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Nicci le sorprendió el campamento. Estaba tan acostumbrada a estar entre el ejército de Jagang que en realidad ni había pensado en lo distintos que estos hombres podrían ser. Tenía sentido, desde luego, pero simplemente jamás lo había considerado.

A la luz de todas las hogueras, esperó ser el centro de una curiosidad malsana, con hombres gritándole las cosas más indecentes que se les pudieran ocurrir en un intento de escandalizarla, humillarla o asustarla. Los hombres en el campamento de la Orden siempre lanzaban silbidos y gritos escandalosos, efectuaban gestos obscenos y reían estruendosamente cuando pasaba entre ellos.

Estos hombres, sin lugar a dudas, la miraban. Nicci esperaba que sería una experiencia poco corriente ver a una mujer como ella entrando a caballo en el campamento; pero ellos se limitaban a mirar. Una ojeada, una mirada de admiración, una sonrisa aquí y allí con una inclinación de cabeza como saludo fue lo más que obtuvo. Podría deberse a que cabalgaba junto al lord Rahl y una mord-sith vestida de cuero rojo, pero Nicci no lo creía. Estos hombres eran diferentes. Se esperaba de ellos que se comportaran respetuosamente.

Por todas partes, cuando los hombres veían a Richard, se llevaban con entusiasmo un puño al corazón como saludo mientras permanecían en pie llenos de orgullo, o trotaban junto a su caballo durante un rato. Parecía llenarles de satisfacción verle entrar en su campamento, ver a su lord Rahl entre ellos otra vez.

El campamento también era más ordenado. Que el clima fuese seco era una ayuda; había pocas cosas peores que un campamento militar con un tiempo lluvioso. En este campamento los animales estaban confinados a zonas donde no pudiesen crear problemas, y los carros estaban fuera del camino principal que atravesaba el campamento. De hecho había vías abiertas a través del campamento.

Los hombres parecían cansados por la larga marcha, pero las tiendas estaban montadas de un modo más bien sistemático, no al azar, cada cual a su aire, como hacía la Orden Imperial. Y no había el típico jolgorio embriagado de hombres danzando, cantando y armando camorra alrededor de las hogueras.

La otra gran diferencia era que no había tiendas de tortura. La Orden siempre tenía una zona muy activa reservada para la tortura. Un torrente constante de personas fluía a su interior para ser interrogadas, y un número igual de cadáveres salía. Los continuos alaridos de las víctimas eran ensordecedores en ocasiones.

Otra diferencia: aquel campamento era muy silencioso. Los hombres estaban terminando de cenar y empezaban a acostarse. Reinaba la quietud. En el campamento de la Orden, no había ningún momento así.

—Ahí —dijo uno de los hombres que los escoltaban a la vez que alzaba un brazo para señalar las tiendas de mando.

Un fornido oficial de cabellos rubios salió de una de las tiendas al oír caballos en las inmediaciones. Sin duda alguna ya lo habían alertado de que el lord Rahl iba de camino.

Richard descabalgó e impidió al hombre que se arrodillara para efectuar una plegaria.

—General Meiffert, me alegro de volveros a ver, pero no tenemos tiempo para eso.

Él inclinó la cabeza.

—Como deseéis, lord Rahl.

Nicci observó que los ojos azules del general echaban una ojeada a Cara cuando ésta fue a colocarse junto a Richard.

—Ama Cara —saludó, alisándose hacia atrás los rubios cabellos.

—General.

—La vida es demasiado corta para que los dos pretendáis que no sentís nada el uno por el otro —dijo Richard—. Deberíais comprender que cada momento que pasáis juntos es precioso y que no hay nada malo en tener a alguien en gran estima. Ésa es la clase de libertad por la que combatimos, ¿no es cierto?

—Sí, lord Rahl —dijo el general Meiffert, algo desconcertado.

—Estamos aquí debido a un informe que enviasteis sobre una mujer que fue acuchillada. ¿Sigue viva?

El joven general asintió.

—No lo he comprobado durante la última hora más o menos, pero lo estaba hace unas horas. Mis cirujanos de campaña la atendieron, pero hay heridas que están más allá de sus capacidades. Éstas son de ésas. La acuchillaron en el vientre. Es un modo lento y doloroso de morir.

—¿Sabéis su nombre? —preguntó Nicci.

—No quiso decírnoslo cuando estaba totalmente despierta, pero cuando estaba en un estado febril, volvimos a preguntar y dijo que su nombre era Tovi.

Richard dirigió una veloz mirada a Nicci antes de preguntar:

—¿Qué aspecto tiene?

—Gruesa, una mujer de edad.

—Parece que es ella —dijo Richard a la vez que se pasaba una mano por el rostro—. Es necesario que la veamos. Inmediatamente.

El general asintió.

—Seguidme, pues.

—Aguardad —dijo Nicci.

Richard se giró hacia ella.

—¿Qué sucede?

—Si entras tú a verla, no te contará nada. Tovi no me ha visto desde hace una eternidad. Lo último que supo es que yo seguía siendo una esclava de Jagang. Yo podría ser capaz de hablarle de un modo que le saque la verdad.

Nicci podía ver lo impaciente que estaba Richard por ponerle las manos encima a una de las mujeres que creía que era responsable de llevarse a su amada.

La hechicera se preguntaba si aún creía que él sólo imaginaba a esa mujer simplemente debido a sus propios sentimientos hacia él.

—Richard —dijo mientras se le acercaba mucho para poder hablar confidencialmente—, déjame hacer esto. Si tú entras ahí, estropearás lo que pienso hacer. Creo que puedo hacerla hablar, pero si te ve, el juego habrá terminado.

—¿Y cómo planeas hacerla hablar?

—Mira, ¿quieres saber qué sucedió a Kahlan, o quieres discutir sobre cómo voy a obtener esa información?

Él apretó con fuerza los labios por un momento.

—No me importa si le sacas los intestinos centímetro a centímetro, hazla hablar.

Nicci posó brevemente una mano en su hombro al pasar junto a él mientras seguía al general. Una vez que estuvieron lejos, se adelantó y anduvo junto a él mientras recorrían el campamento casi a oscuras. Podía ver por qué Cara lo encontraba atractivo. Poseía uno de esos rostros apuestos que no daban la impresión de ser capaces de mentir.

—A propósito —dijo él, echándole una ojeada—, soy el general Meiffert.

Nicci asintió.

—Benjamín.

Él hizo una pausa en el oscuro sendero que atravesaba el campamento.

—¿Cómo lo sabéis?

Nicci sonrió.

—Cara me habló de ti. —Él siguió mirándola fijamente, y ella lo cogió del brazo y volvió a ponerle en movimiento—. Y que una mord-sith hable tan bien de un hombre es bastante insólito.

—¿Cara habló bien de mí?

—Desde luego. Le gustas. Pero eso ya lo sabes.

Él juntó las manos a la espalda mientras andaban.

—Imagino, pues, que debéis saber que yo la tengo en gran estima.

—Por supuesto.

—¿Y quién sois vos, si puedo preguntarlo? Lo siento, pero lord Rahl no nos presentó.

Nicci le dedicó una mirada de soslayo.

—Es posible que hayas oído hablar de mí como la Señora de la Muerte.

El general Meiffert se detuvo con un traspié, atragantándose con la saliva al lanzar una exclamación ahogada. Tosió hasta enrojecer.

—¿La Señora de la Muerte? —consiguió decir por fin—. La gente os teme más a vos que al propio Jagang.

—Con buen motivo.

—Sois la que capturó a lord Rahl y lo llevó al Viejo Mundo.

—Así es —dijo ella mientras volvía a ponerse en marcha.

Él anduvo a su lado, cavilando.

—Bueno, yo diría que debéis haber cambiado de hábitos, o lord Rahl no os tendría con él.

Ella se limitó a sonreírle, con una sonrisa afable y maliciosa, que lo intranquilizó. Él señaló a la derecha.

—Aquí abajo. La tienda donde la pusimos está por aquí.

Nicci le agarró el antebrazo y lo mantuvo donde estaba. No quería que Tovi la oyese, aún.

—Esto va a llevar una considerable cantidad de tiempo. ¿Por qué no le dices a Richard que dije que debería descansar un poco? Creo que Cara también tendría que descansar. ¿Por qué no te ocupas de eso también?

—Creo que podría hacerlo.

—Y general, si mi amiga Cara no se marcha de aquí por la mañana con una sonrisa de satisfacción, te destriparé vivo.

Los ojos del oficial se abrieron como platos y Nicci no pudo evitar sonreír.

—Una forma de hablar, Benjamín. —Enarcó una ceja—. Tienes toda la noche para estar con ella No la desperdicies.

Él sonrió por fin.

—Gracias…

—Nicci.

—Gracias, Nicci. Pienso en ella todo el tiempo. No sabes lo mucho que la he echado en falta… lo muy preocupado que he estado por ella.

—Creo que lo sé. Pero tú deberías decirle eso, no yo. Ahora, ¿dónde has dicho que está Tovi?

Él alzó un brazo y señaló.

—Ahí abajo, a la derecha. La última tienda de la fila.

Nicci asintió.

—Hazme un favor. Ocúpate de que nadie nos moleste. Incluidos los cirujanos. Necesito estar a solas con ella.

—Me ocuparé de ello. —Volvió a girarse y se rascó la cabeza—. Ah, no es asunto mío, pero estáis… —señaló entre ella y atrás, hacia donde habían venido— tú y lord Rahl, bueno, ya sabes…

Nicci no pareció ser capaz de encontrar una respuesta que desease expresar en voz alta.

—El tiempo escasea. No hagas esperar a Cara.

—Sí, entiendo lo que quieres decir. Gracias, Nicci. Espero verte por la mañana.

Lo contempló alejarse a toda prisa al interior de la oscuridad, luego puso manos a su tarea. En realidad no había querido poner nervioso al general hablando de la Señora de la Muerte, pero necesitaba volver a introducirse en aquella parte de sí misma, necesitaba pensar de aquel modo otra vez, necesitaba hallar la actitud gélida que era insensible a todo.

Apartó a un lado el faldón de la tienda y se deslizó al interior. Había una única vela encendida en un soporte hecho de hierro forjado que estaba hundido en el suelo, junto a un camastro. En la tienda hacía calor y el aire estaba viciado. Olía a sudor rancio y a sangre seca.

La mole de Tovi yacía en el camastro, respirando penosamente.

Nicci se sentó en un taburete de campaña junto a la mujer. Tovi apenas advirtió que alguien se sentaba. Nicci posó una mano sobre la muñeca de Tovi y empezó a hacer pasar un hilillo de poder para aliviar el sufrimiento de la mujer.

La herida reconoció la ayuda del don e inmediatamente miró hacia allí. Sus ojos se abrieron de par en par y la respiración se le aceleró. Luego lanzó una exclamación ahogada de dolor y se aferró el abdomen. Nicci aumentó el flujo de poder hasta que Tovi se volvió a hundir en el lecho con un gemido de alivio.

—Nicci, ¿de dónde has salido? ¿Qué diantres haces tú aquí?

—Vaya, ¿desde cuándo te importa? La hermana Ulicia y el resto de vosotras me dejasteis en las garras de Jagang, como su esclava personal, me dejasteis cautiva de ese cerdo.

—Pero escapaste.

—¿Escapar? Hermana Tovi, ¿has perdido el juicio? Nadie escapó del Caminante de los Sueños… excepto vosotras cinco.

—Cuatro. Merissa ya no está viva.

—¿Qué sucedió?

—La estúpida zorra intentó jugar su propio juego con Richard Rahl. Recuerdas cómo lo odiaba… que quería bañarse en su sangre.

—Lo recuerdo.

—Hermana Nicci, ¿qué haces aquí?

—El resto de vosotras me dejó con Jagang. —Nicci se inclinó al frente para que Tovi pudiese ver su mirada furiosa—. No tienes ni idea de las cosas que he tenido que soportar. Desde entonces, he estado en una larga misión para su Excelencia. Necesita información y sabe que puedo obtenerla.

Tovi sonrió.

—Hace que te prostituyas para él, para descubrir lo que quiere saber…

Nicci no respondió a la pregunta, dejando en su lugar que Tovi se respondiera a sí misma.

—Simplemente oí hablar por casualidad de una pobre idiota que al tiempo que la robaban o algo así se las arregló para conseguir que la acuchillasen. Algo en la descripción de esa imbécil hizo que decidiera venir y comprobar por mí misma si era posible que fueses tú.

Tovi asintió.

—Me temo que no es nada bueno.

—Espero que duela. He venido a asegurarme de que tardas mucho en morir. Quiero que sufras por lo que me hicisteis… dejándome en las garras de Jagang mientras el resto de vosotras escapaba sin molestaros siquiera en contarme cómo huir.

—No pudimos evitarlo. Tuvimos una oportunidad y teníamos que usarla, eso es todo. —Una mueca astuta apareció en su rostro—. Pero puedes liberarte de Jagang, también tú.

—¿Cómo… cómo puedo liberarme? —la instó Nicci.

—Cúrame y te lo contaré.

—Quieres decir que te cure para que puedas traicionarme como antes. Ni hablar, Tovi. Vas a contarlo todo, o me quedaré sentada justo aquí y veré cómo padeces en tu camino hacia el abrazo eterno del Custodio. Tal vez te ayude justo lo suficiente para mantenerte con vida un poco más. —Se inclinó hacia ella—. De modo que puedas sentir el dolor retorciéndose en tus entrañas un poco más.

Tovi agarró un trozo del vestido de Nicci.

—Por favor, Hermana, ayúdame. Duele tanto…

—Habla, Hermana.

La herida soltó el vestido de Nicci y dejó que su rostro rodara para mirar en dirección contraria.

—Es el vínculo con el lord Rahl. Hicimos un juramento.

—Hermana Tovi, si crees que soy tan estúpida, voy a hacerte sufrir sólo para hacer que te arrepientas de tal idea hasta el momento de tu muerte.

Ella volvió la cabeza para mirar a Nicci.

—No, es cierto.

—¿Cómo puedes jurar un vínculo de lealtad a alguien que quieres eliminar?

Tovi sonrió burlona.

—La hermana Ulicia lo resolvió. Le juramos un vínculo con él, pero le obligamos a dejarnos marchar antes de que pudiera ligarnos a una lista de sus mandamientos.

—Esta historia simplemente se vuelve más absurda por momentos.

Nicci retiró la mano del brazo de Tovi, y con ella el hilillo de alivio. Al alzarse Nicci, Tovi gimió presa de un dolor atroz.

—Por favor, hermana Nicci, es cierto. —Aferró la mano de la hechicera—. A cambio de dejarnos marchar, le dimos algo que quería.

—¿Qué podría querer lord Rahl que le persuadiera de dejar sueltas a un puñado de Hermanas de las Tinieblas? Es la cosa más demencial que he oído nunca.

—Una mujer.

—¿Qué?

—Quería una mujer.

—Como el lord Rahl, puede tener cualquier mujer que quiera. No tiene más que elegirla y hacer que la envíen a su lecho, a menos que ella prefiera elegir el cadalso en su lugar, y ninguna lo hace. No necesita precisamente que las Hermanas de las Tinieblas le lleven mujeres a la cama.

—No, no esa clase de mujer. Una mujer que amaba.

—De acuerdo. —Nicci profirió un suspiro enfurruñado—. Adiós, hermana Tovi. Asegúrate de dar al Custodio de los muertos mis recuerdos cuando llegues allí. Lo siento, pero me temo que esa reunión aún tardará un poco en producirse. Parece como si fueses a durar varios días, aún. Lástima.

—¡Por favor! —El brazo de la Hermana empezó a dar vueltas, buscando el contacto de la única persona que podía salvarla—. Hermana Nicci, por favor. Por favor escucha, y te lo contaré todo.

Nicci se sentó y volvió a sujetar el brazo de Tovi.

—De acuerdo, Hermana, pero simplemente recuerda que el poder puede ir en ambos sentidos.

La espalda de Tovi se arqueó a la vez que la mujer lanzaba un grito de agonía.

—¡No! ¡Por favor!

Nicci no sentía ningún escrúpulo en lo que hacía. Sabía que no existía una equivalencia moral entre el que ella infligiera tortura y que la Orden Imperial hiciera en apariencia la misma cosa. Su propósito al utilizarla era simplemente salvar vidas inocentes. La Orden Imperial usaba la tortura como medio para sojuzgar y conquistar, como una herramienta para atemorizar a sus enemigos. Y, en ocasiones, como algo con lo que disfrutaban porque les hacía sentir poderosos.

La Orden Imperial usaba la tortura porque no sentían el menor respeto por la vida humana. Nicci la usaba porque sí lo sentía. Aunque en una época no había visto ninguna diferencia, desde que había abrazado la vida veía toda la diferencia del mundo.

Nicci invirtió el sufrimiento que vertía en la anciana y ésta se hundió de nuevo en el camastro con agradecido y lloroso alivio.

Tovi estaba cubierta de una pátina de sudor.

—Por favor, Hermana, dame un poco de consuelo y te lo contaré todo.

—Empieza con quién te acuchilló.

—El Buscador.

—Richard Rahl es el Buscador. ¿Realmente piensas que voy a creer un cuento así? Richard Rahl te habría decapitado de un mandoble. La cabeza de la herida giró de un lado a otro.

—No, no, no lo comprendes. Ese hombre tenía la Espada de la Verdad. —Se señaló el vientre—. Debería de conocer a la Espada de la Verdad cuando me atraviesa. Me cogió por sorpresa y antes de que supiese quién era o qué quería, el muy bastardo me acuchilló.

Nicci se presionó los dedos contra la frente, llena de confusión.

—Creo que será mejor que retrocedas al principio.

Tovi se sumía ya en un letargo. Nicci incrementó la magia que fluía a su interior, dándole un poco de alivio curativo, sin curarla. No quería sanarla, necesitaba que la mujer fuese incapaz de valerse por sí misma. Tovi parecía una amable abuelita, pero era una víbora.

Nicci cruzó una pierna sobre la otra. Iba a ser una noche larga.

La siguiente vez que Tovi volvió en sí, Nicci se sentó más tiesa.

—Así que le jurasteis un vínculo a Richard, como el lord Rahl —dijo como si no hubiese existido un intervalo en la conversación—, y eso os protegió a todas vosotras del Caminante de los Sueños.

—Así es.

—¿Y luego qué?

—Pudimos escapar. Le seguimos la pista a Richard mientras nos ocupábamos de nuestro trabajo para nuestro amo. Necesitábamos encontrar un anzuelo.

Nicci sabía muy bien quién era su amo.

—¿Qué quieres decir con «un anzuelo»?

—Para poder hacer lo que necesitábamos llevar a cabo para satisfacer al Custodio, necesitábamos un modo de asegurarnos de que Richard no podía interferir. Lo encontramos.

—¿Encontrasteis qué?

—Algo que nos mantiene vinculadas a él no importa lo que hagamos. Fue brillante.

—¿Qué es pues?

—La vida.

Nicci frunció el entrecejo, no sabiendo si había oído correctamente. Posó una mano sobre la herida de Tovi y ofreció un poco de alivio concentrado.

Una vez que Tovi se hubo calmado de la oleada de dolor, Nicci preguntó con voz sosegada.

—¿Qué quieres decir?

—La vida —dijo Tovi por fin—. Es lo que más valora.

—¿Y?

—Hermana, piensa. Para poder mantenernos fuera de las garras del Caminante de los Sueños, debemos estar vinculadas a Richard Rahl todo el tiempo. No nos atrevemos a flaquear ni un instante. Y empero, ¿quién es nuestro amo supremo?

—El Custodio de los muertos. Hemos efectuado juramentos.

—Así es. Y si hiciésemos algo que dañara la vida de Richard, como soltar al Custodio en el mundo de la vida, iríamos en contra de nuestro vínculo con Richard. Eso significaría que, antes de que pudiésemos liberar al Custodio de sus ataduras en el mundo de los muertos, Jagang, en este mundo, podría saltar sobre nosotras.

—Hermana Tovi será mejor que empieces a decir cosas que tengan sentido, o perderé la paciencia, y te aseguro, que no te gustaría. No te gustaría en absoluto. Quiero saber qué está pasando para poder entrar a formar parte de ello. Quiero recuperar mi puesto.

—Desde luego. Desde luego. Verás, lo que Richard más valora es la vida. De hecho, le creó una estatua. Estuvimos en el Viejo Mundo. Vimos la estatua dedicada a la vida.

Eso ya lo había captado.

La cabeza de la mujer giró otra vez para volver a mirar a Nicci.

—Bien, querida, ¿qué es lo que nos comprometimos a hacer en los juramentos que hicimos?

—Liberar al Custodio.

—¿Y cuál es nuestra recompensa por llevar a cabo nuestra tarea? Nicci miró con fijeza los fríos ojos de la mujer.

—La inmortalidad.

Tovi sonrió de oreja a oreja.

—Exactamente.

—Lo que Richard más valora es la vida. ¿Me estás diciendo que planeáis concederle la inmortalidad?

—Eso es. Trabajamos en la obtención de su más noble ideal: la vida.

—Pero puede que no quiera la inmortalidad.

Tovi consiguió encogerse de hombros.

—Tal vez. Pero no tenemos intención de preguntarle. ¿No ves lo brillante que es el plan de la hermana Ulicia? Sabemos que lo que más valora es la vida. No importa qué otras cosas podamos hacer en contra de sus deseos, esas cosas no se elevan al nivel de lo que tiene más valor para él. Así pues, hacemos honor a nuestro vínculo con el lord Rahl del modo más magnífico posible, al tiempo que mantenemos el vínculo… lo que mantiene al Caminante de los Sueños fuera de nuestras mentes… y al mismo tiempo trabajamos para traer al Custodio al mundo. Todo gira y gira. Cada elemento encierra más herméticamente a los demás.

—Pero es el Custodio quien te promete la inmortalidad. Vosotras no podéis concederla.

—No, no si la buscamos a través del Custodio.

—Entonces ¿cómo podéis conceder inmortalidad? Carecéis de tal poder.

—¡Oh, pero lo tendremos, lo tendremos!

—¿Cómo?

Tovi empezó a toser y Nicci tuvo que llevar a cabo un veloz trabajo simplemente para mantener a la mujer con vida. Pasaron casi dos horas antes de que volviera a tenerla consciente y tranquila.

—Hermana Tovi —dijo una vez que la mujer hubo abierto los ojos y dio la impresión de que volvía a ver—. He tenido que reparar una parte de tu herida. Ahora, antes de que pueda reparar el resto de la herida y curarte por completo…, para que puedas obtener tu recompensa de vida…, necesito saber el resto. ¿Cómo pensáis que podéis otorgar inmortalidad? No tenéis ese poder.

—Robamos las cajas del Destino. Tenemos intención de usarlas para destruir toda vida… excepto aquella que deseemos tener a nuestro alrededor, por supuesto. Con el poder de las cajas, obtendremos el dominio sobre la vida y la muerte. Tendremos el poder de conceder a Richard Rahl la inmortalidad. ¿Lo ves? Se habrá satisfecho el vínculo.

A Nicci le daba vueltas la cabeza.

—Tovi, tu historia es imposible. Es más complicado de lo que das a entender.

—Bueno, existen otras partes del plan. Localizamos catacumbas bajo el Palacio de los Profetas.

Nicci no tenía ni idea de que tales catacumbas existieran, pero quería que la mujer siguiera con su relato, así que se limitó a dejarla hablar.

—Fue cuando todo empezó. Cuando tuvimos la idea. Verás, habíamos estado vagando de un lado a otro, buscando modos de satisfacer al Custodio… —Agarró con tal firmeza el brazo de Nicci que a ésta le dolió—. Acude en nuestros sueños. Ya sabes eso. También viene a ti. Viene y nos atormenta, obligándonos a cumplir sus mandatos, a trabajar para liberarle.

Nicci retiró la mano que la oprimía como una garra de su brazo.

—¿Catacumbas?

—Sí. Las catacumbas. Descubrimos antiguas catacumbas y en ellas libros. Encontramos un libro llamado Cadena de Fuego.

Nicci sintió que se le ponían los brazos de carne de gallina.

—Cadena de Fuego… ¿qué significa eso? ¿Es un hechizo?

—¡Oh, es mucho más que algo tan simple como un hechizo! Procedía de tiempos antiguos. A los magos de la época se les había ocurrido una nueva teoría sobre cómo alterar la memoria; en otras palabras… acontecimientos reales alterados con poder de Resta, con todas las partes inconexas reconstruidas espontáneamente de un modo independiente la una de la otra. O sea, cómo hacer que un individuo desaparezca para todos los demás haciendo que la gente olvide a esta persona, incluso tan pronto como la ven.

»Pero los magos a los que se les ocurrió esa teoría eran hombres tímidos que temían liberar tales cosas no sólo porque se daban cuenta de que un acontecimiento de esa clase provocaría un daño irreparable al sujeto, sino porque no existía modo de que pudieran controlarlo una vez iniciado, actuaría por sí mismo y se autonutriría.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué hace?

—Deshace el recuerdo que las personas tienen del sujeto, pero eso origina una cascada de acontecimientos que no se pueden predecir ni controlar. Luego consume conexiones que tienen con otros, y luego con otros que esas personas conocen, y así sucesivamente. Al final lo corrompe todo. Para nuestros propósitos, no obstante, no importa en realidad, ya que nuestro objetivo es anular la vida de todos modos. Por temor a que se descubriera lo que hacíamos, destruimos el libro, y las catacumbas.

—Pero ¿por qué necesitabais destruir el recuerdo de alguien?

—No simplemente alguien, sino el recuerdo de la mujer que nos consiguió el vínculo en un principio, Kahlan Amnell, el amor de Richard Rahl. Al crear un acontecimiento de Cadena de Fuego, acabamos teniendo a una mujer que nadie recuerda.

—Pero ¿qué puede conseguiros eso?

—Las cajas del Destino. La usamos para obtener las cajas, de modo que podamos liberar al Custodio. Con las cajas, podemos conceder vida inmortal a Richard al mismo tiempo que liberamos al Custodio.

»El Custodio nos susurró en nuestros sueños que Richard posee el secreto para abrir las cajas, que tiene memorizada la información necesaria. No existe en ninguna otra parte. Rahl el Oscuro se lo reveló al Custodio. Richard conoce el modo de desentrañar los secretos de las cajas, sólo que esta vez, conocemos el truco que venció a Rahl el Oscuro.

»El libro que él conoce dice que necesitamos a una Confesora para abrir las cajas. Y ahora tenemos a una Confesora a la que nadie recuerda; de modo que nadie puede molestarnos con respecto a ella.

—¿Qué hay de la desaparición de las profecías? ¿Lo causó esa Cadena de Fuego?

—Es parte de ello. Lo llamaron el corolario de la Cadena de Fuego. Parte de la fase de iniciación de la Cadena de Fuego requiere un acontecimiento de la Cadena de Fuego que consuma la profecía… El acontecimiento de la Cadena de Fuego se alimenta de esos recuerdos para sustentar el acontecimiento, por lo tanto también tiene que estar involucrada la profecía… Se localiza un punto en blanco en la bifurcación correcta; un lugar donde un profeta dejó un espacio en blanco, para el caso de que un profeta futuro desee completar el trabajo. Entonces llenamos ese vacío en la profecía con una profecía que la completa a la que se ha conferido la Cadena de Fuego… El acontecimiento de la Cadena de Fuego infecta y consume por lo tanto todas las profecías asociadas, bien por tema o por cronología. En este caso ambos: Kahlan, la mujer que borramos de la vida, quedó de este modo borrada también de la profecía mediante el corolario de la Cadena de Fuego.

—Parece que lo tenéis todo calculado —dijo Nicci.

Tovi sonrió burlonamente a través del dolor.

—La cosa mejora.

—¿Mejora? ¿Cómo podría resultar más delicioso que esto?

—Existe algo que contrarresta a la Cadena de Fuego. —Tovi lanzó una risita regocijada.

—¿Algo que lo contrarresta? ¿Quieres decir que corréis el riesgo de que Richard encuentre una contramedida a lo que habéis hecho, una contramedida que podría hacer que todo el plan se viniera abajo?

Tovi intentó sofocar una risita divertida, pero ésta volvió a borbotear. A pesar del evidente dolor, estaba disfrutando demasiado para parar.

—Ésta es la mejor parte. Los antiguos magos a los que se les ocurrió la Cadena de Fuego advirtieron que poseía el potencial para conseguir la destrucción total de la vida. Así que crearon una contramedida, en el caso de que un acontecimiento de la Cadena de Fuego llegase a ocurrir alguna vez.

Nicci apretó los dientes.

—¿Qué contramedida?

—Las cajas del Destino.

Los ojos de la hechicera se abrieron de par en par.

—¿Las cajas del Destino se crearon para ser la contramedida de lo que habéis iniciado con la Cadena de Fuego?

—Así es. ¿No es delicioso? Lo que es más, hemos puesto las cajas en funcionamiento.

Nicci soltó una profunda bocanada de aire.

—Bueno, como he dicho, parece que lo tenéis todo calculado. Tovi hizo una mueca.

—Bueno… casi. Sólo hay una cuestión menor.

—¿Cómo qué?

—Bueno, verás, la estúpida zorra sólo sacó una caja la primera vez que la enviamos dentro. No podíamos permitir que se viesen las cajas, porque, a diferencia del amor de Richard, la gente recordaría haber visto las cajas del Destino.

»Kahlan dijo que no tenía sitio en la mochila. La hermana Ulicia estaba furiosa. Golpeó a la chica hasta dejarla hecha un pingajo ensangrentado… te habría encantado, hermana Nicci… y le dijo que dejase algo fuera para hacer sitio si era necesario, luego la envió de vuelta para coger las otras dos cajas.

Tovi hizo una mueca provocada por un retortijón de dolor.

—Temíamos esperar, no obstante. La hermana Ulicia me envió por delante con la primera caja y dijo que me alcanzaría más tarde. —Tovi gimió bajo el dolor atroz de otra punzada—. Yo llevaba la primera caja conmigo. El Buscador, el que llevaba la Espada de la Verdad, al menos, me sorprendió y me atravesó con el arma. Me arrebató la caja. Una vez que Kahlan finalmente las recuperó, la hermana Ulicia tuvo entonces esas dos y pensó que yo tenía la tercera, así que antes de abandonar el palacio, puso en marcha la magia de las cajas del Destino.

Nicci se levantó tambaleante. Tenía una sensación de mareo. Apenas podía creerlo. Pero sabía, ahora, que todo era cierto. Richard había tenido razón desde el principio. Casi con nada en lo que basarse, básicamente lo había deducido todo. Y todo ese tiempo nadie en el mundo quiso escucharle… nadie en un mundo que se estaba deshaciendo alrededor de ellos en un acontecimiento incontrolado provocado por una magia llamada Cadena de Fuego.