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ichard se quitó el sudor y la llovizna de la frente. Poca luz penetraba en la penumbra de la ciénaga, pero incluso sin el sol cayendo de lleno sobre ellos el calor húmedo era opresivo. Tras descender de la tormenta que rugía arriba, en el paso de montaña, a Richard ya no le importaba tanto ese calor. Cara tampoco se quejaba, pero raramente lo hacía cuando se trataba de su propia incomodidad. En tanto estuviese cerca de él ya se sentía satisfecha, aunque sí que tendían a ponerla de malhumor las ocasiones en que él hacía cualquier cosa que ella considerase arriesgada. Lo que explicaba la irritabilidad que mostraba por ir a ver a Shota.
Aquí y allá, en el barro y en terreno blando del suelo del bosque, Richard veía huellas recientes dejadas por Samuel, lo que le dejaba bien claro que el compañero de Shota había estado ansioso por regresar a la protección de ésta. También Cara veía el rastro, y Richard se había sentido impresionado cuando ella lo había señalado. La mord-sith había dedicado más atención a los rastros desde el día en que Kahlan había desaparecido y Richard les había mostrado a ella, Nicci y Víctor algunas de las cosas que los rastros revelaban.
A pesar de que las huellas de Samuel dejaban claro que había marchado a toda velocidad y no daba la impresión de que tuviese intención de volver a intentar atacarles, Richard y Cara mantenían una cuidadosa vigilancia por si él, o cualquier otra cosa, estuviese acechando en las sombras. Después de todo, la ciénaga tenía como propósito mantener alejados a los intrusos. Richard no estaba seguro de qué les aguardaba exactamente tras el amparo de las hojas y sombras, pero los habitantes de la Tierra Central, magos incluidos, no penetrarían en el santuario de Shota a no ser que tuviesen un buen motivo para ello.
Ya no llovía, pero entre la humedad y lo nebuloso que estaba todo era como si siguiera haciéndolo. El dosel que formaban las copas de los árboles acumulaba la neblina y la llovizna, y las iba dejando caer en goterones. Hojas amplias sobre largos tallos arqueados que brotaban de las enmarañadas matas del suelo del bosque y ramitas de los árboles cabeceaban bajo aquellas gruesas gotas, dando a todo el bosque un constante movimiento ondulante en medio del aire inmóvil.
Los árboles de la ciénaga crecían en formas retorcidas, como atormentados por la carga de enredaderas y cortinas de musgo. Líquenes costrosos y limo negro crecían en sus cortezas. A lo lejos, Richard distinguía aves posadas en ramas, vigilando.
Había vapor en suspensión por encima de la superficie de aguas estancadas. En los márgenes del agua, marañas de raíces descendían sinuosas a las profundidades. Se movían otras cosas allí, alzando una película de aire de agua con las lentas ondulaciones que creaban, y desde las sombras que rodeaban las aguas había ojos que observaban.
Por todas partes resonaba el reclamo discordante de los pájaros mientras Richard y Cara se dedicaban a asestar manotazos a los insectos que zumbaban a su alrededor. Otros animales refugiados en la neblina emitían chillidos y silbidos. Al mismo tiempo, la espesa vegetación inmóvil y el peso bochornoso del aire proporcionaban al lugar una especie de incómoda quietud. Richard vio que Cara arrugaba la nariz ante el penetrante hedor a putrefacción.
La senda a través de la espesa maleza casi parecía más un túnel. A Richard le alegró que no tuviesen que aventurarse fuera del sendero y adentrarse en el lodazal circundante, pues podía imaginar perfectamente garras y colmillos aguardando impacientes a que fuesen su cena.
Cuando alcanzaron el margen de la lúgubre ciénaga, Richard hizo una pausa. Atisbar en aquella oscura maraña de ramas y musgos colgantes y maleza era como mirar desde el interior de una cueva al glorioso nuevo día situado más allá. A pesar de la neblina de la ciénaga, el sol de la tarde se había abierto paso a través de la capa de nubes en algunos lugares para proyectar dorados haces de luz solar sobre el lejano valle.
Alrededor del verde valle las rocosas paredes grises de las montañas circundantes ascendían casi en línea recta hacia las nubes. Por lo que Richard sabía, no había otro modo de acceder al hogar de Shota. El valle a sus pies se extendía cual una ondulante alfombra de hierba salpicada de flores silvestres, y bosquecillos de robles, arces y hayas moteaban algunas de las colinas y se congregaban en zonas bajas, a lo largo del arroyo, las hojas reluciendo bajo las últimas luces del día.
En el bosque oscuro donde Richard y Cara se encontraban era como si estuviesen en plena noche. No muy lejos, el agua caía estrepitosamente por la roca escarpada del límite de la ciénaga para desaparecer en columnas de neblina en su descenso a los transparentes estanques y arroyos situados mucho más abajo, donde emitía un rugido distante, que, a la altura en que ellos estaban, era apenas un siseo.
Richard condujo a Cara por un angosto sendero que abandonaba el camino principal, el cual finalizaba en un precipicio. El pequeño sendero sería casi imposible de encontrar de no haber sabido él dónde mirar debido a su anterior visita. Pasaba por entre un laberinto de peñascos casi oculto bajo una capa de helechos. Enredaderas, musgo y maleza también ayudaban a ocultar la poco visible ruta.
Por fin iniciaron el descenso. El camino que bajaba al interior del valle estaba compuesto en gran parte de peldaños, tallados en la piedra de la pared del precipicio. Los peldaños serpenteaban, horadaban la roca y giraban en un descenso continuo, siguiendo la forma natural de los niveles de las rocas, a veces resiguiendo vertiginosas columnas naturales de piedra, para luego retroceder sobre sí mismos.
La vista durante el descenso por la pared del precipicio era espectacular. Los arroyos que transportaban el exceso de agua de la montaña y serpenteaban entre suaves colinas eran los más hermosos que había visto Richard. Los árboles, bosquecillos y en otros puntos alzándose solos como un único monarca en lo alto de una colina, resultaban una visión increíblemente tranquila y atractiva.
En el lejano centro del valle, entre una alfombra de árboles espléndidos había un hermoso palacio de una elegancia y esplendor impresionantes. Agujas exquisitas se alargaban en el aire, puentes espigados conectaban las elevadas torres y reseguidas por escaleras en espiral. Banderas y gallardetes de colores vistosos ondeaban en lo alto de cada punta. Si podía decirse que un palacio majestuoso tenía un aspecto femenino, éste lo tenía; parecía un lugar apropiado para una mujer como Shota.
Aparte de su hogar en Ciudad del Corzo y las montañas situadas al oeste de allí, adonde había llevado a Kahlan para que se recuperara durante el transcurso de un verano mágico, Richard no había visto nunca ningún otro lugar comparable a ese valle. Eso le había hecho vacilar en su opinión sobre Shota antes de haberla visto la primera vez. Al atravesar la ciénaga en aquella época, la había considerado un lugar apropiado para que viviera una bruja; pero cuando le habían dicho que el valle era en realidad su hogar, había pensado que, sin duda, alguien que podía llamar hogar a un lugar tan tranquilo y hermoso debía tener algunas buenas cualidades. Más tarde, una vez vista la belleza del Palacio del Pueblo, el hogar de Rahl el Oscuro, acabó por descartar ideas tan indulgentes.
En la base del precipicio, junto a la cascada, una calzada discurría a través de campos cubiertos de hierba para serpentear entre las pequeñas colinas. Antes de dirigirse a la calzada Cara preguntó si podían aprovechar para darse un chapuzón y lavarse.
Richard se dijo que parecía una buena idea, así que se detuvo y se quitó la mochila. Lo que más le importaba era lavar las dolorosas quemaduras para que tuviesen oportunidad de cicatrizar. Estaba empapado de sudor y mugre e imaginaba que debía de parecer un pordiosero.
Kahlan le había dicho en una ocasión que era importante transmitir la impresión adecuada a la gente, a fin de que se preocupara por su vestimenta y desechara la de guía del bosque. Había estado intentando decirle que si esperaba que la gente le creyera y siguiera, si quería ser el lord Rahl y estar al mando del imperio d’haraniano, debía tener el aspecto adecuado.
El aspecto, al fin y al cabo, era un reflejo de lo que una persona pensaba de sí misma y por lo tanto, de los otros. Una persona que sentía desprecio por sí misma, o no tenía confianza en sí misma, reflejaba esos sentimientos en su apariencia personal y tales pistas visuales no inspiraban confianza en los demás, pues ese detalle reflejaba a la persona interior… tanto si esa persona lo advertía como si no.
Ningún ave pundonorosa que gozase de buena salud permitiría que sus plumas apareciesen erizadas. Ningún puma seguro de sí mismo dejaría que su pelaje permaneciese mucho tiempo enmarañado, apelmazado y sucio. Una estatua concebida para representar la nobleza del hombre no transmitiría esa noción con un aspecto desaliñado y sucio.
Richard había comprendido lo que Kahlan quería decirle, y, de hecho, ya había empezado a darse cuenta antes de que ella lo mencionara. Había cogido parte de un equipo de un mago guerrero en el Alcázar del Hechicero y hecho que le confeccionaran algunas otras cosas. No sabía en qué modo impresionaba de esa forma a otras personas, pero recordaba con total claridad cómo había impresionado a Kahlan.
Richard rodeó las rocas del pie de la cascada en busca de un lugar privado para tomar un rápido baño mientras Cara elegía otro punto. La mord-sith prometió no tardar.
El agua resultaba relajante, pero Richard no quería malgastar tiempo. Tenía asuntos mucho más importantes en la cabeza. Una vez que hubo eliminado por completo el sudor y la mugre, y tras limpiar las quemaduras, se puso el traje de mago guerrero, que llevaba en la mochila. Pensó que hoy, precisamente, sería un día apropiado para aparecer ante Shota como un líder que venía a hablar con ella, en lugar de como un mendigo desamparado.
Sobre unos pantalones negros y una camisa negra sin mangas, colocó la túnica negra abierta a los costados, decorada con símbolos que serpenteaban a lo largo de una amplia franja dorada que discurría por todo el reborde. Un amplio cinturón de cuero de varias capas que lucía una serie de emblemas de plata en diseños antiguos sostenía una bolsa bordada en oro en cada lado y le ceñía la túnica a la cintura. Insignias en las ataduras de cuero que rodeaban la parte superior de las botas negras lucían también tales símbolos. Colocó con cuidado el antiguo tahalí de cuero labrado que sostenía la bruñida vaina forjada en oro y plata sobre el hombro derecho y sujetó la Espada de la Verdad a la cadera izquierda.
Si bien para la mayoría de las personas la Espada de la Verdad era un arma formidable, e indudablemente lo era, era mucho más para Richard. Su abuelo, Zedd, en su calidad de Primer Mago, había entregado la espada a Richard, nombrándolo Buscador. En muchos aspectos aquella confianza era muy parecida a la que había depositado en él su padre al pedirle que memorizara el libro. Richard había necesitado mucho tiempo para comprender por completo todo lo que significaba la confianza y responsabilidad de llevar la Espada de la Verdad.
Como arma formidable que era, la espada le había salvado la vida innumerables veces. Pero no le había salvado la vida porque poseía un poder temible, o porque fuese capaz de proezas extraordinarias; le había salvado la vida porque le había ayudado a aprender cosas no sólo sobre sí mismo, sino sobre la vida.
Sin duda alguna, la Espada de la Verdad le había enseñado a pelear, a danzar con la muerte y a vencer en situaciones aparentemente imposibles. Y si bien lo había ayudado cuando tenía que llevar a cabo la acción más terrible de todas —matar—, también le había ayudado a aprender cuando estaba justificado el perdonar. En esos aspectos le había ayudado a comprender qué valores eran importantes para promover la causa de la vida misma. Y le había ayudado a aprender la importancia y necesidad de juzgar esos valores, y a colocar a cada uno en su contexto.
En ciertos aspectos, de la misma manera que aprender de memoria El libro de las sombras contadas le había enseñado que ya no era un muchacho, la espada le había ayudado a aprender a ser una parte del amplio mundo, y a reconocer su lugar en él.
De algún modo, también le había traído a Kahlan.
Y Kahlan era el motivo de que necesitase ver a Shota.
Cerró la solapa de la mochilla. Había una esclavina, como tejida en oro, que había encontrado con el resto del equipo del mago guerrero en el Alcázar; pero, puesto que el día era tan cálido, la dejó en la mochila. Finalmente, en cada muñeca se puso una ancha banda de cuero acolchado que llevaba aros enlazados con más símbolos antiguos. Entre otras cosas, aquellas antiguas bandas se usaban para sacar a la sliph de su sueño.
Cuando Cara gritó que estaba lista, Richard alzó la mochila y dio la vuelta a las rocas. Entonces vio por qué ella había querido parar. Había hecho algo más que limitarse a tomar un rápido baño.
Se había puesto el traje de cuero rojo.
Richard dirigió una mirada elocuente al uniforme rojo sangre de la mord-sith.
—Shota puede que lamente haberte invitado a la fiesta.
La sonrisa de Cara indicó que si había problemas, ella se ocuparía de ellos.
Mientras iniciaban la marcha calzada adelante, Richard dijo:
—No sé exactamente qué poder tiene Shota, pero creo que tal vez deberías probar algo hoy que nunca antes has probado.
—¿Qué podría ser eso? —inquirió ella, frunciendo el entrecejo.
—La cautela.