Carta a la comisión alemana[438]
19 de agosto de 1935
Estimados camaradas:
Actualmente tengo muy pocas oportunidades de leer los periódicos alemanes. Mis informes sobre los asuntos internos de Alemania provienen principalmente de los periódicos extranjeros. Por ello guardo cierta prudencia con respecto a los problemas internos de este país. Además, estos problemas son bastante peculiares. Podríamos decir que la clase obrera empieza a discutirlos por primera vez. Por consiguiente, debemos —al menos, eso creo yo— realizar esta discusión guardando la mayor consideración para con las posiciones contrarias. De otra forma, los camaradas que quisieran presentar sus posiciones se amedrentaran fácilmente. Por eso, lo que expreso a continuación reviste un carácter estrictamente condicional.
1. El ataque al SAP y a los elementos solidarios con él es el prerrequisito para el desarrollo futuro de la sección alemana. El SAP viene librando una guerra franca contra la Cuarta Internacional. Trata de socavar a la sección holandesa. Debemos tratar a los dirigentes del SAP como a otros tantos rompehuelgas. Es necesario fustigar con toda severidad cualquier coqueteo con las tendencias del SAP y con elementos como los oehleristas.
2. No puedo concordar con lo que se dice en el parágrafo trece de las tesis del Comité en el Exilio acerca de nuestras tareas en las fábricas. Justamente en períodos de profunda contrarrevolución se nos abren las mayores oportunidades para el trabajo en las fábricas. Con toda seguridad, en cada fábrica existen grupos de viejos obreros socialdemócratas, inclusive de viejos comunistas, que se conocen perfectamente entre sí, se tienen plena confianza y les basta un simple gesto para trasmitir un pensamiento. Sospechan de todos los desconocidos, de todos los extraños, pero se tienen plena confianza recíproca. Si logramos penetrar en sus filas encontraremos un medio favorable, protección frente a los agentes policiales y una base para futuras actividades.
Por consiguiente, debemos orientarnos hacia el trabajo en las fábricas. Sin embargo, puesto que somos muy débiles, durante algún tiempo debemos concentrar nuestros esfuerzos en tal o cual fábrica hasta establecer una base sólida y, a partir de allí, pasar a otras fábricas aprovechando los vínculos de los obreros viejos. En caso contrario, dado que no somos sino un grupo de propaganda, corremos el peligro de soslayar los procesos más importantes, más decisivos que se producen en el seno de la clase obrera, y de permitir que los acontecimientos nos tomen de improviso.
El parágrafo quince se refiere en términos muy generales a la necesidad de combinar el trabajo legal con el ilegal, y el parágrafo dieciséis sostiene que debemos rechazar las «fórmulas prefabricadas» en la realización de esta tarea.
Si trabajo ilegal significa algo más que leer periódicos, se necesita un medio solidario, que sólo encontraremos en las fábricas. A partir de allí se pueden percibir y extender las oportunidades para combinar el trabajo legal con el ilegal en la práctica.
Los parágrafos diecisiete y dieciocho se refieren al problema de la Cuarta Internacional y el derrotismo. En la actualidad, la cuestión de la guerra nos proporciona la mejor oportunidad para plantear con éxito el problema de la Cuarta Internacional. También en este terreno lo más importante es ridiculizar la charlatanería del SAP: lucha mundial por la paz, desarme, control democrático de los armamentos, etcétera. Si aniquilamos el pacifismo de izquierda, ello significará el fin del pacifismo en general. Ha llegado el momento de plantear el problema del derrotismo de la manera más concreta. El obrero revolucionario alemán no tiene el menor deseo de convertirse en instrumento del imperialismo francés, y el stalinismo lo empuja en esa dirección. Los Pieck, Cachin y compañía no harán más que ahuyentar a los obreros alemanes del derrotismo[439]. El obrero alemán partidario del derrotismo deberá buscar otros correligionarios… y sólo pueden serlo los bolcheviques-leninistas. Así podremos alistar obreros para la Cuarta Internacional.
3. Acerca de la cuestión de la iglesia: creo que la mejor manera de llegar al meollo de la cuestión es partir de la siguiente cita tomada de la intervención de la camarada Dubois [Ruth Fischer] en la reunión de comisión del 15 de julio: «Dubois: No comprendo cómo Nicolle [Erwin Wolf] puede conciliar la tremebunda consigna ‘Abajo los ex ministros radicales [franceses]’ con la consigna ‘Apoyemos a la iglesia en Alemania’».
Es claro que ni siquiera puede hablarse de apoyar a la iglesia. Para nosotros sólo puede tratarse de apoyar o no la lucha política de los católicos y protestantes por su derecho a seguir siendo católicos y protestantes activos. La respuesta a esta pregunta es sí. No es necesario aclarar que en este proceso no comprometemos nuestro apoyo a la religión ni a la iglesia, antes bien enfatizamos, en la medida de lo posible, nuestra oposición a ambas.
Sin embargo, no comprendo qué tiene que ver esto con la consigna «Abajo los canallas radicales» (no sólo los ex ministros). Esta consigna expresa la demanda de romper el frente de colaboración de clases, nada más. Dado que los reformistas y los stalinistas se niegan a llevar a cabo esa ruptura, quedarán desprestigiados ante los obreros. De ahí que la consigna «Fuera los radicales burgueses del Frente Popular» es, en la actualidad, una consigna marxista absolutamente justa.
Supongamos, lo que no es difícil, que el día de mañana los fascistas [franceses] se lancen al asalto de los templos francmasones o de los periódicos radicales (ya hemos visto episodios de este tipo). Sobra decir que los obreros saldrán a la calle a ayudar a defender los templos francmasones. Pero ¿qué es la francmasonería? Es, también, una especie de iglesia, culpable de doblegar a la pequeña burguesía librepensadora ante los intereses del capital financiero. ¿Podemos apoyar a la francmasonería? Nunca, jamás. Sin embargo, frente a los ataques fascistas, podemos y debemos defender su derecho a existir, recurriendo a las armas si fuera necesario. Si la clase obrera ha de estar en condiciones de hacerlo, debe conservar su espíritu revolucionario y su disposición combativa. Pero el Frente Popular se contrapone a ello. Por esta razón es necesario expulsar a la burguesía radical del Frente Popular. Sólo así se podrá defender a la francmasonería en caso de necesidad. Aquí no existe la menor contradicción. Si aclaramos totalmente este malentendido, creo que podremos aclarar también la cuestión de la iglesia en Alemania.
En la sociedad moderna la iglesia obedece a los intereses del capital financiero, vale decir, del poder dominante. Pero su esfera de influencia se extiende principalmente sobre la pequeña burguesía y los obreros influenciados por la pequeña burguesía, sus esposas, etcétera. Entre los obreros, hace ya tiempo que la socialdemocracia asumió las funciones vivificantes y reconfortantes de la iglesia, a la que ha reemplazado en buena medida. La pequeña burguesía, sometida a presiones crecientes, no puede prescindir de la iglesia en tanto siga siendo pequeña burguesía. Esa es la esencia del actual conflicto en Alemania. Las colosales contradicciones internas, además de ser inconmensurablemente más profundas que en Italia, se agudizan cada vez más, obligando al estado a ascender a crecientes niveles de concentración. El divinizado estado fascista no puede tolerar ni tolerará competencia alguna. El nacionalsocialismo quiere absorber la religión y hacer del estado un dios. Pero puesto que el estado fascista, en furibundo proceso de rearme, somete a la pequeña burguesía a presiones crecientes, ésta no puede prescindir del consuelo místico que le brinda la iglesia por las heridas que le inflige el estado. Desde el punto de vista social, esto no es otra cosa que la división del trabajo entre la iglesia y el estado. Todo pequeñoburgués creyente es desgarrado por esta división del trabajo convertida en conflicto político. ¡Ay! Dos almas pugnan en su pecho. Lo que se trata es de aguijonear este conflicto y, sobre todo, dirigirlo contra el estado.
Naturalmente que las capas dirigentes de la burguesía no se mantienen al margen. Le permitieron a la pandilla de Hitler asumir el poder, pero el aventurerismo fascista es una fuente de preocupaciones constantes. Los titubeos de Hindenburg en torno de la elección de Hitler son un símbolo de la actitud de dichas capas[440]. Para ellos la iglesia es una institución eterna (como dijo Lloyd George, es la fuente de energía de todos los partidos políticos, es decir, dominantes)[441]. Sin embargo, ven a los nazis tan sólo como una medida de emergencia. De ahí que alienten la lucha de la iglesia y, a la vez, junto con los padres de la iglesia, traten de mantenerla dentro de límites «razonables». Cuando hablamos de «apoyar» esta lucha, significa que la apoyamos, en primer lugar, contra el estado nazi y, en segundo lugar, contra los sectores de las clases dominantes que alientan y frenan esta lucha en forma simultánea para no perder el respeto de Hitler.
Desde luego que las consignas tales como «separación entre iglesia y estado», «separación entre iglesia y escuela» son correctas en sí y conviene levantarlas cuando resulte oportuno. Pero estas consignas no dan en el clavo. Porque lo que está en juego es el derecho de católicos y protestantes de consumir su opio religioso sin que nadie amenace ni perjudique su existencia, independientemente de sí la iglesia en cuanto tal está separada del estado. Se trata en primer lugar de la libertad de conciencia, luego, de la igualdad de derechos independientemente de la fe que se profesa (pagana, católica, protestante, etcétera) y, finalmente, del derecho a formar organizaciones (organizaciones católicas, juveniles, etcétera).
La polémica en torno a la palabra incondicional me parece un problema más que nada de semántica[442]. Desde luego que nadie sugiere que apoyemos todas las consignas levantadas por la oposición orientada por la iglesia, por ejemplo, extensión de la enseñanza religiosa en las escuelas, aumento de los subsidios estatales para la iglesia, etcétera. Yo interpreté la palabra incondicional en el sentido de cumplir con nuestras obligaciones hacia este movimiento de oposición, sin plantearles condiciones a las organizaciones participantes. Va de suyo que debe ser así. ¿Qué condiciones podríamos plantear en la situación actual, qué partido de oposición las aceptaría? Simplemente se trata de encontrar los medios y arbitrios reales y efectivos que nos permitan participar en la lucha para alentar y extender la oposición democrático-religiosa y ayudar a los jóvenes católicos —en especial a los obreros— en su lucha, etcétera (y no a la policía nazi, que busca «destruir» las organizaciones eclesiásticas). Del mismo modo, en Rusia siempre defendimos la lucha autonomista de la iglesia armenia y apoyamos las luchas de las diversas sectas campesinas y pequeñoburguesas contra la iglesia oficial del estado, la ortodoxa. En ocasiones obtuvimos grandes éxitos en este terreno.
Es muy probable que el despertar de la oposición al estado fascista, cuya base social es pequeñoburguesa, conmocione profundamente a las fuerzas adormecidas del proletariado. Lógicamente, no es seguro. Lo sería si hubiera un partido revolucionario fuerte y sagaz en escena. Pero no lo hay. Estamos en las etapas iniciales. Debemos hacer todo cuanto esté en nuestro poder. Por encima de todo, esta cuestión posee un alto valor pedagógico para nuestros cuadros, que vienen realizando una actividad puramente propagandística desde hace quizás demasiado tiempo. Considero que es absolutamente necesario efectuar un viraje. La lucha de la iglesia, además de constituir un punto de partida, también puede crear mejores condiciones.