La democracia burguesa y la lucha contra el fascismo[619]

13 de enero de 1936

Querido amigo:

La cuestión de nuestra actitud hacia las medidas gubernamentales que ostensiblemente atacan al fascismo es muy importante.

Dado que la democracia burguesa se encuentra en bancarrota histórica, ya no puede defenderse en su propio terreno contra sus enemigos de derecha e izquierda. Es decir que para «mantenerse» el régimen democrático debe autoliquidarse progresivamente mediante leyes de emergencia y arbitrariedad administrativa. Esta autoliquidación de la democracia en la lucha contra la derecha y la izquierda coloca en primer plano al bonapartismo de la degeneración, cuya existencia incierta necesita el peligro de derecha e izquierda para oponerlos entre sí y elevarse gradualmente por encima de la sociedad y de su parlamentarismo. Desde hace tiempo pienso que el régimen de Colijn es bonapartista en potencia.

En este período tan crítico, el principal enemigo del bonapartismo sigue siendo desde luego, el ala revolucionaria del proletariado. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que a medida que la lucha de clases se agrave, todas las leyes de emergencia, poderes extraordinarios, etcétera, serán empleados contra el proletariado.

Cuando los stalinistas y socialistas franceses votaron por la disolución administrativa de las organizaciones paramilitares, el viejo canalla Marcel Cachin escribió en l’Humanité más o menos lo siguiente: «Una gran victoria… Sabemos, naturalmente, que en la sociedad capitalista todas las leyes se pueden esgrimir contra el proletariado. Pero bregaremos por impedirlo, etcétera». Aquí la mentira está en la palabra «pueden». Lo que debió haber dicho es: «Sabemos que a medida que se profundice la crisis social, todas estas medidas serán esgrimidas contra el proletariado con intensidad diez veces mayor». La conclusión es sencilla: no podemos ayudar a apuntalar el bonapartismo de la degeneración con nuestras propias manos y entregarle las cadenas que utilizará inevitablemente para apresar a la vanguardia proletaria.

Con ello no queremos decir que en el futuro inmediato Colijn no quiera soltar su codo derecho, de las pretensiones excesivas de los fascistas. La revolución social no parece una amenaza inmediata en Holanda. El gran capital espera paliar los peligros inminentes mediante un estado fuerte y concentrado (vale decir, bonapartista o semibonapartista). Pero Colijn jamás liquidará, ni siquiera aislará totalmente, al fascismo, porque le sirve para mantener a distancia a su verdadero enemigo, el proletariado revolucionario. A lo sumo buscará controlarlo. Por eso, la consigna por la disolución y desarme de las bandas fascistas a través del estado (el voto por esa clase de medidas) es absolutamente reaccionaria (los socialdemócratas alemanes claman: «¡El estado debe actuar!»). Esto equivaldría a hacer un látigo con el pellejo del proletariado, que los árbitros bonapartistas tal vez utilizarían para acariciar suavemente alguno que otro trasero fascista. Pero nuestra responsabilidad y deber insoslayable es proteger el pellejo de la clase obrera, no entregar el látigo al fascismo.

La situación tiene otro aspecto que considero más importante todavía. Por su propia esencia, la democracia burguesa es un engaño. Cuanto más florece, menos la puede utilizar el proletariado (como lo demuestra la historia de Inglaterra y de Estados Unidos). Pero en virtud de la dialéctica de la historia la democracia burguesa puede convertirse en una poderosa realidad para el proletariado en el momento de su desintegración. El fascismo es el signo externo de esta degeneración.

La lucha contra el fascismo, la defensa de las conquistas de la clase obrera en el marco de la democracia en degeneración puede convertirse en una poderosa realidad, dado que le brinda a la clase obrera la posibilidad de prepararse para las luchas más grandes y de armarse parcialmente. Los dos últimos años en Francia, a partir del 6 de febrero de 1934, les han brindado a las organizaciones obreras una oportunidad excepcional (que quizás no se repita muy pronto) para movilizar al proletariado y a la pequeña burguesía hacia la revolución, crear una milicia obrera, etcétera. Esta oportunidad invalorable es producto de la democracia, de su decadencia, de su evidente incapacidad para mantener el «orden» mediante los viejos métodos, y del peligro igualmente evidente que amenaza a las masas trabajadoras. Quien no aproveche esta situación, quien llame al «estado», es decir, al enemigo de clase, a «actuar», vende el pellejo del proletariado a la reacción bonapartista.

Por consiguiente, debemos votar en contra de todas las medidas que fortalezcan al estado capitalista-bonapartista, aunque se trate de medidas que puedan causarles molestias temporales a los fascistas. Los socialdemócratas y los stalinistas naturalmente dirán que defendemos a los fascistas contra el Padre Colijn quien, después de todo, es mejor que el villano Mussert[620]. Sin temor a equivocarnos podemos decir que somos más previsores que los demás y que los acontecimientos posteriores confirmarán por completo nuestros vaticinios y consignas.

Sin embargo, podemos presentar ciertas enmiendas que, al ser rechazadas, le mostrarán claramente a todos los obreros que lo que está en juego no son los traseros fascistas, sino el pellejo del proletariado. Por ejemplo: 1) Esta ley no afectará bajo ninguna circunstancia a los piquetes obreros, aun cuando se vean obligados a actuar contra los esquiroles, fascistas y otros elementos lúmpenes; 2) los sindicatos y las organizaciones políticas de la clase obrera se reservan el derecho de construir y armar organizaciones de autodefensa ante el peligro fascista. El estado se compromete a ayudar a dichas organizaciones entregándoles, a su pedido, armas, municiones y apoyo financiero.

En un parlamento estas mociones suenan un tanto raras, y sus excelencias los estadistas (y los falsarios stalinistas) las considerarán «escandalosas». Pero el común de los obreros, tanto en el NAS como en los sindicatos reformistas, las considerará perfectamente justificadas[621]. Por supuesto que sugiero estas enmiendas únicamente como ejemplo. Quizás puedan elaborarse fórmulas mejores y más precisas. ¿Se atreverán los señores socialdemócratas y stalinistas a negar su apoyo, o inclusive a votar en contra? Aunque voten a favor, las mociones serán rechazadas y entonces quedará absolutamente claro por qué votamos en contra de la moción del gobierno en su conjunto; y tenemos la obligación de votar en contra sin la menor vacilación, por las razones expuestas más arriba (aunque el bloque parlamentario de Colijn resuelva que nuestra moción no se puede discutir, argumentando que se aplica únicamente a la técnica propagandística y no a la esencia de la cuestión).

Debemos tomar medidas enérgicas contra los métodos intelectuales «antifascistas» abstractos que suelen infiltrarse en nuestras filas. El «antifascismo» no es nada, es un concepto vacío que emplean los stalinistas para encubrir sus triquiñuelas. En nombre del «antifascismo» instituyeron la colaboración de clases con los radicales. Muchos camaradas nuestros quisieron apoyar el «Frente Popular», es decir, la colaboración de clases, de la misma forma en que apoyamos el frente único, es decir, la política de separar al proletariado de las demás clases. En nombre del «antifascismo», partiendo de la consigna absolutamente falsa de «el Frente Popular al poder», van todavía más lejos y declaran que están dispuestos a apoyar al bonapartismo —porque el voto en favor del proyecto de ley «antifascista» de Colijn, no es sino un apoyo directo al bonapartismo—.

Escritos , Tomo IV
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