Capítulo 15

El teniente Jim Chee estaba sentado en un losa de piedra arenisca a la sombra de un enebro aguardando la llegada de Joe Leaphorn, su antiguo jefe, antiguo mentor y, en cuanto a lo que a Chee se refería, el Eterno Teniente Legendario. Admiraba a Leaphorn, le respetaba, incluso le llegaba a gustar. Ahora bien, por alguna razón que no alcanzaba a comprender, la perspectiva de un encuentro con él siempre le hacía sentirse incómodo e incompetente. Había creído que lo superaría cuando Leaphorn dejara de ser su superior. Sin embargo, ¡ay de él!, no había sido así.

Aquella tarde lo último que le apetecía era una conversación con Leaphorn que le hiciera sentirse como un novato. Apenas había descubierto nada rondando por Yells Back y lo poco averiguado era negativo, pues confirmaba lo que ya sabía. Jano golpeó a Ben Kinsman en la cabeza con una piedra. En el escondrijo donde Jano atrapó a la rapaz no había encontrado ningún rastro de sangre que indicara que la herida del brazo se la hiciera el águila con sus garras. Ni había dado con ninguna prueba de que estuviera pasando por alto a algún posible testigo del crimen.

Volvió a considerar lo que el doctor Woody le había contado. Woody recordaba haber visto un coche procedente del norte cuando salió del camino que llevaba a Yells Back Butte. Posiblemente era Kinsman dirigiéndose a su cita con la muerte. Posiblemente era la persona que había matado a Kinsman siguiéndole. O posiblemente a Woody le fallaba la memoria, o mentía por alguna razón que Chee no conseguía desentrañar. En cualquier caso, Chee tenía la incómoda sensación de que se le estaba escapando algo y que Leaphorn, con su característica amabilidad, se lo haría ver.

Bien, no tardaría en averiguarlo. La nube de polvo que se aproximaba por la pista desde el norte debía de ser el Teniente Legendario. Chee se levantó, se puso el sombrero y bajó de la colina hasta donde su coche patrulla se estaba asando al sol junto al camino. La furgoneta aparcó a su lado y se apearon dos personas: Leaphorn y una mujer rechoncha que llevaba un sombrero de paja, pantalones vaqueros y camisa de hombre.

—Louisa —dijo Leaphorn—, te presento al teniente Chee. Me parece que le conociste en Window Rock. Jim, la profesora Bourebonette.

—Sí —dijo Chee mientras chocaban la mano—, me alegra verla de nuevo. —Aunque no era verdad. No en aquel momento. Lo único que deseaba era saber por qué Leaphorn quería verle. No quería más complicaciones.

—Espero no haberte causado demasiadas molestias —dijoLeaphorn—. Le he dicho a Dineyahze que podíamos esperar en la comisaría si tenías que regresar.

—No hay problema —dijo Chee, y aguardó a que Leaphorn prosiguiera con lo que tuviera que decirle.

—Sigo buscando a Catherine Pollard —dijo Leaphorn—. ¿Has descubierto algo?

—Nada relevante —dijo Chee.

—¿No estuvo aquí el día que agredieron a Kinsman?

—Pues no. Al menos, no hasta más tarde —dijo Chee—. Sabes de sobras lo que tarda una ambulancia en llegar a un lugar como éste. Para cuando el equipo de criminólogos hubo sacado sus fotos y todo lo demás, ya era más de media tarde. Aunque pudo haber venido después.

Leaphorn aguardaba a que añadiera algo, pero ¿qué más podía añadir?

—Oh —dijo Chee—. Por supuesto, pudo haber llegado más temprano.

Al parecer aquello era precisamente lo que Leaphorn quería que pensara. El Teniente Legendario asintió con la cabeza.

—Hoy me he encontrado con Cowboy Dashee en Cameron —dijo Leaphorn—. Sabe que estoy buscando a Pollard. Estaba enterado de que ofrecemos una recompensa por el Jeep que conducía. Me dijo que una mujer que tiene un rebaño de cabras aquí arriba vio un Jeep subiendo por el camino viejo del hogan de los Tijinney poco antes del amanecer. Me pidió que te lo hiciera saber. Por si te servía de algo.

—¿Ah sí?

Leaphorn asintió con la cabeza.

—Sí. Me dijo que lo estarías pasando mal con el homicidio de Kinsman y que ojalá supiera cómo ayudarte.

—Jano es su primo —dijo Chee—. Creo que son amigos desde la infancia. Cowboy piensa que es inocente. O eso he oído decir.

—Bien, sea como fuere, creyó que igual querrías hablar con la mujer. Me dijo que la llaman Old Lady Notah —dijo Leaphorn.

—Old Lady Notah —repitió Chee—. Me parece que he visto sus cabras en lo alto del otero esta mañana. Iré a hablar con ella.

—Igual es una pérdida de tiempo —dijo Leaphorn.

—Pero igual no —dijo Chee. Se volvió hacia el otero—. Y otra cosa —agregó—. Dale las gracias a Cowboy de mi parte.

—Lo haré —dijo Leaphorn.

Chee seguía manteniendo la vista apartada de Leaphorn.

—¿Cowboy te ha dado alguna otra indicación?

—Bueno, tiene su propia teoría del crimen.

Chee se volvió.

—¿En qué consiste?

—En que lo hizo Catherine Pollard.

Chee frunció el entrecejo, meditabundo.

—¿Ha pensado en el motivo? ¿En la oportunidad? ¿En todo lo demás?

—Más o menos —dijo Leaphorn—. Es como sigue: ella viene hasta aquí a trabajar en el control de vectores. Se encuentra con Kinsman. Él la acosa. Ella se resiste. Forcejean. Ella le da el golpe en la cabeza y huye. —Leaphorn hizo una pausa para que Chee meditara lo que le decía. Luego añadió—: Aunque en ese caso, ¿por qué no la viste marcharse mientras tú llegabas?

—Es lo que estaba pensando. Y si está huida, ¿por qué su familia... —Se interrumpió, mostrándose avergonzado.

Leaphorn sonrió.

—Si la suposición de Cowboy es correcta, la familia me contrató para que la buscara pensando que así parecería que la han abducido, o asesinado o lo que sea.

—No tiene sentido —dijo Chee.

—Bien, según cómo, sí lo tiene —dijo Leaphorn—. La señora que me contrató me pareció una mujer muy perspicaz. Cuando le dije que no creía que consiguiera nada, no dio muestras de que le importara.

Chee asintió con la cabeza.

—Ya veo a qué se refiere.

—Salvo que no entiendo cómo pudo sacar el Jeep de aquí. En los anuncios de la tele parece que puedan subir por los acantilados, pero sabemos que no es así.

—Hay otra salida —dijo Chee—. Hay otra forma de llegar hasta aquí si a uno no le importa pasar por terreno escabroso. Un antiguo sendero sube por la otra vertiente de Yells Back hacia Black Mesa. Creo que la anciana de las cabras lo utiliza. Pudo subir en Jeep hasta allí, aparcar, franquear el collado, hacer lo que tuviera que hacer, y luego desandar lo andado y largarse por el camino de las cabras. —Chee se interrumpió—. Aunque hay algo que no encaja.

—Te refieres a que no lo habría hecho así a no ser que supiera con antelación que iba a necesitar una vía de escape.

—Exacto —dijo Chee—. ¿Cómo iba a saberlo?

Louisa había permanecido a la escucha, con expresión pensativa. De pronto dijo:

—Esta aficionada pide la palabra a los profesionales.

—Adelante —dijo Leaphorn.

—Me estaba preguntado qué razón podía tener Pollard para subir aquí —dijo Louisa. Miró a Leaphorn—. ¿No me dijiste que estaba buscando el lugar donde Nez se infectó? ¿El sitio donde le picó la pulga?

—En efecto —dijo Leaphorn, algo desconcertado.

—¿Y acaso el período entre la infección y la muerte no es de apenas dos semanas? Me refiero a los casos en los que el tratamiento no logra la curación. —Louisa gesticuló con las manos—. Quiero decir, normalmente. Estadísticamente. Lo bastante a menudo como para que cuando los expertos en control de vectores buscan el origen, busquen los lugares en los que la víctima estuvo durante ese período. Y lo que la señorita Pollard apuntó en sus notas indica que siempre trataba de averiguar dónde había estado la víctima durante ese período anterior a su muerte.

—Ah —dijo Leaphorn—. Entiendo.

Chee, cuyo interés por la peste y los expertos en control de vectores sólo se remontaba a unos pocos minutos atrás, no tenía ni idea de qué decían.

—¿Está diciendo que ella sabía que Nez no podía haber estado en Yells Back durante ese espacio de tiempo? ¿Cómo iba...

—Las notas de Pollard indican dónde estuvo. Indican... —Se detuvo a media frase—. Un momento. No quisiera equivocarme. El cuaderno está en el coche.

Lo encontró en el salpicadero, lo cogió, se apoyó en el guardabarros y pasó unas cuantas páginas.

—Aquí —dijo—. Con el encabezamiento Nez Anderson. Pone que fue a visitar a su hermano a Encino, California. Volvió a casa, al hogan de su madre, sito ocho kilómetros al sudeste de la Factoría de Copper Mine, el veintitrés de junio. La tarde siguiente, se fue a trabajar con Woody cerca de Goldtooth.

—El veinticuatro de junio —dijo Leaphorn, pensativo—. ¿Correcto?

—Y seis días después muere en el hospital de Flagstaff. —Volvió a revisar las notas—. Más bien son cinco días. Pollard dice en algún sitio que murió poco después de medianoche.

—Caramba —dijo Leaphorn—. ¿Seguro que murió de peste?

—No tan aprisa —dijo Jim Chee—. Explíquenme este asunto de las fechas.

Louisa negó con la cabeza, manifestando sus dudas.

—Supongo que la cuestión es que Pollard sabe mucho más sobre la peste que nosotros. Así pues, le constaba que a Nez no le había picado una pulga infectada estando aquí. La peste no mata tan rápido. Por consiguiente, no tenía ningún motivo para venir a cazar pulgas en esta zona, cosa que hizo.

—La cuestión es —dijo Leaphorn—, si ése no era el motivo, ¿cuál era? ¿O es que dijo a Krause que iba a venir y no vino? ¿Acaso Krause mintió?

Louisa leía otra sección del cuaderno. Levantó una mano.

—Creo que Pollard pensaba que había algo raro. Volvió a ir a casa de Nez cerca de Copper Mine Mesa. A reconfirmar datos. Escuchen: «Madre dice Nez cavó hoyos nuevo vallado agrandar redil. Perros familia collar antipulgas y sin pulgas. No hay gatos. No hay poblaciones de marmotas en alrededores. No hay rastro de ratas. Nez y madre en coche a Page comprar provisiones. No dolor de cabeza. No fiebre».

Cerró el cuaderno y se encogió de hombros.

—¿Eso es todo? —averiguó Chee.

—Hay una nota al margen diciendo que debe investigar las fuentes de Encino —dijo Louisa—. Supongo que para comprobar si estaba enfermo cuando estuvo allí.

Chee dijo:

—Sin embargo, dijo a su jefe que iba a subir a Yells Back por si encontraba pulgas. O al menos es lo que él dice. Creo que conozco a ese hombre. —Miró a Leaphorn—. ¿Es un tipo alto y huesudo que se llama Krause?

—El mismo.

—¿Qué más le dijo sobre Pollard?

—Que ese día pasó por la oficina muy temprano, antes de que él fuera a trabajar. No la vio. Sólo le dejó una nota —dijo Leaphorn—. Yo no vi esa nota, pero Krause me contó que en ella ponía que se iba a Yells Back Butte a recoger pulgas.

—Por cierto —preguntó Chee—, con Pollard desaparecida, igual que el Jeep que conducía, ¿cómo consiguieron su cuaderno de notas?

—Supongo que más bien deberíamos llamarlo memorándum —dijo Leaphorn—. Estaba en una carpeta llena de documentos que el abogado de su tía recogió en la habitación del motel donde se alojaba en Tuba. Es como si al llegar a casa reuniera las notas que apuntaba en el campo y las convirtiera en una especie de informe con sus comentarios.

—¿Como un diario?-preguntó Chee.

—No exactamente —dijo Leaphorn—. No hay nada de tipo personal o privado.

—¿Era esa la última entrada sobre Nez?-preguntó Chee.

—No —dijo Louisa. Pasó unas cuantas páginas—. «Seis de julio. Krause dice enterado doctor Woody ingresó Nez hospital. Krause no contesta teléfono. Iré Flagstaff mañana ver qué averiguo. Siete julio. No puedo creer lo descubierto en Flagstaff hoy. Alguien miente. Yells Back Butte mañana, recoger pulgas, averiguar».

Louisa cerró el cuaderno.

—Eso es todo. Es la última entrada.

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