20
20
e
mpezó a lloviznar antes de que abandonaran el prado cercado. Richard ya se había ido y no había modo de saber qué delantera les llevaba. Cara quería darse prisa y alcanzarle, pero Zedd le dijo que sabían adónde iba y que no servía de nada arriesgarse a partirle la pierna a uno de los cansados caballos porque, si eso sucedía, entonces acabarían teniendo que bajar andando la montaña en pos de Richard y luego, tras visitar el cementerio de las Confesoras, subir andando todo el camino.
—Además —le dijo Zedd—, jamás podrás alcanzarle.
—Bueno, es posible que tengas razón en eso —repuso Cara a la vez que espoleaba su caballo para que iniciara un medio galope—. Pero soy su protección.
—En especial puesto que no tiene su espada —masculló Zedd agriamente.
No tuvieron más elección que apresurar el paso tras Cara.
Para cuando hubieron bajado a toda velocidad la montaña y llegado a la ciudad, la luz del día se desvanecía y la llovizna se intensificaba. Nicci sabía que iban a quedar empapados antes de que aquello acabara, pero no se podía evitar. Por suerte, hacía suficiente calor para que no se helaran.
Se encaminaron a los terrenos del Palacio de las Confesoras, donde enseguida encontraron su caballo, atado a uno de los aros que sujetaban cadenas tendidas entre puntales decorativos de granito. Una vez que los tres ataron sus monturas junto a la de Richard, Cara y Nicci siguieron a Zedd cuando éste pasó por encima de una cadena.
Estaba claro que no era un lugar donde los forasteros fuesen bien recibidos. El apartado patio estaba resguardado de la vista de todos por una hilera de olmos altos y un espeso muro de enebros. Por entre las gruesas ramas de los magníficos árboles Nicci vio atisbos de los blancos muros del Palacio de las Confesoras alzándose imponentes a poca distancia, envolviendo y resguardando el cementerio.
Debido al modo en que estaba oculto, Nicci había esperado que fuese pequeño, pero el lugar donde enterraban a las Confesoras era en realidad bastante extenso. Los árboles estaban dispuestos para reducir la sensación de espacio abierto y dar a cada sección del cementerio un ambiente íntimo. Por el modo en que estaba diseñado, con un sendero y una columnata cubierta de enredaderas para conducir a las personas que venían desde el palacio, aparentemente estaba pensado para que se accediera a él únicamente desde el palacio a través de elegantes puertas dobles de cristal. En la apagada luz gris el silencioso lugar bajo el dosel que formaban los árboles producía la sensación de ser sagrado.
Encontraron a Richard en lo alto de una suave elevación, bajo la llovizna, ante un monumento de piedra, pasando los dedos por letras talladas en el granito, por las letras del nombre KAHLAN.
En alguna parte de los jardines del Palacio de las Confesoras Richard había conseguido encontrar palas y picos, que tenía al lado, listos para su uso. Escrutando la zona, Nicci vio que había unos almacenes atrás, entre setos parcialmente ocultos tras una esquina del palacio, y dedujo que Richard había encontrado las herramientas allí.
Mientras se acercaba a él sin hacer ruido, Nicci comprendió que Richard estaba al borde de algo potencialmente muy peligroso… para él. Permaneció de pie detrás, con las manos enlazadas, aguardando, mientras Richard tocaba con ternura el nombre de Kahlan escrito en la piedra.
—Richard —dijo Nicci por fin con una voz suave, sintiendo la necesidad de un tono reverencial en un sitio como aquél—. Espero que pensarás en todo lo que te contado, y si las cosas no salen del modo que en este momento crees que saldrán, sabes que todos te ayudaremos todo lo que podamos.
Él se apartó del nombre escrito en la piedra.
—No te preocupes por mí, Nicci. No hay nada aquí abajo. Ella no está aquí. Voy a mostrároslo a todos y entonces tendréis que creerme. Voy a recuperar mi vida. Cuando lo haga, entonces todos comprenderéis que algo va muy mal, y a continuación vamos a tener que trabajar para descubrir qué está sucediendo, y vamos a encontrar a Kahlan.
Tras sostenerle la mirada por un momento, aguardando para ver si ella se atrevía a cuestionarle, Richard, sin decir nada más, agarró una pala y con un potente empujón del pie, hundió la hoja en el terreno ligeramente elevado cubierto de hierba que había bajo lápida de la difunta Madre Confesora.
Zedd permaneció a poca distancia, callado, inmóvil, observando. Había traído dos faroles con él, que descansaban sobre un banco de piedra cercano, irradiando un resplandor débil pero constante. La llovizna estaba dando origen a una niebla a ras de suelo. Aunque el cielo estaba totalmente tapado con nubes casi negras, a juzgar por la luz cada vez más tenue, Nicci pensó que debía de acabar de ponerse el sol. Puesto que era la noche más oscura de la luna nueva, iba a ser la más negra de las noches.
Incluso sin la llovizna y la oscuridad que se acercaba, era una hora deprimente para andar desenterrando muertos.
Mientras Richard trabajaba con una especie de ira controlada pero concentrada, Cara cogió finalmente otra pala.
—Cuanto antes acabemos con esto, mucho mejor.
Hundió la pala en el húmedo suelo y empezó a ayudar a Richard a cavar. Zedd permaneció a poca distancia, silencioso y sombrío mientras observaba. Nicci habría ayudado a acabar con aquello, pero dudaba que más de dos personas tuviesen espacio para cavar sin estorbarse la una a la otra. Podría haber usado magia para llevar a cabo la acción de abrir el suelo, pero tenía la impresión de que Zedd no lo habría aprobado, que quería que aquello se llevase a cabo con el esfuerzo de Richard, con sus músculos, su sudor. Que fuese cosa suya.
Richard y Cara fueron ahondando más el agujero del suelo. Tuvieron que recurrir al pico para abrirse paso a través de gruesas raíces. Raíces de tan gran tamaño indicaron a Nicci que la tumba tenía que ser más vieja de lo que Richard creía, pero si éste advirtió tal cosa, no lo mencionó. Nicci supuso que, de algún modo, él podría estar en lo cierto sobre que aquello no era una sepultura auténtica, lo que explicaría por qué las raíces habían adquirido tanto grosor. Si Richard tenía razón, únicamente habría sido necesario cavar un pequeño agujero entre ellas, justo lo bastante grande para enterrar una vasija ceremonial conteniendo las cenizas, pero no lo creyó ni por un momento. Paletada a paletada, la pila de tierra negra al lado del agujero crecía cada vez más.
Aunque Zedd no decía nada, Nicci podía leer en las profundas arrugas de su rostro que, momento a momento, crecía la indignación en él ante la exhumación de la Madre Confesora, incluso si ello resolvía el asunto. Daba la impresión de que tenía mil cosas que decir, todas ellas reprimidas en su interior. Nicci pensó que el anciano aguardaría hasta que Richard encontrara la verdad allí enterrada, pero por la adusta expresión de la apretada mandíbula del mago, no creía que cuando éste diera finalmente su opinión fuese a ser ésta ni agradable ni comprensiva. Esto era un comportamiento inadmisible para él.
Cuando las cabezas de Richard y Cara, chorreando sudor y agua de lluvia, estuvieron a nivel con el suelo, la pala de Richard golpeó repentinamente contra algo que resonó.
Cara y él se detuvieron. Richard parecía aturdido y confuso; según su historia, no debería haber nada en la tumba, salvo tal vez un pequeño recipiente conteniendo cenizas, y costaba creer que un recipiente así estuviese enterrado a tal profundidad.
—Tiene que ser un recipiente para las cenizas —dijo él por fin a la vez que alzaba la mirada hacia Zedd—. Tiene que serlo. No te habrías limitado a arrojar cenizas dentro de un agujero en el suelo. Seguro que usaste un receptáculo de alguna clase para las cenizas que tú les hiciste creer que eran las de Kahlan.
Zedd no dijo nada.
Cara contempló a Richard por un momento y luego hundió la pala en el suelo. También produjo un resonante sonido metálico. Con el dorso de la muñeca se apartó un mechón de pelo rubio del rostro mientras alzaba los ojos hacia Nicci.
—Bueno, da la impresión de que habéis encontrado algo. —La voz ominosa de Zedd pareció llegar a través de la niebla baja que se había acumulado a lo largo del suelo en el cementero—. Supongo que deberíamos ver qué es.
Richard clavó la mirada en su abuelo un momento, y luego volvió a cavar. No pasó mucho tiempo antes de que Cara y él dejasen al descubierto una superficie plana. Estaba demasiado oscuro para verlo claramente, pero Nicci supo qué era.
Era la verdad, a punto que quedar al descubierto.
Era el fin de la falsa ilusión de Richard.
—No comprendo —murmuró Richard, confundido por el tamaño de lo que estaban dejando al descubierto.
—Quitad la tierra de la parte superior —ordenó Zedd con apenas reprimido disgusto.
Richard y Cara trabajaron para retirar con cuidado pero con rapidez la tierra húmeda de lo que cada vez quedaba más claro que era un ataúd. Cuando lo tuvieron totalmente al descubierto, Zedd les ordenó salir del agujero que habían cavado.
El anciano mago extendió las manos sobre la tumba abierta y giró las palmas hacia arriba. Mientras Richard, Cara y Nicci observaban, el pesado ataúd empezó a alzarse. Cayó tierra mientras el largo objeto se elevaba fuera del oscuro agujero. Retrocediendo lejos de la brecha abierta en terreno sagrado, Zedd usó con delicadeza su don para depositar el féretro sobre la hierba, junto a la tumba abierta.
El exterior estaba tallado profusamente con dibujos de envolventes frondas de helechos recubiertos de plata. Poseía una belleza reverente y triste, y Richard no podía hacer otra cosa que mirarlo fijamente, aterrado ante lo que el féretro podría contener.
—Ábrelo —ordenó Zedd.
Richard lo miró durante un instante.
—Ábrelo —repitió Zedd.
Finalmente, Richard se arrodilló cerca del ataúd revestido de plata y usó la punta de su pala para hacer palanca y soltar con cuidado la tapa. Cara recuperó los dos faroles. Entregó uno a Zedd; el otro lo sostuvo en alto por encima del hombro de Richard para ayudarle a ver.
Richard alzó la pesada tapa lo suficiente para deslizar la parte superior.
El resplandor de la lámpara de Cara cayó sobre un cadáver descompuesto, en aquellos momentos convertido casi por completo en un esqueleto. La cuidadosa confección del ataúd parecía haber mantenido el cuerpo seco en su largo camino hasta convertirse en polvo. Los huesos estaban veteados de manchas producto de un largo entierro y el ineludible proceso de deterioro. Una mata de pelo largo, la mayor parte sujeto aún al cráneo, descendía sobre los hombros. Quedaba muy poco tejido, en su mayoría conjuntivo, en especial el que mantenía unidos los huesos de los dedos; incluso tantísimo tiempo después de la muerte, aquellos dedos aferraban todavía un ramo de flores desintegrado hacía mucho tiempo.
El cuerpo de la Madre Confesora llevaba puesto un exquisito vestido blanco satinado de sencillo diseño, de escote cuadrado, que ahora dejaba al descubierto unas costillas descarnadas.
El ramo que aferraban las manos estaba rodeado con una envoltura de encaje adornado con perlas y una ancha cinta dorada sujeta a él. En la cinta dorada, en letras bordadas en hilo de plata, ponía: «Amada Madre Confesora, Kahlan Amnell. Siempre estará en nuestros corazones».
Difícilmente podía existir ya cualquier duda sobre qué le había sucedido realmente a la Madre Confesora. Aquello en lo que Richard había creído con tanta vehemencia que eran sus recuerdos no era ahora más que una dulce ilusión convertida en polvo.
Richard, respirando agitadamente, sin resuello, sólo podía mirar fijamente a los restos esqueléticos, al vestido blanco, a la cinta dorada alrededor de los fragmentos negros de lo que en una ocasión había sido un hermoso ramo de flores.
Nicci sintió náuseas.
—¿Estás satisfecho ahora? —preguntó Zedd en un tono comedido de llameante cólera.
—No comprendo… —musitó Richard, incapaz de apartar los ojos de la espantosa visión.
—¿No lo haces? Creo que está muy claro —le dijo Zedd.
—Pero sé que no está enterrada aquí. No puedo explicar esto. Esto es contradictorio…
Zedd le agarró la mano.
—No hay ninguna contradicción. Las contradicciones no existen en la realidad.
—Sí, pero sé…
—Novena Norma de un mago: Una contradicción no puede existir en la realidad. Ni en parte, ni en su totalidad. Creer en una contradicción es abdicar de tu creencia en la existencia del mundo que te rodea y la naturaleza de las cosas que hay en él, para, en su lugar, abrazar cualquier impulso fortuito que te atraiga… para imaginar que algo es real simplemente porque deseas que lo sea.
»Una cosa es lo que es, es ella misma. No pueden existir contradicciones.
—Pero Zedd, tengo que creer…
—¡Ah! Crees. Quieres decir que la realidad de este ataúd y el cuerpo largo tiempo enterrado de la Madre Confesora te han mostrado algo que no esperabas y que no quieres aceptar. Por lo tanto ahora deseas refugiarte en la niebla ciega de la fe. ¿Es eso lo que quieres decir?
—Bueno, en este caso…
—La fe es un mecanismo de autoengaño, un juego de prestidigitación hecho con palabras y emociones fundado en cualquier idea irracional que pueda inventarse. La fe es el intento de coaccionar a la verdad para que se rinda al capricho. En palabras sencillas, es insuflar vida a una mentira intentando eclipsar la realidad con la belleza de los deseos. La fe es el refugio de los idiotas, los ignorantes y los ilusos, no de los hombres racionales, capaces de pensar.
»En la realidad, las contradicciones no pueden existir. Para creer en ellas debes abandonar la cosa más importante que posees: tu mente racional. La apuesta en ese trato es tu vida. En un intercambio así, siempre pierdes lo que arriesgas.
Richard se pasó los dedos hacia atrás por los mojados cabellos.
—Pero Zedd, algo no está bien aquí. No sé qué, pero lo sé. Tienes que ayudarme.
—Lo acabo de hacer. Te he permitido que nos muestres la prueba que tú mismo mencionaste. Aquí está, en este ataúd. Admito que no es lo que tú deseabas, pero no se puede eludir lo real que es. Esto es lo que buscas. Ésta es Kahlan Amnell, la Madre Confesora, tal y como pone en la lápida.
Zedd enarcó una ceja a la vez que se inclinaba un poco hacia su nieto.
—A menos que puedas demostrar que esto es una artimaña, que alguien por algún motivo enterró esto aquí como parte de una broma elaborada sólo para hacer que parezca que tú estás equivocado y todos los demás tienen razón. Eso parecería una argumentación más bien pobre, si quieres que te lo diga. Temo que, por la clara evidencia que tenemos aquí, esto es la realidad…, la prueba que buscabas… y no existe ninguna contradicción.
Richard bajó la vista hacia el cuerpo, muerto hacía mucho, que tenía delante.
—Algo está mal. Esto no puede ser cierto. Simplemente no puede serlo.
Los músculos de la mandíbula de Zedd se flexionaron.
—Richard, te he permitido este capricho horripilante cuando en justicia no debería haberlo hecho, ahora dime por qué no tienes la espada. ¿Dónde está la Espada de la Verdad?
La lluvia golpeó con suavidad en el dosel de hojas de lo alto mientras el abuelo de Richard aguardaba. Richard clavó la mirada en el interior del ataúd.
—Di la espada a Shota a cambio de la información que necesitaba.
Los ojos de Zedd se abrieron como platos.
—¡Qué!
—Tuve que hacerlo —repuso Richard sin alzar los ojos hacia su abuelo.
—¿Tuviste que hacerlo? ¡Tuviste que hacerlo!
—Sí —respondió él en tono sumiso.
—¿A cambio de qué información?
Richard apoyó los codos en el borde del ataúd a la vez que hundía el rostro en las manos.
—A cambio de lo que podría ayudarme a descubrir la verdad de lo que está sucediendo. Necesito respuestas. Necesito saber cómo encontrar a Kahlan.
Enfurecido, Zedd alargó el dedo en dirección al ataúd.
—¡Ahí está Kahlan Amnell! Justo donde la lápida ha dicho siempre que está enterrada. Y ¿qué pedazo de valiosísima información te dio Shota tras embaucarte para que le dieses la espada?
Richard no hizo ningún esfuerzo por rebatir que Shota le hubiese engañado para arrebatarle la espada.
—Cadena de Fuego… —respondió—. Me dijo las palabras «Cadena de Fuego», pero no sabía lo que significaban. Me dijo que debía hallar «el lugar de los huesos en la Profunda Nada».
—La Profunda Nada —se mofó Zedd, y alzó la mirada al oscuro cielo mientras tomaba aire—. Supongo que Shota tampoco pudo decirte dónde está esa Profunda Nada.
Richard negó con la cabeza pero no alzó la vista.
—También dijo que me guardara de la víbora con cuatro cabezas.
Zedd soltó otro resoplido enojado.
—No me lo digas, ni ella ni tú tenéis la menor idea de lo que eso significa, tampoco.
—Una vez más, Richard negó con la cabeza sin alzar los ojos hacia su abuelo.
—¿Es eso todo? ¿Es esa la valiosa información que obtuviste a cambio de la Espada de la Verdad?
Richard vaciló.
—Había otra cosa —habló en voz tan queda que apenas se le pudo oír por encima del suave murmullo de la lluvia—. Shota dijo que lo que busco… lleva mucho tiempo enterrado.
La encendida cólera de Zedd amenazó con estallar.
—Ahí —dijo, alargando un dedo para señalar—, ahí está lo que buscas: Kahlan Amnell, la Madre Confesora, largo tiempo enterrada.
Richard, la cabeza gacha, no dijo nada.
—Por esto canjeaste la Espada de la Verdad. Un arma de valor incalculable. Un arma que puede abatir no sólo a la gente perversa sino a la buena también. Un arma que nos ha llegado de los magos de tiempos remotos, pensada para ser confiada sólo a unas pocas personas seleccionadas. Un arma que te confié.
»Y se la diste a una bruja.
»¿Tienes la más remota idea por lo que tuve que pasar para recuperar la Espada de la Verdad de Shota la última vez que ella le puso las manos encima?
Richard sacudió la cabeza mientras mantenía la vista fija en el suelo, dando la impresión de que no se atrevía a hablar.
Nicci sabía que Richard tenía varias cosas que decir en su propia defensa, para fundamentar sus creencias y acciones, pero no expuso ninguna de ellas. Mientras su abuelo montaba en cólera contra él, permaneció arrodillado en silencio, con la cabeza gacha, junto al ataúd abierto que contenía el fin de su fantasía.
—Te confié algo de gran valor. Pensé que un objeto tan peligroso estaba a salvo en tus manos. Richard, me has decepcionado…, has decepcionado a todo el mundo… para poder perseguir un sueño. Bueno, aquí está, huesos largo tiempo enterrados… Espero que consideres el intercambio justo, porque yo desde luego no lo considero así.
Cara permanecía a poca distancia, sosteniendo el farol, con los cabellos pegados a la cabeza por la ininterrumpida lluvia. Daba la impresión de que quería defender a Richard, pero no se le ocurría nada que decir. Nicci tampoco tenía nada que alegar, pues sabía que en aquel momento cualquier cosa que dijeran no haría más que empeorar las cosas. Únicamente el suave siseo de la lluvia sobre las hojas llenaba la, por otra parte, silenciosa noche.
—Zedd —dijo Richard con voz entrecortada—, lo siento.
—Sentirlo no la recuperará de las garras de Shota. Sentirlo no salvará a aquellas personas a las que Samuel hará daño con esa espada. Te quiero como a un hijo, Richard, y siempre lo haré, pero nunca antes me habías decepcionado tanto. Jamás te hubiese creído capaz de hacer algo tan irreflexivo e irresponsable.
Richard asintió, reacio a justificar sus acciones.
A Nicci se le partía el corazón por él.
—Te dejaré para que entierres a la Madre Confesora. Yo iré a pensar en un modo de quitarle la espada a una bruja que fue muchísimo más lista que mi nieto. Deberías darte cuenta de que serás responsable de lo que resulte de ello.
Richard asintió.
—Bien. Me alegro de que puedas comprender al menos eso. —Se giró hacia Cara y Nicci, la mirada que había en sus ojos era tan amedrentadora como la de un Rahl—. Quiero que vosotras dos regreséis al Alcázar conmigo. Quiero saberlo todo sobre este asunto de la bestia. Todo.
—Debo quedarme para cuidar de lord Rahl —dijo Cara.
—No —replicó Zedd—, vendrás conmigo y me contarás en detalle todo lo sucedido con la bruja. Quiero saber cada una de las palabras que salieron de la boca de Shota.
Cara parecía estar en un dilema.
—Zedd, no puedo…
—Ve con él, Cara —le dijo Richard con sosegada autoridad—. Haz lo que dice. Por favor.
Nicci reconoció lo impotente que Richard se sentía para defender sus acciones en presencia de su abuelo. Lo comprendió porque ella siempre se había sentido igual de impotente en presencia de su madre cuando ésta le decía, como hacía a menudo, que había actuado equivocadamente. Nicci nunca había sido capaz de defenderse de lo que su madre le criticaba, pues ésta siempre era capaz, sin el menor esfuerzo, de hacer que las elecciones de Nicci pareciesen mezquinas y egoístas. Sin importar lo mayor que fuese, seguía siendo una niña ante aquellos que la habían criado, e incluso cuando ya llevaba años en el Palacio de los Profetas, su madre todavía podía hacerla sentir como si tuviese diez años y fuese idiota.
Precisamente el hecho de que Richard amaba y respetaba a su abuelo hacía que todo aquello fuese mucho más difícil para él de lo que había sido para Nicci. No obstante todo lo que Richard había logrado, su fortaleza, conocimientos, habilidad, maestría, era innegable que había decepcionado a su abuelo, y, debido a que lo amaba y respetaba, le dolía aún más.
—Vete —dijo Nicci a Cara a la vez que posaba la mano en la espalda de ésta—. Haz lo que él dice por ahora. Creo que a Richard le iría bien un poco de tiempo para ordenar sus ideas.
Cara, paseando la mirada entre Nicci y Richard, pareció como si pensara que era algo que Nicci podría ser capaz de manejar mejor y por lo tanto asintió.
—Ven tú también —dijo Zedd a Nicci—. Deja que Richard se ocupe de dar sepultura a la Madre Confesora. Necesito conocer tu parte en esto, cada pedacito, de modo que pueda descubrir cómo invertir todos los problemas nacidos no tan sólo de esto, sino de lo que Jagang ha hecho.
—De acuerdo —respondió Nicci—. Coged los caballos y estaré allí enseguida.
Zedd lanzó una breve mirada a Richard, todavía de rodillas junto al ataúd, antes de dar su conformidad a Nicci con un movimiento de cabeza.
Una vez que hubo desaparecido con Cara entre los enebros y la niebla, Nicci se agachó junto a Richard y le posó una mano entre los hundidos hombros.
—Todo irá bien, Richard.
—Me pregunto si algo volverá a estar bien jamás.
—Puede no parecer así ahora, pero todo se arreglará. Zedd superará su cólera y acabará por comprender que hacías todo lo que podías por actuar de un modo responsable. Sé que te quiere y que no era su intención que lo que dijo te doliera tanto.
Richard asintió sin alzar los ojos mientras seguía arrodillado en el barro, junto al féretro abierto que contenía el cadáver de la hacía mucho tiempo difunta Kahlan Amnell, la mujer que había imaginado que había sido su amor.
—Nicci —preguntó por fin, en voz tan baja que ella apenas pudo oírle por encima del quedo sonido de la lluvia—, ¿harás algo por mí?
—Cualquier cosa, Richard.
—Por última vez… sé la Señora de la Muerte para mí.
Ella le frotó la espalda y luego se puso en pie, las lágrimas mezclándose con la lluvia en su rostro. Por pura fuerza de voluntad, superando el sollozo que luchaba por escapar, obligó a su voz a mantenerse firme:
—No puedo Richard. Me has enseñado a abrazar la vida.