Capítulo Veintidós

—Bueno, ha ido bastante bien —Murmuró Mary sarcásticamente mientras bajaba corriendo las escaleras de la comisaría y se dirigía por la calle principal hacia su oficina. Lógicamente podía entender la preocupación de Bradley. Creció en una casa llena de hombres, así que comprendía su necesidad de proteger a los demás. Pero, maldita sea, era una ex policía de Chicago. ¿De verdad pensaba que no podía manejar su propia investigación?

Miró hacia abajo por la calle y vio el coche patrulla que le estaba siguiendo lentamente. Obviamente no.

Entró en su oficina y vio cómo el vehículo aminoraba y era estacionado a medio bloque de distancia. El oficial se había colocado de forma que podía ver la puerta de su oficina y su coche.

—Esto es un total desperdicio del dinero de los contribuyentes —murmuró Mary. —Voy a escribir mi congresista.—

En lugar de eso, cogió el teléfono y llamó a Rosie. —Hola, Rosie. ¿Podéis tú y Stanley venir a mi oficina? Necesito vuestra ayuda. Ah, y trae tu caja de emergencia.

Rosie y Stanley llegaron en quince minutos.

—Así que, veo que estás siendo vigilada —dijo Stanley al entrar. —¿Has estado plantando más bombas últimamente?

Mary sonrió. —No, al jefe de policía no le hizo la menor gracia que no tuviese ningún interés en compartir mi caso con él —dijo con un encogimiento de hombros. —Por lo tanto, me está controlando

—Qué emocionante —dijo Rosie. —¿Quieres que le distraigamos y así poder fugarte?—

—Bueno, fugarme no sería la mejor idea. No quiero incumplir la ley —dijo Mary. —Intento pasar de ello lo más que puedo, y ya está.—

—Me gusta la forma que tienes de llevarlo —dijo Stanley. —¿Cómo te podemos ayudar?

—Rosie, necesito que me prestes tu maniquí portátil —dijo Mary, abriendo la caja de emergencia que Rosie había colocado sobre su mesa.

Sacó la muñeca inflable. —Necesito una sustituta para esta tarde.

—¿Qué demonios es eso?— Preguntó Stanley, mirando hacia Rosie.

—¿A ti qué te parece?— Replicó Rosie.

—Me parece un problema —dijo Stanley, sonrojándose de cuello para arriba. —Un simple y puro problema.

Mary se echó a reír y se acercó a la ventana de su oficina. Cerró las persianas de seguridad y luego frotó sus manos con fuerza. —Ay, Stanley, ¿quieres ayudarme a vestirla o quieres que te encomiende otra tarea?

El rubor de Stanley se hizo aún más profundo. —Quieres que haga algo, dímelo rápido, porque me largo —dijo, dirigiéndose hacia la puerta.

—Espera, espera, lo siento —dijo Mary. —Lo que realmente necesito es que me prestes tu coche. Tengo que mantener mi coche aparcado ahí enfrente para parezca que sigo aquí.—

—¿Sabes conducir un coche con marchas?— Le preguntó Stanley, su ceja blanca grisácea elevándose hasta la mitad de su frente.

—¿Es el Papa Católico?— Respondió Mary. —Por supuesto que puedo conducir un coche manual. Mi padre me enseñó a conducir un coche de verdad.

Stanley asintió con la cabeza y sonrió. —Está bien, entonces —dijo, —voy a aparcar a Betsey detrás de la parte posterior del edificio. Las llaves estarán en la guantera. Pero no pienso volver por aquí hasta que esa cosa esté de nuevo metida en la caja.—

Rosie se echó a reír. —Entonces, márchate porque no tengo todo el día para esperar a empezar a inflarla.

Stanley corrió hacia la puerta. —Ya no estoy —dijo. —Mary, el coche te estará esperando en diez minutos.

—Gracias, Stanley, te lo agradezco —dijo.

Rosie sacó la bomba de aire e infló la muñeca de tamaño real. Sus brazos y piernas sobresalían rígidamente en un ángulo de sesenta grados y su cuello parecía ser del mismo diámetro que la cabeza. Las dimensiones de sus pechos, la cintura y las caderas le recordaron a Mary a una muñeca Barbie de tamaño natural.

—Guau, si fuera de verdad - tendría graves problemas de espalda —dijo Mary. —Es mejor que nadie la vea de frente - no se creerán que soy yo.

—¿Qué va a llevar?— Preguntó Rosie.

Mary abrió la puerta del armario y sacó una camiseta y unos pantalones vaqueros, luego se quitó la chaqueta que llevaba puesta. —Pensé que vestiría de modo casual —se rió Mary. —¿Crees que le valdrán?

Rosie miró a Mary y luego volvió a mirar a la muñeca. —Bueno, esperemos que den de sí.

Pusieron la camiseta sobre la cabeza de la muñeca y metieron los brazos por las mangas. Rosie puso la muñeca sobre el escritorio y Mary le metió los pantalones por las piernas y los abotonó en la cintura. Les llevó bastante tiempo maniobrar los brazos para que le entrase la chaqueta.

—Uff, ha sido más complicado de lo que pensé —dijo Mary: —¿Qué podríamos ponerle en la cabeza?

Rosie sacó una peluca de su caja muy similar al color de pelo de Mary. —Esto debería dar el pego, pero no es el mismo corte —dijo Rosie con un suspiro. —El oficial de policía, ¿es hombre o mujer?

—Hombre —contestó Mary.

—Oh, entonces no se dará cuenta —dijo riendo.

Tras pegar la peluca a la cabeza del maniquí con el velcro que traía, dio un paso atrás y miró a su creación. —Es increíble, hemos fabricado uno de los ángeles de Charlie —dijo Rosie.

Mary se echó a reír. —Ahora todo lo que tenemos que hacer es sentarla en mi silla para que parezca que está trabajando y ya está.

Rosie cogió la muñeca y la colocó sobre la silla. Mary la agarró por la cintura y la metió en su silla, acercándola rápidamente contra el escritorio. Pero tan pronto como se alejó, la muñeca se enderezó y saltó fuera de la silla.

—Esto no va a funcionar —dijo Mary.

—Tengo la solución perfecta —dijo Rosie.

Sacó una bufanda de su caja y la envolvió alrededor de la cintura de la muñeca, y luego la ató firmemente a la parte inferior de la silla. — Voilà, cinturón de seguridad —dijo.

Mary empujó la silla contra la mesa y colocó las manos de la muñeca sobre el escritorio como si estuviese escribiendo con el teclado. —No podíamos haberlo hecho mejor —dijo Mary, —Rosie, eres un genio.

—Gracias, cariño —dijo Rosie: —Yo siempre estoy aquí para ti. Pero déjame preguntarte una cosa, ¿ese Jefe Alden tiene una buena razón para preocuparse por ti?

Mary le dio a Rosie un abrazo breve. —Estaré bien —dijo.

—No pienses que he pasado por alto que no has respondido a mi pregunta —dijo Rosie, acariciando el brazo de Mary. —Por lo menos dime dónde piensas ir y cuánto tiempo va a estar allí, por si acaso.

—No te preocupes, Rosie —contestó Mary. —Sólo voy a dar un paseo por el bosque. ¿Qué me podría pasar?

Rosie no parecía muy convencida.

—Llevo mi móvil conmigo —dijo Mary. —Si surgiese algún problema te llamaré a ti o a Stanley, ¿de acuerdo?

Rosie asintió. —Sal por la puerta trasera, yo esperaré unos minutos, abriré las persianas y luego volveré a mi tienda —dijo. —Volveré para cerrar por ti.

—Eres la mejor —dijo Mary.

Cogió su bolso y una pequeña mochila y cerró la puerta suavemente detrás de ella.

Fiel a su palabra, Stanley había dejado a Betsey detrás del edificio. Betsey era un Chevy de 1961 azul turquesa de cuatro puertas. Era del tamaño de un barco y tenía la potencia del motor de una locomotora. Stanley lo había comprado nuevo cuando él y su esposa estaban recién casados y, con el cuidado y la devoción con los que lo había tratado durante toda su vida, corría con tanta suavidad como lo hacía cincuenta años atrás.

Mary se deslizó en el asiento delantero y sonrió al ver el sombrero y la chaqueta que Stanley le había dejado en el asiento del copiloto de cuero blanco. Se puso el sombrero y luego abrió la guantera. Un par de llaves con un llavero de plástico en forma de diamante que anunciaba los productos de la Papelería Wagner con el número de teléfono del establecimiento debajo del rótulo, cayó en sus manos. Ella deslizó la llave en el contacto y la giró, el motor ronroneó devolviendo a Betsey a la vida.

Pisó el embrague, cambió a marcha atrás y maniobró con cuidado el coche en el callejón. Luego cambió a primera y circuló hasta el final del bloque. Recorrió la calle. No había policías a la vista. ¡Genial! Se puso cómoda en el asiento, soltó el embrague y condujo lentamente alejándose del centro de Freeport.

Una vez que estaba en la intersección entre la autopista 26 y la Calle Galena, se empezó a sentir un poco más segura. Se cambió al carril de la derecha y encendió la señal de giro. Había tres coches delante de ella. El recorrido desde la autopista 26 hasta la autopista 20 era de tan sólo un kilómetro, y una vez en la autopista 20, por fin era libre. El semáforo parecía que no iba a cambiar nunca. Mary dio unos golpecitos en el volante, esperando que de una vez por todas, la luz cambiase a verde. Miró por el espejo retrovisor y el corazón le dio un vuelco cuando vio el coche de Bradley dirigiéndose hacia Galena unos cuantos bloques por detrás de ella.

—Vamos, vamos, vamos —susurró desesperadamente.

Miró a su alrededor frenéticamente considerando sus opciones. Todos en la cuidad sabían que ese era el coche de Stanley y todos supondrían que él sería el que estuviese al volante. Lo supondrían, hasta que se detuviesen al lado y viesen a Mary. Mary miró hacia atrás de nuevo. Estaba cada vez más cerca. Piensa, piensa, piensa. Podía aparcar en el estacionamiento de la pizzería, pero Bradley podría seguirle hasta allí. Podría tratar de cambiar de carril y girar a la izquierda, pero era bastante imposible con ese coche tan enorme. Podría agacharse y simular que estaba cogiendo algo, pero Bradley podría pensar que Stanley estaba en problemas y se acercaría a ofrecerle ayuda.

Al mirar hacia atrás vio que él estaba a medio bloque detrás de ella. ¡Mierda! Pero cuando miró hacia delante, la luz había cambiado a verde y los tres coches ya habían despejado la intersección. Mary aceleró y se volvió hacia la autopista 26. Había circulado más de un cuarto de kilómetro por la carretera cuando el vehículo del jefe cruzó la intersección y continuó por Galena. Mary exhaló un suspiro de alivio y se dirigió a la fortaleza de Apple River con una sonrisa en su rostro.

Se detuvo en una plaza de garaje que hacía esquina, la más alejada de todo el parking. No sólo porque así ayudaba a proteger al precioso Betsey de Stanley, sino porque también así estaba más cerca de la zona donde antes se hallaba el cobertizo. Se puso la chaqueta que Stanley le había dejado y agarró la mochila. Al abrirla, rápidamente escaneó el contenido: cantimplora, brújula, linterna, navaja suiza y repelente de insectos. Metió las llaves y el móvil en ella, la cerró y cuando salió del coche, se la colgó al hombro. Cerró a Betsey y empezó a caminar hacia el bosque.

El césped estaba cubierto de hojas de otoño y el aire que corría era muy frío. Metió las manos en sus bolsillos y miró hacia el cielo. Nubes oscuras se alineaban en el horizonte y Mary supuso que tendría cerca de dos horas antes de que llegase la tormenta.

Al detenerse en el borde del bosque volvió a mirar por la colina hacia la calle principal. Trató de recordar cómo las cosas se veían cuando ella había perseguido a Jessica en su bicicleta.

—Creo que el camino estaba en algún lugar de por aquí —dijo, abriéndose paso entre unos matorrales y el camino estrecho que solían recorrer los ciervos. El bosque se cerró en torno a ella. Los sonidos del tráfico en la cima de la colina desaparecieron y Mary se sintió completamente sola. —Está bien, vivo de ver fantasmas —susurró. —Es una tontería tener miedo del bosque.

Una nube flotaba sobre el sol de la tarde y el bosque se oscureció. —Tal vez no es una tontería —se corrigió, metiendo la mano en su mochila y sacando la linterna.