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ara aguardaba impaciente al otro lado del escudo. Rikka, que montaba guardia cerca de la puerta de hierro, vigilaba el interior de la habitación de la torre. Ambas se giraron cuando vieron el resplandor rojo y oyeron acercarse a Richard. Éste vio mochilas y otros bártulos reunidos en una pulcra pila. Extrajo su mochila de entre las demás e introdujo los dos libros dentro.

—¿Nos vamos? —preguntó Cara.

Richard pasó los brazos a través de las correas y se cargó la mochila a la espalda.

—Sí, y creo que es mejor que no perdamos tiempo.

Mientras recogía su arco y aljaba, ellas empezaron a reunir sus propias cosas.

Resultó que Cara, como quería que Nicci estuviese cerca de Richard para ayudar a protegerle, había traído asimismo las cosas de la hechicera. Richard se preguntó si eso tenía que ver con lo que Shota había dicho.

Vio que también Rikka tenía una mochila. Estuvo a punto de preguntarle qué creía que hacía, pero comprendió que era una mord-sith y que diría que su lugar estaba junto a él. Había pasado tanto tiempo con tan sólo la protección de Cara que pensó que resultaría un poco curioso tener a más de una mord-sith cerca de él.

—¿Todo el mundo listo? —preguntó cuando vio que todas ellas dejaron de tensar correas y ajustar hebillas.

Después de que cada mujer asintiera, Richard condujo al sombrío grupo al otro lado de la puerta. Sabía que Cara podría haberle seguido sin hacer preguntas, pero que no seguiría ciegamente las órdenes de Nicci ni de nadie sin un buen motivo, así que sospechó que probablemente la mord-sith había hecho una gran cantidad de preguntas muy precisas —algo que las mord-sith solían hacer— y averiguado por qué tenían que marcharse.

En la base de la torre, Richard pasó la mano por la barandilla de hierro, pero entonces una repentina comprensión le hizo detenerse. Todo el mundo aguardó, observándolo, preguntándose por qué se había detenido.

Richard miró los perplejos ojos azules de Nicci.

—No van a confiar en ti.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella.

—Es demasiado importante. No van a dejar en tus manos el que hagas lo que han ordenado. Les inquietará que pierdas el valor, o que pudieras fracasar y que yo escape.

Cara se acercó más.

—¿Queréis decir que vendrán en vuestra busca?

—No, no a buscarme —dijo Richard—, pero apuesto a que estarán al acecho en algún lugar entre aquí y la salida del Alcázar, por si consigo superar a Nicci e intento irme. Si tropezamos con ellos inesperadamente, entonces ya será demasiado tarde.

—Lord Rahl —intervino Rikka—, el ama Cara y yo no permitiríamos que nadie os lastimase.

Richard enarcó una ceja.

—Preferiría no tener que llegar a eso. Esos tres piensan que es necesario que me ayuden. Su intención no es hacerme daño, al menos no intencionadamente. No quiero que vosotras dos los lastiméis.

—Pero si nos sorprenden con la intención de usar su magia en vos, no podéis esperar que vayamos a permitírselo —replicó Cara.

Richard trabó la mirada con ella por un momento.

—Como he dicho, no quiero que se llegue a eso.

—Lord Rahl —dijo Cara en voz baja—, sencillamente no puedo permitir que nadie os ataque, ni siquiera aunque piensen que es para ayudaros. No valdrán subterfugios. Si os atacan, hay que detener el ataque… punto. Si se les permite tener éxito, jamás volveréis a ser el mismo. Ya no seréis el lord Rahl que conocemos, el lord Rahl que sois.

Cara se inclinó aún más hacia él y le clavó aquella mirada que tenían las mord-sith que siempre le hacía sudar.

—Si realmente os atacan y se les permite tener éxito porque teméis hacerles daño, entonces, cuando ellos hayan acabado vos ya no recordaréis a esa mujer, a Kahlan. ¿Es eso lo que queréis?

Richard apretó las mandíbulas y exhaló con fuerza.

No, no lo es. Intentemos no llegar a tales cosas. Pero si sucede, entonces imagino que tienes razón. No se les puede permitir hacer eso. Pero si debemos detenerles, no usemos más fuerza de la necesaria.

—La vacilación es un error que llama a la derrota —repuso Cara—. No sería una mord-sith de haber vacilado cuando era joven.

Richard sabía que tenía razón. La Espada de la Verdad le había enseñado eso, al menos. La danza con la muerte no permitía componendas entre la vida y la muerte.

Posó una mano sobre el hombro de Cara.

—Comprendo.

Nicci alzó la mirada torre arriba, sus ojos azules evaluando las puertas que la rodeaban.

—¿Dónde crees que nos esperan?

—No lo sé —respondió Richard a la vez que introducía los pulgares bajo las correas de la mochila—. El Alcázar del Hechicero es inmenso, pero al final sólo existe una salida. Puesto que hay tantas rutas que podríamos tomar, yo supondría que será cuando estemos más cerca del patio que da al rastrillo.

—Lord Rahl —dijo Rikka, tomando la palabra y mostrándose un tanto violenta una vez que él trabó la mirada con ella—, existe otra salida. Richard la miró con el entrecejo fruncido.

—¿De qué hablas?

—Hay otra salida además de la entrada principal. Sólo es accesible a través de pasadizos que hay en las profundidades del Alcázar.

—¿Cómo sabes tal cosa?

—Vuestro abuelo me la mostró.

Richard no tenía tiempo para asombrarse ante tal cosa.

—¿Crees que podrías volver a encontrarla?

Rikka lo meditó un momento.

—Eso creo —respondió por fin—. Desde luego no querría perderme ahí abajo, pero creo que puedo encontrar el camino. Hemos recorrido ya parte del mismo, de modo que no será tan difícil.

Richard fue a posar la mano en la empuñadura de su espada mientras lo tomaba en cuenta. El arma no estaba allí. Se frotó las palmas.

—Tal ver sería mejor si fuésemos por ese camino.

Rikka se dio la vuelta, y con ella su rubia trenza, y empezó a andar.

—Seguidme, entonces.

Richard dejó que Nicci fuese por delante de él, luego las siguió, permitiendo que Cara cerrara la marcha. No había dado ni doce pasos cuando se detuvo. Miró atrás.

Todo el mundo echó una mirada a donde él miraba y luego lo observaron, desconcertadas respecto a lo que podría estar pensando.

—Tampoco podemos ir por ahí. —Volvió a girarse hacia Rikka—. Zedd te mostró esa salida del Alcázar. Conoce a las mord-sith, sabe que no obstante lo bien que os lleváis los dos, si tienes que elegir, tus lealtades se inclinarán hacia mí.

»A Zedd le encantan los trucos. Dejará que Ann y Nathan custodien las rutas a la entrada principal del Alcázar, y él se apostará en la ruta que te mostró, Rikka.

—Bueno, si sólo hay dos salidas —dijo Nicci—, eso significa que tendrán que dividirse para asegurarse de que ambas quedan bloqueadas. Eso si Zedd piensa lo que tú has expuesto. Podría olvidar que le contó a Rikka lo de la otra salida, o podría no pensar que ella te lo contaría. Ese camino podría seguir estando despejado.

Richard negó lentamente con la cabeza a la vez que miraba a lo lejos, a otra cosa: la amplia plataforma que llevaba a la pasarela situada alrededor del agua estancada del fondo del sombrío interior de la torre.

—Si bien lo que dices es posible, contar con que Zedd corneta tal error estratégico sería una estupidez.

Nicci empezaba a mostrarse un poco preocupada.

—Bueno, tú no puedes usar tu poder sin arriesgarte a llamar a la bestia, pero yo sí puedo usar el mío. Y controlo más poder del que controla Zedd. Si se dividen como sugieres, entonces no tendremos que enfrentarnos a los tres a la vez.

—No, pero no me gustaría pasar por esa clase de prueba, especialmente en el Alcázar. Es posible que existan defensas aquí que él haya iniciado para proteger al Primer Mago en el caso de que lo atacasen. Simplemente podrías atraparle en una maraña conjurada para hacerle ir más despacio mientras escapamos, y eso podría ser todo lo que hace falta para disparar algo letal. Además, incluso si consigues tener éxito en algo así, de todos modos podría seguir yendo tras nosotros.

Nicci cruzó los brazos.

—Entonces ¿qué sugieres que hagamos?

Él se dio la vuelta y una vez más clavó la mirada en sus ojos azules.

—Sugiero que tomemos una salida que ellos no pueden seguir.

La nariz de la hechicera se arrugó.

—¿Qué?

—La sliph.

Todo el mundo miró atrás, como si la sliph pudiese estar allí, esperando a que viajasen con ella.

—Desde luego —dijo Cara—, podríamos escapar sin que ellos supiesen siquiera que nos hemos ido. No habrá rastros. No tendrán la menor esperanza de poder seguirnos.

—Exactamente. —Richard le dio una palmada en el hombro—. Vamos.

Todas lo siguieron en su carrera por la pasarela y a través de la reventada entrada. Dentro de la sala de la sliph, Nicci lanzó magia, encendiendo las antorchas colocadas en soportes en las paredes mientras se reunían alrededor del pozo. Todo el mundo miró abajo con atención.

—Sólo hay un problema —dijo Richard en voz alta al acudir éste a su mente. Alzó los ojos hacia Nicci—. Tengo que usar magia para llamar a la sliph.

Nicci inhaló profundamente y luego soltó el aire con una expresión de desaliento.

—Eso es un problema.

—No necesariamente —dijo Cara—. Shota nos contó que usar vuestra magia poseía el potencial de llamar a la bestia de sangre. Pero ésta actúa al azar. Cuando usáis magia, resultaría lógico que ella os encontrara de este modo, pero la bestia no actúa mediante la lógica. Podría venir cuando uséis magia, dijo Shota, o podría no hacerlo. No hay modo de saberlo o predecirlo.

—Y estamos bastante seguros de que no vamos a poder salir andando de este lugar sin tener que enfrentarnos a los otros —señaló Nicci.

—Intentar huir presentará dos problemas —dijo Richard—, conseguir pasar y luego mantenernos fuera de su alcance para impedir que intenten «curarme». Esto tiene más sentido. La sliph sería sin lugar a dudas un modo de escapar sin que Zedd, Ann y Nathan tuviesen ningún modo ni de seguirme ni de saber adónde fui; y también evitaría tener que enfrentarnos a ellos, algo que no me gustaría tener que hacer. Quiero a mi abuelo. No quiero tener que defenderme de él.

—Casi odio decirlo —dijo Cara—, pero esto también tiene más sentido para mí.

—Yo estoy de acuerdo —indicó Rikka.

—Llama a la sliph. —Nicci se apartó un mechón de cabellos mientras bajaba la mirada para atisbar al interior del pozo otra vez—. Y date prisa, antes de que vengan a averiguar qué me está demorando tanto.

Richard no vaciló. Alargó los puños al frente por encima del pozo. Necesitaba invocar su don para llamar a la sliph e invocar su propia habilidad no era algo que se le diera bien. Se dijo que lo había hecho antes. Tendría que hacerlo otra vez.

Trató de liberar su tensión. Sabía que tenía que hacerlo o podría muy bien perder su oportunidad de encontrar a la mujer que amaba más que a la vida misma. Durante un momento, el dolor del terrible sufrimiento que significaba cada día que pasaba sin ella le hizo replegarse sobre sí mismo ante la amargura de todo ello.

Con la necesidad sincera y ardiente de estar haciendo lo que debía para ayudar a Kahlan, su necesidad prendió en lo más profundo de sí mismo y la sintió ascendiendo como una furia desde el núcleo de su ser, quitándole el aliento. Tensó los músculos del abdomen para hacer frente al poder de la sensación que bullía en su interior.

Una luz se encendió entre los puños extendidos. Reconoció la sensación y presionó entre sí las muñequeras acolchadas de plata y cuero que llevaba. No las había tenido la primera vez, pero eran lo que la sliph le había dicho que debería usar para volver a llamarla. Las muñequeras se iluminaron con gran intensidad.

Se concentró en su propósito. No quería otra cosa que el que la sliph acudiera a él para ayudar a Kahlan. Lo ansiaba. Exigía que así fuera. «¡Ven a mí!».

El luminoso resplandor gimió al prender en una línea que descendió por el centro del pozo, como un rayo, pero en lugar del sonido del trueno, el aire chisporroteó con el rugido desgarrador del fuego y la luz.

Todos alrededor de la pared de piedra miraron ansiosamente al interior del pozo iluminado por el fogonazo. Nicci también miró a su alrededor, sin perder de vista la habitación en torno a ellos, aparentemente preocupada por si aparecía la bestia. El eco del poder que Richard había enviado al interior del pozo tardó un buen rato en desvanecerse, pero por fin todo quedó silencioso.

En la quietud del Alcázar, en la quietud de la montaña de roca inerte que se alzaba alrededor y por encima de ellos, sonó un retumbo lejano. Un retumbo de algo que cobraba vida.

El suelo empezó a estremecerse con creciente fuerza, hasta que empezó a levantar polvo desde junturas y grietas. Guijarros pequeños danzaron sobre el tembloroso suelo de piedra.

Muy abajo, en las lejanas profundidades, el pozo empezó a llenarse de algo que se precipitaba hacia arriba por el hueco a una velocidad imposible, rugiendo con un aullante chillido de velocidad mientras acudía. El aullido creció a medida que la sliph ascendía a toda velocidad para responder a la llamada.

Nicci, Cara y Richard se apartaron del pozo cuando algo como reluciente plata salió disparado hacia arriba y efectuó una instantánea parada que de algún modo pareció estar llena de gracia.

En el interior del ondulante pozo plateado se fue formando un lustroso montecillo metálico, que se alzó por encima del murete que rodeaba la construcción. Se irguió en una mole, alzándose a la vez que adquiría una forma reconocible. La lustrosa superficie, igual que un espejo líquido, reflejaba todo lo que había en la habitación, distorsionando las imágenes que aparecían reflejadas en su superficie a medida que crecía y se transformaba.

Parecía azogue vivo.

La forma que se alzaba siguió contorsionándose, flexionándose en forma de filos y planos, pliegues y curvas, hasta combarse en un rostro de mujer. Una sonrisa plateada se ensanchó en lo que pareció ser un gesto de reconocimiento.

—Amo, ¿me llamasteis?

La voz misteriosa y femenina de la sliph resonó por toda la habitación, pero sus labios no se habían movido.

Richard se acercó más, sin hacer caso de la atónita mirada boquiabierta de Nicci y Rikka.

—Sí. Sliph, gracias por venir. Te necesito.

La sonrisa plateada se mostró complacida.

—¿Deseáis viajar, amo?

—Sí, deseo viajar. Todos lo deseamos. Todos necesitamos viajar. La sonrisa se ensanchó.

—Vamos, pues. Viajaremos.

Richard condujo a sus amigas cerca de la pared y el metal líquido adquirió la forma de una mano que se alargó para tocar a cada una de las tres mujeres.

—Tú has viajado antes —dijo la sliph a Cara tras un breve contacto con su frente—. Puedes viajar.

La reluciente mano pasó con suavidad una palma por la frente de Nicci, permaneciendo allí un poco más de tiempo.

—Tú tienes lo que se requiere. Puedes viajar.

Rikka alzó la barbilla, haciendo caso omiso de su aversión por la magia, y se mantuvo firme mientras la sliph le tocaba la frente.

—Tú no puedes viajar —dijo la sliph.

Rikka se mostró indignada.

—Pero, pero, si Cara puede… ¿por qué no puedo yo?

—No tienes los dos lados requeridos —respondió la voz.

Rikka cruzó los brazos en actitud desafiante.

—Debo ir con ellos. Yo también voy. No hay nada más que decir.

—Tú decides, pero si intentas viajar dentro de mí, morirás, y entonces no estarás con ellos.

Richard posó una mano en el brazo de Rikka antes de que ésta pudiese decir nada más.

—Cara capturó el poder de alguien que tenía un elemento de la magia requerida, por eso puede viajar. No hay nada que pueda hacerse al respecto. Tienes que quedarte aquí.

Rikka no pareció nada contenta, pero asintió.

—Será mejor que los demás nos pongamos en marcha, entonces.

—Ven —dijo la sliph a Richard—, y viajaremos. ¿A qué lugar deseas viajar?

Richard estuvo a punto de decirlo en voz alta, pero entonces se contuvo. Se volvió hacia Rikka.

—No puedes venir con nosotros. Creo que sería mejor que te fueses ahora, de modo que ni siquiera oigas adónde vamos. No quiero correr el riesgo de que si lo sabes, los otros pudiesen descubrirlo de algún modo. Mi abuelo puede ser muy listo cuando quiere y llevar a cabo estratagemas para salirse con la suya.

—No necesitáis decírmelo. —Rikka suspiró con resignación—. Probablemente tenéis razón, lord Rahl. —Sonrió a Cara—. Protégelo.

Cara asintió.

—Siempre lo hago. Está totalmente indefenso sin mí.

Richard hizo caso omiso del alarde de la mord-sith.

—Rikka, necesito que le digas algo a Zedd por mí. Necesito que le des un mensaje.

Rikka frunció el entrecejo mientras escuchaba atentamente.

—Dile que cuatro Hermanas de las Tinieblas han capturado a Kahlan, la auténtica Madre Confesora, no el cuerpo enterrado abajo en Aydindril. Dile que tengo intención de regresar tan pronto como pueda y que le traeré la prueba. Le pido que cuando regrese, antes de que intente curarme, me permita mostrarle la prueba que traeré. Y dile que lo quiero y comprendo su preocupación por mí, pero que estoy haciendo lo que debe hacer el Buscador, como él mismo me encomendó hacer cuando me entregó la Espada de la Verdad.

Cuando Rikka hubo marchado, Cara preguntó:

—¿Qué prueba?

—No lo sé. No la he encontrado aún. —Richard miró a Nicci—. No olvides lo que te conté antes. Tienes que respirar a la sliph una vez que nos sumerjamos. Al principio querrás contener la respiración, pero eso simplemente no es posible. Una vez que lleguemos y ascendamos fuera de la sliph, debes dejarla salir de tus pulmones y volver a respirar el aire.

Nicci parecía más que un poco nerviosa. Richard le tomó la mano.

—Estaré contigo, como lo estará Cara. Ambos hemos hecho esto antes. No te soltaré. Es difícil obligarse a respirar a la sliph en un principio, pero una vez que lo hagas, verás que es una experiencia de lo más excepcional. Produce éxtasis respirar la sliph.

—Éxtasis… —repitió Nicci con más que una leve incredulidad.

—Lord Rahl tiene razón —dijo Cara—. Ya lo verás.

—Sólo recuerda —añadió Richard— que cuando finalice no querrás soltarte de la sliph y respirar aire otra vez… pero debes hacerlo. Si no lo haces, morirás. ¿Comprendido?

—Desde luego —respondió Nicci con un movimiento de cabeza.

—Vamos pues. —Richard empezó a trepar a la pared, izando a Nicci con él.

—¿Adónde viajaremos, amo?

—Creo que deberíamos ir al Palacio del Pueblo, en D’Hara. ¿Conoces el lugar?

—Desde luego. El Palacio del Pueblo es un emplazamiento principal.

—¿Un emplazamiento principal?

Si podía decirse que el azogue vivo era capaz de mostrarse desconcertado por una pregunta, la sliph se mostró desconcertada.

—Sí, un emplazamiento principal. Como este lugar de aquí es un emplazamiento principal.

Richard no lo comprendió, pero no creyó que fuese relevante y por lo tanto no insistió sobre la cuestión.

—Entiendo.

—¿Por qué el Palacio del Pueblo? —preguntó Nicci.

Richard se encogió de hombros.

—Tenemos que ir a alguna parte. Estaremos a salvo en el palacio. Pero lo que es más importante, tienen bibliotecas allí con raros libros antiguos. Espero que tal vez podamos encontrar algo sobre esa Cadena de Fuego. Puesto que las Hermanas tienen a Kahlan, estoy pensando que esa Cadena de Fuego podría tener algo que ver con alguna especie de magia.

»Por lo que he oído, el ejército d’haraniano está en algún lugar en sus inmediaciones, de camino al sur. Lo que es más, la última vez que vi a Berdine, otra mord-sith, fue cuando la dejé en Aydindril, así que probablemente estará o cerca de nuestras tropas o en el palacio. Necesito que me ayude a traducir parte del contenido de los libros que llevo conmigo. Además de eso, ella tiene el diario de Kolo y tal vez pueda saber ya algo que sea útil.

Echó una mirada a Cara.

—Quizá podamos ver al general Meiffert y averiguar cómo van las cosas con las tropas.

Al instante, la sorpresa y una amplia sonrisa iluminaron el rostro de Cara.

Nicci asintió pensativa.

—Imagino que todo eso tiene sentido, e imagino que es tan buen lugar como cualquier otro. Te saca de un peligro inmediato y eso es lo que importa más justo ahora.

—De acuerdo, sliph —dijo Richard—, deseamos viajar al Palacio del Pueblo en D’Hara.

Un brazo de plata líquida ascendió y se deslizó alrededor de los tres. Richard sintió cómo la cálida y ondulante sujeción se comprimía para aferrarlo. Nicci le cogió la mano como si le fuera la vida en ello.

—¿Lord Rahl? —preguntó Cara.

Richard alzó la mano que no sujetaba la de Nicci para detener a la sliph antes de pudiera alzarlos al interior del pozo.

—¿Qué?

Cara se mordió el labio antes de hablar por fin.

—Sujetáis la mano de Nicci. ¿Sujetaréis la mía, también? Quiero decir, no quisiera que quedásemos separados.

Richard intentó no sonreír ante la preocupación que veía en su rostro. Cara temía a la magia, incluso aunque ya había hecho esto antes.

—Claro —respondió a la vez que le cogía la mano—. Yo tampoco quisiera que nos separásemos.

Tuvo una repentina idea.

—¡Aguarda! —dijo, deteniendo a la sliph antes de que pudiera empezar.

—¿Sí, amo?

—¿Conoces a una persona llamada Kahlan? ¿Kahlan Amnell, la Madre Confesora?

—Este nombre no significa nada para mí.

Richard suspiró desilusionado. En realidad no había esperado que la sliph conociese a Kahlan. Nadie más la conocía, tampoco.

—¿Por casualidad conocerías un lugar llamado la Profunda Nada?

—Conozco varios lugares en la Profunda Nada. Algunos han sido destruidos, pero algunos todavía existen. Puedo viajar a ellos si lo deseáis.

La sorpresa aceleró el corazón de Richard.

—¿Son algunos de esos lugares en la Profunda Nada también un emplazamiento principal?

—Sí, uno de ellos —respondió la sliph—. Caska, en la Profunda Nada, es un emplazamiento principal. ¿Os gustaría viajar allí?

Richard dirigió una veloz mirada tanto a Nicci como a Cara.

—¿Alguna de vosotras conoce ese lugar, Caska?

Nicci negó con la cabeza.

Cara fruncía el entrecejo.

—Creo recordar oír algo sobre él cuando era pequeña. Lo siento, lord Rahl, pero no recuerdo exactamente qué. Simplemente el nombre me resulta familiar por viejas leyendas.

—¿Qué quieres decir con «leyendas»?

Cara se encogió de hombros.

—Viejas leyendas d’haranianas… algo sobre lanzadores de sueños. Historias que contaba la gente. Algo sobre la historia de D’Hara. Parece que Caska es un nombre de tiempos remotos.

Tiempos remotos. Lanzadores de sueños… Richard recordó que cuando había hojeado algunas partes del libro Gegendrauss que había encontrado allá, en la habitación protegida con escudos, había visto algo sobre lanzar sueños, pero no había traducido el pasaje. Aun cuando Richard era el líder del imperio d’haraniano, conocía muy poco sobre la misteriosa D’Hara.

Incluso aunque Cara no supiese más, Richard sintió de todos modos como si acabase de dar un paso más hacia la localización de Kahlan.

—Deseamos viajar —dijo a la sliph—. Deseamos viajar a Caska, en la Profunda Nada.

Hacía mucho tiempo que Richard no había viajado en la sliph y se sentía un tanto aprensivo. Pero la excitación que le provocaba ver que, por fin, ligaba cabos para encontrar respuestas que durante mucho tiempo le habían esquivado erradicaba cualquier inquietud.

—Viajamos a Caska, entonces —dijo la sliph, la voz resonando por la habitación de piedra donde, en el pasado, Kolo había muerto custodiándola al finalizar la gran guerra.

Al menos, todo el mundo pensaba que había finalizado, pero aquellos antiguos conflictos no habían tocado a su fin con tanta facilidad y ahora habían vuelto a reavivarse.

El brazo los alzó a los tres y los sumergió en la plateada espuma. La mano de Nicci oprimió con más fuerza la de Richard y la hechicera inhaló profundamente antes de hundirse.