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ferrando los flacos hombros de su abuelo, Richard zarandeó al anciano.
—¿Está aquí? ¿Kahlan está en el Palacio de las Confesoras? Con la inquietud extendiéndose por su rostro arrugado, Zedd asintió con cautela.
Con el dorso de la mano, Richard secó las lágrimas que le corrían por la mejilla.
—Está aquí —dijo, volviéndose hacia Cara, y agarró los hombros de la mord-sith y la zarandeó—. Está en Aydindril. ¿Has oído? No lo estaba imaginando. Zedd la recuerda. Sabe la verdad.
Cara parecía como si hiciese todo lo posible por asimilar el asombro que sentía sin dar la impresión de que se entristecía ante la sorprendente noticia.
—Lord Rahl…, me siento…, feliz por vos. Realmente es así, pero no veo cómo…
Richard, sin dar la impresión de reparar en la incertidumbre titubeante de la mord-sith, volvió a girarse hacia el mago.
—¿Qué hace ahí abajo? —preguntó con una voz que no cabía en sí de entusiasmo.
Zedd, adoptando una expresión de seria inquietud, volvió a dirigir una veloz mirada tanto a Cara como a Nicci antes de posar con ternura una mano en el hombro de Richard.
—Richard, ahí es donde está enterrada.
El mundo pareció detenerse.
En un fugaz momento de comprensión, Nicci cayó en la cuenta.
De improviso, todo quedó claro. El comportamiento de Zedd tenía sentido ahora. La mujer de la que Zedd hablaba no era la Kahlan, la Madre Confesora, de la imaginación de Richard, la mujer que imaginaba que lo amaba y que se había casado con él.
Era la auténtica Madre Confesora.
Nicci había advertido a Richard de que en su sueño había hecho algo peligroso al imaginar a una mujer como esposa que no era simplemente una mujer anónima imaginaria, sino una mujer de la que había oído hablar antes; una mujer que, daba la casualidad, era bien conocida en la Tierra Central. Ésa era la Kahlan Amnell real, la auténtica Madre Confesora, que estaba enterrada allí abajo, en el Palacio de las Confesoras, no la persona que Richard había inventado para que fuese su amor, y era precisamente esa realidad la que Nicci había temido que acabaría por hacer añicos el mundo de Richard.
Le había advertido que acabaría por suceder. Le había advertido que un día acabaría encontrándose cara a cara con la verdad, y ese momento había llegado. Esto era justo lo que ella había estado intentando impedir.
Con todo, a Nicci no le produjo alegría haber tenido razón y sintió sólo una tristeza abrumadora ante lo que Richard debía de estar experimentando. No podía ni imaginar lo desconcertante, lo desorientador, que tenía que ser para él; para alguien tan firmemente anclado en la realidad como lo había estado siempre Richard, toda aquella experiencia tenía que ser devastadora.
Richard sólo podía mirar de hito en hito.
—Richard —dijo Zedd por fin, dándole un leve apretón en los brazos—, ¿te encuentras bien? ¿Qué sucede?
Richard parpadeó lentamente. Parecía en estado de shock.
—¿Qué quieres decir con que está enterrada ahí abajo, en el Palacio de las Confesoras? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Cuándo sucedió?
Zedd se pasó la lengua por los labios cautamente.
—No sé cuándo murió. Cuando estuve ahí abajo… cuando el ejército de Jagang marchaba sobre Aydindril… vi la lápida. No la conocía. Simplemente vi su tumba, eso es todo. Es una lápida muy grande. Sería difícil pasarla por alto. A todas las Confesoras las mataron las escuadras enviadas por Rahl el Oscuro. Debe de haber muerto en esa época.
»Richard, no es posible que hayas conocido a esa mujer. Tenía que haber estado ya muerta y enterrada antes de que abandonásemos nuestro hogar en la Tierra Occidental; antes de que cayera el Límite. En los tiempos en que todavía eras un guía de bosque.
Richard apretó las palmas de las manos contra su frente.
—No, no, no lo comprendes. Tienes el mismo problema que todos los demás. No es ella. Tú conoces a Kahlan.
Zedd alzó una mano comprensiva hacia su nieto.
Richard, eso no es posible. Las escuadras mataron a las Confesoras.
—Sí, a las otras Confesoras las mataron aquellos asesinos, pero no a ella, no a Kahlan. —Richard agitó una mano—. Zedd, fue ella quien vino a pedirte que designaras al Buscador. Por eso abandonamos la Tierra Occidental. Conoces a Kahlan.
Zedd frunció el entrecejo.
—Pero ¿qué dices? Tuvimos que irnos cuando Rahl el Oscuro vino tras nosotros. Tuvimos que huir para salvar la vida.
—En parte, pero Kahlan apareció buscándote a ti primero. Ella nos contó que Rahl el Oscuro había puesto en marcha las cajas del Destino. Él estaba en el otro lado del Límite. De no ser por la llegada de Kahlan, ¿cómo lo habríamos sabido?
Zedd escudriñó a Richard como si sospechara que estaba muy enfermo.
—Richard, cuando se ponen en marcha las cajas del Destino, la vid de la serpiente crece. Incluso lo dice El libro de las sombras contadas. Tú, mejor que nadie, lo sabes. Estabas en Alto Ven y te picó una vid de la serpiente. Te provocó una fiebre y viniste a verme en busca de ayuda. Así es como supimos que las cajas del Destino estaban en funcionamiento. Rahl el Oscuro vino entonces a la Tierra Occidental y nos atacó.
—Bueno, sí, eso es todo verdad, en cierto modo, pero Kahlan nos dijo lo que sucedía en la Tierra Central. Ella lo confirmó —gruñó Richard, contrariado—. Es más que eso, más que el que ella viniese a pedirte que designaras un Buscador… Tú la conoces.
—Me temo que no es así, Richard.
—Queridos espíritus, Zedd, pasaste el invierno anterior con ella y el ejército d’haraniano. Cuando Nicci me llevó al Viejo Mundo, Kahlan estuvo allí con Cara y contigo. —Señaló con insistencia a la mord-sith, como si ello fuese a probar de algún modo lo que decía y poner fin a la pesadilla—. Cara y ella pelearon a tu lado todo el invierno.
Zedd alzó los ojos hacia Cara. Ésta, situada a la espalda de Richard, giró hacia arriba las palmas de la mano y dedicó un encogimiento de hombros a Zedd para hacerle saber que sabía tanto de todo ello como él mismo.
—Puesto que has sacado el tema de tu designación como Buscador, ¿dónde está tu…?
Richard chasqueó los dedos y el rostro se le iluminó repentinamente.
—Ésa no es la tumba de Kahlan.
—Por supuesto que lo es. No existe la menor duda respecto a esa sepultura. Es muy visible y recuerdo con claridad que tiene su nombre tallado en la misma piedra.
—Sí, es su nombre, pero no es su tumba. Comprendo de qué estás hablando ahora. —Richard profirió una risita aliviada—. Te lo digo, no es su tumba.
A Zedd no le pareció divertido.
—Richard, he visto su nombre en la lápida. Es ella, la Madre Confesora, Kahlan Amnell.
Richard sacudió la cabeza.
—No, ésa no es ella. Eso fue una estratagema…
—¿Una estratagema? —Zedd ladeó la cabeza, frunciendo el entrecejo—. ¿De qué hablas? ¿Qué clase de estratagema?
—Iban tras ella…, la Orden iba tras Kahlan cuando ocuparon Aydindril. Se habían hecho con el control del consejo, la habían condenado a muerte y la buscaban. Para impedirles que la persiguieran, pusiste un hechizo de muerte sobre ella…
—¿Qué? ¡Un hechizo de muerte! Richard, ¿tienes alguna idea de la magnitud de lo que estás sugiriendo?
—Claro que la tengo. Pero es cierto. Necesitabas fingir su muerte para que la Orden creyera que habían tenido éxito y no fuesen tras ella, para que pudiese huir. ¿No lo recuerdas? Tú hiciste la lápida, o al menos la mandaste hacer. Yo vine aquí a buscarla… eso fue hace pocos años. Tu hechizo incluso me engañó a mí. Pensé que estaba muerta. Pero no lo estaba.
Su confusión se había retirado y en aquellos momentos Zedd parecía seriamente preocupado.
—Richard, no puedo imaginar qué te sucede, pero esto es sencillamente…
—Los dos escapasteis a un lugar seguro pero me dejaste un mensaje en su lápida —dijo Richard, dándole golpecitos a Zedd en el pecho con un dedo—, para que supiera que en realidad seguía viva. Para que no me desesperara. Para que no me rindiera. Casi lo hice, pero entonces lo entendí.
Zedd estaba a punto de estallar de frustración y preocupación. Nicci conocía la sensación.
—Recórcholis, muchacho, ¿de qué mensaje hablas?
—Las palabras de la lápida. La inscripción. Era un mensaje para mí.
Zedd se puso en jarras.
—¿Qué estás diciendo? ¿Qué mensaje? ¿Qué decía el mensaje?
Richard empezó a pasear, presionando las yemas de los dedos contra sus sienes mientras farfullaba para sí, al parecer intentando recordar los términos exactos.
O, se dijo Nicci, intentando inventarlos del modo en que siempre inventaba respuestas para librarse de tener que enfrentarse a la verdad. Sabía que en esta ocasión él cometía un error que acabaría por atraparlo, que la realidad lo iba cercando, incluso aunque no lo hubiese reconocido aún. Pronto lo haría.
A pesar de que la hechicera deseaba que Richard se curase, que superara los falsos recuerdos que lo habían estado alterando, temía el dolor que sabía que le acarrearía cuando por fin estuviese cara a cara con la incuestionable verdad. Lo que era aún más, temía qué le sucedería si era incapaz de ver la verdad, o rehusaba verla, si se hundía para siempre en un mundo de engaños.
—No aquí… —masculló Richard—. Algo sobre no estar aquí. Y algo sobre mi corazón.
Zedd empujó la mejilla hacia fuera con la lengua, al parecer en un esfuerzo por mantenerse tranquilo mientras observaba a su nieto paseando de un lado a otro y al mismo tiempo, probablemente, intentando imaginar qué podía estarle sucediendo.
—No —dijo Richard bruscamente a la vez que se detenía—. No, no mi corazón… Eso no es lo que decía. Es un monumento grande. Lo recuerdo ahora. Decía: «Kahlan Amnell, Madre Confesora. Ella no está aquí, sino en los corazones de aquellos que la aman».
»Era un mensaje para que no perdiera la esperanza porque no estaba realmente muerta. En realidad ella no estaba allí, en aquella sepultura.
—Richard —dijo Zedd con tono compasivo—, es un texto bastante corriente en una tumba, que alguien no está muerto sino que más bien sigue viviendo en los corazones de aquellos que lo amaron. Probablemente hay montones de sepulturas grabadas con ese sentimiento, con esas mismas palabras.
—¡Pero ella no estaba enterrada allí! ¡No lo estaba! Pone que… «ella no está aquí»… por un motivo.
—Entonces, ¿quién está enterrado en su tumba? —preguntó Zedd.
—Nadie —dijo él finalmente, la mirada perdiéndose a lo lejos mientras pensaba—. A la señora Sanderholt, la cocinera del palacio, la engañó tu hechizo de muerte igual que a todo el mundo. Cuando yo finalmente llegué aquí me contó que estuviste allí, sobre la plataforma, mientras decapitaban a Kahlan; la mujer estaba de luto por ello y terriblemente trastornada, pero yo comprendí que tú no harías algo así y por lo tanto que tenía que ser uno de tus trucos. Tú me lo dijiste… ¿recuerdas? A veces la mejor magia no es más que un truco.
Zedd asintió.
—Esa parte es del todo cierta.
—La señora Sanderholt me contó que habían quemado el cuerpo de Kahlan en una pila funeraria, todo ello supervisado por el Primer Mago en persona. Dijo que las cenizas de Kahlan se enterraron a continuación bajo aquella inmensa lápida de piedra. La señora Sanderholt incluso me llevó fuera, al patio apartado junto al palacio, donde se entierra a las Confesoras. Me mostró la tumba. Yo estaba horrorizado. Pensé que era ella, que estaba muerta, hasta que entendí el mensaje tallado en la piedra. El mensaje que vosotros dos dejasteis para que lo encontrara.
Volvió a aferrar los hombros de su abuelo.
—¿Lo ves? Fue sólo un truco para que nuestros enemigos le perdieran el rastro. No estaba realmente muerta. No estaba realmente enterrada allí. No hay nada enterrado allí, excepto tal vez algunas cenizas.
Nicci pensó que era de lo más conveniente que Richard imaginara que la habían incinerado, de modo que todo lo que quedaran fuesen cenizas que no podían ser identificadas. Siempre se le ocurría algo que, desde su punto de vista, explicaba de un modo lógico la carencia de pruebas. Nicci no sabía si a las Confesoras las incineraban en realidad, pero si así era, eso no haría más que proporcionar a Richard otro pretexto útil en el que apoyar su relato y seguir negando que fuese ella. Una vez más no tendrían forma de demostrar lo contrario.
—A menos, desde luego, que se estuviese sacando de la manga la parte de la pira funeraria de su historia y a las Confesoras no se las incinerase habitualmente.
—¿Y así pues dices que fuiste allí? —preguntó Zedd—. ¿Hasta dónde se alza la lápida?
—Sí, y entonces Denna vino…
—Denna estaba muerta —intervino Cara, interrumpiendo por primera vez—. Vos la matasteis para poder escapar de ella en el Palacio del Pueblo. No podía haber estado allí… a menos claro que apareciese en forma de espíritu.
—Sí, eso es cierto —dijo él, volviéndose hacia ella—. Lo hizo. Vino como un espíritu y me llevó a un lugar entre mundos para que pudiese estar con Kahlan allí.
Los ojos de Cara miraron brevemente hacia el mago. Le era imposible ocultar la incredulidad que sentía, así que apartó la mirada y se entretuvo rascándose el cogote.
Nicci quería chillar. El relato se volvía más disparatadamente enrevesado por momentos. Recordó a la Prelada enseñándole cuando era una novicia que la simiente de las mentiras, una vez plantada, no dejaba de crecer cada vez más enmarañada y fuera de control con el paso del tiempo.
Zedd se acercó por detrás y sujetó con suavidad los hombros de Richard.
—Vamos, muchacho. Creo que necesitas un poco de descanso y luego, una vez que hayas descansado, podemos…
—¡No! —exclamó Richard a la vez que se retorcía para desasirse—. ¡No lo estoy imaginando! ¡No lo estoy inventando!
Nicci sabía que hacía precisamente eso. En cierto sentido, resultaba extraordinario el modo en que era capaz, sobre el terreno, de tejer nuevos acontecimientos, basados en su delirio original, para escapar continuamente de la verdad.
Pero no podría escapar eternamente. Estaba la cuestión de la auténtica Madre Confesora enterrada en la tumba y eso era demasiado real; a menos que resultase que la Tierra Central sí que incineraba a sus Confesoras, en cuyo caso Richard podría seguir adelante a trancas y barrancas, aferrándose a su sueño durante un poco más de tiempo, hasta que surgiera el siguiente problema. Más tarde o más temprano, no obstante, algo iba a hacer añicos esos sueños.
Zedd volvió a probar.
—Richard, estás cansado. Parece como si hubieses estado viviendo sobre un caballo durante…
—¡Puedo demostrarlo! —replicó él en desafío.
Todo el mundo calló.
—No me creéis, lo sé. Ninguno de vosotros me cree. Pero puedo demostrarlo.
—¿Qué quieres decir? —inquirió Zedd.
—Vamos. Bajad conmigo hasta la lápida.
—Richard, te lo dije, la lápida podría muy bien decir lo que dijiste que recuerdas, pero eso no demuestra nada. Es un sentimiento que aparece expresado con mucha frecuencia en las lápidas.
—¿Existe la costumbre de quemar los cuerpos de las Madres Confesoras en una pira funeraria? O era eso sólo parte de tu estratagema para que no tuvieses que presentar un cuerpo en el funeral durante el entierro.
Zedd empezaba a mostrarse exasperado.
—Cuando yo vivía aquí no se profanaban jamás los cuerpos de las Confesoras. A la Madre Confesora se la depositaba en un ataúd revestido de plata con su vestido blanco y se permitía a la gente contemplarla por última vez, despedirse, antes de que la enterrasen.
Richard dirigió una mirada feroz a su abuelo, a Cara, y finalmente a Nicci.
—Estupendo. Si tengo que excavar la tumba para demostraros a todos que no hay nada enterrado bajo la lápida, entonces eso es lo que haré. Necesitamos resolver esto para poder pasar a la solución de lo que está sucediendo. Para conseguir eso, necesito que todos vosotros me creáis.
Zedd extendió las manos.
—Richard, eso no es necesario.
—¡Sí que lo es! ¡Es necesario! ¡Quiero recuperar mi vida!
Nadie quiso discutir con él.
—Zedd, ¿te he contado alguna vez una mentira maliciosa?
—No, muchacho, nunca lo has hecho.
—No miento ahora.
—Richard —dijo Nicci—, nadie dice que mientas, únicamente que padeces los desgraciados efectos del delirio inducido por una herida. No es culpa tuya. Todos sabemos que no haces esto adrede.
Él se giró hacia su abuelo.
—Zedd, ¿no lo ves? Piensa en ello. Algo no va bien en el mundo. Algo está terriblemente mal. Por algún motivo que no he sido capaz de descubrir, soy el único que es consciente de ello. Soy el único que recuerda a Kahlan. Tiene que haber algo detrás de esto. Algo perverso. A lo mejor Jagang es el responsable.
—Jagang hizo crear a la bestia para que te persiguiera —repuso Nicci—. Lo puso todo en ese esfuerzo. No tendría necesidad de hacer nada más. Además, con la bestia acechándote, ¿para qué serviría?
—No lo sé. No tengo todas las respuestas, pero sé la verdad de parte de ello.
—¿Y cómo puede ser que sólo tú conozcas la verdad y todos los demás estén equivocados, que la memoria les haya fallado a todos excepto a ti? —preguntó Zedd.
—Tampoco conozco la respuesta a eso, pero puedo probar que digo la verdad. Puedo mostrarte la tumba. Vamos.
—Te lo dije, Richard, la lápida pone palabras corrientes.
La expresión de Richard se tornó peligrosa.
—Entonces excavaremos la sepultura para que todos podáis ver que está vacía y que no estoy loco.
Zedd alzó una mano hacia la puerta, todavía abierta.
—Pero oscurecerá pronto. Lo que es más, va a llover.
Richard se dio la vuelta desde la entrada.
—Tenemos un caballo extra. Todavía podemos llegar ahí abajo con luz de día. Si es necesario, podemos usar faroles. Si debo hacerlo, cavaré en la oscuridad. Esto es más importante que preocuparse por un poco de lluvia o la falta de luz. Necesito acabar con esto… ahora… para poder dedicarme a solucionar el problema auténtico y para que pueda encontrar a Kahlan antes de que sea demasiado tarde. Vamos.
Zedd gesticuló acaloradamente.
—Richard, esto es…
—Déjale hacer lo que pide —dijo Nicci, interrumpiendo y atrayendo todas las miradas—. Todos hemos oído suficiente. Esto es importante para él. Debemos permitirle hacer lo que cree que debe hacer. Es la única posibilidad que tenemos de resolver la cuestión.
Antes de que Zedd pudiese contestarle, una mord-sith apareció entre los dos pilares rojos del lado opuesto de la habitación. Llevaba los cabellos rubios sujetos en una única trenza como la de Cara; no era tan alta como ella, y tampoco tan delgada, pero tenía un aspecto igual de formidable en el porte, como si no temiera a nada y viviera para tener una excusa para demostrarlo.
—¿Qué sucede? Oí… —Abrió los ojos de par en par con repentino asombro—. ¿Cara? ¿Eres tú?
—Rikka —dijo Cara con una sonrisa y un movimiento de cabeza—, me alegro de verte otra vez.
Rikka inclinó la cabeza ante Cara más profundamente de lo que ésta lo había hecho antes de quedarse mirando a Richard. Avanzó al interior de la estancia.
Los ojos se abrieron de par en par.
—Lord Rahl, no os he visto desde…
Richard asintió.
—Desde el Palacio del Pueblo, en D’Hara. Cuando acudí para cerrar el paso al inframundo tú fuiste una de las mord-sith que me ayudaron a subir al Jardín de la Vida. Fuiste tú la que agarró mi camisa por el hombro izquierdo mientras todas me guiabais a través del palacio para que no tuviese contratiempos. Una de vuestras hermanas mord-sith dio su vida esa noche para que yo pudiera completar mi misión.
Rikka sonrió atónita.
—Lo recordáis. Todas llevábamos nuestro traje de cuero rojo. No puedo creer que tengáis una memoria tan buena que seáis capaz de recordarme, y mucho menos que fuese yo la que estaba junto a vuestro hombro izquierdo. —Inclinó la cabeza—. Y nos honráis a todas al recordar a una que cayó en combate.
—Sí que tengo una buena memoria. —Richard lanzó una sombría mirada feroz a Nicci y luego a Zedd—. Eso fue justo antes de que regresara a Aydindril y a la lápida con el nombre de Kahlan en ella. —Volvió otra vez la cabeza hacia Rikka—. Vigila el Alcázar, ¿quieres, Rikka? Nosotros tenemos que bajar a la ciudad durante rato.
—Desde luego, lord Rahl —respondió ella, inclinando otra vez la cabeza, con una expresión casi aturdida por estar en presencia de Richard, y descubrir que la recordaba.
Richard volvió a pasear su iracunda mirada de rapaz por el resto de los allí presentes.
—Vamos.
Desapareció por la entrada. Zedd agarró la manga de Nicci al pasar ésta por la puerta.
—¿Lo hirieron, verdad? —Cuando ella vaciló, él prosiguió—: Dijiste que padecía delirios a consecuencia de haber estado herido.
Nicci asintió.
—Le dispararon una flecha. Estuvo a punto de morir.
—Nicci lo curó. —Cara se inclinó al frente a la vez que hablaba en voz queda—. Salvó la vida de lord Rahl.
Zedd enarcó una ceja.
—Una amiga de verdad.
—Lo curé —confirmó Nicci—, pero fue lo más difícil que he hecho nunca. Puede que le salvase la vida, pero ahora me preocupa que no hiciese un trabajo lo bastante bueno.
—¿Qué quieres decir? —inquirió Zedd.
—Temo que de algún modo haya hecho algo para provocar sus delirios.
—Eso no es cierto —replicó Cara.
—Me pregunto si es así —dijo Nicci—, si podría haber hecho más, u obrado de un modo distinto.
Tragó saliva, sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta. Temía que era cierto, que el problema de Richard era culpa suya, que no había actuado con la celeridad suficiente o que podría haber hecho algo terriblemente equivocado. Le preocupaba constantemente la decisión que había tomado aquella mañana terrible de llevar a Richard a un lugar seguro antes de ponerse a trabajar en él. Había temido un ataque que habría interrumpido, con funestas consecuencias, sus esfuerzos para curarlo, pero a lo mejor si se hubiese limitado a empezar justo entonces, allí, en el campo de batalla, él quizá no estaría persiguiendo fantasmas en aquellos momentos.
Al fin y al cabo, no había tenido lugar ningún ataque, así que había tomado la decisión equivocada al llevarlo a la granja abandonada. En aquel momento no había sabido que no era inminente ningún ataque, pero a lo mejor, si hubiese dedicado algún tiempo a hacer que los hombres de Víctor explorasen la zona, podría haber empezado a curar a Richard mucho antes. No lo había hecho porque temía que si exploraban, y ella tenía razón sobre que había más enemigos cerca, entonces habrían tenido que mover a Richard de todos modos, y para entonces a éste se le habría acabado el tiempo.
En todo caso, era ella quien había tomado las decisiones, y era Richard quien ahora padecía delirios. Algo había salido mal aquella noche espantosa.
No había nadie en el mundo que le importase más que Richard, y temía que era ella quien le había provocado el daño que le estaba destrozando la vida.
—Exactamente ¿qué le pasó? —preguntó Zedd—. ¿Dónde le dispararon la flecha?
—En el lado izquierdo del pecho… con una saeta con lengüeta. Aquella punta en lengüeta se alojó en su pecho sin atravesarlo por completo. Consiguió desviarla parcialmente, de modo que no le acertó por muy poco en el corazón, pero el pulmón y el pecho se estaban llenando de sangre rápidamente.
Zedd alzó una ceja, estupefacto.
—¿Y pudiste sacar la flecha y curarle?
—Así es —confirmó Cara con pasión—. Salvó la vida de lord Rahl.
—No sé… —Nicci tenía dificultades para expresarlo todo en palabras—, he estado separada de él mientras venía hacia aquí. Ahora que lo veo otra vez, que veo cómo se ha aferrado con tanta fuerza a su delirio y no consigue llevar a ver la verdad, no estoy segura de que le hiciese ningún bien. ¿Cómo puede vivir si no puede ver la verdad del mundo que le rodea? Si bien su cuerpo puede estar curado, padece una forma atroz de muerte lenta a medida que la mente le falla.
Zedd le dio una palmada paternal en el hombro. Nicci reconoció la luz de la vida en sus ojos. Era la misma chispa que Richard tenía, o al menos la misma chispa que acostumbraba a tener.
—Sencillamente tendremos que ayudarle a ver la verdad.
—¿Y si destruye su corazón? —preguntó ella.
Zedd sonrió, y su sonrisa le recordó la de Richard, la sonrisa que tanto echaba en falta.
—Entonces sencillamente tendremos que curar su corazón, ¿no? Nicci fue incapaz de emitir más que un susurro que bordeó el llanto.
—¿Y cómo vamos a hacer eso?
Zedd volvió a sonreír y dio un firme apretón a su hombro.
—Tendremos que averiguarlo. Primero vamos a dejarle ver la verdad, luego ya nos preocuparemos sobre cómo curar la herida que producirá en su corazón.
Nicci sólo pudo asentir. La aterraba ver sufrir a Richard.
—¿Y qué es esa bestia que mencionasteis? ¿La que creó Jagang?
—Un arma creada mediante la utilización de Hermanas de las Tinieblas —repuso Nicci—. Algo de la época de la gran guerra.
Zedd lanzó una imprecación por lo bajo ante la noticia. Cara dio la impresión de que tenía algo que decir sobre la bestia, pero se lo pensó mejor y en su lugar empezó a andar hacia la puerta.
—Vamos. No quiero que lord Rahl nos lleve demasiada delantera. Zedd expresó su acuerdo entre gruñidos.
—Parece que vamos a mojarnos.
—Al menos si llueve —dijo la mord-sith—, el agua me quitará algo del olor a caballo.