Capítulo Veintitrés

Algo no iba bien. Bradley metió el coche en su plaza de aparcamiento del Ayuntamiento y salió de él. Odiaba cuando tenía esas sensaciones molestas, pero definitivamente algo no estaba bien.

¿Podría simplemente estar sintiéndome culpable? Se preguntó mientras subía por las escaleras hasta el segundo piso donde estaba su oficina. Mary es una profesional capacitada, después de todo, y ella tiene trabajo que hacer. Pero, maldita sea, le han disparado, le han acusado de ser una terrorista y se ha chocado contra una fortaleza... Todavía no entiendo muy bien lo de la fortaleza... pero, obviamente, se ha encontrado en varias situaciones peligrosas. Necesita mi ayuda.

—Le guste o no —murmuró.

—Lo siento, jefe, ¿ha dicho algo?— Le preguntó su asistente administrativa, Dorothy.

Me estoy volviendo loco, pensó.

Sacudió la cabeza y sonrió, —No, Dorothy, estaba pensando en voz alta.—

Ella le devolvió la sonrisa, pero él pensó que era más bien un gesto de —tengo que ser amable con el loco del jefe

Se detuvo en la puerta de su despacho y miró a Dorothy, hacía que estaba sumamente ocupada tecleando algunos informes. Bradley negó con la cabeza.

Si piensa que estoy loco, decidió en silencio, tal vez trabajará más para mantenerme feliz.

Inició sesión en su ordenador, miró su e-mail por encima y, por último, hizo lo que había estado ansioso por hacer desde esa mañana, una llamada al oficial de policía que estaba vigilando a Mary.

—Everton, soy el Jefe Alden —dijo después de que el oficial contestase la llamada. —¿Cómo van las cosas con O'Reilly?

Everton ni siquiera trató de ocultar el aburrimiento en su voz. Obviamente, él no piensa que estoy loco, pensó Bradley.

—La sospechosa no ha salido de su oficina desde las 13:30 —informó Everton. —Ni siquiera se ha levantado de su escritorio.

Bradley miró el reloj. Eran casi las cuatro y media. ¿No se ha levantado siquiera del escritorio en tres horas?

—Everton, ¿ha tenido alguna visita?

—Sí, señor —respondió con voz apagada. —Recibió dos visitantes poco después de llegar a su oficina, Stanley Wagner y Rosie Pettigrew. Ambos se fueron en torno a las 14:00 horas.

Bradley recordaba haber visto el coche de Stanley saliendo de la ciudad más pronto esa tarde.

—¿Has visto a Stanley desde entonces?— Preguntó.

Se podía oír el bostezo en la voz del joven oficial. —Sí, señor, Stanley ha estado sentado delante de su tienda durante toda la tarde, como siempre.

—Everton, mueve el culo del coche y entra en la oficina de la señorita O'Reilly —gritó él, con la esperanza de recibir una respuesta en condiciones del joven. —Quiero un informe de inmediato. ¿Entiendes?

—Sí. Sí, señor, — respondió asustado.

—Bien. Ahora él puede pensar que estoy loco también —murmuró Bradley, tamborileando con los dedos sobre la mesa mientras esperaba el informe.

—Señor, Jefe Alden —la voz de pánico en el otro extremo de la línea hizo que el estómago de Bradley se estremeciese. —Ella no está allí, señor. Era una muñeca, una muñeca hinchable.

—Maldita sea —gruñó Bradley. —Vuelve a esa calle y no dejes que Stanley o Rosie se escapen. Tengo algunas preguntas para ellos.

Una cosa sé a ciencia cierta, pensó mientras cogía las llaves, su revólver y el teléfono. Si no estoy loco ya, Mary O'Reilly terminará por hacerme perder la cabeza.