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icci abrió una puerta de roble con refuerzos de hierro a una brillante luz diurna. Hinchadas nubes blancas pasaban por un centelleante cielo azul celeste que en cualquier otro día le habría levantado el ánimo. Una brisa fresca le arrastró los cabellos sobre el rostro. Se los apartó mientras miraba a lo largo del estrecho puente a una muralla situada a lo lejos. Richard estaba en la pared más alejada de la fortificación, mirando montaña abajo. Cara, a poca distancia, se giró al oír la puerta.
La hechicera cruzó con paso rápido el puente tendido sobre los patios situados muy abajo. Pudo ver varios bancos de piedra repartidos por un jardín de rosas que había al pie de una torre y punto de unión de varios muros. Cuando por fin llegó al lado de Richard, éste miró en su dirección, dedicándole una pequeña sonrisa. Eso la reconfortó, a pesar de que sabía que la sonrisa era poco más que una educada formalidad.
—Rikka vino y me dijo que alguien se aproxima al Alcázar. Pensé que debería venir a buscarte.
Cara, a tres zancadas de distancia, se acercó un poco más.
—¿Sabe Rikka quién es?
Nicci negó con la cabeza.
—Me temo que no, y estoy un poco preocupada.
Sin moverse ni apartar los ojos de la lejana campiña, Richard dijo:
—Son Ann y Nathan.
Las cejas de Nicci se alzaron en gesto de sorpresa. Miró por el borde. Richard los señaló a lo lejos, muy por debajo, en la calzada que serpenteaba montaña arriba en dirección al Alcázar.
—Hay tres jinetes —dijo Nicci.
Richard asintió.
—Parece que podría ser Tom.
Nicci se inclinó fuera un poco más y atisbó a lo largo de la pared de piedra. Era un precipicio aterrador, y de repente tuvo la sensación de que no le gustaba en absoluto el lugar donde él se encontraba.
Con una mano en el hombro de Richard para recuperar el equilibrio, Nicci volvió a mirar a los tres caballos que ascendían fatigosamente por la soleada calzada. Desaparecieron brevemente bajo unos árboles para aparecer al cabo de un momento mientras proseguían sin pausa la ascensión hacia el Alcázar.
Una ráfaga de viento amenazó de improviso con desequilibrarla. Antes de que sucediera, el brazo de Richard alrededor de su cintura la sujetó. Instintivamente, la hechicera se apartó del borde. Una vez que estuvo en terreno seguro, el brazo protector de Richard la soltó.
—¿Puedes saber con seguridad, desde aquí, que son Ann y Nathan? —preguntó ella.
—Sí.
A Nicci no le entusiasmaba volver a ver a la Prelada. Al ser una Hermana de la Luz y habiendo vivido en el Palacio de los Profetas durante la mayor parte de su vida, Nicci estaba más o menos harta de las Hermanas y de su líder. En muchos aspectos, la Prelada era una figura maternal para ella, como lo había sido para todas las Hermanas, alguien que estaba allí para recordarles siempre que eran una decepción y sermonearlas diciendo que tenían que redoblar sus esfuerzos para ayudar a los necesitados.
Cuando ella era joven, si por casualidad el propio interés alzaba su fea cabeza, la madre de Nicci había estado siempre lista para bajarle los humos de un bofetón. Más tarde, fue la Prelada la que llevó a cabo aquella misma función, si bien con una sonrisa amable. Bofetón o sonrisa, era lo mismo: servidumbre.
Nathan Rahl era otra cuestión. En realidad no conocía al profeta, aunque había Hermanas, y especialmente novicias, que temblaban ante la simple mención de su nombre. No obstante, por lo que todo el mundo decía siempre, éste no era tan sólo peligroso, sino que posiblemente estaba desquiciado, lo cual, de ser cierto, tenía implicaciones perturbadoras para el actual estado mental de Richard.
El profeta había estado retenido en dependencias seguras durante casi toda su vida, con las Hermanas ocupándose no sólo de sus necesidades sino de que no escapase jamás. A los habitantes de la ciudad de Tanimura, donde había estado el palacio, el profeta les provocaba a la vez una excitación agradable y terror, por lo que pudiera decirles del futuro. Se rumoreaba, entre la gente de la ciudad, que era sin la menor duda perverso, ya que podía contarles cosas sobre su futuro. Las habilidades tendían a despertar la ira de muchas personas, en especial cuando tales habilidades no eran de las que podían usarse fácilmente para servir a sus necesidades.
Además, a Nicci no le preocupaba demasiado lo que la gente decía de Nathan. Había tenido experiencia con personas realmente peligrosas. Y Jagang estaba en la cabecera de su lista de malvados.
—Sería mejor que fuésemos ahí abajo —dijo Nicci a Richard y Cara. Richard siguió con la vista fija en la campiña.
—Ve tú, si quieres.
Sonaba como si le importase muy poco que viniese alguien, fuera quien fuese. Estaba claro que tenía la mente en otra parte y que lo único que quería era que ella se marchase.
Nicci apartó hacia atrás un mechón de pelo.
—¿No crees que deberías ver qué quieren? Al fin y al cabo, deben de haber recorrido un largo camino para llegar hasta aquí. Estoy segura de que no han venido a traer leche y pastelillos.
Richard encogió un hombro, sin mostrar ninguna otra reacción a su intento de hacer una gracia.
—Zedd puede ocuparse.
Nicci echaba tanto de menos la luz en los ojos de Richard… Ya no podía soportar más aquella situación.
Dirigió una mirada a la mord-sith y habló con voz tranquila pero con una autoridad inconfundible.
—Cara, ¿por qué no vas a dar un pequeño paseo? ¿Por favor?
Cara, sorprendida ante una indicación tan insólita pero tan clara procedente de Nicci, observó con atención a Richard y éste asintió con la cabeza. La hechicera contempló cómo Cara se alejaba por la fortificación antes de volver a dirigirse finalmente a Richard, pero en esta ocasión de un modo directo.
—Richard, tienes que poner fin a esto.
Con la mirada puesta en el panorama a sus pies, él no le respondió.
Nicci sabía que no podía permitirse fracasar en lo que tenía que decir, en lo que tenía que lograr. Haría casi cualquier cosa por conseguir que Richard quisiera tenerla en su vida, pero no quería conquistarle de ese modo. No quería convertirse en la segunda opción por detrás de un cadáver, o un sustituto de un sueño que él no podía hacer real. Si iba a tenerle alguna vez, sólo lo tendría porque él la eligiera, no porque a él no le quedara otra cosa. Había habido un tiempo en que ella habría aceptado por aquellos motivos, pero ya no. Se respetaba más que eso ahora, y todo debido a Richard.
Pero había más, éste no era el Richard que conocía y amaba. Incluso aunque jamás pudiera tenerle, no le permitiría hundirse en el terrible lugar oscuro en el que se encontraba. Si podía darle un empujón de vuelta a la vida, y eso era todo lo que podría hacer jamás por él, lo haría.
Incluso si tenía que representar el papel de antagonista para sacarlo de su espiral descendente, y no podía ser más que eso para él, lo haría.
Posó una mano sobre el merlón de piedra, haciendo que fuese imposible evitarla, y adoptó un tono aún más polémico.
—¿Es que no vas a luchar por lo que crees?
—Ellos pueden luchar si quieren. —Su voz no sonó abatida; sonó muerta.
—No es eso a lo que me refiero. —Nicci le agarró el brazo y le hizo girar con suavidad pero con firmeza, haciendo que diera la espalda al precipicio y obligándole a mirarla a la cara—. ¿No vas a luchar por ti?
Él trabó la mirada con ella pero no respondió.
—Esto es porque Zedd te dijo que lo habías decepcionado.
—Creo que la tumba que abrí podría tener algo que ver con ello.
—Puede que tú pienses eso, pero yo no. ¿Por qué tendría que ser así? Hay cosas que te han dejado deshecho y causado un gran impacto antes de ahora. Te capturé y te llevé al Viejo Mundo, y ¿qué hiciste tú? Te hiciste valer y actuaste como tú eres y según tus creencias, dentro de los límites de lo que yo te permitía hacer. Siendo quien eres, hiciste valer tu amor a la vida y eso cambió la mía. Me mostraste la verdad de la alegría de vivir y todo lo que significa.
»Esta vez despertaste después de casi morirte y te encontraste con que ni yo, ni Cara ni nadie más creía en tu recuerdo de Kahlan, pero eso jamás te detuvo. Seguiste sosteniendo tus convicciones a pesar de todo lo que decíamos.
—Lo que había en aquel ataúd es distinto, yo diría que un poco más que un simple razonamiento.
—¿Lo es? No lo creo. Era un esqueleto. ¿Y qué?
—¿Y qué? —La irritación empezó a dejarse ver en sus facciones—. ¿Has perdido el juicio? ¿Qué quieres decir con «y qué»?
—No es que yo quiera abogar por tu caso cuando no creo en él, pero quisiera persuadirte con hechos reales, no con esa endeble evidencia.
—¿Qué quieres decir?
—Bien, ¿fue la cara de Kahlan lo que viste? No, no podía serlo. No quedaba cara. Sólo una calavera… sin rostro, sin ojos, sin facciones. El esqueleto llevaba el vestido de la Madre Confesora. ¿Y qué? Estuve en el Palacio de las Confesoras y había otros vestidos allí como ése.
»Así pues, ¿fue un nombre bordado en una cinta dorada suficiente para demostrártelo? ¿Suficiente para llevarte al final de tu búsqueda, de tus creencias? ¿Después de todas las cosas que Cara y yo te hemos dicho, te hemos argumentado, te hemos razonado, resulta que de improviso consideras que esa evidencia endeble demuestra que tienes delirios? ¿Un esqueleto en un ataúd sujetando una cinta con su nombre bordado en ella es suficiente para convencerte de improviso de que la soñaste, justo lo que te hemos estado diciendo todo el tiempo y tú te has negado a creer? ¿No crees que la cinta es un poquitín demasiado conveniente?
Richard la miró torciendo el gesto.
—¿Adónde quieres ir a parar?
—No creo que esto sea lo que te está pasando. Creo que estás equivocado respecto a tus recuerdos, pero no creo que al Richard que conozco se le pudiera convencer con las dudosas pruebas de esa tumba. Esto ni siquiera se debe a que Zedd cree tan poco en tus recuerdos como Cara y yo.
—Entonces, ¿a qué se debe?
—Todo esto se debe a que creíste que un cadáver en un ataúd era ella porque temías que fuese cierto después de que tu abuelo dijese que se sentía decepcionado contigo y que le habías fallado.
Richard empezó a apartarse de ella, pero Nicci le agarró la camisa y tiró de él hacia atrás, obligándole a mirarla.
—Eso es de lo que creo que va todo esto —dijo la hechicera con feroz determinación—. Estás enfurruñado porque tu abuelo dijo que estabas equivocado, que lo decepcionaste.
—A lo mejor porque lo hice.
—¿Y qué?
Richard torció el gesto con desconcierto.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir… qué pasa si le has decepcionado… Qué pasa si piensa que hiciste una estupidez… Tú eres tú. Hiciste lo que razonaste que tenías que hacer. Actuaste porque pensaste que tenías que actuar y hacer las cosas que hiciste.
—Pero yo…
—Tú ¿qué? ¿Lo decepcionaste? ¿Lo enfureciste por lo que decidiste hacer? ¿Te tenía en mejor concepto y le fallaste? ¿No cumpliste sus expectativas?
Richard tragó saliva, no queriendo admitirlo en voz alta.
Nicci le alzó la barbilla y le obligó a mirarla a los ojos.
—Richard, no tienes ninguna obligación de vivir de acuerdo con las expectativas de nadie.
La miró pestañeando, con expresión estupefacta.
—Es tu vida —insistió ella—. Fuiste tú quien me enseñó eso. Hiciste lo que pensabas que debías. ¿Rechazaste la oferta de Shota porque Cara no estaba de acuerdo contigo? No. ¿Habrías rechazado la oferta de Shota de haber sabido que yo pensaba que te equivocabas al darle tu espada? ¿O si las dos te hubiésemos dicho que serías un estúpido si aceptabas? No, no lo creo.
»Y ¿por qué no? Porque hacías lo que pensabas que debías hacer y a pesar de lo mucho que esperabas que estuviésemos de acuerdo contigo, al final no importó lo que pensásemos. Tenías una convicción. No te acobardaste ante la decisión, actuaste. Hiciste lo que creías que tenías que hacer. Tomabas una decisión basada en lo que creías, por razones que sólo tú puedes conocer de verdad, y en que, para ti, era lo correcto. ¿No es así?
—Bueno… sí.
—Entonces ¿qué importancia debería de tener que tu abuelo piense que estás equivocado? ¿Estaba él allí? ¿Sabe él todo lo que tú sabías en aquel momento? Resultaría agradable que él creyera en lo que hiciste, que te apoyase y dijese: «Me alegro por ti, Richard», pero no lo hizo. ¿Convierte eso de repente en equivocada tu decisión? ¿Lo hace?
—No.
—Entonces no puedes permitir que se apodere de tu mente. En ocasiones las personas que más nos aman tienen las expectativas más altas puestas en nosotros, y en ocasiones esas expectativas están idealizadas. Hiciste lo que tenías que hacer, teniendo en cuenta lo que creías y lo que sabes, para encontrar las respuestas que necesitabas para resolver el problema. Si todas las demás personas del mundo creen que estás equivocado, pero tú crees que tienes razón, tienes que actuar sobre lo que tienes sólidos motivos para creer. El número de aquellos que estén en tu contra no cambia los hechos y debes actuar para encontrar los hechos, no para satisfacer a la multitud o cualquier individuo concreto.
»No tienes ninguna obligación de vivir según las expectativas de cualquier otro. Únicamente tienes que vivir según tus propias expectativas. Algo de la luz, del fuego, estaba de vuelta en sus atentos ojos grises.
—¿Significa eso que me crees, Nicci?
Ella negó tristemente con la cabeza.
—No, Richard. Creo que tu creencia en Kahlan es el resultado de tu herida. Creo que la soñaste.
—¿Y la tumba?
—¿La verdad?
Cuando él asintió, Nicci inspiró profundamente.
—Creo que es la auténtica Madre Confesora, Kahlan Amnell.
—Entiendo.
Nicci volvió a agarrarle la mandíbula y le obligó a volverla a mirar.
—Pero eso no significa que tengo razón. Baso lo que creo en otras cosas…, cosas que sé. Pero no creo que nada de lo que vi en ese ataúd, por mucho que crea que es ella, realmente lo pruebe. He estado equivocada en mi vida otras veces. Tú has pensado que estoy del todo equivocada en esto. ¿Vas a hacer lo que dice alguien que crees que está equivocado? ¿Por qué tendrías que hacer eso?
—Pero es tan duro cuando nadie me cree…
—Claro que lo es, pero ¿y qué? Eso no hace que ellos tengan razón y tú estés equivocado.
—Pero cuando todo el mundo dice que estás equivocado, eso empieza a hacerte dudar.
—Sí, a veces la vida es realmente dura. En el pasado, las dudas siempre te han hecho buscar con más ahínco la verdad, para asegurarte de que tenías razón, porque conocer la verdad puede darte las energías para seguir peleando. Esta vez, el impacto que recibiste al ver un cuerpo en la tumba de la Madre Confesora, cuando no habías previsto siquiera la posibilidad de que hubiese uno allí, unido a los comentarios inesperadamente severos de tu abuelo, justo en aquel momento de horror, pudieron contigo.
»Puedo comprender que fue la última gota y ya no podías seguir luchando. Todo el mundo puede en algún momento llegar al límite de su resistencia y arrojar la toalla; incluso tú, Richard Rahl. Eres mortal y tienes tus limitaciones, igual que todas las demás personas. Pero tienes que lidiar con eso y seguir adelante. Te has rendido por un tiempo, pero ahora tienes que hacerte otra vez con el control de tu vida.
Pudo ver cómo él pensaba, reflexionaba. Era una visión emocionante ver la mente de Richard de vuelta y trabajando, aunque aún podía ver su vacilación. No quería que, tras llegar tan lejos, volviera atrás ahora.
—La gente debe no haberte creído en otras ocasiones, en muchas cosas —dijo—. ¿No hubo nunca momentos en los que esa Kahlan tuya no te creyera? Una persona real habría estado a veces en desacuerdo contigo, habría dudado de ti, discutido contigo. Y cuando eso sucedía, debes de haber hecho lo que creías que tenías que hacer, incluso aunque ella pensase que estabas equivocado, tal vez incluso un poco loco. Quiero decir, vamos, Richard, ésta no es la primera vez que he pensado que estabas loco.
Richard sonrió brevemente antes de meditarlo. Entonces, una amplia sonrisa se extendió por su rostro.
—Sí, ciertamente hubo momentos así con Kahlan, momentos en los que no me creyó.
—Y tú de todos modos hiciste lo que creías que tenías que hacer, ¿verdad?
Richard, sonriendo todavía, asintió.
—Entonces no dejes que este incidente con tu abuelo arruine tu vida.
Él alzó una mano y volvió a dejarla caer.
—Pero es que…
—Te diste por vencido debido a lo que Zedd te dijo y te olvidaste de lo que obtuviste de Shota.
Él alzó bruscamente la cabeza, con la atención fija de repente en ella.
—¿Qué quieres decir?
—A cambio de la Espada de la Verdad, Shota te dio información para ayudarte a descubrir la verdad. Una de las cosas que te contó fue: «Lo que buscas lleva mucho tiempo enterrado».
»Pero eso no es todo. Cara nos contó a Zedd y a mí todo lo que Shota dijo. Al parecer, lo más vital que te dio, porque fue lo primero y casi todo lo que pensaba que tenía que decirte, fueron las palabras «Cadena de Fuego». ¿Cierto?
Richard asintió.
—Luego te dijo que debías encontrar «el lugar de los huesos en la Profunda Nada». Shota también te dijo que tuvieses cuidado con la víbora de cuatro cabezas.
»¿Qué es Cadena de Fuego? ¿Qué es la Profunda Nada? ¿Qué es la víbora con cuatro cabezas? Pagaste un precio muy caro por esa información, Richard. ¿Qué has hecho con ella? Viniste aquí y preguntaste a Zedd si la conocía y dijo que no, luego te dijo que lo habías decepcionado.
»¿Y qué? ¿Vas a desperdiciar todo lo que has obtenido en tu búsqueda sólo por ese motivo? ¿Porque un anciano que no tiene ni idea de lo que Kahlan significa para ti o por lo que has pasado los dos últimos años cree que actuaste estúpidamente? ¿Quieres mudarte aquí y convertirte en su perro faldero? ¿Quieres dejar de pensar y limitarte a depender de él para que piense por ti?
—Por supuesto que no.
—En la sepultura Zedd estaba enojado. Pasó por cosas que probablemente ni podemos imaginar para quitarle la Espada de la Verdad a Shota. ¿Qué esperarías que dijese? «¡Oh!, sí, ésa es una buena idea, Richard, simplemente devuélvesela. No pasa nada». Había invertido muchísimo para recuperar la espada y pensó que habías realizado un intercambio estúpido. ¿Y qué? Es su punto de vista. A lo mejor incluso tiene razón.
»Pero tú pensaste que era lo bastante importante para sacrificar algo que él te había confiado sólo a ti, algo muy valioso para ti, para obtener un valor mayor. Creíste que era un trato justo. Cara dijo que al principio incluso tú pensaste que Shota podría estarte estafando, pero luego acabaste creyendo que lo que te había dado lo valía. ¿Dijo la verdad Cara?
Richard asintió.
—¿Qué te dijo Shota sobre vuestro trato?
Richard alzó la mirada a las torres que se erguían detrás de Nicci mientras rememoraba las palabras.
—Shota dijo: «Querías lo que yo sé que puede ayudarte a encontrar la verdad. Te lo he dado: Cadena de Fuego. Tanto si te das cuenta como si no en estos momentos, te he ofrecido un trato justo. Te he dado las respuestas que necesitabas. Eres el Buscador… o al menos lo eras. Tendrás que descubrir lo que significan esas respuestas».
—¿Y la crees?
Richard lo meditó un momento, bajando la mirada a un lado.
—La creo. —Cuando volvió a alzar la vista hacia sus ojos, la chispa de vida volvía a llamear allí—. Sí que la creo.
—Entonces deberías decirnos a mí, a Cara y a tu abuelo que si ninguno de nosotros va a ayudarte, entonces deberíamos quitarnos de en medio y permitir que hagas lo que debes.
Richard sonrió, si bien con cierta tristeza.
—Eres una mujer de lo más extraordinaria, Nicci. Me has convencido de que siga luchando aunque tú no crees en aquello por lo que lucho. —Se inclinó al frente y la besó en la mejilla.
—De verdad que desearía poder hacerlo, Richard… por ti.
—Lo sé. Gracias, amiga mía. Y digo «amiga» porque sólo a una amiga de verdad le preocuparía ayudarme a enfrentarme a la realidad. —Alargó el brazo y con el pulgar le quitó una lágrima de la mejilla—. Has hecho más por mí de lo que crees, Nicci. Gracias.
La hechicera sintió un júbilo vertiginoso mezclado con la creciente frustración de que volvían a estar justo donde habían empezado.
Con todo, quiso rodearle con los brazos, pero en su lugar se limitó a posar ambas manos sobre la que él tenía posada en un lado de su rostro.
—Ahora —dijo él—, creo que será mejor que vayamos a encargarnos de Ann y Nathan, y luego necesito averiguar qué papel representa esa Cadena de Fuego en todo esto. ¿Me ayudarás?
Nicci sonrió a la vez que asentía, demasiado afectada por la emoción para hablar, y luego, incapaz de contenerse, le lanzó los brazos al cuello y lo apretó con fuerza contra ella.