Cómo deben combatir a Hitler los obreros austríacos[691]

Publicado en julio de 1936

A: ¿No le parece a usted que los socialistas revolucionarios[692] y el PC tienen razón cuando afirman que los obreros austríacos tienen las mismas obligaciones que los obreros franceses? ¿No deberían defender a su país para que Hitler no los ataque?

B: Si los obreros franceses defendieran a «su» país (entonces, ¿realmente es su país?) bajo la dirección de Blum y Cachin, le prestarían el mejor servicio posible a Hitler. El les podría decir a los obreros alemanes: «Os hablan siempre de la lucha de clases. La lucha de clases es una mentira. El obrero francés defiende a su país. Los lazos de sangre son más fuertes que el dogma marxista. También el obrero alemán debe defender a su patria. Estamos embarcados en una guerra santa nacional».

Eso diría Hitler. Y no le resultaría difícil hacerlo creer, en vista de que un sector importante de la clase obrera alemana está contaminado de nacionalismo, contaminación estimulada por la política anterior del PS y del PC alemanes. No, hay una sola manera de curar a la clase obrera alemana de la infección nacionalista: ¡lucha de clases contra la burguesía en todos los países!

A: ¿Entonces, no hemos de tener en cuenta el régimen político del país? Francia es una democracia; Alemania, una dictadura fascista. ¿Acaso una guerra entre Francia y Alemania no es un choque de dos regímenes políticos irreconciliables?

B: No. Es un conflicto entre dos imperialismos. En la guerra mundial los social-patriotas de los países de la Entente, como Longuet y Henderson, también hablaban de la lucha de la democracia contra el militarismo de los Habsburgo y los Hohenzollern y de la lucha por una paz «justa[693]». Conocemos muy bien la «justa» paz de Versalles.

En el otro bando, los social-patriotas alemanes, como Wels y Scheidemann, hablaban de la lucha «contra el zarismo». Pero eso no les impidió a estos caballeros apoyar a su gobierno cuando el zarismo fue derrocado y el gobierno alemán se lanzó contra la Revolución Rusa.

Ni siquiera votaron contra la paz infame impuesta en Brest-Litovsk. Todas estas fórmulas —«lucha de las democracias», «amigo de la paz», «alianza antifascista», etcétera— son meros disfraces ideológicos. Si la Italia fascista se resuelve a intervenir en el bando francés, esta gente hablará de una diferencia entre el fascismo «constructivo» y el «destructivo».

A: Pero no se puede pasar por alto que Francia es aliada de la Rusia soviética. Si se debilita el imperialismo francés, también se debilita la Rusia soviética.

B: ¿Cree usted que la Francia imperialista es un aliado tan firme y digno de confianza para la Unión Soviética?

Abordemos la cuestión desde el punto de vista de la variante más favorable: la derrota de la Alemania nacionalsocialista. En ese día, la Francia imperialista se aliará con la muerte y el diablo y, si es necesario, con la Alemania burguesa derrotada, contra la Unión Soviética. La única ayuda cierta con que puede contar la Unión Soviética es la victoria de la revolución en los países capitalistas, cualquiera sea su régimen político y su política exterior.

¿El desarrollo de la lucha revolucionaria debilitará al imperialismo? ¡Precisamente! Así se fortalecerá la Unión Soviética.

A: Quizás usted no comprendió mi pregunta. Veo el siguiente peligro: si la agudización de la lucha revolucionaria debilita al imperialismo francés, sí el ejército francés se derrumbara, Hitler se fortalecería y obtendría una victoria militar sobre Francia, desgarrada por la guerra civil. Inclusive podría conquistar toda Francia.

B: Si las batallas y victorias revolucionarias no repercutieran fuera del país donde ocurren, podría suceder lo que usted señala. Pero la realidad es bastante diferente.

En la guerra, la moral de los soldados es un factor crucial. No existe método mejor para minar la moral burguesa del ejército que el ejemplo de la lucha revolucionaria. El ejemplo revolucionario es eficaz en cualquier situación, pero lo es en un grado excepcional en tiempos de guerra. Para las masas hambrientas, para las cuales la muerte es un hecho cotidiano, hacer la revolución en tiempos de guerra es mucho menos riesgoso que no hacerla.

Existen también una serie de circunstancias nuevas que aceleran el estallido del proceso revolucionario y en particular abrevian drásticamente la lucha revolucionaria por el poder. Piense en el cuadro cambiante de la guerra moderna (¡la guerra aérea!) cuyos horrores en esta ocasión afectarán directamente a las zonas de retaguardia.

Y no olvidemos que las masas han aprendido mucho de las experiencias de la guerra anterior y de la posguerra. Sobre todo, no olvidemos la revolución proletaria mundial, un factor mucho más importante ahora que en la guerra mundial anterior, no sólo por sus números, sino también por su mayor riqueza de experiencia y madurez política. Por todo esto el proceso revolucionario probablemente será mucho más veloz que en la Rusia de 1917.

No obstante, no podemos excluir que en el brevísimo período anterior a la victoria de la insurrección proletaria, Hitler pueda ocupar un sector del territorio francés. Puede admitirse que al principio el poder de resistencia de Hitler será más fuerte que las consecuencias de la batalla revolucionaria. Pero con la victoria de la revolución, se obtendrá rápidamente la oportunidad de reconquistar el territorio perdido y, más aún, de ahogar al capitalismo alemán entre las tenazas de la Francia obrera y la Unión Soviética.

A: Debo reconocer que mucho de lo que usted dice es cierto. ¿Pero puede decirse de la pequeña Austria lo mismo que de la gran Francia? ¿No existe el peligro de que Hitler conquiste a toda Austria?

B: No se puede concebir la política, sobre todo la política revolucionaria, sin un elemento de peligro.

El 20 de agosto de 1918 Lenin envió una carta a los obreros norteamericanos, donde dice:

No es socialista quien no comprenda que en aras de la victoria sobre la burguesía, en aras del paso del poder a manos de los obreros, en aras del comienzo de la revolución proletaria mundial, no se puede, ni se debe retroceder ante ningún sacrificio, incluso el sacrificio de una parte del territorio, ante el sacrificio de sufrir penosas derrotas a manos del imperialismo. No es socialista quien no haya demostrado con hechos estar dispuesto a que ‘su’ patria haga los mejores sacrificios para impulsar de verdad la causa de la revolución socialista.

En aras de ‘su’ causa, es decir, en aras de la conquista del dominio mundial, los imperialistas de Inglaterra y de Alemania no han vacilado en arruinar por completo y en estrangular a toda una serie de países, comenzando por Bélgica y Serbia y siguiendo con Palestina y Mesopotamia. Y los socialistas, en aras de ‘su’ causa, en aras de la liberación de los trabajadores de todo el mundo del yugo del capital, en aras de una paz universal duradera, ¿deberán esperar a que se encuentre un camino que no exija sacrificios, deberán privarse de comenzar el combate antes de que esté ‘garantizado’ un triunfo fácil, deberán poner la seguridad y la integridad de ‘su patria’ —creada por la burguesía— por encima de los intereses de la revolución socialista mundial? Quienes así piensen, los bellacos… y los lacayos de la moral burguesa, merecen el más profundo desprecio [V. I. Lenin, Obras escogidas. Moscú: Editorial Progreso, 1970. Tomo 3, pp. 41-42].

El único método para defender a Austria de Hitler es golpeando a la burguesía austríaca. La política del «mal menor» conduce inexorablemente al mayor de los males. No hubo mejor manera de ayudar a Hitler que mediante el apoyo a Bruening[694]. Lo propio puede decirse de los Bruenings austríacos.

A: ¿Qué solución propone usted?

B: La guerra revolucionaria en dos frentes se trata de combinar la lucha contra Schuschnigg con la lucha contra los nazis[695]. No podemos ser cómplices del engaño de la independencia. Pero ese es un problema que discutiremos en otro momento.

A: Usted acaba de decir que el proletariado austríaco debe combinar la lucha contra Schuschnigg con la lucha contra Hitler. No olvide que los socialistas revolucionarios y el PC también quieren derrocar a Schuschnigg.

B: Claro que sí. Pero al mismo tiempo asumen la posición de la defensa de la «independencia» austríaca, que es la posición de Schuschnigg. Así confunden a los obreros, desorganizan y dividen la lucha proletaria. Sus declaraciones se confunden cada vez más con las del gobierno. El grito de batalla del gobierno es «Austria». La consigna del PC también es «Austria». La leemos en el Rote Fahne (fines de junio de 1936):

«¡Sí, nos declaramos por Austria! No sólo nosotros nos declaramos: los obreros son los únicos que lucharan por Austria. Salvaremos a Austria de la traición y de la catástrofe combatiendo al puñado de aventureros y políticos de la catástrofe del gobierno autoritario, a las pandillas del Heimwehr [Guardia Nacional], los nazis y los partidarios de los Habsburgo».

Arbeiter-Zeitung, órgano de los socialistas revolucionarios, emplea el mismo lenguaje.

A: ¿Pero acaso los socialistas revolucionarios y el PC no quieren defender a Austria después de que la burguesía haya restaurado la democracia?

B: Por supuesto. Continuamente declaman que «los obreros sólo defenderán a una Austria libre». Es el precio que los burócratas quieren que les pague la burguesía por entregarle obreros dispuestos a servir con entusiasmo como carne de cañón.

A: ¿Pero no quieren defender la independencia de Austria para rechazar a Hitler?

B: En primer lugar, la independencia de Austria es una mentira. En realidad, Austria es vasalla del imperialismo italiano. Cuando los socialistas revolucionarios y el PC aúllan sobre la «independencia» de Austria, quieren proteger a Austria del Anschluss [la unión con Alemania] y convertirla en vasalla del bloque no menos imperialista de Francia y la Pequeña Entente[696], aliada de la Unión Soviética.

Toda su política se basa en la siguiente idea: el principal enemigo de los obreros austríacos y rusos es Hitler. Por lo tanto, la primera tarea es golpear a Hitler. Por eso es necesario que el proletariado se alíe con las «fuerzas antifascistas», término vergonzoso que incluye a la burguesía «democrática» dentro y fuera de Austria. Lógicamente, no se puede formar esta alianza sin la postergación de la lucha de clases. La alianza del proletariado con la burguesía es inconcebible sobre otras bases. Pero, como hemos tratado de demostrar, esta política facilita la victoria de los nazis.

Nuestro camino es distinto. Partimos de la base de que en época de guerra la cuestión de la lucha por el poder está planteada quizás con mayor gravedad que en época de crisis económica.

Es necesario utilizar la guerra para desencadenar la revolución proletaria en todos los países. Pero eso sólo es posible sí se lucha implacablemente contra el poder que conduce la guerra. Sólo así podremos agrupar a los estratos inferiores de la pequeña burguesía y sectores decisivos del ejército en torno al proletariado y hacer la revolución.

Los socialistas revolucionarios y el PC hablan de la revolución los domingos y los días de fiesta, pero no creen en ella. En caso contrario, no pondrían las esperanzas de las masas que ellos dirigen en ciertos sectores de la burguesía de su propio país y de otros. No hablarían de un «frente por la paz» —es decir, el frente con la burguesía de los países que se oponen a Hitler, pero que son tan imperialistas como Hitler— para ignorar el único frente auténtico por la paz, el de la clase obrera internacional.

Sí la situación actual no ha de culminar en una nueva guerra en la que triunfará un grupo imperialista, sino en la revolución proletaria en la mayor cantidad de países, los obreros no deben poner sus esperanzas en el enemigo de clase, sea cual fuere su disfraz, sino en sus propias fuerzas para la acción revolucionaria contra su propia burguesía.

El proletariado puede ser la fuerza social más poderosa de la sociedad moderna. Quienes le impiden desarrollar victoriosamente este poder son los partidos que aún conservan gran influencia sobre él. Los viejos partidos degenerados, cuya obra consiste en imbuir en sus partidarios la desconfianza en sus fuerzas de clase, debilitan al proletariado y lo mantienen en esa condición.

No se puede hacer la revolución con dirigentes que no creen en ella. De ahí surge una conclusión inevitable: si la revolución socialista ha de triunfar, debemos empeñar nuestras fuerzas en todos los países para construir una nueva organización obrera revolucionaria. Esto es obligatorio para todo aquél que no quiera ver cómo el proletariado pierde nuevamente una gran oportunidad histórica.

Escritos , Tomo IV
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