Capítulo Treinta y seis

A Mary le llevó unos quince minutos ir en coche desde la casa de los Ryersons a Tapley Woods. Aparcó su coche y se acercó al borde de uno de los senderos. El aire era fresco y crujiente y el sol brillaba, un día de otoño perfecto. Los caminos estaban todavía fangosos de las tormentas que habían acontecido un par de noches antes y había un par de parches pequeños de hielo donde el sol no llegaba.

Respiró profundamente y luego exhaló, tratando de despejar su mente y concentrarse en el caso. Pensó en Jessica y en Renee. Se imaginó a Renee conduciendo hacia la mansión de los Ryersons, ansiosa y emocionada por la fiesta.

El ángulo del sol cambió y el día se hizo más cálido. Mary se volvió al oír la bocina de un coche. Renee Peterson, feliz y emocionada, aminoró la marcha y se detuvo al lado de la acera. —¿Necesitas ayuda?— Dijo, luego se encogió de hombros y volvió a salir a la carretera, aumentando de velocidad.

Mary se volvió en la dirección que por la que Renee había aparecido. Observó y esperó unos instantes. Entonces Jessica apareció ante ella. Estaba recostada sobre su espalda, suspendida en el aire, con los brazos y las piernas colgando hacia el suelo, inmóvil. Flotó hacia ella. Mary miraba, paralizada, cómo Jessica se acercaba. Entonces el fantasma se movió a través de ella y continuó por el camino.

Mary miró hacia abajo y vio cómo las huellas aparecían en el camino frente a ella, justo debajo del cuerpo flotante de Jessica. La vegetación se abría a cada lado para dejar paso a la persona invisible que llevaba a la niña.

Mary mantuvo sus ojos sobre Jessica y notó un ligero movimiento de su cabeza. ¡Todavía estaba viva! De repente el ritmo del secuestrador aumentó. Él lo sabía, sabía que estaba viva.

El secuestrador anduvo cuesta arriba por el camino durante unos quince minutos y luego giró bruscamente a la izquierda, fuera de la pista de Mary y a través de la vegetación densa. Mary lo siguió, apartando las ramas y hojas que iban a chocar contra su cara.

Los árboles y arbustos talados revelaban una cresta de piedra caliza muy por encima de los alrededores. Consciente de que la geología podría haber sido alterada en más de veinte años, Mary se mantuvo a una distancia segura de la cornisa, pero podía ver desde donde estaba que la bajada era de más de diez metros de altura. Se volvió hacia el cuerpo de la pequeña. Él la había llevado hasta el borde y la mantuvo allí. Parecía estar esperando algo.

Jessica volvió a moverse. Su cabeza se levantó y sus ojos se abrieron. Se quedó mirando el rostro que sólo ella podía ver.

—¡Quiero a mi mamá!— Exclamó.

Pero antes de que pudiera decir una palabra más, su cuerpo fue arrojado por el acantilado bosque abajo. Los ojos de Mary se llenaron de lágrimas al escuchar el grito desgarrador de terror. Entonces oyó el sonido que el pequeño cuerpo de Jessica hizo al golpearse contra el suelo y el grito se detuvo abruptamente. Mary se dejó caer de rodillas, abrazó a la pequeña, ahora inerte, y comenzó a llorar desconsoladamente.

El aire era cada vez más frío y el sol brillaba directamente en su cara cuando Mary dejó de llorar, unos minutos más tarde. Secó las lágrimas de sus ojos, se puso de pie y miró a su alrededor. Ese fue el lugar dónde Jessica finalmente descansó. La zona no había cambiado demasiado en veinticuatro años.

Sacó su móvil. Tenía que hablar con Bradley para decirle lo que había descubierto. En realidad, admitió para sí misma, sólo necesitaba escuchar una voz humana. Marcó el número, pero no pasó nada. Echó un vistazo a la cobertura, no había servicio. Bueno, realidad, era comprensible.

—¿Cómo me has encontrado?

Mary se sobresaltó y se dio la vuelta. El fantasma de Mike Strong estaba a tan solo unos metros de ella. Sin embargo, cuando miró a través de su cuerpo translúcido, pudo ver sus restos humanos colgando a pocos metros de distancia, balanceándose de un alto roble en el borde de la cresta.

—No sabía que estabas aquí —dijo Mary.

Pero tenía sentido.

—¿Vas a ayudarme a bajar?— Le preguntó.

Mary miró el cuerpo rígido y descolorido, ya había empezado a descomponerse. En ese momento se alegró de ya no ser oficial de policía. —No puedo, Mike —dijo. —No puedo alterar la escena del crimen. Pero voy a dar parte de ello, para que puedas tener un entierro apropiado.

—Yo no lo hice —insistió. —Yo no me suicidé.

—Lo sé, Mike —ella dijo, —Sé que le tendieron una trampa.

—Yo no maté a esa niña —dijo llorando. —Yo nunca podría matar a una niña. Yo tengo una hija pequeña.

—Lo sé Mike —dijo Mary. —Tú no hiciste esto, pero vamos a encontrar a la persona que lo hizo.

Podía ver que su estado emocional era inestable y dudó entrevistarle en esa condición, pero si pudiera decirle con quién habló esa noche, ella podría ser capaz de poner todas las piezas juntas.

—Mike —dijo en voz baja. —Acabo de llegar de ver a los Ryersons. Te acuerdas de los Ryersons, ¿no?

Mike sollozó. —Sí, por supuesto —dijo. —Susan es una de las personas más encantadoras que he conocido.

—Sí, es cierto —Mary estuvo de acuerdo. —Y ella realmente se preocupa por ti. Mike, quiero que sepas que me contó su secreto, así que no tienes que tener...

—¡Qué! ¡Te lo dijo! ¡¿Cómo se pudo atrever?!— Gritó. —¡Confiaba en ella! ¡Yo confiaba en ella! ¡Oh, Dios! ¡Mi familia! ¡Mis padres!

Corrió alrededor de la zona, con las manos en la cabeza.

—¡No, no, no, no!— Gritó y luego desapareció.