A la opinión pública de los obreros del mundo[690]

4 de julio de 1936

El problema de la suerte de la Unión Soviética está próximo al corazón de todo obrero consciente. Ciento setenta millones de seres humanos están llevando a cabo la experiencia de emancipación social más grande de la historia. La destrucción del nuevo régimen significaría un golpe terrible para el desarrollo de toda la humanidad. Pero es precisamente por esta razón que es necesario mantener una actitud honesta, vale decir crítica, para con los complejos procesos y los fenómenos contradictorios que se observan en la vida de la Unión Soviética.

Indudablemente, el síntoma más alarmante en la vida interna de la Unión Soviética es la terrible e ininterrumpida represión, que en la mayoría de los casos no está dirigida contra los partidarios de la restauración capitalista, sino contra aquellos revolucionarios que mantienen alguna diferencia con el estrato gobernante. En los últimos meses, la prensa mundial ha informado ampliamente sobre la severísima represión que sufren los militantes de oposición del propio partido gobernante y también los comunistas extranjeros que no pueden contar con la protección de la embajada de su país.

Las cárceles resultan ya insuficientes. Hay más campos de concentración ahora que en la época de la guerra civil. Son cada vez más numerosas las huelgas de hambre y suicidios individuales y colectivos en respuesta a la persecución intolerable. Numerosas personas dignas de toda confianza han confirmado estos hechos trágicos y están dispuestas a comparecer ante cualquier tribunal para avalar sus testimonios con pruebas. Ante estos hechos, el espíritu crítico se niega a aceptar la afirmación oficial de que la sociedad socialista está instaurada «definitiva e irrevocablemente» en la URSS.

La edición del 5 de junio de Pravda, el periódico oficial de la URSS, anunció que el Comité Central del partido gobernante ha aprobado el proyecto de la nueva constitución, «la más democrática del mundo». El artículo editorial que comenta esta importantísima resolución anuncia nuevas y más feroces represiones contra los militantes de la oposición. La cuestión es tan importante que consideramos necesario reproducir textualmente, y palabra por palabra, la declaración de Pravda, vocero directo de las cúpulas dominantes. Tras una referencia a «las colosales victorias del socialismo», expresadas en la nueva constitución, el periódico exige una «mayor vigilancia» frente a «las fuerzas de clase hostiles al socialismo».

Sin embargo, sería erróneo creer que se trata de los partidarios de la restauración de la monarquía, la nobleza, o la burguesía. Todo lo contrario: en virtud de una serie de decretos y del artículo correspondiente de la nueva constitución, queda eliminada la desigualdad de los ciudadanos por razones de origen social. Según la explicación oficial, la sociedad socialista se ha fortalecido hasta un punto tal, que ya no existen razones para temer a las personas de origen noble o burgués. En lo que se refiere a las «fuerzas de clase hostiles al socialismo», contra las cuales se deben emplear medidas más severas, Pravda afirma: «La lucha continúa. Aunque su debilidad les impide montar un ataque directo, los restos de grupos contrarrevolucionarios, los guardias blancos de todos los colores, sobre todo los trotskistas y zinovievistas, no cejan en su obra vil de espionaje, sabotaje y terrorismo. Seguiremos luchando para derribar y destruir a los enemigos del pueblo, las ratas y alimañas trotskistas, con mano de hierro, por hábilmente que se oculten».

Estas palabras hablan por sí solas. A la vez que promulga «la constitución más democrática del mundo», el grupo dominante de la Unión Soviética promete «destruir» a los partidarios de un sector específico del pensamiento socialista, acusándolos de «espionaje», «sabotaje» (?) y «terrorismo». La acusación es un engaño evidente. No se diferencia en nada de las acusaciones medievales contra los herejes provocadores de sequías y epidemias o contra los judíos bebedores de sangre cristiana. Pero esto no disminuye la terrible realidad de la amenaza de destrucción.

El movimiento de los llamados «trotskistas» es internacional y publica libros y periódicos en no menos de quince idiomas. Es posible tener distintas posiciones con respecto a este movimiento: algunos simpatizan con él, otros lo repudian; pero existen documentos irrefutables que bastan para convencer a cualquier obrero consciente, a cualquier persona seria, de que se trata de un grupo revolucionario que se ha impuesto la tarea de emancipar a los trabajadores. Así, durante las jornadas de junio en París, la prensa burguesa atacó unánimemente a los «trotskistas» por provocar huelgas, y la prensa de la Comintern los acusó de tratar de provocar una revolución artificial. ¿Quién puede creer por un solo instante que el mismo movimiento, dirigido por las mismas personas e ideas, trata de derrocar el poder de la burguesía en los países capitalistas y al mismo tiempo trata de restaurar el capitalismo en la URSS recurriendo al «espionaje», al «sabotaje» y al «terrorismo»?

Todos los amigos desinteresados de la URSS, todos los amigos de las masas trabajadoras, deben decirse: las explicaciones oficiales son lisa y llanamente falsas. El grupo dominante prepara la destrucción física de sus adversarios ideológicos, pero no encuentra una sola explicación o justificación seria para tamaña represión. ¿Podemos permanecer pasivos y callados ante semejante posición?

Ante la opinión pública del mundo entero declaramos que no es cierto que los «trotskistas» y «zinovievistas» intenten o puedan intentar la restauración del capitalismo; no es cierto que mantengan o puedan mantener vínculos con las intrigas, espionaje o atentados terroristas de la contrarrevolución; no es cierto, que su actividad se dirija o pueda dirigirse contra el socialismo. Pero, por otra parte, es una verdad innegable, avalada por toda la literatura respectiva, que los «trotskistas» son adversarios de la política del grupo gobernante soviético; son adversarios de la creciente desigualdad social en la URSS; son adversarios de la restauración de la casta militar de oficiales y, sobre todo, son adversarios del poder y de los privilegios ilimitados de la burocracia. No es el proletariado soviético quien castiga a sus «enemigos de clase», sino la burocracia soviética quien, en la lucha por la defensa de su poder y privilegios, destruye a un grupo que se trata de expresar la protesta y descontento de las masas trabajadoras.

Asumimos plena responsabilidad por nuestras palabras, pasibles de ser verificadas sin la menor dificultad y en cualquier momento; basta que el gobierno soviético dé a una comisión internacional imparcial la oportunidad de conocer libremente in situ los crímenes reales o supuestos de los trotskistas, zinovievistas y otros grupos de oposición. No pedimos nada más.

A toda organización obrera, a todo grupo social progresivo, a todo periódico honesto, a todo amigo de los trabajadores le interesa aclarar plena y definitivamente este problema candente Es necesario descorrer el telón ante la serie interminable de tragedias. Es necesario realizar una investigación. Es necesario descubrir toda la verdad. Debemos plantear y apoyar en las organizaciones obreras, en las asambleas y en la prensa la consigna de formación de una comisión imparcial, que goce de autoridad ante todos los sectores, para que viaje a la URSS e investigue las verdaderas razones de la represión contra los revolucionarios, sean trotskistas, zinovievistas o representantes de otros movimientos. Si la burocracia soviética no tiene nada que ocultarle a la clase obrera mundial, que acepte este llamado.

Escritos , Tomo IV
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