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ichard vio cómo el suelo pasaba como una exhalación ante su rostro al tiempo que salía despedido por los aires. Por un instante no pudo decir qué era arriba o abajo ni dónde estaba él en relación con cualquier otra cosa.
Y a continuación se estrelló contra el suelo, el impulso de la caída lo envió ladera abajo. La nieve amortiguó poco la caída y el aire le faltó en los pulmones. Rodando sobre sí mismo, el mundo giraba enloquecido y no podía controlar o detener su veloz descenso por una pendiente cada vez más pronunciada.
Todo había sucedido tan inesperadamente y a tal velocidad que Richard no había tenido tiempo de prepararse para la caída. En aquel momento, la falta de atención parecía una pobre excusa y no ofrecía ningún consuelo. Rebotó en un montículo duro y aterrizó sobre el pecho. Sin aliento, intentó inhalar entrecortadamente mientras resbalaba, con la cara por delante, montaña abajo, pero sólo consiguió que la boca se le llenase de nieve helada.
Con la fuerza de la caída y el ángulo cortado a pico de la pendiente, no había nada a mano que le ayudase a frenar. Descender de cara dificultaba aún más tomar acciones efectivas, y en un frenético intento por detenerse o al menos frenar la velocidad de la caída, Richard extendió los brazos. Luchó por clavar manos y pies en la nieve para aminorar la velocidad de la descontrolada caída por la ladera, pero la nieve, la tierra y los guijarros no hicieron más que empezar a resbalar junto con él.
Vio una sombra pasar junto a él como una exhalación, y por encima del sonido del viento oyó unos salvajes alaridos de rabia. Algo sólido lo golpeó en los riñones. Hundió dedos y botas más profundamente en la nieve, intentando reducir la velocidad de la aterradora caída.
La figura oscura volvió a surgir y algo volvió a pegarle, esta vez fue con mucha más fuerza. Fue un golpe directo a los riñones con la intención de acelerar la caída. Richard lanzó un grito debido al inesperado dolor. Mientras se retorcía angustiado sobre el lado derecho, oyó el excepcional repique del acero al ser arrancada la Espada de la Verdad de su vaina.
A la vez que seguía resbalando por la ladera, Richard torció el cuerpo y alargó la mano para coger la espada mientras ésta le era arrebatada. Sabía que si agarraba la afilada hoja podía fácilmente rebanarle la mano, así que intentó aferrar la empuñadura o al menos atrapar la cruz, pero llegó demasiado tarde. El asaltante hundió los talones en el suelo para detenerse mientras Richard seguía adelante y se perdía de vista.
Las torpes contorsiones que había efectuado para coger la espada dejaron a Richard más desequilibrado aún. En plena voltereta, justo cuando empezaba a extender brazos y piernas para detener la caída, se golpeó la espalda contra un saliente. Una vez más se quedó sin aire, sólo que esta vez fue aún más doloroso.
La fuerza del impacto le hizo dar una vuelta de campana por encima del obstáculo.
Un estremecimiento de temor lo recorrió al encontrarse volando por los aires. Con un esfuerzo frenético, Richard alargó las manos y aferró el afloramiento rocoso con el que se había golpeado. Se agarró con todas las fuerzas mientras las piernas se agitaban en el aire, y por encima de un precipicio.
Asió la roca con una fuerza desesperada. Durante un momento, permaneció aferrado a la roca, poniendo en orden los pensamientos y tomando aire a grandes bocanadas; por lo menos había dejado de caer. Trozos de nieve y guijarros que seguían resbalando por la empinada ladera rebotaban en la roca que sujetaba así como en sus brazos y cabeza.
Con sumo cuidado, balanceó las piernas a un lado y a otro, intentando engancharlas en algo, intentando hallar algún punto de apoyo para el peso de su cuerpo. No había nada, y se columpió con impotencia, un péndulo viviente aferrado a un saliente de roca helada.
Echó un vistazo atrás: distinguió grumos de nieve y piedrecillas en mitad de un largo descenso por los aires, en dirección a los árboles y las rocas situados a gran distancia a sus pies.
Por encima de él, con los pies bien separados, estaba parada una figura oscura y baja con unos brazos largos, una cabeza pálida y una tez gris. Unos ojos saltones y amarillos, igual que faroles refulgiendo en la lóbrega luz de la ventisca, lo contemplaban desafiantes. Unos labios pálidos se curvaron hacia atrás en una mueca y mostraron unos dientes afilados.
Era el compañero de Shota, Samuel.
Aferraba la espada de Richard en una mano y parecía muy satisfecho; la capa marrón oscuro que llevaba aleteaba como una bandera victoriosa a impulsos del viento. Retrocedió unos pasos, aguardando para ver cómo Richard caía por el precipicio.
Los dedos de Richard resbalaban. Intentaba pasar los brazos alrededor de alguna roca para ascender, o al menos sujetarse mejor, pero no tenía éxito. De todos modos, sabía que si conseguía agarrarse mejor, Samuel estaba dispuesto a usar la espada para asegurarse de que cayera.
Oscilando sobre un precipicio de al menos trescientos metros, Richard se hallaba en una posición muy vulnerable. Apenas podía creer que Samuel hubiese podido superarle de ese modo… y que hubiese conseguido hacerse con la espada. Inspeccionó los sombríos jirones de niebla que la arremolinada nieve transportaba con ella pero no vio a Cara.
—¡Samuel! —gritó al viento—. ¡Devuélveme mi espada!
Incluso a él mismo, le pareció una exigencia de lo más ridícula.
—Mi espada… —siseó Samuel.
—¿Y qué crees que dirá Shota?
Sus labios pálidos se ensancharon al sonreír.
—Ama no está aquí.
Como un espectro materializándose a partir de las sombras, una forma oscura apareció detrás de Samuel. Era Cara, la capa oscura ondeando al viento y dándole el aspecto de un espíritu vengativo. Richard comprendió que probablemente había seguido la senda dejada por él al rodar pendiente abajo por la nieve. Con todo el tumultuoso viento en los oídos y, lo que era más importante, la mirada clavada en el aprieto en que estaba Richard, Samuel no reparó en que Cara se alzaba amenazadora tras él.
Con una única ojeada la mord-sith captó la ominosa visión de Samuel sujetando la espada de Richard mientras permanecía con la mirada fija en éste, que colgaba del borde del precipicio. Richard había averiguado en el pasado que la atención y los actos de Samuel estaban gobernados por sus desenfrenadas emociones. Con la regocijante distracción de tener al objeto de su virulento odio ante la punta de una espada que en una ocasión había llevado y que había codiciado hasta ese día, Samuel estaba demasiado ocupado refocilándose para esperar la aparición de la mord-sith.
Sin una palabra, Cara apretó el agiel contra la base del cráneo de Samuel, aunque dado lo resbaladizo del terreno, no pudo mantener el contacto.
Samuel profirió un alarido de dolor y de desconcertado terror a la vez que dejaba caer el arma y caía de espaldas sobre la nieve. Retorciéndose de dolor, sin comprender qué había sucedido, se toqueteaba frenéticamente la parte posterior del cuello, donde Cara había presionado el agiel y chillaba a la vez que agitaba el cuerpo de un lado a otro igual que un pez sobre arena. Richard sabía que la aterradora sacudida de dolor que producía un agiel al ser aplicado en aquel punto era igual a lo que se sentía al ser alcanzado por un rayo.
Reconoció la expresión del rostro de Cara cuando ésta empezó a inclinarse sobre la figura que se retorcía en el suelo. Tenía intención de usar el agiel para acabar con Samuel.
A Richard en realidad no le importaba si mataba al traicionero compañero de la bruja, pero tenía problemas más acuciantes en aquellos momentos.
—¡Cara! Estoy colgando del borde de un precipicio. No puedo seguir sujetándome. Resbalo.
La mord-sith agarró de inmediato la espada caída junto a Samuel, que no dejaba de revolcarse por el suelo, para que éste no pudiera cogerla. Luego, corrió a ayudar a Richard. Clavando la espada en el suelo, junto a ella, se dejó caer al suelo, apuntaló los pies en unas rocas y lo agarró por los brazos. Justo a tiempo.
Con su ayuda, Richard fue capaz de sujetarse mejor y, con ambos forcejeando en aquellas difíciles condiciones, consiguió por fin enganchar el brazo por encima del afloramiento. Una vez que estuvo firmemente sujeto con un brazo pudo por fin balancear una pierna hacia arriba y sujetarla a las rocas. Cara lo agarró por el cinturón y lo ayudó a izarse. Usando todas sus fuerzas, Richard consiguió arrastrarse hacia arriba y por encima de la resbaladiza cresta rocosa.
Se dejó caer sobre el costado, jadeando e intentando conseguir una cantidad suficiente del enrarecido aire.
—Gracias… —consiguió decir.
Cara echó una ojeada atrás, para vigilar a Samuel. Richard hizo acopio de energías a toda prisa y se irguió tambaleante. En cuanto consiguió mantener el equilibrio en el borde del precipicio, extrajo la espada de donde Cara la había clavado.
Apenas podía creer que Samuel hubiese conseguido cogerle desprevenido, ya que, desde que Cara y él habían abandonado el campamento aquella mañana, había estado ojo avizor por si Samuel hacía acto de presencia. De todos modos, sabía que a pesar de esperar tal ataque, era imposible prevenirlo en todo momento. Como lo había sido detener cada una de las flechas la mañana de la desaparición de Kahlan.
Se quitó con la mano algo de la nieve que tenía en el rostro. La caída, las volteretas, el descenso casi en picado y el quedarse colgado por los dedos del borde de un precipicio lo habían dejado conmocionado pero, más que nada, furioso.
Samuel, aún hecho un ovillo en la nieve, retorciéndose y estremeciéndose, lloriqueaba, farfullando algo que Richard no conseguía oír.
En cuanto vio a Richard avanzando hacia él, Samuel se puso torpemente en pie, traspasado aún por el persistente dolor. A pesar de ese dolor, no obstante, vio aquello que deseaba.
—¡Mía! ¡Dame! ¡Dame mi espada!
Richard alzó la punta hacia el repulsivo hombrecillo.
Al ver acercarse la punta de la hoja, el hombrecillo perdió el valor y retrocedió a toda prisa unos cuantos pasos ladera arriba.
—Por favor —gimoteó, extendiendo las manos para protegerse de la ira de Richard—, ¿no mates a mí?
—¿Qué haces aquí?
—El ama me envía.
—Shota te envió a matarme, ¿verdad? —se mofó Richard, pues quería que Samuel admitiera la verdad.
El otro negó enérgicamente con la cabeza.
—No, no a matarte.
—Entonces fue idea tuya.
Samuel no contestó.
—¿Por qué, entonces? —insistió Richard—. ¿Por qué te envió Shota?
Samuel observó a Cara cuando ésta se movió lateralmente, medio acorralándole. Siseó a la mujer, mostrando los dientes. Cara, impávida, le mostró su agiel, y los ojos del hombre se abrieron aterrados.
—¡Samuel! —aulló Richard.
Los ojos amarillos del hombrecillo volvieron a posarse en Richard y de nuevo adquirieron una expresión de odio.
—¿Por qué te envió Shota?
—Ama… —lloriqueó y miró fijamente a lo lejos, en la dirección en que estaban las Fuentes del Agaden—. Envía compañero.
—¿Por qué? —chilló Richard.
Samuel se estremeció por el grito y dio una agresiva zancada al frente. Samuel, intentando vigilarles a los dos, señaló a Cara con un largo dedo.
—Ama dice que tú llevar a dama bonita.
Aquello fue una sorpresa… por dos motivos. «Dama bonita» era el modo en que Samuel siempre había llamado a Kahlan.
En segundo lugar, Richard jamás habría esperado que Shota quisiera que Cara bajase a las Fuentes del Agaden con él, y lo halló un tanto inquietante.
—¿Por qué quiere que la dama bonita venga conmigo?
—No sé. —Los labios pálidos de Samuel se tensaron en una mueca—. A lo mejor para matarla.
Cara meneó el agiel para que él lo viera.
—Si lo intenta, quizá recibirá mucho más de lo que recibiste tú. A lo mejor la mato.
Samuel lanzó un chillido horrorizado y sus protuberantes ojos se abrieron de par en par.
—¡No! ¡No mates ama!
—No hemos venido a hacer daño a Shota —le dijo Richard—. Pero nos defenderemos.
Samuel presionó los nudillos contra el suelo a la vez que se inclinaba hacia Richard.
—Veremos —gruñó desdeñoso— lo que el ama hace contigo, Buscador.
Antes de que Richard pudiese responder, Samuel salió disparado. Era sorprendente lo rápido que podía moverse.
Cara hizo intención de ir tras él, pero Richard le agarró el brazo para detenerla.
—No estoy de humor para ir corriendo tras él —dijo—. Además, es poco probable que lo alcancemos. Conoce el sendero y nosotros no estamos familiarizados con él. Por otra parte, irá de regreso junto a Shota y ahí es adónde vamos de todos modos. No sirve de nada desperdiciar energías.
—Deberíais haber dejado que lo matase.
Richard inició la marcha ladera arriba, en dirección a la senda.
—Lo habría hecho, pero no sé volar.
—Supongo —concedió ella con un suspiro—. ¿Estáis bien?
Richard asintió mientras deslizaba la espada de vuelta en la vaina, controlado ya su arrebato de ira.
—Gracias a ti.
Cara le dedicó una sonrisa satisfecha.
—No hago más que decíroslo, no podríais salir adelante sin mí. —Paseó la mirada rápidamente por la oscuridad azul grisácea—. ¿Y si vuelve a intentarlo?
—Samuel es básicamente un cobarde y un oportunista. Únicamente ataca cuando cree que estás indefenso. Carece de cualquier cualidad positiva por lo que yo sé.
—¿Por qué lo tiene esa bruja?
—No lo sé. A lo mejor no es más que un adulador y ella disfruta con su servilismo. A lo mejor lo tiene para que le haga recados… A lo mejor Samuel es el único dispuesto a ser su compañero. A la mayoría de las personas Shota les causa terror y por lo que tengo entendido nadie quiere acercarse a este lugar. Aunque, por lo que Kahlan me contó, las brujas no pueden evitar hechizar a la gente, y son así. En cualquier caso, Shota es seductora por sí misma, así que imagino que si realmente quisiera a un compañero que mereciera la pena, podría escoger.
»Ahora que lo hemos ahuyentado, realmente dudo que Samuel tenga el valor para volver a atacar. Ha transmitido el mensaje de Shota. Ahora que lo hemos asustado, y lastimado, probablemente querrá correr de vuelta a su protección. Además, es posible que piense que Shota puede matarnos, y le hará igual de feliz que sea ella quien lo haga.
Cara dirigió la mirada a lo lejos, durante un instante antes de seguir a Richard en su ascensión por la empinada ladera.
—¿Por qué creéis que Shota ha enviado un mensaje para asegurarse de que yo bajo con vos a las Fuentes del Agaden?
Richard localizó el sendero e inició la marcha por él. Vio las huellas de Samuel pero la nieve que arrastraba el viento empezaba a cubrirlas ya.
—No lo sé. Eso me tiene perplejo.
—¿Y por qué cree Samuel que vuestra espada le pertenece? Richard soltó un profundo suspiro.
—Samuel llevó la espada antes que yo. Fue el último Buscador antes de serlo yo; aunque no lo fue legítimamente. No sé cómo adquirió la Espada de la Verdad. Zedd entró en las Fuentes del Agaden y la recuperó. Samuel cree que la espada todavía le pertenece.
Cara se mostró incrédula.
—¿Él fue el último Buscador?
Richard le dirigió una mirada elocuente.
—Carecía de la magia, el temperamento o el carácter que requería la espada para ser el auténtico Buscador de la Verdad. Debido a que no fue capaz de ser el amo del poder de la espada, ese poder lo convirtió en lo que ves en la actualidad.