algo parecido a una Orden de la Legión de Honor. Además hay tendencias sectarias que se manifiestan buscándole siempre cinco patas al gato. Hay que luchar contra esto. Y yo estoy personalmente dispuesto a hacerlo sin detenerme, si fuera necesario, por antiguas amistades, lazos personales, etcétera.

Esa carta, escrita hace seis años, explica por qué los bolcheviques leninistas realizaban, y tenían que realizar, su trabajo de manera sectaria, como grupo propagandístico, dadas las circunstancias, luego de una serie de grandes derrotas internacionales. Termina con el pronóstico de que esta etapa indudablemente será superada, no sin lucha contra los que pretenden deducir de los tesoros ideológicos de nuestra tendencia el derecho a permanecer inmutablemente conservadores hasta que llegue el momento en que el desarrollo histórico tome nota de su presencia y los invite cordialmente a ser tan amables de tomar la dirección de la clase obrera. No, querido amigo, no basta con tener ideas correctas. También hay que saber cómo aplicarlas. ¿Cómo? No hay recetas universalmente validas que lo indiquen. Es necesario investigar en cada instancia la situación concreta para adecuar el poder de las ideas correctas al nivel organizativo más favorable.

En la época de la ruptura con los brandleristas un camarada del grupo de Walcher me pidió opinión sobre el posible ingreso de la minoría al SAP (creo que fue en 1931). Mi respuesta fue aproximadamente la que sigue: de ningún modo se puede rechazar por sí mismo el ingreso a este partido socialdemócrata de izquierda. Hay que saber en nombre de qué principios y objetivos ustedes pretenden entrar. En consecuencia, la primera obligación de ustedes es elaborar una plataforma clara e inequívoca.

Cómo usted sabe, Walcher y los suyos no procedieron de este modo. Jugaron a las escondidas con las ideas y hasta hoy, siguen haciéndolo. Por eso los criticamos, no por a una determinada organización socialdemócrata en una determinada situación política.

Se me informó que un joven del SAP declaró en la conferencia de la IAG que el giro de los bolcheviques leninistas en Francia es una confirmación de los principios del SAP. Una persona seria no puede menos que reírse de eso, porque el entrismo en sí mismo no significa nada; lo decisivo es el programa y qué se hace de acuerdo con ese programa después de haber entrado. Desde que está representado en la SFIO, el SAP actúa como un grupo centrista informe y tibio. Nuestros compañeros actúan con claridad y determinación marxista.

Pero Lenin dijo que hay que romper con los reformistas, y nosotros ahora entramos a una organización reformista. Esta manera de contraponer las cosas es espiritualmente a fin en un todo con la de los bordiguistas y su discípulo Vereecken[209], pero no tiene nada en común con el leninismo. Lenin proclamó la necesidad de romper con los reformistas después del estallido de la guerra, de la guerra mundial. Exigió esto, implacablemente, a los centristas. En ese entonces no había bolcheviques coherentes en ningún lado, exceptuando a la emigración rusa. Les elementos que se estaban izquierdizando a los que Lenin apelaba eran centristas organizativa e ideológicamente enraizados en la socialdemocracia. Fue a ellos a quienes Lenin dijo: tienen que romper con los reformistas. Pero para poder decirlo los bolcheviques participaron entusiastamente en la vida interna de la socialdemocracia francesa, suiza y escandinava.

Nuestra gran ventaja sobre 1914 consiste en que en casi todas partes contamos con grupos y organizaciones de bolcheviques templados, alineados internacionalmente y sujetos, por lo tanto, a un control internacional. No hay que convencerlos de la necesidad de romper con los reformistas. Están frente a un problema completamente distinto: en las actuales condiciones, ¿cómo puede nuestro pequeño grupo con sus ideas claras ganarse una audiencia entre las masas? La situación es complicada y hasta tal punto están involucrados en ella los remanentes de las viejas organizaciones que, mientras nos mantenemos absolutamente irreductibles en lo que hace a nuestros principios, organizativamente tenemos que ser muy hábiles, muy ágiles, muy sutiles y emprendedores. De otro modo, aun con las mejores ideas entraremos en decadencia. En su correspondencia con Sorge, Engels se queja docenas de veces de que los marxistas ingleses y alemanes que vivían en Norteamérica habían llevado las cosas hasta el punto de transformar la más viva de las teorías, el marxismo, en una fe sectaria de la que valerse para mantenerse pasivos, en vez de intervenir con toda fuerza y determinación en el torrente vivo del movimiento obrero.

Mire España, querido amigo. En medio de los temblores de la revolución, nuestra sección de allí se distinguió en todo ese período por su pasividad doctrinaria. Individualmente, muchos de nuestros camaradas pelearon con valor. Pero el conjunto de la sección se caracterizó más por la critica «objetiva» que por la actividad revolucionaria. Indudablemente es el ejemplo más trágico de toda la historia de la ICL. Y observe que precisamente esta sección hoy en día se muestra totalmente intransigente hacia el giro «oportunista» en Francia.

En Norteamérica los acontecimientos se desarrollaron de manera distinta. Nuestra Liga se unió con la organización de Muste para constituir un partido independiente. La organización participa con entusiasmo en el movimiento de masas real y se ha acreditado considerables éxitos. Precisamente por esta razón comprendió claramente el giro francés, pese a la diversidad de condiciones y de métodos aplicados.

Como marxistas somos centralistas. También luchamos a nivel internacional por la fusión de las fuerzas revolucionarias. Pero porque somos marxistas no podemos caer en el doctrinarismo charlatán y pedante. Siempre analizamos la realidad viva y nos adaptamos a toda nueva situación sin perder nuestra identidad. Allí radica todo el secreto del éxito revolucionario. Y tenemos que dominar este secreto, no importa cuánto cueste.

Escritos , Tomo IV
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