Capítulo Veintinueve

Michael Strong tenía un secreto. Un secreto que no era fácil de mantener. Hizo cuanto se esperaba de él. Durante su juventud, realizó un trabajo ejemplar en la campaña del senador. Esa experiencia, y las conexiones de su familia, le habían hecho subir puestos rápidamente en la comunidad financiera y política. Se había casado bien y había tomado el lugar que le correspondía en la sociedad.

Mike era el Presidente del Banco Estatal de Freeport. Formaba parte de la junta directiva de varias organizaciones caritativas de la ciudad, y era asesor en grupos de trabajos municipales. Era brillante, encantador, muy querido, y se recordó, fácilmente reconocible.

Condujo a través de los sectores más pobres de la ciudad, manteniéndose en las calles laterales hasta que salió a la carretera de circunvalación que conducía a la autopista 20. Aceleró en dirección oeste durante sólo un kilómetro y medio más o menos. Luego salió por la autopista 75 y continuó hacia el norte.

La oscuridad de la carretera rural lo consoló. Nadie sería capaz de reconocer ni a él ni a su coche. La lluvia que caía suavemente le motivó. Nadie estaría fuera en una noche como esa. Nadie podría descubrir su secreto.

Pensó en su esposa, metida en la cama, esperando a que él llegase a casa de una de sus tantas reuniones tardes. Ella no sospechaba nada. ¿Cuántos años llevaba engañándole?

Detuvo ese pensamiento. Él no estaba mintiendo. Se lo estaba ocultando para protegerle, para proteger a su familia y su posición en la comunidad. Realmente, esto lo estaba haciendo por ellos, razonó.

Las luces de neón del Bar Flagstaff brillaban con calidez de bienvenida. Sintió que la tensión abandonaba su cuerpo. Ese era su lugar, él sabía que era siempre bienvenido allí. En ese lugar le entendían.

Se detuvo en el estacionamiento de grava áspera. El letrero de neón se reflejaba en los charcos y la lluvia caía del lado del edificio donde los canalones hacía tiempo que habían desaparecido. Se acercó a la puerta, viéndose reflejado en el escaparate.

Había sido el chico maravilla. Alto, atlético, rubio e inteligente. El sueño de todas las chicas de secundaria, y se había aprovechado del hecho de que las mujeres le adulasen tanto, como se había esperado.

Sus padres habían esperado tanto de él - le habían exigido tanto. Tenía un apellido que representar, una reputación que honrar, y un legado del que responsabilizarse.

Pero nadie le preguntó qué quería él realmente. Nadie le preguntó cómo se sentía. Si lo hubieran sabido, habría sido condenado al rechazo y abandono. Su educación, su posición y su futuro habrían peligrado. Eso no podía ser - así que, vivía una mentira constante.

Las luces eran tenues en el interior del bar. Había cabinas colocadas discretamente para conversaciones privadas. Se acercó a la barra y pidió. —Lo de siempre, Mac —dijo con una sonrisa.

Mac sabía que el éxito de su negocio dependía de su capacidad de ser discreto. Mike entendía más que la mayoría de las personas, que el dinero era un gran motivador.

—Enseguida, Mike —respondió Mac. —Hay alguien esperándole en la cabina nueve - ¿quiere que se lo lleve allí?

Mike asintió con la cabeza, un poco intrigado. —Sí, por supuesto. Eso estaría bien.—

Cruzó la habitación, se metió en la cabina nueve y se quedó sin aliento cuando vio al hombre sentado frente a él.

—No podía ni imaginar —dijo Mike.

El caballero lo interrumpió. —Y no imagines, por ahora —respondió. —Si quieres mantener tu pequeño secretito sucio a salvo, más te vale no mencionan este encuentro a nadie.—

Estaba empapado hasta los huesos y lleno de barro. Había suciedad en su cara, y si no lo hubiese conocido desde hacía 24 años, nunca lo habría reconocido.

—Hank, ¿cómo lo descubriste?— Le preguntó.

—Supe que eras gay desde el momento en que te conocí, por aquel entonces cuando trabajábamos en la campaña del senador juntos —dijo Hank. —No es tan difícil de ver.—

—Pero, si tú lo sabes, quién más...—

Hank le interrumpió de nuevo. —La mayoría de la gente no ve lo mismo que yo veo —dijo, —Tu secreto está a salvo, hasta que yo quiera que sea así.

Mike se inclinó sobre la mesa. —No bromees sobre esto, Hank —dijo. —Si la gente se enterase... Si mis padres se enterasen...

—Les podrías haber causado una muerte temprana —se rió entre dientes. —Y por fin te hubieses hecho con todo su dinero. Deberías haber salido del armario hace mucho tiempo.—

—Hank, esto no un asunto del que bromear —respondió Mike.

Hank dejó de reír. Se echó para atrás en la cabina, ocultándose entre las sombras mientras el camarero le traía a Mike su cerveza. —¿Quieren algo más?— Preguntó el camarero.

—No. No, Mac, estamos bien. Gracias.— Respondió Mike.

—¿Qué quieres de mí?— Preguntó Mike, una vez que el camarero se había alejado.

Hank alargó la mano, cogió la cerveza de Mike, tomó un sorbo, jugueteó con el vaso por un momento y luego lo empujó de nuevo hacia Mike.

—Necesito que me hagas un favor —respondió Hank, —eso es todo.

—¿Sólo un favor? ¿Por qué has venido hasta aquí para decirme eso? Hubiese sido más fácil pasarte por mi oficina.—

Hank se encogió de hombros. —Los dos tenemos nuestras razones para mantener ciertas áreas de nuestra vida en secreto —dijo enfáticamente. —¿No es así, Mikey?

Mike sintió el calor de su piel con el rubor de la cólera. Siempre había odiado ese apodo y, como podía recordar, Hank siempre había disfrutado de ver lo mucho que lo detestaba.

—¿Qué quieres?

—Necesito un poco de ayuda, un consejo financiero, eso es todo —dijo.

—¿Yo te hago ese favor y tú no mencionarás haberme visto aquí?— Preguntó él. —¿Verdad? ¿Ni siquiera harás insinuaciones al respecto?—

Hank sonrió y Mike se estremeció, recordando el cocodrilo en el zoológico - frío, calculador y paciente.

—Si haces esto, tienes mi palabra de que nunca tendrás que preocuparse por mí —dijo. —Por supuesto, este es el riesgo que estoy dispuesto a correr. Pero confío en ti, Mike. Confío en ti con mi vida.

Tal vez había juzgado mal a Hank. Tal vez estaba nervioso. Tal vez sólo necesitaba un amigo.

Mike asintió con la cabeza. —Está bien, te ayudaré —dijo.

Hank se puso de pie, manteniendo su rostro entre las sombras. —De acuerdo, me marcho. Termina tu bebida, no quiero interrumpir tu tiempo libre. ¿Por qué no te pasas por mi oficina una vez que hayas terminado aquí?

—Hay una tormenta horrible —agregó Mike, dudando. —¿No podemos hacer esto cualquier otra noche?

Hank negó con la cabeza. —No, realmente tiene que ser esta noche.

Mike suspiró y tomó un sorbo de cerveza. —Vale, allí estaré. Déjame que me termine esto.

Hank sonrió. —Sabía que podía contar contigo.