Capítulo Once
Conduciendo por la autopista 20, todo en lo que Mary podía pensar era en su encuentro con Bradley. Le hizo sentir enfadada y vulnerable al mismo tiempo. ¿Le considerarían todos en el pueblo una chiflada?
Pensó en su pequeño círculo de amigos en la ciudad. Se reducía a Stanley y Rosie. —¿Qué triste es eso?— Murmuró, —Sólo tengo dos amigos.
Empezó a sentir cómo un sentimiento de compasión se apoderaba de ella y se sacudió fuera de él. Había un montón de gente que habría sido su amiga si ella se hubiese tomado un poco más de tiempo en conocerles. Pero al ser la única persona en Illinois, y tal vez el medio oeste, que podía ver fantasmas y hablar con ellos le dejaba muy poco tiempo libro para tener algo de vida social.
No sabía cómo funcionaba exactamente, pero lo cierto era que algunos fantasmas que la necesitaban, la atraían hacia ellos. Esa fue la razón principal por la que dejó Chicago y se mudó a Freeport. Había demasiados fantasmas que requerían de Mary en Chicago, y era algo que le superaba, sobre todo porque ella estaba empezando a entender esa nueva habilidad de ver fantasmas. Freeport tenía el tamaño adecuado para una cazadora de fantasmas.
Mary se dio cuenta de que había pasado a través de Stockton y estaba a sólo veinte minutos de Galena. Cogió aire con fuerza y trató de despejar su mente para poder concentrarse en el caso ante ella. Los oficiales que trabajaron con ella la llamaban —mental.— Mental quería decir que era capaz de procesar lentamente todos los datos en su mente y recabar todos los detalles. Eventos intrascendentes, al azar, de repente seguían unos patrones lógicos. Piezas de información que encajaban entre sí. El caso se abría ante ella y finalmente tenía sentido.
Ella había usado mucho esa táctica cuando era policía en Chicago. Sentía que muchas veces permitía que su intuición se hiciese cargo de todo. Era una manera de dejar que las cosas se filtrasen de forma que su mente quisiese.
Ahora bien, cuando utilizaba sus nuevas habilidades junto con su intuición, siempre establecía una mejor conexión con el fantasma que estuviese tratando de ayudar.
Mary se concentró en Renee Peterson. ¿Cómo se habría sentido Renee ese día, al descubrir su embarazo, con ganas de decírselo a su amante, pero sabiendo que la noticia tenía que relegarse a un segundo plano, por detrás de la elección?
¿Se preguntaría si él la rechazaría, si rechazaría al bebé? ¿Se preguntaría si podría quedarse con el bebé o tendría que abortar?
Debía haber tenido muchas cosas en su mente esa noche y el mundo sobre sus hombros.
Mary iba a 30 kilómetros por hora cuando entró en Elizabeth. La carretera giraba en torno a una gran rotonda que conducía hacía un camino cuesta abajo que llegaba hasta la ciudad.
Al entrar en ella, pensó que una de las casas le resultaba familiar. Después de un momento, se dio cuenta que era la casa de la foto en el periódico. La historia de la niña, Jessica Whittaker, que había desaparecido la misma noche que Renee murió. Esa era la casa que salía en la foto del periódico de los padres sujetando su foto escolar. La niña había vivido allí.
De repente, Mary vio a Jessica, montando en bicicleta con cuidado por la calle. La ciudad ya no era la Elizabeth por la que había conducido a principios de esa misma semana. Ahora, la ciudad parecía estar ambientada en 1984. Mary subió el coche a la acera, salió de él de un salto y comenzó a correr por la vía de servicio siguiendo a la pequeña de la bicicleta.
Jessica iba a poca velocidad por la vía y giró al llegar a la esquina. Mary corrió tras ella, sin perderle de vista. Llevaba el pelo recogido en dos coletas rubias de las que colgaban unas cintas de color rosa. Llevaba unos mini-shorts del mismo color y una camiseta a juego.
La calle era empinada y Mary tuvo que controlar sus movimientos para no caerse, pero Jessica parecía conocer cada bache y cada curva. Montaba en bicicleta como toda una profesional. Jessica salió de la vía de servicio y se metió por un camino que conducía a una cañada boscosa.
Mary se detuvo por un momento, observando la maniobra de niña por el camino de tierra. Mientras estaba todavía a la vista, Mary vio como detenía su bicicleta y miraba hacia el bosque. Mary empezó a avanzar, mirando cómo la niña se ponía una mano en la oreja, como si estuviera tratando de escuchar a alguien que le estuviese hablando desde la lejanía. Aunque sabía que sólo estaba viendo una sombra del pasado, Mary no podía dejar de correr para tratar de detenerle.
Podía ver a Jessica mirando y hablando con alguien. Alguien más alto, sin duda, un adulto, y entonces se bajó de la bici y se dirigió hacia el bosque.
—¡No! ¡No, lo hagas!— Exclamó Mary a sí misma, corrió lo más rápido que pudo hacia abajo de la colina empinada. Su corazón se aceleró cuando vio cómo Jessica era levantada por los aires. Estaba gritando, golpeando sus pequeños puños contra su desconocido secuestrador.
—¡No!— Exclamó Mery en voz alta, echando a correr. El dolor explotó en su cabeza y cayó hacia atrás en la más absoluta oscuridad.
Podía oír voces. Podía oler la hierba. La cabeza le latía con fuerza. ¿Qué demonios había pasado?
Mary abrió los ojos lentamente.
—Lo he visto, lo he visto todo —dijo una voz masculina. —La chica estaba corriendo hacia la derecha cuando se chocó de lleno contra la fortaleza. La cosa más estúpida que jamás he visto - era como si no la hubiese visto.
—Creo que se está despertando —pronunció una voz femenina.
Entonces Mary recordó a Jessica. Se incorporó rápidamente y de inmediato se arrepintió, vio a todo el mundo inclinado hacia su lado.
—Tranquila —ordenó una voz masculina profunda. —Te has hecho un gran chichón en la cabeza. Es posible que tenga una conmoción.
—Giró a la derecha y se tragó la fortaleza —la voz de antes repitió.
Esta vez, Mary volvió lentamente la cabeza y se encontró mirando el paramédico que estaba arrodillado a su lado. —¿Te acuerdas de algo?— Preguntó.
Supongo que decirle que estaba persiguiendo a un fantasma no va a funcionar, pensó.
—Estaba corriendo por la colina y debo de haberme tropezado porque de repente me sentí precipitar colina abajo totalmente fuera de control —mintió, recordándose a sí misma en silencio que a veces la honestidad no siempre es la mejor política. —Debo de haberme golpeado la cabeza.
—¿Cómo te sientes?— Preguntó.
—Como si alguien me hubiese partido la cabeza en mil pedazos con un martillo —respondió ella con una pequeña sonrisa.
Él rió entre dientes mientras observaba cada una de sus pupilas con su pequeña linterna. —Bueno, parece que no tienes ninguna conmoción. Pero no vas a estar tan guapa como de costumbre mañana por la mañana.
—Puedes tomar alguna pastilla para el dolor, para que puedas dormir esta noche - pero si comienzas a tener dolores de cabeza o visión borrosa, quiero que acudas a tu médico de inmediato. ¿Entendido?
—Sí, señor —respondió Mary, tratando de contener la risa mientras que él la ayudaba a ponerse en pie. —¿Cómo está la fortaleza?
Esta vez él se rió en voz alta. —Ningún daño permanente. Si hubieses tenido la cabeza más dura, entonces sí, te estaríamos pidiendo la tarjeta de tu seguro.
Mary se echó a reír. —Qué alivio.
Ambos caminaron hasta su camioneta. —¿Qué tal si te acerco hasta su coche? De esta manera no tendrás que enfrentarte otra vez a esa colina.
—Te lo agradecería mucho —dijo Mary con seriedad, insegura de ser capaz de volver a subir por esa colina y bajar por la calle hasta el coche.
—Qué fortaleza tan chula —le dijo al paramédico. —Bueno, no tan genial de cerca - pero parece que ha existido desde hace mucho tiempo.
—No —respondió el paramédico. —Se construyó justo en los años noventa. Un tipo local, tuvo la idea de que debía ser reconstruida. Trajeron a un arquitecto y todo. Luego la construyeron con las herramientas que utilizaron cuando fue construida inicialmente - para que fuese históricamente correcta.
—Wow, qué estupendo —respondió ella. —Entonces, ¿qué había antes de que la fortaleza fuese construida?
—Un prado y algunos bosques —dijo. —Oh, y un viejo cobertizo que había estado vacío durante décadas. Cuando yo era un niño decíamos que estaba encantado.
—¿De veras?— Preguntó ella, sabiendo que los niños son a menudo mucho más perceptivos a la actividad paranormal que lo que podían pensar. —¿Por quién crees que estaba encantado?
Se echó a reír nerviosamente. —No sé, era cosa de niños —dijo, —Ya sabes, mucha imaginación y poco sentido común,
—En realidad...Yo también he tenido experiencias de ese tipo —dijo Mary: —A veces no sólo se trata de tu imaginación.
El paramédico paró su camioneta en acera, justo detrás del Roadster de Mary. Se dio la vuelta en su asiento, mirando hacia ella. —¿De verdad crees que podría ser real?
—Yo sé que puede ser real —dijo, —¿Qué fue lo que viste?
Él vaciló.
—Podría ser importante —agregó.
—Bueno, cuando yo era niño - tal vez tendría diez años - estábamos jugando al escondite una noche de verano —dijo.— Ya habían comenzado las excavaciones en la fortaleza y había todo tipo de fríos escondites ahí abajo.
—A pesar de que todos los niños pensamos que era un sitio siniestro, yo sabía que si me escondía allí, nadie me encontraría —dijo con una sonrisa: —Me encanta ganar.
Mary se echó a reír.
—Así que allí estaba yo, escondido detrás de unos grandes troncos cuando oí a alguien llorando —hizo una pausa por un momento. —Sonó como si fuese mi hermana pequeña y pensé que estaría en problemas, así que seguí el sonido. De pronto vi a una niña sentada en el suelo, llorando desconsoladamente. Me distancié como un metro y ella miró hacia arriba y me vio. Me detuve en seco porque a pesar de que ella estaba allí, podía ver a través de ella. Quiero decir, que era un fantasma.
El paramédico tomó una respiración profunda y luego continuó.
—Entonces ella se levantó y me hizo un gesto, como para que la siguiese. No pude creer que tuviese las pelotas de hacerlo - pero, ya sabes, estás metido en situación. Por lo tanto, la seguí y me llevó a la entrada del bosque. Luego, tres otras niñas salieron del bosque - igualitas a ella. Ella echó a correr y se reunió con ellas y luego las tres se desvanecieron.
—Maldita sea —dijo, frotándose los brazos arriba y abajo. —Todavía me pone la piel de gallina.
—¿Te acuerdas de cómo eran?— Mary le preguntó: —Cualquiera de ellas.
—Sí, nunca lo voy a olvidar —dijo. —Las tres parecían de la misma edad - unos ocho años - la edad de mi hermana. Dado que se estaba haciendo de noche, no sabría decir exactamente el color del pelo - pero era oscuro en los tres casos, ya sabes, como marrón o negro.
—¿Ninguna de ellas eran rubia?— Preguntó.
Él negó con la cabeza. —No, ninguna —respondió. —¿Por qué?
—Por nada, me parecía extraño que ninguna de las tres fuese rubia —respondió ella.
Él se encogió de hombros. —Sí, supongo,
—Lo que viste—, dijo, —fue real. Era su manera de pedirte ayuda. Ahora que ya has contado la historia de estas niñas, alguien podrá ayudarles. Gracias.