Capítulo Treinta y siete
Hank Montague entró en la oficina de Bradley sin llamar. Bradley levantó la vista del ordenador, sorprendido. —¿Qué puedo hacer por...?
—Acabo de recibir una llamada de la esposa de Mike Strong, Wendy —le interrumpió. —Ha sucedido algo. Tenemos que acercarnos a su casa de inmediato.
La reacción inicial de Bradley fue de alivio. Había estado tratando de encontrar la manera de trabajar en un homicidio sin cuerpo y no conseguía nada. —¿Mencionó qué es lo que ha pasado? Le preguntó, tratando de actuar normal.
—No, pero sonaba a algo grave —dijo Hank. —Iremos en mi camioneta para no llamar la atención indebidamente. Mike no hubiera querido eso.
Bradley cogió su teléfono, su revólver, sus esposas y su chaqueta y siguió al alcalde fuera de la oficina. —Dorothy, el alcalde y yo tenemos una reunión —dijo. —No estoy seguro de cuánto tiempo voy a estar fuera. Puede ponerse en contacto conmigo por teléfono.—
Dorothy asintió con la cabeza y siguió tecleando en su ordenador.
Salieron por la puerta trasera del Ayuntamiento y se subieron al vehículo de Hank. Bradley estaba un poco sorprendido cuando éste salió a la carretera en lugar de conducir por la ciudad. —¿Dónde vive Mike?— Le preguntó.
—Bueno, Wendy me pidió que nos encontrásemos con ella fuera de la ciudad —dijo Hank sin darle demasiada importancia. —Para tener algo más de privacidad.
Bradley sintió cómo el pelo de la parte posterior de su cuello se erizaba. Había algo muy raro en todo eso. —¿Cuánto tiempo hace que conoce a Mike?— Le preguntó Bradley, tratando de parecer que sólo quería entablar una simple conversación con él.
Hank se encogió de hombros y adelantó a un camión lechero. —Desde hace cerca de 30 años —dijo. —Trabajamos juntos hace muchos años.
—En la campaña de Ryerson, ¿no?
Hank giró la cabeza y una sonrisa se deslizó lentamente por la cara. —Eres un joven brillante, ¿no es cierto?— Dijo. —Sí, Mike y yo trabajamos juntos en la campaña del senador.
—¿Cuándo fue la última vez que vio a Mike?— Preguntó Bradley.
—Oh, creo que fue la otra noche —dijo él, acariciando su barbilla pensativamente. —Sí, creo que fue la noche del domingo pasado. Mike iba a reunirse conmigo más tarde esa misma noche. Pero nunca apareció. Me pregunto qué lo retrasaría.
—¿Llamó para averiguarlo?— Le preguntó Bradley.
Hank negó con la cabeza. —No, iba a venir a verme porque necesitaba pedirle un favor, y él lo sabía —dijo. —No quería presionarle.
Hank aumentó la velocidad de la camioneta.
—Con el debido respeto, creo que va demasiado rápido —comentó Bradley, mirando el velocímetro alcanzar los 75 kilómetros por hora. —Este camino no es adecuado para ir a tanta velocidad.
Hank se encogió de hombros. —La velocidad te disuadirá de hacer algo estúpido mientras conduzco—.
—¿Y por qué iba yo a hacer algo así?— Preguntó Bradley.
—Porque los dos sabemos que no eres tan incompetente como yo esperaba cuando te contraté —dijo. —Una verdadera lástima.
Bradley se colocó en ángulo contra la puerta del coche. —¿Por qué querría alguien tener un jefe de policía incompetente?
Hank rió. —Porque sería mucho más fácil que no te pillaran...— Hizo una pausa y luego se volvió y sonrió a Bradley, —cuando has cometido un asesinato.
Hank giró bruscamente el volante y desvió la camioneta. Instintivamente Bradley se inclinó para enderezar la volante. Hank le agarró del brazo y Bradley se retiró, no sin antes sentir un penetrante pinchazo en el antebrazo. —¿Qué me has hecho?— Gritó.
Hank amplió su sonrisa. —No te preocupes, jefe —dijo. —La inyección no te va a matar, sólo te dejará un poco atontado. La parte donde mueres viene después.
Bradley sintió cómo su cuerpo comenzaba a reaccionar al medicamento de inmediato. Se dejó deslizar en el asiento mientras se concentraba en tratar de mantenerse despierto.
—Probablemente no te has dado cuenta de mi anillo —dijo Hank. —Lo encargué especialmente. Lleva suficiente droga en la punta oculta para poner a un adulto a dormir. En realidad es mi juguete favorito.
—Las has matado... Todas esas niñas —dijo Bradley, su discurso cada vez más difícil de ser entendido.
—Pues sí, lo hice —Hank acordó gratamente. —Pero todas ellas estaban deseando morir. Todas ellas me deseaban.
—Así que no eres sólo un bastardo ... eres un bastardo enfermo —dijo Bradley.
—Oh, no, yo soy una persona muy inteligente —dijo. —Mi coeficiente intelectual es muy superior a la media, en realidad. Es por eso que tengo el derecho de utilizar a los de menor inteligencia para mi placer.
—Nadie tiene ese derecho —murmuró Bradley.
Hank negó con la cabeza. —Oh, jefe, no seas ingenuo —dijo. —Los gatos son más inteligentes que los ratones; los coyotes más inteligentes que los conejos; los seres humanos, en su mayor parte, más inteligentes que las vacas - matar o dejar que te maten. Así es cómo funciona el mundo.
—Aprovecharse de los más débiles..., No es cómo funciona el mundo —dijo Bradley, luchando contra la oscuridad que le envolvía. —Es... Es... Tu maldita excusa para justificar lo que haces.
—Qué idealista. Es una pena que no vayas a estar para ver lo que tengo en mente para nuestra señorita O'Reilly. Es posible que hubieses disfrutado con ello - He visto cómo la miras —dijo. —Una cosita tan preciosa. Ella me desea también.—
—No —se quejó Bradley. Trató de abalanzarse hacia Hank, pero no podía mover su cuerpo.
El teléfono de Bradley sonó desde el bolsillo de su camisa. Hank paró al lado de la carretera y lo sacó de ahí. —Vaya, vaya, nuestra señorita O'Reilly te está buscando —dijo. —¿Qué crees que quiere?
Hank se echó para atrás en su asiento y pasó los dedos por su barbilla de nuevo. —Si no logra dar contigo, llamará a Dorothy —razonó. —Dorothy le dirá que te fuiste conmigo. Gracias por proporcionarle esa información, jefe.
—Y, si no conozco mal a nuestra excelentísima investigadora privada, vendrá a buscarte —dijo. —Tal vez deberíamos ayudarle a encontrarnos.
Hank miró por encima del hombro, hizo un rápido giro en U y regresó a Freeport.