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on un gemido que sonó como las almas condenadas de un millar de pecadores, ángulos, remolinos y haces de oscuridad que rodaban sobre sí mismos se materializaron surgiendo de la oscuridad.
A la vez que las mesas del extremo opuesto de la habitación eran violentamente volcadas, la oscura maraña explosionó a través de ellas, lanzando por los aires astillas de todos los tamaños.
Las mesas se hacían añicos sucesivamente a medida que la bestia nacida de un puñado de sombras cruzaba como una furia la estancia en dirección a Richard.
El sonido de la madera que estallaba y se astillaba resonó en el aire polvoriento de la biblioteca.
Cara y Rikka se colocaron ambas de un salto frente a Richard, cada una empuñando su agiel. Él sabía muy bien lo que sucedería en el caso de que toparan con la bestia. El solo pensamiento de que Cara resultase herida de aquel modo otra vez inflamó su cólera, y, antes de que pudiesen arremeter contra la oscura masa que se abría paso por la biblioteca, las agarró a ambas por las largas trenzas rubias y con un rugido colérico las arrojó hacia atrás.
—¡No os interpongáis en su camino! —aulló a las mord-sith.
Tanto Ann como Nathan alargaron los brazos en dirección a la cosa, liberando magia que hizo rielar la habitación con oleadas de calor. Richard sabía que comprimían el aire en un intento de rechazar el ataque; pero sus esfuerzos no tenían el menor efecto sobre el nudo de sombras que rodaba y se retorcía por la habitación. Todos retrocedieron, intentando mantener la distancia con la amenaza.
Richard se agachó cuando una tabla larga pasó como una exhalación junto a su cabeza y chocó contra un poste. Una de las lámparas se partió, arrojando aceite llameante sobre las antiguas alfombras e incendiándolas. Columnas de humo gris se alzaron tras ellos mientras hacían frente a la bestia que atacaba a Richard.
Zedd lanzó un rayo abrasador que atravesó justo el centro de la oscura masa como si ni siquiera estuviese allí, yendo a estrellarse contra los estantes de la pared opuesta. Libros y papel en llamas volaron por los aires. Nubes de polvo y humo hicieron su aparición a la vez que un ruidoso estallido inundaba la estancia.
Gemidos y lamentos terribles, como los alaridos de los condenados a través de una puerta abierta a las profundidades del inframundo, surgían de la bestia mientras ésta avanzaba incontenible, abriéndose paso a través de los gruesos postes de caoba. Las lámparas giraban por el aire a medida que eran arrojadas a un lado, los reflectores de plata proyectaban una luz titilante por toda la habitación y creaban sombras que iban a cobijarse en la bestia a medida que ésta adquiría aún más densidad y oscuridad.
La magia que Ann y Nathan conjuraban a toda prisa no era visible para Richard, pero daba la impresión de atravesar directamente la bestia, como si sólo estuviese hecha de lo que parecía ser, sombras todas ellas revueltas entre sí. Y, sin embargo, el nudo de oscuridad se abría paso violentamente a través de las sólidas mesas de madera y los postes, convirtiéndolos en astillas. Vigas que se retorcían rechinaron y chirriaron tablas bajo la tensión de otro poste partido. El borde de la galería se combó, luego descendió varios centímetros, antes quedar inclinado como un borracho. Estalló otro poste, superada su capacidad para doblarse por la embestida de la oscura amenaza, y el borde de la galería cayó varios centímetros más. El suelo inclinado hizo tambalear unas estanterías, que a continuación volcaron, haciendo caer una avalancha de libros a la habitación principal.
En medio de toda la confusión, destrucción y ruido, mientras retrocedía por la habitación, sin perder de vista la amenaza que se aproximaba, a la vez que intentaba pensar cómo contrarrestarla, Richard descubrió que lo agarraban por el hombro. Con una fuerza sorprendente, Nicci lo metió por la puerta. Tom, que montaba guardia en el pasillo, agarró el otro brazo de Richard y ayudó a sacarlo de la biblioteca al tiempo que Cara y Rikka guardaban la retaguardia.
En la habitación, la bestia siguió avanzando, destrozando cualquier cosa que encontraba en su camino mientras giraba hacia la puerta, hacia Richard.
Ann, Nathan y Zedd reunieron fuerzas que Richard ni siquiera podía ver, pero sí percibir por el zumbido en el aire y las oleadas de sensaciones mareantes que agitaban su estómago. Sentía cómo la magia conjurada zarandeaba el aire.
Nada de ello sirvió. Era como si estuviesen atacando sombras.
Nicci giró de nuevo hacia la habitación y alzó un puño en dirección a la maraña de sombras que avanzaba desordenadamente hacia ella. La repentina explosión hizo que todos se estremecieran y agacharan mientras la hechicera liberaba un rayo de poder que era a la vez deslumbradoramente brillante y de una oscuridad gélida, todo ello entretejido en un estallido terrible. La descarga de poder atronador sacudió el Alcázar, haciendo temblar el suelo y levantando polvo de todas las grietas y esquinas. El enroscado filamento de destrucción explotó a través de la bestia, pulverizándose. Lluvias de chispas cayeron al tiempo que se hacían pedazos estanterías. Madera, escombros y cientos de libros junto con fajos de papeles salieron volando por los aires, dejando hojas aleteando a la deriva entre aquel caos. Pareció como si hubiesen soltado una ventisca de papel en la habitación.
La ensordecedora descarga de poder de Nicci que zarandeó el Alcázar también se abrió paso a través de los muros de piedra igual que una llama a través de papel. Por los irregulares tajos abiertos en la sólida piedra, penetraron de improviso en la habitación jirones de luz solar de un azul apagado. El contraste de la cruda luz con la oscura habitación hizo aún más difícil ver la lóbrega colección de sombras a medida que se movía a través de la confusión de aquella destrucción.
Todos se cubrieron los oídos cuando el terrible lamento que sonó igual que almas en pena, aumentó hasta tener un tono espeluznante, como si el poder que Nicci había lanzado sobre él hubiese descendido hasta alcanzar el inframundo.
Si bien no pareció haber hecho gran cosa para detener a la enigmática bestia, sí que atrajo su atención. Nada más lo había hecho.
Nicci salió corriendo por la puerta y empujó a Richard, obligándole a avanzar pasillo adelante. Él era reacio a abandonar a Zedd ante tal amenaza, pero sabía que la cosa iba tras él, no tras su abuelo. Zedd estaría más seguro si Richard huía. De todos modos, no creía que correr fuese necesariamente la mejor solución.
—Mantente fuera de su camino —dijo Richard a Tom—. Te haría trizas. Eso también va por vosotras dos —indicó a Cara y a Rikka mientras le conducían por el pasillo.
—Lo comprendemos, lord Rahl —dijo Cara.
—¿Cómo lo matamos? —preguntó Tom mientras corrían de lado por el pasillo, mirando con desconfianza en dirección a la biblioteca.
—No podéis —respondió Nicci—. Ya está muerto.
—Vaya, fantástico —masculló Tom mientras giraba otra vez para ayudar a Nicci, Cara y Rikka a asegurarse de que Richard seguía en movimiento.
Richard no pensaba que necesitase ningún estímulo físico. Los lamentos de los muertos ya le exhortaban lo suficiente a correr.
Destellos luminosos acompañados de furiosos alaridos surgieron de la puerta mientras los que seguían en la habitación pugnaban aún por destruir, o al menos contener, lo que no parecía otra cosa que un núcleo de sombras vivientes. Richard sabía que malgastaban el tiempo. Estaba hecho en parte de Magia de Resta y ellos no tenían armas contra aquello; la cosa ya les había demostrado aquella particularidad, pero probablemente intentaban distraerla para dar a Richard tiempo para escapar. Hasta el momento, aquella criatura no había demostrado ser susceptible a tales tácticas. Shota ya se lo había dicho.
En una intersección, Richard tomó por el corredor revestido de madera de la derecha. El resto lo siguió. De trecho en trecho pasaban ante zonas abiertas con sillas, sofás y lámparas apagadas. Tales lugares debían de haber albergado en el pasado conversaciones animadas.
Mientras giraban y corrían por un pasillo más amplio con paredes revocadas de color canela y suelos de roble dorado, una pared situada al frente estalló. Nubes de polvo y escombros fueron hacia ellos. Richard dio un patinazo sobre el pulido suelo de madera y cambió de dirección cuando el revoltijo de sombras emergió de la nube de polvo blanco. Anteriormente, habían sido los demás los que lo empujaban al frente, así que ahora, al dar media vuelta, él era quien iba detrás, mientras la bestia acortaba distancias.
La oscura maraña daba la impresión de haber absorbido aún más sombras a lo largo de su camino: pequeñas sombras sesgadas, una amplia sombra frondosa, esquinas de un negro impenetrable, una oscura penumbra neblinosa. El modo en que las sombras se plegaban sobre sí mismas creaba negras figuras que se arremolinaban entre sí. Observarlo mareaba, incluso durante las breves ojeadas que él echaba mientras corría.
Y con todo, era tan insustancial que cuando miraba por encima del hombro podía ver luz procedente de ventanas a través de la criatura. Aun así, mientras ellos doblaban esquinas a toda velocidad, la bestia se ensanchaba a veces y rozaba las paredes, y cuando lo hacía, arrancaba la madera, o el enlucido, o la piedra, con la misma facilidad que un toro atravesando zarzas.
Richard no tenía ni idea de cómo combatir a un racimo de sombras desmenuzadas que podían abrirse paso a través de piedra maciza sin ni siquiera aminorar la velocidad.
Recordó a los hombres de Víctor en el bosque, tan violentamente desgarrados en unos simples instantes, y se preguntó si era ésa la cosa que se había abierto paso a cuchilladas a través de ellos, si ése fue el destino al que se enfrentaron aquella mañana terrible.
Dos magos y dos hechiceras habían intentado ahora detener a la bestia conjurada por Jagang sin ningún efecto. Y Nicci era más que una simple hechicera. Le habían enseñado el siniestro arte de cómo usar la Magia de Resta a cambio de oscuros juramentos en los que Richard temía pensar, y ni siquiera eso había detenido a la bestia.
Nicci paró y giró hacia la negrezca colección de sombras que recorría a toda velocidad los pasillos recubiertos de paneles de roble tras ellos. Parecía como si tuviese intención de oponer resistencia. Cuando la alcanzó, Richard, sin aminorar la marcha, le plantó el hombro en la cintura y se la cargó al hombro como un saco de patatas mientras corría.
Por todas partes los corredores se iluminaron con un cegador fogonazo de luz cuando Nicci —habiendo recuperado el aliento— lanzó magia tras ella al mismo tiempo que Richard la transportaba pasillo adelante. El suelo tembló, casi hizo caer a Richard. La oscuridad los atrapó y pasó veloz junto a ellos durante un instante pero Nicci liberó un poder espantoso contra la criatura que los perseguía, y por el lamento perturbador que resonó por los pasillos, Richard se dijo que el esfuerzo de la hechicera había servido de algo.
La mujer le agarró la camisa con ambas manos a la vez que se revolvía.
—¡Déjame en el suelo, Richard! ¡Deja que corra por mí misma! ¡No hago más que retrasarte y nos está alcanzando! ¡Deprisa!
Inmediatamente, Richard la hizo girar en redondo de modo que estuviese mirando en la dirección correcta. Al depositarla en el suelo la sujetó por la cintura hasta estar seguro de que ella mantenía el equilibrio y podía correr a la misma velocidad que el resto de ellos.
Con Nicci junto a él y Tom, Cara y Rikka justo delante, corrieron por los pasillos sin saber adónde iban. Pasaban al azar de giros a la derecha a giros a la izquierda, dejando atrás algunas intersecciones y tomando otras. Richard podía oír a la bestia abriéndose paso tras ellos. A veces los seguía por vestíbulos y corredores, a veces, cuando doblaban una esquina, perforaba las paredes, intentando acortar distancias, intentando alcanzarle. Piedra, mortero y madera parecían no afectar a la criatura, que se abría paso a través de cada uno con la misma facilidad. Richard sabía que una criatura conjurada por la Hermanas de las Tinieblas y ligada al inframundo dispondría de habilidades que ningún ser corriente poseería, así que no tenía ni idea que cuáles podrían ser sus límites.
Mientras corría, chilló a las dos mord-sith y a Tom:
—¡Vosotros tres seguid recto! ¡Intentad que la criatura os siga! Miraron atrás sin dejar de correr y asintieron a lo que ordenaba.
—Esa cosa no los va a seguir —dijo Nicci con voz queda a la vez que se inclinaba hacia él en plena carrera.
—Lo sé. Tengo una idea. Quédate conmigo… voy a tomar esas escaleras que hay ahí delante.
Mientras los tres que iban delante pasaban a toda velocidad ante él, Richard rodeó con una mano la esfera de piedra negra situada encima del pilar de arranque del pasamanos de la escalera. Se dio impulso para girar a su alrededor y correr hacia la derecha. Nicci hizo lo mismo y ambos descendieron los peldaños a toda velocidad. La bestia dobló la esquina como una exhalación, pasando a través del pilar y haciendo que fragmentos de granito rebotaran en las paredes y que la esfera corriera, dando brincos, por el pasillo. Cara, Rikka y Tom, que ya habían dejado atrás las escaleras, frenaron con un patinazo sobre el suelo de pulido mármol. Siguieron a la bestia inmediatamente escaleras abajo.
Richard y Nicci descendieron los escalones saltándolos de tres en tres o de cuatro en cuatro. Richard podía oír el aullido sobrenatural de la criatura justo tras él, y le parecía como si le tocase los cabellos del cogote… de tan cerca como estaba.
Al final de la escalera, Richard fue a la derecha, siguiendo un pasadizo de piedra. La bestia se ensanchó, chocando contra una pared de pulido mármol color canela. El mármol se hizo añicos con un sonoro estallido pero la bestia siguió adelante. Richard descendió por el primer hueco de escalera que encontró, luego bajó el segundo tramo de escalones y también el tercero.
El amplio corredor que partía en línea recta de la escalera estaba cubierto por alfombras a intervalos regulares, lo que hacía que les fuese más difícil mantener el equilibrio. Las paredes tenían un zócalo de madera debajo del enlucido. Soportes colocados a distancias uniformes por el pasillo sostenían lo que parecían esferas de cristal que se tornaban más brillantes a medida que Richard pasaba a la carrera. Corría tan deprisa como podía, Nicci junto a él, y las sombras seguían rodando al frente como la muerte misma, pisándoles los talones.
Al llegar a una escalera de caracol de hierro, Richard saltó a mujeriegas sobre el pasamanos y se deslizó por él a una velocidad suicida, en un descenso en espiral, al interior de la oscuridad. Pegada a él, Nicci le pasó un brazo alrededor del cuello para mantener el equilibrio. Juntos descendieron vertiginosamente, ganando cierta distancia preciosa a su perseguidor.
Al finalizar, el pasamanos los arrojó a un frío suelo. Ambos rodaron sobre las lisas baldosas verdes y resbalaron por ellas hasta detenerse por fin, tendidos cuan largos eran en el suelo. Richard se puso en pie a toda prisa y agarró una de las refulgentes esferas de un soporte.
—Vamos, deprisa —dijo a Nicci.
Cruzaron a la carrera habitaciones y pasillos interminables, tomando Richard la ruta más disparatada que podía en un esfuerzo por sacudirse de encima a su perseguidor. De vez en cuando, ganaban unos pasos preciosos. En otras ocasiones, en especial en los corredores, la criatura recuperaba distancia y, poco a poco, se aproximaba cada vez más. Algunas de las habitaciones eran acogedoras, revestidas con paneles de madera. La bestia parecía succionar las sombras directamente de las frías chimeneas a medida que pasaba junto a ellas. Las esferas que sostenían proyectaban un resplandor cálido a su alrededor. Las estanterías contenían tomos encuadernados en cuero y a su lado se veían sillones suntuosamente tapizados. Richard volcó por accidente un atril, pero mantuvo el equilibrio y siguió corriendo.
Tras descender más tramos de escalera, algunos con rellanos y otros que no eran más que huecos estrechos que parecían no tener fondo, las estancias empezaron a resultar menos espléndidas. Algunos de los corredores tenían azulejos con curiosos dibujos por todas partes. Una de las salas era inmensa y estaba vacía, con gruesos pilares redondos de piedra dispuestos a distancias uniformes por toda ella. Las luces que llevaban no fueron suficientes para penetrar en las zonas más alejadas. De vez en cuando, los pasillos apenas eran otra cosa que huecos cincelados a través de roca maciza.
Otras habitaciones y corredores estaban protegidos con escudos que Richard atravesó deliberadamente. No quería que Cara, Rikka y Tom se acercaran a la cosa que lo perseguía; no quería que corrieran el mismo destino que los hombres de Víctor. Sabía que Cara se enfurecería con él cuando viera que le cerraban el paso escudos mágicos, y esperaba poder vivir para oír su sermón.
Emergieron de lo que pareció, al cruzarla, una habitación para almacenar material de construcción, con sacos de arpillera y piedras amontonadas a cada lado. Richard reconoció el material por la época que pasó en Altur’Rang cumpliendo trabajos forzados en el palacio del emperador Jagang. Ahora la bestia de Jagang lo perseguía.
Al salir por el extremo opuesto de la habitación de almacenaje fueron a parar a un corredor largo con suelo de pizarra. Las lisas paredes de bloques de piedra se alzaban ininterrumpidamente hasta un techo que tenía que estar al menos a unos cuarenta metros por encima de sus cabezas. Allí abajo, en el fondo de aquel pasadizo de imponente altura, Richard se sintió como una hormiga.
De inmediato, fue a la derecha. El retumbo de las botas de ambos resonó por todas partes a su alrededor mientras corrían con todas sus fuerzas. Richard no tardó en tener que ir un poco más despacio por Nicci. Ambos estaban cerca del final de su resistencia. El lamento de miles de almas muertas siguió avanzando al frente sin pausa, sin que pareciese fatigarse jamás.
Mientras corría, Richard ni siquiera podía ver el final del alto pasadizo, que desaparecía en la distancia. El que fuese tan sólo un corredor de entre muchos le proporcionó una buena idea de lo vasto que era el Alcázar.
Al llegar a un pasillo que cruzaba a la izquierda, Richard corrió por él una corta distancia, hasta que tropezaron con una escalera de hierro. Intentando recuperar el resuello, miró atrás y vio que la maraña de sombras doblaba la esquina. Tras empujar a Nicci por delante de él, bajaron la escalera a saltos.
Al pie de ella encontraron una pequeña habitación cuadrada que era poco más que una intersección de pasillos que se abrían en tres direcciones, Richard extendió la refulgente esfera al frente, echando una rápida ojeada a cada pasillo. No consiguió ver nada en dos de ellos, pero en el de la derecha le pareció ver brillar algo tenuemente. Había estado abajo en el Alcázar con anterioridad y tropezado con lugares extraños y uno de aquellos lugares extraños era lo que necesitaba en aquellos momentos.
Junto con Nicci recorrió el pasillo a toda velocidad. Tal y como había pensado, no era muy largo, justo lo bastante para conducirlos bajo el colosal corredor y luego un poco más allá, hasta ir a dar a unas paredes cubiertas de fragmentos de cristales de colores dispuestos en complicados diseños geométricos. La luz de las dos refulgentes esferas se reflejó en los pequeños pedazos de cristal para enviar a continuación por toda la habitación miles de reflejos de colores que centelleaban y rielaban. Sólo había otra abertura, más allá, en una pared del otro extremo.
Richard se detuvo tambaleante. La extraña habitación centelleante le provocaba un hormigueo en la piel muy parecido a como si lo rozaran telarañas. Nicci giró la cabeza, pasándose la mano por la cara como para quitarse algo. Richard sabía que tal sensación era parte de una advertencia más amplia para que se mantuvieran alejados.
A cada lado de la lejana abertura había pilares pequeños hechos de piedra pulida con motas de oro que sostenían en alto un entablamiento.
El pasadizo al otro lado de los pilares, no mucho más alto que Richard, se veía cuadrado y hecho de simples bloques de piedra que desaparecían en la oscuridad. Parecía una entrada muy elaborada e imponente para un pasillo tan sencillo.
Richard esperó estar en lo cierto respecto al motivo.
Al acercarse a la abertura, la zona situada ante los pilares empezó a despedir un tenue resplandor rojizo y el aire mismo empezó a zumbar de un modo muy perturbador.
Nicci, con los cabellos de la cabeza erizándose como si estuviese a punto de ser alcanzada por un rayo, le agarró el brazo a Richard, tirando de él hacia atrás.
—Eso es un escudo.
—Lo sé —le dijo él a la vez que la arrastraba asida a su brazo.
—Richard, no puedes. Esto no es simplemente un escudo corriente. No es sólo de Suma. Está entretejido con Magia de Resta. Tales escudos son mortales, en especial éste.
Él miró atrás, por donde habían venido, y vio a la imprecisa bestia avanzando por el pasadizo hacia ellos.
—He cruzado lugares como éste antes.
Esperó que aquel escudo en particular fuera como los que había cruzado. Si era más poderoso o más restrictivo que lo que había cruzado anteriormente, entonces iba a encontrarse en serios problemas.
El único modo de salir de la habitación en que estaban era volver por el pasadizo por donde venía la bestia, o ir hacia delante, a través del escudo.
—Vamos, rápido.
El pecho de Nicci subía y bajaba espasmódicamente mientras ésta luchaba por recuperar el resuello.
—Richard, no podemos pasar por ahí. Ese escudo nos arrancará la carne de los huesos.
—Te lo he dicho, he hecho esto antes. Tú puedes dominar la Magia de Resta, así que tú también puedes hacerlo. —Empezó a correr—. Además, si no lo hacemos, estamos muertos de todos modos. Es nuestra única posibilidad.
Con un gruñido, la hechicera corrió con él entre la lluvia de centelleantes reflejos de los mosaicos de cristal que cubrían las paredes de la habitación.
—Será mejor que tengas razón.
Él le agarró la mano y la sujetó con fuerza, sólo por si era necesario haber nacido con el lado de Resta. Nicci no había nacido con él, sino que había adquirido la capacidad de usarlo. Él no sabía gran cosa sobre magia pero, por lo que había aprendido, existía un gran abismo entre nacer con él y simplemente ser capaz de usarlo. Había ayudado a otros, sin el don, a cruzar escudos en ocasiones anteriores, así que, entre las habilidades de la hechicera y el que él la sujetara, supuso que podría hacerla pasar; siempre que él mismo consiguiera cruzar.
El aire que los rodeaba se tornó como una niebla carmesí. Sin detenerse, Richard cargó como una exhalación a través de la entrada, arrastrando a Nicci con él.
La repentina avalancha de presión pareció como si fuese a aplastarlos. Nicci lanzó un jadeo.
Richard tuvo que obligarse a luchar contra aquella presión para poder avanzar. El calor le abrasaba la carne; fue tan intenso que por un instante pensó que había cometido un tremendo error, que Nicci había tenido razón, y que el escudo les consumiría la carne de los huesos.
Al tiempo que se estremecía ante la inesperada sensación abrasadora, el impulso lo condujo al otro lado. No sin cierta sorpresa, advirtió que no sólo estaba vivo y en absoluto lastimado, sino que el pasillo no era ni por asomo lo que parecía desde el otro lado. Cuando había mirado por la abertura antes, parecía un simple pasillo de bloques de piedra, pero una vez franqueados los pilares, era de piedra pulida que parecía titilar con una ondulante superficie plateada que le daba un aspecto tridimensional.
Una ojeada atrás mostró a la maraña de sombras yendo como una centella hacia la entrada a la abertura. Sujetando aún la mano de Nicci, Richard hizo que ambos retrocedieran más al interior del centelleante corredor.
Estaba demasiado cansado para seguir corriendo.
—Aquí vivimos o morimos —dijo a la hechicera mientras luchaba por recuperar el aliento.